Ya sé que se repite, pero siempre se repite como nueva. Me refiero a esa sensación de desánimo que me invade cuando estoy acabando un libro. Siento que no he estado, ni mucho menos, a la altura de lo que soñaba inicialmente con realizar, que me falta por consultar montones de bibliografía, que las ideas no son claras y distintas, que los capítulos están desorganizados, que la lectura no es suficientemente fluida, que sobra mucho de esto y aún falta más de aquello y... al fin y al cabo... ¿estoy diciendo algo interesante?
Después, el tiempo se me echa encima y como hay que cumplir con las fechas de entrega lo envío a disgusto.
Finalmente el editorme llama y me dice que le ha gustado y empieza a gustarme a mí también. Claro que un día... puede no ser así.
Hoy, además de sufrir con lo que acabo de escribir, he terminado el prólogo de un libro sobre la infancia en Roma y se lo he enviado al autor. Me estoy especializando en escribir prólogos y epílogos. No se sufre nada.
Reseña de
“El virus como filosofía. La filosofía como virus. Reflexiones de emergencia sobre la pandemia del COVID-19”
Andityas Sorares de Moura Costa Matos y Francis García Collado,
Barcelona: Bellaterra, 2020.
Nos encontramos frente a un ensayo que quiere hacernos pensar sobre las consecuencias sociales y políticas de este acontecimiento que es la pandemia de COVID-19 y todo lo que ha traído consigo. Un proyecto que estaría en la línea de lo que Michel Foucault llamaba la función filosófica de hacer una ontología de la actualidad. Está escrito de manera conjunta por Andityas Sorares de Moura Costa Matos y Francis García Collado, que justo antes del libro que nos ocupa habían publicado otro de contenido mucho más teórico : “Más allá de la biopolítica. Biopotencia, bioarztquia, bioemergencia” ( Documenta Universitaria). Este último trabajo nos proporciona el marco teórico en que se mueven los autores, en la perspectiva de lo que se ha llamado la biopolítica. Esto no quiere decir que se haya de leerlo previamente para entender el que nos ocupa, pero si que, aunque los autores hagan un esfuerzo de clarificación, quizás hubiera sido mejor entrar algo más a fondo en estas conceptualizaciones que se formulan en neologismos: bioemergencia, bioresistencia, bioarztiquia,..
El libro es, sin duda, interesante. Es arriesgado y radical, en el sentido que quiere llegar al fondo de la cuestión. No hay que estar de acuerdo con sus tesis (yo no lo estoy) para que resulte muy sugerente. No se trata de buscar respuestas, sino líneas para abordar análisis y propuestas fuera de los tópicos que, desde planteamientos diversos, van circulando. Personalmente no estoy de acuerdo con conceptos que utilizan, como el de fascismo tecnológico, o incluso del peso que dan a ideas como la de necropolítica ( la lógica de exterminio de los improductivos) o tanatología ( la presencia de la muerte para generar miedo). Son planteamientos que están en la línea de las aportaciones de Roberto Expósito. Más bien me sitúo en la línea más empírica y moderada de Nikolas Rose (muy citado en su anterior libro, pero que en este no aparece). La noción de bioarztiquia (por favor, que nombre más difícil, hubiera sido mejor ser más pragmático y menos etimológico) da mucho juego, ciertamente. La razón farmacéutica entendida como hegemónica y que tiene como efecto provocar sujetos que se están autodiagnosticando permanentemente buscando síntomas y signos de posibles enfermedades, me parece muy fecunda. Igualmente, la manera como el libro aborda la cuestión de la subjetividad y los cambios subjetivos que comporta lógica de la biopolítica.
Me ha gustado la parte del libro que analiza lo que es un virus y que se atreve a formular propuestas a las vigentes sin caer en el delirio del negacionismo. Menos me ha gustado el recorrido crítico de las diversas lecturas de los filósofos más mediáticos, sobre todo la inconsistente y confusa de Byung-Chul Han, que seguro que no se merece un capítulo. En todo caso a lo largo del análisis aparecen puntos muy sugerentes, que como ya he dicho abren caminos nuevos para abordar la pandemia y las medidas que ha puesto en marcha. Respecto a su conclusión totalmente de acuerdo con su crítica a la ilusoria vuelta a la normalidad y a enmarcarlo en la nefasta lógica del capitalismo. Más escéptico respecto a sus propuestas de democracia radical combinadas por lo que llaman bioemergencia y bioresistencia. En todo caso de acuerdo en la defensa del sujeto singular y de lo común, que es lo que les ha animado a escribir un libro que, ciertamente, vale la pena leer.
Luis Roca Jusmet
Foto de Lolo Olivares |
No sé, por cierto, a quién se le ocurrió esa espantosa y orwelliana consigna de “nueva normalidad”. Si su intención era tranquilizarnos, erró del todo: ni lo normal es sinónimo de bueno, ni embozar la boca es normal en ningún sitio (en que no sea habitual marginar, secuestrar o ejecutar a la gente). “Normal” proviene de “norma”, una de cuyas acepciones es la de “ley”; la “nueva normalidad” es, simplemente, “lo que estamos obligados a hacer por ley”.
Decía el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han que, habiéndose acostumbrado desde el principio de la pandemia a ver embozados a sus compatriotas, la boca destapada de los europeos le parecía algo casi obsceno. Tal vez, y como al etólogo Desmond Morris, le pareciera que la boca humana, con sus carnosos, rojos y sobresalientes labios, fuera una suerte de imitación del sexo (el femenino, según Morris). Para mí, sin embargo, la boca está más ligada a lo espiritual que a lo carnal o, al menos, a una suerte de puente entre ambos mundos (el “labio de arriba el cielo, y la tierra el otro labio”, decía el poeta Miguel Hernández).
Con la boca empezamos a llorar y exhalamos ese último aliento que los antiguos llamaban ánima. Y, por el camino, hablamos. La boca es el órgano de la palabra y la razón, de la más viva, que es la que surge, como metal sin cristalizar aún, del diálogo que lo es. Por ella descubrimos nuestro interior y con ella desvelamos – o eso decimos – el mundo. Decía Joseph Campbell que la boca no suele estar entre los rasgos con que, en eras primitiva, se dibuja la cara. Tal vez sea porque es el ángulo ciego originario de toda otra representación. Con los ojos vemos (lo superficial), pero solo por la boca sabemos lo que vemos. Por eso, para conocer algo (no digamos a alguien), hay que hablar, o dejar que hablen. Si Dios, o el logos – como creen filósofos y científicos –, creo el mundo hablando – dando forma o fórmula a las cosas –, antes, o a la vez, tuvo que existir una boca, siquiera mística.
La boca es, también, el lugar del encuentro, la comunión, la identificación con lo/el otro, para hacer un yo más grande, más pleno y menos solo, que es todo el objetivo de nuestra existencia. Desde el acto de respirar, beber o comernos el mundo, hasta el más sublime de comprenderlo (esto es: hablarlo con la boca del alma), pasando por todas las fases intermedias (de la esgrima tibia del beso a la etérea del diálogo), la boca es el órgano con el que buscamos unirnos a lo que aún no somos. Se puede amar sin ojos, sin manos, sin sexo, sin voz audible, pero no sin boca, sin habla. Sin habla es imposible la identidad, ni con lo(s) demás, ni con uno mismo – esa narración, ese diálogo íntimo y silente en que me digo “yo” –. Pongan a un niño pequeño junto a un ser todo lo humanamente bello que quieran, pero sin boca o habla y, al lado, a otro, todo lo horrendo que puedan, pero con boca y habla; y verán, rápidamente, con cuál de ellos se identifica.
No es de extrañar, pues, que mostrar la boca (más que los ojos) sea un signo de civilidad. La gente de bien va a cara descubierta, mientras que quien se emboza es, a menudo, el bandido desalmado, el tipo asocial que no habla ni entiende, sino que actúa y destruye.
¿Qué pensar entonces de este colectivo uniformemente enmascarado que ahora somos? A mí, además de melancolía, confieso que me da miedo. Solo conforta saber que, aun embozados, confinados y vigilados, todavía podemos hablar. Aunque menos que antes. Y, justo por eso, tenemos que hacerlo más fuerte; sin llegar al grito desbocado, pero con vehemencia. Nada de “nueva normalidad”. A un estado de excepción le corresponde un habla, una consciencia, una fiscalización del poder igualmente excepcionales. Qué nadie, bajo ningún concepto o urgencia, nos tape la boca, esto es: nos impida hablar. Para un ser humano, no hay mayor muerte que esa.
Dolors Alcàntara va escriure fa unes setmanes una reflexió sobre l'ensenyament en època de pandèmia (Alcántara Madrid, Dolores (2020) Dar clases en tiempos de pandemia.)
La versió catalana és al seu blog de centre.Com sempre, obre camins.
Releyendo los textos de los antiguos griegos, prestando especial atención a lo que sucede entre los poemas homéricos hasta los diálogos platónicos en el siglo IV a. C., uno comprueba in situ que, mucho más allá de que es verdad eso tan repetido por ciertos seres cada vez más marginales de que es necesario acudir a los estudios humanísticos para conocernos, se topa con que ello es pasmosa, vibrantemente cierto. No es que sea necesario, es que no hay posibilidad de trazar unas mínimas coordenadas que nos orienten acerca de lo que somos sin el constante estudio y la pertinaz revisión de Grecia, mientras sigamos siendo lo que somos. Allí se hallaban las claves de lo que hoy aún se despliega y no resulta exagerado afirmar que en gran medida ellos, los protagonistas del milagro griego, nos produjeron y que somos su invención. Esto no se aplica solamente a la literatura o la poesía, como algunos pueden estar pensando, sino que, todavía con mayor apremio, resulta aplicable para el actual entendimiento de mucho de lo que acaece en el entorno de la ciencia y el pensamiento político, la ética y la filosofía. Casi todo lo que se cuece en la actualidad se preparó, aun en la forma de antítesis, en la metafísica helénica y es una derivación de aquel amanecer de los siglos VI al IV a. C. Es, si tomamos como centro de este devenir a Platón, que desde luego lo es, lo que expresa la conocida opinión de Whitehead de que toda la historia de la filosofía ha sido una colección de notas a pie de página al pensamiento de Platón.
