Escrito por Luis Roca Jusmet
Hay un intento interesante en algunos filósofos modernos y contemporáneos de recuperar el sentido de ética cono referido a la buena vida y no como un código normativo de obligaciones y prohibiciones, que se asocia con la palabra "moral". La ética como arte de la buena vida recupera esta dimensión práctica, ligada a la vida, que otros quieren también restaurar a la filosofía. El primer problema es, por supuesto, clarificar que es una buena vida. Ver si es lo mismo, o no lo es, que una "vida satisfactoria", "una vida feliz", "una vida placentera". Ver la relación que tiene con "una vida digna", con "una vida con sentido". Y finalmente, la relación de la ética, entendida de esta forma, con la política. Voy a hacer el ejercicio, por si alguién me quiere seguir o quiere participar, de ir analizando estos aspectos. De entrada señalar que me desmarco de planteamientos religiosos por su carácter trascendente, en el sentido que subordinan esta vida a algo que la supera, que es la primesa de una vida futura o la necesidad de someterse a una Ley divina. En estos casos si hablaría de moral, en el sentido que hemos de subordinarnos, hemos de obedecer un código superior. Parto de una ética inmanente, desde esta vida y sin otros supuestos.
Pensar una teoría ética entendida como arte del buen vivir. Lo cual no quiere decir proponer un camino universal sino dar una caja de herramientas para que cada cual lo vaya pensando. Entiendo por herramientas problemarizaciones, conceptualizaciones y argumentaciones. Los materiales que utilizo surgen de lo que he escuchado, de lo que he leído, de lo que he pensado y de lo que he vivido. Todo esto constituye "mi experiencia". Porque la prueba de una teoría ética es "la prueba de la vida". Me parece que el discurso filosófico debe estar ligado a lo que uno vive. Mis referencias filosóficas para esta teoría ética son : Aristóteles, Epicuro, Séneca, Epicteto, Marco Aurelio, Spinoza, David Hume, Immanuel Kant, John Stuart Mill, Friedrich Nietzsche, Pierre Hadot, Michel Foucault y François Jullien. No digo que sean los más importantes sino los que me han influido ( y que ahora recuerdo), lo cual siempre es producto del encuentro, determinado por el azar y la necesidad.
¿ Es lo mismo una buena vida que una vida placentera? En el sentido que damos hoy a la palabra "placer" ( sensación agradable contrapuesta al dolor) hemos de responder que no. Cuando filósofos como Epicuro o John Stuart Mill hablaban de placer era en un sentido mucho más amplio que el que le damos hoy. El placer tiene que ver con una buena vida, pero no la define. El placer, como decía Nietzsche, es más profundo que el dolor, porque quiere permanecer. Pero una buena vida no se basa en el placer porque implica otros elementos que iremos viendo. Pero el placer, en sí mismo, es bueno, y el dolor, en sí mismo, es malo. Aunque el placer no es "lo bueno" ni el dolor "lo malo". Iré planteando cuales son los elementos ligados a una buena vida que no se reducen al placer, al que por otra parte, insisto, tampoco hay que renunciar.
¿ Es lo mismo "una buena vida", objetivo de la ética, que una "vida satisfactoria"? Volvemos otra vez a la ambigüedad de los términos. Jeremy Bentham, fundador del utilitarismo, decía que sí, que los humanos, como todo ser viviente, aspiramos a la satisfacción, dándole a este concepto universal el contenido concreto que queramos. John Stuart Mill, que se consideraba como el anterior defensor del utilitarismo ( él inventó la palabra) decía que había que introducir un matiz. Si el término satisfacción valía para el resto de animales no era así con los humanos, que podían aspirar a algo más que la satisfacción de las necesidades. Así él prefería "un Sócrates insatisfecho que un cerdo satisfecho." No coincido con lo que dice Mill. ¿ Porqué considerar a Sócrates un insatisfecho? ¿ Porque no se conformaba con la pura satisfacción de sus necesidades? En todo caso Sócrates estaba satisfecho con su vida, no considerando la satisfacción a un nivel de necesidades biológicas. Sustituir la palabra "satisfacción" por la de felicidad, como plantea Mill, no clarifica la cuestión. Parece que con ello Mill quiere dar un estatuto de superioridad espiritual al hombre. No estoy de acuerdo. En todo caso la diferencia del humano parece ser su capacidad reflexiva que lo constituye como sujeto y que le permite preguntarse si está satisfecho con su vida y buscar un sentido. Pero quizás hoy el término "felicidad" añade más confusión que el de "satisfacción." Primero por la banalización y mercantilización y de la industria que se ha montado alrededor suyo. Segundo porque puede percibirse como un ideal imposible. Me quedo entonces con "vida satisfactoria", dando a la palabra "satisfacción" una dimensión más amplia que la del placer. ¿ Es una buena vida una vida alegre? Si lo entendemos en el sentido de Spinoza, sí. Porque alegría quiere decir gozo de vivir y potencia vital. Pero "vida alegre" en nuestro imaginario social se asocia con evasión, con superficialidad. Digamos que en una buena vida debe predominar la alegría sobre la tristeza. Hablando de afectos. Pero la vida satisfactoria hace menos referencia al afecto dominante que a la manera como valoramos nuestra vida. Porque la buena vida lo es en cuanto nosotros la valoramos como tal. Por lo tanto hablamos del sentido y del valor que damos a nuestra vida. Aquí entra el sujeto y su capacidad reflexiva.
Una buena vida es entonces una vida a la que cada cual le encuentra un sentido y un valor. En una buena vida predomina la alegría y no la tristeza. Una buena vida se vive como satisfactoria. Lo que hace que demos un sentido y un valor a nuestra vida, lo que la hace satisfactoria, lo que nos hace que la vivamos con alegría, es algo que no es universal. Podríamos añadir la dignidad, entendiendo por ello este reconocimiento que da cada cual a su propia vida. En la medida que somos sujetos que establecemos una relación con nosotros mismos, en términos de conocimiento y de valoración, somos éticos. La ética es entonces, como afirmó Michel Foucault, la práctica reflexiva de la libertad. En cuanto que tenemos un margen respecto a lo que hacenos con nuestra vida, somos libres. Margen quiere decir que lo que hacemos no es la consecuencia automático de los condicionamientos anteriores y que por tanto nuestros actos no están determinados.
Lo que es esta buena vida, lo que da sentido y valor a nuestra vida, lo que la dignifica y nos aumenta la potencía y la alegría es algo que vamos elaborando en nuestra relación con los otros y que tiene como prueba de verificación la experiencia. Es así como vamos construyéndonos como sujetos éticos y haciendo de nuestra existencia algo verdadero.
Si la ética no tiene que ver solo con nosotros sino también con los otros hay que ver de qué manera se plantea esta relación. Podemos construir un mundo en el que cada cual se preocupe y se ocupe de sí y utilice a los otros como medios para su satisfacción. Esta es, me parece, la propuesta neoliberal. Si hemos de entender la vida como una empresa lo único que buscamos es nuestro beneficio. Pero aquí volvería s Kant cuando pone una condición para que nuestra ética sea aceptable : que no utilices al otro como un fin, que lo respetes como un sujeto que tiene su propio camino. Es el reconocimiento del otro como sujeto ético. También algo de lo que han hablado desde Confucio hasta Hume : la humanidad, el sentimiento que nos hace preocuparnos de los otros y ocuparnos de ellos. La conclusión es, siguiendo a lo que planteará Michel Foucault, que la ética implica un cuidado de sí pero también un cuidado de los otros.
Y esta propuesta ética está ligada, por supuesto, a la responsabilidad subjetiva. Cada sujeto es responsable de sus acciones y de las consecuencias previsibles para sí mismo y para los otros. Este es el supuesto, que estamos condicionados, no determinados. En esta medida hemos de responder delante de nosotros mismos y de los otros.
Nueva entrega de mi "soliloquio" en el Tribú.
Eas un ejercicio divertido este de dejarse llevar por el capricho y ordenarlo alfabéticamente.
Un nuevo artículo que trata Sobre la responsabilidad en la revista homonosapiens:
Sin responsabilidad resulta imposible tomar las riendas de nuestra vida y, de hecho, constituye la falta de ella uno de los mayores obstáculos para llegar a dueños y señores de lo que pensamos, hacemos y decimos. Obviamente, muchos de nuestros pensamientos, acciones y palabras se escapan a nuestro control porque se dan de forma mecánica e inconsciente. Pero, aunque en muchas ocasiones se nos «cuelan» algunos juicios, palabras y acciones que no hemos decidido por nosotros mismos, esto no significa que no seamos libres, ya que podemos hacernos conscientes, en mayor o menor medida, de lo que nos determina y adoptar una actitud hacia ello. Aquí es dónde radicaría nuestra identidad última, en cuanto ya no estamos en una posición de control, gestión o dominio de lo que pasa en nuestro interior y fuera de nosotros, sino en una posición de ver más claramente todo lo que sucede.
No se trata, por tanto, de entender la responsabilidad como «un hacer lo que uno quiera» sino de «querer que pase lo que me acontece«. La libertad, desde esta concepción no contempla si lo que nos pasa está determinado, ni tampoco si tenemos más o menos libertad externa: ¿Cuántas veces nos hemos sentido prisioneros de unas circunstancias que hemos elegido «libremente»? La responsabilidad no está, pues, relacionada con mi libertad externa sino con la reconciliación con la realidad. Spinoza en su obra Ética ilustra magistralmente esta idea:
«No nos esforzamos por nada, no queremos ni apetecemos ni deseamos ninguna otra cosa porque la juzguemos buena, sino al contrario, juzgamos que una cosa es buena porque tendemos hacia ella, la queremos, la apetecemos y la deseamos».
A través de este texto, vemos que la libertad consiste en comprender la necesidad existente entre causas y efectos del universo, incluidas las del cuerpo y la mente humana. De esta manera está unida la libertad con la necesidad, aunque parezca contradictorio, porque la libertad es conocimiento de la necesidad y comprensión de la realidad, bajo la luz de la razón y de nuestra sensibilidad más profunda que nos permite formar una idea clara y distinta de nuestros juicios erróneos. Con ello Spinoza no niega la libertad, sino que remite la libertad al conocimiento. Éstas son sus palabras en su obra Ética:
«Como la razón no exige nada que sea contrario a la naturaleza, exige, por consiguiente, que cada cual se ame a sí mismo, busque su utilidad propia -lo que realmente sea útil-, apetezca todo aquello que conduce realmente al hombre a una perfección mayor, y, en términos absolutos, que cada cual se esfuerce cuanto está en su mano para conservar su ser».
Es precisamente cuando el hombre comprende que no es libre cuando es libre. Así es como el conocimiento nos convierte en personas libres y por tanto responsables de nuestra vida. La virtud no es más que el esfuerzo por perseverar en el ser. ¿Qué significa perseverar en el ser? Es vivir de acuerdo con la verdad, en seguir ese anhelo interior de vivir en congruencia con la realidad y que nos lleva a vivir sin tener conflicto con ella. Sabemos que mucho de nuestro sufrimiento viene dado por no aceptar la realidad tal cómo es sino por pretender modificarla en cuanto no depende de nosotros. La responsabilidad «persevera en nuestro ser» en el momento que atendemos nuestras acciones asumiendo sus consecuencias y entendiendo en qué medida dependen de nosotros sus causas y efectos. Esto quiere decir que aceptamos nuestros errores y equivocaciones con una clara intención de aprender de éstos. La responsabilidad, por tanto, nos acerca indudablemente a la vida buena.
La responsabilidad, insisto, comporta una actitud en la que se da libertad de ser porque no me obstino en la idea de que las cosas deberían ser de una manera determinada. Aquí vale la pena rescatar a los estoicos, que al igual que Spinoza defienden que el mundo en su conjunto está sujeto a un determinismo, abren un margen a la libertad con la posibilidad de hacernos responsables en términos «de lo que depende de nosotros«. Resulta fundamental ver que esas acciones -las que dependen de mí- son asumidas por mí y no desplazo su desenvolvimiento y, por tanto, sus consecuencias a agentes externos, sean, el mundo, las circunstancias u otros. Somos los únicos seres que construyen representaciones y, por tanto, somos responsables de asumirlas como ciertas o no. Las falsas representaciones que asentimos como verdaderas son las que nos hacen esclavos y no libres. Dos son nuestras fuentes de esclavitud: los afectos (o pasiones) que inquietan sin cesar el alma, y las cosas exteriores. Epicteto dice:
«El principal quehacer en la vida es éste: distingue entre las cosas, sepáralas y dí: «Las cosas externas no dependen de mí, el albedrío depende de mí. ¿Dónde buscaré el bien y el mal? En lo interior, en lo mío”. Que en las cosas ajenas jamás hallarás ni bien ni mal, ni provecho ni daño, ni nada semejante.»
Responsabilizarse es poner claridad en lo que no confluye con nuestra libertad de ser, que es la ignorancia que obstaculiza el camino de ser. Resulta imprescindible descubrir que la libertad es una experiencia de ser, en la que vamos comprendiendo con más profundidad y radicalidad la realidad.
