Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
No olviden que a las mujeres iraníes (y a las que viven en otros países islámicos) les toca sufrir una triple opresión: la de ser mujeres en un mundo diseñado por y para los hombres, la de vivir bajo una dictadura, y la de soportar un régimen teocrático en el que la mujer es estigmatizada como propiedad del varón, cuando no como criatura del demonio.
Sin embargo, el clamor de las mujeres iraníes apenas ha generado eco en nuestro país. Yo, al menos, no he visto manifestación o algarada ninguna sobre este asunto, ni en la calle ni en las redes, especialmente desde la izquierda habitualmente autoidentificada con las luchas feministas. De hecho, si uno revisa la prensa militante, apenas encontrará unos pocos artículos al respecto. ¿Por qué?
¿Será la sospecha de que detrás de las protestas existe algún tipo de complot «imperialista» para desestabilizar el país?... Uno se resiste a pensar que se pueda caer intelectualmente tan bajo, pero no sería la primera vez. Si la Guerra y la resistencia de Ucrania es reducible, según parte de esa misma izquierda, a un turbio movimiento de la OTAN en su estrategia de acoso a Putin «el desnazificador», las desesperadas protestas de las mujeres (y de buena parte de la población) en Irán bien podría ser un movimiento instigado por Occidente para meter en vereda a esos rebeldes ayatolas antiimperialistas-entronizados-por-los-imperialistas (y no – ¡por supuesto! – por culturas tan habituadas a la democracia y a la igualdad de género como la persa o la chiita).
¿Pero será todo esto cierto? ¿Será que los americanos y sus secuaces, las viejas potencias coloniales europeas, están subvirtiendo los valores culturales iraníes (tan democráticos como los rusos, los chinos o los de Corea del Norte) para imponer su injusto y etnocéntrico concepto del mundo? ¿O será, más bien, que la gente, que no es imbécil, y sabe cómo vivimos en el «imperio», quiere gozar del mismo nivel, no ya de bienestar (que ese, a veces, no falta), sino de libertad que tenemos aquí?
¿Y qué es esa libertad tan valiosa de la que gozamos los occidentales – preguntarán algunos de los que se han formado en la tradición crítica occidental –? Obviamente no es la de vestir como nos da la gana (aunque ninguno de nosotros soportaría que un «policía de la moral» nos dijera cómo llevar la boina o el pañuelo palestino al cuello). Tampoco se trata de la «libertad»de escoger dónde vamos de vacaciones. La libertad que nos caracteriza es la de poder cuestionarlo radicalmente todo (las ideas, los valores, los dioses, el poder de los poderosos…) sin afrontar, ni de lejos, las mismas consecuencias que en otras partes del mundo. Tal vez no sea mucho. Pero es más de lo que nadie tiene.
¿Y que es esta una reflexión eurocéntrica? Desde luego. Y a mucha honra. No en vano somos la única civilización que yo conozca que ha elevado la autocrítica y la concepción universalista del ser humano tan lejos como para tacharse a sí misma de «etnocéntrica» y reflexionar sistemática (y hasta obsesivamente) acerca de su responsabilidad con respecto a otras culturas.
Y es por ello, y por muchas otras cosas, que Occidente es justo objeto de emulación. El problema está en qué es lo que se imita de él. Así, los tiranos usan la tecnología occidental para violentar los derechos individuales bajo la apariencia del rechazo de los valores del “impuro” Occidente (de los valores, que no de los lujos, claro), mientras que, del otro lado, la gente, buscando librarse de esos mismos tiranos, imitan el modelo occidental de libertad fundado en el pensamiento autónomo, los derechos individuales, la educación laica o la igualdad de hombres y mujeres.
La clave, pues, para ejercer una actitud eurocéntricaadecuada y madura es fomentar este segundo tipo de “imitación” o apropiación de los valores occidentales. ¿Por qué no? Si ya hemos exportado a nivel global el capitalismo y el marxismo, o el paradigma científico-mediático de producción de ideas, tendríamos que hacer lo mismo con lo mejor de nuestra cultura, que no es solo el poder quitarse el pañuelo obligatorio de la cabeza, sino el hábito de cuestionar todo lo que hay dentro de ella. Al fin – insistimos –, no hay nada más occidental que el pensamiento crítico, incluyendo el pensamiento crítico de lo occidental. He ahí por qué se puede ser absolutamente eurocéntrico (y oponerse a todo fundamentalismo y tiranía) y no serlo a la vez en absoluto.
Impartiré un curso en línea sobre LA CONFIANZA. Se trata básicamente de iniciar un trabajo de autoconocimento filosófico. La indagación gira alrededor de la confianza, concretamente, en la confianza incondicional de la realidad, que nos sostiene, acoge y nos lleva a reencontrarnos. Veremos las resistencias, dificultades y creencias que operan en relación a la confianza/desconfianza en nuestra vida, en definitiva, lo que nos une y nos separa del mundo y de los demás.