Nuestro campo de interés y estudio, ya lo sabemos, es la educación. No lo olvidamos. Pero es preciso emprender a veces una ruta en apariencia ajena, ya que nuestra tesis, que tratamos de demostrar, es la inextricable unidad de filosofía y paideia, o por lo menos, la profunda conexión que las vincula desde el común origen de ambas en los mencionados siglos. Pues bien, en el “caos originario”, anterior a la clara y apolínea luz del logos, estaban los poetas. Ellos eran los educadores del Grecia. Es una verdad que los primeros filósofos reconocen, como por ejemplo Jenófanes o el propio Platón o el historiador Tucídides. En la República Platón opone, según vimos en una entrada anterior, la educación por la poesía, fundamentalmente mediante la memorización y canto acompañado de instrumentos, de los poemas homéricos, a su proyecto pedagógico que sin renunciar al poder persuasivo de la poesía, la música e incluso el mito, estos son firmemente disciplinados y encauzados por un logos cuya luz es la del sol del Bien que los gobernantes filósofos saben disponer como régimen y estructura política racional en la ciudad. Por encima de los medios de la persuasión y la seducción poética estará la dialéctica y la lógica. Así que, en apariencia, en Platón hay, como en todo el mundo griego, un triunfo del logos del orden apolíneo, como interpretaba Nietzsche, que funda nuestra civilización.
Esto mismo se puede ver, también en apariencia, o sea, a primera vista (y recordemos que nunca se piensa bien si se hace a primera vista, lo cual es una enseñanza del propio Platón) en la historiografía helénica. Tucídides funda, con mayor ahínco que Heródoto, un método histórico que huye del mito y trata de atenerse a los “hechos”, en oposición de la denostada hybris de los poetas:
“(…) no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado los poetas, ni a lo que los logógrafos han compuesto, más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad, pues son hechos sin pruebas y, en su mayor parte, debido al paso del tiempo, increíbles e inmersos en el mito. Que piense que los resultados de mi investigación obedecen a los indicios más evidentes y resultan bastante satisfactorios para tratarse de hechos antiguos. (…)
En cuanto a los discursos que pronunciaron los de cada bando, bien cuando iban a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, era difícil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas, tanto para mí mismo en los casos en los que los había escuchado como para mis comunicantes a partir de otras fuentes. Tal como me parecía que cada orador habría hablado, con las palabras más adecuada a las circunstancias de cada momento, ciñiéndome (sic) lo más posible a la idea global de las palabras verdaderamente pronunciadas, en este sentido están redactados los discursos de mi obra. Y en cuanto a los hechos acaecidos en el curso de la guerra, he considerado que no era conveniente relatarlos a partir de la primera información que caía en mis manos, ni como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo he presenciado o que, cuando otros me han informado, he investigado caso por caso, con toda la exactitud posible. La investigación ha sido laboriosa porque los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno. Tal vez la falta del elemento mítico en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si estos la consideran útil, será suficiente” (Hist. Pel. I, 21 – 22).
Este texto no tiene desperdicio. Es un buen ejemplo de cómo podemos entendernos mirando a Grecia, aunque no precisamente al modo en que Tucídides cree que el lector de la historiografía puede entender su tiempo leyendo el pasado. Porque lo que revela el texto es una metafísica de la que brota un presupuesto. Es la presencia de este prejuicio, o de esta metafísica, lo que sí es una constante, no tanto que los “hechos” se repitan (que parece ser un segundo presupuesto griego que sí acabó siendo superado, y no repetido, con el cristianismo).
El primer principio o presupuesto es el que encierra la palabra “hecho” aplicada a los aconteceres humanos históricos, en el transcurso del tiempo, de los pueblos y las gentes. Es esta reducción que sacrifica el inasible y temible caudal que fluía en lo poético la que la metafísica de estos siglos elige para aprehender su mundo desde una cierta distancia salvadora. Y digo salvadora porque solo así le es posible al historiador, al hombre, sacar su cabeza del fondo de ese oscuro océano, de esa negra ciénaga donde buceaba sumido en ensoñaciones ininteligibles y entre poderosas inercias, como las de su subconsciente, en la oscuridad abisal de ser y no saber, para darse un respiro y tomar una bocanada de aire fresco. Se trata de abandonar el pozo, la sima donde se concentraban miasmas a menudo inhumanas e irrespirables para escapar a un mundo, en la superficie, calmo, claro, transparente, etéreo; en el mediodía templado e iluminado por la luz del sol. Todo se torna, en esa lisa superficie, plano y fácil. También bello. De una belleza noble, cósmica, armoniosa y matemática. El descubierto, es un mundo de cristal.
La ventaja de esta transfiguración del mundo es que nos vemos en él. Nos vemos en el espejo del mundo. Aunque, más bien, no nos vemos, sino que vemos nuestro reflejo en la mansa superficie de la ciénaga ahora tornada tranquilo lago. En esa pantalla el historiador ordena y contempla los hechos humanos, los hechos y datos con los que el hombre construye su historia. El historiador toma esos retazos de vida, esa suerte de tramoya, ese esqueleto que es como el fósil para el paleontólogo y dibuja o cuenta, muy lejos del poeta o el novelista, su relato. Obra, pues, un sacrificio, pero nótese bien que sin este sacrificio no hubo posibilidad de empezar siquiera a hablar de ello. Es decir, que la existencia de este insólito movimiento de limpieza de la mirada y especulación en un momento de lo que Jaspers denominó “tiempo eje” somos ya nosotros y es ya, por supuesto, la ciencia.
Algunas filosofías, sin embargo, y con gran razón, han anotado que el mito y la poesía siempre han estado ahí como entreverados en la desnudez del logos, que incluso se han tomado su venganza y hasta han podido escapar al control del lenguaje. Pero esto ya lo sabían los griegos porque en el propio mito estaba ya anticipada la historia como en una premonitoria advertencia. No solo los autores que podemos considerar marginales o los grandes poetas trágicos o la poesía heroica de Píndaro o la lírica, sino, y aquí hay que poner atención, el gran padre de la filosofía racional, el creador del pensamiento occidental, aquel al que siempre volvemos: Platón. Él supo que a pesar de haber dictado su sentencia de exilio, los poetas nunca podían ser desalojados del todo de su República.
A pesar de haber desterrado en su pedagogía de la República la poesía homérica de la educación, que sobre todo ha de desembocar en la dialéctica y la visión racional, si uno atiende a otros diálogos, incluso de la misma época, en el gran pensador está la tensión nunca resuelta acerca del decir lógico y el decir mítico. De hecho, la dialéctica desarrollada por los diálogos platónicos en sí, y pienso en los que tengo ahora frescos: Fedón, el Banquete y Fedro, aun siendo estos de madurez, revela la imposibilidad por un nombrar preciso y referencial, es decir, Platón asume en los recovecos de la contradicción y la ironía la falibilidad del lenguaje y de la ciencia. Para cazar es preciso dar vueltas, rodear a la presa y jamás atraparla, nunca hacerse con ella porque lo esencial al ser es ser inasible. Así, Platón, que se ha tenido a menudo por dogmático o fundador de una metafísica de fuerte alcance, defensor de una verdad capaz de realizarse como ideal y de transmitirse hasta el punto de que se puede educar en función de ella, labrando el camino que posibilite el orientar la propia conducta y el gobierno desde ella, deja caer en sus textos la constante e irónica sospecha de que las cosas pueden ser menos fáciles de lo que él mismo está diciendo. Hay algo que sí parece dejar claro: que quitar el velo de lo aparente no es tarea simple ni abarcable y que tal vez siempre nos estemos equivocando. Creo que le acompañó siempre la sombra y la broma de su adorado maestro, más próximo a la Sofística de lo que él mismo quiso transmitir. Resulta muy evidente cuando se topa el lector con el portentoso uso del lenguaje mítico y poético que completa las razones y argumentos en los mencionados diálogos, con los finales y estructuras poco claros ni lineales incluso en estos diálogos de madurez, como si siempre le quedara algo por decir que le obligara a echar mano de recursos que el propio lenguaje no tiene, de los que el logos carece. En el Fedro hay una crítica (muy socrática) a la escritura, a la pobreza del texto escrito, como si hubiera que volver a la vitalidad y espontaneidad del diálogo en una plaza ateniense, en un gimnasio, bajo un hermoso árbol y refrescando los pies descalzos en la limpia corriente de un arroyo, o en un inolvidable banquete como un despliegue de erotismo y vida o en la aciaga prisión y la cicuta que tampoco se libra de terminar con la incertidumbre y esa última paz que el dios nos reserva, esa última serenidad: proferir la broma del gallo debido a Asclepio.