Otro factor imprescindible para vivir de forma responsable nuestra vida es el de distinguir entre responsabilidad y culpa. La diferencia más notoria es que en la culpa no hay aprendizaje sino una acusación o autoacusación de un suceso acontecido. Es decir, culpabilizar es señalar o señalarte como alguien que no hace las cosas bien y, de este modo, convertirse en un ser pequeño e insignificante que merece la reprobación, el castigo y la indiferencia. La culpa, por tanto, es el producto de un ego que se estanca en creencias limitadas. Por ejemplo, asumo que algo lo hice mal porque soy un desastre y nunca me doy cuenta de nada de lo que pasa alrededor. Ese relato me hunde en un estado de dolor porque me digo con reprobación que existe algo erróneo en mí que no me permite hacer las cosas bien. No me perdono ni mis equivocaciones ni mis errores por lo que la relación que tengo con lo que hago y conmigo mismo/a es conflictiva. A través de este ejemplo vemos dos elementos también imprescindibles a la hora de entender la responsabilidad que son la comprensión y el perdón. Cuando comprendo lo que ha pasado hay perdón de forma simultánea. Y la comprensión en este contexto no es un análisis mental de los efectos y las consecuencias de mis acciones erróneas, sino una visión más amplia de cómo vivo mi vida, en la que se da una reconciliación para poder ver más de lo que vemos. Asumimos la responsabilidad porque somos conscientes de nuestras equivocaciones, sin culpa y remordimiento, porque reconocemos nuestra ignorancia en nuestras decisiones y, eso nos lleva indudablemente a vivir con más verdad.
Sentirnos responsables, por tanto, se vincula a un acompañamiento de nuestro sentir más profundo. En el ámbito existencial puedo mirar las consecuencias de una mentira a un amigo, en el que obviamente, se da cierto dolor por ello. Aquí, pensar o reflexionar sobre ello, no nos va a aportar mucha luz en la comprensión de lo sucedido. Lo que nos va a aportar una mayor lucidez es dar paso a ese sentir el dolor por el mal generado, y eso nos va a conducir a una nueva comprensión de la situación. No estoy hablando de una apología del sufrimiento, sino de dar cabida a la responsabilidad, no sólo a las razones de nuestra equivocación sino también a cierta inteligencia de un sentir que nos atraviesa como seres humanos que somos. Una inteligencia que nos informa de lo que nos afecta, de cómo nos relacionamos con el mundo y de su sentido. Responsabilizarnos bebe de la fuente del amor que surge de uno mismo que no es distinto del amor al otro y al mundo. En la culpabilidad hay resentimiento, desprecio y odio a uno mismo y a los demás. El amor, pues, se entiende como el impulso a seguir con fidelidad nuestro propio camino hacia la plenitud que anhelamos y, en el que somos responsables en la medida que nos abrimos a ver. Por eso, como decía, la responsabilidad y la libertad caminan juntas de la mano cuando buscamos más verdad en nuestra vida. Simplemente eso, ver, atender y amar danzan juntas en un baile en el que la responsabilidad ya no es buscada ni intencionada, sino que es el acompañante de ese baile en el que cada uno de nosotros hace del mundo su propio hogar. Esta idea la muestra Josep María Esquirol en su obra Humano más humano«:
«…lo humano, de raíz, está más vinculado con la responsabilidad que con el dominio; que una civilización más humana nos lleva a hacer del mundo nuestra casa más que a salir de casa para dominar el mundo; que una cultura más humana no es una cultura miedosa ni nihilista, sino la que sabe que no hay fuerza más intensa que la que se conjuga con el sentido. En la debilidad, lo humano, la vulnerabilidad …, se siente el pulso de la verdad «.
Fa pensar que la relació entre natura i espècie sàpiens sigui estreta i generi aquest ball d'emocions i contrarietats entre la gent . No és la casa que en alguns casos es pot salvar o el bestiar és el nostre paradís natural amb el que ens despertem cada matí i anem a dormir cada nit. Fa pocs dies a l'Empordà una burilla era el que cremava hectàrees de bosc i matolls . Les imatges dantesques cridaven i gemegaven entre la població que se sentia impotent davant els molts efectius de bombers, guardes forestals, serveis sanitaris, autoritats , voluntaris . Van necessitar-se més de 4 dies per apagar el foc i veure el resultat d'un paisatge lunar pler de fusta cremada , del negre del sutge més fosc i obac , de la por del poble, del clam de la població , de les nenes i nens de generacions joves que potser no veuran créixer els arbres i les plantes.
Fa pocs dies en l'exposició de CIÈNCIAFRICCIÓ del Centre de Cultura Contemporània llegia l'interès per la neurobiologia per entendre el paper en la fotosíntesi de les plantes i l'energia que aquestes senten i expressen ¨com éssers vius que es troben connectats amb la resta de la natura. De fet el neurobióleg que em va cridar l'atenció va ser Humberto Maturana , que sosté aquesta idea de la que parlem.
Però més enllà de la ciència i aquestes connexions podem pensar en la idea que tenia Simone Weil . La seva filosofia entenia la relació amb la naturalesa com un pont , en grec un metaxu, entre l'home i Déu o l'Absolut. En els seus escrits "Prologue" seguint la forma del "Cantar de los cantares" de l'Antic Testament , ens parla de l'Amant i l'Amat com el místic i pensador Ramón LLull va escriure en una de les seves obres. Fugint del dogmatisme eclesiàstic del catolicisme i tot apropant-se al gnosticisme ens planteja com l'harmonia de la Natura genera una bellesa que ens connecta amb l'Absolut. Aquesta experiència personal quan la muntanya ens atansa i provoca un gaudi immens com si es tractés d'una mística religiosa davant d'una ciència que a la pregunta pel sentit de l'existència ens obliga a o bé donar resposta des de l'altre , sigui, la parella, la família o la comunitat o bé ens condueix a una falta de resposta o de sentit . No hi ha cap finalitat en l'existència mateixa , ni cap sentit té aquesta vida viscuda. La concepció socràtica del coneixement d'un mateix com una línia personal de progrés de futur perd el seu significat quan el mite de la perfecció i del final ens aboca a una mena de valor creat i dissenyat perquè ens mentim com espècie. Weil creu que en la bellesa hi ha realment una presència de Déu i es pregunta quan aquesta queda ferida o trencada per la lletjor o per un caos d'horror, de barbàrie o de sense sentit .
En l'Antic Testament l'escala de Jacob connecta amb aquests graons l'obertura cel i terra, o sigui els homes i Déu però també fa que aquest es qüestioni si a vegades cal restar absent o en silenci davant la supèrbia dels homes i dones d'aquesta Terra. Resulta força curiós que com a jueva Weil mai considerés important la concepció de Jahvé JHV del judaisme .
11 Llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse en aquel lugar. 12 Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. 13 Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. 14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia. 15 Mira que yo estoy contigo; te guardaré por donde quiera que vayas y te devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho.» 16 Despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» 17 Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!» 18 Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. 19 Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz
Per Weil l'experiència amb la natura prova que existeix un element transcendent malgrat no el trobem o no el sabem diferenciar aquest absolut .
Digo lo de “ritual” porque esto de colocar barbacoas municipales en mitad de un paraje idílico (inflamable, para más inri, durante cuatro o cinco meses al año) o se me explica de un modo estético-religioso – como una suerte de grasiento sacrificio o rito de comunión que desconozco –, o no le veo más justificación que la del capricho de poder hartarse de panceta en cualquier lugar más o menos agradable. Lo que no es, en ningún caso, es algo racional. Y lo traigo a colación para intentar explicarme la reacción visceral e igualmente alocada que ha provocado la timidísima campaña del Ministerio de Consumo en pro de un consumo moderado y cuidadoso de productos cárnicos. Una campaña avalada por la OMS, la UE y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, y dirigida a un país en que se consume seis veces más carne de lo recomendable.
Honestamente, y en relación con esta polémica, yo aún no me he enterado de qué parte de las consecuencias que genera el consumo masivo de carne no entienden los que echan espumarajos por la boca o se burlan en plan chuleta del ministro y su campaña. Porque no es solo que la dieta de nuevo rico de carne día sí, día también, provoque multitud de enfermedades (a pagar solidariamente entre todos); es que la necesidad de alimentar a los cientos de millones de animales necesarios para que todos los pudientes comamos carne al mismo ritmo que un americano de clase media es una de las causas fundamentales de la desforestación del planeta, del cambio climático y de la falta de alimentos saludables para todo el mundo. Piensen que con solo una mínima porción del grano cultivado para alimentar a todo ese ganado se podría dar de comer, mañana mismo, a los ochocientos millones de personas que pasan hambre en el mundo.
Pero es que, además, promover campañas para contrarrestar esta “cultura de la hamburguesa” en la que se está educando globalmente a la gente, haciéndoles creer que viven mejor por comer carne barata todos los días, no solo atiende a objetivos que deben ser ahora absolutamente prioritarios, como parar o aminorar la catástrofe medioambiental y social que se nos viene encima, sino que también supone un estímulo al modelo de ganadería extensiva y regenerativa de la que viven muchas familias y que sufre de forma agónica de la competencia de las grandes empresas de producción intensiva, que son las que hinchan a antibióticos a los animales, agotan y contaminan los recursos, y emiten anualmente millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Claro que, como decíamos al principio, todo esto no es solo culpa de un sistema agroindustrial concebido fundamentalmente para producir beneficios, y no para alimentar saludablemente a la gente, sino también de la misma dosis de inmadurez con que esa misma gente idolatra esa cultura del exceso pantagruélico y el hedonismo low cost que, en el ámbito gastronómico, nos ha llevado a cambiar la olla o la paella tradicional por las hamburguesas chamuscadas. Y las chanzas de cuñado castizo-liberal defendiendo – aunque solo sea en la barra del bar – el consumo libérrimo de chuletas no ayuda en esto para nada; mucho menos cuando, de modo irresponsable, vienen del mismísimo presidente del Gobierno.
Por todo esto hacen falta no una, sino cien campañas como la lanzada por el Ministerio de Consumo. A ver si así recuperamos la razón. Porque es la razón, y no los colmillos, lo que nos define como especie. Lo digo porque, en el colmó del absurdo, un prestigioso tertuliano de la televisión pública enseñaba el otro día los suyos (tal como oyen) para “demostrar” lo carnívoros que somos. Hay que tenerlo flojo o retorcido para no calcular que por encima del colmillo tenemos la frente y, por delante, unos problemas de narices como para andar con tantas tonterías.
Per què no somriure doncs tots els matins del món dins les aules aprenent i ensenyant alhora amb uns nois i noies que ho demanaven a crits ? Penso que la seriositat i el rigor d'una racionalitat que com deia Hume és esclava de les passions ens obliga molts cops a prescindir de coses com el somriure . I és que en el darrer any davant el grup de nois i noies he volgut somriure més cops i tantes vegades com volia . Per això suposo que en el resultat final les emocions han guanyat la partida malgrat els nois i noies que fins a tercer d'ESO poques expectatives tenien el curs de 4 s'han pogut sentir amb un somriure interior de satisfacció en arribar a tenir el títol de l'ESO .
Però aquest grafisme escrit al portal del centre ha desaparegut en acabar aquest curs , quan van sortir les places concedides al grau mitjà els nois i les noies que havien treballat, havien sentit il·lusió pel que feien , es van sentir molt decebuts. Només 5 d'ells i elles han pogut arribar a fer el que volien , per accedir amb graus concertats de pagament , amb graus privats de pagament o marxar a fer estudis de llengua a l'estranger. La resta , més de la meitat de la classe es troben sense haver aconseguit cap plaça . Ja no somriuen cap d'ells i elles perquè han d'esperar a les resultes de setembre , han de creure al llarg dels dos mesos de l'estiu que potser en algun institut trobaran alguna plaça i tornaran a somriurem. Si torno ara al portal del centre a la porta d'entrada ja no puc veure cap somriure ni cap esperança doncs totes han estat ofegades en nois i noies que han arribat a un 5 però no han pogut entrar a graus mitjà . En El Subjetivo: Los límites en los tiempos del giro afectivo.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
La avalancha de proyectos para construir gigantescas plantas fotovoltaicas y, en menor medida, parques eólicos, en Extremadura y otros lugares del país, está pidiendo a gritos un proceso de información y deliberación pública. No con respecto al objetivo de sustituir las energías fósiles por las renovables – en lo que todos estamos de acuerdo –, sino con respecto al modo de hacerlo.
En primer lugar, toca hacer un llamamiento a la calma. No es normal que los proyectos aprobados para construir plantas fotovoltaicas multipliquen ya por diez (¡y los que están en estudio por veinte!) los objetivos de producción establecidos por el gobierno para 2030. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que este desmadre obedece a intereses especulativos, y no a una política planificada y sensata de transición ecológica, como debería ser.
Por demás, la ocupación del territorio, especialmente tierras fértiles y arboladas, con inmensos bosques inanimados de placas solares o molinos eólicos, acarrea consecuencias que no son solo de naturaleza estética o ecológica, sino también y, sobre todo, de carácter económico y social. Unas consecuencias que hay que analizar con detalle antes de dejarse llevar por la vorágine del dinero fácil (sobre todo, para unos pocos).
La primera de estas consecuencias es el empobrecimiento y abandono de las zonas rurales. El uso creciente de tierras fértiles, arrancando frutales a veces centenarios, o el desmontaje de terrenos forestales, para instalar placas, supone un cambio drástico para poblaciones que viven, desde hace siglos, de la agricultura y del monte, y que van a pasar a convertirse, de golpe y porrazo (y con mucha suerte), en simples vigilantes de inacabables filas de placas.
No se olvide que el empleo que las plantas fotovoltaicas prometen es temporal (dura lo que dura el montaje de las placas) y que, a cambio, no solo eliminan una cantidad mayor y mucho más estable de puestos de trabajo (los ligados a las tareas del campo) sino, más importante aún: amenazan una antiquísima tradición de cultura y laboreo de la tierra que va a dejar de transmitirse a las nuevas generaciones. Pueblos rodeados de placas van a ser pueblos muertos, sin nada que ofrecer a la gente joven, y con propietarios pudiendo vivir de las rentas en cualquier otro lugar.