Hay un artículo que puede facilitar una mayor comprensión sobre el contexto filosófico del que parte y profundiza este curso. Es el siguiente: Sobre la confianza.
El curso es desde el 19 de octubre hasta el 23 de noviembre. Nos reuniremos todos los miércoles (18.30h-20h) a través de la plataforma Zoom.
Más información/inscripción del curso.“Siento que no estemos en el mismo partido político; pero ¿qué remedio? Y lo más tristemente chistoso es que estamos en opuestos partidos, no por ser opuestas nuestras opiniones e ideas, pues yo tengo la evidencia de que pensamos lo mismo en todo, sino por esto que llaman disciplina de los partidos, que nos tienen como alistados en una tropa o pandilla y regimentados a usted, bajo la bandera y mando de Cánovas, y a mí, bajo la bandera y mando de Sagasta, lo cual por mucho que estimemos a los tales caudillos, es incómodo y algo vejatorio”.
- Carta de Juan Valera, siendo embajador de España en Viena, a Marcelino Menéndez Pelayo. 17 de abril de 1893.
Le voy cogiendo cada vez más cariño a Valera a medida que voy conociendo sus debilidades, que son muchas, pero ninguna tan grande como sus virtudes.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Una de las diferencias más llamativas entre los paisajes del norte y el sur de España son los cercamientos de tierra, escasos en el norte y omnipresentes en el sur, donde la inmensa mayor parte del territorio está habitualmente rodeado de cercas y alambradas. El caso de Extremadura es particularmente llamativo. Con una superficie forestal del 70% o más de su territorio, el 90% de ella propiedad privada, recorrerla (hasta donde se puede, que no es mucho) es como atravesar o circunvalar una inmensa finca salpicada de pueblos y cortijos sin solución de continuidad.
Si no lo cree, intente usted salirse del asfalto o de alguna pequeña población para dar un paseo por las inmensas dehesas y serranías extremeñas. En la mayoría de los casos acabará frente a una verja infranqueable o una alambrada de espino. En muchas ocasiones no hay forma de acercarse a la ribera de un río (que es terreno público) o de visitar ciertos lugares con valor patrimonial (y que deberían ser públicos) sin tener que atravesar terrenos privados.
Hay, desde luego, parajes protegidos, pero son escasos, pequeños y de acceso parcial. Algunos, como el Parque Natural de Cornalvo (el único, que yo sepa, de la provincia de Badajoz), es poco más que un “pasillo” rodeado a ambos lados por kilométricos cotos privados (de caza, la mayoría, lo que hace muy desaconsejable pasar por allí cuando se abren las vedas o se celebran batidas).
Se nos dirá que no es imprescindible meterse en el monte o atravesar dehesas, y que existe una amplia red de caminos por los que recorrer la región. Pero esto, en la práctica, no es cierto. Pese al notable esfuerzo de la administración autonómica por delimitar vías y cañadas, o elaborar catálogos de caminos públicos, una gran parte de estos (cuya gestión corresponde mayormente a los municipios) está en riesgo severo de desaparecer. Algunos se difuminan de una temporada a otra, por falta de cuidados o por usurpación de parcelas o viviendas vecinas, y otros son convertidos de facto en caminos privados, cerrándolos con verjas y candados, y disponiendo junto a ellos del correspondiente cartel prohibiendo el paso.
En relación con esto último no es nada fácil, además, denunciar el hecho. Primero porque cuando uno sale al campo lo último que quiere es perder el día discutiendo o haciendo gestiones (bastante es ya tener que consultar antes de salir los mapas oficiales y la página del catastro para prever el encuentro con las cercas – un trámite casi siempre inútil, pues a menudo los caminos que sobre el papel aparecen como públicos, sobre el terreno están cerrados a cal y canto –). Y, en segundo lugar, porque los trámites para demostrar que un camino público ha desaparecido o ha sido ocupado por los dueños de una finca son tan largos y complejos que solo con mucho tiempo y con asesoramiento jurídico (o con ayuda de plataformas u organizaciones ciudadanas, que alguna hay) podrían dar el fruto esperado.
Y no se trata aquí de hacer ninguna soflama política en favor de la colectivización de la tierra o nada por el estilo, sino solo de reivindicar que el mayor bien que tenemos en Extremadura, y que es su inmenso patrimonio natural y cultural, uno de los más grandes y mejor conservados de Europa, esté al alcance de todos y se pueda acceder a él con normalidad. En otras comunidades se respeta igual la propiedad privada y uno puede recorrer campos y montes a placer, sin vallas, verjas ni guardas. ¿Por qué aquí no?
