I
Cosas que uno se encuentra por ahí: «Los escitas siempre se comían a sus abuelos; los trataban de forma muy respetuoso durante mucho tiempo, pero tan pronto como comenzaban a hacerse viejos latosos y se ponían a contar largas historias, inmediatamente se los comían. Nada podría ser más inapropiado, e incluso irrespetuoso, que comerse a esos parientes tan próximos y venerables; sin embargo, no podríamos, con toda propiedad, acusarlos de mal gusto moral».
- Sydney Smith, On Taste, 1805
Me abstengo de cualquier comentario. Estoy comprobando si estoy en sazón.La antigua doctrina según la cual el mal no es más que la privación del bien y, por tanto, en sí mismo no existe, puede corregirse y completarse en el sentido de que no es tanto la privación como la perversión del bien (con el añadido, proclamado por Ivan Illich, corruptio optimi pessima, “la corrupción de lo mejor, es lo peor”). El vínculo ontológico con el bien se mantiene de este modo, pero queda la cuestión de cómo y en qué sentido un bien puede pervertirse y corromperse. Si el mal es un bien pervertido, si seguimos reconociendo en él una figura malograda y distorsionada del bien, ¿cómo podemos combatirlo cuando nos enfrentamos hoy a él en todos los ámbitos de la vida humana?
Una corrupción del bien era conocida por el pensamiento clásico en la doctrina política según la cual cada una de las tres formas correctas de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia: el gobierno de uno, de pocos o de muchos) degeneraba fatalmente en tiranía, oligarquía y oclocracia. Aristóteles (que considera la democracia misma una corrupción del gobierno de muchos) utiliza el término parekbasis, desviación (de parabaino: “irse a un lado”, para-). Si ahora preguntamos hacia dónde se han desviado, nos encontramos con que, por así decir, se han desviado hacia sí mismas. Las formas corruptas de organización se parecen, en efecto, a las sanas, pero el bien que estaba presente en ellas (el interés común, el koinon) se ha convertido ahora en lo propio y particular (idion). El mal es, así, un uso particular del bien, y la posibilidad de ese uso perverso está inscrita en el bien mismo, que de este modo sale de sí, se va como a un lado de sí mismo.
Es en una perspectiva semejante como debemos leer el teorema corruptio optimi pessima que define la modernidad. El gesto del samaritano, que inmediatamente socorre al prójimo que sufre, sale fuera de sí y se transforma en la organización de hospitales y servicios asistenciales, que aunque se orientan a lo que se considera bueno, acaban finalmente convirtiéndose en un mal. Es decir, el mal al que nos enfrentamos resulta del intento de instituir el bien en un sistema social objetivo. Así la hospitalidad, que cada uno puede y debe dar al prójimo, se transforma en hospitalización gestionada por la burocracia estatal.
El mal es, así, una especie de parodia (aquí también hay un para-, una desviación a un lado) del bien, una objetivación hipertrófica que lo desplaza para siempre fuera de nosotros. ¿Y no es precisamente esa parodia mortífera la que los progresismos de todo tipo hoy nos imponen por doquier como la única forma posible de convivencia entre los hombres? El «estado administrativo» y el «estado de seguridad», como los llaman los politólogos, pretenden gobernar el bien, quitándonoslo de las manos y objetivándolo en una esfera separada. Y la llamada inteligencia artificial, ¿es otra cosa que un desplazamiento del «bien del intelecto» fuera de nuestras manos, como si, en una especie de averroísmo exacerbado, el pensamiento pudiera existir sin relación con un sujeto pensante?
Frente a estas perversiones, hay que reconocer en todo momento el pequeño bien que se nos quita de las manos y liberarlo de la máquina letal en la que, “para bien”, está atrapado.
Giorgio Agamben, El bien y el mal, Brownstone España 13/02/2025
Traducción de Jordi Pigem, con permiso de Giorgio Agamben. Publicado originalmente como Il bene e il male, en www.quodlibet.it/, 25 de enero de 2025.
El autor de las tres Críticas no salió de su ciudad natal, Königsberg, en la cual permaneció toda su vida. Esta peculiar característica convertiría hoy a Kant en casi un antisistema: en primer lugar por no caer en la movilidad permanente en la que estamos atrapados, y después porque su sedentarismo militante contradice la creencia de que para ser un cosmopolita y decir cosas relevantes sobre el mundo antes hay que haberlo recorrido. Kant pensó y transformó el mundo sin moverse de su casa. De hecho, Kant es conocido por popularizar uno de los lemas más ambiciosos que todavía existen para moverse por los caminos de la vida: sapere aude, que habitualmente se traduce como “atrévete a saber”. La expresión, formulada por Horacio siglos antes, es la protagonista del escrito kantiano de 1784 Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración? Kant equipara la decisión de delegar la propia capacidad de pensar con la minoría de edad. ¡Es tan cómodo ser menor de edad!, dice el texto al poco de comenzar. Así que ya pueden triunfar todas las revoluciones posibles, que hasta que uno no se atreva a pensar por sí mismo no se producirá ninguna emancipación real.
Actualmente las cosas se ven de otro modo, y la posibilidad de llegar a pensar por sí mismo (que no significa opinar lo que a uno le dé la gana) parece una fake news. Es más, es el propio ideal de la Ilustración el que pasa hoy por horas bajas. Las razones de esta crisis son diversas, pero la clave de cualquier proceso de ajuste de cuentas con un ideal personal o social se encuentra en la finalidad con el que se hace. Si el ajuste de cuentas se lleva a cabo desde dentro, como cuando nos estiramos en un diván para hablar en canal abierto de lo que nos hace sufrir y queremos transformar, la crítica se convierte en potencialmente renovadora. En cambio, si el ejercicio de revisión se realiza con el fin de hurgar morbosamente en la herida, la crítica toma un carácter más destructivo.
Una de las razones del actual eclipse de la Ilustración se encuentra en las revisiones críticas realizadas por Theodor Adorno, Max Horkheimer, Michel Foucault o Ágnes Heller, que más recientemente ha recogido y ampliado Antoine Lilti en su libro La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad. Se trata de relecturas que ponen de relieve algunas sombrías contradicciones presentes en el corazón de la Ilustración, y que por eso hay que atender y afrontar. Sin embargo, puede que además de este tipo de motivos más analíticos haya otros que también pesen en el desprestigio actual de la razón ilustrada.
Tras leer ¿La izquierda contra la Ilustración?, de Stéphanie Roza, a uno le queda el runrún de querer saber con qué intenciones se han esgrimido algunas críticas, atendiendo sobre todo a las consecuencias que han comportado algunas de estas, aunque no fueran buscadas. Uno piensa, por ejemplo, en asuntos tan presentes en nuestra cotidianidad política como la tan manida posverdad. ¿Hasta qué punto la proliferación de las posverdades (o también de la hiperemotividad política, la falta de conciencia comunitaria o el menguante respeto institucional) son en parte consecuencia de un exceso de pulsión antiilustrada?
La intuición que recorre el libro de Stéphanie Roza da que pensar: incriminar impulsivamente la Ilustración no tiene nada de emancipador y sí de potencialmente reaccionario, en el sentido de que se alinea, aun sin quererlo, con las tesis y corrientes típicamente antiilustradas. Algunas enmiendas a la totalidad del proyecto ilustrado son tan “totales” que no dejan resquicio para salvar algo de la Ilustración, cuando resulta que es del legado de la Ilustración del que se nutren muchos de los discursos emancipatorios que ponen en duda, precisamente, a la Ilustración. Cuando la crítica se convierte en un fin en sí mismo fácilmente se convierte en una rueda de molino que deja tras de sí un mundo embarrado en su bucle. En ocasiones parece que de tanto postureo posmoderno hemos acabado por contracturar el pensamiento audaz, haciendo de cualquier discurso racional algo sospechosamente anquilosado. Y en estas circunstancias es bastante difícil que el pensamiento no languidezca en sus propias sombras, sin grandes esperanzas de vislumbrar el mundo de otra forma.
Ni tanto ni tan poco: la razón ilustrada tiene indudablemente sus miserias (como cualquier modelo de racionalidad, huelga decir), pero más que un análisis de trazo fino lo que a veces parece que se ha llevado a cabo es una desfiguración integral de la cual acabamos siendo rehenes nosotros mismos, y de la cual quienes más tajada sacan son aquellos que nunca han creído demasiado en las ideas ilustradas. Seamos críticos con la Ilustración, sí, pero seamos también críticos con la crítica de la Ilustración. No vaya a ser que de tanto echarle agua al café se diluya definitivamente la posibilidad de encontrarle el gusto a la Ilustración.
Miquel Seguró, Criticar no es destruir: en favor de la Ilustración, El País 14/02/2025
Imagínate si hubiera sido así.
Diez cibercamiones Tesla, pintados en colores de camuflaje con una X gigante en cada techo, marchan ruidosamente por Washington DC. Se oye el ruido de unos neumáticos frenando.Un par de docenas de jóvenes saltan, vestidos con disfraces blindados de Diablo's Champion rojos y negros. Después de dar saludos nazis, provistos de armas, corren a un departamento del gobierno tras otro, gritando eslóganes como "todo el poder para el líder supremo Skibidi Hitler".
Históricamente, así es como se veían los golpes de estado. El centro del poder era un lugar físico. Ocuparlo, y echar a las personas que ocupaban el cargo, era para reclamar el control. Así que si una cohorte de hombres armados con símbolos extraños hubiera asaltado edificios gubernamentales, los estadounidenses lo habrían reconocido como un intento de golpe.
Y ese tipo de intento de golpe habría fracasado.
Ahora imagina que, en cambio, la escena es así.
Un par de docenas de jóvenes van de una oficina gubernamental a otra, vestidos con ropa civil y armados solo con unidades zip. Usando jerga técnica y referencias vagas a órdenes desde lo alto, obtienen acceso a los sistemas informáticos básicos del gobierno federal. Habiendo hecho esto, proceden a otorgar a su Líder Supremo acceso a la información y el poder de iniciar y detener todos los pagos del gobierno.
Ese golpe, de hecho, está sucediendo. Y si no lo reconocemos por lo que es, podría tener éxito.
En la tercera década del siglo XXI, el poder es más digital que físico. Los edificios y los seres humanos están ahí para proteger el funcionamiento de las computadoras y, por lo tanto, el funcionamiento del gobierno en su conjunto, en nuestro caso un gobierno democrático (en principio) que está organizado y limitado por una noción de derechos individuales.