Esos diálogos son joyas. Hay que pasar la vida leyéndolos. Y también las grandes tragedias áticas del siglo V a. C. En ellas está este conflicto que en algún lugar escribí que nace con la razón en Grecia y que por tanto perdura en nosotros mientras seamos Grecia. Nacimos sabiendo que rompíamos con algo que nunca nos abandonaría. Ahora bien, en la cuestión de la paideia actual, ¿qué lugar ocupan estas viejas verdades acerca de nosotros? Lo primero, preguntarnos quiénes son nuestros educadores. ¿Son los filósofos? ¿Son los científicos? ¿Son los poetas? ¿Falta alguno de ellos? Porque la comprensión cabal del extraño lugar donde estamos, ciénaga, abismo o tranquila y cristalina superficie donde se refleja el sol del mediodía o acaso la luna llena en la noche, necesita de todos ellos. No hay que malinterpretar lo trágico, por cierto, como el grito del hombre que clama al sordo universo que no responde a sus deseos, sino algo más escalofriante que algún cuadro de Ernesto Sabato o la famosa serie de El grito de Munch proclama (según revelaba algún documento reciente sobre la interpretación que hay que dar al título de esta última, mucho más interesante): el mundo, el universo, grita. El grito está en el mundo y es privilegio del hombre oírlo y escucharlo. Es como si supiéramos que más allá del deseo que nos creó como civilización, el cosmos, ¡ay!, fuera antes ruina que templo, despojo que gloria, Hades que Cielo, Caos que Cosmos. Lo que Grecia intentó fue un proceso que inició una herida, otra más de las que atraviesan lo real, un sufrimiento que se añadió al sufrimiento que, como Schopenhauer o Nietzsche, con valoraciones diferentes, distinguieron en el mundo. El mundo como voluntad, como fuerza, como tensión, disgregación, éxodo y diferencia.
Y de nuevo, paideia. ¿Han de educar los poetas? ¿Ha de entenderse esto como una peligrosa vuelta al irracionalismo? No, si la razón es, como la consideraba María Zambrano, una razón poética, si en la razón incluimos, muy a la española, un sentimiento trágico de la vida, si comprendemos que hay vida, mucha vida y muerte, mucha muerte, por todas partes, en una mezcla indiscernible y con una intensidad insufrible, como en su soterrada melancolía supo Séneca y su discípulo el gran Quevedo. Pensar en torno a estos tópicos no es salirse por la tangente ni abandonar el campo de la pedagogía, sino centrarla, ensimismarla, tornarla a su esencia, que es la existencia o vínculo del hombre con el ser. El educador debería pensar constantemente en esto, es decir, en Grecia.
La gran filosofía siempre ha desconfiado de lo positivo. Hay razones para ello. El pensamiento neoliberal, en su nuevas máscaras de lo humano ha difundido el “tú puedes”, los pensamientos positivos y los deseos de felicidad como ideologías que esconden la destrucción de las subjetividades, la nueva sumisión a un capitalismo salvaje y la destrucción del mundo. Pero no basta denunciar lo falso de este mensaje. Lo que hay que preguntarse es por qué cala tanto. En un magnífico libro que publicará muy pronto Antonio J. Antón Fernández, El sueño de Gargantúa. Distancia y utopía neoliberal, recorre el pensamiento político de la modernidad para sustentar la tesis de que la utopía que realmente ha funcionado en el mundo moderno ha sido la utopía liberal, la promesa de una familia, una casa, un trabajo estable y seguro, una protección contra la invasión del estado a través de la propiedad privada. El pensamiento de la izquierda, organizado por la lucha contra los agravios, prohibiendo siempre toda imaginación utópica por peligrosa, no ha entendido nunca la fuerza de la utopía liberal y cómo se ha construido en ideología persistente entre los grupos y estratos de la sociedad que aspiran a una existencia humana.
Es por eso que las débiles llamas de las filósofas neo-spinozianas, que recuperan la otra tradición utópica de trascendencia de un presente desolado puede que sean la última esperanza contra la ceguera y la sumisión voluntaria. La utopía, nos enseña Fredric Jameson, se entiende mal si la leemos como un relato de fantasía social. La utopía es un método, una estrategia de trascendencia de lo real y de sus aparentes determinaciones a través de la fuerza del deseo y del amor. Spinoza nos enseña que el amor y el miedo son las dos pasiones que ordenan la vida en plazos largos, y que solo el amor que protege el deseo de otro mundo puede acompañar a la fuerza de la razón para defender la potencia de la vida.
Fernando Broncano, Hilando con Spinoza, El laberinto de la identidad 07/11/2020
La prensa conservadora lleva celebrando con alegría exhuberante que el voto latino en Texas y Florida haya ido mayoritariamente para Trump, dando por sentado que es el fin de las "políticas de identidad" que tanto molestan a conservadores y neoconservadores de derecha e izquierda. Muchos latinos de Texas llevan allí más tiempo que los blancos y otros son emigrantes atraídos por el sueño de una vida sin violencia, que dependa de su propio esfuerzo y del trabajo. La familia y la religión (católica o evangelista) cubre todas las necesidades de lazos comunitarios, y la política es un accesorio más poco interesante. Y es cierto que la utopía liberal, que más o menos coincide con este imaginario, ha calado profundamente en las conciencias de enormes capas de la sociedad, y especialmente en quienes aspiran sobre todo a ser ciudadanos más que parte de una minoría. Entender y repensar este imaginario es el primer problema de un pensamiento político contemporáneo que aspire a un mundo con menos desigualdades, más libertad y justicia. Entender un imaginario no es ni justificarlo ni apoyarlo, es, simplemente, ser realista respecto a la realidad humana. Los imaginarios son difíciles de desmontar: exigen a la vez un análisis cuidadoso y sociológico de los hechos y un impulso utópico que ilumine posibilidades reales y presentes que hay que permitir desarrollarse y que son superiores a los ideales de clase media que presenta la televisión. En Estados Unidos, en estas elecciones, una gran parte de la clase obrera, una gran parte de la población negra y una gran parte de la femenina han entendido que había mucho en juego y no han votado a Trump. Los latinos del sur han pensado de otro modo. No pasa nada. La historia es larga. La alegría neoconservadora no debería ser tanta. Y la izquierda demócrata debería pensar estas cosas.Darrerament, a partir de totes les crisis generades per la pandèmia, un cop comprovades totes les incompetències possibles per part de tots els nostres dirigents, s’ha activat una maquinària, que engloba des dels comunicats de les diferents conselleries fins als mitjans de comunicació públics, per tal de descarregar de les fràgils esquenes dels polítics (fràgils per la feblesa d’una musculatura poc avesada a l’esforç) la responsabilitat de les successives cagades que s’estan perpetrant en la gestió de la pandèmia.
Una estratègia bàsica en aquestes situacions consisteix a desplaçar la responsabilitat fora de les seves esquenes. Així, podem dir que les mesures que hem pres no són suficientment efectives per la manca de responsabilitat social: òbviament, no serveix de res que es prenguin mesures de protecció si els ciutadans no les compleixen. Aquesta estratègia posa de manifest una forta contradicció de l’estat liberal:
Si volem preservar la llibertat individual no podem imposar una norma per la força. Aquesta presumpció ens porta a qüestionar-nos la necessitat mateixa de l’estat: si els individus són capaços de regular correctament la seva conducta, no és necessari un estat que ens obligui a complir les normes. No em sembla malament del tot però, per sobre de tot, si la policia no és necessària… em poden retornar la part proporcional dels impostos dedicats a mantenir aquests cossos policials que no calen?
Caldria no ser hipòcrites: si hi ha estat i paguem per a que hi sigui, aquest ha d’actuar sense pressuposar la bona actuació dels ciutadans. Òbviament, no cal brutalitat ni vulneració dels drets humans, però no té sentit promulgar normes i apelar a la responsabilitat ciutadana perquè no es preveuen els mitjans per a imposar-les.
Una altra situació habitual consisteix és el desplaçament de la responsabilitat política cap a les baules més petites de la llarga cadena del poder públic: el ministre o conseller de torn es veu incapaç de resoldre un problema i, en comptes de posar els mitjans per a la solució, desplaça la responsabilitat cap als càrrecs més baixos de l’administració.
Aquesta perversió ha estat practicada a l’àmbit de l’educació a Catalunya des de fa anys, sota l’eufemisme de l’autonomia de centres: el que era aleshores conseller d’educació, Ernest Maragall (d’infame memòria), va trobar un mecanisme perfecte tot donant una gran autonomia a les direccions dels centres d’educació, però sense complementar aquesta autonomia d’una dotació econòmica que permetés dur-la a terme. Així, la decisió d’engegar o no la calefacció és de la direcció, tot i que els diners de la dotació del centre siguin insuficients per a tenir la calefacció encesa les hores necessàries per no passar fred. La genialitat d’aquest sistema està en el fet que si els alumnes passen fred, és culpa de la direcció del centre, i no del conseller que ha donat autonomia al centre per encendre la calefacció quan vulgui.
Arribat a aquest punt, hom es demana: i per què algú voldrà participar d’aquest circ tot decidint assumir la direcció d’un centre educatiu? Certament, he de confesar que no tinc resposta a aquesta qüestió. Només puc dir que considero que aquesta participació implica complicitat amb el sistema, donat que no existeix cap necessitat que impliqui l’exercici d’aquest càrrec.
Ara bé, he comprovat els darrers anys que les direccions dels centres educatius solen falcar el seu paper fent ús dels mateixos eufemismes que proliferen tant als mitjans de comunicació com als comunicats de les diferents autoritats educatives.
Així, quan hom protesta per la situació actual:
1- Perquè l’administració no ha resolt els problemes derivats de la bretxa digital ni ha fet els canvis necessaris a la connectivitat dels centres per afrontar una situació d’ensenyament semipresencial.
2- Perquè l’administració no ha fet un esforç real per a incrementar la plantilla de docents per tal d’afrontar la situació actual.
3- Perquè l’administració no ha fet proves per tal de comprovar si els docents poden transmetre la malaltia als alumnes.
4- Perquè l’administració canvia cada dia que cal els protocols per tal que encara que a un grup hi hagi més d’un positiu, no calgui fer proves a tot el grup ni als docents que comparteixen espais amb el grup.
5- Perquè encara que hi hagi quatre docents que han donat positiu a les proves de detecció del coronavirus (amb alguns casos asimptomàtics), l’administració decideix no fer un cribratge a tots els treballadors del centre.