Para ello es necesario establecer sobre el terreno (y no solo sobre el papel) una buena red de caminos francos, bien señalizados, cuidados y vigilados, de manera que cualquier ciudadano pueda pasear, hacer deporte o senderismo, bañarse en un río, o hacer turismo cultural y medioambiental en general, sin tener que participar en una yincana de obstáculos (incluido el encuentro con guardas más o menos amables), y sabiéndose respaldado y protegido por la ley, algo que no siempre ocurre (prueben ustedes a ser atendidos un fin de semana por el SEPRONA, un cuerpo de la Guardia Civil preparadísimo y servicial como pocos, pero que debe tener unos efectivos absolutamente insuficientes para las necesidades de una comunidad como la nuestra).
Se calcula que en Extremadura existen (o existían) unos 70.000 kilómetros de caminos y vías rurales de uso público. Es hora de ponerse serio con los ayuntamientos y con los intereses particulares de unos pocos, y revitalizar y modernizar esa red de vías de comunicación. El objetivo es promover un desarrollo rural y turístico sostenible, y que Extremadura no siga pareciendo a ojos de nadie, y en ningún sentido, el inmenso cortijo o coto privado para nuevos (y viejos) ricos que todavía era cincuenta años atrás.
Llevo varios días sin aparecer por aquí. Y no es por falta de cosas que contar, sino de tiempo para escribirlas.
El jueves pasado, día 15, conocí, al fin, personalmente, al maestro Benet Casablanca, posiblemente el compositor catalán más relevante en estos momentos y un gran, gran humanista. Hablar con él es un lujo y hacer planes conjuntos para el futuro, una aventura profesional que -ya lo verán- saldrá bien.
Antes de nuestro encuentro en El Auditori, disfruté de una comida pantagruélica y una muy larga sobremesa con cuatro amigos en el 9Nine: Callos con garbanzos de primero y una monumental paella de segundo.
Y antes estuve en la presentación de la editorial Rosamerón en un bar de l'Eixample.
Cuando puedo, voy recopilando documentos sobre Juan Rana, el conde-duque de Olivares y sor María de Jesús de Ágreda. Si cuaja lo que tengo entre manos, ya les contaré. Pero voy muy despacio.
Tengo en mis manos un ejemplar de Mi vida con Marx, de Alain Minc, publicado por Herder. Algo tengo que ver con su publicación y, además, he escrito el prólogo. Satisfecho, sin duda... aunque no me acaba de gustar la portada.
Ayer, lunes, presentación de El eje del mundo en la librería Alibri. Bien rodeado de personas a las que aprecio mucho y de algún desconocido que ha dejado de serlo. Hasta un navarro se coló por allí. Muy emocionantes las palabras de Dani Izquierdo, que hizo un esfuerzo titánico por estar allí. ¡Qué gran tipo! El sabio Andreu Jaume estuvo generoso y amable, incluso cordial. Lo primero que me dijo fue "¡Has citado la Biblia del Oso!" ¡Claro que la he citado! Él, Andreu, ha sido su reciente editor y ha escrito, además, un prólogo luminoso.
He terminado y enviado las respuestas a unas preguntas sobre el Siglo de Oro que aparecerán en el Culturas de La Vanguardia y un artículo para Catalunya Cristiana en el que he cometido la impertinencia de defender la virtud de la obediencia. El artículo que apareció en ACEPRENSA ha tenido un eco considerable. Colaboraré en estos dos últimos medios con una periodicidad bimestral.
Todo está bien y todo es pasajero. Lo único realmente perdurable desde un punto de vista estrictamente biográfico no es el producto, sino la actividad. Y lo más gozoso, el reencuentro con la a mistad.
Para imaginar a futuros ciudadanos y ciudadanas con un buen autogobierno emocional, capaces de crecer a través de las adversidades, de generar vínculos profundos y genuinos; y de dar respuestas justas, creativas, bondadosas, útiles ante la vida, debemos educar con esa finalidad.
Este libro busca acompañar a los centros educativos que desean ser motores del desarrollo emocional de su alumnado, mostrando todo lo que deben tener en cuenta para convertirse en escuelas emocionalmente competentes.
Para ello se abordan los tres grandes factores de cambio: el profesorado, el alumnado y las familias. Y se explican estrategias para que una escuela pueda pasar a la acción y provocar un cambio educativo y social educando a niños, niñas y jóvenes con un buen desarrollo emocional.
Sobre la autora
Laia Mestres Pastor. Con más de veinte años de experiencia como docente, su carrera profesional dio un giro cuando, trabajando con el alumnado de Formación Profesional, se dio cuenta del poder de transformación profunda que la educación emocional suponía para los jóvenes a todos los niveles. Después de un intenso período de formación en el que nunca se alejó de las aulas redirigió por completo su carrera al mundo de la Educación Emocional. Mestres goza de una amplia y dilatada experiencia en la implementación de proyectos integrales de desarrollo emocional dirigidos a la comunidad educativa. Entre otros, ha creado el programa de educación emocional “Look Inside”, destinado a las etapas educativas de Infantil, Primaria y Secundaria. Así mismo, dedica parte de su actividad profesional al ámbito sociocomunitario y sociosanitario. Actualmente dirige «Un cervell inusual”, propuesta centrada en la creación, implementación y evaluación de programas de Educación Emocional.