Salvo para esos propietarios no parece, en fin, que este del sol sea un buen negocio. Tampoco hay que ser un lince para saber que, a medio plazo, las tierras fértiles o los bosques como sumideros de CO2 van a ser recursos estratégicos de muchísimo más valor económico que las placas. En un mundo atenazado por el cambio climático y el aumento demográfico lo que se va a necesitar son bosques y alimentos (recursos de los que aquí andamos aún sobrados) y no energía solar, de la que, muy probablemente, va a disponer fácilmente casi todo el mundo.
Tampoco podemos olvidar las consecuencias para el sector turístico. Es obvio que, si cubrimos el paisaje con placas solares y gigantescas torres eólicas, poca gente va a tener interés en visitarnos. Urge, pues, fiscalizar con mucha más firmeza los estudios de impacto ambiental, incorporando en ellos estrictos criterios paisajísticos. La transformación de cientos de parajes naturales, mantenidos sin apenas cambios durante siglos, va a ser de tal magnitud, que la prudencia y el control sobre las empresas han de ser igualmente extraordinarios.
Por otra parte, hasta ahora, y que yo sepa, nadie ha explicado de manera convincente por qué resulta imprescindible construir esas gigantescas plantas fotovoltaicas en el campo, en lugar de otras más reducidas e instaladas en terrenos ya degradados, polígonos industriales o incluso en los tejados y cubiertas de los edificios, promoviendo de paso el autoconsumo y el uso responsable de la energía. ¿Será que, aunque esto resulta mucho más beneficioso para todos, resulta menos rentable para unos pocos?
¿Y a qué, por cierto, tantas placas en Extremadura? Hace unos meses, un joven ingeniero de una de las compañías que las plantan por aquí me lo explicó con descarnada franqueza. Además de confirmarme que en su empresa no existía la más mínima planificación paisajística ni preocupación medioambiental (más allá de la imprescindible para afrontar velozmente los trámites administrativos), me respondió que los proyectos abundaban en Extremadura porque el terreno era más barato, porque había más territorio despoblado, y por la menor resistencia de la gente. Así de simple. Le falto decir: “porque sois los más pobres y desinformados”. Espero que no tuviera razón y que nos pensemos muy bien esto de cambiar el oro de las vides y los olivos (no digamos las encinas, que todo se andará) por la plata de esos bosques inanimados de silicio que, sobre el espejismo del beneficio inmediato, van a acabar de desarraigar a la gente de esta hermosa y prometedora tierra.
Escrito por Luis Roca Jusmet
La expansión de la epidemia del coronavirus también ha provocado una amplia proliferación de virus ideológicos que ya estaban latentes en nuestras sociedades : noticias falsas, teorías conspirativas, estallidos de racismo. La necesidad de cuarentenas, bien establecida desde un punto de vista médico, ha encontrado un eco en la presión ideológica para delimitar unas fronteras claras y poner en cuarentena a los enemigos que amenazan nuestra identidad.
Slavoj Zizek
Lo que voy a hacer , para empezar, es explicar el sentido del título y la problematización que implica. Empezaré en sentido inverso, abordando lo que entiendo por “sociedad liberal”. Me parece que quién mejor lo ha planteado ha sido Michel Foucault [1]. El Estado moderno, dice, empieza a constituirse como un poder disciplinario que actuaba sobre los cuerpos para domesticarlos y hacerlos productivos, todo en el marco de la Economía-mundo capitalista (término que no es de Foucault sino de Immanuel Wallerstein)[2]. El poder disciplinario, muy prescriptivo, va transformándose en un poder liberal basado en el control, pero que necesita que los ciudadanos tengan un margen de libertad. Lo que establece entonces el Estado liberal son los límites de la libertad para garantizar la seguridad de la población, que es lo que justifica su existencia. Aparece ya desde el inicio de la modernidad una cierta tensión entre estos poderes nacionales (la nación es su invento del Estado moderno que actúa paradójicamente en una economía que funciona a nivel mundial, que es la dimensión del sistema capitalista. Aunque haya instituciones internacionales (FMI a la ONU) las decisiones políticas se toman a nivel nacional, al margen de las posibles y reales alianzas que sus gobernantes puedan tener con estos poderes multinacionales. El Estado garantiza la seguridad estableciendo la normalidad estadística desde unos límites que el gobierno marca de manera arbitraria. Las prisiones existirán, supuestamente, para prevenir y supuestamente rehabilitar a los que no se sometan a la racionalidad política. Hablamos, por tanto, de sociedades liberales.
España es una sociedad liberal que ocupa un lugar semiperiférico en esta economía-mundo capitalista. Nos encontramos así en una sociedad que comparte los problemas que, antes de la aparición de la pandemia del covid-19, afectan a esta economía-mundo en general y a cada uno de sus países en particular. Un capitalismo agresivo, el neoliberal, que está desmontando desde hace ya cincuenta años todo lo que puede el Estado del Bienestar creado a través del pactos sociales de la postguerra. Un capitalismo cada vez más parasitario y menos productivo, que crea ciudadanos y países cada vez más endeudados. Que crea desigualdades cada vez más profundas entre países y dentro de los países. Un capitalismo, y esta es la parte que nos interesa más, devastador del planeta (cambio climático, agotamiento recursos naturales, deforestación), que genera una sociedad consumista y nihilista, cada vez más dependiente de los dispositivos electrónicos. Que está produciendo como reacción en movimientos populistas de todo tipo que en lugar de centrar los problemas los derivan hacia el peor escenario posible. Este es el siniestro panorama que había a principios del año en que vivimos, antes de que apareciera la pandemia. Tomemos nota de que, a pesar de la urgencia del cambio climático y sus consecuencias, ningún Estado consideraba que se hubieran de tomar medidas excepcionales para paliarlo. Los intereses económicos estaban por encima de cualquier medida política.
El imaginario social es una noción que inventó Cornelius Castoriadis para referirse a este fondo no racional, formado por un flujo de representaciones ligadas a afectos que son el sustrato que nos condiciona más que los discursos ideológicos[3]. Pero entendiendo, como nos enseñó Louis Althusser, ideología en un sentido amplio, que incluye las prácticas, por ejemplo, incluye también este imaginario social[4]. Claro que el imaginario existe a nivel mental y, por tanto, individual y no colectivo. Pero también es cierto que nuestras mentes están colonizadas, y no solo por lo que Althusser llamaba aparatos ideológicos del Estado y medios de comunicación, sino cada vez más por las redes sociales. Redes sociales que potencian mucho, no lo olvidemos, este elemento imaginario. Como sabemos hace décadas que se va tejiendo una fuerte influencia de lo que se ha llamado neoliberalismo, seguramente hegemónico en las sociedades liberales y más. El neoliberalismo potencia determinadas imágenes: la empresa como modelo para todo (incluso la vida); el ser humano autosuficiente, emprendedor, individualista y competitivo); lo privado como funcionamiento eficiente. Degrada también otras: lo público, que se ve como burocrático, ineficiente y corrupto; la vulnerabilidad y la precariedad como resultado de la falta de recursos personal
En este estado de cosas, pasa algo imprevisible y disruptivo, lo que podemos llamar un acontecimiento. Se inicia con un mal encuentro entre un hombre y un animal, que le transmite un virus y a partir de aquí se multiplican de una manera descontrolada a nivel mundial. ¿Un hecho fortuito de mala suerte? Aunque excluyamos de entrada las teorías conspirativas, por irracionales y paranoicas, esto no quiere decir que no analicemos la cuestión y busquemos posibles causas. El animal que transmite a los humanos el coronavirus es un murciélago. En condiciones normales, los coronavirus viven en circunstancias naturales con huéspedes a los que a veces ni siquiera perjudica. Los murciélagos, por otra parte, son muy resistentes a los agentes patógenos, pero deforestaciones provoca que tengan que salir de su cobijo; esto les crea una situación de stress crónica, ya que deben estar volando constantemente para solucionar su supervivencia e ir bordeando los imprevisibles peligros que aparecen, siendo mucho más vulnerables a las infecciones. En el nuevo milenio se ha dado un salto cualitativo en la deforestación de selvas tropicales para la obtención de productos básicos. Hoy sabemos, además, que a menor diversidad más peligro de transmisión zoonótica (transmisión de coronavirus a murciélagos).[5] Al mismo tiempo también sabemos que China, seguido por EEUU, es el segundo mayor mercado ilegal de tráfico de animales salvajes. Esto respecto al origen; vayamos a la difusión. Tenemos una forma de multiplicación de las infecciones sin parangón hasta el presente porque los medios de transporte actuales forman una superautopista aérea en la que los virus se multiplican de manera increíblemente acelerada en el espacio y en el tiempo. Podemos hablar metafóricamente de una especie de autopista viral.
La aparición de la pandemia, pasado el primer mecanismo de defensa de negación del problema (”es como una gripe) hace que los gobernantes perciban el auténtico problema social y político, que es que el rápido contagio puede conducir a un colapso del sistema sanitario. Comparemos esta pandemia, con una anterior, la del SIDA, que pasó hace unos cuarenta años. Fijémonos que la conocemos como SIDA, no como pandemia ni como el nombre del virus (VIH) a diferencia de la actual. La diferencia más importante, en relación con lo que tratamos, fue que en las sociedades liberales centrales o semiperiféricas, en ningún momento amenazó con colapsar. Esto quiere decir que entonces el miedo lo tuvo la población más que los gobernantes, que no tuvieron miedo a perder el control de la situación ni a que se pusiera de manifiesto que el sistema sanitario no estaba preparado para una eventualidad inesperada. No se la jugaban, en definitiva. Cierto que el SIDA no fue tan devastador en las sociedades de las que hablamos como la pandemia del Covid-19, pero hubo millones de infectados y de muertos. Pero se sabía que, tomando medidas de prevención, las decisiones de los posibles afectados podían evitar contagios. Entre el SIDA y el covid-19 aparecieron otros contagios importantes, cuyo origen era también el contacto de los humanos con el mundo animal. Primero fue el virus Nipah, detectado en Malasia en 1998; luego el virus del Nilo Occidental que llegó a Nueva York en 1999. Pero todos se controlaron, hasta el primer aviso serio a nivel mundial, que fue el coronavirus responsable del SARS en el 2002. Al cabo de diez años el coronavirus responsable del MERS, que recorrió en Oriente Próximo, y más tarde, el 2014, el ébola, con devastadoras consecuencias en África Occidental en 2014. Luego, un año más tarde, el zika, que se extendió por América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo reaparecían nuevas enfermedades infecciosas y gripes con nuevas cepas[6].Pero no llegaron a ser pandemias y afectaban sobre todo a sociedades periféricas.
El gobierno español en ocasiones anteriores utilizó las medidas propias de la gubernamentalidad y del poder pastoral y no tuvo que recurrir, como ha sucedido ahora al poder disciplinario. El poder pastoral, como nos enseñó Michel Foucault, es una herencia del poder de la Iglesia, que conduciendo las almas conducía al rebaño de cara a su salvación. Ahora es el gobierno el que administra la vida de los ciudadanos y le orienta para salvar su seguridad. Prevención, estadísticas, estas son las medidas de la sociedad de control y las que se utilizaron y se siguen utilizando. Pero con la pandemia del covid-19 los gobiernos se asustaron y esto llevó, como en España, a adoptar medidas disciplinarias. Es decir, a actuar sobre los cuerpos confinándolos en sus casas, obligándoles a llevar mascarilla, a mantener las distancias, aplicando toques de queda..
Los gobiernos, ya nos lo avisó el mismo Foucault, tienden siempre a excederse en su poder y a convertirlo en dominio. En este caso se deslegitimó cualquier cuestionamiento de sus medidas. No hubo debate público. El recurso a “los expertos” es una falacia, ya que no están de acuerdo y cada cual utiliza el punto de vista del que le interesa. Es importante recalcar como se ha bombardeado el imaginario social. Por una parte, con imágenes muy catastrofistas; por otra con un imperativo a la obediencia y a la aceptación de medidas disciplinarias en una sociedad liberal como si fueran inevitables; en tercer lugar, con una especie de apología del personal sanitario; en cuarto lugar, con una formulación del problema en unos términos estadísticos. Todo ello ocultaba una serie de cuestiones: en primer lugar, que los gobiernos y sus expertos no supieron prever el problema; en segundo que no tenemos un sistema público de salud preparado para garantizar la salud de la población, la tercera la necesidad de un debate público sobre este tipo de medidas en una sociedad democrática. las consecuencias de estas medidas son muy negativas: a nivel psicológico, económico y escolar.
Los efectos en el imaginario social no son solo los del acontecimiento como tal. Lo son también de la manera cómo los poderes establecidos presentan este acontecimiento. Pero también lo son de los efectos de las medidas que adoptan los gobiernos. Los efectos económicos han sido graves. Esto ha hecho que al miedo provocado por la enfermedad, muerte o dolor por el virus le añadamos el miedo al paro, al cierre de pequeños negocios. Los trabajadores y los pequeños negociantes son los que lo han pagado. Las élites económicas lo han soportado bien. El miedo nos vuelve más obedientes y desconfiados, más normativos. El futuro se ve muy incierto. Todo esto afecta al imaginario social.
Una mala metáfora utilizada es la de la guerra[7]. Porque lo que ocurre entonces es que el lenguaje militar invade nuestro imaginario: armas, enemigos, ejércitos, héroes, víctimas. Pero se puede plantear de otra manera: imaginar que es la acción capitalista en la Naturaleza la que ha causado una alteración en el equilibrio ecológico, cuyo síntoma es una infección zoonítica, que la autopista viral ha diseminado por todo el mundo. Frente a ello, a nivel inmediato, lo que hemos de hacer es protegernos del virus, no eliminarlo ( es un objetivo imposible). Hemos de poner en marcha los recursos necesarios y las medidas razonables. Podemos entonces planear acciones a medio y largo plazo para recuperar este equilibrio perdido. Son efectos diferentes en el imaginario social.
