... la ciencia no puede pensar (la afirmación escandalosa de Heidegger) Y a pesar de todo, la ciencia siempre ha estado limitando, delimitando e incluso definiendo los desarrollos filosóficos: desde las máquinas pensantes leibnizianes, a la deducción modo-geométrico spinozista, el giro copernicano que enmarca todo el ensayo crítico kantiano o la época Pasteur y de la revolución molecular en la cual se forman los pensadores franceses del siglo XX, solo para dar algunos ejemplos…
La ciencia siempre ha llevado a pensar y el pensamiento en sí mismo ha sido formado y deformado por la ciencia.
Hay una tónica general en los discursos pandémicos que vienen sobre todo de la rama desafortunadamente llamada humanidades.
Este discurso es a veces etiquetado como pensamiento crítico, postfundacional, o simplemente pensamiento, y lo mira todo desde la perspectiva de la biopolítica, bio-poder o del activismo político y artístico. Y no digo que no le falte razones. Sería naif pensar que en todo esto que estamos viviendo no y haya una vertiente de la biopolítica: el abuso que se está haciendo de las imágenes simbólicas televisadas «en directo» (como por ejemplo la de las primeras vacunaciones), la simbología militar durante el confinamiento y en el discurso del estado, la poca información científica sobre la vacuna y su mercantilización, la dadificación de la pandemia y, en definitiva, este retorno espectral del «big government». Mis discordancias con este tipo de pensamiento no vienen por el contenido en sí mismo, sino por su ritmo y tonalidad.
Ya empezando con la primera serie de publicaciones periodístico-filosóficas sobre la pandemia (Agamben, Paul Preciado, Zizek, etc. – todos filósofos con una obra nada despreciable) hay una cierta precipitación, la intención de explicarlo todo de nuevo o de repartir culpas a enemigos abstractos como el estado, el capitalismo o la tecno-ciencia. Y he aquí que es donde se percibe una actitud anti-ciencia, anti-estado (ergo, aquello público), que en definitiva lleva a situar la práctica médica o la práctica científica a las antípodas del pensamiento.
Esta precipitación del pensamiento es inteligible de alguna manera, considerando que todos el que abrazan el pensamiento crítico (incluso yo misma hasta un cierto punto) somos hijos predilectos de las revueltas lógicas en las periferias parisinas de los comienzos de los años 1970.
Me parece pues que el pensamiento crítico y el activismo filosófico, que enmarcan una buena parte de la filosofía continental y a la vez definen aquello que en lenguaje popular ahora mismo denominamos «pensamiento», para lograr su objetivo de crítica política, ha dejado a la sombra la ciencia (biomédica, de la información, física, etc.). Sin una comprensión de la praxis científica no hay pensamiento crítico o, para decirlo de otro modo, es la ciencia y solo la ciencia la que da el pensamiento. Y a partir de aquí, hay que empezar a trabajar la praxis política cotidiana…
Tanto vacunas como medicamentos deben ser probados antes de su comercialización para probar su efectividad y los efectos que tienen sobre los seres humanos. Dichas experimentaciones se llevan a cabo con otros seres vivos, normalmente ratas, ratones y otros roedores.
Pero, ¿es realmente necesaria la experimentación animal? ¿Qué utilidad tiene, si al fin y al cabo se testan animales que no comparten todas nuestras características?
Yo personalmente pienso que la experimentación animal es una práctica totalmente necesaria para el desarrollo de nuevos fármacos y vacunas. El empleo de animales en la experimentación ha sido un aspecto clave en el desarrollo y en el avance de la ciencia.
Una prueba de ello es la Herceptina, una proteína de ratón humanizada que ha ayudado a reducir las tasas de mortalidad de pacientes con cáncer de mama. La experimentación animal también ha permitido el desarrollo de los inhaladores para el asma, la vacuna contra el ébola, la tuberculosis y, en la situación que nos ocupa, la vacuna contra el Sars CoV-2.
Cabe destacar que estoy a favor de la experimentación animal siempre y cuando esta tenga como objetivo el desarrollo científico, ergo el desarrollo y bienestar social.
Soy consciente de que miles de animales mueren anualmente como consecuencia de este tipo de experimentación, pero creo que hace falta observar el otro lado de los datos; cada año, gracias a la experimentación animal, se salvan millones de vidas humanas.
Si la experimentación animal se dejara de utilizar o si no se hubiera producido, la mortalidad infantil podría ser unas 20 veces superior a la actual y la esperanza de vida media rondaría los 50 años.