6- Perquè quan se’n recorden de l’existència del batxillerat, ens obliguen a fer un pla de semipresencialitat sense incrementar els mitjans per dur-lo a terme.
7- Perquè quan s’informa als mitjans de comunicació de que els alumnes s’hauran de fer les (poques) proves de detecció del virus a si mateixos, sota la supervisió dels docents. Aquesta mesura es va modificar, tot incorporant la supervisió de professionals sanitaris, tot i que la mostra se la continuen recollint els alumnes a si mateixos.
La direcció ens contesta amb un eufemisme: el problema és que tot plegat ens irrita perquè ens estan traient de la nostra zona de confort.
No ho havia entès: no és que l’educació sigui la darrera preocupació de les institucions de govern, no és que no es consideri que l’educació necessita de mitjans, no és que els polítics estiguin improvisant cada dia perquè no tenen ni idea del que han de fer, no és que vulguin que fem feines que no ens toquen ni sabem fer perquè ja han cremat al personal sanitari fins a l’extenuació i no tinguin intenció de contractar-ne més…
No, res de tot això, el problema és que ens han tret de la nostra zona de confort… Quan algú es planteja amagar amb un eufemisme la crua realitat, només és per a intentar que aquesta sembli més amable. Però és absurd intentar enganyar amb eufemismes a aquells que cada dia estan vivint amb aquesta realitat tan poc confortable. Suposo que és difícil quedar bé amb el poder i, alhora, gestionar la misèria i, aquesta dificultat, pot portar a aquest indecent ús de l’eufemisme…
Òbviament, entenc que la tasca de les direccions és difícil, però quan implica l’ús d’eufemismes per amagar altres misèries, és a dir, amagar la realitat, caldria pensar que una negativa de les direccions a seguir les incoherències de l’administració seria més efectiva que l’actual situació de submissió incondicional.
Per sobre de tot, negar-se a complir amb normatives per a les que no s’han dotat dels mitjans necessaris, és molt més digne que caure en l’ús dels eufemismes oficials i confondre la reivindicació dels drets laborals amb la queixa per la pèrdua de confort.
Potser cal recordar que la principal estratègia del poder consisteix en la pèrdua de consciència de classe per part dels treballadors i que, els eufemismes, només són estratègies per a provocar aquesta pèrdua de consciència.
En conclusió: el poder només busca la seva perpetuació, amb independència de la salut dels ciutadans, i els tòpics, eufemismes i altres estratègies, que tendeixen a fer creure que la vulneració de drets és només un problema de confort, constitueixen una estratègia que compta amb la pèrdua de la consciència de classe per part d’aquells que ho accepten.
I ni tan sols Maquiavel hauria somniat amb una maquinària tan perversa i sofisticada per al manteniment del poder.
… el virus son unas lentes a través de las que mirar la realidad. Nos está diciendo mucho de cómo es nuestro mundo. La idea de que estamos en una guerra contra el virus y hay que aniquilarlo es un relato que no me convence. Me parece que el virus muestra cosas de la realidad, de como están hechas las residencias de mayores o la privatización de la sanidad. ¿Y si usamos el virus para mirar de qué están hechas las cosas? La palabra Apocalipsis significa revelación. Se revela lo escondido. Estamos en un momento en el que, a través de lo que nos muestra el virus, podemos repensar la realidad y transformarla.
La catástrofe tiene consecuencias horribles, pero es también un agujero que te permite mirar lo que la superficie te oculta: cómo funcionamos como sociedad.
No podemos gobernar lo que pasa o encajarlo en una idea previa. Habitar es estar abierto a lo que venga.
Descartes tenía interés por la Biología y la Medicina, en particular por la anatomía y la fisiología y al poco de llegar a Holanda comienza a ir a los mataderos para obtener cabezas de animales y órganos para su disección. Es posible que también realizara algunos experimentos en animales vivos. Sus estudios empezaban por la tarde -¡tenía que salir de la cama para hacer una disección!- y se alargaban hasta bien entrada la noche. En cierta ocasión, una visita pidió ver su biblioteca y él, supuestamente, señalo a los restos de una oveja que había diseccionado y respondió “Ésos son mis libros”.
Descartes propuso una explicación del sistema nervioso que rompía con las concepciones anteriores. Usó la teoría sobre el movimiento de los fluidos hidráulicos para explicar la función del cerebro y el comportamiento de los animales pero esa explicación mecanicista de los procesos biológicos generó un enorme debate. Sin embargo, él consideraba que los mecanismos cerebrales controlaban el comportamiento humano tan solo en la medida que era similar al de las bestias pero esta explicación no podría recoger algunas de las características del hombre como la inteligencia y el alma, que eran dadas directamente por Dios. Las capacidades exclusivas del hombre residían fuera del cerebro, en la “mente” un concepto muy solapado con el de “alma”. Descartes era un dualista que creía que la mente y el cuerpo eran entidades separadas.La importancia de Descartes en nuestro conocimiento del cerebro es que él argumenta que la única diferencia entre las máquinas y los animales es la complejidad de los mecanismos. Entre el hombre y los animales, la diferencia está en la posesión de un alma, una entidad a la que Descartes liga no solo la inteligencia sino también las emociones y la memoria. De esta manera, la gran mayoría de los comportamientos humanos, exceptuando aquellos en los que participa el alma, tienen analogías en las actividades de los animales y pueden por lo tanto ser estudiados a través de la investigación de la anatomía, la fisiología y el comportamiento de los demás seres vivos. En segundo lugar, como el comportamiento de un animal es fundamentalmente mecánico, puede ser entendido igual que entendemos cómo funciona un autómata y las causas y procesos de estos comportamientos deben ser racionales y sujetas a leyes naturales. En tercer lugar, como poseedores de mente, los humanos son únicos, son los únicos seres que pueden pensar, que tienen un lenguaje y los únicos que saben que existen. En la que puede ser la frase más famosa de la Filosofía occidental en su Discurso del Método, Descartes lo expresa como “Cogito, ergo sum”, “Pienso, luego existo”. Los animales al contrario que nosotros no tienen pensamiento abstracto, no experimentan estados emocionales reales como amor o remordimiento y son incapaces de pensar o responder voluntariamente. Para Descartes, los animales son máquinas, de una complejidad que supera nuestra imaginación pero máquinas estímulo-respuesta donde todos los procesos son involuntarios.En 1644 publica en Amsterdam, sus Principia Philosophiae una síntesis del Discurso y las Meditaciones. En 1649 publica su “Les Passions de l’Ame” (Las pasiones del alma) donde clasifica la vida emocional en seis estados básicos: admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza. Todas las demás son variantes o “especies” de estas seis emociones básicas que se explicaban por los movimientos de los espíritus en el cerebro, la sangre y los órganos vitales.
Descartes entonces se plantea cómo el cuerpo y la mente-alma se relacionan entre sí, cómo algo material —el cuerpo— interactúa con algo inmaterial —la mente-alma. Descartes vivió bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV, dos monarcas absolutos que controlaban completamente sus territorios. Descartes creía en el derecho divino de la monarquía y en la necesidad de una autoridad central. Por lo tanto —pensó— el alma debe tener un auténtico centro de control en el cerebro, uno que controle los movimientos de los espíritus animales a través del sistema nervioso y para ello propone que mente y cuerpo se comunican en un punto, la glándula pineal. Esta pequeña glándula sería la encargada de la producción de los espíritus animales que son los que llevarían información de una parte del cuerpo a otra. Descartes escribe así:Parece que he determinado con claridad que la parte del cuerpo en la que el alma ejerce inmediatamente sus funciones es … una glándula extremadamente pequeña, situada en el medio de la sustancia [del cerebro] y así suspendida sobre el conducto por el cual los espíritus de sus cavidades anteriores se comunican con aquellos en la posterior, de manera que el más ligero movimiento puede alterar en gran manera el curso de estos espíritus y del mismo modo, el curso de estos espíritus puede alterar en gran manera el movimiento de la glándula.
Actualmente sabemos que la pineal está inervada por el sistema nervioso simpático y que puede funcionar como fotorreceptor en los animales con reproducción estacional como anfibios, reptiles y aves. Con poca luz, en los meses de invierno, produce más melatonina, lo que inhibe la reproducción. Se piensa que el principal motivo por el que Descartes eligió la glándula pineal es por ser una estructura única mientras que la mayoría de las estructuras cerebrales son dobles, con una disposición simétrica. También influyó que se encontrase rodeada por fluido cerebroespinal y cerca de los ventrículos que se consideraban el depósito de los espíritus animales. Descartes pensaba que los finos capilares de la pineal filtrarían las partículas más diminutas desde la sangre y las convertirían en espíritus animales al liberarse en los ventrículos. También pensaba que los nervios procedentes de los órganos sensoriales contenían unos filamentos finos dentro de sus largos canales y que cuando se tirase de ellos abrirían válvulas en las paredes de los ventrículos permitiendo a los espíritus animales entrar en los nervios y desde allí fluir hasta los distintos músculos y órganos. Además, la pineal podía oscilar —creía—dirigiendo los espíritus animales hacia aperturas específicas en las paredes de los ventrículos, como los cambios mediante válvulas en los fluidos que discurrían las tuberías con las que se movían los autómatas. En realidad, todo su sistema de funcionamiento del cerebro se basaba en las observaciones de las fuentes animadas de los jardines de Su Majestad…Del mismo modo puedes haber observado en las grutas y fuentes de los jardines de nuestros reyes que la fuerza que hacer surgir al agua de su fuente es capaz de mover diversas máquinas e incluso hacerles tocar ciertos instrumentos o pronunciar algunas palabras de acuerdo a las varias disposiciones de las tuberías por las que el agua es conducida.