Primeras páginas de Escuelas emocionalmente competentes.
La entrada Escuelas emocionalmente competentes se publicó primero en Aprender a pensar.
Hace años se difundió a partir de la novela de su autor Comarc McCarthy con el título "La carretera" una road movie donde en una distopia viajaban un padre y un hijo en busca de la salvación. En la adaptación de la película , la situación apocalíptica presentaba la situación en su origen como llena de cataclismos, de terremotos y temblores, de cambio climático, de carestía de alimentos, de epidemias y pandemias que se propagaban. En el viaje se producían muchos elementos que invitaban a la reflexión : la necesidad de salvar un hijo como futuro, la búsqueda de un espacio más lleno de luz, la expiación de las culpas de los padres, la hostilidad de un mundo agresivo, violento, cruel e inhumano... Siempre el mar como esa naturaleza origen de la vida y encuentro de cualquier rio en su final .. En ese viaje se producían situaciones éticas que movían a sus protagonistas a intentar escoger entre salvar su vida y sobrevivir o ayudar a los demás. Especialmente una escena del film donde un hombre negro pide comida y ayuda y la inocencia del niño parece apiadarse en de su situación, aunque luego las buenas intenciones con este hombre acaben en un robo.
En la serie "Hacia el lago" ganadora del primo Golden Eagle, se presenta un modelo similar . Dirigida por Pavel Kostomarov , de producción rusa se mueve en un modelo apocalíptico pandémico . La opulencia de una rusia que frente a la situación de caos hace huir a sus protagonistas por esas carreteras heladas en busca de la salvación. En esta ocasión es un lago el refugio final . Los personajes también diseñados con perfiles que representan un puzle humano representan las historias humanas de miseria, amor, odio, mentira, vergüenza, exclusión, inclusión,... Los hijos de nuevo aparecen juntos a la protección de sus padres , vulnerables ambos por edad y por condición mental , se presentan como inocentes. En el entramado de familias se plantean los encuentros y desencuentros con esa maldad humana que obliga a una sin ética que arrastra culpas y indefensiones . El lago será el fin del viaje donde curiosamente los chinos harán de las suyas . Pero la dosis de espiritualidad ortodoxa , de la buena fe de los médicos salvadores del mundo , de los pragmáticos empresarios venidos a menos , de las prostitutas que intentan sobrevivir o de las psicólogas que planifican y se apropian de las vidas ajenas no devuelve en ningún momento la esperanza. Esta vez con una serie que parece seguir el mismo patrón de la novela muy anterior que hablábamos nos dirige a un vacío, a una desesperación de factores adversos que no permiten creer en nada ni nadie.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Siempre he admirado a los que andan solos, les importa relativamente poco la opinión de los demás, y se mantienen orgullosamente independientes; algo por lo que, paradójicamente, casi nunca les falta la compañía y el aprecio de otros. Casi nunca…
Ahora que andamos (cosas de la edad) en el rito de los encuentros de antiguos alumnos, recuerdo a aquellos compañeros de promoción a los que martirizamos durante años a conciencia (si es que tal cosa como la conciencia es atribuible a los grupos). Recuerdo a tres, ya fallecidos, a los que, por activa o por pasiva, casi todos acosábamos; a uno por afeminado, a otra por “rara” o extravagante, y al otro, simplemente, por no plegarse a los caprichos del más machote de la tribu.
Siento ser tan pesimista, pero creo que, igual que no hay nación sin fronteras, apenas hay grupo humano que no sea, por definición, excluyente, ni que no busque cohesionarse frente (o contra) a los que son “distintos” o no se pliegan a sus creencias y dictados. No hay tampoco asociación humana que no encierre oscuras relaciones de poder, básicamente la que se da entre los que gozan controlando a otros y los que, por pánico a ser excluidos (¡el mayor de nuestros miedos!), se someten dócilmente a los primeros. Todo el resto de la trama, con sus innumerables personajes secundarios (secuaces, pelotas, críticos, bufones, equidistantes conciliadores…), gira alrededor de esa relación principal.
Fíjense también que casi todo lo que cabe reconocer como digno y bello suele ser obra de algún individuo (el arte, las más grandes teorías y descubrimientos, la mayoría de las gestas heroicas o solidarias…), mientras que los actos más execrables y destructivos suelen inspirarlos o perpetrarlos grupos más o menos organizados (mafias, ligas facciosas, sectas, cédulas, manadas – de varones habitualmente –, ejércitos, élites financieras, masas instrumentalizadas…). Ocurre en la vida cotidiana, en la calle, en las redes sociales, en los centros de trabajo, o en las aulas, donde todos los profesores sabemos que la conducta de los chicos varía cualitativamente (casi siempre a mejor) en cuanto se les permite ser y expresarse fuera del grupo.