Otro elemento que me parece interesante resaltar, también en cuanto a sus efectos en el imaginario, es el de la imagen del otro. Si, como decía Lacan, un cuerpo es un organismo más una imagen, lo que está quedando es la imagen. En el contexto de la influencia cada vez más grande del dispositivo electrónico y de la importancia cada vez mayor de las pantallas y la relación con la imagen en nuestras vidas, uno de los efectos de la pandemia ha sido multiplicar este fenómeno. Esto por una doble razón. Por una parte, porque el encierro ha llevado a cambios de hábitos en el trabajo, en la escuela y en la relación que se ha tenido que sustituir la relación entre cuerpos por relación entre imágenes. Por otra porque el cuerpo del otro aparece como amenazador.
Cierto que este acontecimiento cuestiona las imágenes que nos había vendido (con éxito) el neoliberalismo: individuo autosuficiente, confianza en el mercado, la empresa y el mercado. Cierto que se ha visto como los seres humanos somos frágiles, vulnerables y dependientes. Cierto que se ha comprobado que solo un sistema público de salud puede solucionar pandemias (que contrariamente a la imagen de que eran algo superado son un peligro real)
Si hacemos una lectura desde una perspectiva progresista, entendiendo por ello lo que supone un progreso global de la vida humana, estos cambios en el imaginario pueden predisponer hacia algo peor o quizás, a algo mejor. Como se suele decir, esta crisis puede ser un peligro o una oportunidad. El peligro es, ciertamente, empujarnos aún más hacia un capitalismo digital y financiero parasitario, con unos ciudadanos pasivos, desconfiados, obedientes y descorporizados, que irían hacia un desastre planetario. La oportunidad sería que los ciudadanos tomáramos conciencia que la pandemia es un síntoma más de un problema estructural sostenido por una ideología que lo legitima en favor de las élites. Es decir que deberíamos cambiar nuestra imagen de lo que es una pandemia y de lo que es el cambio climático. Entender varias cosas. La primera es que uno y otro están vinculados, ya que el primero es un síntoma del segundo. La segunda es que el cambio climático no es una amenaza futura sino una amenaza real. No solo por las pandemias que aparecieron, aparecen y aparecerá. Porque ya en muchos lugares de los países periféricos lo están padeciendo en forma actual y dramática, como por ejemplo las plagas de langostas. Por lo tanto, imaginar esta pandemia como un aviso que debe conducir a transformaciones éticas y políticas. Es importante entender que hay que eliminar nuestro dualismo sociedad/naturaleza. No entender la sociedad como algo separado de la naturaleza sino como algo que existe en la naturaleza, en la trama de la vida[8] En este sentido no deberíamos ir más allá del término Antropoceno para describir la etapa en que el ser humano ha intervenido directamente en la Naturaleza sino de Capitaloceno. Esta es la tercera idea, la que el problema radical es, sin duda, el capitalismo y su lógica parasitaria y devastadora, sobre todo en la actual fase del neoliberalismo. En tercer lugar, hay que imaginar que el capitalismo puede superarse. O mejor dicho, que es una estructura social que ha durado siglos y que como todas las estructuras tienen un principio y un fin. Que el capitalismo está agotando sus propios recursos y que se abrirán diversas opciones. La apuesta progresista es la del socialismo democrático, que hemos de entender como un camino posible.[9] Una alternativa donde se combinen lo común, lo social y lo público en contra de la privatización y la mercantilización a la que estamos cada vez más sometidos. Lo común en la manera de abordar los problemas colectivos y compartir lo natural. Social en una economía sostenible con fines útiles basado en cooperativas o cogestionada. Públicas las leyes que regulan la economía y los servicios básicos.
Hemos de imaginar, por tanto, no solamente como estamos mejor preparados para la próxima pandemia. Ciertamente hay que fortalecer la sanidad pública, pero no solo esto. Hay que imaginar y pensar cuales son las causas y cuáles son las soluciones. Cambiar nuestras conductas, por supuesto, pero también cambiar el sistema. Se trata, por tanto, de la necesidad de un cambio a la vez ético y político. Pero esto no solo debe ser u discurso intelectual, sino que debe ser más profundo, debe llegar a lo afectivo y a lo más vital del imaginario social.
BIBLIOGRAFÍA:
CASTORIADIS, Cornelius La institución imaginaria de la sociedad Tusquets, Barcelona, 1989.
FOUCAULT, Michel Seguridad, territorio, población Akal, Madrid, 2008.
MALM, Andreas El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social Errata naturae, Madrid, 2020.
MOORE, Jason W. El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital. Traficantes de sueños, Madrid, 2020
QUAMMEN, David Contagio. La evolución de las pandemias Debate, 2020, Barcelona.
SOARES DE MOURA COSTA MATOS, Andiyyas y GARCÍA COLLADO, Francis El virus como filosofía. La filosofia como virus Bellaterra, Barcelona, 2020.
TOMÁS CAMARA, Dulcinea (comp.) Covidosofía. Reflexiones para el mundo pospandemia Paidós, Madrid, 2020.
WRIGTH, Erik Olin Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI
Akal, Madrid, 2020,
WALLERSTEIN, Immanuel El capitalismo histórico Siglo XXI, 2012, Madrid.
ZIZEK, Slavoj Pandémia. La covid-19 estremece el mundo Anagrama, Barcelona, 2020.
ZIZEK, Slavoj (comp.) Ideología. Un mapa de la cuestión FCE, Buenos Aires, 2004.
[1] Para profundizar en el análisis FOUCAULT, Michel Seguridad, territorio, población Akal, Madrid, 2008.
[2] Para una visión sintética WALLERSTEIN, Immanuel El capitalismo histórico Siglo XXI, Madrid, 2012.
[3] Para entrar en el tema CASTORIADIS, Cornelius La institución imaginaria de la sociedad Tusquets, Barcelona, 1989.
[4] Para ver diferentes concepciones de ideología, incluida la de Althusser ZIZEK, Slavoj (comp.) Ideología. Un mapa de la cuestión FCE, Buenos Aires, 2004.
[5] Todo este proceso está explicado de manera precisa y rigurosa en MALM, Andreas El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social Errata naturae, Madrid, 2020.
[6] Importante consultar QUAMMEN, David Contagio. La evolución de las pandemias Debate, 2020, Barcelona.
[7] Una certera crítica la de ARROYO, Nantu “Ceci nést pas une guerre. Alternativas al uso de una metáfora bélica” en TOMÁS CÁMARA, Dulcinea (comp.) en Covidosofía. Reflexiones filosóficas para el mundo de la pospandemia Paidós, Madrid, 2020.
[8] Imprescindible la lectura de MOORE, Jason W. El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital. Traficantes de sueños, Madrid, 2020.
[9] Interesante en cuanto a análisis y propuestas WRIGTH, Erik Olin Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI
Akal, 2020, Madrid.
Mi colaboración quincenal en el Tribú.
A quienes os sorprende mi colaboración en catalán en una revista digital catalana, quizás os interese saber también que, además, lo hago a gusto y gratis.
L'any vinent, el nostre grup de filosofia pràctica de la Societat Catalana de Filosofia llegirem la Retòrica d'Aristòtil. Fa venir fam! Gràcies a una llicència d'estudis el curs 2005-2006, vaig poder estudiar la teoria de l'argumentació des d'un punt de vista contemporani. Els resultats són aquí. Hi incloïa un resum sintètic de les principals orientacions actuals. Avui només hi afegiria, com a complement, alguna font de neurociències i de psicologia cognitiva.
Inici i fi... Alfa i omega!
Esta es la razón por la que Althusser interpreta que Marx se dio cuenta a tiempo de y a partir de la Ideología Alemana abandonó el humanismo que había contaminado sus anteriores escritos, los Manuscritos de 1944 especialmente. Allí encontramos la tesis de que la alienación del trabajador le despoja de su ser genérico, lo que puede traducirse como que le deshumaniza, pues lo que caracterizaría al ser humano es precisamente el ser genérico
"Por eso es precisamente en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico: de la naturaleza. Del mismo modo, el degradar la actividad propia, la actividad libre a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre un medio para su existencia física. Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio."
Lenturas recientes de Marx, como la de César Ruiz Sanjuan en Historia y sistema en Marx –por otro lado muy inteligente⎼, consideran que los Manuscritos de Marx son todavía un débito de Marx al antropologismo de Feuerbach. Algo que abandonaría (Ruiz Sanjuan sigue aquí a Althusser) a partir de La Ideología Alemana y que desarrollaría en El Capital, donde ya no aparece el término alienación, un término antropocéntrico, idealista y acientífico.
El humanismo de Marx no tenía en ningún momento ningún compromiso con alguna forma de esencialismo. Bueno sí, con una: la especie humana, sostiene Marx, se caracteriza por la producción de transformaciones en el mundo que, a su vez, la transforman. Su esencialismo lo es de una forma irónica que niega la mayor: su esencia es la historificación continua de su esencia. El humanismo marxiano se manifiesta en su afirmación de que el ser humano es un ser genérico, un ser en cuya agencia está representada toda la humanidad. De hecho, también toda la naturaleza. Tanto en el trabajo como en el consumo, sostiene Marx, el ser humano se encuentra en una dialéctica entre su cuerpo orgánico (corporeidad que entraña la vida mental) y su cuerpo inorgánico (funcional, metabólico, energético). En esta dialéctica se hace presente la profunda e ineludible relacionalidad de la agencia humana con la historia natural y social.
Fernando Broncano, Tres formas de holismo, El laberinto de la identidad 11/07/2021
Supongamos que los principales responsables políticos del mundo se reunieran de nuevo en el Hotel Mount Washington de Bretton Woods (New Hampshire) para diseñar un nuevo orden económico. ¿Cuáles son algunos de los principios básicos del gobierno económico global sobre los que tendrían que ponerse de acuerdo? A continuación expongo siete principios lógicos que planteé por primera vez en 2011 y que creo que son más relevantes que nunca.
1. Los mercados deben estar profundamente incorporados en sistemas de gobierno. La idea de que los mercados se regulan solos recibió un golpe mortal con la crisis financiera global y debería desterrarse para siempre. Los mercados requieren otras instituciones sociales que los apoyen. Dependen de los tribunales, los marcos legales y reguladores. Dependen de las funciones estabilizadoras de los prestamistas de último recurso y de la política fiscal anticíclica. Necesitan el apoyo político que la tributación redistributiva, las redes de seguridad y los programas de seguros sociales ayudan a generar. Necesitan inversión pública en infraestructuras e i+d para innovar. Lo que sirve para los mercados nacionales es igualmente válido en el caso de los globales.
2. El gobierno democrático y las comunidades políticas se organizan en gran medida dentro de Estados-nación y es probable que permanezcan así en el futuro. El Estado-nación vive y, aunque no goce de una salud del todo buena, sigue siendo básicamente la única alternativa. Aspirar a un gobierno global amplio es misión imposible, tanto porque es improbable que los gobiernos nacionales cedan un control significativo a instituciones transnacionales, como porque las normas armonizadoras no beneficiarían a sociedades con necesidades y preferencias diversas. Quizá la Unión Europea sea la única excepción a este axioma, pero el Brexit, el auge de los partidos populistas y la reafirmación de la autonomía nacional muestran los límites de las dimensiones políticas del proyecto europeo.
Con demasiada frecuencia, desperdiciamos la cooperación internacional en objetivos excesivamente ambiciosos que, en definitiva, generan resultados débiles que van poco más allá del mínimo común denominador entre los principales Estados. Cuando la cooperación internacional “triunfa”, lo habitual es que codifique las preferencias de los Estados más poderosos o, aún con mayor frecuencia, de corporaciones y bancos internacionales de esos Estados. Las normas de Basilea sobre los requisitos de capital; las normas de la omc sobre subvenciones, propiedad intelectual y medidas de inversión; y los acuerdos sobre resolución de conflictos entre inversor y Estado (isds) tipifican este tipo de reacción desmesurada. Podemos mejorar tanto la eficiencia como la legitimidad de la globalización si reforzamos los procedimientos democráticos nacionales en lugar de menoscabarlos.
3. No existe un “único camino” hacia la prosperidad. Una vez que admitimos que la infraestructura institucional central de la economía global debe construirse a escala nacional, los países son libres de desarrollar las instituciones más adecuadas. Estados Unidos, Europa y Japón son sociedades triunfadoras; todas ellas han generado una riqueza comparable a largo plazo. Con todo, las regulaciones que cubren sus mercados laborales, su gobierno corporativo, sus políticas antitrust, la protección social e incluso su actividad bancaria y financiera han sido muy diferentes. Esas diferencias permiten a los periodistas y a los críticos consagrar una serie de esos “modelos” –uno diferente cada década– como el gran éxito que hay que emular. Tales modas no deberían impedirnos ver la realidad de que ninguno de esos modelos puede ser considerado un claro vencedor en la competición de los “capitalismos”. Las sociedades de más éxito del futuro dejarán espacio a la experimentación y permitirán que las instituciones sigan evolucionando con el tiempo. Una economía global que reconozca la necesidad y el valor de la diversidad institucional no solo no reprimirá la experimentación y la evolución, sino que las fomentará.
4. Los países tienen derecho a proteger sus propias regulaciones e instituciones. Los principios anteriores pueden parecer indiscutibles e inocuos; sin embargo, tienen consecuencias poderosas que chocan con las ideas heredadas de los impulsores de la globalización. Una de esas consecuencias es que tenemos que aceptar el derecho de los países individuales a salvaguardar sus decisiones institucionales nacionales. El reconocimiento de la diversidad institucional carecería de sentido si las naciones fueran incapaces de “proteger” sus instituciones nacionales; si no dispusieran de los instrumentos para moldear y mantener sus propias instituciones.
