Escrito por Luis Roca Jusmet, filósofo
“Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un
soberano poderoso, un sabio desconocido- llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita,
Friedrich Nietzsche
Lo que se pierde con lo virtual es el cuerpo, queda la imagen, pero no hay cuerpo.
Perdiendo el cuerpo perdemos la vida en su sentido fuerte. Vivir es experimentar
desde el cuerpo, gozar y sufrir desde el cuerpo. El cuerpo sintiente, pensante y
hablante. Perdemos la experiencia y esta queda reducida a una versión plana,
superficial y también ilusoria.
Pero en lo virtual queda la imagen, la que nos hace sentir, pensar y hablar.
Pero , no nos engañemos : es un simulacro. El cibersexo es un buen ejemplo.
Si alguien se masturba contemplando una escena erótica puede experimentar
una eyaculación y un orgasmo. Tiene una interacción manual con su cuerpo,
cierto. La imagen que contempla también es real, incluso desde el punto de
vista físico, pero todos sabemos que es un simulacro de relación sexual porque
no hay una relación entre cuerpos. Si uno habla con una persona querida por
Skype sabe perfectamente que este contacto es un sucedáneo de lo que sería
un encuentro entre cuerpos. Una clase virtual no permite la interacción entre
profesor/alumno, que está en la base de la buena comunicación entre ellos, por
mucho que a veces parece que se niegue.
Francisco J.Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch escribieron hace unos
años un libro muy interesante, cuyo título inglés “The Embodied Min, que
fue traducido con el equívoco título de “De cuerpo presente”. Equívoco
porque esta expresión se utiliza par el difunto, pero que hoy recupera su valor.
Porque lo presencial, que oponemos hoy a lo virtual, es la presencia corporal. E
ensayo defiende la eneacción, entendida como cognición corporizada. La idea
es que la percepción está guiada por los modelos sensorio-motores del cuerpo.
Es el cuerpo en acción el que percibe. La psicología genética de Jean Piaget
sería una prueba empírica de este enunciado, a través de la observación de l
proceso cognitivo desde la infancia. Conocer es el acoplamiento corporal que
hace emerger un mundo a través de una red que consiste en múltiples niveles
de subredes sensorio-motores conectadas entre sí. La cognición funciona en la
medida en que transformamos el entorno, ya que es nuestro cuerpo el que nos
el criterio de lo real. Entender la percepción como la captación, por parte de un
sujeto, de un determinado objeto, el que se muestra a través de la imagen, es
un error de planteamiento. Un elemento interesante es que Valera intenta
vincular esta concepción de la cognición corporizada con la vía media del
budismo. Quién esté familiarizado con el budismo zen, sobre todo la escuela
Soto de Dôgen, saben que la experiencia básica que proponen, que es el
zazen, es una meditación sentado donde la postura corporal y la respiración
son fundamentales.
El mismo Martín Heidegger puso de manifiesto lo ilusorio de este
planteamiento . El Dasein es el ente que puede preguntarse por el Ser, pero lo
hace desde la comprensión del mundo circundante en el que opera.
Es desde nuestro cuerpo que interactúa que nos hacemos las preguntas
del mundo del que formamos parte. Por su parte Nietzsche dice :“Dios ha muerto”
que quiere decir que los Valores, el ideal que había determinado la civilización
europea está en declive final. Civilización europea que surge de los valores
negativos del cristianismo, que combina el platonismo con el judaísmo para
darnos una concepción negativa de la vida. Esto se plasma en la negación de
este mundo, en función de otro que vendrá; y la negación del cuerpo en función
del alma. Subordinarse, en definitiva, a ficciones que justifican el poder del
sacerdote, que con sus valores niegan la vida y el cuerpo, las dimensiones
reales de nuestra experiencia en el mundo. Pero esta crisis, la provocada por
“La Muerte de Dios”, no da lugar a una afirmación de la vida y del cuerpo, como
podría pensarse. Porque después de siglos en que nos hemos acostumbrado a
pensar que el sentido de la vida está en lo que la trasciende, al caer la Idea de
Dios y (los Valores absolutos a él ligados), entonces la vida se nos aparece
como absurda, como sin sentido. Pasamos entonces de la voluntad de
negación a la negación de la voluntad. No es un juego de palabras. Quiere
decir que la voluntad del cristianismo era una voluntad contra la vida y que lo
que viene ahora, el nihilismo, es la negación de la voluntad, es decir de la
propia vida. Nietzsche planteará entonces que la única alternativa es la
transformación del nihilismo pasivo en uno activo, en que sea un tránsito para
crear valores afirmativos de la vida. Hemos de ser capaces de una apuesta
radical por la vida desde la inmanencia, hacer que la se justifique desde sí
misma, la propia experiencia, que pasa por el cuerpo gozante y sintiente. Cierto
que somos entes que piensan y que hablan, pero lo somos desde nuestros
cuerpos. Solamente desde la reivindicación del cuerpo podemos afirmar la vida
con plenitud. Si el cristianismo niega el cuerpo defendiendo una entidad
imaginaria que es el alma. ¿Cómo lo niega el nihilismo? Pues afirmando que la
vida no tiene sentido y, por tanto, no tiene valor. Nietzsche nos avisa del peligro
de la consolidación del nihilismo, de que el ser humano acabe acomodándose
a esta posición. Pasaríamos entonces de un nihilismo trágico al reino de la
insignificancia.
Hay que ver entonces como niega el cuerpo hoy este “último hombre” que
expresaría este nihilismo banal que Nietzsche intuía como el peor escenario
futuro. Estamos ahora en este futuro que anunciaba con pesar Nietzsche.
¿Cómo es este “último hombre” del siglo XXI? Vayamos al libro paradigmático
del filósofo alemán, “Así habló Zaratustra”. En el prólogo nos lo define en varias
características. “Nosotros hemos inventado la felicidad” dicen. “Un poco de
veneno de vez en cuando”, esto proporciona sueños agradables”.
¿De qué nos habla? Anticipaba así nuestra vida llena de antidepresivos y
ansiolíticos, que son por cierto el gran negocio de los mercados farmacéuticos.
Para anestesiarnos así el cuerpo pensante y sintiente. Se trata, entonces,de
vivir a mínimos, sin gozar ni sufrir demasiado. La vida no tiene sentido, pero
eliminemos el dolor (y con él la alegría y el placer en sentido fuerte). En otro
capítulo nos vuelve a hablar del último hombre: “De la virtud
empequeñecedora”. “Todo se ha vuelto más pequeño” dice Zaratustra
contemplando a este “último hombre por venir”.
Me quiero referir ahora a cómo este “último hombre” se ha convertido también,
por una vía diferente del cristianismo, en lo que Nietzsche llama, en otro
capítulo de su Zaratustra, “un despreciador del cuerpo”. La descorporización
del “último hombre” en los tiempos actuales. tuvo una primera fase que
consistía en anestesiar el cuerpo o en domesticarlo, utilizando desde los
sedantes hasta el culturismo. La segunda fase, que es la que nos encontramos,
pasa por el dominio de los dispositivos electrónicos y a través de ellos en
experimentar el mundo a través de las pantallas. Encerrarse con una pantalla
para gozar con los video juegos, sustituir la sexualidad como encuentro de
cuerpos por el cibersexo… Pero con la pandemia estamos dando un salto
cualitativo porque el cuerpo aparece directamente como peligroso y se van
potenciando a nivel laboral y educativo El teletrabajo y las clases virtuales
parece que han aprovechado la coyuntura para quedarse. En el campo
educativo me parece terrible. Ya lo fue la moda de los power points, que
sustituían muchas veces la clase auténticamente presencial por una mucho
más mortecina. Pero ahora se está perdiendo lo que el alma de la educación,
que es esta comunicación entre un cuerpo que habla y transmite y un cuerpo
que escucha. Algo vivo. Este hombre descorporizado va a ser la nueva
formulación de este nihilismo tecnológico y banal en el que vivimos. En lo
virtual el cuerpo queda reducido a su sombra. Cierto que también pasa cuando
leemos, escuchamos música o vemos una película. Pero estas experiencias las
recibe el cuerpo en un momento concreto y se enriquece para continuar con
sus encuentros, que siempre lo son del cuerpo. De lo que hablamos ahora es
de algo muy diferente: la transformación del sujeto corporal en un sujeto vitual.