Las acciones en curso de Musk y sus seguidores son un golpe de estado porque las personas que toman el poder no tienen derecho a ello. Elon Musk no fue elegido para ningún cargo y no hay ningún cargo que le dé la autoridad para hacer lo que está haciendo. Todo es ilegal. También es un golpe en sus efectos previstos: deshacer la práctica democrática y violar los derechos humanos.
Al obtener datos sobre todos nosotros, Musk ha pisoteado cualquier noción de privacidad y dignidad, así como los acuerdos explícitos e implícitos hechos con nuestro gobierno cuando pagamos nuestros impuestos o nuestros préstamos estudiantiles. Y la posesión de esos datos permite el chantaje y otros delitos.
Al ganar la capacidad de detener los pagos por parte del Departamento del Tesoro, Musk también haría que la democracia no tuviera sentido. Votamos por los representantes en el Congreso, que aprueban leyes que determinan cómo se gasta el dinero de nuestros impuestos. Si Musk tiene el poder de detener este proceso a nivel de pago, puede hacer que las leyes no tengan sentido. Lo que significa, a su vez, que el Congreso no tiene sentido, y nuestros votos no tienen sentido, como tampoco nuestra ciudadanía.
La resistencia al golpe es la defensa de lo humano contra lo digital y lo democrático contra lo oligárquico. Si Musk controla estos sistemas digitales, los funcionarios electos republicanos estarán tan indefensos como los demócratas. Las instituciones que votaron para crear también pueden ser "eliminadas", como dice Musk.
El presidente Trump, para el caso, también actuará a discreción de Musk. No hay mucho que pueda hacer sin el uso de las computadoras del gobierno federal. Nadie le explicará esto a Trump o a sus partidarios, por supuesto.
Se está llevando a cabo un golpe de estado, contra los estadounidenses como poseedores de derechos humanos y dignidad, y contra los estadounidenses como ciudadanos de una república democrática. Cada hora que esto no se reconoce hace que el éxito del golpe sea más probable.
Timothy Snyder, Of course it's a coup (Por supuesto que es un golpe de estado), snyder.subtack.com 05/02/2025
¿Cuál es el núcleo duro de lo que llamamos felicidad? Para realizar esta breve incursión por la historia del pensamiento, conviene hacerse con un buen guía. Contra lo que suele creerse, a Kant le preocupó mucho el tema de la felicidad y lo aborda muchas veces a través de toda su obra. Resulta curioso comparar las distintas definiciones que va dando Kant. Comienza por definir a la felicidad como una cabal y plena satisfacción de todas nuestras necesidades e inclinaciones en lo tocante a su número, intensidad y duración.
Más adelante, sin desdecirse, la cifrará en que todo nos vaya con arreglo a nuestro deseo y a nuestra voluntad, siendo así que, por consiguiente, la segunda podría no coincidir con el primero, al pretender hacernos dignos de la felicidad y advertir que la mera complacencia de las inclinaciones nos dejaría insatisfechos.
Kant adopta la perspectiva de quien hubiera podido diseñar al ser humano y entiende que, si hubiera querido programarle para ser feliz, le habría dotado únicamente con el aparato instintivo que comparte con otros animales. Al dotarle de razón y hacerle reflexivo, le permitía cultivar sus disposiciones naturales y moderar sus pulsiones egoístas para vivir en comunidad. Cualquier cosa que perjudique a los demás valdría con miras al deseo, pero sería matizada por nuestra facultad volitiva orientada moralmente.
El planteamiento kantiano añade que, al bosquejar nuestra felicidad, utilizamos trazos aportados por la sensibilidad, combinándolos con otros que allega la imaginación y el entendimiento. Además no dejamos de modificar ese boceto a cada instante y, por lo tanto, resulta imposible acomodar a un estado efectivo esa situación tan ideal como mutable, lo que la hace prácticamente inalcanzable. Para lograr conseguir lo que nos hace feliz, nuestro cálculo siempre dependerá en última instancia del azar, salvo que apostemos por el sucedáneo de una felicidad como la definida en primer lugar.Según Kant, el estar contento consigo mismo sí dependería por entero de nosotros. El sosiego de hallarse satisfecho y estar en paz consigo mismo sería la clave kantiana para ser feliz al margen de las contingencias. En definitiva: no se trataría de conseguir nada en particular, sino de ponernos una meta que podemos perseguir por nuestra cuenta y riesgo.
En realidad, Kant hace suyo el espíritu del estoicismo. Se trata de conquistar nuestra ciudadela interior y no consentir que se vea sojuzgada por dictados ajenos. Al divorciarse del éxito y sus ataduras, la buena voluntad kantiana deviene completamente autónoma, en la estela del sabio estoico que desprecia los bienes materiales para sosegar su ánimo domeñando las cuitas imaginarias.
Roberto R. Aramayo, ¿Cómo se conquista la felicidad?, ethic.es 22/03/2021
II
Es admirable cómo sabe jugar con una referencia popular (Lou Reed, por ejemplo), una cita erudita y una reflexión original en un mismo párrafo.
III
Citas:
«... les habían inoculado durante años un fatalismo bovino que contrastaba con los rutilantes discursos revolucionarios de sus dirigentes».
«Simplemente, las previsiones económicas no encajan con las previsiones antropológicas».
«El romanticismo, que es una de las peores tragedias culturales que ha padecido Occidente…»
«… a medio camino entre el leninismo y la dislexia» (se refiere al en otro tiempo tristemente famoso El libro Rojo del cole).
IV
Me gusta que reivindique El villano del Danubio, de Fray Antonio de Guevara, para situarlo, con sobrada razón, en el inicio del mito del buen salvaje. Se publicó en 1529. Fue traducido al inglés en 1531 y al francés en 1532. Tuvo muchos imitadores. La Fontaine fue uno de ellos.
V
Hoy lo que queda del buen salvaje se ha convertido en un Puer Robustus.
VI
Una objeción:
P. 106: «La cosmovisión geocéntrica de Ptolomeo no se ajusta a los hechos, pero permitía disfrutar de un universo finito, ordenado y apuntalado vagamente en el sentido común». Esta es una afirmación casi unánimemente aceptada. Pero no es cierta. El geocentrismo es la visión correcta del cielo si lo contemplas desde la tierra. El heliocentrismo es la visión correcta del cielo si lo contemplas desde el sol.
VII
Otra:
Pág. 154: «el higienismo o el sionismo, por poner dos ejemplos de idearios desconectados que coincidieron en el tiempo...»
¿Desconectados?
Max Nordau hace triunfar un lema «Muskleljudentum» en el segundo Congreso Sionista de Basilea, el 28 de agosto de 1898. Animaba con él a su pueblo a muscular la raza, haciéndola físicamente más potente, para favorecer la emergencia de un nuevo tipo de judío, corporalmente fuerte, sexualmente vigoroso y moralmente sano, que facilitara el triunfo político del sionismo .
I
Viaje a Palma. Salí de Barcelona el martes al atardecer y regresé el miércoles, cuando ya era de noche. El objetivo era hablar, dialogar (en la medida de lo posible) y escuchar hablar sobre educación, en un acto programado por los inspectores de educación de las Islas.
II
Cuanto más me enmaraño en este mundo tan extraño de los debates educativos más claro veo que nos sobra sofisticación dialéctica. Las palabras que usamos con la pretensión de sagacidad conceptual (competencias, perfil de salida, situación de aprendizaje, descriptores operativos, etc.) nos ocultan la realidad. Y la realidad es muy sencilla. Todo lo que se necesita es un maestro que conozca su oficio y un libro de texto bien articulado. Está por ver que la educación llamada competencial ofrezca resultados competencialmente superiores a los de este modelo elemental.
III
La semana pasada me decía un alto cargo del Departament d'Educació de Cataluña que tenía comprobado que la palabra que más detestan los docentes es "programación". Estoy de acuerdo.
IV
La burocracia docente quizás esté pensada con las mejores intenciones, pero la verdad verdadera es que se falsea. Se copian programaciones y se copian informes. Y todo el mundo lo sabe.
V
Ayer les dije a los inspectores que me escuchaban que si querían conocer el estado de la educación mirasen el interior de las mochilas de los alumnos. Insisto "los" alumnos. No hay libros de texto en las mayorías, sino un caos de fotocopias, apuntes, calcetines... y el plátano olvidado de la semana pasada.
«Es mejor morir de pie que vivir de rodillas». El poster del Che Guevara que teníamos en nuestro cuarto de adolescentes de los 80 no dejaba lugar a dudas. Aunque en la mayoría de las circunstancias cabía plantearse lo que replicaba el genial Quino – por boca de Felipe, el inolvidable niño angustiado de las tiras de Mafalda –: «¿Y sería muy deshonroso subsistir sentado?»
Si algo hay de bueno en la nueva era de Trump – un personaje de tira cómica convertido en presidente del país más poderoso de la Tierra – es que nos pone en nuestro sitio sin eufemismos ni componendas, obligándonos a recordar el viejo y presunto dilema revolucionario: o nos arrodillamos y miramos para otro lado, o… ¿qué?
¿Qué tipo de heroicidad cabe imaginar ante la sucesión de injusticias cometidas o prometidas por un matón histriónico y ostentoso sostenido por millones de votos y por una oligarquía que controla los flujos mundiales de información? ¿Hasta dónde es prudencia, y no simple humillación, el silencio de los principales países occidentales ante las intenciones declaradas de Trump?
¿Tanto nos hemos insensibilizado frente a la ración diaria de niños, mujeres y ancianos reventados impunemente por el ejército israelí delante de nuestras narices como para que ya nos dé igual que Trump decida imponer o perdonar aranceles a su antojo, comprar u ocupar naciones (Groenlandia, Canadá, Panamá), deportar a inmigrantes encadenados – muchos de ellos al campo de detención y tortura de Guantánamo – , o despedir a los funcionarios que, en el cumplimiento de su deber, participaron en su procesamiento?
La desvergüenza con que Trump y su cuadrilla propone la expulsión de más de dos millones de palestinos supervivientes del genocidio israelí para construir un complejo turístico encima de sus tumbas y las ruinas de sus casas, riéndose del Derecho internacional y de todas las instituciones supranacionales (la ONU y sus fastidiosos derechos humanos, la OMS y sus falsas pandemias, el Tribunal de la Haya y su estúpida pretensión de justicia universal…), es directamente proporcional a la vergüenza que sentimos todos, o casi todos, ante la falta de autoridad moral (y militar, y tecnológica y económica) de Europa. Digo «casi todos» porque a los «patriotas» de VOX les parece todo esto de perlas, incluyendo que Trump pisotee la lengua y la cultura española en USA y hasta rebautice el Golfo de México como Golfo de América. ¡Valientes patriotas!