Por lo tanto, cuando el comercio amenace de manera manifiesta las prácticas nacionales que gozan de amplio respaldo popular, deberíamos aceptar que los países puedan defender sus normas nacionales –políticas fiscales, regulación financiera, condiciones laborales o seguridad y salud de los consumidores– levantando barreras fronterizas si fuese necesario. Si los defensores de la globalización están en lo cierto, el clamor en favor de la protección fracasará por falta de pruebas o de apoyo. Si están equivocados, habrá una válvula de seguridad que asegure que esos valores contradictorios –los beneficios de las economías abiertas y los beneficios derivados de la protección de las regulaciones nacionales– son tenidos en cuenta adecuadamente en el debate político nacional.
5. Los países no tienen derecho a imponer a otros sus instituciones. Hay que distinguir claramente entre el hecho de emplear restricciones al comercio o a la financiación transfronteriza para proteger los valores y normativas nacionales y utilizarlas para imponer esos valores y normativas a otros países. Las normas de la globalización no deberían obligar a los estadounidenses o a los europeos a consumir bienes producidos de maneras que la mayoría de sus ciudadanos consideran inaceptables. Sin embargo, tampoco deberían permitir a Estados Unidos o a la Unión Europea recurrir a sanciones comerciales u otro tipo de presiones para alterar la manera en que las naciones extranjeras gestionan sus mercados laborales, sus políticas medioambientales o sus finanzas. Las naciones tienen derecho a la diferencia, no a imponer la convergencia.
6. El objetivo de los tratados económicos internacionales debe ser establecer las normas para gestionar la interrelación entre las instituciones nacionales. Confiar en los Estados-nación para que proporcionen las funciones esenciales de gobierno de la economía mundial no significa que debamos abandonar las normas internacionales. Al fin y al cabo, el régimen de Bretton Woods tenía normas claras, aunque estaban limitadas en cuanto a alcance y profundidad. Un caos completamente descentralizado no beneficiaría a nadie; las decisiones de una nación pueden afectar al bienestar de otras. Lo que necesitamos son normas de tráfico que ayuden a circular a diferentes velocidades a vehículos de diferentes formas y tamaños; no imponer a todos un coche idéntico o un mismo límite de velocidad. Deberíamos esforzarnos por conseguir la máxima globalización que sea compatible con dejar espacio para la diversidad en la organización institucional nacional.
7. En el orden económico internacional, los países no democráticos no pueden gozar de los mismos derechos y privilegios que las democracias. Lo que hace que los principios anteriores resulten atractivos y legítimos es que ponen de relieve la deliberación democrática donde esta tiene lugar realmente, dentro de los Estados-nación. Cuando los Estados-nación no son democráticos, el andamiaje se viene abajo. Ya no podemos presuponer que la organización institucional de un país refleja las preferencias de su ciudadanía. De modo que los países no democráticos tienen que jugar según unas normas diferentes, menos permisivas.
Estos principios respaldan un modelo diferente de gobierno global, un modelo que consistiría más en mejorar la democracia que en mejorar la globalización. Dejarían espacio a las democracias para que mejorasen su funcionamiento interno, sin prejuzgar cuáles deberían ser los resultados o si la consecuencia es una mayor integración económica. En lugar de normas encaminadas a incrementar el comercio y la inversión globales, el gobierno global podría entonces contribuir de manera útil a la democracia, mediante normas y requisitos procedimentales globales diseñados para mejorar la calidad del establecimiento de políticas nacionales.
Ejemplos específicos de tales requisitos son las disciplinas globales relativas a la transparencia, amplia representatividad, responsabilidad y uso de pruebas científicas/económicas en sus actuaciones nacionales. Hasta cierto punto disciplinas de este tipo ya se utilizan en instituciones globales. Por ejemplo, el acuerdo de la Organización Mundial del Comercio sobre la aplicación de medidas sanitarias y fitosanitarias (msf) requiere de manera explícita el uso de pruebas científicas cuando existen preocupaciones sobre la salubridad de bienes importados. Normas procedimentales de este tipo pueden utilizarse de manera mucho más extensa y con mayor repercusión para mejorar la toma de decisiones a escala nacional. Las normas antidumping pueden mejorarse exigiendo que en las actuaciones nacionales sean tenidos en cuenta los intereses de los consumidores y los productores que se verían afectados negativamente por la imposición de aranceles de importación. Las normas relativas a subvenciones pueden mejorarse exigiendo análisis de coste-beneficio que incluyan las consecuencias potenciales de las políticas industriales para conseguir la eficiencia tanto estática como dinámica.
El punto clave es el siguiente: los problemas que tienen su origen en una insuficiente deliberación en el ámbito nacional –los provocados por las políticas de empobrecimiento propio– solo pueden solucionarse mediante la mejora de la toma democrática de decisiones. Aquí, la aportación del gobierno global es muy limitada, y únicamente es posible si se centra en mejorar la toma de decisiones a escala nacional en lugar de restringirla. De lo contrario, el gobierno global se convierte en un anhelo de soluciones tecnocráticas que anulan y deterioran el debate público. Eso, a su vez, es una receta para el mal funcionamiento de la democracia y las reacciones populistas.
Dani Rodrik, Nuevas reglas para la economía global, Letras Libres 01/11/2018
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Zola pués intenta hacer comprender y explicar en su relato la protagonista de su historia en este sentido la configura claramente como hace todo arte cuando el director, el artista, el productor obligan a que el espectador, lector, quede sometido a su narración , o sea, le indica lo que debe ver, oir, sentir, leer, mirar, determinando su libertad y polemizando con su objetividad artística y cultural.
Hay pués una ruptura entre la idea de libertad y la adscripción a un determinismo dentro de la tradición . El marxismo y el psicoanàlisis precisamente consideran el sujeto sometido a la historia . Sus concepciones antropológicas tal como aparece en los Manuscritos y en la obra de L.Althusser "Ideologia y aparatos ideológicos del Estado" como entenderan la conciencia individual ?
En el psicoanálisis y "La interpretación de los sueños" la ruptura con la libertad , la necesidad de cultura y el modelo de narratividad que se deriva frente a lo cotidiano nos arrojan hacia un primer determinismo estètico como el Nietzschiano y su posición cultural y artística .
La identidad es lo que se atribuye al individuo como alguien perteneciente a la historia y que adquiere valor en la relación social le atribuye y le acaba reconociendo. A la persona le pasan cosas a diferencia del individuo que es una de las cosas que pasan. ¿Quien forma parte del mundo social de Zola? Nana es la portavoz de una conducta arquetípica , pero no parece que sea casual , o como mínimo no se puede sospechar por parte del lector. Todo relato tiene finalidad porque ordena los acontecimientos narrados introduciendo un sentido , por eso los actos adquieren una dimensión no casual exclusivamente. En el primer capítulo se describe un ambiente canalla , el teatro de varietes como exhibicionista de mujeres , de modales toscos quien lo dirige un tal Bordenave . Nana aparece entonces como si estuviera en una escenografia de dioses griegos cantando y haciendo notar su voz como una inyección y juega con su público para generar pasión entre sus asistentes al teatro. Una identidad de Nana inútil y vacía .La novela es también narración y , en tanto que relato, nos explica una historia , pero ¿Hasta que punto Zola es un narrador absoluto? hay una voz o no en el narrador o en el personaje ? En la parte cuarta Nana organiza una cena en su apartamento para invitados auxiliada por su fiel criada Zoé para entrar con éxito en Paris. Pero bajo la apariencia de atender aspectos frívolos busca un reconocimiento diferente como artista con un nombre. Nana intenta hacerse valer perder este reconocimiento es perder el papel de protagonista por eso parece que hay un verdadero protagonista más allá de Nana que hace falta para que no sea el fruto de sus amantes, invitados, público. Por eso hay un protagonista y hay un sujeto en Nana el relato histórico y el literario se borran ,La relación narrador y protagonista no se agotan en este único uso donde el narrador constituye la fuente que explica la realidad y da sentido ..
Por eso ¿ En qué medida la narración Nana ha modelado al narrador Zola ? Un dueño absoluto de su pluma , en la medida que algo actua detrás de Nana y algo habla junto a su narrador , habrá que pensar que ese algo , ese valor añadido al relato por encima o por debajo del narrador es un valor objetivo,
Si recorremos a personajes de las novelas de F.Dostoievski puede que la pregunta cambie El topos de la experiencia narrativa del sujeto parece que puede decidir y escoger más allá de su narrador. ¿Cómo ser libre en su estado contingente y efímero de protagonista de la novela ? "El idiota" " Crimen y Castigo" "El jugador" "Los hermanos Karamazov" "EL doble" sugieren que la libertad es una opción sin fundamento alguno frente al determinismo antes mencionado. ¿Habrían condiciones más allá de las sociales, económicas, científicas, históricas para dirigir la narratividad hacia un sentido posible de libertad ?
La tesi es que Dostoyeski és el punto de encuentro de la irracionalidad dle alma y la condición humana , o sea, los actos nos hacen libres , la normatividad de los actos del ser frente a la sociedad determinista . La experiencia literaria afirma que en ese proceso hacia la pregunta acerca de un sujeto narrado que se separa de su protagonismo y va más allá es y resulta posible .
Encara que el cartell de Vox em resulta ofensiu no objecto tant la decisió dels jutges com els seus raonaments. Veure en l’escena pública missatges que m’ofenen més aviat m’ajuda a creure en la llibertat d'expressió: si tothom pot parlar sempre hi haurà coses que incomodaran els uns o els altres. I tots plegats ens hem d’acostumar a entendre que la llibertat és això: que cadascú digui el que vulgui. Sempre que es limita la llibertat a algú penso que qualsevol dia ens pot tocar a qualsevol de nosaltres. La millor manera que es posin en evidència els enemics de la llibertat és deixant que s’expressin: no hi ha res que els acusi més que les seves pròpies paraules.
Ja fa temps que vivim una paradoxa: la part dreta del Parlament espanyol s’omple de la paraula llibertat. Abascal la utilitza a cada frase i Casado hi posa l’acompanyament musical. "Llibertat o socialisme" va ser l’eslògan de la dreta en la campanya electoral de Madrid, quan era evident que ni una cosa ni l’altra. Soroll. Ells mateixos es posen en evidència. Parlen de llibertat però practiquen sistemàticament la xenofòbia, neguen els drets LGBTI, criminalitzen un projecte polític com l’independentisme català o com el que ells anomenen "populisme d’esquerres", rebutgen la legalització de l’eutanàsia o de l’avortament i juren per una pàtria única i transcendental. Això sí, no volen que es paguin impostos, és a dir, volen un estat al servei del campi qui pugui. Però quan senten alguns dels seus símbols ridiculitzats o denunciats o quan es prenen decisions que no els agraden corren al jutjat de guàrdia. Parlant es posen en evidència, si se’ls prohibeix parlar fan el paper de les víctimes. No els fem aquest regal. Encara que hàgim de suportar moltes barbaritats. Deixem que es retratin.
Ernest Gellner, a Llenguatge i solitud (1998), distingeix entre la concepció individualista i atomista del coneixement –que creu que descobrim la veritat sols i ens equivoquem en grup– i la visió orgànica del coneixement –que el vincula al desplegament de la càrrega conceptual d’una comunitat lingüística i cultural–. ¿Com es pot passar del jo al nosaltres sense deixar bocins de llibertat pel camí?, ¿com es pot ampliar la llibertat que es conquista col·lectivament sense convertir l’home en mitjà? Aquesta seria una de les funcions de l’enginy democràtic: defensar-nos de l’abús de poder que ens espolia de la condició de ciutadans per convertir-nos en súbdits o patriotes. És sentint parlar a uns i altres que queden clares les intencions de cadascú.
Josep Ramoneda, La llibertat i els seus enemics, Ara 06/07/2021
Mi nuevo artículo en la revista homonosapiens: Sobre el autoconocimiento
Oímos hablar frecuentemente sobre el autoconocimiento, de su importancia y de la multitud de virtudes que puede aportar a las personas que llevan a cabo un trabajo de estas características. Pero, ¿qué es el autoconocimiento? En la actualidad se aborda desde diferentes disciplinas, enfoques y metodologías, lo que lleva a una concepción del trabajo de autoconocimiento muy amplia y difusa. En este artículo, lo abordaremos desde un contexto filosófico, y en particular, desde la Filosofía sapiencial.
Antes que nada, me parece necesario desvincular el autoconocimiento filosófico de un tipo de autoconocimiento que se ha popularizado mucho en estas últimas décadas, en el que opera una instrumentalización de este conocimiento para conseguir bienestar y paliar el sufrimiento. Estos objetivos, aun siendo del todo legítimos, se hallan muy alejados de lo que es el autoconocimiento filosófico. Este tipo de autoconocimiento se «vende muy bien» bajo la promesa de resultados rápidos y eficaces, todo ello sazonado con la idea de que la felicidad se puede adquirir bajo el dictamen de nuestra propia voluntad, ocasionando en la mayoría de ocasiones sentimientos de culpabilidad cuando no nos sentimos felices. Una propuesta, por tanto, impositiva y autoritaria, que va en consonancia con la obligación de ser feliz, lo que algunos han llamado happycracia, término acuñado por Edgar Cabanas y Eva Illouz en un ensayo que lleva por título dicha palabra. Así dicen:
«Ahora la felicidad se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida; como el baremo con el que debemos medir el valor de nuestra biografía, nuestros éxitos y fracasos, la magnitud de nuestro desarrollo psíquico y emocional. Más importante aún, la felicidad ha llegado a establecerse como elemento central en la definición de lo que es y debe ser un buen ciudadano».
