Com declararies a aquesta persona si fossis un jutge o jutgessa, culpable o innocent? Justifiqueu les vostres raons a partir de la lectura del text anterior.
I
Me suelo quejar de que los que hablan a gritos por teléfono en los transportes públicos no cuentan más que trivilidades. Hasta ahora solo contaba con una excepción: la de aquella vez que en el cercanías asistimos en vivo y en directo a la ruptura sentimental entre el joven que hablaba a nuestro lado por el móvil y la furibunda muchacha que le gritaba al otro lado porque no se acababa de creer que estuvieran rompiendo con ella por teléfono.
II
Hoy tengo una excepción más: una mujer grandota, como un percherón, a todas luces abogada, que llevaba una enorme cartera de cuero, se ha sentado a mi lado y ha venido hablando, a grito pelado, con sus clientas que, como todos en el vagón nos hemos enterado, eran mujeres con sobrados motivos para divorciarse. Me parece que ninguno queríamos escuchar todo lo que hemos tenido que escuchar por esa falsa educación que, para no incordiar al incordión, le deja hacer lo que quiera.
Más o menos a la altura de Guadalajara ha dejado de hablar y se ha dormido con la boca abierta y acosados por sus ronquidos hemos llegado a la estación de Atocha.
III
He continuado mi traducción de Plotino.
I
Perdonen el abandono, pero es que he estado por Pamplona, disfrutando -sobre todo- de una primavera feraz en los muchos parques de la ciudad. Hay en estos parques un momento mágico, al atardecer. Como la ciudad Pamplona está elevada sobre un cerro, el sol poniente lanza sus rayos de luz horizontalmente sobre la ciudad y durante unos minutos despiertan en los troncos de los árboles matices sorprendentes. La luz tamizada de las hojas, las manchas de luz sobre la hierba, las cambiantes tonalidades de los troncos, los niños jugando, las parejas tumbadas sobre la hierba... los tonos pastel inundando todo... No sé si los pamploneses son conscientes de la naturaleza de la ciudad en la que moran.
II
He hablado, he comido, he cenado y, en resumen, he engordado... más de lo previsto.
III
En el tren, ya de vuelta para casa, me llega un mail de una importante institución navarra en el que se me pide que conteste a unas cuestiones. Estas son las preguntas y las respuestas:
1. Escuchas ‘salud mental’. ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza? Una palabra, una imagen… ¿Qué sensación te produce?
Lo primero que me viene a la cabeza es la imagen de una sociedad terapéutica decidida a mantener su vigencia mediante la sustitución del hombre político por el hombre terapéutico. Cuanto más defendemos la autonomía personal, más crece el número de terapeutas.
Carezco de información para responder a esta pregunta con un mínimo de rigor, pero sospecho que Freud no estaba falto de razón cuando afirmaba que hay tres cosas imposibles: gobernar, curar y educar.
Ha pasado que nos interesa más nuestro ombligo que el horizonte; que no paramos de abrir ventanas hacia adentro mientras tapiamos las que se abrían hacia afuera; ha pasado, en definitiva, que vivimos en la edad de un narcisismo que cree poder conseguir respetabilidad mostrando no su belleza, sino sus heridas.
Aceptar dos evidencias: (1) que la sobreprotección infantil es una forma de maltrato y (2) que no existe el alma sana, no existe el alma sin heridas.
Levántense temprano, échense la escopeta al hombro y salgan a la caza de las melodías de este mundo que, ciertamente, cada vez vuelan más alto.:
Qué hoy vivamos especialmente envueltos en una nube de «noticias» falsas es una «noticia» falsa o, cuando menos, cuestionable. Desde los albores de la historia han existido mitos, cuentos chinos e «información» al servicio de intereses políticos, económicos o bélicos. Unas más que otras, apenas hay sociedad humana que no se haya fundado sobre bulos y creencias irracionales – no hay más que escuchar el discurso de cualquier nacionalista –. Es cierto que los bulos se difunden ahora más rápida y masivamente que antes, pero también las culturas eran antes más pequeñas y estáticas, por lo que los bulos venían a cundir lo mismo.
Con esto no quiero decir, ojo, que los bulos no sean peligrosos. Lo son, y mucho. Ante todo, porque lastran el desarrollo pleno y libre de las personas y las sociedades, manteniéndolas en un estado de inopia, idiotez y minoría de edad.
Ahora bien, igual que el efecto más pernicioso de los bulos se da en las personas, la causa de su éxito intemporal está también en ellas. Es innegable que a la gente le gustan las «noticias» falsas; y la razón es que estas son aparentemente más interesantes, emocionantes y psicológicamente placenteras, especialmente si están hechas a medida de nuestros prejuicios. Es siempre más cómodo y satisfactorio aceptar «información» objetivamente dudosa, pero acorde con nuestras ideas e intereses, que arriesgarnos a cambiar de opinión (o de forma de vivir). En cierto modo, los bulos llaman al agradable e irresistible autoengaño de tener razón a toda costa (nos va mucho en ello). Por eso, para vencerlos no bastan las leyes, ni el celo de los periodistas, ni el conocimiento de los poderes que controlan a los medios. Hace falta, más que nada, incidir en la educación de la gente.
Es por ello que la OCDE ha propuesto introducir en los planes de estudio contenidos dirigidos a la «alfabetización mediática e informacional»; y que algunos países, como Finlandia, o recientemente España, incorporan dichos contenidos de manera transversal en diversas materias y etapas educativas. Pero con esto tampoco basta. Aprender cómo se elabora un bulo o cómo se manipulan datos estadísticos es insuficiente cuando la gente está decidida a creerse lo que le hace más feliz. Es necesario algo más drástico: es preciso rescatar el espíritu filosófico y la actitud inquisitiva y crítica que (algunos mitómanos) suponemos en la raíz misma de nuestra cultura.
Sócrates pensaba que una vida sin reflexión no valía la pena. Platón nos enseñó a distinguir entre opinión y conocimiento. Los grandes filósofos modernos (Descartes, Hume, Kant…) tuvieron a la «duda sistemática» como condición de todo desarrollo intelectual y moral. En general, la filosofía nos impele a priorizar la búsqueda de la verdad sobre la mera satisfacción psicológica o el interés privado, y nos muestra que lejos de esa búsqueda no es posible una vida digna y plena. Si una buena porción de la población estuviera convencida de todo esto, los bulos tendrían mucha menos acogida.