Pues bien: ¿Cómo es posible «subsistir sentado» ante esta avalancha de amenazas, insultos y hechos consumados? Diríamos que, ante todo, no cayendo en estereotipos ni análisis burdos. Clamar al cielo antifascista, cediendo a la polarización reinante, ni basta ni parece inteligente; es imprescindible intentar comprender el complejo de factores que explican el fenómeno Trump y su alocado anarco-liberalismo de Estado (ese cóctel explosivo de democracia, oligarquía y tiranía); solo así podremos combatirlo y ofrecer alternativas viables y seductoras. Lo segundo es repensar el viejo ideal de dignidad humana. Tal vez no encontremos hoy grandes causas por las que «morir de pie», pero sí una firme convicción en ese derecho a la felicidad que proclama, justamente, la Constitución de los EE. UU. Y nadie puede ser feliz, estimarse a sí mismo y tener genuino interés por los demás, si vive arrastrándose bajo las botas de un tirano. ¿Y no es así como nos encontramos precisamente ahora?
II
La de gente que hay por ahí esperando a que le desees los buenos días para lanzarse a tu yugular y no soltarte hasta que no han consumido tu paciencia auditiva.
III
Pero lo cierto es que hay personas que están deseando contarte sus aventuras mínimas: lo que ayer dieron de merendar a sus nietos, la necesidad que tienen de encontrar un pintor barato, que han dado por casualidad con una foto de su marido que creían perdida, que las acelgas a la extremeña no se hacen como la mayor parte de la gente piensa, etc.
IV
Continuaré saludando, pero creo que me voy a poner un tope diario, que hoy me ha costado una hora recorrer los 200 metros que separan mi casa del Petit Cafè de la Plaza de Ocata.
I
Cada vez me pasa lo mismo. Hay un momento, cuando estoy escribiendo un libro, en el que me pregunto si las páginas que llevo escritas merecen la pena, si pueden interesar a alguien, si están bien escritas, si está la tesis clara, si... y la respuesta siempre es la misma: esto no vale un céntimo de euro. La experiencia me aconseja dejar de escribir y esperar que pase el estado de ánimo pesimista, hasta que un día al levantarme el estado de ánimo sea otro.
II
Los estados de ánimo no son educables. Van y vienen cuando quieren y se instalan en nosotros a su antojo. Son okupas anímicos. Lo más que puedes hacer con un estado de animo pesimista es dejarlo estar, que siga su curso y esperar a que te deje la casa vacía para correr a ocuparla tú.
II
Heidegger dio una gran importancia a los estados de ánimo, porque cada uno de ellos te descubre un mundo. Las cosas, para los humanos no son nunca meras cosas. Cuando abrimos los ojos para mirarlas ya están iluminadas por nuestro estado de ánimo.
III
Josep Maria Espinàs, con quien tuve el placer de trabajar en la edición de mi libro La escuela contra el mundo, me dio un consejos que se ha mostrado muy valiosos: no hay libro que no gane reduciéndolo.
Masaje facial semanal, sauna en días alternos, antifaz de hielo para paliar las bolsas al amanecer. Mil abdominales varias veces al día, corte de pelo a la navaja cuando se antoje, barbero personal con hidratación de colágeno siempre que quiera. Y tras tanto cuidado minucioso, partirle la tráquea con un hacha al que te toque los huevos cuando te salga de los idems. Esa es la rutina de Patrick Bateman, el protagonista de la novela American Psycho, de Bret Easton Ellis, cuya adaptación cinematográfica cumple ahora 25 años.
Pese a que el personaje se creó sobre el papel hace más de 30 años y se llevó a la pantalla hace algo menos, en los últimos tiempos su materialización de la mano del actor Christian Bale aparece en memes por doquier en todas las redes. Tenemos imágenes de Bateman bailando con un hacha, riendo psicóticamente con la cara cubierta de sangre o simplemente sonriendo de manera irónica y sexi. ¿Por qué está este ser de ficción tan presente hoy?
Resulta sorprendente ver cómo un personaje que fue creado como crítica a la era Reagan ahora es idolatrado en muchos foros de incels obsesionados por su apariencia física, como si fuera un verdadero icono contemporáneo. Que lo es. Bateman, con sus flexiones y abdominales, es la encarnación de la cultura del esfuerzo, de la idea del sacrificio, según la cual si realmente lo deseas puedes conseguir no solo el cuerpo perfecto, sino todo lo que ambicionas. No deja de ser irónico, ya que Bateman en la ficción no es otra cosa que un nepobaby con tendencias psicópatas —Patrick es el hijo del dueño de la empresa en la que trabaja, y, como muchos otros pijos en su situación, no quiere ni tocar ese tema—.
Hace apenas tres meses, se anunció que Luca Guadagnino adaptaría de nuevo American Psycho. El regreso de Patrick Bateman es, pues, inminente. Y tiene sentido. El mayor icono del yuppy que conocemos en la cultura pop vuelve de la misma manera que toda tendencia cultural y social es pendular.
En este caso, su masculinidad responde casi como espejo a la cultura contemporánea del criptobro. Bateman especulaba en los ochenta con acciones de Bolsa, y en la actualidad sus fans son producto de la era cripto. El “club de chicos de Silicon Valley”, como describe la periodista Emily Chang en Brotopia,es simplemente una actualización misógina del yuppy Bateman que idolatra a Donald Trump y sueña con coincidir con él en alguno de los restaurantes de moda.
Hablando de Trump: no es casual que Bateman vuelva ahora como expresión del capitalismo más salvaje, ostentoso y amoral. Ya sea como villano o antihéroe admirado, su figura parece más actual que nunca.
En los foros se discute si Bateman, el personaje, es un ejemplo de macho alfa (dominante) o un macho sigma, un lobo solitario que no sigue las jerarquías ni las convenciones, y desprecia a las mujeres. Su misoginia y su estética yuppy son alabadas sin tener en cuenta la comicidad implícita de la obra literaria o la más explícita de la cinematográfica. Lo mismo pasa con Tyler Durden, encarnado por Brad Pitt de El club de la lucha, también adorado por incels y machos cripto. Ambos protagonistas fueron creados por dos escritores estadounidenses —Easton Ellis y Chuck Palahniuk— que pretendían satirizar los problemas de la masculinidad de los noventa con sendos villanos a la deriva. Ambos personajes de ficción ahora se han convertido en significantes vacíos para la nueva generación Z. Bateman, especialmente, se despoja en este presente de su concepción como farsa y es ahora, simple y llanamente, un modelo aspiracional.
Lucía Lijmaer, 'American Psychobro': vuelve el capitalismo sádico, El País 09/02/2025
Friedrich Hayek es un pensador serio. ¿Potenciaron sus escritos a locos que distorsionaron en muchos sentidos su pensamiento (hablaré de ello más adelante)? Probablemente sí. La razón es que Hayek, en sus últimos años, empezó a creer que la defensa clásica habitual de la propiedad privada y el libre mercado no era suficiente. Había que reforzarla con algunas normas morales o, mejor aún, psicológicas o etnobiológicas aparentemente científicas. Eso le llevó a meterse en terrenos de los que no sabía casi nada y a caer presa de una extraña predilección de la escuela austriaca por las metáforas extrañas, el racismo al límite (“el Occidente cristiano es el único creador de moral en la civilización moderna”) y la etnoeconomía.
El paso de Hayek a la psicología, la etnobiología, las virtudes morales “innatas” y áreas similares abrió las puertas a los locos que Slobodian recoge en su libro. Les permitió ir mucho más lejos. Eran, como escribe Slobodian, los creyentes en tres hards: una naturaleza humana hard-wired (innata) que está determinada racial o étnicamente, el hard money (dinero fuerte, en este caso se refiere al oro) y hard borders, fronteras cerradas y sin migración. Al menos dos de estas creencias “duras” son puras parodias del liberalismo clásico.
El liberalismo clásico es cosmopolita. Se enorgullece de no hacer diferencias entre individuos y de abrir así el mundo entero a la aplicación de los principios liberales. Cuando la alt-right decidió defender las diferencias étnicas, religiosas o raciales, no se limitó a ir en contra de la ideología liberal clásica, sino que se mostró víctima del empirismo más crudo. Los asiáticos orientales, según ellos, no estaban originalmente “predestinados” al éxito económico. Pero a medida que los países de Asia Oriental se hicieron ricos, los asiáticos orientales se unieron a las exaltadas filas de los blancos y los judíos asquenazíes como personas de intelecto superior que, basándose en su éxito económico, tienen derecho a gobernar. Si mañana los países africanos se hacen ricos, tal vez los miembros de la Mont Pelerin Society acepten a los negros entre el grupo que tiene derecho a gobernar. Eso no significa que no sean racistas. Significa simplemente que su ideología de las “capacidades innatas” es incapaz de predecir, basándose en la cultura y la etnia, a quién le irá bien bajo el capitalismo y a quién no. Su explicación del éxito económico es totalmente ad hoc, y al rechazar explicaciones mucho más razonables que ponen el acento en las condiciones históricas y estructurales, y no en la raza, la alt-rightmuestra su impotencia epistemológica.
¿Cómo lograron rechazar la libre circulación de personas? Es uno de los principios clave del liberalismo clásico e incluso del neoliberalismo con el que están asociados la mayoría de los pensadores de la alt-right que se analizan en este libro. Su argumento, según ellos mismos admiten, es muy débil. Se basa en el cociente intelectual: las partes del mundo que tienen éxito, donde por definición vive gente inteligente, tienen derecho, para seguir teniendo éxito, a aislarse de las partes del mundo que no lo tienen, pobladas por gente de inteligencia mediocre. Es difícil imaginar una desviación más drástica del liberalismo clásico: no solo se erige la desigualdad innata de las personas en dogma y luego en política, sino que exige una separación forzosa, incluso en el apareamiento, entre los pueblos, y fronteras impenetrables para un factor de producción.
Incluso la tercera regla “dura” del “dinero duro” (oro) es, como escribe Slobodian, malinterpretada. Ni siquiera Mises, cuyas obras, siendo mucho más superficiales y sufriendo en abundancia por estar financiadas por las Cámaras de Comercio, y que resultaron siempre más atractivas para la alt-right que las de Hayek, defendió el oro de esta manera. Mises veía el oro, cuya cantidad no puede ser variada por los gobiernos, como una herramienta útil o un ancla para detener la “irresponsabilidad” de los gobiernos al imprimir moneda fiduciaria. El oro no tenía la cualidad mágica que la alt-right, según la versión de Slobodian, le atribuye, llegando incluso a invitar a los visitantes del museo del oro de Berlín a tocar, durante un breve momento, los lingotes de oro y, como si fuera una experiencia epidérmica, adquirir el conocimiento de la política monetaria correcta.
