I
Cena en el restaurante El Deseo de Madrid tras la presentación, amenísima, del libro de Nuno Crato Elogio del libro de texto en la universidad Camilo José Cela. Buena gente, buen ambiente, buena cena e, inevitablemente, Trump sobre la mesa. Alguno de los presentes explicaba su triunfo electoral por la falta de educación del electorado norteamericano. Si no, no entendía como un patán como él podía haber dado una paliza electoral a Kamala Harris. Se me ocurrió decir que el electorado norteamericano ha tenido tradicionalmente mucho mejor olfato electoral que el europeo y que, en todo caso, los que le han dado el triunfo a Trump son, mayoritariamente, los que le dieron el triunfo a Biden hace 4 años. Si eran inteligentes al elegir a Biden, ahora lo son con más experiencia.
II
Cuando más hablo sobre las elecciones norteamericanas con unos y con otros más clara veo la disyuntiva a la que se enfrentaron los electores: tenían que elegir entre el exceso y la locura. El problema el que para unos era el exceso para otros era la locura.
III
Conté la anécdota de aquel político que tras dar un mitin electoral fue efusivamente felicitado por una de sus entusiastas seguidoras que le dijo. «Toda la gente de bien está con usted», a lo que el político respondió «Pues con ellos no tengo suficiente»
IV
A muchos europeos parece que les gustaría que los americanos delegaran sus votos en ellos porque, por lo visto, conocemos sus intereses mejor que ellos.
V
Y hablando de libros de texto, esta joya:
Igual es impopular cuestionar esto ahora,
pero no puedo evitarlo: lo de que «el pueblo salve al pueblo» me suena a
adulación irresponsable, a consuelo sentimental, o peor aún, a consigna
antisistema de los que buscan imponer tumultuosamente el suyo. Lo siento, pero
por dulce que suene a los oídos, no creo que el pueblo se baste a sí mismo para
salvarse.
El pueblo no salva al pueblo, en primer lugar, porque no puede. El arrojo y la solidaridad demostrados por miles de personas, especialmente jóvenes, ha sido y es ejemplar. Pero con esa muestra entusiasta de entrega no basta. Las carreteras, vías, puentes o viviendas no se reconstruyen con escobones y palas. La complejidad de nuestras modernas sociedades (y sofisticadas necesidades) es tal que la intervención del Estado resulta imprescindible no solo para gobernarlas, sino también para reconstituirlas tras cualquier desastre.
Tampoco parece que el pueblo pueda librar al pueblo de aquellos que, parasitando su dolor, lo utilizan para generar odio y caos. Fíjense que mientras que el Estado ha tardado una insufrible eternidad en llegar a las zonas afectadas por la inundación en Valencia, los bulos más burdos (junto a un grupúsculo de demagogos profesionales y hooligans ultras) han proliferado en cuestión de horas.
El pueblo no salva al pueblo tal como nadie se libra fácilmente a sí mismo de sus propias incongruencias. No podemos exigir más recursos, ayudas, infraestructuras y servicios (frente a pandemias, crisis, volcanes o inundaciones) y dejarnos luego seducir por la ola neoliberal que recorta derechos y niega el valor de los impuestos. No podemos exigir estrictas medidas de prevención (por ejemplo, en zonas inundables) para apoyar después a quienes las consideran un obstáculo para el desarrollo económico (o más bien para la especulación urbanística). No podemos cuidarnos del cambio climático y reírle luego las gracias (e incluso votar) a quienes lo ningunean en las instituciones. O una cosa o la otra. Las dos a la vez solo caben en la cabeza de un niño, o en las lenguas de quienes tratan al pueblo como a tal.
A los muertos de Valencia se los ha llevado una monstruosa tromba de agua y la incompetencia de quienes no avisaron ni tomaron medidas a tiempo. Sin duda. Pero la responsabilidad de la irresponsabilidad de esos políticos, junto a muchas de las circunstancias e incongruencias que han rodeado esta catástrofe (y las anteriores y las que estén por venir), son también asunto nuestro, de todos. El pueblo no salvará al pueblo celebrando a sus aduladores o golpeando a sus torpes e inoportunos gobernantes (máxime cuando los ha elegido él), sino dando un paso adelante para participar activa y congruentemente en los asuntos públicos. El pueblo no necesita piropos, salvapatrias ni reyes que les den la mano, sino ciudadanos críticos que, más allá de «clientes» puntualmente indignados con los «servicios» del Estado, se sientan plenamente corresponsables del bien común, animándose a participar en las instituciones y el aparato civil (partidos, asociaciones, ONG…) que las rodea. En otro caso, mucho me temo que la indignación popular se quede en gritos para hoy y olvido e indiferencia para mañana.
I
Según Maeztu, de haber padecido los franceses un 98, «habrían gritado: "¡Nos han hecho traición!" Los alemanes hubieran demostrado la decadencia de la civilización [...]. Alguna aristocracia anglosajona nos dejaría dicho que el mundo, ingrato, no la merecía. Cuando a los españoles nos acontece algo grave, lo primero que se nos ocurre es echarnos, por de pronto, la culpa».
II
Y hoy no tengo ganas de añadir nada más.
¿Por qué los hombres “aceptan” tan bien los prejuicios y la superstición? ¿Por qué combaten por su servidumbre como si se tratara de su salvación? ¿Por qué el deseo de vida se convierte en la mayoría de los casos en su contrario, el deseo de opresión? Esta cuestión no existe, en Spinoza, más que de manera implícita. La expresión: los hombres “luchan por su esclavitud como si se tratara de su salvación”, está incluida en una larga frase del prefacio del Tratado teológico‐político, en la que Spinoza opone el interés mayor del régimen monárquico al de una República libre, desde el punto de vista de la libertad de juzgar. A la pregunta implícita del “por qué” no se encuentra en este pasaje más que una respuesta débil: a los hombres se les ha engañado. Sin embargo, la potencia de la pregunta, reclama una explicación más profunda, por la constitución misma del ser humano, es decir, el deseo. El apéndice de la parte I de la Ética y el escolio de la proposición 9 de la parte III nos dan los elementos para tal respuesta.
“Éste [el apetito] no es otra cosa que la esencia misma del hombre” y, por consiguiente, “juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos” (escolio). El apéndice afirma por otra parte que todos los hombres nacen ignorantes de las causas de las cosas, y que todos poseen apetito de buscar lo que les es útil, y de ello son conscientes. De ahí, se sigue, primero que los hombres se imaginan ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y de su apetito, y ni soñando piensan en las causas que les disponen a apetecer y querer, porque las ignoran. Se sigue, segundo, que los hombres actúan siempre con vistas a un fin, a saber: con vistas a la utilidad que apetecen, de lo que resulta que sólo anhelan siempre saber las causas finales de las cosas que se llevan a cabo, y, una vez que se han enterado de ellas, se tranquilizan, pues ya no les queda motivo alguno de duda. La definición del hombre como deseo, la ilusión inmediata de su libertad (como libre albedrío), su comportamiento espontáneamente finalista en su búsqueda de la utilidad propia, son las tres entradas al problema de la servidumbre.