Y ciertamente uno puede bien comparar los nervios de la máquina que yo estoy describiendo con los tubos de los mecanismos de estas fuentes, sus músculos y tendones a los engranajes y muelles que sirven para mover estos mecanismos, sus espíritus animales al agua que los impulsa, de los cuales el corazón es la fuente y las cavidades cerebrales el depósito de agua.
Con esa explicación, era fácil deducir cómo funcionan procesos cerebrales como dormir o despertar. Descartes postula que el sueño ocurre cuando el cerebro se vacía de espíritus, como un autómata que de repente se derrumbara al perder la presión en sus conductos. Por el contrario, cuando un montón de espíritus entran en el cerebro, se expande, los nervios se hinchan y despertamos, creándose una mayor sensibilidad a los estímulos externos. De ese modelo se deduce que las características básicas de la vida animal —comer, respirar, andar, reproducirse, responder a estímulos— pueden verse como acciones mecánicas que responden a las leyes de la física, uno de los objetivos iniciales del filósofo francés.
Cuando el alma desea recordar algo, este deseo causa que la glándula [pineal], inclinándose sucesivamente hacia lados diferentes, empuje los espíritus hacia diferentes partes del cerebro, hasta que encuentran esa zona donde se encuentran los rastros dejado por el objeto que deseamos recordar, pero estos rastros no son otros que el hecho de que los poros del cerebro, a través de los cuales han anteriormente seguido su curso los espíritus debido a la presencia de este objeto, han por este motivo adquirido una mayor facilidad que los otros en ser una vez más abiertos por los espíritus animales que vienen hacia ellos de la misma manera.
A pesar de que la función de la glándula pineal nada tenga que ver con la imaginada por Descartes, él fue quien hizo la transición del conocimiento de los seres vivos como una parte de la filosofía medieval, a cuyo conocimiento se llegaba desde el pensamiento racional a una nueva dirección, el conocimiento basado en los hechos. la observación y la experimentación. Descartes abrió puertas a la ciencia moderna y su influencia fue clave en la expansión científica que tuvo lugar durante la Ilustración. Mediante el uso de las matemáticas y su interpretación mecanicista del comportamiento, introdujo alguna de las herramientas más poderosas de toda la investigación moderna: la cuantificación y el modelo hipotético, plantear hipótesis y someterlas a prueba para ver si resisten los datos que la propia naturaleza devuelve.
José R. Alonso, Descartes y el dualismo cuerpo-mente, Neurociencia. Blog de José Ramón Alonso, 18/03/2014
Que llueva está bien cuando dentro de casa hay calor y más allá de los cristales de las ventanas no hay nada que reclame nuestra mirada. La lluvia nos cobija. Todo lo que nos interesa está congregado alrededor de la mesa familiar. La comida está rica y es abundante, el vino es el adecuado y hasta el pan parece más sabroso que de costumbre. Después, a los postres, los nietos sacan la tarta con una vela para la abuela, que cumple años. Todo lo que necesitamos está aquí, al alcance de la mano, y es hermoso y frágil. Mejor: es hermoso porque es frágil. Afuera la lluvia y el viento que sacude a los árboles con fuerza es el caos, que no nos afecta, porque nuestra fragilidad es ahora mismo más fuerte que el caos. Aquí está el orden. Está en esa vela que la abuela decide apagar acompañada de los nietos.
¡Si llueve, que llueva!
Nunca deberíamos subestimar la fortaleza de lo que aborrecemos, ni permitir que nuestras preferencias se convirtieran en prejuicios. Tendemos a infravalorar lo que despreciamos y esto nos lleva a cometer muchos errores. Recomendaba Spinoza “no reírse de las acciones de los hombres, no deplorarlas, menos aún maldecirlas, simplemente comprenderlas”. Haríamos bien en seguir este consejo, no tanto por razones morales como cognitivas: cuando nos empeñamos en juzgar sin entender solemos acabar haciendo malos análisis y equivocándonos también en el combate contra aquello que detestamos. Que su comportamiento no responda a nuestros criterios de racionalidad no significa que no tenga explicaciones.
Daniel Innerarity, Comprender lo que se desprecia, La Vanguardia 06/11/2020
Todos los años le leo a mis alumnos la vieja fábula de Giges, tal como la recoge Platón en la República.
En ella se cuenta la historia de un humilde pastor, antepasado del rey Giges, que, tras encontrar casualmente un anillo que vuelve invisible a quien lo lleva, y hacerse consciente de la impunidad que esto procura, se aprovecha de su poder para colarse en palacio, asesinar al rey y usurpar el trono…
Tras contarles esto, les pido a los estudiantes que imaginen poseer un anillo como el del pastor. ¿Cuántos de vosotros - les pregunto - utilizaríais el poder de la invisibilidad para robar, espiar y aprovecharos de los demás según os interesara? La inmensa mayoría acaba por levantar la mano. ¿Quién podría resistir tamaña tentación?
Para «tranquilizarles» les recuerdo que buena parte de los adultos hacen lo mismo que harían ellos con el anillo: se saltan las leyes, los impuestos o el respeto a los demás en cuanto se saben «invisibles». Y si además son ricos y poderosos, y gozan, por tanto, de verdadera impunidad, engañan, estafan, o explotan todo lo que pueden a todo el que pueden.
La moraleja está clara: en cuanto no está vigilada ni expuesta a castigos, la mayoría de la gente se comporta como un ave de rapiña (no hay más que ver lo que ocurre en las ciudades cuando se produce un gran apagón). ¿Qué hay entonces del civismo o el respeto por los demás en que, supuestamente, nos han educado? Nada. Esa educación moral no es más que un barniz, una carcasa que se resquebraja a la menor oportunidad. De hecho, cuando le pregunto por sus razones para «ser buenos» a los (pocos) alumnos que dicen que no abusarían del poder del anillo, se me quedan callados o, peor aún, repiten la ristra de prejuicios que les han recitado en casa, en misa o en clase de «ciudadanía».
Víctor Bermúdez, El anillo de Giges, elperiodicoextremadura.com 28/10/2020
¿Y qué decir de estos impresionantes versos de La segunda esposa, del (casi)siempre impresionante Calderón:
¡0h tú, antorcha, que en esa breve, en esa
tibia llama contienes sombras sumas,
no por hermosa de inmortal presumas,
pues puedes antes ser que luz pavesa.
Si no ardes, mueres, pues tu lumbre cesa;
si ardes, también, pues fuerza es te consumas;
luego ardiendo, o no ardiendo, siempre ahumas
las lóbregas paredes de la huesa...
En una comedia de título gongorino atribuida a Lope, Un pastoral albergue, se ridiculiza con gracia y agudeza en el diálogo de tres villanos el desprecio nacido de la ignorancia:
VILLANO3º:
¿Cómo son los moros?
VILLANO 2º:
Son
como alimañas.
VILLANO 1º:
¿Y en pie
se tienen y andan
VILLANO 3º:
A fe.
VILLANO 2º:
Dijo el cura en un sermón
que los moros no creían
en Dios, ni que eran cristianos.
VILLANO 3º:
¡Oh ladrones luterianos!
VILLANO 2º:
Y que no comían
tocino.
VILLANO 1º:
¡Qué desatino!
Yo por eso los quemara
y ¿Cómo tienen la cara?
VILLANO 2º:
De hombres que no beben vino.
VILLANO 3º:
¿Qué vino no beben?
VILLANO 2º:
No.
agua piden que les den.
VILLANO 3º:
No puede un hombre de bien
ser moro.
VILLANO 1º:
A lo menos yo
no lo fuera, aunque me hicieran
rey.
¿No les parece que esto pone de manifiesto que los abuelos del iglo de Oro sabían reírse de sus prejuicios?
Noche de difuntos. Escribo estas líneas que acaso publicaré en unos días, si aún me restan ganas para corregir lo que tal vez solo deba decirse en rápido e impensado exabrupto. Porque en anteriores entradas de este blog quedó una pregunta en suspenso que ni por asomo traslució en ellas, pero que ahora puedo revelar. Mi pluma, es decir, mis dedos sobre el teclado en cierto momento quedaron paralizados sin saber si teclear o no la cuestión que, una vez decidido a hacerlo, incorporé al texto para de nuevo, como entumecidos pensamiento y manos, borrar del papel ficticio, de la fantasmagoría de papel que persistía en la insomne pantalla. Las razones siguieron su curso sin que la torpeza de la pregunta las interrumpiera. Pero esta ha permanecido clavada en mi mente. Pues era la sombra de una duda más que incómoda.
Fue la sospecha de que yo mismo era incapaz de creerme lo que decía. Es decir, acababa de aseverar que el pensador estoico, y me basaba en la interpretación que de Marco Aurelio y Epicteto hacía Hadot en su hermoso libro, no era trágico. Aún más, que ellos se hallaban en el punto opuesto del alma trágica. Su visión era, y en estos días que estoy terminando mi enésima relectura de las Disertaciones por Arriano de Epicteto he podido confirmarlo, la de quien enarbola una plácida fe en la bondad del universo. En esta suerte de bondad universal una apropiada educación, a fuerza de razón bien entrenada, puede reintegrarnos. En una primera lectura, y parece muy obvio de tan bien presentado y repetido por sus textos, el cosmos es para los estoicos eso, cosmos, pero además, es bueno. Desprende bondad, contra todas las apariencias. No puede haber abatimiento, fracaso o definitiva frustración del sujeto que se estrella contra el todo. Es decir, no hay sangrante diferencia, sino una mansa identidad última que elimina todo conato de tragedia en el sistema del estoicismo. El mal se apaga en la bondadosa inmensidad y armonía del cosmos. Estamos en el fondo hablando de una suerte de teodicea pagana.