Por aquí vamos, si no hacemos algo para evitarlo. Un proyecto ético
emancipador tiene que pasar hoy por la reivindicación del cuerpo.
Marta Peirano és periodista i autora, entre d'altres, de El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economia de la atención (2019). Com aperitiu de la seva lectura, miro aquest video. Sé la major part de les coses que diu, però les ordena i diu tan bé i concisament, que em deixa tremolant.
La volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad (VICA) son las características del complejo entorno en el que nos movemos y de la sociedad en la que el alumnado deberá desenvolverse con soltura.
El liderazgo es el auténtico motor del cambio de cualquier sociedad, empresa o centro educativo. Por eso, este libro trata un tema nuclear, influir positivamente para que las personas se desarrollen con éxito en entornos VICA.
Todos tenemos la capacidad de despertar al líder que habita dentro de nosotros y cocrear una cultura organizativa capaz de asumir el cambio permanente. Esto es aplicable a cada docente, cada escuela, cada comunidad educativa en transformación.
Sobre el autor
José María Bautista ha trabajado durante 20 años en Escuelas Católicas, colabora con la Universidad de La Salle de Aravaca y formó parte del equipo de Be-Up en el mundo del liderazgo y la empresa. Es autor de más de 60 publicaciones sobre educación. Actualmente dirige LearningFlow, integrado por formadores y coaches que han ayudado ya a cientos de colegios a mejorar sus aprendizajes- desde donde asesora a equipos de titularidad, fundaciones, equipos directivos y equipos de trabajo en general.
Primeras páginas de Liderazgo VICA.DescargaLa entrada Liderazgo VICA se publicó primero en Aprender a pensar.
En tota consulta o taller filosòfic, heus aquí alguns dels principis que forneixen el marc per al diàleg de tipus socràtic i que permeten a la persona treure profit d'aquest enfocament
El nostre marc és la raó, que ha de guiar els nostres pensaments i el nostre diàleg. La raó és una passió exigent, lliure i alegre, sense límits i provocativa, sempre a la cerca de la veritat.
Respondràs a la pregunta i només a la pregunta, a tota la pregunta, acceptant-la com és, sense intentar modificar-la, diluir-la o desviar-la, en la mesura que és una veritable qüestió a la qual es pot respondre. La pregunta és una invitació al diàleg i un desafiament ofert pel vostre interlocutor: si te la fa, és perquè s'interessa per tu i per la teva manera de pensar. Igualment, preguntaràs als altres, encara que sigui difícil.
Confiaràs en el teu interlocutor, sense por d'un suposat pla maquiavèlic, perquè no hi tens res a perdre. Ens reunim per exercir el pensament i confrontar punts de vista, no per entrampar-te, convèncer-te o dominar-te.
El sentit comú serà el teu àrbitre. Pots anar-hi en contra en consciència i en raó, però no pots anteposar-hi l'evidència de la teva pròpia subjectivitat.
No tindràs por dels judicis que es faran sobre tu, o dels que tu faràs sobre les altres, perque el judici és una eina crucial de la raó, que hauràs d'assumir i practicar. Tindràs present que els judicis depenen dels arguments que els fonamenten.
"Coneix-te tu mateixa". Acceptaràs les preguntes que t'interpel·len com a persona, encara que el tema inicial no t'afecti directament i et sigui incòmode. Un discurs s'encarna en qui el sosté, i has de retre comptes tant de tu mateix com del teu discurs.
No negaràs el que has dit: allò que s'ha dit, està dit. Et reveles més pel que dius que pel que volies dir o hauries volgut dir. Acceptar la pròpia parla és acceptar la finitut i la determinació del nostre ser.
No cercaràs estar en el teu dret, ni imposar la teva opinió, ni defensar-te, perquè no hi ha ningú que hi sigui per atacar-te. El diàleg és una reflexió en comú on cadascú es revela i creix, no una competició.
No et disculparàs per allò que has dit, ni t'en penediràs. Tot el que dius té un sentit i expressa el teu ésser, sigui un discurs insignificant o potent,
fal·lible o sòlid. Es tracta simplement d'examinar què és, d'entendre-ho i d'esdevenir-ne conscient tant com sigui possible.
Deixaràs de costat provisionalment la teva sinceritat per tal de distanciar-te de tu mateixa i de ser més autèntica. No t'aferraràs a les teves opinions. No exhibiràs com a argument les teves emocions o necessitats. Sotmetràs el teu ésser a la crítica, cercant la seva realitat, els seus límits i les seves carències.
Oscar, amb un servidor, al V Congrès català de filosofia (Vilafranca del Penedés 28 de novembre de 2015) |
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Durante estos días, los países más ricos, con la UE y EE. UU a la cabeza, han vuelto a rechazar la propuesta de Sudáfrica e India al Consejo de los ADPIC (Acuerdos de Propiedad Intelectual) de la Organización Mundial del Comercio (OMC), para aplicar una liberación temporal y parcial de las patentes en medicamentos, vacunas, pruebas de diagnóstico y otras tecnologías contra la COVID-19. Una propuesta que ha inspirado movilizaciones ciudadanas (como Right to Cure en Europa) y que cuenta con el apoyo de la mayoría de las naciones de la OMC (más de cien países), de ONG como Médicos Sin Fronteras, o del mismo director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom.
La liberación temporal de las patentes permitiría, según estos países y organizaciones, que muchos otros laboratorios y empresas pudieran fabricar y distribuir las vacunas en todo el mundo, acelerando así el proceso de inmunización y poniendo fin a la sangría humana, social y económica que está provocando la pandemia.
La posibilidad de una liberación como la citada está, además, contemplada en acuerdos internacionales como la Declaración de Doha en 2001, o el Acuerdo de Marrakech de 1994, en el que se prevé también la opción de exigir a las empresas licencias obligatorias para, por ejemplo, fabricar genéricos (previa indemnización a dichas empresas), en contextos de grave crisis sanitaria.
En el caso presente, a la extrema gravedad de la situación – una epidemia global de proporciones desconocidas que mantiene paralizado al mundo – se une el hecho de que las vacunas cuyas patentes se pretenden liberalizar han sido desarrolladas merced a enormes inversiones de dinero público (unos 10.000 millones de euros tan solo en la U.E.), por lo que exigir la exención temporal de tales patentes no equivaldría más que a reclamar un retorno parcial, obligado por las circunstancias, de aquellas mismas inversiones
De otra parte, el argumento esgrimido por el lobby farmacéutico, según el cual la liberación de patentes “desincentivaría” a largo plazo la investigación e innovación médica, es exagerado o falso. Es exagerado porque la liberación tendría carácter temporal (el tiempo que dure la pandemia), y es falso porque el ansia de beneficios económicos millonarios (como son los que procuran las patentes a las grandes farmacéuticas) no es el único ni el principal incentivo de la investigación médica. De hecho, gran parte de los medicamentos desarrollados por las multinacionales farmacéuticas son comprados a bajo coste a universidades, institutos de investigación (muchos de ellos públicos) o pequeñas empresas que trabajan con márgenes de beneficios razonables, sin que eso resienta en nada la vocación de sus investigadores. Las patentes exclusivas suponen, además, una grave limitación al intercambio de información que se requiere para el desarrollo del conocimiento, algo especialmente doloso cuándo nos referimos a las ciencias de las que dependen la salud y el bienestar de todos.