I
Ayer volví a escuchar a un importante neurólogo sostener que "somos nuestro cerebro".
II
Esta afirmación, tan rotunda, requiere, como condición de posibilidad, de una radical reducción del mundo de la vida, porque de manera espontánea, en la propensión natural de nuestra cotidianeidad, nadie se siente como su cerebro.
III
Por otra parte, los mismos neurólogos no tardan en poner en cuestión la rotundidad de su tesis cuando nos insisten en que la evolución de un cerebro tan maleable como el nuestro no es, ni mucho menos, independiente, de nuestras interacciones con el medio.
IV
Yo no me atrevería a decirle a mi mujer "mi cerebro te quiere".
V
En realidad somos en el encuentro de mi yo con mi circunstancia. Ortega lo explicó muy bien. Me siento distinto cuando estoy frente a mi mujer, frente a mis nietos, frente al vecino del 5ºA (el que va dejando un reguero siempre que baja las basuras), frente a mi imagen en el espejo, frente a un dolor de muelas...
VI
Yo soy yo y mi circunstancia porque soy en la "y". Lo que vivo espontáneamente es ese ser ahí, en la "y" de la relación. Por eso insiste Ortega en que si quiero salvarme a mí, debo salvar a mi circunstancia que es, en el fondo, lo que dicen también los neurólogos cuando hablan de la relevancia de nuestra interacción con el medio.
I
Ayer fue uno de esos días en que reconfirmas tu irremediable ignorancia en la inmensa mayoría de campos científicos.
II
Invitado por Pilar García de la Granja, a quien conocí hace algún tiempo en una cena en casa de Ana Palacio, asistí en la Fundación Rafael del Pino de Madrid, a las V Jornadas Neurocientíficas y Educativas, enfocadas a enfermedades neurológicas infantiles y trastornos del lenguaje. El año pasado también me invitó y me escaqueé como pude, considerando que hay cosas sobre las que no estoy capacitado para hablar en un foro científico. Pero este año Pilar insistió e insistió y, finalmente, cedí, pensando que, admitiendo tus límites, tampoco puedes ir por la vida evitando retos.
III
Participé como intruso en una muy selecta mesa redonda sobre los retos de la neurodiversidad con personas amables, sabias y asequibles y, desde luego, muchísimo mejor informadas que yo, como María José Mas (responsable de la Unidad de Neuropediatría de la Xarxa Sociosanitaria Santa Tecla de Tarragona), Iria Rodríguez (Psiquiatra Infanto-Juvenil), Beatriz Gómez Gil (maestra de educación especial), Álex Sans Carranza, padre de un niño con necesidades educativas especiales.
IV
Después hubo dos conferencias realmente magistrales, de esas que te dejan con la boca abierta y acabas pensando en cuánta razón tenía don Hilarión cuando en la Berbena de la Paloma canta aquello de "Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad". La primera corrió a cargo de Álvaro Pascual-Leone, Profesor de neurología en la Harvard Medical School (y miembro de un montón de instituciones científicas relevantes), que nos habló de la resiliencia cerebral, y, la otra de Rafael Yuste, Profesor de Ciencias Biológicas en la Universidad de Columbia, que disertó de manera muy directa y asequible de las nuevas tecnologías y sus implicaciones para la medicina.
V
A pesar de las obvias diferencias de jerarquía científica que existen entre Álvaro Pascual-Leone y yo, encontré en su exposición mi tesis sobre la pedagogía como práctica clínica, aunque desarrollada de manera magistral. Por supuesto, hay que beber de las fuentes del saber sin complejos, así que a la noche, en el hotel, estuve rehaciendo mis esquemas gracias a lo mucho aprendido.
VI
Dentro de un rato comienza la segunda jornada, que no me pienso perder... aunque tengo que encontrar tiempo para visitar la Feria del libro viejo de Madrid.
I
Esta mañana, mientras hacía como que leía en la plaza de Ocata, se ha ido levantando una niebla en el mar que ha ido poco a poco viniendo hacia el pueblo. Me imagino que para los acostumbrados a convivir con la niebla esto es una nimiedad. Pero para los adeptos a la luz mediterránea, tiene algo de insólito y no diría que inquietante, pero... casi.
II
Llevo todo el día de hoy con una frase zumbándome en la mente: "La vida es un simulacro".
III
Es, en realidad "el" simulacro porque consigue cumplir con su función perfectamente, que es la de hacernos olvidar aquello que el simulacro oculta. Y que nunca estará visible. Lo que queda es actuar con verosimilitud intentando representar papeles de una cierta entidad.
IV
Por algún sitio habla San Agustín del teatro y dice que un buen actor no es el que representa, por ejemplo, a Hércules, sino el que nos hace olvidar que él no es Hércules.
V
Voy traduciendo muy, muy lentamente La vida de Plotino escrita por Porfirio. Me gusta hacerlo, pero no puedo dedicarle más que ratos perdidos, por la cantidad de urgencias que se me acumulan. Pero es claro que hubo un tiempo en que la filosofía era un modo de vida.
VI
Tras las generosas lluvias de estos días, se ha producido una explosión floral, que es la forma que tiene la naturaleza de celebrar su caducidad. Este esplendor gratuito en pocos días caerá marchito, pero caerá conforme a reglamento, dejando tras de sí sus propias semillas en espera de otras lluvias. Todas estas cosas de los ciclos naturales, la hoja seca, la flor que se asoma al ritual de la primavera, los pétalos de la frágil flor del almendro arrancados por una corriente de aire, etc., todo esto es, en el fondo, de una trivialidad mecánica. Y, sin embargo, nos deja boquiabiertos.
II
Media hora de radio dan para mucho y en No es un día cualquiera, con Pepa Fernández, dan para más. Me gusta esta mujer, con su voz cadenciosa que sabe dejar la última sílaba de una pregunta en el aire como hacía la Caballé y, sin darte cuenta, ya has caído preso de las sirenas.