En todas las cuestiones clave, la alt-right era una versión bastarda del credo hayekiano, o como Slobodian lo llama, “una cepa mutante” del neoliberalismo. Pero el propio Hayek es, como he mencionado antes, culpable de ello al abrir, aunque tímidamente y con vacilaciones, la puerta a la apropiación indebida y el fraude masivos.
El fraude se produjo porque “los bastardos de Hayek”, a pesar de todas sus pretensiones de lo contrario, no eran intelectuales ni personas interesadas en las ideas. Al lector de este libro no le queda ninguna duda de que eran (como algunos de ellos se autodenominaban) “emprendedores intelectuales”. Su objetivo era ganar dinero. No era que se aceptaran sus ideas, que la mayoría de ellos, creo, sabían que eran irrealizables o falsas. Un lector cínico podría incluso decir que esperaban que sus ideas nunca se llevaran a la práctica porque, una vez llevadas al mundo real, demostrarían la bancarrota intelectual de sus creadores y les robarían fuentes permanentes de dinero sustraídas a los magnates de mente débil y al público crédulo. Los autores aquí reseñados forman parte de la historia intelectual occidental moderna solo porque esa historia está en declive y ellos son sus ejemplos más claros. Su verdadera fama no es haber advertido al público desprevenido de los peligros del apocalipsis que se avecinaba, sino haber acelerado la decadencia intelectual y haber convertido el intelectualismo en puro afán de lucro.
PS. Se podría comparar la alt-right con varios grupos de trotskistas. Hay cierta similitud en el hecho de que ambos elaboraron planes que sabían que no entraban en el ámbito de lo políticamente posible. Pero los trotskistas estaban verdaderamente dedicados a las ideas, mientras que a la alt-right, de acuerdo con el espíritu de la época, solo le importaba el dinero. Es una gran diferencia.
Branko Milanovic, Oro, volk y cociente intelectual, Letras Libres 06/02/2025
Subrayar o simplemente releer los apuntes no es muy útil a la hora de estudiar. En cambio, que a un alumno le tome la lección su madre o su padre, o tomársela uno a sí mismo, resulta más beneficioso de lo que podría parecer. La ciencia ha acumulado en las últimas décadas mucha información sobre cómo aprende el ser humano. Paradójicamente, a los estudiantes casi nunca se les forma en las técnicas que, según las evidencias, resultan más efectivas. “No estamos hablando de cuatro estudios, sino de miles de experimentos. Y tampoco son ideas que estén en debate, sino cuestiones consolidadísimas sobre cómo funcionan la cognición y la memoria”, afirma Héctor Ruiz Martín, de 43 años, que estudió Biología y trabajó en la NASA antes de dar un giro a su carrera, especializarse en psicología del aprendizaje y convertirse en un referente en España en la materia. A pocas semanas de los exámenes de Selectividad, EL PAÍS repasa las claves para conseguir que el estudio resulte más efectivo a través de unos principios que, según la ciencia, dan resultados a cualquier edad, y sirven desde la escuela hasta la preparación de unas oposiciones.
Pensar el significado
El primer paso, dice Ruiz, es pensar en el significado de lo que uno está aprendiendo. Por ejemplo, al sentarse a leerlo por primera vez. “Es lo que se llama elaborar, y consiste en tratar de entenderlo, de conectarlo, pensando en diferencias y similitudes con otras cosas que ya sabías. Explicártelo con tus propias palabras. Pensar ejemplos de tu propia cosecha, o crear analogías. Todo lo que hace que le des vueltas a lo que has aprendido para quedarte con su significado es clave para recordarlo mejor, porque nuestra memoria es realmente buena recordando significados”.
Si un alumno está estudiando, por ejemplo, un tema sobre la economía y la sociedad en el Paleolítico en la Península Ibérica (que fue una pregunta de Selectividad en Aragón el año pasado), puede pararse cada pocos párrafos a explicarse con sus propias palabras lo que ha leído, lo que le ayudará a amarrarlo mejor en la memoria. Y si a una alumna le explican en Química la densidad (la cantidad de materia por unidad de espacio), puede empezar por plantearse una analogía sencilla para ayudarse a entender el concepto, como imaginar un autobús lleno hasta los topes de pasajeros y, a su lado, otro en el que solo viajen cinco personas.
Evocar
Una de las cosas más útiles que alguien pueden hacer para aprender es recuperar de la memoria aquello que ha estudiado, dice Marta Portero, investigadora del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona. Se trata de la llamada práctica de la evocación y consiste en ponerse a prueba, autoevaluarse. Quienes lo hacen buscan normalmente comprobar si ya se saben algo. Pero lo más interesante, señala Portero, es que la investigación ha mostrado que cuando una persona está evocando algo, también lo está consolidando mucho mejor en la memoria y haciendo más probable poder volver a evocarlo en el futuro. Por ejemplo, cuando esté delante del examen.
Los experimentos han descubierto que, incluso cuando una persona se esfuerza por evocar algo y no lo consigue, el mero hecho de no haber tirado la toalla enseguida mirando la respuesta en el libro hace que el repaso posterior sobre ese mismo tema resulte mucho más efectivo.
La estrategia de la evocación da buenos resultados a la hora de aprender hechos -las capitales europeas, por ejemplo-. Pero también ideas, conceptos o procedimientos. “En matemáticas o física, evocar un procedimiento consiste en practicarlo; volver a hacer los ejercicios sin mirar cómo se hacían. Y, de la misma forma que sería absurdo pensar que puedes aprender a tocar el violín simplemente viendo a alguien cómo lo toca, solo porque alguien te haya explicado las causas de la Revolución Francesa, no significa que lo hayas aprendido. Tienes que ser tú el que lo haga, el que las pueda explicar”, dice Héctor Ruiz.
Hay diversas maneras de practicar la evocación. Explicarse las cosas a uno mismo, en voz alta o en la mente, o a otra persona. Hacer esquemas o resúmenes (sin mirar la fuente y sin ánimo de convertirlo en material de estudio). O utilizar flash cards (tarjetas en las que uno mismo se escribe una pregunta en una cara y la respuesta en la otra), que resultan especialmente adecuadas, porque para completar la evocación es clave comprobar si lo que uno ha recordado es correcto.
La evocación, añade Marta Portero, que es también profesora de Psicobiología, tiene un beneficio adicional: al consistir en simulacros de lo que el alumno tendrá que hacer el día de la verdadera evaluación, dicho entrenamiento tiene el efecto de reducir su nivel de ansiedad en el momento de enfrentarse al examen.
Técnicas poco efectivas
Releer varias veces el mismo tema es una de las estrategias de estudio más habituales. Pero la investigación ha demostrado que es también una de las menos productivas, aunque intuitivamente pueda parecer lo contrario. A diferencia de la evocación, que pone a quien estudia frente a las costuras de su aprendizaje, releer proporciona una falsa impresión de seguridad, advierte Ruiz, que es director del International Science Teaching Foundation. “Al volver a leer un texto tienes una sensación de familiaridad, que te lleva a pensar que ya te lo sabes. Pero hay una gran diferencia entre que algo te resulte familiar y que puedas explicarlo”. Tanto su baja efectividad como el hecho de que resulte popular provienen en gran medida de que resulta sencilla. “No te pone ante lo que llamamos una dificultad deseable. Una dificultad cognitiva que hará que lo aprendas mejor”.
En un nivel parecido a la relectura se sitúan otras prácticas, como la muy frecuente de subrayar, o la de copiar durante el proceso de estudio, dice Ruiz, que matiza: “Ello no quiere decir que no sirvan para nada. Todas esas técnicas funcionan, en el sentido de que dan un resultado. Lo que sucede es que no son efectivas. Es decir, que no son la mejor manera de invertir tu tiempo. La forma en que estudias no es lo único de lo que dependen tus notas, sino que hay muchas otras cosas, como las horas que le dediques. Las estrategias lo que hacen es ayudarte más o menos en tu propósito. Y las buenas son las que te ayudan más”. El experto ha condensado el trabajo que numerosos investigadores, sobre todo estadounidenses, como Henry Roediger, Jeffrey Karpicke, John Dunlosky, Elizabeth Bjork, o el Nobel de Economía, Herbert Alexander Simon, han desarrollado al respecto, en libros como Aprendiendo a aprender (que tiene una versión adaptada para adolescentes).
Espaciar y entrelazar el estudio
Espaciar el estudio en el tiempo, indica Marta Portero, es una de las mejores formas de hacerlo duradero, según han acreditado multitud de investigaciones, las primeras de las cuales se remontan a hace más de un siglo. El tiempo (días o incluso semanas) que idealmente conviene dejar entre las veces que se repasa un tema no es fijo, y depende, entre otros factores, de la proximidad del examen. Y Ruiz destaca que la fórmula ganadora es la que mezcla la evocación con la práctica espaciada: “Hacer el esfuerzo de recordar algo en distintas ocasiones a lo largo del tiempo le indica al cerebro que se trata de una información importante y que conviene tenerla a mano”.
El extremo opuesto a espaciar es lo que se llama masificar el estudio (o darse un atracón uno o dos días antes del examen). Una práctica que puede dar resultados buenos en los primeros años de escolarización, sobre todo en chavales con facilidad para ello. Pero que, además de conducir a aprendizajes efímeros, va resultando menos útil a medida que la exigencia académica aumenta.
Revisitar a medio y largo plazo los temas es un consejo que probablemente llega tarde para quienes se examinan en junio de la Selectividad. Pero la investigación les ofrece una técnica emparentada con el estudio espaciado, que consiste en ir entrelazando aprendizajes. En vez de estudiar las materias por bloques de varias horas cada una ―primero matemáticas, después filosofía…― resulta más útil ir alternándolas. Su efectividad se ha comprobado en múltiples experimentos, con modalidades y edades distintas.
En uno de ellos, publicado en 2010, los profesores de la Universidad del Sur de California Kelli Taylor y Doug Rohrer enseñaron a unos alumnos de 4º de primaria a calcular las medidas geométricas de diversos tipos de figuras tridimensionales. Un grupo de niños lo aprendió y practicó en bloque, mientras otro lo hizo de forma entrelazada, practicando con unas y otras de forma combinada. Los niños fueron evaluados dos veces, una al acabar el aprendizaje y otra al día siguiente. Los que estudiaron en bloque acertaron el 100% de los ejercicios realizados de forma inmediata, pero al día siguiente su rendimiento cayó al 38%. Los que entrelazaron resolvieron bien un 81% de las preguntas en la evaluación inmediata, pero mantuvieron un acierto del 78% al día siguiente.