La ilusión de la libertad —que puede ser tomada en Spinoza como un dato inmediato de la conciencia— y el comportamiento espontáneamente finalista en la búsqueda de la utilidad propia, determinan necesariamente la orientación del conatus hacia la ficción finalista. En el fondo, en efecto —a causa de su impotencia nativa— el sujeto es temeroso, inquieto, de una inquietud fundamental frente al caos y a la fragmentación del universo. La ficción se construye pues para resistir y responder a esta “inquietud”, para que se disipe la angustia y que, por fin, según la expresión de Spinoza, los hombres “se tranquilicen”. Spinoza desvía así la representación (aquí la de la ficción) de la simple función de conocimiento (verdadero o falso) que era tradicionalmente la suya, para hacer de ella la relación existencial/imaginaria que los hombres mantienen, por una necesidad natural debida a su situación de impotencia, con la verdadera realidad. Nosotros constatamos, sin embargo, que en su elaboración misma, la representación como ficción va a contribuir a profundizar el desprecio original y por ello a perpetuarla, por otro lado, sin verdaderamente calmar la inquietud, sino por una huida hacia adelante... Los hombres son movidos más bien por la opinión que por la verdadera razón; pero si la fuerza de lo verdadero puede suprimir —por sustitución— la ilusión y la ficción, la ausencia de duda, que envuelve la creencia (que no es certidumbre pero que, para el ignorante vale como tal), las mantiene y las hace siempre más reales. La realidad de la representación, aquí ilusoria y ficticia, se vuelve así cada vez más impositiva y por ello alienante al separar a los hombres de su propia esencia o de su potencia, es decir, de su deseo como afirmación de la vida. Es que la ficción finalista se ha convertido en un verdadero sistema, la estructura a partir de la cual todos los hombres viven y piensan, de la que la idea de un Dios‐Persona es a la vez Fundamento, Origen y Fin.
Laurent Bove, "La servidumbre, objeto paradójico del deseo", La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en Spinoza, Madrid, Tierradenadie 2009
La grandeza del hombre es grande, porque el hombre conoce su miseria.Un árbol no conoce su miseria. Es, pues, ser miserable el hecho de sentirse miserable; pero es ser grande, el hecho de conocer que se es miserable.
I
Pobre pueblo, el que se cree superior a sus políticos.
II
El pueblo que se cree superior a sus políticos está condenado a vivir en una curiosa mezcla de entusiasmo narcisista y decepción consigo mismo.
III
La indignación es una muy singular categoría política. Para ser constructiva tiene que negarse a sí misma y convertirse en acción.
IV
La acción colectiva no es eficiente sin una forma u otra de delegación y jerarquización de la propia capacidad de actuar, lo cual somete a tensiones obvias al colectivo que se cree superior a sus gestores.
V
Estamos en vísperas del duelo en el OK Corral; Harris vs. Trump. Se insiste en que las fuerzas están muy equilibradas y que el resultado final depende del partido que tomen los indecisos. ¡Pobre pueblo el que está en manos de los indecisos!
VI
De una manera u otra todos nosotros estamos en manos de los indecisos norteamericanos. Su voto tendrá repercusiones en nuestras vidas.
VII
Siendo Trump tan evidentemente grosero, ¿por qué hay tanta gente que lo considera superior a Harris?
VIII
En unas elecciones no tiene garantizada la victoria el que es más sabio o más honesto, sino el que es capaz de generar consensos más amplios en torno a sí mismo. En este sentido el consenso es siempre la prueba de que la política es inevitablemente sofística.
Una vegada fet el recompte final de les votacions per escollir les Fotofilosofies que representaran a l'escola el pròxim 20 de novembre a la Mostra d'enguany, els resultats finals han estat els següents:
III
"Solo el pueblo salva al pueblo", oigo decir. Pero se pide más ejército y más tecnología. Todo es comprensible.
IV
¿En una guerra civil en qué lado están los salvadores?
V
Hay una verdad de la política que se muestra en los momentos de solidaridad ante los desastres colectivos y otra verdad que se muestra en los momentos de enfrentamiento civil (esbozados en los enfrentamientos a pequeña escala en las zonas oscuras de la solidaridad: los robos). Y aún hay otra verdad: siempre es posible el paso de la solidaridad al enfrentamiento.
VI
Hay como una pulsión creciendo entre las toneladas de lodo y lágrimas: la de hacerle algún sacrificio humano a la naturaleza.
VII
No tiene nada que ver con lo anterior, pero me temo que cuando comenzó a llover el día del diluvio universal probablemente más de uno celebrara que, al fin, llegaron las lluvias.
II
Vivimos días de exageración mayúscula. Las desgracias son reales y muy dolorosas. Están ahí. Hay cientos de cadáveres en Valencia, miles de personas sin consuelo, un panorama desolador. Y como ni las cosas se resuelven con la diligencia que nos gustaría ni las autoridades explican claramente a qué es debida esta falta de diligencia, concluimos que «España es la vergüenza de Europa».
III
Como las exageraciones son sustituidas pronto por otras exageraciones, lo que queda es el tono, mientras el contenido varía. La exageración acaba aburriendo al espectador.
Algo ... que me parece muy interesante, son las tres paradojas de la democracia en las que se detiene Popper. Estas paradojas nacen de debilidades aparentes de las sociedades abiertas y están presentes en el ejemplo (más o menos) ficticio del arranque de esta carta.
1. La paradoja de la democracia. Una mayoría de los ciudadanos podría votar a favor de que nos gobierne un tirano. Popper saca esta paradoja de La República de Platón, donde el griego advierte de que la tiranía podría llegar al poder “por medio de la democracia”, al “convertir a un hombre en su campeón o conductor partidario” y “exaltar su posición, atribuyéndole una supuesta grandeza”.
2. La paradoja de la libertad. Popper también avisa de que “la libertad, en el sentido de ausencia de todo control restrictivo, debe conducir a una severísima coerción, ya que deja a los poderosos en libertad para esclavizar a los débiles”. Por citar un ejemplo de su libro, sin regulación laboral, los empresarios podrían aprovecharse de los trabajadores en situaciones desesperadas, que se verían en situación de “aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre”. Sobre el papel, lo harían en libertad.
3. La paradoja de la tolerancia. Esta es la más conocida, sobre todo desde hace unos años, cuando viralizaron vídeos de ciudadanos dando tortas a nazis e incluso se publicó algún libro (buenísimo) sobre dilemas éticos en cuyo título se hacía referencia a puñetazos y fascistas. Según la paradoja, los intolerantes pueden aprovechar la libertad y la democracia para difundir sus mensajes antidemocráticos, lo que podría llevar a “la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.
A pesar de lo que se dice a menudo, Popper no cree que debamos impedir la expresión de ideas intolerantes (o pegar a nazis por la calle, salvo en defensa propia): “Mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, sin duda, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a encontrarnos en el escenario de los argumentos racionales”. Mientras los antidemócratas no rehúyan el debate y recurran “al uso de sus puños y pistolas”, nosotros no debemos reclamar “en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”. No hay que pegar a los nazis: basta con no votarles.