En cuanto al dilema ético en la experimentación animal, pienso que si no se considera ético sacrificar las vidas de cientos de animales para el beneficio humano, tampoco debería considerarse ético abandonar las miles de personas que sufren y mueren por enfermedades que podrían ser curadas con la investigación y experimentación animal.
Es cierto que a causa de la experimentación animal han ocurrido grandes tragedias, como el caso de la Talidomida, un fármaco sedante desarrollado y comercializado en 1957 para calmar las náuseas de las mujeres embarazadas durante el primer trimestre de embarazo. Como era habitual, el fármaco fue creado a partir de la experimentación animal, y como en animales no habían surgido efectos secundarios, se procedió a su comercialización, resultando así una tragedia, ya que causaba malformaciones congénitas en todos los fetos de las embarazadas a las que se había administrado.
Independientemente de este tipo de casos en los que la experimentación no ha seguido las pautas establecidas por la legislación o no ha resultado ser del todo efectiva, es mayor el beneficio que la experimentación animal aporta a nuestra sociedad, ya que como he mencionado anteriormente, esta ha permitido el avance de la ciencia y, por consiguiente, la mejora de nuestras vidas.
Es cierto que al fin y al cabo somos seres humanos con una cierta diligencia que sometemos a otra especie para conseguir un beneficio propio y que anteponemos una vida humana a la vida de mil animales para curar enfermedades. Pero cabe destacar la existencia de leyes que regulan y administran este tipo de experimentación.
La legislación establece el principio de las 3 erres: reducir, reemplazar y refinar, que regulan la experimentación animal y que aluden a métodos que eviten o sustituyan la experimentación animal, que tengan como resultado la implicación del menor número de animales posible y que aluden a la modificación de la cría de animales para minimizar el dolor y la angustia.
Ya que la legislación recoge aspectos relativos a la utilización de animales de experimentación, procurar que los experimentos sean llevados a cabo en las condiciones más óptimas para el desarrollo del animal forma parte de la ética del investigador, que es lo que lleva a grandes tragedias cuando estos aspectos y normativas no se cumplen.
A pesar de todo, creo que el uso de animales en la experimentación y la investigación debería ser limitado a la necesidad, por lo que en este caso no estoy a favor de la experimentación animal para la creación de cosméticos.
En conclusión, pienso que la justificación ética de la experimentación animal se apoya en el objetivo del experimento, que debe asegurar un uso racional de los animales y una adaptación a las medidas que regule la legislación.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
San José Valdeflórez tiene nombre de cuento de Juan Rulfo. De pueblo levantado al furor expoliador de alguna compañía bananera, como aquella United Fruit Company que inmortalizara García Márquez en Cien años de soledad.
En San José Valdeflórez, a la sombra de la montaña que corona Cáceres, se pretende abrir un complejo minero, grande como una ciudad, a ochocientos metros de otra. Tan increíble como cierto. Es como si en lugar de Cáceres habláramos de la prodigiosa Macondo.
Sostienen mis amigos más enterados que la mina, se pongan los paisanos como se pongan, es ya prácticamente un hecho. La compañía australiana que lidera la empresa (la Infinity Lithium Corporation) amaga con lo mismo: sea por las buenas, sea a golpes en las mesas de la Comisión Europea, los despachos de Madrid o los tribunales competentes, el litio de Cáceres es suyo.
¿Y cómo es que algo tan arriesgado y novedoso como abrir un complejo minero a cielo abierto al lado de una ciudad les parece algo tan claro a algunos? ¿Será por los grandes beneficios que el proyecto promete a los extremeños? Lo dudo. A Vincent Ledoux, uno de los ejecutivos de la empresa, se le escapó, tiempo ha, que entre lo mejor de la mina estaba su cercanía a la carretera de Madrid; y al siempre informado Enric Julia le parecía – escribía hace meses – que el litio extremeño (que también daba por seguro) estaba pidiendo a gritos una gran fábrica de baterías en Barcelona. En cualquier caso, lo único cierto (promesas aparte y de momento) es que ninguno de los grandes proyectos industriales relacionados con la transformación de este mineral va a situarse siquiera en España.
Ahora bien, si no es por el desarrollo industrial, ¿a qué viene esto de construir un complejo minero alrededor de Cáceres, sacrificando una ciudad que vive de vender cultura, historia, sosiego, y un entorno natural aún bien conservado? ¿Será, acaso, por el empleo? Tampoco. La empresa prometió 195 puestos de trabajo y 25 años de actividad (luego, conforme a su estrategia de comunicación, las cifras han ido creciendo). ¿Pero cuántos de esos empleos serán para los cacereños y cuántos para obreros cualificados de la propia empresa? ¿Y cuántos se perderán, a cambio de los de la mina, cuándo, en lugar de “Cáceres, patrimonio de la Humanidad”, el eslogan para los turistas sea “Cáceres, la (segunda) capital europea del hidróxido de litio”? ¿Tienen ustedes esto claro?