Iñaki Fernández, profesor de secundaria desde hace 26 años, durante los que ha impartido diversas materias científicas, empezó hace un par de cursos a pedir a su alumnado que aplicara estas técnicas basadas en la evidencia. “Algunas encajaban con lo que yo ya pensaba de forma intuitiva, pero otras me sorprendieron”, comenta. Fernández insiste a sus alumnos que estudien a base de responderse preguntas a sí mismos, ha comenzado a espaciar de forma sistemática el repaso de algunos temas, y cree que ello está dando frutos. “Han empezado a cambiar su mentalidad, lo que no es fácil, y, por las pruebas que les hago, tengo la impresión de que están mejorando”.
Evitar la música y otras distracciones
La memoria de trabajo puede definirse como el espacio mental en el que uno sostiene la información a la que está prestándole atención en un momento dado. Y ese espacio es muy limitado. “Lo puedes comprobar tratando de hacer una operación matemática. En cuanto la operación es un poco grande, no puedes, te desborda”, dice Héctor Ruiz. Es también la razón por la que resulta más difícil concentrarse leyendo si alguien está hablando a nuestro lado. “O si hay alguien moviéndose; nuestra atención evolucionó de manera que también a eso tengamos que prestarle atención. Por pura supervivencia, ya que podía tratarse de un tigre”.
La memoria de trabajo es, al mismo tiempo, la puerta de acceso a la memoria a largo plazo, que es de la que se necesita tirar ante un examen. Y el hecho de que la capacidad de la primera sea limitada, afirma Ruiz, explica que lo ideal sea estudiar en un sitio donde no haya distractores visuales ni auditivos, lo cual incluye la música. Las investigaciones han demostrado que escucharla perjudica el aprendizaje, aunque lo haga en grados diferentes según sus características ―es peor, por ejemplo, si tiene letra―. Como pasa con otros estímulos, escucharla obliga al cerebro a gastar recursos cognitivos en inhibirla, lo que tendrá como efecto añadido que quien estudie con ella se canse antes. Es preferible, afirma el experto en psicología del aprendizaje, planificar pausas en las que uno se recompense, por ejemplo, oyendo música.
Ruiz admite que hay algunas excepciones: “Si la alternativa a ponerte música es que oigas otros ruidos más aleatorios, porque no tienes la suerte de estudiar en un sitio silencioso, bueno, puede ser el estímulo menos malo, sobre todo si es una música relajante y sin letra”. Hay personas, por otro lado, a las que les cuesta mucho concentrarse, les vienen continuamente pensamientos superfluos, y a quienes la música puede servirles de máscara, igual que con los ruidos. Y otras que llevan tantos años estudiando con música ―se ha comprobado en experimentos con alumnado universitario― que su desempeño empeora cuando no la escuchan. Lo cual no significa que no les hubiera ido mejor si no se hubieran acostumbrado a ella.
Ignacio Zafra, La cinco claves para tener éxito en los exámenes ..., El País 12/05/2024
“Las habilidades innatas pueden dar ciertas ventajas, pero a la hora de aprender resulta más importante la experiencia”, asegura el psicólogo cognitivo de la educación Héctor Ruiz Martín. Salvo casos especiales, como las personas con trastornos intelectuales graves, prosigue, cualquier puede lograr niveles de competencia entre aceptables y excelentes en cualquier disciplina escolar. “Lo que más influye son otros factores, como la dedicación, las técnicas de estudio, la paciencia, los recursos didácticos y la perseverancia”.
Ruiz Martín, uno de los principales expertos españoles en prácticas de estudio ―investiga cuáles son más efectivas, como la técnica de la evocación, y cuáles aportan pocos beneficios, como releer los apuntes―, director de la International Science Teaching Foundation, y autor, entre otros libros, de Aprendiendo a aprender, matiza, sin embargo, que ello no significa que cualquiera pueda convertirse en el mejor del mundo en un campo simplemente a base de estudiar mucho. Pero sí que con la actitud y las estrategias adecuadas la inmensa mayoría de los estudiantes puede alcanzar resultados buenos o muy buenos, incluso si afrontan dificultades de partida, como la dislexia, que sí pueden requerir un esfuerzo mayor.
La argumentación de Ruiz Martín tiene, por un lado, una base biológica. El cerebro humano se modifica continuamente a partir de las experiencias que tenemos. Una propiedad, llamada neuroplasticidad, que constituye los cimientos del aprendizaje y nuestra principal facultad para adaptarnos al medio, explica. Las células cerebrales modifican continuamente sus conexiones ―llamadas sinapsis―. Y el aprendizaje se produce gracias a la creación de nuevas conexiones o mediante la modificación de las que ya tenemos.
La manera en que nuestro cerebro está, por decirlo así, cableado, en un momento dado, determina qué sabemos y qué podemos hacer, pero aprender consiste precisamente en modificar esos circuitos neuronales existentes, prosigue Ruiz Martín. El desempeño inicial de una persona en una disciplina concreta depende, por tanto, de cómo estén configurados de partida sus circuitos neuronales. “Pero con estudio, práctica y paciencia el cerebro se reconfigura para que seamos mejores en lo que tratamos de aprender”, asegura el psicólogo cognitivo.
Considerar el talento innato la causa principal del éxito o el fracaso educativo tiene consecuencias negativas porque afecta a la motivación. Y es difícil, cree Ana Prades, orientadora en un instituto público de Castellón, exagerar la importancia que la motivación tiene para el rendimiento educativo. “La motivación es el motor de todo aprendizaje, un proceso básico, a partir del cual arranca lo demás”, afirma. “En la motivación por aprender algo influye el interés. Pero hay un factor que es todavía más importante, porque modula el interés, que es la creencia de que puedes aprenderlo, lo que en psicología se llama autoeficacia”, prosigue Ruiz Martín.
Cuando la confianza de un estudiante en que podrá aprender algo es mayor, es más probable no solo que lo intente, sino que persevere, y no se eche atrás cuando cometa los errores que ―por si hacía falta, ha confirmado la investigación neurocientífica― suelen producirse al empezar a aprender algo nuevo.
La confianza en poder aprender algo se basa, a su vez, en elementos como las experiencias anteriores del estudiante con dicha disciplina, y sobre todo, en la forma en que ha interpretado dichos resultados. A qué considera que se debe un éxito o un fracaso. Si el estudiante suspende una asignatura y lo atribuye a su falta de capacidad ―“no se me dan bien las matemáticas” o “no soy inteligente”―, o a razones sobre las que, incluso si estuviera en lo cierto, no tiene margen de maniobra directo ―como que el examen era muy difícil o que el profesor le tiene manía―, es menos probable que mejore en la siguiente evaluación que si se plantea esforzarse más o estudiar con técnicas más efectivas.
La opinión de que la inteligencia innata es lo que más determina el rendimiento también está muy asentada en buena parte de los buenos estudiantes, dice Ruiz Martín. Una creencia que puede volverse en contra de aquellos que, no habiendo adquirido buenos hábitos de estudio, al llegar a cierto nivel de exigencia ―que con frecuencia coincide con la ESO― comienzan a tener peores resultados. Y si en ese momento, en vez de cambiar su forma de estudiar, siguen atribuyendo los resultados al talento, pueden acabar rebajando su opinión de sí mismos (su autoeficacia) e incluso fracasar.
Eso fue, de alguna forma, lo que le sucedió a Ana, que tiene 13 años y estudia segundo de la ESO en un instituto público valenciano. En quinto de primaria suspendió un examen de matemáticas e interiorizó, dice, “que no era buena” en la asignatura. Tres años después, en cambio, gracias a nuevas técnicas de estudio y a la perseverancia, saca sobresalientes en la materia, y asegura que ya no se pone nerviosa, “o no mucho”, en los exámenes de la asignatura.
Gabriela Spano, que lleva 26 años enseñando y es jefa de estudios en el centro público de Primaria y ESO Aurora Picornell, en el barrio de La Soledad de Palma, afirma que la creencia excesiva en la importancia de las habilidades innatas a la hora de determinar la marcha escolar, está muy generalizada y que, aunque es posible, no es fácil de cambiar. “El primer hándicap que tenemos a la hora de enseñar es que no explicamos a los alumnos cómo se aprende, qué mecanismos se ponen en marcha al aprender. Así que ellos lo atribuyen a las creencias culturales que corren a su alrededor, porque esto también está muy arraigado en las familias. Y creo que una de nuestras misiones es desmontar ese mito. Enseñarles cómo se aprende, porque lo harán más y mejor.”. Para ello, Spano ve necesario actuar en diversos frentes: “Poner en valor el error, por ejemplo, una de las cosas que nos hace aprender. Y el concepto de progreso; que no hay nada que tenga más valor que el que alguien progrese desde su línea base”.
Ignacio Zafra, Creer que la inteligencia innata determina el rendimiento educativo es una trampa que perjudica mucho a los estudiantes, El País 08/02/2025
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... tenint en compte que el wokisme és la versió 2.0 de la vella moral d’esclaus cristiana, els wokistes-reaccionaris tardaran gaire a prohibir –a cancel·lar– les obres de Nietzsche a les escoles? Temps al temps.
Damià Bardera, Nietzsche i el wokisme, nuvol.com 06/02/2025
¿Qué ha cambiado en Silicon Valley para que su mitología de creatividad e independencia se use ahora como herramienta de obediencia populista? Contesta desde California —evacuado de su casa debido a los incendios— el sociólogo y exministro de Universidades, Manuel Castells, gran historiador de internet. Explica tres etapas. En la primera fase, de la que nacieron las grandes figuras que cambiaron la tecnología mundial, de Steve Jobs a Bill Gates, “el emprendedor era el modelo y la innovación el objetivo, más que el dinero, individualista pero solidaria con el mundo y con valores sociales (feminismo, ecologismo, tolerancia sexual y religiosa)”. A partir de los noventa se consolidaron las grandes empresas, que terminaron como oligopolios: “Aunque predicaron la innovación y la libertad, en realidad la acumulación de capital y, por tanto, el ánimo de lucro fueron las ideologías dominantes: se hicieron capitalistas y empresarios más que emprendedores e innovadores, aunque siendo liberales y tolerantes en sus discursos y en su vida”.