Pero durante segundos lo dudé. Me pregunté, inquieto, si eso era verdad. Porque, hay, como en los actos fallidos que describe Freud, en los que nos traiciona el inconsciente, elementos que inducen a creer que no es oro todo lo que reluce. Albergo el vago recuerdo del bello escrito de María Zambrano dedicado a Séneca y alguna que otra frase extraída del propio libro de Hadot y de las Meditaciones del emperador filósofo. Es cierto, las cosas como son, que leyendo ahora a Epicteto no veo más que bondad y armonía, aunque siempre, eso sí, en un ir contracorriente del que no se desprende ni un solo atisbo de queja, de exhibicionismo, de insinceridad. Todo se acaba disolviendo en el axioma de la bondad del orden último en que se fundamenta el cosmos.
Sin embargo, en el propio Epicteto albergo la sospecha de que tanto optimismo justificando tanto fatalismo esconde gato encerrado. Para empezar, hay una deriva hacia terrenos antropológicos de la vieja ontología platónica, eludiéndola, cuando esta nunca priorizó lo antropológico respecto a lo ontológico (de hecho funda la pregunta por el ser como lo principal en la filosofía). Para Platón, por mucho que escribiera sobre pedagogía, esta se entendía solo a la luz y bajo el sol, nunca mejor dicho, del ser. Lo más importante que la filosofía debe hacer, lo prioritario y fundamental, es pensar el ser. Para ello establecía diversos caminos, recordemos, como la dialéctica que en él deja de ser meramente aporística y disolvente, pero tampoco se trata de una dialéctica logicista, lineal, conclusiva, por lo menos, en el recuerdo que uno tiene de ciertos diálogos cuya relectura aguarda con ansias para los próximos tiempos pandémicos (es de lo mejor que puede releerse de cuanto ha producido nuestra triste humanidad). La gracia esencial de ellos es un carácter a menudo abierto que en todo caso define dibujando círculos en torno de aquello que indaga y que en principio inicia una tarea condenada a estar felizmente inacabada. Platón no pudo escribir tratados porque habría sido incoherente con su visión tanto del ser como del modo de pensarlo. Aquí Platón, más que responder al perfil de un sistemático metafísico podría interpretarse, y así lo hace Jaspers en su truncado proyecto de historia de la filosofía (tres volúmenes en Tecnos), como casi otro mago de la teología negativa. Apunta al ser, siempre dejándole ser, dejándole espacio, sin agotarlo.
Hay, pues, motivos en Platón para presentir una inabarcable anchura en el mundo que el estoico, y esta es mi tesis, se torna… desolación. Ahora es cuando podemos volver a preguntarnos si realmente su “sistema” había abandonado por completo la tragedia. ¿Es el estoicismo la consecuencia de una soterrada reaparición de lo trágico en una cosmovisión platónica? Porque mi impresión es que, y confieso no tanto haberla constatado en Epicteto pero sí, y mucho, en Marco Aurelio y en Séneca, en ellos la bondad del mundo parece un dogma que han adoptado porque sí, como una fe del carbonero, como una respuesta que se asume cual credo que les permite asirse a algo firme en medio de lo que tiene todas las trazas de ser nada ordenado, ni bello ni bueno, y quizás, ni siquiera verdadero. El estoico es hijo de este fracaso de un mundo carcomido por el horror. Su respuesta es respuesta al horror y por tanto porta el sello del horror. Con absoluta armonía, con una mansa sonrisa, llenos de paz y seguridad en el momento fatal, muriendo sin aspavientos, paganamente (no cristianamente, cuidado), impávidos: sin mover un músculo de la cara. Así, sin más… porque es lo que merece el mundo. Sin llegar, pues, a resentimiento, es algo más hondo, es desolación, es abandonar algo que irradia mal y dolor, pero cuya cura ha sido el empeño en voltearlo y mirarlo desde la perspectiva del orden y de la bondad.
Esta fijación estoica con el que era el sumo bien trascendente platónico ahora convertido en justificación y norte moral para el comportamiento humano, para el hacerse humano, para el postular eso que llamamos “hombre” y a partir de ello inventar la educación moderna en los primeros siglos de la era cristiana, mucho antes de la modernidad, ha elegido otro foco de atención que lo acaba de consagrar todavía con mayor fuerza como filosofía de la modernidad a destiempo: el hombre. Sí. Porque en la actualidad la filosofía se debate entre dos polos: ontología o antropología. Como aquí, además, hablamos de pedagogía, diremos que en un primer parecer esta existe si el centro del universo se torna el que fuera centro de la modernidad: el hombre, el sujeto, la humanidad. Pero por el camino se pierde algo, algo fundamental. Para empezar el estoico ha perdido a Platón, no tanto al Platón considerado más dogmático y que hemos retratado en anteriores entradas, obrador de constructos racionales, sino el de la lectura de la filosofía del ser de Jaspers, ontológica, que resalta su cualidad de perseguidor de lo que sabe difícilmente ajustable a razones, de lo que tiene que dejarse ser, con un margen propio de incertidumbre que el filósofo debe respetar para, paradójicamente, mejor aproximarse.
Dudo que el estoico no sea consciente de esto. Esto, que es una tragedia que vive, la de una pérdida inconmensurable, un fracaso por el que se descarta el empeño de Platón de indagar el ser, tanto en la vertiente más lógica y conceptual, como en la más aproximativa y circular, pasa una callada factura e hiere los días y aparentes seguridades del estoico. El mundo y la historia, seguramente, no dejaron ni a Séneca ni a Marco Aurelio otra oportunidad que leer esos egregios textos del pasado y sospechar que ya no era posible volver a ellos, no era posible repetir la hazaña con sincero aplomo, virginalmente, como lo habían logrado los griegos. El mundo se había llenado de tinieblas, de caos, de un modo parecido al nuestro. Roma era ya una sociedad global. En los murales de las casas de ricos en Pompeya hay pinturas que representan escenas del África negra, de regiones tropicales y de la India. Hay grafitis en lengua latina escritos con caracteres griegos. El mundo era ya magno e inaccesible desde muchos puntos de vista. Era ingente la acumulación de textos, de doctrinas, de bibliotecas y libros, de escuelas y academias de enseñanza. Pululaban los profesores, los jóvenes ricos romanos viajaban a Grecia a formarse (con maestros griegos, como se había formado Marco Aurelio). El mundo había adquirido un carácter fuertemente caótico, incomprensible, relativista, mestizo y muy hostil en las ciudades, pero también en el campo. Un mundo con una burocracia muy compleja, aún esclavista, de economía y productividad boyante, con un orden legal firmemente estipulado, un mundo de ingenieros, de constructores, de inventores.
Por otro lado los cristianos avanzaban, causando el asombro de muchos por sus histriónicas hazañas que parecían buscar la muerte a la primera de cambio. A Marco Aurelio le horrorizó el modo en que le contaron que habían ido a la muerte unos rebeldes cristianos en alguna ciudad francesa, el modo en que histéricamente se arrojaban ellos mismos a las fauces de los leones, como quien dice. Nada de esa discreta mesura que él profesaba. Pero, la cuestión es si esa discreta mesura era respuesta, un producto cuya razón de ser estribaba en constituir una reacción a todo ese caótico mundo social desprovisto de la unidad y la orientación de que las anteriores sociedades dotaban a sus miembros.
Quizás el estoico solo pudo refugiarse en fantasmas. Uno, por ejemplo, el propio hombre, el propio ideal de una humanidad unida por la facultad de pensar que nos da la llave para una suerte de Reino de los Cielos. Sospecho que su atención dirigida a lo antropológico emana de la inseguridad y la imposibilidad de abordar lo ontológico, de un desconcierto por las “alturas”, de un vértigo incómodo que su tiempo favoreció, y que les obliga a centrarse en aquello más cercano que era esa dualidad de cuerpo y alma organizados por la razón, por el principio rector, por el auriga del carro en el Fedro de Platón. Fueron filósofos de urgencia en tiempo de urgencia.
Que un pensador acuda a la trinchera del sujeto ha sido un socorrido y fácil recurso para no pensar el abismo y aquí toda la bondad del sistema estoico, de la fe estoica, se tambalea, porque parece ahora reposar en algo tan poco firme como un dolor y un vacío. El estoicismo surge cuando el mundo se ha convertido en un vasto páramo, en un hostil desierto que hay que atravesar duramente. Y, por cierto, eso nos está ocurriendo ahora. Hablamos de un mundo enfermo, un mundo de profundo desconcierto y recelo, del mundo sin Dios del que tanto se comenta pero que no hemos asumido, como certeramente profetizó Nietzsche. De esto podemos afirmar que el estoicismo es filosofía de crisis, que surge cuando todo se derrumba, cuando enfermamos, cuando la muerte campa a sus anchas, cuando el mundo es manifiestamente malo, a las claras, bien a las claras. Y cuando más bondad el estoico ve en el mundo, menos bondad existe realmente. Esta es su tragedia, por mucho que su terapia consista en eludirla sin reprimirla haciendo auténticos juegos malabares con la razón.
Zambrano habla de esto mucho mejor que yo en torno a Séneca. Detecta este movimiento cuasi fatal en el alma del filósofo hispanorromano, esta tragedia que sin embargo vive mansamente, lo que le lleva a morir no como mártir, ni siquiera transmitiendo una gran lección o testimonio como Sócrates hizo con su muerte, sino dejándose ir sencillamente, sin teatralidad. Una tragedia que se calla con una serenidad que estremece.
Y además, los estoicos educan, pero educan a la desesperada, porque no pueden hacer otra cosa que unir su fe racional con sus obras en el contexto de sociedades de individuos aislados y mordidos por el desconcierto. Son un producto de mundos corruptos en todos los sentidos, enfermos crónicos, patológicos de cabo a rabo. Aspiran al bien empeñándose en verlo donde no lo hay. Esta es su tensión y como toda tensión es por lo menos una incipiente nota de tragedia.