La justificada mala prensa de las multinacionales farmacéuticas (debido a la opacidad de sus políticas de precios, sus escandalosas estrategias especulativas o el saqueo continuo al que someten a los sistemas de salud pública), junto a lo excepcional de la situación (la mayor campaña de vacunación colectiva de la historia), representan, así, una ocasión única para limitar el inmenso poder de aquellas y reestructurar la gestión de un bien de primera necesidad como son los medicamentos básicos.
Los gobiernos no tienen, en esto, más que ser consecuentes con sus propias leyes y declaraciones (el artículo 122 del Tratado de la UE o, en el caso español, lo consignado en la Estrategia de Respuesta Conjunta de la Cooperación Española con la Pandemia de Covid-19) para promover políticas de propiedad intelectual orientadas a facilitar el acceso universal y equitativo a las vacunas – un “bien mundial común”, como ha declarado reiteradamente la presidenta de la Comisión Europea –.
De este modo, y más allá de ineficaces componendas caritativas (como los fondos COVAX), y frente a la estrategia suicida de los países ricos de acaparar la producción de vacunas (algo que retrasaría durante años la vacunación en los países más pobres, con el consiguiente riesgo para todos), se impone forzar a las empresas farmacéuticas a compartir sus patentes a nivel global, establecer políticas de precios máximos, sumarse a la iniciativa de la OMS para compartir el conocimiento científico desarrollado contra la COVID-19 (iniciativa C-TAP) y establecer un riguroso control internacional sobre la producción y distribución de medicamentos esenciales, algo que no puede estar, en estas catastróficas circunstancias, al albur de los intereses especulativos de las compañías farmacéuticas.
La transparencia es un principio cada vez más reclamado para mejorar la calidad democrática. Como parece sugerir la intuición –y se traduce en un extendido lugar común–, cuanto más visible sea el proceso político, más capaz será la ciudadanía de vigilarlo críticamente. Ahora bien, al igual que más información no significa siempre y necesariamente mejor conocimiento, la espectacularización de la política no nos la está haciendo más comprensible. Dicen los físicos que una partícula modifica su comportamiento cuando es observada. Si esto pasa en el mundo material, qué no pasará en el mundo social. Los políticos, que se saben así observados, tienden a sobreproteger sus acciones y discursos hasta el punto de encorsetar su comunicación y no decir realmente nada, de ser demasiado previsibles. En ocasiones se confunde transparencia con exhibición y se nos muestran los aspectos más insignificantes de su vida privada, que nos ocultan lo que de verdad tendría que interesarnos, su vida pública. Y si exaltamos la transparencia hasta el punto de condenar la discreción estaremos imposibilitando ciertos acuerdos que son imposibles cuando los procesos de negociación son retransmitidos en directo.
El otro caso de disfuncionalidad tiene que ver con ciertas medidas de regeneración democrática que se adoptaron en su momento para combatir la corrupción. En plena presión popular para elevar las exigencias de integridad hacia los políticos se aprobaron leyes que obligaban a dimitir a quien tuviera la condición de investigado. Nadie dudaba entonces de que la amenaza de un castigo anticipado iba a disuadir las malas prácticas y ninguna fuerza política era capaz de oponerse a las medidas de mayor dureza, incluso a aquellas que pudieran entrar en contradicción con la presunción de inocencia o que dieran un poder inusitado a los jueces para condicionar antes de la correspondiente investigación y eventual condena la composición de los gobiernos. La presión populista impedía ver hasta qué punto esta severidad desequilibraba la división de poderes e incentivaba en los políticos una conducta que está en contradicción con lo que esperamos de ellos. Lo que de este modo se premiaba no era un tipo de comportamiento más ético sino más conservador. Si para tomar una decisión política arriesgada eran necesarios informes previos, a partir de tales disposiciones los políticos pedirán más informes técnicos, para probablemente acabar no haciendo nada. De este modo no es la ciudadanía la que se empodera sino los técnicos y los funcionarios.
La gran pregunta que nos deberíamos hacer es para qué están los políticos y para qué los necesitamos. Si recorremos todo nuestro sistema político, desde la gestión administrativa hasta el nivel de los representantes en la cúspide, constatamos una mayor incertidumbre en cuanto a las decisiones que se deben adoptar. La Administración es un espacio donde el riesgo está muy reducido gracias a diversos protocolos y rutinas; en el plano más propiamente político es donde se toman las decisiones que, desde el respeto a los procedimientos administrativos, por supuesto, se refieren a asuntos para los que hay menos evidencias y más contingencia, donde se realizan las grandes apuestas políticas. La confrontación ideológica es allí mayor precisamente porque las decisiones no están fijadas por una objetividad y unos saberes expertos indiscutibles. Allí están, por cierto, quienes tienen mayor legitimidad democrática, porque elegimos a nuestros representantes políticos y no a nuestros funcionarios.
Hay una zona de fricción entre la Administración y los representantes políticos. El roce entre los criterios administrativos y las directivas políticas es beneficioso para ambos. Podríamos sintetizarlo en la idea de que la Administración corrige la frivolidad de los políticos y los políticos corrigen el conservadurismo de los funcionarios. Cuando hablamos de autonomía de la Administración o de primacía de la política no estamos hablando de una estricta separación o de una rígida jerarquía, sino de dos dimensiones de la gobernanza democrática que deben ser armonizadas. Este equilibrio parece haberse roto en beneficio de una forma de hacer política que responde con exactitud al modo en el que Foucault caracterizaba al poder como “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención y como condenado a repetirse siempre a sí mismo”. Si nos resulta difícil contestar a la pregunta acerca de para qué sirve la política podríamos sustituirla por aquella que se plantea a quién beneficia esta despolitización.
Daniel Innerarity, El ocaso de la creatividad política, La Vanguardia 13/02/2021
"El idiota hipermoderno es un problema contemporáneo que va a ser más acuciante porque los algoritmos de las redes sociales no están por la labor de ofertarte una pluralidad en la visión del mundo sino de reforzar tus intereses y eso es lo que está conduciendo al aumento de ese perfil", ha indicado el filósofo José Carlos Ruiz en una entrevista con Efe.
Explica que este "idiota" no necesita contrastar informaciones porque se somete a su sesgo de confirmación, y tacha de conspiración, manipulación o falsedad cualquier evidencia que pudiera negar o poner en duda aquello de lo que está convencido: "como buen idiota pierde la capacidad de escuchar al otro, que piensa diferente a él".
Y se pregunta: "¿dónde hay que poner el foco de la responsabilidad, en las empresas que intentan captar tu atención y someterla el máximo tiempo posible porque le es rentable o en los procesos políticos, en nosotros mismos, porque no abogamos porque en la educación infantil y primaria se ponga una asignatura de pensamiento crítico?".
Agencias, Un filósofo advierte del problema de los "idiotas hipermodernos", La Vanguardia 03/02/2021
Tönnies va considerar la família com l’expressió més clara de la “comunitat”: el dret natural que presideix la seva formació pot ser considerat estrany a les lleis d’un Estat; i per això el sentit de corporació apinyada, estable i sòlida fa que la família, o el parentesc, puguin convertir-se en la cèl·lula més petita d’una “germania” de més volada, que pot abraçar milions de persones: va succeir en la fundació de noves religions (Luter s’adreçava a “la gran família dels alemanys”), i ha succeït en el cas dels renovats anhels nacionalistes a Europa, al segle XX i continuació, amb un component inevitable de fe, esperança i exaltació. Hi predominen, per tant, l’amor, la solidaritat i la defensa aferrissada d’una essència, oposada a l’existència de qualsevol marc legal superior. Per això les sancions que un Estat de dret imposa als membres d’una comunitat adelitada per una idea de “corporació tancada” sempre seran considerades com a “repressió”, quan només són l’evidència de l’aplicació del marc legal general, superior a tota “comunitat” particular.