Desde 2010 nos encontramos en una tercera fase —dice Castells—, donde el 5G, los satélites y la IA propulsaron a innovadores de éxito rápido: la “mafia de PayPal”, como se denominan a sí mismos. “Se encontraron en esta empresa, que luego vendieron para lanzarse a nuevos proyectos. Estos son Elon Musk, Peter Thiel, Marc Andreessen y otros. En este caso, a su innegable capacidad de innovación añadieron la búsqueda del poder total, son demiurgos que crearían un nuevo mundo e incluso lo expandirían, a Marte o al metaverso. Zuckerberg se enganchó a este grupo; también Bezos”. Su ideología, continúa Castells, “es la búsqueda del poder para los mejores cerebros, que son ellos, y que deben apartar a la plebe ignorante”. Esa es, cree, la base de su alianza con Trump: “Son tecnócratas libertarios que buscan ocupar el Estado para imponer su proyecto. Son muy peligrosos porque están convencidos, tienen poder material. Pero, sobre todo, su objetivo es el poder. No son nazis, pero les caen bien los nazis”. Y añade: “No tienen ideología, solo egolatría”. El día de la investidura, las miradas se las llevó Elon Musk, al mando del Departamento de Eficiencia Gubernamental, tras un gesto en el escenario que recordaba, precisamente, al saludo nazi. Philip Low, fundador de la empresa de neurociencia Neurovigil y antiguo amigo de Musk, no cree que este sea nacionalsocialista per se, y escribe en un post público de LinkedIn que “es algo mucho mejor, o mucho peor, depende de cómo lo mires. Los nazis creían que una raza entera estaba por encima. Elon cree que él está por encima de los demás. Creía que trabajaba en los problemas más importantes”.
A quienes no vimos en escena, a pesar de la profundidad de sus lazos con el nuevo orden estadounidense, fue a otros dos miembros de la mafia PayPal, Peter Thiel, dueño de la principal empresa de ciberseguridad del mundo, Palantir, proveedora del Pentágono y la CIA, y Marc Andreessen, poderoso inversor, creador de Netscape y ahora asesor de Trump a pesar de su pasado demócrata. De Thiel escribió su protegido, el vicepresidente J. D. Vance —a quien financió su carrera política—, que era la persona más inteligente que había conocido. Se encontraron en Yale, donde Vance estudiaba y adonde Thiel acudió a dar una charla. Seducido por sus ideas —como que las mentes más brillantes están enredadas en competiciones absurdas y no concentradas en hacer avanzar el mundo—, Vance trabajó en su órbita como gestor de fondos de inversión en el Valle.
En su libro De cero a uno, Thiel defiende la excepcionalidad del gran líder empresarial que ignora las convenciones sociales (“es más poderoso y, al mismo tiempo, más peligroso para una empresa ser dirigida por un individuo diferenciable que por un gestor intercambiable por otro”), motivo que explica, en su opinión, que el asperger (antiguo término para un grado de autismo generalmente más funcional) sea ventajoso en Silicon Valley. Es uno de los valedores de la nueva derecha reaccionaria estadounidense, de la ilustración oscura propugnada por otro de sus protegidos, Curtis Yarvin, una corriente antidemocrática que propone el gobierno de un monarca fuerte que lleve el país como lo haría un consejero delegado. Thiel incluso dijo que la democracia y la libertad eran incompatibles.Respecto a Andreessen, merece la pena leer el Manifiesto tecno-optimista que publicó en octubre de 2023 para entender su batiburrillo de inspiraciones: anarcocapitalismo, aceleracionismo, futurismo, Nietzsche, Ayn Rand. La tecnología, viene a decir, nos hará superhombres libres. Se atreve a identificar como enemigos a la responsabilidad social, la sostenibilidad medioambiental o la ética. También es interesante repasar un libro que ha recomendado, Atrévete a no gustar, del filósofo japonés Ichiro Kishimi. Se trata de un best seller que ha vendido millones de copias difundiendo las ideas del psicólogo Alfred Adler (1870-1937): “La psicología adleriana aboga por la valentía, por el valor. No puedes culpar al pasado o al entorno de tu infelicidad. No es que te falte capacidad, sino que te falta valor. Podríamos decir que te falta el valor necesario para ser feliz”.
Así pues, al comenzar 2025 tenemos, ligados al poder político, a un puñado de tecnócratas convencidos de su superioridad intelectual, valentía y mérito (¿cómo no hacerlo, si el mercado los ha refrendado convirtiéndolos en milmillonarios, si pasan sus días intentando enviarnos a Marte o construyendo una superinteligencia?), que tienen en sus manos empresas con una capacidad de influencia nunca vista, conocedores de las dinámicas de la sociedad y sus conflictos (recordemos, han inventado o controlan las redes sociales), atraídos por la idea de un poder gubernamental ejercido con la mano dura de un CEO totalitario a su imagen y semejanza, y sostenidos por unas convicciones eclécticas confeccionadas a su medida.
Noel Ceballos, experto en cine, cultura popular y autor de El pensamiento conspiranoico, recuerda tres películas de 1999 que conforman un ethos de protagonistas que despiertan y eligen su propio destino contra las convenciones sociales, y que tan bien encaja en la mitología de la joven derecha: Matrix, El club de la lucha (“aunque muchos de sus fanes se quedan con lo que les conviene, como la metáfora de las píldoras o la hipermasculinidad agresiva de Tyler Durden, e ignoran el auténtico discurso”) y Eyes Wide Shut, “que sigue espoleando todo tipo de hipótesis descabelladas sobre las supuestas intenciones de su director”. En el pastiche ideológico que ha conformado la cultura de internet en la última década y media se adivina el auge del arquetipo heroico, incluso del “elegido”, en los memes de la píldora de Matrix, en las referencias a Ayn Rand, en la popularidad de unos estoicos mal leídos, también en autores como Jordan Peterson o Nicholas Taleb. Uno de los lemas del momento en TikTok es to be cringe is to be free: permitirse dar vergüenza ajena es ser libre.
Una vez fuera de las convenciones sociales, la mente sin ataduras es capaz de discurrir con verdadera claridad. Esta premisa, que puede ser la base tanto del pensamiento crítico kantiano como de una charla adolescente sobre El lobo estepario, ha sido especialmente clave tras la pandemia. Y aquí llega la paradoja: todo el mundo se acusa entre sí de pensar mal. Unos se centran en la libertad radical de pensamiento y expresión; los otros, en la verificación de los hechos. Mientras la encomiable obsesión por afinar los razonamientos crece (recordemos otro best seller, el del Nobel Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio), la izquierda culpa a la derecha de caer en el pensamiento conspirativo y el uso de noticias falsas, y la derecha acusa a la izquierda de mentalidad de rebaño y de abandonar la innovación. Este último argumento se extiende a la vieja Europa en contraposición con EE UU.
“Si las personas realmente entendieran cómo funciona internet —escribe por correo el profesor de la Universidad de Stanford Sam Wineburg—, cómo las palabras clave distorsionan las búsquedas, cómo la optimización de motores de búsqueda mueve los hilos”, hacer nuestra propia investigación “conduciría a una mejor toma de decisiones. Pero la mayoría navegamos a ciegas, con una confianza ingenua y excesiva en nuestra capacidad para tomar decisiones sabias sobre la información digital”. Wineburg es autor junto a Mike Caulfield del manual divulgativo sobre comprobación de hechos Verified. Frente al concepto del pensamiento crítico, defienden la necesidad de “ignorar críticamente”: “Vivimos en una economía de la atención, donde las plataformas compiten por mantener nuestros ojos pegados a la pantalla. La evaluación de la información requiere pensamiento crítico, pero el pensamiento crítico es el combustible de la atención. En internet, el primer y más importante acto de pensamiento crítico es determinar si la información merece ser analizada críticamente. Aprender a ignorar fuentes de baja calidad preserva nuestra atención para la información que realmente importa”.
Cojamos una cultura en línea que promueve un individualismo no siempre bien entendido, un mundo complejo filtrado por el adanismo propio del desconocimiento, una fantasía incumplida de democratización del conocimiento y el efecto de refuerzo psicológico que generan la reunión de individuos antes aislados, pero que ahora se reúnen en comunidades online afines. Polaricemos con un sistema informativo pervertido por los dueños de los algoritmos, cuyas empresas se benefician del caos emocional de las redes. Y llegaremos a unos líderes económicos y políticos fuertes y populistas, admirados por su independencia (incluso sobre sus propios partidos y seguidores), defensores teóricos de la libertad y que reciben con los brazos abiertos a aquellos dispuestos a “atar cabos”… siempre que les convenga. Cuando se admira a un líder que “piensa por sí mismo” se admira, de hecho, a seres profundamente emocionales.
Delia Rodríguez, La filosofía ultraindividualista de Silicon Valley quiere conquistar el mundo, El País 02/02/2025
I
«Mi querida madre dio a luz gemelos: yo mismo y el miedo»
Hobbes.
II
Cuando en octubre de 1679 diagnosticaron a Hobbes una enfermedad mortal, comentó: «Me alegraré entonces de encontrar un hueco por donde escabullirme de este mundo»
La distanciación en nuestro tiempo del ideario humanista se manifiesta en la vida cotidiana y en determinadas actitudes jaleadas por publicidad, y hasta por leyes ad hoc. Sin duda la persona que comparte con su caniche un helado con ademanes análogos a los que adoptaría si los compartiera con su hijo o nieto, no recurre a sutilezas teoréticas para justificar lo que (¡en otros tiempos!) podría parecer un comportamiento singular. Y lo mismo cabe decir de la persona que, a la hora en que antes compartía tertulia con amigos en un bar, se centra en comunicarse con el chat de moda, entendiendo que este no le proporciona menor sentimiento de comunidad que sus congéneres.
Sin embargo, en alguna ocasión y desde la autoridad que supone el haber tenido en su día una posición académica de cierta relevancia, el código de valores implícito se hace explícito, la nueva ética deviene teorética. Tal es el caso del libro sobre el post-humanismo de la pensadora italiana Rita Braidotti, publicado en inglés y en su día traducido con prontitud al español (Rita Braidotti, The posthuman, Polity Press, Cambridge 2013. Traducción española, Lo posthumano, Gedissa, 2015).
La autora reivindica el papel de la ciencia y la tecnología en la forja del post-humanismo, proponiendo una suerte de fusión entre el hombre y las máquinas. Y en el sentido de esas personas evocadas hace unas líneas que prefieren la conversación con el chat a la tertulia humana, llega escribir: “¡las máquinas están vivas, mientras que las personas están inertes!”. Ello explica que afirme sin tapujos: “El anti-humanismo es parte de mi genealogía intelectual y personal”. Lo curioso es que, cuando escribía estas líneas, la autora era directora del “Centro para las humanidades” de la universidad de Utrech.