Es cierto que hay grupos que nos ayudan a desarrollarnos como personas, pero siempre que ese, y solo ese, sea su fin y principio. También es verdad que la unión hace la fuerza, y eso es bueno (si la causa lo es), pero tampoco justifica la trascendencia que damos a lo colectivo. En general, cuanto más instrumentales, flexibles y abiertos sean los grupos, menos peligrosos y más democráticos son. Pues la democracia – al menos en teoría – se funda en el poder de los ciudadanos, y no en el de ninguna asociación o colectivo específicos. Son esos ciudadanos los que, a tenor de su propio criterio, deciden unirse a (o separarse de) otros en cada decisión que toman, sin tener que formar por ello, necesariamente, ninguna asociación (u oposición) estable. Casi la única excepción a esta norma es, a la vez, el principal de los obstáculos para el desarrollo de una democracia plena: los partidos políticos, cuyos intereses fundamentales son, como en todo grupo, el poder y el beneficio propio, y no (o solo secundariamente) el bien de todos los ciudadanos.
Por todo esto, y frente a los cánticos y proclamas en defensa de un colectivismo mal entendido, hay que reivindicar con fuerza el que seguramente sea uno de los más raros logros de la civilización: el del individuo, esto es, el de la idea de que el sujeto al que cabe atribuir identidad, derechos, dignidad y responsabilidad política es, ante todo, cada persona en particular (y no cada familia, partido, secta, nación, género, clase, etnia o pueblo, que la tienen, a lo sumo, por analogía con el individuo). Un individualismo este que no está en absoluto reñido – sino que es sufundamento democrático – con el espíritu comunitario y el interés por lo público y la justicia social.
Y no digo todo esto por nada. El individuo es una flor tan rara como frágil, y que solo surge en la fase culminante (y por ello un tanto decadente ya) de la civilización. Por eso hay que defenderlo con ahínco. Desde la escuela, promoviendo y fortaleciendo el desarrollo personal (no hay fórmula mejor para combatir el acoso), y desde el compromiso con las libertades individuales, conquistadas y amenazadas hoy por dos colosales fuerzas en auge: el populismo y la autocracia. Estas dos fuerzas (perfectamente combinables, como sabemos), tienen como nexo común el desprecio al individuo y la exaltación de lo colectivo, y nos seducen con su promesa de orden, estabilidad política y eficacia económica (véase el espeluznante caso de China o de su secuaz, la Rusia de Putin). Salvarse de ellas requiere de un esfuerzo combinado en muchos frentes, pero también, y sobre todo, de la firme convicción de que la dignidad del ser humano es inversamente proporcional a sus instintos más gregarios.
Escribí recientemente por aquí, de pasada, que la infancia es la única etapa de la vida que no tiene etapas previas. Para la conciencia no hay una preinfancia. Uno llega al mundo sin memoria, vacío de experiencias y con expectativas que versan únicamente sobre lo inmediato. De ahí los caprichos del niño.
En la infancia todo parece estable, fijo, bien asentado. Las cosas son así porque no tenemos conciencia de que pueden ser de otro modo.
El mundo a estrenar por el niño solo es real para el niño.
A medida que vamos creciendo se acumulan las etapas previas al presente en el que vivimos. Y de ahí nace, por una parte, la conciencia de la fragilidad del presente y de lo inestable de las cosas humanas. El viejo tiene pocos motivos para ser dogmático; mientras que el niño los tiene todos.
La virtud del joven es el coraje; la del viejo, la prudencia.
El joven tiene más energía que sentido común para controlarla; el viejo no. Lo que tiene es más sentido común que energía, y de eso, con frecuencia, se lamenta.
El niño vive arrojado al futuro; al viejo todos los aromas del presente le despiertan recuerdos viejos, de ahí que más de una vez se lamente de su insensata prudencia. ¡Ah, si volviera a ser joven!
No hay actividad que me resulte más agotadora y, al mismo tiempo, me cree más inseguridad, que la de corregir galeradas.
La experiencia me dice que mientras corrijo unos errores, con la corrección introduzco otros, que son los que me avergonzarán al abrir el libro recién salido del horno.
Pero esto no es lo peor. Lo peor es que a cada momento tengo la tentación de romperlo todo y tirarlo a la basura. Veo con claridad que esto que acabo de leer se podría decir mejor de otra manera, pero no encuentras esa manera y me pierdo en versiones laberínticas de un párrafo... hasta que decido recuperar la versión inicial.