En esta idea han incidido pensadores posteriores como Martha C. Nussbaum y John Rawls. Rawls añadía algo muy interesante en Una teoría de la justicia: la actitud abierta por nuestra parte no es por hacerles un favor a los intolerantes. Los intolerantes no tienen derecho a quejarse si se vulneran sus libertades. Lo hacemos por nosotros, no por ellos, ya que tenemos el deber de preservar las condiciones que aseguran que la sociedad siga siendo libre y justa.
Para Popper, estas paradojas no son curiosidades intelectuales, sino problemas que pueden poner en peligro la democracia. El ejemplo más claro (y típico) es el de Adolf Hitler: el partido nazi fue el más votado en 1932 y 1933, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta, y Hitler fue nombrado canciller. Y hay casos muy recientes: Vladímir Putin, Nicolás Maduro y Recep Tayyip Erdogan ganaron elecciones y luego procedieron a limar (o a seguir limando) las garantías democráticas, con el objetivo de perpetuarse en el poder. Como dijo el propio Erdogan, “la democracia es un tranvía: cuando llegas a tu parada, te bajas”.
No existe ningún medio infalible para evitar estas paradojas, escribe Popper, pero sí algunas salvaguardas que nos ayudan a enfrentarnos a ellas. Como, sobre todo, los mecanismos que nos permiten elegir al Gobierno y también desalojarlo cuando lo decidamos, además de preservar instituciones libres e independientes que ayuden a garantizar la libertad y la democracia, como la justicia, el parlamento o la prensa.
Esta es la diferencia (como ya comentamos hace unas semanas) entre la Venezuela de Maduro y los Estados Unidos de Donald Trump. Tras las elecciones de 2020, el estadounidense intentó quedarse en la Casa Blanca a pesar de haber perdido las elecciones, pero se encontró con instituciones independientes que le plantaron cara: el Congreso, el Senado, la prensa y su vicepresidente, además, por supuesto, de una gran parte de la ciudadanía. Maduro lo tiene, de momento, más fácil para quedarse en el poder a pesar de que todo indica que perdió las elecciones. Tras años de autocracia ha arrasado con la oposición interna y con la independencia de esas instituciones que deberían actuar de contrapeso a su poder.
El objetivo de Popper en La sociedad abierta y sus enemigos no es averiguar cómo lograr el mejor Gobierno, sino cómo evitar totalitarismos y dictaduras: una mala política en democracia es preferible “al sojuzgamiento por una tiranía, por sabia o benévola que ésta sea”. El motivo está claro: al Gobierno malo siempre lo podemos echar, pero con la tiranía la cosa se complica. Es más, que podamos votar y cambiar un Gobierno es uno de los motivos que explican que las democracias sean más prósperas: podemos probar, corregir y mejorar. En cambio, autocracias como las de Putin o Maduro solo pueden ir a peor porque sus errores no tienen consecuencias.
Jaime Rubio Hancock, Las paradojas de la democracia, Filosofía inútil 23/10/2024
El historiador Robert Paxton pasó el 6 de enero de 2021 pegado a su televisor. Estaba en su piso de Upper Manhattan cuando vio a una multitud que se dirigía hacia el Capitolio, sobrepasaba las barreras de seguridad y los cordones policiales e irrumpía en el interior. Muchos asistentes llevaban la gorra de béisbol roja de MAGA, mientras que otros lucían la gorra de color naranja brillante propia del grupo de extrema derecha de los Proud Boys. Unos cuantos iban vestidos de forma más estrambótica. ¿Quiénes son estos personajes con ropa de camuflaje y cuernos? se preguntó. “Me quedé absolutamente atrapado”, me dijo Paxton cuando fui a verle este verano a su casa del valle del Hudson. “No imaginaba que pudiera haber un espectáculo así”.
Paxton, de 92 años, es uno de los mayores expertos estadounidenses en fascismo y quizá el mayor especialista estadounidense vivo en la historia europea de mediados del siglo XX. Su libro de 1972, La Francia de Vichy: vieja guardia y nuevo orden, 1940-1944, estudia las fuerzas políticas internas que llevaron a los franceses a colaborar con los ocupantes nazis y obligaron al país a hacer un exhaustivo examen de conciencia sobre lo ocurrido durante la guerra.
La obra resultó muy actual cuando Donald Trump obtuvo la nominación republicana en 2016 y empezaron a proliferar en la prensa estadounidense artículos que comparaban la política estadounidense con la de Europa en los años treinta. Michiko Kakutani, entonces jefa de la sección de libros de The New York Times, convirtió la reseña de una nueva biografía de Hitler en una alegoría poco disimulada sobre un “payaso” y un “imbécil”, un ególatra y un mentiroso patológico con el don de saber leer y explotar la debilidad. En The Washington Post, el comentarista conservador Robert Kagan escribió: “Así es como el fascismo llega a Estados Unidos. No con botas y manos en alto”, sino “con un charlatán televisivo”.
En un artículo escrito para un periódico francés y reproducido a principios de 2017 en Harper’s Magazine, Paxton pedía contención. “Debemos dudar antes de aplicar una etiqueta tan tóxica”, advertía. Paxton reconocía que el “ceño fruncido” y la “mandíbula prominente” de Trump recordaban a “los absurdos gestos melodramáticos de Mussolini” y que Trump tenía afición a echar la culpa de la “decadencia nacional” a “los extranjeros y las minorías despreciadas”; todos ellos, componentes básicos del fascismo, según escribía en el artículo. Pero la palabra se utilizaba con tanta ligereza que había perdido su poder esclarecedor. A pesar de las semejanzas superficiales, había demasiadas diferencias. Los primeros fascistas, decía, “prometieron vencer la debilidad y la decadencia nacional a base de fortalecer el Estado y subordinar los intereses de los individuos a los de la comunidad”. Por el contrario, Trump y sus compinches querían “subordinar los intereses de la comunidad a los de los individuos; al menos, los de los individuos ricos”.
(Sin embargo)El 6 de enero fue un punto de inflexión. Para un historiador estadounidense de la Europa del siglo XX, era difícil no ver en la insurrección ecos de los Camisas Negras de Mussolini, que en 1922 marcharon hacia Roma y tomaron la capital, o de la revuelta violenta protagonizada por veteranos de la guerra y grupos de extrema derecha en el Parlamento francés, en 1934, para trastocar la toma de posesión de un nuevo Gobierno de izquierdas. Pero las analogías importaban menos que lo que a Paxton le pareció una transformación del propio trumpismo. “Hubo un giro hacia el uso de la violencia tan explícito, descarado y deliberado que no quedaba más remedio que cambiar la forma de hablar sobre ello”, dijo Paxton. “Pensé que era necesario un nuevo lenguaje porque estaba ocurriendo algo nuevo”.