Después de esta matización, volvamos a la pregunta enunciada anteriormente: ¿qué es el autoconocimiento filosófico? Esta cuestión la abordaremos haciendo referencia a un concepto fundamental: la identidad esencial, que nos puede permitir ciertos atisbos -no pretendo ser exhaustiva- de lo que es el autoconocimiento filosófico. Partimos de la premisa de que queremos alcanzar un conocimiento, no de cómo somos sino de quiénes somos. En la historia de la filosofía se remite al autoconocimiento en estos términos, desde los mismos presocráticos y, de forma explícita, en Sócrates. Platón lo expresa en su obra Alcibíades, en boca de Sócrates en diálogo con Alcibíades, un joven que aspira a la política. Trata de recordarle que, antes de ser gobernante, su primera tarea como hombre es gobernarse a sí mismo, y no lo conseguirá si antes no se conoce a sí mismo. A partir de aquí y a través del bellísimo símil de la vista explicará el significado de la sentencia del Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». En este texto, cuando se habla de visión está hablando de visión interior, y el autoconocimiento se entiende como “mírate a ti mismo”. Y mirarse a uno mismo no es “mirarse el ombligo” sino mirar lo que nos constituye esencialmente como seres humanos, que es aquello que gobierna en nosotros y fundamenta nuestra singularidad. Y aquello que gobierna en nosotros también es común en todos los seres humanos, por lo que podemos “mirarnos” a través del otro desde ese lugar común, no desde cualquier lugar. En el símil de la visión, la pupila hace de espejo para la mirada del otro y, por tanto, el ojo se conoce a sí mismo al reflejarse en la pupila del otro. En sus propias palabras:
«¿Te has dado cuenta de que el rostro del que mira a un ojo se refleja en la mirada del que está enfrente, como en un espejo, en la que llamamos pupila, como una imagen del que mira…? Entonces, mi querido Alcibíades, si el alma intenta conocerse a sí misma ha de mirar a un alma, y sobre todo, a la parte de ella donde reside su excelencia, la sabiduría o algo parecido».
En esta interioridad compartida podemos reconocer a la divinidad: el conocimiento de sí. Según Platón, el trabajo de autoconocimiento, se da mediante una proyección hacia el otro, es decir, a través de otra persona que abre un espacio apropiado de comprensión espiritual en el que puede reflejarse la individualidad de nuestro propio ser.
Si trasladamos todo esto a un lenguaje más coloquial y orientado a nuestra vida cotidiana, entendemos que la identidad profunda y esencial del ser humano no se reduce, pues, a nuestros pensamientos, emociones y acciones sino a algo más originario que fundamenta y origina estos mismos pensamientos, emociones y acciones. En el trabajo de autoconocimiento lo que buscamos es “vivirnos” desde ese lugar que nos trasciende y se manifiesta en nosotros. Para clarificar esta idea, pongamos un ejemplo, si yo busco un autoconocimiento psicológico, me quedaré en una indagación en la que mi identidad se identifica con la fluctuación de mis emociones y de pensamientos. Si estoy triste me identifico con la idea de ser una persona triste o depresiva, pero esto no es del todo así, porque estos estados no permanecen y no pueden decir mucho acerca de quién soy realmente. Lo mismo pasa con mis pensamientos: el que piense que soy torpe, no quiere decir que sea torpe, sino que me vivo como un ser torpe porque me he identificado con el pensamiento de que soy torpe. Tampoco, en el mismo sentido, soy lo que hago. Sin embargo, ¿quién soy sino soy ni mis pensamientos, ni mis acciones, ni tampoco mis emociones? Pues, ese alguien que es, y que no deja de ser, pese a que, en algunas ocasiones, se enfade, se muestra perezoso, torpe, poco sensible o se sienta poco inteligente, porque como he dicho, esos estados fluctúan y no nos definen esencialmente como personas. Y lo que queda, aunque se quede atascado en múltiples recovecos, es un ser que anhela desenvolverse hacia su propia plenitud.
El autoconocimiento desde el Enfoque sapiencial es una invitación a “vivirnos” desde el ámbito del ser. ¿Cómo se hace este trabajo? Partiendo de ver quiénes no somos, de sumergirnos bajo esas capas en las que asumimos erróneamente que nuestros pensamientos, emociones y acciones son los que constituyen nuestra identidad. Tapan nuestra identidad real, ese lugar del que Platón nos hablaba en boca de Sócrates, que es el alma, entendida como sabiduría y camino de virtud. No se trata, pues de pensar sobre la tristeza que siento, haciendo un análisis o haciendo un discurso teórico de ella, ni tampoco de identificarse con la tristeza que siento como un ser triste, sino de sentir la tristeza que siento. Sentir que siento tristeza no es lo mismo que sentirme triste. En ese sentir que siento abro un espacio en el que me hago consciente de mi propio sentir, desde dónde y cómo me relaciono con lo que siento. Sentir que siento tristeza me permite ver lo que me digo y lo que me cuento y ver las reacciones de esos juicios que enmarañan un sentir más profundo y genuino. Me hace estar atento y no tan abducido por los deseos, temores, necesidades, expectativas y miedos a los que me aferro. Me permite gobernar lo que va sucediendo porque estar consciente de mi sentir me permite focalizar en lo que sí puedo cambiar, afrontar y comprender y, al mismo tiempo, aceptar lo que no puedo cambiar ni controlar.
En relación íntima con la identidad esencial está, por tanto, nuestra sabiduría interior porque la verdad, lo auténtico, lo más real, está en el interior de las personas. En el autoconocimiento no nos basamos en un anhelo o amor a la sabiduría que proceda de fuentes externas a nosotros mismos, ni buscamos maestros que suplan o ninguneen la inteligencia intrínseca de cada uno. Platón liga esta idea con el concepto de reminiscencia. En el Menón, Sócrates defiende que “conocer es recordar” y que el conocimiento implica un “reconocimiento”, es decir, un recuerdo de las Ideas que el alma conoció antes de encarnarse en un cuerpo. Aquí en este punto converge la idea de la inmortalidad del alma con la de recordar quienes somos. La sabiduría, por tanto, no es un estado nuevo, algo que tengamos que incorporar desde el exterior, sino es el redescubrimiento de nuestra propia naturaleza. Se trata de apartar el velo que oculta nuestro propio ser. Un velo que se difumina cuando vemos claramente lo que tapa y obstaculiza nuestro propio desenvolvimiento como personas. No es una eliminación sin más, sino un mirar que permite ver el ser sin veladuras.
El autoconocimiento, entonces, es recordar lo que somos y hemos olvidado porque nos hemos aferrado a lo que creemos ser. Despertar el recuerdo en nosotros de quienes somos a través de la práctica de mirar hacia nosotros mismos -esa parte en la que podemos ser amos de nuestra vida- y de contemplar a través de nuestra experiencia lo que subyace más allá de ella. A partir de nuestras inquietudes, temores y preocupaciones se halla el anhelo de un ser que quiere ser más real, auténtico y pleno. No quedarnos, en definitiva, en la superficie sino desde allí sumergirnos en el fondo del océano que palpita en nuestro ser. Plotino, con la «simplicidad de su mirada» (Pierre Hadot) nos deja con estas bellas palabras que ilustran magistralmente esta idea:
«Regresa a ti mismo y mira: si aún no te ves bello, haz como el escultor de una estatua que ha de salirse hermosa: quita, raspa, pule y limpia hasta que hace aparecer un bello rostro en la estatua. También tú, quita todo o que sea superfluo, endereza todo lo que sea tortuoso, limpia todo lo que esté oscuro, abrillántala y no ceses de “esculpir” tu propia «estatua» hasta que resplandezca en ti el divino esplendor de la virtud, hasta que veas «la Sabiduría en pie sobre su sagrado pedestal» ¿Has llegado a esto? ¿Has visto esto?…[…] Si ves que te has convertido en esto, convirtiéndose tú mismo en una visión al adquirir confianza en ti mismo y ascender hacia lo alto, al tiempo que permaneces en este mundo, sin necesidad ya de quien te guíe, entonces, ¡fija inmensamente los ojos y mira!».
Las urgencias psiquiátricas se han disparado durante la pandemia, especialmente entre los más jóvenes. Depresiones, ataques de ansiedad e intentos de suicidio son tres de las situaciones más o menos etiquetables que han motivado los ingresos hospitalarios. ¿A qué vienen estas fatigas adolescentes?
No es fácil responder a esta pregunta. Sin duda que las causas son muchas y variables. Pero estoy seguro de que una de ellas, ligada al confinamiento y al cese de rutinas y actividades, es que, sencillamente, chicos y chicas han tenido más tiempo para pensar.
Pensar no suele ser un ejercicio fácil, ni siempre placentero. Pensar duele, solía pensar el filósofo Wittgenstein; más aún a quién se pierde por primera vez a conciencia en ese laberíntico discurrir que lo descuadra y desfonda todo. Pensar en el pensar (es decir: en nosotros mismos) y en aquello que pensamos (es decir: en el mundo) es una aventura fascinante, inenarrable a veces, pero también, como toda aventura que lo sea, una fuente inagotable de zozobra.
¿Qué es todo esto? ¿Qué pinto yo aquí? ¿Cómo pueden los adultos hablar con tanta seguridad de lo que ni ellos ni nadie sabe? ¿Cómo pueden vivir en esa gran mentira que parecen haber inventado para soportar la existencia? Al adolescente que de golpe se hace estas preguntas la realidad empieza a parecerle – con razón – como esa jalea temblona y llena de agujeros con que alucinaba Johnny Carter, el genial protagonista de El Perseguidor de Julio Cortazar, o como el holográfico mundo de Morel en la isla inventada por Bioy Casares.
Pero ojo, la perplejidad metafísica no tiene por qué derivar necesariamente en angustia. Descubrir que la realidad o la vida no tienen sentido es, para algunos adolescentes, una excitante oportunidad de recuperarlo entregándose a su búsqueda. El problema es otro: es tener que soportar la empanada mental y la cobarde suma de trolas y autoengaños de aquellos (padres, profesores, médicos, curas y demás ralea) que no entienden (u olvidaron, que es lo mismo) lo incierto de todo y que, convencidos de no se sabe qué, les presionan sin piedad para que traguen y pasen por el aro de las ruedas de molino de sus patéticas milongas.
Yo al menos no creo que el incremento de ansiedad de los adolescentes se deba a que son poco “resilientes ante la frustración” o tonterías por el estilo. Se debe, como siempre (aunque ahora más, porque tienen más tiempo para pensarlo), a la presión con que se les empuja para que acepten con entusiasmo un mundo absurdo, montado sobre un kafkiano y peligroso andamiaje de mentiras, sin más motivo que el de la claridad con que lo ven los ciegos (por nacimiento o elección) que lo parasitamos. Violentar así de irracionalmente a un adolescente, con la saña de quien tiene más poder que argumentos (y lo sabe), es como mutilarles la humanidad en flor – esas alas de la razón recién desplegadas –. ¿Y cómo no va a provocarles angustia esa patada en el alma? ¿De qué nos extrañamos, entonces, si piden, desorientados e incapaces aún de abandonarnos, acudir a ese padre o madre alternativo que es el psicólogo?
Pero la terapia solo ayuda a ajustarle las mentiras al que ya vive con ellas, lejos de esas grandes preguntas adolescentes que ninguna terapia o pastilla resuelve. El único tratamiento eficaz para la ansiedad común de los más jóvenes es el de escucharlos y tratar de responderles con absoluta franqueza. Si les permites que te pongan en tu sitio (esto es: cara a tus contradicciones y tu mundo de morondanga) y aprendes con ellos a relativizar la importancia y urgencia de lo que con impaciencia les pides, y a no responsabilizarlos de tus propias neuras e inseguridades, estarás ayudándolos más que mil psicólogos juntos. Mucho más si, además, logras hacerte cómplice, aunque solo sea un poco, de aquella busca que los invade.
Porque no hay nada más terrorífico y angustioso para cualquiera que esa soledad metafísica del que no puede entenderse con nadie (ni aún consigo mismo). Y ese miedo radical a salirse completamente del redil, a la tiniebla sin corazón y sin caminos, y no la falta de madurez o vigor (“Estos jóvenes de en día no valen para nada”, han dicho todas las gelatinosas generaciones de viejos desde hace cien mil años), es lo que, sobre las mentiras e imposiciones del adulto, alienta la ansiedad del adolescente.
Con razón decía Kant aquello de “atrévete a pensar”. Si alguna vez, en lugar de la huida continua hacia adelante, el consumo infantil de emociones, el rezo, el mantra, el jogging, el emprendimiento, los cuencos tibetanos y todas las novelerías del mundo, nos atreviéramos de verdad a pensar como lo hace (hasta que lo mutilamos o no puede más) un adolescente, el mundo cambiaría de eje, e igual hasta pasaba algo, algo que no fuera insoportablemente leve, repetido o previsible. Piénsenlo. No se lo dejen al psiquiatra.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
La continua trifulca educativa que caracteriza a nuestro país tiene dos dimensiones: la que se da entre los partidos políticos, casi siempre alrededor de los mismos asuntos (el lugar de la escuela concertada, la enseñanza religiosa, las lenguas autóctonas…), y otra, más esotérica, que es la que prende una y otra vez entre los profesores.