Per contra, la “societat” (Gesellschaft) equival a la suma articulada d’associacions, partits (sempre diversos) o cultes religiosos i, per damunt de tot, d’individus vinculats responsablement a normes universals, sempre votades per la ciutadania en un Estat democràtic i de dret. Tönnies posava com a exemple d’una “societat”, a una escala molt petita, qualsevol empresa, en la qual amos, directius i treballadors poden tenir molt poc en comú pel que fa a les idees polítiques, però configuren una unitat adreçada a la prosperitat dels uns i els altres.
Com que les societats estan més basades en el dret que emana de les constitucions i de les lleis que en una fraternitat emocional, aquestes coneixen conflictes de classe (així les lluites entre amos i treballadors), racials (altra vegada molt potents a les societats contemporànies) o de caire religiós. Però les societats, a diferència de les comunitats, no resolen aquests conflictes per la via d’un acord o d’una voluntat afectiva, sinó dins el marc de les lleis del conjunt de la societat, modificant-les si cal. Quan una comunitat suposa que les seves decisions estan al marge de les lleis de la societat com un tot (generalment sota la forma d’un Estat), llavors la comunitat entra en un carreró sense sortida, o amb una sortida imposada per la llei general, que sempre incomoda els defensors de tot ideal o estructura “comunitaris”.
El nacionalisme és un moviment polític que suposa certs avantatges en la mesura que agermana (dir “sense conflictes” seria una il·lusió) els membres d’una comunitat engrescada per una idea o emocions ben relligades, difícils d’eliminar un cop s’han forjat. Però quan una pulsió nacionalista (com a magnificació de l’esperit “familiar” o “comunitari”) arrela en els individus només com a ideal, i quan s’alimenta solament de l’emoció o de la sensibilitat, llavors topa amb les lleis que s’ha donat una societat més àmplia sota la forma de l’Estat i de les Constitucions, estructures gens emocionals o merament administratives. Llavors la lleialtat envers un ideal comunitari xoca, per força, amb les estructures de la societat, les quals no demanen ni lleialtat ni emoció, ni apoteosis ni símbols, sinó “contracte civil”. Quan un segment de la població, per ampli que sigui, actua amb els mecanismes clausurats de tota “comunitat” i no en el dret relatiu a una societat de més gran complexitat, inevitablement oberta, llavors aquella comunitat té feines i treballs a redefinir-se com a societat amb interessos diversos.
Jordi Llovet, Comunitat i societat, El País 05/02/2021
A veces nuestra casa está demasiado limpia y ordenada. Todo está en su sitio. No hay ni una miga de pan por el suelo, ni cajones revueltos, ni luces encendidas en cuartos en los que no hay nadie, ni el volumen de la televisión es excesivo... En estas ocasiones nos miramos mi mujer y yo con cara melancólica y asentimos. Sí, los dos echamos en falta el caos de nuestros nietos.
“Nadie tiene la última palabra: tú puedes afirmar que una declaración está establecida como conocimiento sólo si puede ser refutada, en principio, y sólo en la medida en que aguanta los intentos de refutarla.”
Marcantonio Passeri (1491-1563) Bibliotheque Nationale, Cabinet des medailles. |
Se pone en contacto conmigo un militante del Socialist Workers Party (SWP), partido trotsquista nortamericano. Por cosas como esta soy decididamente partidario de las nuevas tecnologías. Gracias a ellas hemos podido hablar durante más de una hora, por Skype, conectando Detroit y Ocata. Pero si las nuevas tecnologías hacen posible la conexión, el mantenimiento de la misma y su provecho ya no depende de ellas. Tenemos que ser capaces de entendernos y de comunicarnos cosas que nos interesen a ambos.
Resulta que Eric London -que así se llama o se hace llamar el trotsquista- está entusiasmado con mi libro sobre Caridad Mercader e incluso se ha interesado por mi amiga B. Nos hemos intercambiado abundante información.
Llevo tantos años detrás de los Mercader y su núcleo de amistades, que el hecho de encontrarme con una nueva foto -en este caso de Eduardo Ceniceros- ha sido para mí como descubrir una vieja foto de familia de cuya existencia no tenía ni idea.
A ustedes esta imagen no tiene por qué decirles nada, sin embargo a mí no deja de hablarme. Por eso pienso que, en cierta forma, lo que hace con nosotros eso que llamamos cultura es volvernos paranoicos: por su culpa oímos voces. Oímos las voces de todos aquellos que nos acompañan desde que al topar con ellos sentimos la intensidad de su presencia. He pasado un buen rato mirándole a la cara a este hombre. Fue el abogado de Ramón Mercader y, posiblementee, su mejor amigo. Y, ya veis, es parte de mi familia sentimental. Con Eric London seguiré hablando. Creo que hemos hecho buenas migas.
Este artículo fue originalmente publicado en El Periódico Extremadura.
Son varios los motivos que hicieron del existencialismo una filosofía tan popular. El primero es que, más allá de tecnicismos y sutilezas, mantiene una tesis extremadamente simple y que, en cierto modo, justifica esa obsesión natural por estar mirándonos (complacida o angustiosamente) el ombligo, a saber: que nuestra propia y particular existencia es el “dato” fundamental del que partir en cualquier posible consideración del mundo.
El segundo motivo pudo ser el gran despliegue artístico (casi más que propiamente filosófico) que tuvo el movimiento. Bebernoslas novelas de Mann, Hesse o Camus, el teatro de Sartre o Beckett, o las películas de Bergman o Bertolucci, para exhibir luego, embriagados de lucidez y amargura, la pose de aquellos antihéroes existencialistas, con su aire de estar de vuelta, por aulas y cafés, fue un momento estético, por decirlo con Kierkegaard, por el que cruzó casi toda mi generación.
El tercer motivo es, empero, el más importante: el existencialismo es una filosofía que integra perfectamente la mayoría de los prejuicios propios al espíritu moderno. Es por eso que sus ideas nos parecen tan claras y distintas (por oscuras o confusas que sean) y nos resulta tan fácil identificarnos con ellas. Veamos cuáles son.
Como dijimos, la tesis central del existencialismo es la de que no hay dato más objetivo que el de la inefable y subjetivaexperiencia de existir. Primum vivere deinde philosophari. Existo, luego actúo, siento, quiero, pienso… Todo esto de que la existencia precede a la idea es una muy discutible idea, pero parece que prende fuerte cuando – como hoy – no hay nada más trascendente a lo que agarrarse que al hecho (crudo y trivial) de estar vivos.
Otra creencia fetén del existencialismo es la de que somos radicalmente libres para hacer de nuestra vida lo que queramos. La idea de que cada persona se hace a sí misma (como una especie de artista de sí), o la de que podemos ser lo que nos propongamos (sean cuales sean las circunstancias), casan bien con la doctrina existencialista de la libertad, según la cual el ser humano, por carecer completamente de esencia, debe ser aquello que elija, a cada momento, ser.
La libertad es, para los filósofos de esta corriente, la expresión más propia del existir humano y, como tal, se concibe como algo previo a todo concepto o valor. Los propios valores son elegidos subjetivamente por cada cual, de manera que, en el fondo, no elegimos algo por ser justo o bueno (al contrario: será justo o bueno solo si lo elegimos), sino por un acto de espontaneidad inexplicable. Esta concepción irracionalista de la elección como manifestación incondicionada de la existencia es, en esencia, la misma que presupone hoy en nosotros la industria del entretenimiento y el consumo, invitándonos constantemente a ejercer una libertad libre de restricciones, juicios o criterios previos.