Seguimos: si no es ni por el desarrollo industrial ni por el empleo, ¿por qué va a ser, entonces, tan imperioso abrir un complejo minero a dos mil metros del casco antiguo? ¿Será para luchar contra el cambio climático? Bueno: si fabricar millones de coches eléctricos fuera una solución, la cosa merecería pensarse. ¿Pero es una solución? ¿No será más bien una huida hacia adelante (amén de un gigantesco negocio para algunos)? ¡Lástima, por cierto, que no se haya encontrado litio en otras ciudades, para así darles también la oportunidad de sumarse a la “economía verde”! ¿Se imaginan a la Infinity Lithium presionando y ofreciendo las mismas baratijas a parisinos o madrileños para abrir una mina a dos mil metros de La Cibeles o la Torre Eiffel? Yo tampoco.
Acabamos. Si está claro que no hay nada claro, ¿cómo es que es tan seguro que la mina se vaya a hacer? ¿No se lo huelen ya? ¿Un gran yacimiento de litio en un lugar barato, pobre, medioambientalmente limpio, semidespoblado, y relativamente próximo a las factorías del norte de Europa? El negocio es de tal magnitud que es… innegociable.
Ante esta perspectiva, mucho van a tener que pelear el municipio y los vecinos de Cáceres. Más aún cuando la empresa (que ya vende acciones a tiro hecho) se ha asegurado el apoyo financiero de la UE, que acaba de incluir al litio en su lista de materiales críticos para el desarrollo. Parece que las nubes de polvo, los ruidos, el tráfico pesado, las montañas de escombros, o el uso masivo de químicos y de millones de litros de agua, son solo un pequeño precio a pagar por los cacereños para cuidar de los intereses de la industria automotriz europea.
Al menos, digo yo, alguien sacará una buena novela de todo esto. Una novela al estilo de las de Rulfo o García Márquez. Me la imagino: el gobierno sedado por una inyección de promesas y calderilla fiscal, la gente obnubilada por los anuncios publicitarios, y los ingenieros de la Infinity Lithium Corporation penetrando al fin, a lomo de sus máquinas, en San José Valdeflórez. Eso, y los consiguientes e inevitables cien años de soledad para sus vecinos. Puro surrealismo, que diría Garicano.
Ha sido este un año complejo. A las incomodidades, temores y perplejidades del coronavirus he de añadir una sucesión muy molesta de achaques personales. Pero, haciendo el recuento, no ha sido un mal año.
He publicado dos libros: La escuela no es un parque de atracciones y Mi familia es bestial.
He escrito los prólogos a las siguientes obras: Eduardo De Filippo, Les veus interiors; Roger Scruton, Breve historia de la filosofía y Platón, La defensa de Sòcrates.
En las próximas semanas saldrán dos libros más con prólogos míos de los que les informaré en su momento.
He terminado un libro sobre el Siglo de oro que saldrá en primavera.
Ha aparecido la segunda edición de ¿Matar a Sócrates? y pronto aparecerá la de La escuela no es un parque de atracciones.
He dado una gran cantidad de conferencias tanto por España como por Hispanoamérica (México, Colombia, Venezuela, República Dominicana, Perú, Chile, Argentina).
He hecho incluso mis pinitos en el teatro con L’esperança cega, monólogo dirigido por Glòria Balanyà y representado por Pepo Blasco en el TNC del 1-10-2020 al 25-10-2020.
Y el Gobierno de Navarra me ha dado una medalla que el coronavirus me ha impedido (por ahora) recoger, la Medalla de Carlos III el Noble.
El saldo, por lo tanto, muy a mi favor y por ello me siento agradecido.
Se suele decir que en las tragedias de Sófocles se pone de manifiesto el πάθει μάθος (páthei máthos), o sea, que el sufriendo es una fuente inevitable de aprendizaje. Estoy en condiciones de asegurar que es cierto. Con este cólico nefrítico, que parece que ya va remitiendo, rindiéndosse a pesar de algún conato de rebeldía, he aprendido algo sumamente importante: que el Nolotil no está hecho para ser bebido.
II
Vaya por delante que a mí me gusta la Navidad y su jaleo, pero llega un momento en que estás esperando que pasen los Reyes y vuelva la rutina cotidiana, con sus horas tranquilas y sus ritos pausados. En el ajetreo hay también un aprendizaje.