III
Ayer por la tarde estuve con un grupo de exalumnos. Fueron alumnos míos cuando estaban en la pubertad y ahora algunos ya son abuelos. Me gusta reencontrarme con ellos y saber qué es de sus vidas, porque las sorpresas pueden ser mayúsculas. La vida está más abierta de lo que sospechábamos, para bien y para mal. Me cuentan de los que ya no están, de los que están muy mal, de los que van bien y de los que van fenomenal. En algunos casos intuí el futuro; en otros, no acerté ni una.
IV
¿Quién decía que uno no es más que un balón, que recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol?
No puedo recordarlo, pero puedo añadir que jugamos en la niebla y nunca estamos seguros de haber metido gol en la portería adecuada.
El Homer del futuro. En una escena del episodio 467 de los Simpsons, Homer se está comiendo un tarro de mayonesa mezclada con vodka. Entonces dice: «Esto es problema del Homer del futuro. ¡No me gustaría estar en su pellejo!». De hecho, si pensamos que la continuidad de consciencia es una ilusión, ya que nuestra consciencia va haciendo barridos de forma discreta cada pocos milisegundos, nuestro yo desaparece a cada momento ¡Morimos contínuamente! Entonces, lo que le pase a mi yo del futuro no debería importarme mucho ya que será una persona diferente a mi yo del presente. Yo no creo demasiado en esa idea porque, en cualquier caso, si mi continuidad es una ilusión, en tanto que ilusión es muy real para mí. Pasa como con el libre albedrío. Aunque no sea cierto que elijamos libremente no podemos vivir de otra forma ¿Cómo se pueden tomar decisiones sin creer que se están tomando decisiones? De la misma manera, creo que mi yo de hace diez minutos era yo aunque no lo fuera, y mi yo del presente se preocupa un poco (quizá menos de lo que debería) de mi yo del futuro. De todas maneras, cuando uno está demasiado agobiado por las infinitas obligaciones de la vida adulta, siempre es saludable posponer ciertas preocupaciones y dejárselas a nuestro Homer del futuro.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Herramientas cognitivas IV, La máquina de von Neumann 27/04/2024
II
Me gusta esta expresión: "la vista cansada". Cansada... ¿de qué? No de mirar ni de ver sino de mirar y ver mal, pendiente de la pantalla del ordenador. Los ojos se cansan como la tierra cuarteada por la sobrexposición al sol. Esta mañana el oculista me ha dicho que vuelva a visitarlo dentro de unos días y que el día anterior no abriese el ordenador, para ver si entendía lo que me pasaba. Veo las letras como si se sobrepusieran un poco borrosamente unas sobre otras. Vivi inmerso en una ligera neblina.
III
Esta tarde tengo que asistir a un acto conmemorativo. No me gustan esos actos que miran hacia atrás y te dejan el alma con tortícolis. Corres el peligro de convertirte en una estatua de sal. Pero a veces hay que hacer lo que no gusta. Especialmente si tu agente provocador se empeña en ello.
IV
Esta mañana en el tren una adolescente con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla parecía dormida. Muy guapa, con el pelo rubio, largo y un poco enredado. Su belleza estaba resaltada por un aire de fragilidad que resultaba muy llamativo en medio de un vagón a rebosar de pasajeros condenados a intimar físicamente. Llevaba un teléfono móvil entre las manos. El tren ha parado en Masnou, Montgat Nord, Montgat Sud... y no se ha despertado. En Badalona me he bajado yo y ella seguía durmiendo. La he visto unos segundos desde el andén. ¿Se despertará en el lugar al que quiere llegar?
V
Me invitan a colaborar periódicamente en un diario catalán. Tengo que pensarlo.
I
Ayer descubrí un par de librerías de viejo en Madrid, no muy lejos de la Tatiana, y volví a una de las librerías más interesantes de la ciudad, la del BOE, que edita libros magníficos, tanto por su contenido como por el exquisito cuidado de la edición, y, para mi sorpresa, me encontré a mí mismo en venta:
Tras la magnífica conferencia de Javier Borràs en la Tatiana, fuimos a cenar a un restaurante cercano con María Blanco y Josefina Stegmann. Fue una cena amena que podría haber durado toda la noche, pero a las 5:00 tenía programado el despertador. Me suelen decir que hago muchas cosas. Yo lo veo de otra manera: hago lo que me gusta y haciéndolo me siento manejando las riendas de mi vida y creo que. nunca me he sentido más libre. En resumen: quizás haga muchas cosas, pero todas ellas son aventureras.
III
El martes que viene acude al seminario un grande, José Luis Pardo. Para mí es uno de los pocos pensadores españoles que merecen el título de filósofo y no solamente de profesor de filosofía. Nos hablará de las vacas negras, de Hegel a Deleuze.
IV
He venido a Barcelona esta mañana en un vagón del Iryo, el 2, en el que único no japonés creo que era yo. Nadie ha hablado en voz alta por teléfono, nadie se ha movido del asiento que tenía asignado, nadie ha alzado la voz. Todo el mundo ha seguido escrupulosamente las instrucciones y solo nos hemos levantado para coger nuestro equipaje cuando el tren, efectivamente, ha parado. La salida del vagón ha sido un desfile. Después, en la planta de arriba de la estación de Sants, el caos. Por primera vez en mi vida he sentido un enorme deseo de ser japonés.
Carta a Georges Bernanos[1]
(¿1938?)
Estimado señor:
Por ridículo que resulte escribirle a un escritor que, dada la naturaleza de su profesión, siempre está inundado de cartas, no puedo evitar hacerlo después de leer Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me conmueve: el Diario de un cura rural es a mis ojos el más bello, al menos de los que he leído, y verdaderamente un gran libro. Sea como fuere, el hecho de que me hubieran gustado otros libros suyos no me daba motivos para importunarlo comunicándoselo por escrito. Pero algo distinto ocurre con el último: yo he tenido una experiencia que se corresponde con la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida aparentemente –solo aparentemente– con un espíritu por completo distinto.