Somos, así, tan condenadamente libres que – según el existencialismo – podemos (y debemos, que es lo raro) elegir nuestros propios valores, conscientes, a la vez, de que, si los valores son una elección subjetiva, no hay criterio objetivo alguno con el que distinguir lo realmente valioso de lo que no lo es.
Este último sinsentido se agrava si reparamos en la consideración existencialista del “sentido de la vida”. Arrojados a la existencia – dicen Sartre o Heidegger –, y sin más fin que la nada de la muerte, nuestra vida es una pasión inútil, un simple juego al que, sin embargo, parece que debemos entregarnos con trágica seriedad. Aunque, ¿por qué? ¿Qué sentido tendría luchar o comprometerse con nada si nada tiene, finalmente, sentido? ¿No sería más sensato entregarse a ese tibio y gozoso dejarse llevar en que vegeta la mayoría (y al que el existencialista tacha, de manera injustificable, de modo “inauténtico” de vivir)?
Confundir el mundo con nuestro propio ombligo, creer que podemos autogenerarnos – como onanistas y libérrimos demiurgos – sin planos o esencias previas, autoproclamarnos como supremos legisladores morales, o burlarnos de toda idea que trascienda el nudo y simple (pero sagrado e inefable para el creyente) hecho de la existencia, son algunos de los dogmas de fe del existencialismo y de casi cualquiera de nosotros. Pensémoslos ahora a fondo, y dejemos de “ponernos existencialistas”.
Tert
... (... continúa)Suena el teléfono.
Me llaman de México. Contesto impaciente.
Es mi querida Yolanza Lazo que se disculpa amablemente porque no ha sabido encontrar respuesta para una pregunta que le hice. Tiene a sus hijos repartidos por el mundo y hablamos, claro, de ellos y, después, de la desastrosa situación sanitaria de México, un país en el que no es posible el confinamiento total, porque miles de personas no tienen otro lugar para confinarse que no sea la calle. Como lo que me cuenta es triste, volvemos a los hijos.
Estos días estoy escribiendo un artículo sobre la familia. Ando dándole vueltas a la idea de que la pareja padre-madre (o cualquiera de sus variantes) no es el centro de la familia. El centro verdaderamente nuclear es el lazo de amor indeleble de los padres a los hijos.
Intentaré explicarme en pocas líneas:
1. Lo que une a los padres es Eros. No solamente Eros, es cierto; pero si Eros falla, la relación de pareja quiebra.
2. Lo que une a los padres con los hijos es algo que puede denominarse, pensando en el cristianismo, como "ágape": un amor que perdura sea o no correspondido. A nuestra pareja le exigimos que corresponda a nuestra amor e intuimos que hay ciertas líneas (frecuentemente relacionadas con Eros) que no se pueden traspasar sin que la relación se arruine.
3. Nuentra mujer puede dejar de serlo si nos divorciamos. Un hijo, siempre será nuestro hijo, aunque le cerremos las puertas de casa.
4. Por lo tanto, los lazos de la pareja son potencialmente provisionales, mientras que los de los hijos son definitivos.
5. La conclusión, entonces, es que un matrimonio sin hijos no sería exactamente una familia; mientras que un padre y un hijo, sí lo es.
No sé si estarán ustedes de acuerdo.
Como ser anticapitalista en el siglo XXI
Erik Olin Wright (traducido por Cristina Piña Aldao)
Madrid: Ediciones Akal, 2020.
Escrito por Luis Roca Jusmet
El libro que nos ocupa está perfectamente organizado en seis capítulos. El primero expone de manera sintética porqué hay que ser anticapitalista. Lo hace desde la defensa de unos valores básicos que son los que recoge la tradición emancipadora en que se sitúa el autor: igualdad/equidad, democracia/libertad, comunidad/solidaridad. Desde la perspectiva de estos valores podemos diagnosticar que vivimos en una sociedad enferma y que el origen de esta patología social está en el capitalismo, con un sistema clasista basado en la explotación que va profundizando en la desigualdad; con unas relaciones nefastas establecidas desde un individualismo competitivo y consumista; con un crecimiento económico sin límites y totalmente devastador.
Pero el problema es que, aceptando lo anterior, hay que saber si existen alternativas. Las únicas que históricamente se han presentado como tales
(URSS, República Popular China, Europa del Este...) han fracasado como proyecto emancipador. Pero el autor lleva años defendiendo la “construcción de utopías reales” y considera que hay que mantener el término “socialista democrático” para pensar una sociedad que supere las miserias del capitalismo. No hay otro término mejor, igual que el de “utopía”, a pesar de todas las reservas que podamos ponerles. A partir de aquí, E.O. Wright entra de manera directa en la configuración de una alternativa al capitalismo, que implica señalar una estrategia para llegar al socialismo democrático. Conocemos cinco propuestas posibles a analizar: “aplastar al capitalismo”, “desmantelar al capitalismo”,” domesticar al capitalismo” y “huir del capitalismo”. Lo que hace es añadir una propuesta nueva: “erosionar al capitalismo”, la cual excluye la primera opción e integra de manera complementaria las otras cuatro. La opción de “aplastar al capitalismo” es la de la ruptura violenta, la de una revolución en el sentido clásico, de cuya experiencia histórica podemos concluir que no se ha podido construir nada nuevo sobre las cenizas de lo viejo. El resultado fue siempre la aparición de un estatismo que, aunque mejoró las condiciones de vida materiales de mucha gente, no tuvo nada que ver con las expectativas de una opción emancipatoria. Aunque la opción dos, que era la de reformar el capitalismo para llegar a través de una serie de reformas al socialismo, fue también un fracaso histórico porque nunca fue posible, para Wright es una opción que hay que recoger combinándolas con otras. En primer lugar, con la “domesticación del capitalismo” que, aunque no sea, por definición, una superación del capitalismo es la que no ha proporcionado las mejores conquistas dentro del sistema. En este nivel, que opera a nivel institucional hay que apoyarse en los partidos de izquierda, que son los que pueden actuar desde el Estado para transformar las Instituciones y la legalidad en una línea que sea capaz de potenciar políticas que, aunque puedan existir en el capitalismo, son por su naturaleza anticapitalistas porque no se inscriben en su lógica. Una tarea es, por tanto, trabajar desde los partidos (sean los tradicionales o creando nuevos, según el contexto). Pero esto no es ni suficiente ni lo más importante, ya que el camino al socialismo debe basarse fundamentalmente en lo que Wright llama el “poder social”. Es decir, en los propios ciudadanos organizados desde la base, que son los que “resisten al capitalismo” empujando a estos partidos a que sean consecuentes con un proyecto transformador y oponiéndose a la lógica del propio sistema. Pero no únicamente esto, sino creando además formas alternativas, que es lo que el autor llama de una manera quizás confusa “huir del capitalismo” (a mi modo de ver una expresión poco afortunado): creando cooperativas, espacios de economía social... Es, por tanto, la combinación de prácticas, institucionales y no institucionales, desde arriba y desde abajo, las que van planteando las transformaciones silenciosas que, finalmente, darían lugar a este socialismo democrático, que ciertamente, deberá ir superando muchas tensiones internas y muchos obstáculos que irán poniendo las élites capitalistas.
El autor tiene claro, como lo tuvo Marx, que no se trata de diseñar lo que será esta sociedad socialista, ya que es la propia práctica y la experiencia la que debe señalar el camino. Pero sí de dar unas líneas maestras que orienten el trayecto: renta básica universal, economía de mercado cooperativa, economía social y solidaria, democratización de las empresas capitalistas, conversión de la banca en un servicio público. Un conjunto de medidas, en definitiva, que, junto a una organización económica no mercantilizada (provisión estatal de bienes y servicios, producción colaborativa entre iguales, procomún de conocimientos) darían lugar a una dimensión del socialismo como democracia económica, no solo política. Este último aspecto también implicaría reformas en las reglas del juego, para hacerlo más democrático: hacer las reglas del juego más democráticas, el sorteo para elegir representantes institucionales, formas directas de participación pública de los ciudadanos.