Sin duda, el fariseísmo es casi un universal antropológico, es decir, algo atribuible a todos los seres humanos sea cual sea su lengua y cultura: nadie quiere sentirse situado en el mal lado, Rita Braidotti tampoco. Si prefiere las máquinas a los humanos es entre otras razones porque la autora ve en estos últimos la matriz de todo lo deplorable del mundo (¡no se fija en que también es matriz de la Teoría de la Relatividad de la Recherche proustiana o la ciudad de Venecia!), De tal manera que al final la causa tecnológica es presentada como la aliada clave de la causa ecológica. Liberados del influjo humano, inteligencia algorítmica y naturaleza se hermanarán en una suerte de nueva zoe, que, trascendiendo la mera vida (bios), se confundiría con el bien.
Víctor Gómez Pin, Un caso de explícito repudio teorético del humanismo, El Boomeran(g) 06/0272025
I
«Sean los que sean los sistemas de opresión que creáis que estáis desmontando, son mucho menos opresivos que el caos que está sufriendo la escuela actual». Esto es lo que les decía Doug Lemov a los pedagogistas decididos a convertir la escuela en un paraíso infantil de aprendizaje fácil, salud emocional a raudales y empatía cósmica. Tiene razón.
II
Hablo con cierta frecuencia con gestores políticos de la educación española. No me he encontrado aún a ninguno que no se muestre decepcionado con la situación de nuestras escuelas. No digo que no haya partidarios de lo que tenemos, solo digo que yo no me los he encontrado. A veces se expresan con una radicalidad que asusta un poco, no porque carezcan de razones para el cabreo, sino porque son demasiado cobardes com para actuar en consecuencia.
III
Nuestro sistema educativo, con algunas notables excepciones, hace aguas, pero mientras Roma arde, el pedagogismo toca la lira. Y los políticos, dado que ninguno quiere ser tratado de facha, siguen fomentado la lira como recurso pedagógico para un sistema en el que no creen.
Secció 335 (continuació): - I ara no em parlis, amic meu, de l'imperatiu categòric! Aquesta paraula em fa pessigolles a l'orella i em fa riure, malgrat el teu posat tan seriós: em fa recordar el vell Kant, el qual com a càstig d'haver introduït trampsament de "la cosa en si" -una cosa força ridícula!- fou segrestat per "imperatiu categòric" i amb ell es desorientà en el fons del seu cor tornant altra vegada a "Déu", a l"ànima", a la "llibertat" i a la "immortalitat", igual que una guineu que s'escapa torna de nou a la seva gàvia. - Però si van ser la seva força i astúcia qui trencaren la gàvia, ¿com ara admires l'imperatiu categòric que hi ha en tu? ¿com admires aquesta "fermesa" del teu judici anomenat moral? ¿com admires aquesta "incondicionalitat del sentiment" per la qual tothom ha de jutjar en aquest punt el mateix que jutjo jo?
Admira més aviat el teu egoisme! Admira també la teva ceguesa, la petitesa i la baixesa del teu egoisme! Perquè és egoisme, en fecte, sentir el propi judici com una llei universal. (Aquest egoisme) delata que encara no t'has descobert a tu mateix, que no t'has creat un ideal per a tu mateix, un ideal propi. Un ideal propi mai no podria ser l'ideal d'un altre i encara menys un ideal de tothom, de tots els altres.
Qui afirma "Així hauria d'actuar tothom en aquest cas" bi ha fet cap pas per al coneixement de si mateix: doncs sabria, al contrari, que ni existeixen accions igual ni poden haver-n'hi, sabria que, gualsevol acció fet, és feta d'una manera completament única i irrepetible, i que igualment passa amb qualsevol acció futura ...
(si les accions) ens poden semblar iguals, això només és una aparença, perquè qualsevol acció, vista en el present o retrospectivament, és i segueix sent una cosa impenetrable, i el mateix succeirà amb cada acció futura, perquè les nostres opinions sobre el que és "bo", "noble", "gran" mai no es poden demostrar mitjançant les nostres accions, perquè cada acció és incognoscible ...
Limitem-nos a la purificació de les nostres opinions i de les nostres avaluacions i a la cració de les nostres pròpies noves taules de valors: -¡però evitem tota aquesta falsa meditació sobre el "valor moral de les nostres accions"! ¡Sí amics meus: pel que fa a tota la xerrameca moral dels uns sobre els altres, ha arribat l'hora de nos sentir més que fastig! El fet de dictar sentències en sentir moral és un atemptat contra el nostre bon gust! (...) Nosaltres volem arribar a ser qui som -¡els nous, els únics, els incomparables, el que es donene-lleis-a-si-mateixos, els que-es-creen-a-si-mateixos. I per això hem de convertir-nos els millors aprenents i els millors descobridors de totes les lleis i la necessitat existents en el món: hem de ser físics per a poder ser creadors en aquest sentit -en canvi, totes les valoracions i ideals se han construït sobre el desconeixement de la física o bé en contradicció amb ella. I per això: ¡visca la física! I més ara que ens obliga a ella: la nostra honradesa!
Friedrich Nietzsche, La gaia ciència
Secció 335. Visca, la física! - ¿Quants homes saben observar? Alhora, entre els pocs que saben fer-ho, ¿quants saben observar-se ells mateixos? "Cadascú és el més estrany per a sí mateix" (...) Alhora, la dita "Coneix-te tu mateix!", pronunciada en la boca d'un déu i dirigida als homes, és gairebé una perversitat.
... quan l'home judica que "una cosa és justa", quan en dedueix que "per això ha de fer-se" i llavors fa allò que d'aquesta maneeraha reconegut com a just i ha qualificat de necessari, aleshores l'essència de la seva acció és moral!
¿Per què sostens com ajust això i precisament això? -"Perque m'ho diu la meva consciència. La consciència mai no parla immoralment, al contrari és la que determina des de l'inici allò que ha de ser moral!"
-Tanmateix, ¿per què sents la veu de la teva consciència? ¿I fins a quin punt tens el dret de considerar un judici d'aquesta mena com a veritable i infal·lible?
El teu judici "això és just", té una prehistòria en els teus instints, en les teves tendències, en les teves aversions, en les teves experiències i en les teves inexperiències. Has de preguntar: "com ha sorgit això?", i després preguntar-te encara: "què m'impulsa pròpiament a prestar-li atenció?"
... el fet que tu sentis aquest o aquell judici com la veu de la consciència, és a dir, el fet que tu consideris alguna cosa com a justa, pot tenir la seva causa en el fet que mai no has reflexionat sobre tu mateix i has acceptat cegament des que eres un infant el que algú et va dir el que era just, o potser el que ara anomenes el teu deure ha estat associat amb el pa i els honors ... Per tot això, la fermesa del teu judici moral podria ser la prova de la teva probresa moral, de la teva manca de personalitat, i la teva "força moral" podria tenir la seva font en la teva tossudesa -o en la teva incapacitat per pensar nous ideals!
Dit breument: si haguessis après, observat i pensat més subtilment, sota cap circumstància tornaries a sentir-te obligat a seguir anomenant deure i consciència a aquest "deure" i "consciència" teus. La comprensió de com han sorgit sempre en general els judicis morals et faria perdre el gust per aquestes paraules tan patètiques, de la mateixa manera que ja has perdut el gust per altres paraules iguals de patètiques, com ara "pecat", "salvació de l'ànima", "redempció".
Friedrich Nietzsche, La gaia ciència
Una de las cosas que dan más risa son los
iluminados. Siempre que no tengan la sartén por el mango, claro. En ese caso lo
que dan es miedo, y la risa se queda para el carnaval. Eso en los lugares en
los que lo hay. Entre los puritanos, en los que el carnaval no existe o es cosa
de brujas, como en los USA, la cosa acaba a veces con un tipo pegando tiros en
el aparcamiento de un supermercado.
Dudo que esto último pueda pasar, por ejemplo, en Cádiz. Porque en Cádiz se ríe de lo lindo. Libremente y durante todo el año. De los iluminados y poderosos, y de los que no lo son. Tal vez por eso durante el carnaval son tan tiquismiquis y te dejan que te rías de todo, pero con un orden y unas formas que ya quisiera un sacerdote egipcio. Sí señor. Igual que hay que saber beber – te dicen –, hay que saber reírse de todo con arte y con parte (de razón). Donde se ríe por principio, el carnaval no tiene que ser un turbio desahogo, una bacanal irracional o una matanza catártica.
Tampoco ha de ser una patochada propagandística, como la de esa chirigota «fake» reventada por el público hace unos días (cantando y riendo, como debe ser) en el teatro Falla. No ya por su contenido (una torpe apología del santoral conspiranoico y voxero: vacunas, chemtrails, negacionismo climático…), ni porque apenas supieran cantar ni ajustarse a los estrictos cánones de la chirigota (ese cachondeo elevado a religión o arte), sino, sencillamente, porque les faltaba lo principal que hay que tener en Cádiz: ingenio y buen humor.
Porque fíjense que hasta para ser malo hay que ser bueno. Un buen iluminado habría de serlo tanto como para cachondearse – en carnaval – de sus verdades infinitas. Un conspiranoico verdadero habría de serlo tanto como para pensar en la guasa que tendría un plan para fabricar conspiranoicos. Y un carnavalero de ley habría de serlo tanto como para reírse de la que se ha formado, del escándalo de los puristas, y de la chirigota que se va a hacer de todo ello en la calle.
El carnaval, como casi todo, es política, de uno u otro signo. Y a veces arte, de una u otra manera. Pero principalmente es risa libre y franca; es el pueblo riéndose del Pueblo y de los iluminados que aspiran a dominarlo; es el propio carnaval riéndose del Carnaval y de los capillitas que aspiran a controlarlo; y es el juego libre del juego social bajo un único, omnipresente, infalible y todopoderoso rey: su majestad la gracia. No la de Dios, sino la de Cádiz, que no tiene que andar muy lejos.
Trenta anys d'estudis evolutius validats empíricament ens han proporcionat un marc científic per explicar que la raó per la qual compartim tantes intuïcions morals, que apareixen en una fase primerenca del desenvolupament i que adquireixen una força deontològica és que formen part de l'arquitectura psicològica de tota la nostra espècie. Ajudaven a esquivar els conflictes inherents al món altament social dels nostres avantpassats, en què censurar certes accions i lloar-ne d'altres hauria tingut importants conseqüències socials. Per exemple, la nostra consciència moral -la intuïció que realitzar una acció personalment seria allò «correcte» o «incorrecte»- ens ajuda a acumular elogis i prestigi ia evitar la condemna i el càstig. De la mateixa manera, les nostres intuïcions de la justícia faciliten la condemna proactiva (i el càstig reactiu) de determinades conductes en qualificar-les d'incorrectes i atribuir un grau intuïtiu de severitat a la seva incorrecció.