III
Estoy leyendo las memorias de don Niceto Alcalá Zamora. Creo que es uno de los testimonios más tristes de nuestra historia. Todo está en ellas como anuncio de la inevitabilidad de una guerra civil cuya memoria debiera ser la de una profunda vergüenza colectiva. La memoria adolorida debiera permitirnos aprender algo, no meramente conmemorar nuestros desastres nacionales.
IV
Le pregunto a mi mujer si volveremos a viajar como viajábamos. Me dice que sí y yo asiento a su sí con idéntica desconfianza.
Yo pensaba en aquel mayo en que nos fuimos a remontar andando el río Tundja, en Bulgaria. Comenzamos la aventura en la ciudad turca de Edirne y la culminamos en el santuario de Shipka. ¿Volveremos a hacer viajes como éste? No lo creo, pero nos queda la memoria literia de aquel viaje:
En esta memoria hay también un resignado πάθει μάθος.
Eso me da que pensar . Su madre también anda con una bata de estar por casa medio desabrochada . Parece que en ese lugar la ropa sea material de lujo solo disponible para salir a pasear o al trabajo. No me extraña que sus hermanos tambien en calconcillos y algunos en pelotas anden correteando todo el día y revolcándose por los sofás de la casa. Incluso el anciano de la casa parece haber perdido la verguenza , todo el santo día anda rascandose los huevos con las dos manos como si un enorme picor fruto del escozor le obligase a estar horas y horas manoseandose .
La verdad es que a mi personalmente . que siempre me he sentido y me he creido una liberal , me parece todo ello algo fuera de lo común y poco usual . No resulta agradable vaya , ni bonito llamar al timbre de la puerta y que te venga Elena enseñandote las tetas . Ni tampoco mola nada que su padre te salga de la ducha mojado y le veas sus partes más intimas como si fuera un espectáculo de cabaret erótico de la Barceloneta. Por eso hoy he decidido contraatacar con la misma moneda . Antes de llamar al timbre me despelotaré en la puerta y entraré en pelota picada para dar ejemplo de su locura . Estoy convencida que no les dará nada igual y que se daran cuenta de su verguenza y estupidez .
Llamo al timbre totalmente en cueros . Me abré el señor Ramón , el abuelo , me bosteza y me dice buenos días sin más. Parece que sea invisible . Paso al salón donde los enanos pequeños y renacuajos saltan de sillón en sillón pegándose collejas y totalmente desnudos andan resaltando los moratones que se exhiben de sus golpes y torceduras . Nadie me ve. Me siento en una silla al lado de la mesa y espero . Parece que Elena hoy se retrasa. Al poco sale María la madre de mi amiga , va descamisada enseñando los pechos , no lleva más que una falda rota y desgarbada que a penas le tapa nada , su mirada ausente se dirige a la ventana . Luego verbaliza : "parece que llueve hoy" .
No entiendo nada de nada . ¿qué les pasa a esta familia ? ¿No se dan cuenta de sus cuerpos desnudos y de eso que llaman verguenza , pudor, intimidad, estética de lo feo, decoro , buena educación , moral , ética ? Empiezo a pensar que algo pasa en esa casa . Me preocupa ...
Sin embargo llega Elena bien vestida con una blusa azul , una falda blanca, unas medias de seda azul marino y unos zapatos negros . Huele muy bien . Al verme desnuda me pregunta por si he traido ropa para salir . No entiendo .
Me desepero , que me esta pasando ...
Uff , me he despertado . Ayer me fuí a dormir muy temprano . En mi mesita de noche el último libro de "Elizam Koluwasi " sobre la mercancia del cuerpo . Entonces me doy cuenta que he estado soñando , Uff que espanto , creía que ... bueno menos mal , que todo ha sido un simple ...
He comenzado el año de manera inolvidable, con un rabioso cólico nefrítico que me ha obligado a llamar a un médico de urgencias. Pero mientras daba vueltas por la casa intentando hallar una postura que me hiciera má soportable el dolor, ha amanecido, y no he podido resistirme a la tentación de la foto.
El anónimo autor del De lo sublime dejó escrito que "la naturaleza no nos ha creado a nosotros, los hombres, como un ser bajo y vil; nos ha traído a la vida y al mundo como a un enorme espectáculo, para erigirnos en espectadores de todo lo que en ella ocurre”.
Sin el hombre, la naturaleza sería muda, sorda, ciega. Y un cólico nefrítico sería tan anodino como un agujero negro -pura física- si no hubiese alguien que lo sintiera como su dolor.
Feliz año, amigos.