El último aspecto, muy importante, es el de definir quienes serán los sujetos de estas transformaciones. ¿Quiénes serán sus agentes, los actores colectivos para llevarlo a cabo? Wright plantea la cuestión en todos sus matices y en toda su complejidad. No solamente porque la clase obrera ya no es el grupo dominante y homogéneo que fue, sino también porque si queremos construir un mundo mejor no podemos basarnos únicamente en la defensa de los propios intereses. Se trata de resaltar la dimensión moral del movimiento a través de valores emancipadores compartidos. Para ello es importante la cuestión de cohesionar estos movimientos sociales desde unos principios que no sean puramente corporativos, de ir construyendo identidades compartidas en torno a ellos. Porque de lo contrario, podemos encontrarnos con que los movimientos fundamentalistas, nacionalistas o populistas de extrema derecha pueden crear identidades opuestas tanto a los intereses propios de los oprimidos que pueden identificarse con ellas, como a los valores progresistas. La política real, en conclusión, supone que se formen actores colectivos políticamente organizados y eficaces para erosionar el capitalismo. Una acción combinada desde dentro y desde fuera de las Instituciones, creando una agencia creativa que se pueda desarrollar un potencial desde una amplia base social que permita dar una salida al desastre al que nos lleva el capitalismo.
Desgraciadamente Erik Olin Wright murió todavía joven, el año 2019, a los 72 años, poco después de acabar este libro. Completan el libro dos textos de Michel Burawoy, y Vivek Chibber (que titula con el nombre que he dado a esta reseña) que son, en ambos casos, un emotivo e interesante homenaje al autor. Es, en definitiva, un libro, claro, riguroso, absolutamente lúcido. ¿ Un libro necesario ¿ Más que esto, un libro imprescindible.
Luis Roca Jusmet
The Oxford Handbook of Philosophy of Emotion |
Hace unos días en La Gatera, el programa de Raquel Bazo y Javier Llanos en Canal Extremadura Radio, analizamos una obra maestra del teatro "existencialista": A puerta cerrada, de J. P. Sartre.
Podéis escucharlo aquí.
Aquí tenéis la magnífica entrevista sobre el lugar de la filosofía en la educación que nos hicieron los amigos de Radio Pinajarro, del IES Valle de Ambroz (Hervás), dentro del Proyecto Radio Edu, Julio Murillo y Antonio Rol.
El liberalismo es una doctrina política, no una filosofia de la vida. (35)
El liberalismo solo tiene un objetivo primordial: garantizar las condiciones políticas necesarias para el ejercicio de la libertad individual. (36)
El liberalismo ha sido muy raro tanto en la teoría como en la práctica. (37)Sus orígenes se encuentran en la terrible tensión sufrida en el seno del cristianismo entre las demandas de la ortodoxia de credo y las de la caridad, entre la fe y la moral. (39)
(Unos) recalaron en una moral que consideraba que la tolerancia era una manifestación de la caridad cristiana [...] (otros) se convirtieron en unos escépticos que sitúan la crueldad y el fanatismo a la cabeza de los vicios humanos, Montaigne. (40)
El fundamento más profundo del liberalismo está en su sitio desde el principio en la convicción de los primeros defensores de la tolerancia, nacida del espanto, de que la crueldad es un mal absoluto, una ofensa contra Dios o contra la humanidad. (41)
La modestia intelectual no supone que el liberalismo del miedo no tenga contenido, tan solo que es un contenido absolutamente no utópico. (48)
Ninguno de estos dos santos patrones del liberalismo [John Locke -liberalismo de los derechos naturales- y John Stuart Mill -liberalismo del desarrollo personal-] tenía una memoria histórica excesivamente desarrollada; y es sobre esta facultad de la mente humana sobre la que más se apoya el liberalismo del miedo. (51)
Para este liberalismo, las unidades básicas de la vida política no son las personas discursivas y reflexivas, ni los amigos y los enemigos, ni los ciudadanos soldados patrióticos, ni los litigantes enérgicos, sino los débiles y los poderosos. (52)
La presuposición ampliamente justificada por todas y cada una de las páginas de la historia política es que, a menos que se les impida hacerlo, la mayoría de las veces algunos organismos del gobierno se comportan en mayor o menor medida de manera ilícita y brutal. (53)
El liberalismo del miedo no descansa en realidad sobre una teoría del pluralismo moral [contra Berlin]. No ofrece, sin duda, un summum bonum por el que todos los agentes políticos deberían luchar, sino que comienza ciertamente por un summum malum que todos nosotros conocemos y deberíamos evitar, si pudiéramos. Ese mal es la crueldad y el miedo que despierta, así como el miedo al miedo mismo. (55)
El liberalismo del miedo no sueña con el final del gobierno público coercitivo. El miedo que pretende impedir es el que generan la arbitrariedad, los actos inesperados, innecesarios y no autorizados de la fuerza y los actos de crueldad y torura habituales y generalizados llevados a cabo por los agentes militares, paramilitares y policiales de cualquier régimen. (56)
Lo que el liberalismo requiere es la posibilidad de convertir el mal de la crueldad y el miedo en la norma básica de sus prácticas y prescripciones políticas.La única excepción a la regla de la evitación es la prevención de crueldades mayores. (58)
Locke no estaba, ni tampoco ninguno de sus herederos, a favor de unos gobiernos débiles que no pudieran estructurar o llevar a cabo las políticas públicas y las decisiones tomadas de conformidad con los requerimientos de la publicidad, la deliberación y la justicia de los procedimientos. (59)
Nada otorga a una persona mayores recursos sociales que el derecho de propiedad legalmente garantizado. No puede ser ilimitado porque es en primera instancia una criatura de la ley, pero también porque sirve a un fin público: la dispersión del poder. (60)
Hay varias objeciones bien conocidas al liberalismo del miedo. Se lo calificará de "reduccionista" porque se basa primera y principalmente en el sufrimiento físico y en los miedos de los seres humanos ordinarios, en lugar de basarse en aspiraciones morales o ideológicas. [...] Que reemplaza la razón humana genuina por la "racionalidad instrumental". [...] [El Estado debería ser educativo] Liberal perfecto [...] una persona que respeta a los demás sin desdén, arrogancia, humildad ni miedo. Esa persona no insulta a los demás con mentiras ni crueldad unos elementos que dañan su propio carácter y, en no menor medida, lesionan a sus víctimas. El éxito de la política liberal depende de los esfuerzos de estas personas, pero no es tarea de la política liberal fomentarlas simplemente como modelos de perfección humana. Lo único que puede afirmar es que si queremos promover la libertad política, entonces esa es la conducta adecuada. (62-66)
[otra objeción] Es una concepción al mismo tiempo muy ahistórica y etnocéntrica que formula afirmaciones de universalidad bastante injustificadas. (68)
[contra els relativistes culturals] A menos que podamos ofrecer a las víctimas heridas o insultadas de la mayoría de los gobiernos del mundo, tanto tradicionales como revolucionarios, una alternativa genuina y viable a su situación actual, y hasta que seamos capaces de hacerlo, no tenemos forma de saber si realmente disfrutan de sus cadenas. (68)
Una parte demasiado importante de la experiencia política pasada y presente queda desatendida cuando ignoramos los informes anuales de Amnistía Internacional y de la guerra contemporánea. [...] Puede ser una repulsiva paradoja que el éxito mismo del liberalismo en algunos países haya atrofiado la empatía política de sus ciudadanos. Ese parece ser uno de los costes de dar por supuesta la libertad, pero podría no ser el único. (73)
Debemos desconfiar de las ideologías de la solidaridad, precisamente por lo atractivas que son para aquellos para quienes el liberalismo resulta emocionalmente insatisfactorio y que en nuestro siglo han continuado creando regímenes opresivos y crueles de un espanto sin parangón. (74)
El primer principio original del liberalismo, el gobierno de la ley, sigue absolutamente intacto y no es una doctrina anarquista. (75)
Sin unos procedimientos bien definidos, unos jueces honrados y oportunidades de recibir asistencia letrada y de poder recurrir, nadie tiene ninguna posibilidad. Tampoco deberíamos permitir que se criminalizaran más actos de los necesarios para nuestra seguridad. Por último [...] esfuerzos legales para compensar a las víctimas de los delitos, en lugar de limitarse a castigar al delincuente. [...] ver los derechos como esas licencias y capacidades con las que los ciudadanos deben contar para preservar su libertad y protegerse frente a los abusos. (76)
El liberalismo está casado monogámica, fiel y permanentemente con la democracia; pero es un matrimonio de conveniencia. (77)
Si parece que hablo como Cesare Beccaria, o como algún refugiado venido del siglo XVIII, puede ser perfectamente porque haya leído el tipo de informes que ellos leyeron sobre la forma de actuar de los gobiernos. Bastan las noticias internacionales que publica The New York Times, como también sus relatos de la prevalencia del racismo, la xenofobia y la brutalidad sistemática de los gobiernos, aquí y en todas partes. No puedo comprender cómo algún teórico político o ciudadano políticamente alerta puede ignorarlas y no logra protestar contra ellas. Cuando lo hacemos, hemos avanzado hacia el liberalismo del miedo y nos hemos alejado de las formas más estimulantes, pero menos urgentes, del pensamiento liberal. (78)
El liberalismo del miedo. Editorial Herder, Barcelona, 2018.