Me repito que deberían haber consultado a tal y a cual, que esa página sobra y que entre estas dos hace falta una que haga de puente. Quiero más fluidez, más ejemplos, más capacidad sintética al final de cada apartado.
Es agotador.
El pensar autónomo -o crítico, como todo el mundo dice ahora- tiene multitud de defensores, pero lo que yo constato es que, primero, pensar cansa, enerva y frustra. Agota. Y, con frecuencia, confunde.
Mi escena favorita de Matrix (1999) es la de la traición de Cifra. En un lujoso restaurante, uno de los miembros de la resistencia humana en la guerra contra las máquinas, Cifra (interpretado por Joe Pantoliano), conversa con el agente Smith (Hugo Weaving), un programa diseñado, precisamente, para ejecutar inmisericordemente a todo miembro de la resistencia.
— ¿Sabes? Sé que este filete no existe, sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que le está diciendo a mi cerebro: es bueno y jugoso. Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? — Cifra saborea gustosamente el trozo de filete — La ignorancia es la felicidad.
— Entonces, tenemos un trato.
— No quiero acordarme de nada. DE NADA ¿Entendido? Y quiero ser rico… No sé… Alguien importante, como un actor.
— Lo que usted quiera, señor Reagan.
— Está bien, devuelve mi cuerpo a una central eléctrica, reinsértame en Matrix y conseguiré lo que quieras.
— Los códigos de acceso al ordenador de Sión.
— No, te lo dije, yo no los conozco. Te entregaré al que los conoce.
— Morfeo.
Cifra está negociando el precio de una terrible felonía: va a entregar al líder de la resistencia a sus enemigos, y lo hace de una forma muy inteligente. Subraya que no quiere acordarse de nada. Él volverá a Matrix sin recordar su malvado acto, regalándonos un bonito juego filosófico: ¿tendría el nuevo Cifra que cree que es un rico actor la culpa de lo que hizo el antiguo Cifra?
A bote pronto, diríamos que sí, pero veámoslo de la siguiente manera: supongamos que ahora aparece Neo en el salón de nuestra casa muy enfadado con nosotros. Le preguntamos que por qué está así y nos dice que nosotros somos Cifra, que nuestra traición tuvo éxito y que Morfeo es ahora rehén de las máquinas. Le respondemos que no sabemos nada de eso, que no recordamos haber hecho algo así, que somos buenas personas que siempre hemos llevado vidas normales…
¿Seríamos responsables entonces de la traición? A lo mejor somos verdaderamente Cifra.
El caso es que Cifra fue muy listo subrayando la petición de no querer recordar nada. Si su maquiavélico plan hubiera tenido éxito, él nunca se hubiese sentido culpable por nada, incluso podría haber muerto feliz pensando que fue una buena persona durante toda su vida de actor famoso ¿Habríamos hecho nosotros lo mismo? ¡No! ¡Por Dios que no! No traicionaríamos a nuestros amigos. Rebajemos entonces un poco el asunto. Supongamos que no tenemos que traicionar a nadie.
El agente Smith nos ofrece gratuitamente el mismo premio. Piensa que no es un mal trato porque al reintegrarnos en Matrix, al menos, se está quitando a un miembro de la resistencia del medio.
Cifra no se cree el rollo del elegido, no cree que se vaya a ganar la guerra contra las máquinas. Además, está enamorado de Trinity pero ésta no le corresponde. ¿Qué sentido tiene su vida en el mundo real? ¿Por qué entonces no elegir una segunda oportunidad en el mundo virtual? Podríamos seguir negándonos: ¡No! ¡Por Dios que no! La vida en Matrix no sería una vida real, sería un simulacro, un engaño… ¡Queremos vivir una vida auténtica!
¿Pero por qué la vida en Matrix no es auténtica?
Pensemos en el filete que Cifra degusta con gran deleite ¿Qué diferencia existe entre comerse un filete real y un filete digital? Si la simulación del sabor está perfectamente conseguida por el programa de realidad virtual, la única diferencia es la causa del efecto. Al comerme el filete real, es ese filete el que causa el sabor, mientras que cuando nos comemos el virtual, no es el filete real, sino un conjunto de bits digitales. La cuestión crucial es: si el sabor, que es lo que realmente nos importa cuando comemos un filete, es el mismo, ¿qué más da cual sea la causa?
Santiago Sánchez-Migallón, El filete de 'Matrix' siempre fue real: reflexiones filosóficas sobre el Metaverso, xataka.com 14/08/2022
Nos hemos olvidado de lo más importante: mi mundo subjetivo, mis estados mentales siguen siendo completamente auténticos aunque viva en un mundo completamente falso. Este era el mensaje de Descartes: cogito ergo sum. Puedo estar durmiendo y que lo que veo con mis ojos sean puras apariencias, pero el hecho de que existo, vivo, siento, pienso… es completamente indudable. Es más, eso constituye lo más importante de mi ser.