Aunque no soy católica –lo que voy a decir, dado que no lo soy, sonará sin duda presuntuoso para cualquier católico, pero no puedo expresarme de otra manera–, lo cierto es que jamás me ha parecido ajeno lo católico, lo cristiano. A veces me he dicho a mí misma que si simplemente se pusiera en las puertas de las iglesias un cartel que prohibiese la entrada a cualquier persona con una renta superior a tal o cual pequeña suma, entonces yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías han estado dirigidas a los grupos que afirman pertenecer a las capas despreciadas de la jerarquía social, hasta que me he dado cuenta de que tales grupos desalientan por su naturaleza todas las simpatías. El último que me inspiró algo de confianza fue la CNT española. Yo había viajado un poco por España antes de la guerra civil, poco pero lo suficiente para sentir el inevitable amor a sus gentes; había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y de sus defectos, de sus aspiraciones más y menos legítimas. En la CNT y en la FAI había una mezcla asombrosa; cualquiera era admitido y, en consecuencia, la inmoralidad, el cinismo, el fanatismo y la crueldad se codeaban con el amor, el espíritu de fraternidad y, sobre todo, esa reivindicación del honor que resulta tan hermosa entre los hombres humillados; me pareció que quienes llegaban allí movidos por un ideal prevalecían sobre aquellos impulsados por su afición a la violencia y el desorden. En julio de 1936 me encontraba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha horrorizado más de ella es la situación de quienes se hallan en la retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, de desear cada día, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de otros, me dije que París representaba para mí la retaguardia, y tomé el tren a Barcelona con la intención de alistarme. Eso fue a principios de agosto de 1936.Un accidente hizo que mi estancia en España fuese corta. Estuve unos días en Barcelona, después en el campo aragonés, a orillas del Ebro, a unos quince kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar por el que recientemente las tropas de Yagüe cruzaron el Ebro; luego en el palacio de Sitges transformado en hospital y después otra vez en Barcelona; en total pasé en España unos dos meses. Salí de allí en contra de mi voluntad y con la intención de regresar. Pero después, de manera deliberada, no hice nada al respecto. Ya no sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era, como me había parecido al principio, una de los campesinos hambrientos contra los terratenientes y contra un clero cómplice de estos, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.
Conozco ese olor de guerra civil, sangre y terror que desprende su libro; lo he respirado. Debo decir que no he visto ni escuchado nada que alcance el grado de ignominia de algunas de las historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esas juventudes fascistas italianas que hacían correr a los viejos a porrazos. Pero lo que escuché fue suficiente. Estuve a punto de presenciar la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me pregunté si simplemente me quedaría mirando o si me dispararían al intentar intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
Cuántas historias abarrotan mi pluma… Pero se haría demasiado largo contarlas todas; además, ¿para qué? Bastará con una. Me encontraba en Sitges cuando regresaron derrotados los milicianos de la expedición a Mallorca. Habían sido diezmados. De los cuarenta jóvenes que habían salido de Sitges, nueve habían muerto; nos enteramos cuando regresaron los otros treinta y uno. A la noche siguiente se llevaron a cabo nueve expediciones punitivas, y nueve fascistas o supuestos fascistas fueron asesinados en esta pequeña ciudad en la que en julio no había sucedido nada. Entre esos nueve estaba un panadero de unos treinta años, cuyo delito, según me dijeron, era el haber sido miembro de un somatén; su anciano padre, de quien era hijo único, y único sostén, se volvió loco. Otra historia: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países apresó, tras una escaramuza, a un joven de quince años que luchaba como falangista. Tan pronto como lo cogieron, temblando al ver morir a sus compañeros junto a él, dijo que había sido reclutado por la fuerza. Lo registraron y encontraron una medalla de la Virgen y un carné de falangista; fue enviado ante Durruti, jefe de la columna, quien, tras explicarle durante una hora la belleza del ideal anarquista, le dio a elegir entre morir o alistarse inmediatamente en las filas de quienes lo habían hecho prisionero, para luchar contra sus camaradas de la víspera. Durruti le dio al muchacho veinticuatro horas para que se lo pensase; pasado el plazo, el joven dijo que no y lo fusilaron. No obstante, Durruti fue en algunos aspectos un hombre admirable. La muerte de este pequeño héroe no ha dejado de pesar en mi conciencia, aunque no me enteré de lo ocurrido hasta más tarde. Y una historia más: en un pueblo que rojos y blancos habían tomado, perdido, reconquistado y vuelto a perder no sé cuántas veces, los milicianos rojos, tras haberlo reconquistado definitivamente, encontraron en los sótanos a un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro hombres jóvenes. Y razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos retiramos, se quedaron esperando a los fascistas, es porque ellos mismos son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron de inmediato, y después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos. Una última historia, esta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; uno fue asesinado en el acto, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después le dijeron a ese otro que podía irse. Cuando estaba a unos veinte pasos de distancia, lo abatieron. El que me contó la historia se sorprendió mucho al no verme reír.
En Barcelona, una media de cincuenta hombres eran asesinados cada noche en las expediciones punitivas. Proporcionalmente, eran muchos menos que en Mallorca, ya que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes. Además, durante tres días tuvo lugar allí una sangrienta batalla callejera. Pero quizá los números no sean lo principal en este asunto. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Ni entre los españoles ni entre los franceses que habían ido allí a luchar o a darse una vuelta –estos últimos eran casi siempre intelectuales aburridos e inofensivos–, vi yo jamás a nadie expresar, ni siquiera en la intimidad, repulsión, desagrado o incluso desaprobación ante la sangre derramada innecesariamente. Usted habla del miedo. Y sí, el miedo tuvo algo que ver con estos asesinatos; pero donde yo estuve, no vi que tuviese el peso que usted le atribuye. En una comida presidida por la camaradería, hombres aparentemente valientes –vi con mis propios ojos el coraje de al menos uno de ellos– contaron con una sonrisa fraternal cómo habían matado a sacerdotes o a “fascistas” –término este con un sentido muy amplio–. Por lo que a mí respecta, tuve la sensación de que, cuando las autoridades temporales y espirituales colocan a una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuyas vidas tienen un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin correr el riesgo de ser castigado o culpado, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a quienes matan. Y si por casualidad se siente al principio un poco de asco, entonces se guarda silencio y pronto se sofoca tal desagrado, por miedo a parecer falto de virilidad. Hay ahí un impulso, una embriaguez a la que es imposible resistirse sin una fuerza del alma que debo considerar excepcional, ya que no la he visto en ninguna parte. Me encontré con franceses pacíficos, a quienes hasta entonces yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido por sí mismos ir a matar, pero que disfrutaban visiblemente de esa atmósfera impregnada de sangre. Jamás podré tenerles ningún respeto en el futuro.