Parece evidente que esto va para largo y que la incertidumbre será la protagonista de nuestras vidas durante bastante (¿cuánto?) tiempo. Duelen las noticias y escuece la realidad, así que busco refugio en el trabajo. Me llegan las galeradas del libro sobre el Siglo de oro; de la Editorial Encuentro me piden que prepare, con urgencia, una edición de mis artículos aparecidos en El Subjetivo; Fernando Savater me solicita un texto largo para la portada de la revista Claves; tengo varias videoconferencias pendientes con varios lugares de España e Hispanoamérica; surgen invitaciones nuevas y muy sugestivas... Me gusta trabajar, a pesar de que Michael J. Sandel en ese libro que rezuma resentimientto, La tiranía del mérito, me asegura que siendo mis orígenes los que son, no debería sentirme culpable si no me gustara, porque eso de la cultura del esfuerzo no sería más que un cuento de las élites para justificar su posición.
Mito de Thot
En ese mito, Platón nos explica a través de Socrátes que en Egipto había antaño uno de los antiguos dioses del lugar llamado Thot (Θεὺθ).Fa anys (més de deu i més de vint) que es demana afegir la d'una filòsofa entre les obres d'on extreure els textos de selectivitat. Que si Arendt, però és molt difícil; que si Beauvoir, però sembla poc filòsofa (a alguns); que si Weil, però és una mica rara; que si Luxemburg, però potser està una mica passada; que si Butler, però és massa actual i ja ha penetrat en el programa de primer gràcies a les sessions divulgatives del CCCB, que han escampat en bona part de l'alumnat despert el qüestionament del binarisme...; i, posades a fer, no seria millor alguna més representativa del feminisme contemporani? Però quina?
Mentre es dilucida quina pensadora feminista caldria incloure, perquè no provar una temporada amb Judith Shklar? Tenim prou distància per considerar-la a l'alçada d'Arendt. És més entenedora. El fet que el professorat porti anys tractant Locke i Mill donaria profunditat a un estudi enriquidor del seu pensament. El seu antiutopisme i el seu liberalisme de mínims seria molt formatiu per sobreviure amb dignitat en una societat que tendeix al cinisme, la postveritat, el ressentiment i el populisme.
Un bon resum de la seva obra contextualitzada històricament el trobareu en anglès aquí. La revista Filosofia Ara hi dedica un article, que ens remet a d'altres, entre ells, a una exposició breu i clara de les línies mestres del seu pensament, escrita per Alicia García Ruiz, d'on destaquem:
Ser liberal no es gritar “liberticidio” cada dos segundos sino el esforzado aprendizaje de que el mundo moral es intrínsecamente plural y de que “lejos de ser una amoral forma de libertad para todo, el liberalismo es extremadamente difícil y limitante, una práctica demasiado exigente para aquellos que no pueden soportar la contradicción, la complejidad, la diversidad y los riesgos de la libertad”.
Per què no proposar la lectura acompanyada de El liberalismo del miedo? Té diversos avantatges: és breu (50 pàgines). Shklar hi exposa de forma entenedora la seva posició liberal en diàleg amb Locke, Mill, Kant i Berlin, entre els clàssics, i amb Waltzer, Nagel, Taylor, Benhabid i Sandel entre els contemporanis. Afegim-hi el to polèmic, que planteja respostes a les objeccions que s'hi han fet. I com a bonus track, el volum publicat per Herder ofereix un pròleg de 32 pàgines d'Axel Honnet on, a banda de presentar-nos-la, estableix semblances i diferèncias amb Hannah Arendt.
Perquè estudiar filosofia -i Història de la Filosofia- al Batxillerat no és -o no ha de ser- quelcom enclotat en l'àmbit acadèmic, sinó compromès amb el mon on toca viure. El nostre món, on s'esvaiex l'optimisme sobre la llibertat, la democràcia i els drets humans, necessita ser pensat de la mà de filòsofes com Shklar. A la pàgina 38 del llibre, afirma: "Quien crea que, cualquiera que sea su apariencia, el fascismo está muerto y enterrado, debe pensárselo dos veces antes de decirlo". Això, escrit al 1989, no em direu que no és d'actualitat.
Judith Shklar (1966) |
Platón dedicó una buena parte de su obra a refutar a Protágoras. Es una pesada ironía que casi todo lo que conocemos de este filósofo de Abdera se lo debamos a su adversario discípulo de Socrates. Es como si los escritos y comentarios sobre Marx hubiesen desaparecido y solo conservásemos la obra de Isaiah Berlin. Que no es poco, aunque paradójico. Platón habla sobre él directamente en varios diálogos, pero sobre todo en el Protágoras, donde le permite un largo discurso que comienza con el mito de Prometeo y defiende la virtud ciudadana y la capacidad de educarla. En él, Protágoras se dirige a Sócrates quien le había preguntado si si creía que puede enseñarse algo que concierne al gobierno de la ciudad:
Conque, medita del modo siguiente: ¿acaso existe, o no, algo de lo que es necesario que participen todos los ciudadanos, como condición para que exista una ciudad? Pues en eso se resuelve ese problema que tú tenías, y en ningún otro punto. Porque, si existe y es algo único, no se trata de la carpintería ni de la técnica metalúrgica ni de la alfarería, sino de la justicia, de la sensatez y de la obediencia a la ley divina, y, en resumen, esto como unidad es lo que proclamo que es la virtud del hombre (324 d-325 a)
Sabemos que Protágoras, probable discípulo de su paisano Demócrito, filósofo peregrino que iba de ciudad en ciudad alquilando sus lecciones, que estuvo cierto tiempo en Atenas y fue amigo de Pericles, que tal vez coincidió (y quizás compitió) con Sócrates, más joven que él, enseñaba no solamente las artes del discurso sino también la filosofía política y moral de la democracia. Sabemos, por una sola frase, que Protágoras es el iniciador de esa extraña actitud en filosofía que llamamos humanismo: πάντων χρημάτων μέτρον ἔστὶν ἄνθρωπος, τῶν δὲ μὲν οντῶν ὡς ἔστιν, τῶν δὲ οὐκ ὄντων ὠς οὐκ ἔστιν. El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son.