Un redactor de Newsweek se puso en contacto con Paxton y este decidió anunciar públicamente que había cambiado de opinión. En un artículo publicado en internet el 11 de enero de 2021, Paxton escribió que la invasión del Capitolio “elimina cualquier objeción que pueda tener a la etiqueta de fascista”. Las palabras de Trump que “alentaron la violencia civil para anular unas elecciones traspasaron una línea roja”, continuaba. “Ahora, la etiqueta parece no solo aceptable, sino necesaria”.
Este verano pregunté a Paxton si, casi cuatro años después, se reafirmaba en su pronunciamiento. Con cautela pero franco, me dijo que no cree que el uso de la palabra tenga ninguna utilidad política, pero reiteró el diagnóstico. “Está aflorando desde abajo en aspectos muy preocupantes, de forma muy parecida a los fascismos originales”, contestó. “Es lo mismo, de verdad”.
Llamar a alguien o algo “fascista” es la máxima expresión de la repulsión moral, un impulso emocional al que es difícil resistirse. Pero el fascismo tiene un significado específico y, en los últimos años, el debate se ha centrado en dos preguntas: ¿Es una descripción certera de Trump? ¿Y es útil?
La mayoría de los comentaristas responden sí o no a ambas preguntas. Paxton es, en cierto modo, el único que responde sí a la primera y no a la segunda. “Sigo pensando que es una palabra que caldea más que esclarece”, dijo mientras contemplábamos, sentados, el río Hudson. “Es como hacer estallar una bomba de pintura”.
Me dijo que lo que vio el 6 de enero le sigue afectando todavía; le ha costado “aceptar que los otros son unos conciudadanos con motivos legítimos para quejarse”. Eso no quiere decir, aclaró, que no haya quejas legítimas, sino que la forma política de abordarlas ha cambiado. En su opinión, el trumpismo se ha convertido en algo que “no es obra de Trump, curiosamente. Es decir, lo es, si pensamos en sus mítines. Pero él no ha enviado a gente a que organice estas cosas; han germinado sin más, por lo que yo sé”.
A Hitler no lo eligieron —señaló—, sino que lo designó legalmente el presidente conservador Paul von Hindenburg. “Una teoría”, dijo, “es que, si no hubieran convencido a Hindenburg para que eligiera a Hitler, la burbuja habría estallado y el nuevo canciller de Alemania habría sido un conservador normal y no un fascista. Y creo que esa es una hipótesis verosímil, porque Hitler estaba perdiendo peso”. En Italia, Mussolini también fue nombrado legítimamente. “Lo escogió el rey”, dijo Paxton, “a Mussolini no le habría hecho falta marchar sobre Roma”.
El poder de Trump, sugiere Paxton, parece diferente. “Da la impresión de que el fenómeno de Trump tiene una base social mucho más sólida”, dice. “Una base que no tenían ni Hitler ni Mussolini”.
Elisabeth Zerofsky, ¿Es Trump un fascista?, El País 03/11/2024
Se culpa ahora al feminismo del machismo de un político de la “nueva izquierda” como si la lucha por la igualdad solo estuviera en los partidos y fuera patrimonio exclusivo de los posmoalternativos. Pero fueron ellos quienes cometieron el grave error de ir a por lo que bautizaron como “feminismo clásico”. Porque decían que era del PSOE cuando era y es de todas las españolas. Atacaron sin complejos a figuras destacadas y activistas y despreciaron a las bases. Primero tildándolas de blancas privilegiadas colonizadoras (será que las que están en la cúpula de estas organizaciones son unas pobres obreras negras, será que no tienen chachas limpiando en casa mientras ellas cambian el mundo). Luego nos intentaron colar el oxímoron del feminismo islámico, como si la misoginia de Mahoma fuera mejor que la de la Curia Vaticana, como si a las moras nos encantara taparnos y convertirnos en trad wifes multicultis. Eso les daba una nota de color que disimulaba su racismo. Un racismo que llevó a una de sus más destacadas figuras a contarme a mí lo que significa ser mujer, inmigrante, musulmana y trabajadora de una fábrica y a tildarme de reaccionaria por afirmar que quiero igualdad de derechos.
Luego nos vinieron con la regulación de la prostitución. Ada Colau dio subvenciones tanto a islamistas como a entidades que daban cursos de prostitución. Pablo Iglesias elevó a los altares a una actriz porno. A ellos debemos la propagación de la idea de que los niños pueden decidir sobre su sexualidad sin el amparo de los padres. Nos presentaron lo que antes se consideraban perversiones como prácticas subversivas que desafían el orden establecido. Nos contaron que no había nada más revolucionario que maquillarte y ponerte falda y zapatos de tacón. “Feminismo es cuidar”, sentenció Pablo Echenique. Incluso nos expulsaron del “sujeto político del feminismo”. No, nunca nos representaron y prueba de ello son todas las veces que el movimiento señaló sus traiciones a la agenda por la igualdad. También intentaron convencernos de que no existen los sexos y no se sabe lo que es una mujer (Errejón parece que lo tiene claro). Teníamos que aceptar ser tildadas de mujeres cis o progenitoras gestantes o menstruantes. Ninguno de ellos se definió nunca por sus secreciones, ellos estaban por encima y dictaban lo que tenía que ser y cómo tenía que ser el feminismo. Fue una apropiación indebida, un intento de sustitución parasitaria. El feminismo está donde siempre estuvo: en pie por la igualdad con la agenda en la mano.
Najat el Hachmi, No son el feminismo, El País 01/11/2024
En la mayoría de las personas, el proceso mental del lenguaje tiene especial dominancia en el hemisferio izquierdo del cerebro. En el lóbulo frontal de ese hemisferio —en la llamada área de Broca, en honor al neurólogo que fue su descubridor— se hallan las neuronas ejecutoras del habla, las que organizan las secuencias o trenes de palabras y frases y llevan a la laringe y demás centros vocales periféricos las órdenes para emitirlas. Es el cerebro que nos permite hablar, el cerebro del habla, propiamente dicho, mientras que el cerebro que nos permite comprender el significado de las palabras y las oraciones se encuentra en el lóbulo temporal del mismo hemisferio izquierdo —la llamada área de Wernicke, igualmente en reconocimiento al neurólogo que fue su descubridor—. Simplificando, pues, podemos decir que el área de Broca contiene las neuronas que nos permiten hablar, y el área de Wernicke las que nos permiten comprender el habla, el significado de lo que hablamos y de lo que hablan las demás personas.
Pero esa simple dualidad parece ahora complicarse al entrar en juego la corteza prefrontal, región del cerebro humano implicada en las más altas funciones mentales, pues parece contribuir también significativamente a la esencia lingüística de las palabras, es decir, a su significado cognitivo. Hasta ahora, los análisis de imágenes del flujo sanguíneo cerebral habían permitido establecer mapas del significado de las palabras en pequeñas regiones cerebrales. Pero ahora, el neurocirujano Ziv Williams y sus colaboradores de la facultad de medicina en la Universidad de Harvard (EE UU) han ido más allá, poniendo de manifiesto que en la corteza prefrontal hay neuronas individuales que codifican en tiempo real el significado específico de las palabras. Es un importante descubrimiento para saber cómo el cerebro las almacena.