Para terminar añado una nota sobre Marco Aurelio. En sus Meditaciones puede leerse, y cito de memoria, algo así: “O un caos de átomos como afirman los epicúreos o una razón universal, da lo mismo, aspira al bien”. Este aforismo es fundamental. Aquí cede el estoico, como a veces hace Séneca, a su “enemigo” epicúreo. Tengo fresco algunos aspectos del epicureísmo porque estoy leyendo De rerum natura de Lucrecio, en la edición crítica y versión rítmica de Agustín García Calvo. Saborear, aunque sea en sucedáneo, los magníficos hexámetros dactílicos del original latino, que leo en voz alta y que van elaborando una teoría materialista que cura del miedo a la muerte y a las enfermedades mediante la portentosa visión de un mundo de transformaciones casuales, sin sentido, cambios que son solo cambios, y que si se asumen con franqueza y hondura, pueden aliviar. Es decir, la ingente procesión de azarosas combinaciones y sucesiones de formas y materias a partir de átomos que explican los fenómenos atribuidos al alma, a los sentidos, al pensamiento, cuando va entrando en el corazón de uno, va ciertamente aliviando, calmando muchos dolores. Aquí la operación terapéutica es justo contraria a la del estoico. No es la imagen y la fe en un orden (bueno) en el que integrarse, un orden en el que todo se transforma pero como parte de una armonía que hace que eso mayor que se transforma sea el cuerpo verdadero al que debemos mirar, el cosmos; sino que ahora el consuelo viene de la mano de una naturaleza interiormente caótica, también de sucesiones en las que hay que asumir que uno está y que por tanto empieza y termina (muere), pero que, de manera bien distinta, es esencialmente un bullicio, un orden que se apoya en un desorden previo, en la casualidad, sin una norma o racionalidad básica y motriz. Pensar intensamente en que la naturaleza de las cosas o la realidad sean esto cura de espantos, por otra vía, pero de un modo efectivo. Significativamente, aquí el mundo no necesita justificarse como bueno ni malo, ni echar mano de un orden interno y racional de carácter bondadoso. A lo sumo es neutro. Y quizás incluso en las primeras horas, para algunos, horrible. Un puro caos. De hecho, para el epicureísmo el principio de la ética es el placer, lo cual no vale para el estoico porque el placer es algo efímero, no permanente, y el estoico se aferra a lo que considera permanente. Tampoco el sujeto tiene una consistencia real con la misma fuerza que para el estoico.
Ciertamente, ambas escuelas helenísticas constituyen dos modos de terapia para sociedades despojadas de sus viejas armas, en las que la ontología había sido sustituida por la erudición y el dogmatismo, y el pensamiento se había tenido que desplazar a lo antropológico. Aquí sí hay, pues, un alejamiento de Platón, aunque quizás se volviera a la idea de una filosofía encarnada en las propias obras y no escrita, más cercana a Sócrates que a Platón. El caso es que a Marco Aurelio se le escapa, como en un lapsus freudiano, que tal vez, quizás, Epicuro tuviera razón y después de todo, solo haya caos. Pero a estas alturas eso ya no le importa demasiado.
Hace ya un par de semanas, 8 en concreto, llevo haciéndome la misma pregunta, ¿Por qué voy a la escuela? y es que, seamos sinceros, el actual sistema educativo (le llamaré se a partir de ahora ya que voy a repetir estos sustantivos varias veces) es ineficaz, al menos para la generación actual.
Puede que en sus comienzos, haya sido eficiente, pero con el paso del tiempo, está más que demostrado, las cosas han de cambiar, y este aún no lo ha hecho.
Recientemente, basándome en los 2 millones de años de existencia del ser humano, Howard Gardner, psicólogo de la Universidad de Harvard, planteó la llamada “Teoría de las Inteligencias Múltiples”, teoría a la que yo he dedicado a estudiarla y comprenderla unas 72, tal vez 96 horas de mi vida, teoría desde la cual debería, por decirlo de alguna manera, estructurarse, el se.
Os pondré en contexto, resumiendo a nivel superlativo la teoría, los seres humanos poseemos distintos tipos de inteligencia, lingüístico-verbal, lógico-matemática, espacial-visual, musical-auditiva, corporal-kinestésica, individual, interpersonal, naturalista, emocional y existencial filosófica. Leyendo y razonando los nombres de cada una podéis tener una idea de sobre qué va cada una de ellas.
Dicho esto, comencemos desde otro ángulo.
Actualmente, qué hacemos en el se?, desperdiciar una valiosa cantidad de tiempo. Somos adoctrinados desde que somos conscientes, has de crecer, madurar, estudiar, conseguir un buen trabajo, crear una familia, y ya está, no hay más. En mi opinión, banalidades.
No es que no debamos darle importancia a nuestra vida, y a nuestro futuro, pero lo podríamos hacer de otra manera.
Me basaré en el se español.
Luego de que acabas la etapa pre-escolar, comienzas la primaria, de momento todo bien, que en la primaria todos tengamos que dar asignaturas comunes como español, matemáticas, etcétera, se entiende, pero es desde esa etapa de nuestra vida en la que deberían de comenzar a identificar nuestro/s tipo/s de inteligencia/s, es decir, analizar a los alumnos, observar cómo se desempeñan en distintas asignaturas, además de añadir otras tantas, filosofía por ejemplo, no necesariamente hay que explicar los pensamientos de Aristóteles desde el principio, si con 16 años no llegamos a entenderlos por completo, imaginaos con 6, pero si creo que deberían enseñar las bases de la actitud crítica que tienen los filósofos, ya que no pueden pretender cambiar nuestro punto de vista, o manera de analizar las cosas, a los 16 años, a esta edad tenemos una mentalidad formada, nuestro sistema nervioso termina de desarrollarse a los 19, los cambios a esta edad serían mínimos, y si se consigue alguno, no llegara á ser suficiente para ser competente en cuanto a, exempli gratia, hacer un comentario de texto.
Acabas la primaria, ya a esta edad se debería de saber qué se le da bien a cada alumno, no precisamente el ya que a los 11 años no es que seamos lo suficientemente inteligentes como para saber estas cosas. A partir de aquí comienza una de las etapas más importantes de nuestra vida, la pubertad. Aquí es en donde se debería de comenzar a explotar nuestras capacidades, si se te hace medianamente fácil, o no complicado, aprender una lengua, redactar textos, expresarte verbalmente, a ese tipo de alumnos son a los que se les debería de ayudar para convertirse en filólogos, profesores de lengua, escritores, abogados, empleos relacionados con sus capacidades.
Lo que no se debería de hacer, es lo que se hace. Hay alumnos con una gran inteligencia lógica-matemática, sin embargo, les obligan a saber gramática, no es que no deban conocer la lengua que hablan, u otras, sino que no necesitan indagar más allá de el saber hablar, escribir, leer y entender una lengua. Personas que poseen una constitución física increíble, que están perfectamente capacitados para hacer trabajos de fuerza, o perder el tiempo persiguiendo una bola de cuero, pero ese es otro tema, estas personas, al poder cumplir los requisitos mínimos para aprobar un curso, pues simplemente se quedan ahí, algunos son conscientes de lo que podrían llegar a ser, sin embargo, en vez de poder pagar una escuela de humanos sádico-masoquistas, boxeo, pagan una escuela de máquinas biológicas destinadas a satisfacer a personas que sí son inteligentes y sí pudieron sacarle el máximo provecho a su inteligencia.
Y como estos, varios ejemplos más, a mi parecer estos son los más destacables.
Más que disfrutar el estudio, me pondré de ejemplo sólo a mí ya que pieles sedosas podrían sentirse no identificadas, quid pro quo ofendidas, se ha convertido para mí en algo detestable, tedioso, y sobretodo, inútil. Si yo jamás en mi vida he tenido pensado trabajar como filólogo, por qué me imparten gramática. Enseñadme a expresarme como es debido, no a analizar una oración. Si por mi cabeza nunca ha pasado la posibilidad de ser filósofo, por qué me imparten filosofía a estas alturas de mi vida. Lo que me interesa es el mundo de la informática y la tecnología moderna, no el mundo de las bacterias y los microorganismos. Algunos pensarán, “Haz un ciclo formativo”, ¿me convendría para la que quiero estudiar? Claro que sí, pero desgraciadamente está más que claro que el bachillerato es necesario para muchas cosas. Ésta es otra de las desgracias del se, no importa si eres Einstein, sino el título, tus capacidades son tan útiles como el propio sistema, lo importante es el papelito. Para acabar de una vez, luego de perder unos 1277 días de tu vida en la secundaria y el bachillerato, pasas a la que yo considero la mejor y tal vez la única etapa del se que debería mantenerse vigente, la universidad, se podrían hacer algunos cambios claro que sí, pero por lo general no está tan mal.
Resumiendo, memorizar para olvidar en este cubículo es ridículo, a lo largo de mi corta vida, vaya contradicción he ido escuchando que muchas cosas se tiene que cambiar, algunas ya lo han hecho, muchas no para bien pero bueno, otras aún no han sido lo suficientemente impactantes como para llamar la atención de los pseudolíderes de este mundo.
Que mi opinión haya sido entendido es todo lo que espero.
Eureka, del grec εὕρηκα, héurēka, és una expressió que vol dir "ho he trobat!", "ho tinc!", entès com el fet d'haver descobert o tenir els resultats esperats d'alguna cosa.
La moralidad es el eje del buen funcionamiento social. Nuestra brújula moral mantiene nuestros instintos egoístas más básicos al servicio del bien del grupo y favorece la cooperación y el altruismo dentro de la comunidad. Los individuos que comparten unos valores morales cooperan mejor y gracias a los códigos y normas morales se resuelven mejor los conflictos que puedan surgir en la población.