Fernando Broncano, La escala humana, El laberinto de la identidad 30/01/2021
Las amenazas a nuestra convivencia democrática no son esas quiebras brutales, sino otras formas inéditas de degradación. Por muy preocupantes que sean los desafíos que plantea la extrema derecha, no estamos ante una segunda oleada de pre-fascismo; nuestras sociedades están más desarrolladas y son más interdependientes. Más que complots contra la democracia, lo que hay es debilidad política, falta de confianza y negativismo de los electores, oportunismo de los agentes políticos o desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente. En vez de manipulación expresa, estamos construyendo un mundo en el que hay un combate más sutil y banal por atraer la atención. Los personajes que amenazan nuestra vida democrática son menos unos golpistas que unos oportunistas; su gran habilidad no es tanto hacerse con el poder duro como lograr atraer el máximo de atención.
Si la debilidad de la democracia se debe más a la cultura política dominante que a la amenaza que representan los sujetos particulares, su fortaleza aumentará en la medida en que construyamos instituciones que no están demasiado condicionadas por quienes eventualmente las dirijan. La democracia es resistente justo en la medida en que no depende demasiado de las personas que ocupen el poder, sino fundamentalmente de que el sistema institucional limite a esos gobernantes. Nos fijamos demasiado en las cualidades de los lideres, pero la clave de la resistencia democrática está más bien en otra parte, aunque no sea irrelevante, por supuesto, quién esté al frente de las instituciones. Barack Obama fue el presidente de las promesas, pero el entramado institucional no permitió realizarlas todas o en la medida deseada. Ese mismo entramado fue el que afortunadamente limitó la frivolidad del presidente Trump.
Creo que el juicio sobre la debilidad o la fortaleza de la democracia se deriva enseguida hacia las propiedades que quien ocupa las instituciones y atiende muy poco a las características de esas instituciones. Hoy en día la acción política se ha focalizado en una competición entre personas, sus programas, sus buenas (o malas) intenciones o su ejemplaridad moral. Por eso hablamos de liderazgo con unas connotaciones tan personalizadas, la atención pública se interesa principalmente por las cualidades de quienes nos gobiernan, nos preocupa más descubrir a los culpables que reparar los malos diseños estructurales. Frente a esta tendencia a confundir la calidad de la democracia con la calidad de sus dirigentes propongo que dirijamos la mirada y el esfuerzo en otra dirección. Se gana mucho más mejorando las instituciones que mejorando a las personas que las dirigen. No deberíamos esperar tanto de las virtudes de quienes están eventualmente al mando, ni temer mucho de sus vicios; lo que realmente deberían inquietarnos es si las instituciones están correctamente diseñadas.
Las sociedades están bien gobernadas cuando lo están por instituciones en las que se sintetiza una inteligencia colectiva y no cuando tienen a la cabeza personas especialmente dotadas. Podríamos prescindir de las personas inteligentes, pero no de los sistemas inteligentes. Es lo que se suele decir de otra manera: una sociedad está bien gobernada cuando resiste el paso de malos gobernantes.
De alguna manera esto hace al régimen democrático menos dependiente de quienes lo dirigen, resistente frente a los fallos y debilidades de los actores individuales. Por eso la democracia tiene que ser pensada como algo que funciona con el votante y el político medio. Únicamente sobrevive si la propia inteligencia del sistema compensa la mediocridad de los actores y la ineptitud e incluso maldad de muchos de sus dirigentes.
Daniel Innerarity, El mito de la fragilidad democrática, diariosur.es 31/01/2021
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Supongamos, además, que las motivaciones de estos ciudadanos, expuestas cortésmente por ellos (digo “cortésmente” porque no tendrían obligación de hacerlo), consistieran en opiniones, ideas o creencias científicamente infundadas, algo a lo que, en términos democráticos, no cabría hacer ninguna objeción (ninguna ley obliga a nadie a que sus creencias o principios tengan rigor científico).
¿Qué hacer en este caso? Un gobierno que, a diferencia del grueso de la población, se guiara por criterios más racionales o científicos, podría proponer alguna ley que obligara a anteponer dichos criterios en decisiones que afectaran a todos. Pero imaginen que la mayoría de los ciudadanos, o los políticos que la representan, rechazaran esa ley. Aquí acabaría, aparentemente, todo posible recorrido democrático.
Ahora bien, ¿debemos acatar siempre la voluntad popular, por irracional que esta sea? No se trata de una pregunta baladí: las naciones democráticas caen una y otra vez en derivas populistas tan políticamente legítimas como peligrosas. Los movimientos antivacunas, el patrioterismo nacionalista, la histeria en torno a los inmigrantes o el amplio catálogo de creencias conspiranoicas en torno al poder de élites secretas, son ejemplos más o menos recientes a considerar.
Las oleadas populistas obligan a los gobiernos a contemporizar con ellas o, en el peor de los casos, a ceder espacio político a demagogos que representen mejor el “sentir popular”. Y no hay constitución, tribunal o procedimiento moderador que nos libre de esto. Si la mayoría se empeña se puede modificar lo que haga falta, desde la Constitución a los propios procedimientos de modificación; sin que nada de ello deje de ser escrupulosamente democrático.
¿Qué hacer, entonces, frente a estas derivas populistas? De poco sirve endurecer la ley. Obligar a la gente a vacunarse (o a lo que sea), censurar “mensajes de odio” (o de lo que sea), reprimir movilizaciones o ilegalizar partidos políticos, son medidas contraproducentes y de dudosa calidad democrática, amén de peligrosamente reversibles. La única opción es, por tanto, la del diálogo. Si una parte de la ciudadanía hace caso omiso de lo que otra parte considera racional, no queda más que poner ambas partes a discutir. Por eso es tan importante que, en lugar de engordar al Estado con ilustrados comités de expertos que dirijan sabiamente a la opinión pública (con la pandemia, algunos insensatos han llegado a reclamar, incluso, una suerte de “vicepresidencia científica” con poderes ejecutivos), nos preocupemos de fomentar y dar cauce a ese procedimiento neto de legitimación democrática que son la deliberación y el diálogo ciudadano.
No hay ningún ser humano en ejercicio (sean cuáles sean sus creencias) que soporte vivir en la contradicción; bastaría, pues, con reducir sus ideas al absurdo para remover sus opiniones y obligarlo a un diálogo honesto y fructífero con sus vecinos. Dar una dimensión política y sistémica a esta solución “socrática”, en el marco de nuestras sociedades complejas, parece quimérico, pero no es imposible. Requeriría, eso sí, de mucho valor e imaginación. Los cambios tendrían que ser radicales. No solo – aunque sí fundamentalmente – en el ámbito educativo, sino también en el propio organigrama político, de manera que la deliberación pública tuviera un papel institucional realmente determinante. Un parlamento de ciudadanos elegidos parcialmente al azar y periódicamente renovados, y en el que la lucha por el poder careciera, por tanto, de relevancia, representaría, a este respecto, una fórmula a tener en cuenta.
Parece ingenuo, pero no perdemos nada por probar. Por lenta y arriesgada que pueda ser, sin una reforma de calado nuestras democracias estarán cada vez más cerca de desintegrarse en una proliferación de populismos insensatos y de demagogos dispuestos a capitalizarlos. No es que esta situación sea, en absoluto, nueva (en rigor, es un defecto congénito de la propia democracia), pero advertirla podría ayudar a algo que sí que sería históricamente sustantivo: ponerle remedio.
Viaje rápido a Pamplona. De lunes a jueves. Intenso y fructífero. Pero de todo lo hablado y oído, me quedo con una frase escuchada en el Hotel Yoldi: "Un hijo es como tener algo siempre al fuego".