La trifulca entre docentes es polémica hasta de contar. Se podría decir que es la que mantienen los “innovadores” con los defensores de la escuela “tradicional”, aunque todo esto depende de cómo entendamos los términos. Así, si “innovación” significa una cosa (“mercado”) para los docentes más liberales – y antiliberales – y otra (“modernización”) para parte de los progresistas, “tradición” significa una cosa (“nacionalcatolicismo”) para los conservadores (y anticonservadores) y otra distinta (“ilustración”) para los izquierdistas poco amigos de innovaciones (y defensores – dicen – de la “tradición” de la escuela republicana). En todo caso, el mayor lío, como vamos a ver, lo tenemos en la izquierda.
Comencemos por esto de la innovación. Es cierto que el término se ha convertido en una palabra fetiche para la tropa de altos cargos, expertos y gurús al servicio de la neoliberalización de la escuela (es decir: de su subordinación a los objetivos del mercado y su completa reconversión como nicho de negocios). Pero que esta innovación de charlas TED, publirreportajes pagados por empresas y congresos de postín, sea toda ella una trampa neoliberal, no quiere decir que la innovación no sea en sí misma algo necesario. Innovar también significa sustituir la “expendeduría de títulos” que es hoy el sistema educativo por algo en lo que, como mínimo, pueda darse una experiencia real de aprendizaje – no digamos de realización personal y compromiso social – para la mayoría.
Ahora bien, ¿cómo mejorar la educación sin el concurso de las ciencias de la educación? Parece impensable. Y, sin embargo, pocas veces he visto un desprecio más visceral y prepotente que el que expresan algunos profesores de la (autodenominada) izquierda verdadera por la pedagogía. La idea básica – y bien que lo es – de estos compañeros es que el buen profesor “se hace a sí mismo” en el aula, de lo que se deduce que todos los docentes deben ser igualmente buenos (pues todos trabajan en un aula), y que enseñar es algo tan simple que no requiere de más saber (o gramática parda) que el llevar haciendo lo mismo una pila de años.
Otro asunto con el que se desgañitan algunos docentes de la izquierda fetén (también aquí junto a los más conservadores) es el de la “depreciación de los contenidos y de la cultura del esfuerzo” que, según ellos, supone la “nueva pedagogía”, algo que – dicen – genera alumnos cada vez más ignorantes, vagos e incapaces de salir de su nicho social – esta última concesión a la lógica liberal no deja de tener su gracia en boca de furibundos antiliberales –. Ahora bien, ¿de qué contenidos y esfuerzo hablan estos docentes? Porque si estos se reducen al cúmulo de información concreta con que se ceba mecánicamente al alumnado antes de los preceptivos exámenes, no creo que hagan falta muchos argumentos para demostrar la inutilidad de insistir en ellos; y si los contenidos a que se refieren son, en cambio, aquellos conceptos y habilidades que nos hacen competentes para comprender, procesar y utilizar consciente y críticamente el caudal de información que recibimos por doquier, no hay nada que discutir: son, precisamente esos contenidos los que muchos “innovadores” pretendemos situar, hoy, en el centro del proceso educativo.
Es cierto, por último, que el pragmatismo estrecho de muchos de los (inexplicables) prebostes de la política educativa (tales como la OCDE) resulta, cuando menos, sospechoso (yo, cada vez que salen con aquello de educar “para la vida” o “el mundo real” me echo a temblar: ¿qué entenderán ellos, y sus expertos y psicólogos, por tales cosas?); pero no es menos cierto que si el aprendizaje no gira en torno a eventos significativos para el alumnado, y en los que este involucre todas las dimensiones de su personalidad – no solo la cognitiva, sino también la moral, social y emocional –, todo se queda en el simulacro de costumbre. “Educar para la vida” ya es algo más que educar para zombis a los que no les cabe más que vegetar en las aulas.
Aclarémonos. Si la educación ha de transformarlo todo – como creemos desde la izquierda – ha de empezar por dar ejemplo y transformase ella misma en orden a criterios científicos (los de la pedagogía) y con al fin de educar no solo expertos o eruditos, sino también personas capaces de entender, valorar y adoptar una posición coherente, crítica e innovadora ante eso, siempre por hacer, que es el “mundo real”.
Vuelvo a casa después de pasar 8 días por las mágicas tierras de Hornachuelos (Córdoba), caminando con una mochila a la espalda. Llegué a Hornachuelos (AVE más autobús) el viernes pasado. De allí me fui a pasar cuatro días al monasterio trapense de Santa María de las Escalonias (9km ida y 10 km vuelta). El martes me instalé en un hostal de la plaza de Hornachuelos. El miércoles me fui caminando por la orilla derecha del río Bembézar hasta el antiguo convento de los Ángeles (16km) y el jueves, a San Calixto, donde estuvo el monasterio de El Tardón (36km).
Ya les pondré alguna foto.
En el silencio muchas veces está el encuentro con uno mismo. Un curso no es lo mismo que el último año como profesor de filosofía . Digamos catedrático docente. El recorrido a lo largo de más de 33 años hace que uno se auto inculpe de lo que ha hecho y lo que no ha hecho. Pero se dice con agradecimiento y sin ningún rencor frente a la vida que uno ha escogido: ¿Escogemos la vida que queremos ?
Será entonces cuanddo nos surgen preguntas sin respuesta con las que andamos lidiando a lo largo de la vida como: ¿ La religión puede anular la existencia ? ¿Y los hechos políticos determinan nuestras ideas y convicciones en un futuro y hasta que punto ? ¿Para que vivimos el tiempo que existimos?
En la convulsión de los momentos absorvidos nos encontramos solos a nosotros mismos. La manera que nos relacionamos con la vida y la existencia no resulta baladí , todo lo contrario. Las decisiones tomadas nos delatan Por eso en lo que hacemos fruto de ideas, creencias , suposiciones, concepciones está claro que nos marcan el camino de lo que acabamos siendo y haciendo de nosotros mismos.
En la sociedad el uso de la moral resulta constante y se asocia a la política y a sus relaciones sociales entre ciudadanía y estados en muchos casos. La moral es algo que tiene que ver con los hábitos generados, las costumbres adquiridas, la adaptación que nos hacemos en relación con nosotros mismos y los demás. La moral establece las normas a seguir, el protocolo que tomar en caso de cumplimiento o no de lo prescrito, la señalización de los usos públicos de la conducta humana.
La condición humana pues está constituida de libertad para escoger y decidir pero determinada por una convención social que dicta y conduce lo aceptado o no . De aquí la idea de libertad de expresión , de ideas, de pensamiento, de actos y de conducta . La moral pues se basa en las ideas que tomamos y recogemos desde que nacemos. Venidas de padres, familia, amigos, escuela, publicidad, sociedad, nos dibujan el como acabaremos siendo en tanto actuamos delante la injusticia, la corrupción, el clima, la paz, el diálogo, la valentía, la sinceridad .. SIn embargo la moral es como algo adquirido , tomado de prestado , algo que no parece realmente propio . Cuando en la escuela nos hablan de valores como la paz, la libertad, la sexualidad , la justicia, la solidaridad, .. en el fondo nos teorizan sobre lo que deberíamos creer y desear para eso que llamamos ciudadanía .
En la moral todo anda decidido , limitado , conducido, cocinado puesto que incluso los ingredientes te los dictan , ejemplo de ello es la deriva actual hacía un control social de las vidas privadas para gestionar sus pensamientos que deben ser positivos , que deben ser heterosexuales, que deben ser excluyentes, que deben ser contràrios al comunismo, que deben ser defensores de la juventud, que deben ser productivos, que deben valorar los estados como garantes de la paz social, que deben valorar las decisiones tomadas por los organismos internacionales como la retirada de EUA de Afganistan, o la injerencia en zonas aèreas como las antiguas repúblicas sovièticas, ,, La moral por consiguiente se construye con deseos de planificación social , de organización de las masas como decía Elias Canetti para un poder que vigile , castigue, controle y anuncie leyes, prescripciones, gestione las decisiones que la ciudadanía debe tomar.
En la moral siempre hay hipocresia porque genera fariseismo social llámese corrupción, nepotismo, abuso de poder, humiliación, privilegios, desigualdad, .. Podríamos poner muchos ejemplos sobre lo que andamos diciendo. ¿Quien toma las decisiones dentro de las sociedades ? Rastrear personas, rastrear datos, rastrear deseos, rastrear voluntades, rastrear ideas, rastrear posibilidades, rastrear todo aquello que ofrezca mayor poder a sus instituciones y entidades.
Por eso desde hace tiempo la deriva de las abstenciones o los votos nulos dentro de los sistemas democráticos es evidente. ¿ Quien se cree lo que le prometen, lo que le anuncian, lo que van a realizar, lo que dicen ? La política en descrédito impide que la mayor parte de la población pueda creer en sus representantes y sus obligaciones . Pasa lo mismo con los organismos internacionales poco eficaces y poco evidentes de una voluntad reparadora social y metidos a su ensimismamiento personal para aguantar en sus lugares. La economia patrón del modelo de productividad de la especie dicta el valor de lo privado , de una brecha entre los más poderosos y aventajados y el resto de la población en todos los sentidos.
La ética es otra cosa , otra forma de mirar, ver, observar y contemplar , otra forma de encontrarse con uno mismo. La ética no tiene que ver con los valores con las cualidades o las apreciaciones que damos a las cosas , más bien se desentiende de eso que llamamos bien y mal . La ética nos compromete realmente con lo que somos y hacemos porque no se detiene en la forma o la presencia social más bien se configura en la acción voluntaria frente a la verdad . El coraje de ser y vivir se gesta en una ética que no queda sometida en la estética. La existencia no se desentiende de la ética por eso se acoge a la existencia misma para definirse como lo que nos hace lo que nos define lo que nos sostiene a nosotros mismos.
En esta línea lo común y no comprometido de la moral se aleja de la ética de lo que si realmente nos acerca a la especie . La tierra es aquello que nos acoge nos acerca a nosotros mismos , lo que nos sostiene más allá de lo que somos singularmente
Así alejarse de una moral concebida y diseñada puede que sea hoy no sólo una propuesta más sinó un camino para dirigirnos a la ética de las especies , no de los hombres o mujeres demasiado humanos , sinó de la relación entre nuestra naturaleza y nuestra cultura, nuestra relación .
La metodología científica tradicional se basa en la contrastación empírica de hipótesis y modelos teóricos acerca del comportamiento de los fenómenos; hipótesis y modelos que pueden resultar confirmados o falsados. Los algoritmos predictivos, en cambio, no siguen ese patrón. Su creación parte de la inferencia de correlaciones entre diferentes variables sobre la base de un análisis estadístico automatizado de enormes bases de datos. Los algoritmos nunca buscan causalidades, sino solo correlaciones. De ahí, por supuesto, que no expliquen, sino que solo anticipen. Pero algunos predicen con una exactitud que desafía a lo que ha podido lograr la ciencia hasta este momento.
La cuestión fundamental que plantea este escenario es que se hace cada vez más verosímil una situación en que la fuerza de la inteligencia artificial acabe por desplazar a la teorización científica en muchos campos, al menos en lo que se refiere a su función predictiva. Probablemente, el punto de inflexión se produzca el día en que tengamos que decidir qué curso de acción queremos seguir cuando ambas estrategias planteen soluciones inconciliables. Si en ese momento nos decantamos por la opción que recomienda la IA, esto es, la opción antiteórica, habremos dado un paso difícil de revertir. Porque en ese momento certificaremos nuestra preferencia por la funcionalidad y alta precisión de la predicción estadística antes que por las explicaciones aproximadamente verdaderas proporcionadas por las teorías y las hipótesis científicas.
Iñigo de Miguel Beriain y Antonio Diéguez Lucena, ¿Explicar o predecir?, Investigación y Ciencia. Julio 2021
Tradicionalmente, y en especial desde que el Círculo de Viena analizara esta cuestión, la explicación y la predicción científicas se han considerado dos caras de la misma moneda: si se tiene una explicación científica genuina de un fenómeno, entonces habría sido posible predecirlo, y si puede predecirse científicamente un fenómeno, entonces es posible explicarlo. Es lo que se denomina la «tesis de la simetría». De acuerdo con ella, explicación y predicción comparten la misma estructura lógica. El mismo argumento que nos sirve para explicar el fenómeno una vez que sabemos que este se ha producido nos habría permitido predecirlo antes de que se produjera. La diferencia entre explicar y predecir es, pues, únicamente pragmática. Se reduce al momento en que se formula el argumento: si se formula antes de conocer el fenómeno, predecimos; si se formula después, explicamos.
Iñigo de Miguel Beriain y Antonio Diéguez Lucena, ¿Explicar o predecir?, Investigación y Ciencia, Julio 2021
Dilluns i Dimecres de 17.30 a 19.30 h
Del 28 de juny al 14 de juliol del 2021
Espai: Montserrat Roig
La filosofia sovint té fama de ser una disciplina molt abstracta, amb continguts massa teòrics i que aborda problemes que poc tenen a veure amb allò que inquieta realment a les persones. En aquest taller mostrarem com aquesta visió prové d’una mirada completament desenfocada del que és realment la pràctica filosòfica. Examinarem de quina manera la filosofia es fa
... (... continúa)Crisis permanente. Entre la fraternidad huérfana y una democracia insurgente
Jordi Riba
Barcelona: NED, 2021.
Escrito por Luis Roca Jusmet
Jordi Riba es profesor de filosofía de la UAB y también investigador asociado en el laboratorio “Logiques contemporaines de la phiolosophie” de la Universidad París VIII. El libro que nos ocupa continua un conjunto de ensayos que ha ido publicando los últimos años sobre un tema central sobre el que lleva mucho tiempo reflexionando: el papel del individuo en la renovación democrática y su articulación filosófica: “Republicanismo sin república” (2015) y “Crisis, fraternidad y democracia” (2018). Pro también hay que citar su traducción de “La democracia contra el Estado (2017), libro escrito por su maestro Miguel Abensour, no hace mucho fallecido y al que le dedica este libro. Ahora bien, no creo que sea todavía “el momento de concluir” sino que es todavía, siguiendo los tiempos lacanianos, “tiempo de comprender”. Quizás porque la única conclusión posible sobre la radicalidad democrática es que no hay conclusión definitiva, ya que todas las problemáticas que despliega quedan siempre, en algún sentido, abiertas.