Semejante atmósfera borra de inmediato el objetivo mismo de la lucha. Porque solo podemos formular el objetivo reduciéndolo al bien público, al bien de los hombres –y los hombres resultan aquí irrelevantes, carecen de valor–. En un país donde los pobres son en su gran mayoría campesinos, el objetivo esencial de cualquier grupo de extrema izquierda debe ser el bienestar de dichos campesinos; y esta guerra ha sido quizá sobre todo, al principio, una guerra por y contra el reparto de tierras. Sin embargo, esos pobres pero magníficos campesinos de Aragón, que tanta dignidad han conservado bajo las humillaciones, no eran para los milicianos ni siquiera un “objeto de curiosidad”. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad –al menos yo no vi nada parecido, y sé que los robos y las violaciones, en las columnas anarquistas, se castigaban con la muerte–, un abismo separaba a los hombres armados y a la población desarmada, un abismo bastante similar al que separa a pobres y ricos. Ello se manifestaba en la actitud siempre algo humilde, sumisa y temerosa de los unos, y en la desenvoltura, despreocupación y condescendencia de los otros.
Uno parte hacia España como voluntario, con la idea del sacrificio, y se encuentra en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con mucha más crueldad y menos respeto hacia el enemigo. Podría continuar con estas reflexiones indefinidamente, pero debo ponerles un límite. Desde que estuve en España, he escuchado y leído todo tipo de consideraciones al respecto, pero no puedo citar a nadie, aparte de usted, que, hasta donde se me alcanza, haya estado inmerso en la atmósfera de la guerra de España y haya resistido. Usted es monárquico, un discípulo de Drumont.[2] ¿Qué me importa? Me resulta incomparablemente más cercano que mis compañeros de la milicia aragonesa, esos camaradas a quienes, sin embargo, yo amaba.
Lo que usted dice sobre el nacionalismo, la guerra y la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado también al corazón. Yo tenía diez años cuando se firmó el Tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota, con toda esa exaltación que los niños manifiestan en tiempos de guerra. El deseo de humillar al enemigo derrotado, que entonces (y en los años siguientes) se desbordaba de manera tan repugnante por todas partes, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me resultan más dolorosas que las que este pueda sufrir.
Temo haberle importunado con una carta tan larga. Solo me queda expresarle mi profunda admiración.
S.Weil3, rue Auguste-Comte, París (distrito VI)
P.D.: He escrito mi dirección de forma mecánica. Porque, para empezar, supongo que tendrá usted mejores cosas que hacer que contestar a las cartas. Además, pasaré uno o dos meses en Italia, adonde quizá no me llegaría una carta suya, al quedar retenida esta en la aduana.
Notas:
[1] Publicada por primera vez en 1950, en el Bulletin de la Société des amis de Georges Bernanos, e incluida con posterioridad en Écrits historiques et politiques, Gallimard, París, 1960.
[2] Édouard Drumont (1844-1917), periodista, escritor y político católico francés, célebre por su antisemitismo y su nacionalismo.
Este texto forma parte del libro La guerra de España. Textos escogidos, que, con prólogo de Alexandre Massipe y traducción de Luis González Castro, acaba de publicar la editorial Página Indómita.
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Durante estos días ha habido un montón de elucubraciones no solo sobre lo que iba a hacer Pedro Sánchez, sino también sobre lo que le pasaba por la cabeza: ¿era sincero? ¿Era todo una artimaña política? ¿Se quedará por el PSOE? ¿Se quedará porque no quiere soltar la silla? ¿Se querrá ir a alguna silla de la Unión Europea?
Los que acertaron en que continuaría en el cargo pueden pensar que analizaron correctamente la situación. Y a lo mejor es verdad. Pero no necesariamente:
A lo mejor tuvieron suerte y su creencia no estaba justificada por nada, aunque resultó ser correcta.
O a lo mejor su creencia estaba justificada, resultó ser correcta y, aun así, tuvieron suerte.
A veces creemos que sabemos algo, esa creencia está justificada y acertamos. Pero incluso así, puede ser que no tuviéramos ni idea. Y por eso hoy hablamos de los problemas de Gettier.
Ejemplo:
Supongamos que mi compañero Pablo y yo nos enteramos de que la directora quiere nombrar un subdirector nuevo y, en un exceso de optimismo, nos presentamos al cargo.
Sé que Pablo tiene 5 euros en el bolsillo porque se los acabo de dar (se los debía) y me ha dicho: “Gracias, no tenía ni un céntimo”.
Uno de los directores adjuntos se me acerca y me dice: “Me ha dicho la directora que el cargo de subdirector es para Pablo”.
Teniendo en cuenta todo esto, yo puedo llegar a la siguiente conclusión:
El cargo de subdirector se lo llevará una persona con un billete de 5 euros en el bolsillo.
Pero, a pesar de todo lo dicho, resulta que la directora me escoge a mí para ser subdirector. Cuando me entero de la noticia, saco mi cartera para invitar a todo el mundo a una cerveza y me doy cuenta de que solo tengo un billete de 5 euros.
Resulta que mi conclusión era una creencia verdadera, pero no puedo decir que se tratara de conocimiento.
Este ejemplo está sacado (y adaptado) de un artículo del filósofo estadounidense Edmund Gettier (1927-2021), publicado en 1963: Is Justified Belief True Knowledge? (¿El conocimiento justificado es conocimiento verdadero?", en pdf). En este artículo, Gettier explica que tener una creencia justificada no es suficiente para hablar de conocimiento.
Jaime Rubio Hancock, Estoy seguro: ganará el candidato más alto, Filosofía inútil 30/04/2024
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Todo el mundo critica el irrespirable ambiente político del país, pero nadie propone medidas concretas para mejorarlo. Y el violento «diálogo» de sordos que protagoniza la vida pública, y que es similar en las instituciones y en la sociedad, no parece que vaya a detenerse.