La exploración experimental que realizaron esos investigadores consistió en implantar electrodos en el cerebro de 10 pacientes sometidos a cirugía para determinar el origen de sus convulsiones epilépticas. De ese modo, registraron la actividad individual de alrededor de 300 neuronas de cada paciente en la corteza prefrontal del hemisferio izquierdo, el dominante para el lenguaje. Así, registraron las neuronas que se activaban y el momento en que lo hacían cuando los pacientes oían múltiples frases cortas de unas 450 palabras. Lo que observaron fue que para cada palabra se activaban dos o tres diferentes neuronas y que las palabras que activaban al mismo grupo de neuronas pertenecían a categorías similares, como acciones (verbos) o personas.
Igualmente, observaron que las palabras que el cerebro podía asociar entre ellas como “pato” y “huevo” activaban algunas de las mismas neuronas, y las que tenían un significado similar como “rata” y “ratón” originaron patrones similares de actividad neuronal. También hallaron neuronas que respondieron a conceptos menos precisos o abstractos como “detrás” o “encima”. Impresiona especialmente el que los investigadores fueran capaces de determinar, por los registros de su actividad, no solo las neuronas que correspondían a cada palabra y su categoría, sino también el orden en que fueron pronunciadas. Aunque no podían recrear las frases con exactitud, podían saber, por ejemplo, que una frase contenía un animal, una acción y una comida, por ese orden. Todo ello, como decimos, en base exclusiva a la actividad de las neuronas registradas.
Los investigadores afirman que las neuronas de la corteza prefrontal distinguen a las palabras por su significado, y no por su sonido, pues cuando, por ejemplo, una persona oye la palabra inglesa son (hijo en español) se activan las neuronas asociadas con la palabra familia, lo que no ocurre cuando la palabra es sun (sol en español), a pesar de que su pronunciación es la misma en inglés.
Aunque las observaciones se limitaron a una pequeña parte de la corteza cerebral prefrontal, la principal conclusión de este importante trabajo, publicado recientemente en la prestigiosa revista Nature, es que los significados de las palabras están agrupados del mismo modo en todos los cerebros humanos, los cuales utilizan las mismas categorías estándar para clasificarlas y dar sentido a los sonidos. Todo ello es un paso importante para saber cómo el cerebro almacena las palabras y sus significados. Más allá de eso, siempre sobrevive la incógnita de cómo el cerebro convierte la actividad de las neuronas (materia) en conocimiento semántico (imaginación).
Ignacio Morgado, Así almacena el cerebro las palabras: agrupándolas por significado, El País 28/10(2024
... ¿para qué sirve el periodismo?
El culto a la inmediatez y a la productividad, agravado por los ritmos vertiginosos de las redes sociales y el delirio del clic, ha transformado el periodismo hasta volverlo irreconocible. Mejor dicho: lo que ha cambiado, de forma más profunda y dramática, es la forma en que la sociedad entiende el periodismo y cómo los ciudadanos se acercan (o no) a él. Mientras que las redacciones libran batallas múltiples para ofrecer a sus lectores un espacio crítico y de calidad, la falta de recursos y el demérito de la verdad (por parte de un mercado que no parece ver en ella mucho más que un soporte para mensajes publicitarios) van ganando terreno y quemándolo a su paso.
El problema es a la vez económico y cultural. Nuestros ojos, hiperactivos y cansados por el exceso de estímulos, toman parte del periodismo como un outlet de entretenimiento más; sucumbimos al tic nervioso que nos lleva a abrir el teléfono y consultar a toda prisa el portal de un diario. El giro digital no solo ha acelerado los tiempos de redacción, sino también de lectura. Impera el consumo de contenidos superficiales, la acumulación de titulares y notificaciones de última hora sin una narración meditada que los contextualice o trascienda. Acercarse a la prensa en internet a menudo significa entrar en una rueda de hámster enfermiza: satisface una pulsión a corto plazo, aplaca momentáneamente la adicción a la información, pero no logra profundizar en la función principal del periodismo: fomentar el espíritu crítico, y democratizarlo. La necesidad de saber, de estar al día desplaza la voluntad de preguntarse, de reflexionar, incluso de empatizar con los otros sobre los que se lee.
Maximizar la velocidad de la información a costa de la reflexión reduce la verdad a una cuestión binaria: o sí o no, o falso o cierto, o malo o bueno. Su único fin es resolver un problema, zanjar una cuestión. Se pierde el valor más profundo de la verdad: su búsqueda. Es cuestionándonos cuando activamos nuestras ideas y percepciones, y alcanzamos un mayor entendimiento de cuanto nos rodea.
Amanda Mauri, La esperanza según Teresa, El País 28/10/2024
No es el preguntar por el ser un preguntarse vacío; no es discutir sobre si una persona en particular es «buena» o «mala» (en sentido moral), sino que es superar estas concepciones con tal de dotarnos de una profundidad de pensar y de sentir mucho más elevada. En definitiva, la pregunta por el ser no es más que la pregunta por lo más esencial de la existencia. Soy existente precisamente porque me muevo en el ser.
Y es que sería cuanto menos un insulto al pensamiento filosófico occidental si se ignorara a los hombres que, a partir de la sorpresa, indagaron en la pregunta que estoy planteando en el presente trabajo; hombres gracias a los cuales Aristóteles puso sobre la mesa la pregunta por el ser, oscura y densa, por cierto; y gracias a todos ellos se ha intentado seguir filosofando debidamente, a excepción de algunas épocas en las que nos alejamos de aquello esencial.
El asombro, la sorpresa y, en cierta manera, la angustia que genera la grandeza de la realidad es lo que nos da el empujón a preguntarnos por el más allá. Y no es un «más allá» en un sentido cristiano o teológico. Es más bien, como diría Edmund Husserl (1859-1938): «volver a las cosas mismas». ¿Por qué hay cosas que son como son y no son de otra manera? ¿Por qué esta cosa es esta cosa y no otra completamente diferente? ¿Qué es lo que hace que esta cosa haya llegado aquí, justo para que la perciban mis sentidos? Si tenemos estas cuestiones en cuenta: ¿hacia dónde debería tender la humanidad, y cómo deberíamos relacionarnos con el ser? Antes de todo: ¿qué es, o podría ser, el ser?
Ya Parménides abrió la puerta hacia el preguntar la pregunta por el ser y la Verdad (sin moralina). Y, tal y como nos enseñó, la Verdad jamás se dejará encontrar con facilidad. De hecho, aunque intentemos forzar su aparición, es improbable que ésta aparezca como si de una flor en primavera se tratase. Aunque, quién sabe; habrá que «darle vueltas» al asunto.
Ahora que se ha «preguntado la pregunta» por el ser, se puede empezar a indagar en él; a tratar de iluminar la pregunta más oscura y nebulosa de la filosofía.