Carlton Patrick
I
Ando inmerso en el minucioso comentario de Heidegger del Sofista de Platón. Casi me he trasladado a vivir a sus páginas. En alguna de ellas me pasa lo que dicen que le pasó a Sócrates cuando leyó el Sobre la naturaleza de Heráclito: que entendió poco, pero lo que entendió le pareció sublimne.
II
Paso por aquí para recordar este soneto del inmortal Quevedo, titulado «Contra los que quieren gobernar el mundo y viven sin gobierno»:
En el mundo naciste, no a enmendarle,
sino a vivirle, Clito, y padecerle;
puedes, siendo prudente, conocerle;
podrás, si fueres bueno, despreciarle.
Tú debes, como huésped, habitarle
y para el otro mundo disponerle;
enemigo de l'alma, has de temerle,
y, patria, de tu cuerpo, tolerarle.
Vives mal presumidas y ambiciosas
horas, inútil número del suelo,
atento a sus quimeras engañosas;
pues, ocupado en un mordaz desvelo,
a ti no quieres enmendarte, y osas
enmendar en el mundo tierra y cielo.
El otro día hablaba con mis estudiantes sobre tratar de desenchufarse; considero que estamos en una nueva fase de la vida humana. En los años 70, el aburrimiento era un gran problema. El aburrimiento era un vacío existencial, se lo podía tirar a la industria del entretenimiento y la cultura mainstream, y era un desafío para todos nosotros: ¿por qué nos permitimos aburrirnos? Considerando que somos animales finitos, que vamos a morir, aburrirse era un escándalo moral de proporciones descomunales. Pero ahora el aburrimiento es un lujo que ya no podemos darnos, porque nuestros teléfonos no nos lo permiten: incluso cuando uno está esperando un bus o un tren, hay un flujo constante de estímulos de baja intensidad. El aburrimiento y la fascinación están mezclados, para volver a las revistas de famosos.
Sam Berkson dialoga con Mark Fisher: "Tenemos que inventar el futuro", elsaltodiario.com 07/06/2021
En esa tradición agorera, el Bulletin of the Atomic Scientists,fundado por el director del proyecto Manhattan (origen de la bomba atómica moderna), Rober Oppenheimer, nos ofrece desde hace décadas sus tétricas predicciones con regularidad. El Doomsday Clock [el reloj del fin del mundo], que publica el Bulletin, trata de representar nuestra mayor o menor cercanía a un previsible apocalipsis provocado por desastres nucleares, guerras catastróficas, riesgos biológicos de origen humano o el propio cambio climático. En enero de 2023, el reloj nos situó a tan solo 90 segundos de la medianoche, punto en el que un evento catastrófico producido por el “progreso humano” infligiría un daño letal a la especie y al planeta.
En cualquier caso, lo que distingue nuestro tiempo de los años cincuenta o incluso de las décadas de 1970, 1980 o 1990, es que la catástrofe ya no es una posibilidad prevista por las “mejores” cabezas (científicos, críticos o filósofos), sino más bien una certeza asumida por la gente común y corriente. No es un miedo justificado en la mayor o menor probabilidad de lo impensable, como cuando en octubre de 1962, en los tiempos de la Guerra Fría, el inexplicablemente afamado J. F. Kennedy, ante el despliegue de armas nucleares soviéticas en Cuba, accionó el nivel DEFCON 2 del sistema militar estadounidense, paso previo a una guerra nuclear. Ese miedo se podía conjurar todavía con las innegables conquistas capitalistas de la llegada del hombre a la Luna, el uso de antibióticos y la rápida extensión del consumo. Hoy, sin embargo, la presencia de la catástrofe no consiste en un miedo fundado en una posibilidad entre otras. Antes bien, esta tiene la forma de una percepción compartida de que las cosas van mal, e irán todavía a peor. Fin del Progreso. Esa es la certeza.
Por supuesto, vivimos todavía en la resaca y la inercia de la era de los grandes avances. Políticos, científicos e ingenieros, al modo de los telepredicadores, siguen insistiendo en fáusticas soluciones a todos los problemas. Para demostrarlo ahí están la IA y su potencia escalada de mejoramiento humano, las ya casi palpables energías infinitas como la fusión nuclear o, en el peor de los casos, la transición posthumana por medio del escaneo cerebral hacia una vida puramente virtual. Pero aparte de estos modernos reyes taumaturgos, nadie en su sano juicio predice un futuro mejor. Nadie puede afirmar que el progreso marca el norte del sentido de la historia. E incluso en países como China, donde el desarrollismo capitalista ha empujado a un quinto de la humanidad a unos niveles de vida casi comparables a los occidentales, la preparación para la catástrofe –lo que con un eufemismo podríamos llamar “transición ecosocial”– es casi una disciplina empresarial.Hace ciento cincuenta mil años Homo sapiens comenzó a colonizar el Planeta, dotado ya de técnicas de segundo orden (instrumentos para hacer instrumentos), estructuras de socialidad complejas (parentesco) y lenguaje articulado. Hace cuarenta y cinco mil años los grupos humanos crearon los símbolos externos: imágenes y signos que acumularon materialmente en las cuevas y las pieles la memoria del grupo.
Hace catorce mil años domesticaron animales y plantas y comenzaron a intervenir activamente en la selección natural como nuevos agentes, modificando las especies y el suelo que las alimentaba. Hace cuatro mil años levantaron ciudades, escribieron leyes, constituyeron estados y establecieron clases, castas y violencia dominadora de hombres y mujeres. Hace trescientos años desarrollaron las tecnologías complejas del control de la energía fósil y de la producción de metales, especialmente acero, aglomerantes como el cemento y establecieron nuevos estratos geológicos en el Planeta en formas de ciudades, campos cultivados y redes de comunicación.
Hace cien años modificaron el ciclo estable del carbono y sus emisiones comenzaron a producir un cambio en la temperatura media de la superficie terrestre. Hace cincuenta años desarrollaron el control de los campos electromagnéticos y crearon las memorias y los procesamientos electrónicos.
Para decirlo rápidamente: el presente es tiempo congelado. Nuestros cuerpos, la carne y la mente, son depósitos de tiempo, documentos de naturaleza y de cultura, de evolución y de barbarie. Nuestro cuerpo es un documento de todos esos cambios. Contiene toda la sabiduría de la humanidad y todas las cicatrices de su violencia irracional. El tiempo de vida de la especie es finito, limitado, corto comparado con la vida de los árboles, largo comparado con otras especies animales, suficiente para crear estructuras estables autorreproductivas como los valores, las costumbres, los rituales, las instituciones.
Y el poder. El poder es la capacidad de emplear el tiempo de los otros para los propios beneficios. Aprovechar sus ciclos de trabajo y descanso para producir mercancías convertibles en esa forma abstracta de poder que es el capital. Aprovechar los tiempos de sus sentimientos para inducir el miedo continuo a la violencia y crear la sumisión.
Y la fe. La fe es la fuerza de la resistencia. El poder del presente donde se hace el pasado testimonio y el futuro objeto de proyectos e imaginaciones. Es el poder del cuerpo y la mente, en conjunción con otros cuerpos y mentes, con sus confabulaciones (relatos en común) y conspiraciones (respirando en común) y sus valore y compromisos compartidos, que se hace fuerza transformadora que crea tiempos de libertad.
Fernando Broncano, Filosofía del presente, El laberinto de la identidad 01/02/2025
I
A veces pienso que los que trasteamos con la filosofía tenemos algún trastorno profundo. Lo nuestro no es normal. Lo digo porque escribiendo un texto para un proyecto aún remoto abrí el comentario de Heidegger al Sofista de Platón, que leí, no sin esfuerzo hace ahora 20 años. Es un libro de 660 páginas que no se lo recomendaría, por su meticulosa aridez, a nadie querido. Y, sin embargo, no lo he podido dejar en todo el fin de semana. He comprobado, una vez más, que lo que ahora subrayo coincide pocas veces con lo que subrayé hace 20 años. De hecho, siendo el mismo libro, su significado para mí es ahora bastante distinto. Leer es situar un texto en su contexto. Si cambias el contexto, cambias el texto.
II
Me dicen que debo pasarme a la IA porque, por ejemplo, facilita mucho el trabajo a la hora de hacer presentaciones. Lo probé y quedé decepcionado. Ciertamente hace presentaciones muy bonitas (aunque a veces con un tufillo cursi) sobre el tema que quieras. Le pides, por ejemplo, una presentación sobre la lectoescritura y en pocos segundos la tienes hecha. El problema es que es su presentación, no la mía. Lo que yo pienso hoy de la lectoescritura lo he ido construyendo a base de lecturas, conferencias, charlas, replanteamientos, observaciones, correcciones, etc. De modo que en cada dispositiva que presento hay una historia personal de conquista de alguna idea, de algún ejemplo, de algún gráfico o imagen. La IA no me da nada de esto. En las presentaciones de la IA me encuentro con ideas generales bien presentadas en las que yo no me encuentro por ningún sitio.
III
Cada vez estoy más contento de todo lo que me callo en las redes sociales.
Nuestro sentido moral es una adaptación biológica específica de nuestra especie. Ha evolucionado para facilitar la vida en grupo, regular las interacciones sociales y promover la cooperación más allá del parentesco. Las creencias intensamente asociadas a valores morales pueden motivar el progreso positivo de la sociedad. Sin embargo, las convicciones morales también pueden conducir al dogmatismo, a actitudes antagónicas, a un clima político polarizado y a acciones colectivas violentas. Las convicciones morales se perciben como creencias o principios absolutos, universales y definitivos. Activan el circuito cerebral asociado al procesamiento y la valoración de la recompensa, que motiva y refuerza la conducta. Los compromisos morales actúan como señales para ajustarse a las reglas de la propia coalición, lo que provoca sesgos cognitivos predecibles que benefician al yo y al grupo. Las convicciones morales se sostienen con gran confianza.Esto conduce a un sesgo de confirmación, lo que significa que la gente no está dispuesta a buscar o aceptar información correctiva por muy exacto que sea el contenido de sus creencias. Una vez que una cuestión se moraliza, resulta más difícil realizar un análisis de costes y beneficios. Una comprensión más profunda de las actitudes, los valores y la dinámica de la moralización puede permitir a los científicos sociales y a los responsables políticos identificar y apoyar vías para alejarse del extremismo y reforzar y mantener el compromiso con formas benévolas de acción colectiva.
Jean Decety