Yo seguiría siendo yo si me cercenasen mis brazos y mis piernas, pero no seguiría siendo yo si me quitasen mi forma de pensar, de sentir, si me extirpan mi consciencia de la realidad.
De hecho, gran parte de la filosofía griega y de la oriental, piensan que toda la realidad que observamos mediante los sentidos es falsa. En el hinduismo existe el concepto de Maya para representar esta ilusión que nos envuelve. Detrás de Maya, si conseguimos apartar su velo, está la auténtica verdad. Los griegos definían verdad como aletheia (αλήθεια), que significa "hacer evidente" o "desocultar", con una clara referencia a que la verdad no es lo que tienes ante tus ojos, sino algo que hay que descubrir, el resultado de un proceso de sacar a la luz.
Incluso tenemos una versión actualizada de estas nociones ancestrales: la hipótesis de la simulación del filósofo sueco Nick Bostrom. De forma resumida, dice que si en el futuro nuestra civilización es capaz de tener la suficiente tecnología para realizar una simulación total del mundo al estilo Matrix, lo más probable es que realice muchas. Entonces, por estadística, si hay un mundo simulado y uno real, tenemos un 50% de estar en el simulado. Si hay dos simulados, tenemos un 66,6%, y así sucesivamente.
Santiago Sánchez-Migallón, El filete de 'Matrix' siempre fue real: reflexiones filosóficas sobre el Metaverso, xataka.com 14/08/2022
El cuerpo deja de entenderse como un cuerpo recibido y pasa a concebirse como un cuerpo que si no está a disposición de otros es porque está a disposición propia. La reivindicación de una fluidez en las identidades sexuales y de género es la manifestación más visible de esta evolución; se rechaza toda asignación de un destino particular en razón de unos rasgos corporales, sea el sexo biológico (la mujer no está obligada a engendrar por el hecho de que tenga un útero) o una apariencia sexuada (la heterosexualidad no puede darse por sentada); hablamos de las nuevas masculinidades y de diversos feminismos; los debates en torno al comienzo y al final de la vidarevelan que tenemos una idea de la vida biológica como proyecto y no como destino; pensemos en la resistencia a que el nacimiento como hombre o mujer sea inmodificable, pero también a que pueda “reeducarse” a un homosexual; que una mujer esté embarazada no quiere decir necesariamente que deba engendrar; en virtud de las leyes de eutanasia la muerte ha dejado de ser algo sobre lo que no se puede decidir; las parejas infértiles disponen de tecnologías de fecundación o pueden optar por la gestación subrogada (aunque en este caso la realidad de un vientre de alquiler es una forma cuestionable de disponer del cuerpo de otra mujer); asistimos a una verdadera explosión de las posibilidades de intervención en el propio cuerpo gracias a la cirugía estética, las prótesis, los cuerpos tuneados y tatuados.
Todo este incremento de libertad en relación con el propio cuerpo no deja de plantear paradojas y dimensiones inquietantes. De entrada, constatemos la sorpresa de que se recurra tanto a lo artificial justo en un momento histórico en el que hay más referencias a la naturaleza en nuestras prácticas corporales. Reivindicamos el cuerpo que tenemos y nos hacemos vulnerables a la presión por tener el que otros desean. Se da además la circunstancia de que, si el cuerpo es modulable, cualquier “imperfección” es “culpable”, puede ser vivida como algo que se debía haber corregido y que exige una explicación de por qué no se hizo. Pensemos en el caso de la eugenesia o los trastornos en la percepción de la imagen corporal propia que tienen consecuencias dramáticas en la anorexia o la bulimia. Si el cuerpo es disponible ¿qué significado tiene la peculiaridad que no se ajusta a la “normalidad” y desde qué instancia se define el cuerpo adecuado? Una cierta aceptación de nuestra naturalidad corporal puede ser más emancipadora que el sometimiento a una idea de perfección física que no se sabe quién ha decretado.
Daniel Innerarity, El cuerpo en una democracia, El País 15/08/2022
Toda la sociedad —la política y el periodismo también— parece habitada por lo efímero. Cabalgamos olas que rompen, más allá de nuestra vista, contra los acantilados del hastío. Nuestro pensamiento se ha hecho frágil y discontinuo, tartamudo. Los estantes de nuestras bibliotecas están llenos de libros que ya no nos sentimos capaces de leer, y, como lo superfluo genera a menudo más ruido que lo importante, tendemos a pensar que nada lo es. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, viviendo en el presente constante, nos volvemos desmemoriados y, por tanto, tampoco nos preparamos para el porvenir.
Marcos Giralt Torrente, Habitantes de lo efímero, El País 15(08/2022
No intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo consideramos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos.
Los algoritmos inteligentes ya se están utilizando, por ejemplo, como instrumentos de espionaje y manipulación, por parte de personas y organizaciones que persiguen diferentes objetivos. Sin embargo, ello no significa que la propia IA aspire a algo parecido a la dominación.