Marcos Castells y Giménez, ¿Qué es preguntar la pregunta por el ser?, jotdown 26/10/2024
En la serie de televisión Vórtice, un policía que investiga un suceso en una playa con la ayuda de la realidad virtual descubre lo impensable. En un momento dado, y a causa de un error del sistema, el protagonista entra en contacto con el tiempo pretérito en el que su mujer fue asesinada. Por esa rendija temporal puede trasladarse a entonces y tratar de descubrir qué sucedió. Al poco de empezar su investigación se da cuenta de que las decisiones que toma en ese pasado para descubrir lo sucedido afectan irremediablemente a su presente. Las consecuencias, insospechadas e indeseadas, le afectarán no solamente a él. Al tratar de reconducir y modificar el pasado para evitar que su mujer vuelva a ser asesinada, va modificando también las vidas de los demás. Habrá personas que nunca llegarán a conocerse, amantes que no se entrelazarán, hijos que no llegarán a nacer y vivos que tampoco fallecerán. Todo por cambiar una coma del pasado.
Miquel Seguró, El tiempo no solo es oro: por qué intento ser puntual, El País 26/10/2024
I
Las grandes catástrofes, como la guerra o los desastres naturales, muestran verdades políticas que la normalidad tiende a ocultar.
II
Por una parte, lo más miserable se pone de manifiesto sin máscaras. Pienso, por ejemplo, en el vecino que sale a ayudar y los ruines aprovechan su ausencia de casa para ocupársela. Pero pienso también en tantas personas como se han jugado la vida en situaciones de extremo riesgo para ayudar a sus semejantes. Y en los que se limitan (nos limitamos) a ver el espanto con nuestra conciencia en nuestras inútiles manos caídas.
III
Y pienso, sobre todo, en los más que comprensibles cabreos. La desesperación política necesita responsables políticos. No digo que no los haya. Probablemente los hay, y deberán, si es así, rendir cuentas. Pero la inevitable y políticamente necesaria exigencia de responsabilidad a las personas nos permite ignorar la imposibilidad de pedir responsabilidades a la naturaleza. Nadie pudo prever que caerían más de 400 litros por metro cuadrado en tan poco tiempo.
IV
En definitiva, es más consolador sospechar que el culpable es el otro que lo otro. Ante el otro, mi desgracia era evitable; ante lo otro, mi vulnerabilidad es absoluta. Ante el otro, el consuelo (por precario que sea) de la ley; ante lo otro, la fragilidad sin consuelo.
V
Si soberano es quien tiene capacidad de decretar el estado de excepción, la naturaleza es más soberana que la política. Y por eso mismo es más irracional.
I
Día larguísimo el de ayer. Los relojes adquirieron una consistencia daliniana y se independizaron de la aritmética.
II
Me levanté con un malestar estomacal que le daba pesadez a todo mi cuerpo. No presagiaba nada bueno. A las 9:00 había quedado a desayunar con Javier García Cañete, que es la persona que mejor ríe del mundo. Lo hace de una manera tan natural que su risa es la prolongación obvia de su sonrisa. Los ojos se le iluminan, sus manos adquieren vida propia y su presencia se convierte en un abrazo. Desayuné poco y a desgana, temiendo que no pudiera digerirlo.
III
De las 10:00 a las 12:00 estuve en la Fundación Botín, intentando aparentar que me sentía bien. Y lo cierto es que me sentía muy bien, pero temiendo que de un momento a otro tuviera que salir corriendo a vomitar. Los jóvenes de la Botín. son oro en paño. Podría pagar por pasar dos horas con ellos hablando, ni más ni menos, que de la esencia de lo político con la ayuda de Platón. Pero va y me pagan a mí.
IV
Acabé mareado, pero no creo que nadie se diera cuenta, y me fui andando hasta Atocha, pasando, eso sí por Salustiano Olózaga en busca de una librería de viejo que encontré cerrada.
V
En el AVE me di cuenta de que tenía un mensaje de correo de B. que aludía, desee París, a algo de lo que yo no tenía noticia: de las desoladoras inundaciones de Valencia.
VI
Hasta que no llegué a casa no pude vomitar el pobre desayuno. Me metí en la cama a las 20:00 y hoy me he levantado, sin pizca de mala conciencia, pasadas las 11:00. De hecho, si no hubiera sido porque mi nieto venía a comer y tenía que hacer la compra y la comida, me hubiese quedado más tiempo entre las sábanas.
VI
He pasado la tarde tumbado en el sofá. Hace unos minutos han llamado a la puerta. "¿Truco o trato?", me han gritado. Les he contestado que no tenia nada para darles y he recibido como respuesta una grosería que no es necesario recoger aquí.
Todos tenemos un conflicto permanente con nuestro personaje, esto es, con nuestro yo público, que suele ser también nuestro yo ideal, aquél que querríamos moralmente ser y que, a falta de serlo, procuramos aparentar ante el espejo de los otros. Nadie se libra de ese conflicto entre ser y deber ser, entre la persona real y el personaje que exhibimos. La energía que esa tensión genera nos empuja, cuando es positiva, a perfeccionarnos y, cuando es negativa, a esconder lo que no somos capaces de afrontar.
Un consabido y perverso mecanismo de defensa con el que ocultar esa hemorrágica contradicción interna entre lo que decimos y lo que hacemos, es el de exagerar ante los otros nuestra presunta integridad y fortaleza moral. Y para ello nada mejor que autoerigirnos en sumos inquisidores, esto es: en indignados moralistas consagrados al azote del pecado ajeno.
No hay truco más viejo para pasar por santo (incluso a nuestros propios ojos) que demonizar al prójimo. Mucho más si el linchamiento es colectivo y uno se erige en sacerdote del sacrificio del chivo expiatorio de turno. Hay que desconfiar siempre de estos moralistas furibundos: suelen ser los peores viciosos, tanto que no tiene otra forma de «curarse» de sí mismos que alimentando un siniestro teatrillo de sombras en el que ellos se alzan providencialmente como santo fuego purificador.
Caso de confirmarse, el de Errejón es de justicia poética. Con él, el moralismo impenitente de esa izquierda vigilante y canceladora, azote del capitalismo y el machismo ajenos, parece irse definitivamente por el hueco del inodoro; por el del chalé de Galapagar o por el de los garitos en los que Errejón pillaba cacho en la versión de Mr. Hyde previa e indignadamente vilipendiada por él mismo. La lección es vieja y clara: nunca digas de esta agua no has de beber; sobre todo si eres un machote con la cabeza llena de hormonas disfrazadas de ideología justiciera.
Y lo peor de todo: el recurso al trastorno psíquico, es decir, a la psicologización del vicio, a la conversión de la contradicción moral (que todos más o menos llevamos a cuestas) en una patología que nos exime de hacernos responsables de nada, reduciéndonos a pacientes sometidos a tratamiento (en lugar de agentes capaces de tratar críticamente con nosotros mismos). Al final, lo de considerar a Errejón como un niño grande va a ser algo más que una broma. Un tiránico e inmaduro niño grande al que hemos prestado un poder inmerecido y del que no solo las mujeres, sino también y sobre todo los varones hemos de cuidarnos; probablemente porque aún lo llevamos dentro.