Es cierto que exigir a los políticos que debatan en un tono más mesurado y constructivo parece ingenuo. Al fin, lo que ocupa a la mayoría de ellos es la lucha por el poder, y entre esto y el servicio a consignas, intereses y fidelidades partidistas, poco tiempo y capacidad les queda para debatir de forma objetiva y desinteresada sobre los asuntos públicos.
¿Pero qué pasa con el resto de la sociedad? Los ciudadanos que no hacemos carrera política no tenemos que pelearnos por el poder, ni servir a nadie, ni repetir medias verdades o argumentarios ad hoc; podemos, pues, dialogar de forma honesta, independiente y racional. Si es verdad que cada sociedad tiene los políticos que se merece, ¿por qué no hacemos algo como sociedad para merecer unos políticos mejores?
Ahora bien, para conseguir que proliferen socialmente pautas de comportamiento más edificantes es imprescindible adoptar medidas educativas de calado. Medidas que hasta la fecha nadie se ha tomado muy en serio. Enseñar a los más jóvenes a dialogar racionalmente, a argumentar con corrección, y a analizar con profundidad y sin prejuicios los problemas éticos y políticos que conforman el debate público, es esencial para generar una ciudadanía madura e inmune al espectáculo de la trifulca partidista.
Leo en la prensa que, desde el último informe PISA, a las familias les preocupa que sus hijos no reciban una enseñanza de calidad y estén en desventaja en un mundo global, tecnológico y ultracompetitivo. Pero ese mismo mundo podría irse al garete si, además de matemáticas, informática o idiomas, no enseñamos a los futuros ciudadanos todo aquello que garantiza una convivencia pacífica y democrática: la educación en valores comunes, la reflexión ética, el desarrollo de la capacidad argumentativa y dialéctica, el pensamiento crítico frente a la multiplicación de bulos y falacias…
La democracia es un caldo de cultivo perfecto para la controversia. Esta es su mayor virtud, pero también su mayor debilidad. Para que sea más virtud que debilidad es imprescindible educar para afrontar esa controversia; esto es: para formar una ciudadanía capaz de compartir, comprender, analizar y enjuiciar puntos de vista diferentes sin tener que darse de garrotazos. ¿Comprenderemos esto antes de que el proceso de descomposición social en que estamos inmersos sea irreversible?
Aquí, la interesante conversación con Alejandra Herrero en Uniminuto Radio a propósito de la compleja relación entre ética y educación cívica y en valores. Siento la aureola mística que nimbó mi intervención; no era el sol de la verdad, sino un atardecer primaveral especialmente incisivo. :-)
Aquí, por cierto, el artículo que se comenta en la entrevista.I
Paseo en solitario por Medina de Rioseco a primera hora de la tarde, en el silencio denso de las calles desiertas. Las ciudades castellanas siempre sorprenden porque están empapadas de una historia más grande que su presente. Hay en ellas como una desavenencia entre lo actual y lo inactual. Vienen de un tiempo en que tuvo razón de ser su manera de ser y ahora su manera de ser es un reclamo turístico y, por lo tanto, una autopsia de la piedra. La historia es impía porque salta por encima de sí misma e intentando sobrevivir se traiciona.
II
Naturam expellas furca. Tamen usque recurret.
III
Castilla, a mi manera de ver, no es la amplitud de los campos mesetarios, es la pequeñez de esa amplitud bajo un cielo cercano, de nubes omnipotentes y compactas que dan una singular movilidad al paisaje. Castilla es la síntesis entre la horizontalidad y la verticalidad, es decir, entre la historia y la naturaleza. Siempre estuvieron aquí esos cielos y esos campos tan verdes como cabal medida del pasar de lo humano.
IV
Tengo el hotel en Valladolid, a donde llego muy cansado. Como me resisto a meterme en la cama a las 8 de la tarde, decido dar un paseo por la Plaza Mayor y comer un bocadillo. Entro en un bar. Un bocadillo de serrano y una cerveza puede estar bien. Y sentarme en la terreza a contemlar el show transeúnte.
- Perdone que le moleste... -me dice un hombre que ha entrado detrás de mí- ¿Es usted Gregorio Luri?
- Lo soy.
- Permítame que le invite.
Dicen que los castellanos son adustos y ariscos. Yo no he conocido ninguno que responda a ese esquema.
V
Me llama mi mujer y me dice que en El Masnou no para de llover y que hay goteras en el cuarto de baño. El desperfecto es la manera que tiene la naturaleza de vengarse de la historia, de esa ilusión de permanencia que es toda caída en el tiempo, toda biografía.
I
Domingo. Comida en familia (no al completo) y arroz "socarrat" y de postres, pastas de Xàtiva.
II
Me gusta la languidez de las primeras horas de la tarde, cuando todo empuja a abandonar tu dignidad sobre el sofá y caer en él como en los brazos de una amante acogedora, sin prejuicios ni manías. Ese desorden tan humano de la desidia circunstancial. Y, además, afuera lloviznaba.
III
Solidaridad inmensa, oceánica, sideral, con mi nieto B. que tiene deberes pendientes. Una cosa así asesina vilmente cualquier tarde de domingo. No estamos hechos para eso.
IV
Hay sitios de los que vuelves pero no vuelves entero, algo tuyo se ha quedado prendido de aquel lugar. En este caso no es nada concreto... ¿el callejeo lento, quizás? Es un bienestar en el que el interior y el exterior se acoplan bien, sin roces ni rebabas. Sí, y también la luz de la mañana mientras ascendía al castillo, y las sombras sorollescas sobre las paredes blancas, y el sentir que en ese momento, cuesta arriba, no podrías estar haciendo nada mejor... Pero faltaba el Agente Provocador.
IV
El atardecer me pilla leyendo Las disertaciones y juicios literarios de mi don Juan Valera, por tantas cosas admirado y querido. La literatura no va de leer libros. Va de hacerse un mundo y para ello hay que aprender a ser selectivo. Hacerse un mundo tan poderoso que nos proteja de cualquier posible melancólica tarde de domingo.