El libro se inicia con el despliegue en tres escenas de las crisis de la modernidad que estamos viviendo: en primer lugar, la crisis filosófica después de la muerte de Hegel, en segundo la crisis de la reproducción social en todas sus facetas (política, económica, institucional, ecológica) y finalmente la más paradójica de todas, que es la crisis “de la crisis y su futuro”. Pero la cuestión es que no hay que tratarlas como crisis puntuales que se dan en la modernidad, sino que son estructurales a la propia modernidad es una crisis permanente. Este es el signo de estos tiempos modernos en los que continuamos estando, en el que ya no hay tradición posible a la que acogerse ni una tierra prometida a la que llegar. Y este último punto es el que lleva a considerar que el ideal ilustrado también está agotado. Jordi Riba recurre a un filósofo francés del siglo XIX, Jean-Marie Guyau, no muy conocido, pero sí muy importante (y que el autor conoce muy bien) que plantea que para acogerse radicalmente a lo que implica la noción de la modernidad y sus consecuencias, hay que entenderla como irreligión en lugar de como secularización. Porque asumir la modernidad quiere decir aceptar la incertidumbre (buen momento para recordarlo) de la falta de fundamentos, del cuestionamiento no solo del progreso sino también de la identidad. Siguiendo la metáfora (un buen recurso, nos recuerda Jordi Riba, como dijeron Blumenberg o Wittgenstein) es como si estuviéramos en una embarcación sin timón, en la que no vemos ni de dónde venimos ni adónde vamos, pero en la que hemos de evitar la deriva y, por supuesto, el naufragio. ¿De que disponemos? De Nosotros mismos. Aquí aparece la expresiva noción de “fraternidad huérfana”, felizmente rescatada por Jordi Riba. Ya hace unos años Antoni Doménech nos lo recordó en su brillante ensayo “El eclipse de la fraternidad”. Ahora, el autor del libro vuelve a hacerlo desde una perspectiva renovada. ¿Que son la igualdad y la libertad sin la fraternidad? Algo limitado, que hace perder gran fuerza de este lema que ha inspirado los movimientos emancipatorios desde la revolución francesa. Y es un concepto que no puede sustituirse por el de solidaridad (ni mucho menos por el de “empatía”, añado yo). Porque la fraternidad es, por definición algo horizontal, entre iguales que cooperan, que comparten y se ayudan. Y esta fraternidad huérfana ya no tiene Padre. Esto me sugiere desde “la Muerte de Dios” de Nietzsche hasta los aforismos de Norman O. Brown en su inclasificable y sorprendente libro “El cuerpo del amor”, que presenta la fraternidad como la única salida a la Muerte del Patriarcado y la caída de la Autoridad.
Visto lo anterior solo hay que dar un paso, que resulta evidente una vez lo hemos hecho, que es el de entender que la única expresión política coherente con esta fraternidad huérfana es la comunidad política democrática. Entramos aquí en los dos últimos capítulos, los más importantes en cuanto a la elaboración política de la propuesta, que son “El papel de la fraternidad huérfana en la renovación democrática” y “Pensamiento crítico y democracia insurgente”. Aquí vemos el peso inspirador que tiene el pensamiento de Abensour en la trayectoria de Jordi Riba. Pero también la presencia en ambos del imprescindible Claude Lefort. Pero la “democracia salvaje” de Lefort se transforma en la “democracia insurgente” de Abensour tomando como referencia una determinada lectura antiestatista de Marx. Abensour insiste en el necesario impulso utópico de la democracia: democratizar la utopía y utopizar la democracia, nos sugiere. Y resulta aquí muy interesante la referencia a Enmanuel Lévinas de que el elemento utópico debe ser siempre “lo humano”, entendido como vínculo y como encuentro, tomando la amistad como referencia, no desde un humanismo abstracto. Lo imprescindible es, en esta línea, despojar a la utopía del elemento mitológico. La ilusión de la sociedad perfecta por llegar. El mismo Lefort ya nos avisó que frente a la pérdida de la tradición se abrían dos vías: la democrática y la totalitaria. Esta tierra firme imaginada es la que ha creado los totalitarismos, que vienen a ser aquello contra lo que Guyau nos prevenía: las religiones secularizadas. No, las creencias no sirven. Hemos de movernos en lo incierto, en este movimiento que nos impulsa a la emancipación colectiva. Hay que mantener el lugar vacío en el timón: en cuanto lo ocupa alguien ya restituimos la figura de Otro que nos guía.
Pero los problemas que aparecen son muchos y profundos. Jordi Riba, afortunadamente no pretende tener la solución. No es esta la función de la filosofía, sino la de asumir el riesgo, la de abrirnos nuevos horizontes para entender el mundo en que vivimos y abrir caminos posibles, pero nunca seguros. Hablamos de una función crítica, no normativa, de la filosofía. Si aceptamos el planteamiento de Abensour y de Jordi Riba de una democracia sin Estado, entendiendo por esto último el aparato burocrático (cuestión que, por mi parte, como defensor del Estado de derecho, no acabo de compartir del todo), se presentan varias problemáticas:
1 ¿Cómo defender la comunidad política desde el respeto a la individualidad?
2 ¿Cómo transformar el movimiento democrático en institución para que pueda sostenerse sin caer un aparato estatal burocrático?
3 ¿Cuál es el papel de las leyes en esta institucionalización? ¿debe cristalizar en una Constitución? ¿Cómo garantizar su cumplimiento? ¿
¿Debemos considerar la sociedad civil como la sociedad política?
En todo caso hay que recoger la herencia (como hacen Lefort y Abensour) de Maquiavelo cuando plantea que las oligarquías (“los grandes”) tienden siempre a establecer relaciones de dominio y el pueblo debe estar siempre alerta para impedirlo. Me vienen aquí dos referentes complementarios, que son las de Philippe Pettit, en su definición de la libertad como no-dominación y Michel Foucault cuando reivindica los “derechos de los gobernados”. De todas maneras, xlas referencia del libro son múltiples, aparate de los citados: Habermas, Hanna Arendt, Merleau Ponty, Paul Ricoeur, Jacques Rancière, Alain Badiou, Pierre Rosanvallon… Un problema es que al no ser un libro muy extenso las alusiones a puntos sugerentes de estos pensadores no pueden ser desarrolladas.
En todo caso, un libro muy interesante, como material de reflexión, sobre la apuesta democrática emancipatoria. Un buen libro para pensar la política desde la filosofía, no como algo de lo que deben ocuparse solo los políticos sino como algo que nos incumbe a todos. Este es el primer presupuesto de la democracia, que como nos decía Cornelius Castoriadis, no es un procedimiento formal sino una cultura.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Afirmar que hay personas simplemente malas o crueleses eso: una simpleza. Una simpleza que, además, llama a la resignación, pues si la explicación última de las barbaridades que pasan es que “hay gente en sí misma muy mala”, poco podemos hacer para remediarlo. Si el mal existe por sí mismo, ¿por qué iba a dejar de hacerlo? Podremos encerrar a todos los malvados del mundo, pero, aun así, brotarán sin remedio otros nuevos.
Una alternativa a la creencia en la entidad absoluta del mal es asumir que el mal tiene explicación, es decir, que tiene causas, y que su existencia, relativa a esas causas, es evitable: si se suprime o controla lo que lo causa, se acabó el mal.
Ahora bien: ¿cuál o cuáles podrían ser las causas del “mal”? Una tentación recurrente es patologizarlo. Así, el “malvado” sería en realidad un enfermo – un loco – o un engendro fruto de las circunstancias y la educación, y al que solo cabría internar y someter a terapia médica o reacondicionamiento educativo, algo que, contrariando lo dicho al principio, negaría toda entidad al mal y, de paso, a la dignidad humana (¿Recuerdan La Naranja Mecánica?).
Una segunda explicación, más sensata, es que los “malos”, más allá de sus condicionamientos biológicos o socioeducativos, son personas que actúan libremente atendiendo a criterios morales que creen correctos, esto es: a determinadas creencias sobre lo que se debe y no se debe hacer. Así, igual que para usted “no se debe” discriminar a nadie por su “raza” o etnia, para un racista es eso, exactamente, “lo que se debe” hacer. Nosotros sabemos que las creencias morales del racista son erróneas, pero él no. Y esto mismo ocurre con el criminal o el maltratador: creen que, dadas ciertas circunstancias, y en función de sus peregrinas creencias (sobre el valor de las vidas ajenas, la importancia de la propia, o lo que significan la traición, los celos o ser un machote), es matar o torturar, y no otra cosa, lo que “deben hacer”.
Con esto quiero decir que, a no ser que creamos en la existencia misma del Mal (Dios nos libre), o en que todo se reduce a patología biosocial (la ciencia nos ayude), la prevención de los delitos que nos escandalizan pasa por tratar a los “malos” como a seres libres y racionales, convenciéndoles de que lo que creen legítimo no lo es. Otra cosa, como castigarlos sin más, no solo no funciona – llevamos miles de años haciéndolo sin el menor resultado – sino que es contraproducente (si castigas a quien no cree merecerlo, solo lograrás confirmarle que el injusto eres tú – y el justo e injustamente castigado él –).
Ahora bien, ¿cómo enseñar al que no sabe (lo malo que es)? Hay casos en los que el “bien” y el “mal” estarán muy claros y podremos confiar en convencer al “malvado” de su error. A menos que (volviendo a lo de antes) exista en sí mismo el mal de la sinrazón y el malvado, por principio, “se niegue a aprender” (como decimos los profesores cuando no sabemos enseñar), en cuyo caso solo cabrá, de nuevo, encomendarse al cura, al médico o al pelotón de fusilamiento, y aplicar un poder que estará tan falto de justicia, o más, que el de aquel al que ajusticiamos.
¿Y qué hacer cuando el asunto del “bien” y el “mal” no esté tan claro? A veces, en lugar de mostrar al ignorante la verdadera bondad(es decir: convencerle – si es que uno tiene argumentos – de lo malo que es ser malo), de lo que se trata es de acompañarlo en el arduo proceso de buscarla, algo para lo que es imprescindible (como en todo aprendizaje) dar lugar a la duda sobre las cosas que uno cree que cree ciertísimas.
No es ninguna tontería eso de dudar. Fíjense que las mayores barbaridades se cometen sin dudarlo. Jamás verán a un terrorista o a un criminal en ejercicio dudando de lo que cree y hace. Es cierto que todos tenemos creencias falsas y potencialmente dañinas; lo distintivo es lo seguros que están algunos (entre ellos los malvados) de las suyas.
Nada más peligroso que un tonto; todos – menos los más tontos – lo saben. Ese es el “secreto” del mal. Las circunstancias sociales y los conflictos o estados emotivos solo predisponen y exacerban (cuando no son el efecto de) esa cretinez, pero es ella la responsable de sostener las creencias que determinan las decisiones y acciones del malvado.
¿Queremos, pues, un mundo mejor? Pues, más allá de asegurar a todos una vida digna y saludable, y de enseñar a la gente a sujetar las emociones a la razón (y no al contrario, como clama tanto romántico trasnochado), sembremos la duda y el espíritu crítico por doquier. Si dudo no solo existo, como decía el otro, sino que también dejaré que existan tranquilamente los demás. Sacar a tantos de la estrecha caverna mental, social y sentimental que habitan los hará menos molestos, como reclamaba el viejo Sócrates, y, sobre todo y más importante: menos dañinos y peligrosos.
John Kerry, el que fuera secretario de Estado del presidente Obama, escribía hace unos días el siguiente twitt: “Me han dicho que el 50% de las reducciones que es necesario hacer para llegar al cero neto provendrá de tecnologías que aún no tenemos. Esto no es más que la realidad". Es una frase inquietante y lo es porque, de algún modo, nos permite relajarnos: nos dice que la salvación del planeta -o al menos de la espe
cie humana- no depende de la conciencia ni del compromiso ni de las políticas concretas que se tomen en una u otra dirección, sino de las propias tecnologías que erosionan nuestra supervivencia. Es una frase cuyo ciego optimismo está preñado, si se quiere, de miedo y de renuncia. Kerry, como tantos y tantos de nuestros contemporáneos, acepta que nada está ya en nuestras manos, pero se refugia consoladoramente en la idea de que justamente esta emancipación tecnológica, que él identifica con la “realidad”, va a salvarnos. El hecho de que hable de “tecnologías que aún no tenemos” indica, por lo demás, que, aunque no conozcamos todavía la hechura concreta de esas tecnologías, podemos estar seguros de que serán buenas: las innovaciones sucesivas nacen en un contexto dinámico cuya ley íntima es el Progreso. Venga lo que venga a continuación, vendrá para aliviar nuestros problemas: el futuro, digamos, está trabajando siempre en nuestro favor.
Santiago Alba Rico ¿Y si estuviéramos viajando en un avión?, vientosur.info 07/06/2021
Sí, ya sé que tengo casi abandonado este diario, pero, pero yo no tengo la culpa de que el día tenga solo 24 horas. Intentaré recuperar el hilo en cuanto pueda. Hoy paso por aquí para deciros lo obvio: que la noche de san Juan sigue siendo una anoche mágica y las mañanicas de san Juan son unas mañanas diferentes:
https://youtu.be/l7YSbq7nZnIOs dejo mi último artículo en el Subjetivo: Vindicación de Mary Wollstonecraft.