IV
Al atardecer, encuentro con dos amigos que dedicamos a hablar de aquel intelectual del régimen franquista que fue Fueyo, un teórico serio del fin de la historia mucho antes que a Fukuyama le diera por tocar este palo.
V
A las ocho, cena en casa de Ana Palacio, como siempre, interesantísima compañía y sabrosísima cena.
VIEl día acabó con tormenta. Lluvia sobre Madrid y sobre mi laberintitis. Pero la vida es eso, un inmenso fenómeno deportivo con vértigos y vómitos esporádicos. Bendita sea.I
Pasé ayer buena parte del día en la entrañable ciudad de Toledo, rememorando a Cervantes, a Juanelo Turriano y a aquel hombre de palo al que la ciudad le dedicó una calle junto a la catedral.
I
II
No sé a qué hora me metí ayer en la cama, pero cuando me despertó el teléfono eran las 8 de la tarde. Mantuve una conversación corta y educada y me volvía dormir. Oblomov.
III
Estuve en Encuentro Madrid, interviniendo en una mesa redonda junto a Tania Alonso y Bianca Thoillez. Ser invitado a este acontecimiento, tan singular, es un premio enorme. Aquí la sonrisa natural, sin afectación, la cordialidad transparente y los reencuentros alegres conforman el equipamiento de serie. ¡Qué bien! ¡Cuántos abrazos di! Volví a a hablar, entre otras cosas, de la esencia transfinita de la técnica, de su imperiosa necesidad de sobrepasar cualquier límite que se haya impuesto a sí misma y de vivir permanentemente, por lo tanto, en un mundo provisional y evanescente. Pero si esta es la lógica de la técnica, sólo lo es en parte de las cosas humanas y aquí radica la situación singular de los humanos en la era de la técnica.
IV
La esencia de la técnica lleva al consumidor a creer de manera espontánea que lo útimo es siempre superior a lo penúltimo y que, por lo tanto, el presente tiene legítimo derecho a enjuiciar el completo pasado como un mero precedente. Conclusión: si escribimos después de Cervantes, somos mejores escritores que Cervantes... ¿o no?
V
I
A veces me gustaría ser como Oblomov y vivir en bata y zapatillas sin salir de casa. Levantarme tarde de la cama, ir arrastrando los pies hasta el sofá, tumbarme a la bartola, echar una mirada lánguida al techo, pasarme la mano por la frente y volver a la cama convencido de que "hoy ya he hecho bastante por el bien común". Pero en vez de ser como Oblomov, me subo sobre mis propios hombros y ando corriendo de aquí para allá.
II
Estoy en Madrid. Ayer por la mañana defendí en un foro que la lógica interna que guía a la tecnología es la del dinero. Lo que valen la una y el otro no tiene nada que ver con su valor intrínseco, sino con lo que nos permiten conseguir. Y así como un billete de 100€ no es sino pura potencialidad, de modo que su esencia es la disponibilidad que me proporciona; la tecnología vale lo que puedo hacer con ella. El billete va perdiendo su valor con el tiempo (cada día que pasa se pueden comprar menos cosas con 100€) sin que por ello se vea afectado el brillo del dinero. Los productos tecnológicos poseen un valor cada vez más efímero y caen en la obsolescencia rápidamente, empujados por la aparición de nuevos productos, sin que por ello se apague nuestra fascinación por la tecnología. Nuestras casas se llenan de cacharrería mientras la tecnología remonta ufana esa misma obsolescencia, porque vive de superar cualquier límite que se haya establecido a sí misma previamente.
III
Ayer cené huevos revueltos con virutas de queso de Idiazábal con alguien que me resulta tan entrañable como admirable, José María Torralba, y después estuve tramando con Josefina Stegmann la manera de traer a Madrid a un muy importante argentino.
IV
Hoy participo en Encuentro Madrid en una mesa redonda que tratará de la transmisión. Intentaré defender que no ha habido más ferviente partidario de la transmisión que Picasso, el mayor artista del siglo XX, cuya obra se nutre de una reapropiación creadora de la tradición. La transmisión, tal como yo la entiendo, no se propone mantener el pasado en un museo al que podamos visitar de vez en cuando en busca de inspiración, que vive en nuestra inspiración, en la misma densidad del presente. Su manera de vivir es vivir en lo que nos mueve.
V
Pero a veces me gustaría ser como Oblomov.
VI
Los Andes, ya tan lejanos...
T
A través de l’assessorament filosòfic els nostres patrons habituals de conducta i emocions vénen marcats per una autoimatge distorsionada, una falsa identitat, que hem assumit com a real. En aquest cas, la consultant, després d'alguns mesos d'un treball d'autoconeixement filosòfic, ha vist que s'identifica amb la idea que és una persona que no és digna de ser estimada tal com és i, en conseqüència té por de ser rebutjada. Vegem, a través d'aquest diàleg extret d'una sessió d'assessorament filosòfic, les conseqüències i l’impacte que aquesta por a ser rebutjada té a la seva vida.
Sobre el rebuig
Consultant (C): Em sento rebutjada moltes vegades. De fet, crec que és una pel·lícula meva encara que no puc evitar que operi a la meva vida. Em sorgeix de manera mecànica, hi ha una certa predisposició a tenir en compte un possible rebuig cap a mi per part dels altres. Davant d'aquesta por el que faig és intentar ser complaent (cada cop menys) i, també intento fugir a l'hora d'establir noves relacions o no mostrar-me tal com sóc.
Filòsofa assessora (FA): Quin sentiment afloren quan et sents rebutjada?
(C) Sento principalment tristesa, molta tristesa…una sensació d'impotència, de pèrdua de ganes de viure o inapetència vital. No és una sensació insuportable però és prou dolorosa per adonar-me que hi ha alguna cosa meva que he de treballar, alguna cosa que he de responsabilitzar-me i, depèn, en certa manera de mi.
(FA): Què suposa el rebuig per a tu?
(C): No he estat totalment conscient de la gran importància que té el rebuig a la meva vida. A través d'aquest treball d'autoconeixement que estic fent veig que és un dels elements claus que impossibiliten que visqui d’una manera més plena. A les meves relacions, sempre és present aquesta necessitat que em vegin, em reconeguin i em valorin. També sorgeix la sensació de no veure'm capaç de fer les coses per mi mateixa. Sempre al terreny laboral busco un grup on refugiar-me per disminuir les repercussions que hi pugui haver per la meva mala gestió, manca d'intel·ligència o poca preparació. En relació al tema de parella, s'han donat les relacions amb persones que sento em rebutgen o no es volen comprometre. Ara mateix tinc una relació en què sí que hi ha implicació i compromís en què em sento respectada, valorada, reconeguda i escoltada. Però, ara que descobreixo la ferida amb tota la seva força veig que aquesta relació no és tan desinteressada, en el sentit que veig que no és tan incondicional, perquè potser és la por al rebuig és el que fa que estigui en aquesta relació. És a dir, estic en una zona de confort que no m'enfronta als meus temors més profunds: el rebuig.