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I
Un día en Xàtiva da para mucho: saludos, besos, abrazos, conferencia, cena, paseo nocturno por la ciudad vieja, desayuno perfecto, ascensión a pie (obviamente) al castillo y patearlo de cabo a rabo, visita al sorprendente museo de la ciudad y, posteriormente, al arqueológico, callejeo menudo, un par de cervezas, comida, lectura de algunos textos de Valera, traducción de un par de páginas de La vida de Plotino, de Porfirtio...
II
La ciudad sorprende cuando la miras de cerca. El casco viejo bien merece dedicarle una atención expectante, y los museos... guardan motivos más que sobrados para la admiración
III
Hacer muchas cosas dilata el tiempo. Parece que llegué aquí hace una semana y ahora estoy escribiendo esto en la estación, esperando el tren que me llevará a Barcelona, con la imaginación desbordante de imágenes y de los sonidos saltarines del valenciano.
IV
Giner de los Ríos ensayó una pedagogía del paisaje... que se quedó en ensayo. Merecería la pena desarrollarla porque el paisaje, como decía Amiel, es un estado del alma.
V
Lo imprescindible para que un paisaje comience a hablarnos es, primero, obviamente, tener algún conocimiento de historia que te permita hacerle preguntas, y amarlo. Los paisajes solo hablan a quien los ama. Les gustan los requiebros.
I
Decía Leo Strauss que la política tiene un fuerte componente infantil. Duele darle la razón, pero los políticos (o sea, todos nosotros) nos empeñamos en dársela. Por algún lugar se pregunta también -y esta pregunta se la trasladé el martes a Guillermo Graíño- quién es más enemigo de la filosofía si el sofista o el pueblo. Sin duda, el pueblo, porque es político.
II
Mientras la filosofía buscaría la sustitución de la opinión (la doxa) por la verdad, la política no puede renunciar a la opinión porque renunciaría a su ecosistema natural. A lo que quiere renunciar la política es a la filosofía.
III
Esta tarde doy una conferencia sobre educación en el pueblo en el que vivo, El Masnou, que por alguna razón poco razonable, me resisto a llamarlo "mi" pueblo. Intento preservar el "mi" para el pueblo de mi infancia. Pero ya he vivido aquí muchos más años que en mi pueblo y, de hecho, soy más de aquí que de ningún otro sitio. ¿Cuántos días aguantaría viviendo en mi pueblo?
IV
¿Están tratando en los institutos a los adolescentes como si fueran chicas deficientes?
L'expressió s'està posant de moda. La trobo en el subtítol d'un llibre antifeminista que proposa "solucions" "assenyades" per a després del MeToo, i també en l'anunci d'unes xerrades en el marc del CCCB titulades Instàncies de violència.
Les dues referències mencionades, i d'altres que fan servir l'expressió "contracte sexual" donen a entendre que homes i dones establim o hauríem d'establir la nostra relació, especialment pel que fa a la sexualitat, a la manera d'un contracte, és a dir, d'un compromís entre individus lliures i iguals, segons el qual acorden certs drets i deures recíprocs.
Aquesta expressió sembla provenir d'ecos de la important obra de filosofia política The Sexual Contract, de Carole Pateman. Tanmateix, s'equivoquen radicalment en el què és, segons Pateman, el "contracte sexual", perquè donen a entendre que el model contractual és la millor expressió de la relació entre éssers humans en les societats contemporànies. Res més lluny de la concepció de Pateman, a qui la SEP considera precisament representant del subversive contractarianism.
Pateman sosté que el patriarcat contemporani no és una estructura immemorial caduca, sinó que té els seus origens en la modernitat. L'organització sociopolítica de les societats modernes ha estat fonamentada pels teòrics contractualistes, tant clàssics (Hobbes, Locke, Rousseau, Kant) com contemporanis (Rawls). En la seva formulació clàssica, imagina que la civilització, amb la consegüent desaparició de la guerra de tots contra tots que es produïa en estat de naturalesa, comença en el moment que els homes lliures i iguals acorden cedir el seu poder i la seva llibertat a la comunitat per tal de constituir la societat civil.
Pateman critica aquest relat fundacional en dos aspectes. El primer, que el pacte deixa fora les dones, i per tant segueixen en estat de naturalesa i fora també de l'àmbit públic, quedant relegades a l'àmbit privat. D'aquí també la consideració de les dones com a més properes a naturalesa. En segon lloc, i aquí la justificació del títol del seu llibre, el contracte social amaga un pacte anterior, que és el contracte sexual.
El contracte sexual és el que realitzen els homes entre sí per tal de repartir-se les dones. I es relata així: derrotat el vell patriarcat en el moment que han matat el pare, que és qui tenia accés a totes les dones (no se li podria dir pare si abans no hagués accedit sexualment a una dona) els germans acorden no barallar-se per les dones i repartirse-les. Aquest pacte fratern explica la institució del matrimoni i la família. Un cop fet el contracte sexual, els homes acorden el contracte social. El poder del pare ha estat substituït pel poder fraternal i amb ell s'ha creat el patriarcat modern. I les dones han quedat subordinades als homes com a col·lectiu, per la subordinació política, i també individualment, subordinada cadascuna a un espòs. És el sentit literal de l'emblema "llibertat, igualtat, fraternitat".
Aquests contractes, segueix Pateman, són l'origen i el model de les relacions socials en les societats modernes: acords entre individus racionals, lliures i iguals. Però les dones només són reconegudes com a individus lliures i iguals en el moment de signar el contracte matrimonial. Immediatament després de consentir al matrimoni, han tornat a l'àmbit privat. Han signat la seva subordinació al marit: els béns que tenien passen al marit, la seva representació política la té el marit, no poden administrar bens, etc. A més del contracte matrimonial, tot analitzant l'esclavatge, els contractes de treball, el matrimonial, el de prostitució i el de ventres de lloguer, fa veure que tot contracte entre desiguals és un contracte de subordinació.
Pateman fa un paral·lelisme entre la servitud de les dones i els esclaus, recordant com es va fer una defensa contractualista de l'esclavatge a les plantacions americanes: quan es va difondre el contractualisme, es va justificar l'esclavatge en un suposat contracte on l'amo es comprometia a la manutenció i la persona esclava a prestar servei. També Pateman compara aquest contracte amb els contractes de treball. La diferencia és que s'era esclau de per vida, mentre que el contracte de treball no era vitalici. El contracte matrimonial, en canvi, era una esclavitud de per vida. Fins i tot autors com Mill, a diferència de Harriet Taylor, desaprovaven el divorci, tot i que no va ser fins ben entrat el segle XX que va anar estenen-se l'aprovació del divorci en alguns països. Recordem que al nostre estat no hi comença a haver legislació igualitària fins la Constitució, tot i que el divorci o la despenalització de l'adulteri femení per exemple, encara van trigar.