Los filósofos de la tecnología discuten esta cuestión bajo el término de «intencionalidad», es decir, la cualidad de llevar a cabo acciones deliberadas y orientadas a un objeto. Muchos autores consideran la intencionalidad como un componente permanente de la conciencia.
En su libro Psicología desde el punto de vista empírico (1874), Franz Brentano sostuvo que la intencionalidad es la característica esencial de todos los actos de conocimiento: siempre están referidos al objeto, es decir, dirigidos a algo.
Para Brentano, una característica básica de lo mental es dirigirse a un objeto o referirse a él. Por ejemplo, si pienso «la manzana está sobre la mesa», eso se refiere a los objetos manzana y mesa, así como a la relación espacial que guardan entre sí. Con respecto a este estado de cosas, el pensamiento puede ser verdadero o falso. Brentano consideraba por ello la intencionalidad algo exclusivamente psíquico: «Ningún fenómeno físico muestra nada semejante».
Los sistemas de las máquinas no conocen las conexiones mecánicas, ni las comunicativas u otras. El significado de sus reacciones se deriva solo de la intencionalidad humana. En otras palabras: si un vehículo autónomo frena para no atropellar a un peatón, ese «para» procede de los seres humanos. Los motivos y consideraciones legales, sociales o morales solo los conocemos nosotros.
Para Searle, la intencionalidad no se basa únicamente en la comprensión del significado. Más bien, se vincula con determinados «actos de habla». En la teoría de los actos de habla de Searle, los actos comunicativos deben ser interpretados como acciones. El lenguaje humano, más allá de la gramática y el significado, tiene siempre un propósito intencional, ausente en los sistemas de signos de la máquina.
Junto con Paul Grice y otros teóricos, Searle desarrolló la tesis de que la intencionalidad se manifiesta solo en la capacidad para el uso dirigido del lenguaje. Este surge cuando una persona persigue una intención que la hace hablar. Por ejemplo, una madre y Alexa de Amazon pueden responder con las mismas palabras cuando un niño grita «¡Ay!»: «Oh, lo siento, ¿puedo ayudarte?» El contenido significado, sin embargo, difícilmente podría ser más diferente: la empatía y el cuidado, por un lado; una simple fórmula de cortesía programada, por otro.
En vista de las posibilidades técnicas en constante crecimiento, se dice que la IA conquistará en breve el último bastión de lo humano: la intencionalidad. Pero la atribución de esta es el resultado de una necesidad humana primaria. Como seres sociales, dependemos tanto de no perder de vista las propias intenciones como de atribuírselas también a nuestros respectivos compañeros.
Una sociedad sin intencionalidad que le sirva de base no sería solo disfuncional, sino también carente de sentido: solo ella me permite comprender como «yo» a la persona que está en el espejo. Como los psicólogos del desarrollo mostraron en la década de 1970, los bebés reconocen después de pocos meses de vida que un punto rojo en la imagen que se refleja en el espejo procede de un punto igual que está en su frente. Refieren el punto a sí mismos.
Dado que por ahora no hay ningún otro método comparable para demostrar la intencionalidad, es muy difícil «consultarla» en la IA. La inteligencia, en cambio, es más fácil de medir. Un equipo de investigadores chinos desarrolló en 2016 un método que podía hacer comparables los cocientes intelectuales de sistemas artificiales y naturales. La IA del asistente de Google obtuvo así una puntuación de apenas 50 (más o menos el nivel de un niño pequeño). Sin embargo, esta atribución es, en el mejor de los casos, un indicio débil, y de ninguna manera suficiente, para acreditar la intencionalidad de una IA.
Posiblemente esto no es más que otra muestra del modo en que nuestro propio pensamiento influye en nuestra visión de la realidad. Que atribuyamos intencionalidad a la IA es un acto de antropomorfización y, por tanto, de humanización. Los humanos consideramos que la IA es intencional porque nosotros mismos lo somos.
Las dudas relativas a que las máquinas puedan desarrollar alguna vez intencionalidad se alimentan también de otra fuente: la lógica. Dado que calcular y pensar son procesos fundamentalmente diferentes, es de suponer que solo a partir del primero no se llega nunca al segundo. Las operaciones de cálculo no llegan más allá de las premisas establecidas para ellas; la mente humana, en cambio, gracias a la intencionalidad, tiene la capacidad de reflejarse a sí misma.
La intencionalidad constituye una facultad humana original. Crea la posibilidad de reconocer el sentido, al que solo nosotros tenemos acceso como seres pensantes y sociales. Por tanto, el dominio mundial de la IA debería seguir siendo, también en el futuro, una pesadilla hollywoodiense.
Dorothea Winter, Por qué la inteligencia artificial no puede querer nada, Investigación y Ciencia septiembre 2022