D'altra banda, no sóc capaç de mostrar-me per les presumptes repercussions d'una imatge distorsionada de qui sóc. Veig, que en el fons d'aquesta por al rebuig, hi ha un rebuig de mi mateixa, en què hi ha por que riguin, m'ignorin o no em vegin capacitada per qui sóc.
(FA): Entenc que això pot comportar problemes a l'hora d'establir noves relacions o de mantenir les que tens. És així?
(C): Sí, és així. Per exemple, si algú decideix prescindir de mi en el terreny laboral o una persona que m'agrada en una relació sentimental no m'escull a mi, sento que m'estan rebutjant perquè no sóc prou vàlida, bona, maca, jove… El que produeix dolor és aquest rebuig de la meva persona. El que faig quan experimento aquest dolor és fugir i desconnectar-me de l'altre. També, m'enfado perquè ho percep com un atac personal.
(FA): Aquest sentiment de rebuig t'està mostrant alguna cosa? Creus que pots aprendre alguna cosa?
(C): Aquest sentiment de rebuig, com he dit abans, sé que és una pel·lícula meva, que és una dramatització, que quan hi ha susceptibilitat i estic alerta s’està mostrant que hi ha una part meva que no és tan sàvia, que és fruit de coses a la meva vida que encara he de mirar i aprendre. Partint d'aquí et responc que sí, que aquest sentiment de rebuig m'està mostrant alguna cosa. Crec que m'està mostrant un camí de reconciliació amb mi mateixa, en el sentit de convidar-me a mostrar-se sense filtres…sé que aquesta por del rebuig vol protegir-me del dolor de no ser reconeguda, valorada o estimada. Però també sé que això em comporta més dolor.
He començat a comprendre que aquest sentiment de rebuig necessita espai i l'estic donant…començo a confiar que aquest sentiment de rebuig em portarà a aprendre una lliçó de vida que hi és i que encara no acabo de veure.
(FA): Entens, doncs, que hi ha un procés que està en marxa i que tot això té un sentit?
(C): Sí, entenc que perquè es doni una relació bona i fructífera amb els altres cal començar amb la relació que tinc amb mi mateixa. Mostrar-me és important. Desenvolupar allò que sé, allò que puc aportar sense haver de generar relacions de dependència amb els altres. Estic prenent certes decisions que van en relació amb això i ho estic fent des d'una part meva on em reconec i no suposa esforç, expectatives, ni tampoc temors. Sento, que vull continuar descobrint…a on em porta tot això…sense esperar, ni exigir, ni establir judicis valoratius. Suposo, que és el camí que em porta a un amor incondicional, no intervingut per aquests condicionants de por que em bloquegen.
(FA): És interessant això que dius de l'amor incondicional…creus que estableixes condicions a les teves relacions?
(C). Sí, no ho havia vist fins ara... La meva suposada flexibilitat, comprensió i tolerància està supeditada a aquesta por del rebuig, a quedar-me sola. També, de la mateixa manera, aquesta recerca de reconeixement, de complaure i d'agradar a l'altre és una estratègia que persegueix que m’estimin… Entenc que no comptar amb mi sempre, o que decideixin no estar amb mi… no vol dir que no m'estimin sinó que estan en un procés diferent i necessari per a ells. Si és necessari i bo per a ells també ho ha de ser per a mi. És comprendre, en última instància, que el que crec que em passa no és el que passa de debò. És important donar marge al fet que la vida col·loqui el que no depèn de mi al seu lloc…i no esperar res. Com em costa això de no esperar res!!!! Veig com aquesta espera em porta a fabricar fantasies per no veure el que no m'agrada de la meva vida ara i em costa d'abordar… Bé, necessito aturar-me i observar més tot això…
(FA) Sí, podem reprendre aquesta indagació sobre les repercussions que té el rebuig a la teva vida. És important que tot el que hem anat descobrint avui vagi fent el seu recorregut i que ho segueixis observant els pensaments i les emocions que van vinculades a la teva vivència sobre el rebuig.
En el AVE me he leído el último libro de Pascal Bruckner, Vivir en Zapatillas. Lastra su lectura su excesiva dependencia de algo que parece quedar muy remoto, la pandemia de la COVID. La auténtica lección que nos depara esta pandemia es la recurrente necesidad de olvido de la naturaleza. Este olvido no es un capricho, es la condición sine qua non que permite la emergencia de la cultura. He comenzado subrayando abundantes frases del libro y he acabado tachando el nombre del autor. De Bruckner esperaba mucho más.
III
Por la mañana me ha llamado un periodista que quería saber mi opinión sobre la admiración de los adolescentes por Ilia Topuria. ¿Y qué tiene de nuevo la atracción del gladiador? Como los progres creen que todo en el ser humano es cultural, son incapaces de entender la pervivencia de lo ancestral, por la que asoma sus orejas la naturaleza. La cultura, insisto, es el esfuerzo sostenido por mantener a la naturaleza más allá de los límites de las cosas humanas (en el olvido). Pero en cuanto te descuidas un poco, las malas hierbas ya se han adueñado de tu campo de cultivo.
I
Lima es una ciudad extraña, una ciudad de nieblas, polvo y una llovizna de pelusilla, de una extensión que desanima al caminante. Pero es también una de esas ciudades que va revelando sus secretos poco a poco y así, sin darte apenas cuenta, vas cayendo en las redes de su seducción. Hay rincones que derraman lisuras.
I
De Cuzco, la Plaza de armas, para mí, más impresionante que los monumentales restos incaicos de los alrededores porque de estos uno se siente ajeno, pero de la plaza... Ese grandioso lugar hecho para encontrarse, para vivir cara a cara, para disfrutar de conversaciones intrascendentes, para pasear al buen tuntún, para sentir el eje de las cosas humanas en el mero estar de paso , para encontrarse, quizás, con el requiebro de la amistad... La plaza es el invento humano que da forma urbana al deseo de copertenencia.
Entrevista en El Nacional. Exquisito pincho de tortilla de patatas con cebolla y gloriosa caña de cerveza. Hay momentos que dan sentido a un día. Con frecuencia se encuentran en ese balcón privilegiado a la plaza mayor del mundo que es la barra de un bar
III
Me llama un jefe de inspección de una comunidad autónoma. Quiere que dé una conferencia a los inspectores de la comunidad sobre la importancia del curriculum. Hace ya algunos años, cuando la fiebre innovadora comenzó a tomar cuerpo en Cataluña, dije en una charla ante un grupo numeroso de profesores de secundaria, que más tarde o más temprano los innovadores descubrirían la importancia del curriculum. Parece que ha llegado el momento. «En las escuelas se hacen muchas cosas, pero no estamos seguros de que se aprenda», me dice el inspector. Y me callo mi satisfacción por no sentirme, al fin, solo defendiendo lo que siempre me ha parecido evidente.