Com en el contracte matrimonial, la prostitució sempre, i els ventres de lloguer actualment, es fonamenten en la consideració de les dones com a individus racionals i iguals que lliurement signen contractes. Aquests contractes tenen, però, una diferència amb els contractes d'esclavitud i els de treball: en aquests no es ven la força de treball a canvi de manutenció o salari, sino que s'acorda la possessió -temporal- del cos de la dona. I el cas del ventre de lloguer, el contracte amaga el que d'altra manera seria un cas de venda d'infants.
Pateman sosté que la reivindicació del contracte en les relacions homes-dones (ja proposat pel que fa al matrimori per Olympe de Gouges) que fan certs feminismes liberals no apunta a l'abolició del patriarcat, perquè ignora la diferència sexual. La prostitució, els ventres de lloguer i el matrimoni són contractes que es fan específicament per a l'accés al cos de les dones, i la teoria liberal del contracte no fa més que justificar aquest patriarcat.
Segons tot això, crec que no es poden entendre les relacions entre dones i homes si no és contextualitzant-les en el patriarcat. No podem defugir aquesta estructura. Òbviament, la situació de les dones en els països considerats democràtics és millor, i sovint molt millor, que la de les dones d'altres països o èpoques. Però les dones dels segles XVII, XVIII, XIX que tenien un marit paternalista potser vivien millor que una dona actual assetjada sexualment en el seu treball precari i amb un home maltractador de parella.
Essent conscients d'aquest context, potser en comptes de concebre les relacions sexuals entre dones i homes com un contracte, hauríem d'interpretar-les (play) com un procés dialèctic d'exploració i de tempteig mutu entre desig i plaer. Per descomptat tenint sempre en compte que només si és si, però això ja és una qüestió legal. Òbviament, els aspectes que van més enllà d'allò que comparteixen sexual i afectivament dues persones, està bé que es reguli de mode contractual.
PS: Per cert: L'edició espanyola de l'obra de Pateman a l'editorial Ménade, feta sobre una anterior de l'editorial Anthropos, és molt deficient. Conté imprecisions i errors, alguns bàsics. Per exemple, en referirse a relat imaginari dels contractes sexual i social, tradueix reiteradament story (relat) per "historia" que en anglès és history. El contracte sexual i el social són construccions imaginàries, són supòsits, no fets històrics.
I
"No sé a quién votar", me dice alguien que fue un importante político catalán. No le contesto nada. ¿Qué he de decirle yo? Creo que hay dos grandes motivos para cambiar de opinión sobre un tema político: que la expansión de tus conocimientos te abra nuevos horizontes o que su reducción te encierre en tus prejuicios.
II
Día de preparar conferencias: El Masnou, Xàtiva, Medina del Río Seco, Valladolid, Madrid. Y en el horizonte próximo, dos más en Pamplona. Disfruto con lo que estoy haciendo. No sé si alguna vez he sido más libre y, al mismo tiempo, he estado más ocupado. Sé que estoy vivo y esa certeza es muy gratificante.
III
Ayer me impresionó Guillermo Graíño en la Tatiana. Tengo que tratar más con los jóvenes filósofos. Viven en un mundo que no es el mío, pero el que me apetece visitar de vez en cuando. Se aprende mucho con las visitas.
IV
Mi nieto pequeño cumple 10 años. Asusta ver a qué velocidad crecen los nietos. Los hijos lo hacían a una velocidad humana, pero los nietos... Te das la vuelta y ya han crecido un palmo.
V
Ha cambiado Sant Jordi. Han desaparecido aquellas entrañables señoras que si te veían sin firmar, acudían a darte compañía.“¿Usted qué hace, escribe también?” “Igual es que no sabe explicarse.” “Lo que tiene que hacer es comprar un libro de esos que firman tanto y aprender”. "Si no le importa, me voy a estar un ratito con usted. ¿Es usted de aquí?”, etc.Confieso que lo he vivido.Mueve al filósofo el deseo de retornar a la frontera en la que, por arrancar a hablar, se separó de su mera animalidad, convirtiéndose en animal de razón. Y ello no para retornar al otro lado, para identificarse a su mera animalidad, sino para venir a ser espejo de tal frontera y contemplar el desarraigo intrínseco respecto a la condición natural que la misma supone. Y aquí el segundo propósito.
Asumiendo que la razón y el lenguaje son el marco al que se adapta todo lo que acontece para el hombre y todo proyecto que este emprende, mueve al filósofo la exigencia de apurar las potencialidades de los mismos, aspirando a alcanza ese extremo simétrico de lo que constituyó el origen en la animalidad: aspiración paradigmáticamente encarnada en el proyecto platónico de encontrar la matriz del campo eidético, el soporte último de la red de ideas que filtra nuestra existencia global: tanto nuestra percepción del entorno natural, como el lazo con los otros seres de razón y el “diálogo consigo mismo” que da pie al sentimiento de subjetividad.
Esta segunda aspiración encierra quizás la misma dificultad que el proyecto de alcanzar el horizonte. Y ello por razones intrínsecas a las que se añade aquello que el mismo Platón denominaba “la cárcel del alma”, el hecho de que nuestra animalidad frena en la tarea, de que, por su origen en la carne “el verbo se despeña” y, en consecuencia, no ignorando ser tierra (de nuevo Octavio Paz) “saberse desterrado en la tierra”:
“Atónita en lo alto del minuto/la carne se hace verbo-y el verbo se despeña/ Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra/ es saberse mortal. Secreto a voces/ y también secreto vacío sin nada adentro:/ no hay muertos, solo hay muerte madre nuestra/ Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:/ el agua es fuego y en su tránsito/ nosotros somos solo llamaradas”.
Victor Gómez Pin, Desterrado en la tierra, El Boomeran(g) 19/04/2024