Pero la moralidad es también la causa de muchos problemas sociales y puede tener muchas consecuencias negativas interpersonales. Vilipendiamos y deshumanizamos a aquellos que no están de acuerdo con nuestras creencias morales y justificamos cualquier medio en función de un fin moral que consideramos bueno. Además, la moralidad altera nuestra interpretación del mundo que nos rodea afectando a nuestro razonamiento y a nuestras creencias acerca de lo que es real, de lo que es ficción y de lo que es seguro y lo que es peligroso. Todos estos procesos en conjunto conducen a los individuos a actuar de formas que dañan significativamente el progreso de la sociedad bajo el disfraz de que es una lucha por una causa moral.
La moralidad tiene una serie de características que la diferencian de forma muy importante de otras capacidades cognitivas o de otras actitudes humanas:
1- Las convicciones de que ciertas cosas son buenas y otras son malas se experimentan como universalmente aplicables y como “objetivamente ciertas”. Son indiscutibles y se asocian a emociones muy fuertes y poderosas (miedo, ira, amor, compasión, culpa, vergüenza y asco).
2- Las convicciones morales motivan a la acción, dictan lo que un individuo debe y no debe hacer.
Las reglas morales del individuo pueden dar lugar a unos valores sagrados o protegidos, que han sido definidos en la literatura como “cualquier valor que la comunidad moral implícita o explícitamente trata como poseedor de un significado infinito o trascendental que excluye cualquier comparación, compromiso o, de hecho, cualquier otra mezcla con valores limitados o seculares”.Un individuo que tiene unos valores protegidos tenderá a negar la necesidad de compromisos y se enfadará simplemente con pensar que tiene que entrar en esos compromisos o compensaciones a los que se llama “compromisos tabú”. Esto resulta en una falta de ganas de aceptar cualquier compromiso porque los valores sagrados están por encima de cualquier otro y son los que motivan la toma de decisiones. Cuando los individuos sienten que sus valores sagrados están en peligro, los individuos responden de una manera intolerante y peligrosa, por ejemplo con indignación moral y con limpieza moral.
La indignación moral supone que el individuo siente ira y desprecio por la persona que amenaza sus valores sagrados y reclama un castigo de esa persona; y todo aquel que no pida ese castigo debe ser castigado también. La limpieza moral consiste en que cuando un valor sagrado ha sido profanado o violado, esto evoca un sentido de contaminación personal, lo que requiere algún tipo de limpieza para eliminarlo.
Como decía más arriba, los valores y creencias morales se diferencian de otras actitudes porque se experimentan como universales y como objetivamente correctos -nuestras convicciones son hechos- y porque mueven a la acción. Pensar que el 13 es un número primo es correcto pero no mueve a la acción. Si algo se considera inmoral hay que luchar contra ello y hay que combatirlo, hay que pasar a la acción, no se puede permitir que otras personas lo hagan. Otro problema es que hay datos de que cuando la gente tiene razones para una venganza por razones morales, les preocupa muy poco cómo se consiga esa venganza, el fin justifica los medios. Por ejemplo, cuando la gente cree que un acusado es culpable antes del juicio, consideran que el castigo es obligatorio moralmente y no tienen en cuenta la presunción de inocencia, ni un juicio justo ni la necesidad de condenar en base a unas pruebas más allá de una deuda razonable.
Pablo Malo Ocejo, Los problemas de la moralidad especialmente para la democracia, hyperbole.es , octubre 2020
Me cuesta entender las críticas culturalmente puritanas a Halloween.
En realidad, si Halloween es una fierta norteamericana, lo es porque la exportamos allí los cristianos europeos. El Halloween norteamericano es una franquicia de la cultura europea.
Debo reconocer, además, que si yo fuese niño encontraría mucho más estimulantes los rituales y la iconografía de Halloween que la celebración de ritos populares, como la castañada en Cataluña. Y, dicho esto, añado que parece más que probable que la degustación de frutos otoñales (castañas, boniatos, granadas...) el día de los difuntos y Halloween tengan un origen común.
Y ahor avoy a enceder el horno. De postre habrá castañas.
Feia temps que tenia ganes d’escriure sobre el pastafarisme però no trobava la excusa d’actualitat per parlar sobre aquest moviment. Recentment, el 22 d’octubre, l’Audiència Nacional va rebutjar inscriure al Registre d’Entitats Religioses a l’Església Pastafari.Segons la sentència: “Sus fines son ajenos a los de una entidad religiosa, una religión, entendida como un conjunto de dogmas sobre la divinidad, de sentimientos de veneración y de normas morales y de prácticas rituales basadas en creencias profundas, serias y trascendentes”.
Potser caldria fer una breu explicació sobre el tema abans d’iniciar una reflexió sobre la qüestió. Faré un breu resum, si algú vol aprofundir, recomano la visita a la pàgina de l’Església pastafari espanyola: [https:]] que també és l’origen de gairebé totes les imatges que apareixen a l’article.
Tot plegat va començar al 2004 quan el Consell d’Educació de l’estat nord americà de Kansas, va ordenar que a les classes de Biologia es dediquessin les mateixes hores a explicar la teoria científica de l’evolució que l’anomenada teoria del disseny intel·ligent. Aquesta darrera és un intent de dotar d’una aparença de rigor científic a la posició creacionista. No cal dir que aquesta “teoria” només es basa en especulacions pseudocientífiques, sense cap base empírica ni experimental. Lògicament, la comunitat científica va esclatar i va manifestar de moltes maneres la seva disconformitat amb aquesta aberració pedagògica. Una de les reaccions va ser la del físic Bobby Henderson que va escriure una carta oberta a la que afirmava que la pseudoteoría del disseny intel·ligent té el mateix fonament que l’afirmació segons la qual l’univers ha estat creat per un monstre amb forma de plat d’espaguetis volador.
Com que a aquest món pot faltar de tot menys frikis, Bobby Henderson va començar a rebre suports de tota mena que han fet créixer el que en un principi era una paròdia del creacionisme per tal de mostrar-ne l’absurd. D’aquesta manera s’ha generat un corpus de creences, mites i tot tipus de llegendes, incloent-hi el nomenament de Henderson com a profeta de la religió pastafari.
Considero especialment destacable la veneració amb què es tracta als pirates: l’origen d’aquesta peculiaritat es troba de nou en els excessos de les religions, quan va començar a proliferar la creença que els desastres naturals (tsunamis, huracans…) s’havien incrementat a causa de la creixent pèrdua de fe dels darrers tres segles. Davant aquesta clara fal·làcia de falsa causa (que un fenomen es produeixi abans d’un altre, no implica que en sigui la causa), els pastafaris van proclamar que la veritable causa del canvi climàtic havia estat la brusca extinció de la pirateria a partir del segle XVIII; per tant, proclamen que la preservació del planeta depèn en gran mesura del retorn dels pirates als nostres mars.
Per a aquells que no ho hagin entès: certament el canvi climàtic s’inicia amb un escalfament del planeta a partir de finals del segle XVIII, a causa de la progressiva industrialització de la nostra societat, amb la contaminació que això comporta. Certament, la pèrdua de fe de la civilització occidental coincideix amb aquesta mateixa època i té la mateixa causa que la industrialització: la revolució científica que va culminar amb les teories de Newton té com a conseqüència un millor coneixement de la naturalesa, que va promoure les idees il·lustrades que fan prescindible a la religió i promouen un salt tecnològic sense precedents fins al moment. Lògicament també hauríem de parlar dels canvis econòmics i socials que també es produeixen a aquesta època i que, entre moltes altres conseqüències, provoquen la pèrdua de les colònies americanes de l’imperi espanyol amb el conseqüent domini naval britànic al Carib i la desaparició, per inútil i desordenada, de la pirateria.
Evidentment, el pastafarisme s’ha omplert de tota mena d’excessos en el seu afany provocador. Així, totes les demandes que tenen com a objectiu que l’Església Pastafari sigui reconeguda oficialment poden ser considerades com a estratègies per a aconseguir subvencions estatals… També pot resultar ridícul demanar que els membres de l’Església pastafari apareguin al seu document d’identitat amb un colador per a pasta al cap. Però considero que tot i els excessos, el pastafarisme té molt més de positiu que qualsevol de les religions tradicionals.
Si examinem els seus manaments (anomenats “condiments”) que sempre comencen amb “m’estimaria molt més que no…” en contrast amb les severes prohibicions de les altres religions, trobem algunes meravelloses incitacions a la tolerància:
M’estimaria molt més que no usessis la meva existència com a mitjà per a oprimir, subjugar, castigar, eviscerar, o… ja m’entens, ser dolent amb els altres. Jo no requereixo sacrificis, i la puresa és per a l’aigua potable, no per a la gent.
O bé:
M’estimaria molt més que no desafiessis les idees fanàtiques, misògines, i d’odi d’altres persones amb l’estómac buit. Primer menja, després vés a enxampar els cabrons.
I, sobre tot:
M’estimaria molt més que no construïssis esglésies/temples/mesquites/santuaris multimilionaris a la meva tallarinesca santedat quan els diners es podrien gastar millor en (tu tries):
En resum, proclamo aquí i ara la meva falta de fe i, per tant, la meva adhesió a l’església pastafari: potser el pastafarisme no és una religió seriosa i està plena de frikis, però prefereixo la ciència, la tolerància i el sentit de l’humor a les “prácticas rituales basadas en creencias profundas, serias y trascendentes” que exigeix l’Audiència Nacional. Potser cal reflexionar si les pràctiques rituals de la pederàstia tenen fonament en les creences del profund obscurantisme religiós. En tot cas, no qüestionarem creences serioses i transcendents que impliquen la zoofilia com a origen del naixement d’un messies o la necessitat que pugui tenir un déu d’observar el prepuci d’un home per saber si és un bon seguidor.
Francament, prefereixo els espaguetis. Ramen!