Reseña de
“1980. El terrorismo contra la transición”
Gaizka Fernández Soldevilla y María Jiménez Ramos
Prólogo de Luisa Etxenike
Editado por la Fundación Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo
Madrid: Editorial Tecnos (Grupo Anaya, S.A), 2020
Luis Roca Jusmet
Esta publicación recoge el ambicioso proyecto de hacer un riguroso y completo trabajo coral que, tomando como referencia el año clave de 1980, ponga de manifiesto el peligro que supuso para la Transición la violencia terrorista durante el período que va de 1976 a 1982. El año 1980 fue la cresta de esta ola, que estuvo a punto de hacer peligrar el proceso que transformó la dictadura franquista en un estado democrático. Todo ello enfocado bajo el buen criterio, de que hay que observar la Transición española con un ojo crítico que evite tanto su idealización como su criminalización.
El trabajo es multidisciplinar y cuenta que un grupo de expertos muy bien seleccionado. Los textos pueden dividirse en varios registros. En primer lugar está el que podríamos considerar más teórico, escrito por Juan Avilés Farré, que cuestiona el mito de la transición sangrienta del caso español y que lo sitúa en el contexto internacional de la tercera ola democrático, por un lado, y de la tercera ola terrorista, por otra. Lo peculiar del caso que analizamos es que los dos procesos se cruzan. Tenemos después el que analiza el marco político, el artículo de Pablo Pérez López, “1980. El año en que la Transición pudo naufragar”. Nos centramos entonces, con el artículo de Gaizka Fernández Soldevila, en la dramática cuestión, como muy bien plantea en el texto que titula “¿Al borde del abismo? La violencia política (y sus víctimas) durante la Transición.
A partir de aquí vamos entrando en el tema. Hablamos de tres tipos de terrorismo. El más importante, el nacionalista radical, que buscaba la independencia de Euskadi para crear un Estado propio. Era, sobre todo, el de ETA militar, muy bien analizado por Florencio Dominguez Ibarren, en su descripción de la guerra de desgaste contra el Estado. Pero, como nos recuerda Gaizka Fernández Soldevilla en otro texto, el terrosimo de Eta militar estuvo bien secundado, en aquellos momentos, por el de ETA político-militar y los llamados “Comandos autónomos anticapitalistas”. Hablamos aquí de la situación específica que se da en el País Vasco, que por una parte tiene un apoyo social importante que le dará alas y por otra también provocará una respuesta social en estos terribles “años de plomo” que se vivieron en el territorio. Respuesta social minoritaria, analizada por Irene Moreno Bibiloni, que deberá combatir el imaginario colectivo del “Como siempre, ellos”, la imagen creada del enemigo, muy similar a la que se dio en Irlanda del Norte potenciada por el IRA. Esto último lo tratará Bárbara van del Leeuw.
Tenemos después la reflexión sobre el terrorismo de unos sectores minoritarios de la extrema izquierda, cuyo objetivo último era instaurar la Dictadura del Proletariado. Este análisis, a cargo de Matteo Re, se centra sobre todo en el GRAPO. Finalmente, no por ello menos importante, el terrorismo parapolicial y de ultraderecha. El autor, Xavier Casals, analiza el cruce de la vía del Batallón Vasco Español, similar al OAS en Argelia, el dela Triple A similar al de la extrema derecha argentina, y el del neofascismo italiano, con sus conexiones con el frente de Juventudes. Todo ello con la inquietante trama de conexiones con el aparato policial y militar y su relativa impunidad.
Importante el artículo que hará referencia a la respuesta del nuevo Estado democrático frente al desafío terrorista, que desarrollará de manera muy precisa Roberto Muñoz Bolaños. El papel de la prensa no podía obviarse, ya que somo sabemos, es un formador de la opinión de la pública. Por una parte tenemos el texto de Carmen Lacarra Martín y Javier Morrodán Ciordia, que tratará sobre la manera como diferentes publicaciones tratan los hechos a través de sus interpretaciones, fotos y ausencias (aquí se refieren a las víctimas, que casi no aparecen de manera explícita). Por otro lado, lo que hará Laura González Piote es señalar como los diarios “El Alcázar” y “Reconquista” se dedicaron entre 1977 y 1981 a incitar a una intervención militar contra el terrorismo.
Quedan, finalmente, las cifras y el mapa del terror de 1980, que analizarán respectivamente Rafael Leonisio e Inés Gaviria Sastre. Completado con los anexos de las víctimas mortales del terrorismo y de los secuestros de 1980. Y, como no podía ser manos, la aproximación al rostro humano de las víctimas, que no son estadísticas sinos los relatos personales de la tragedia. De ello se encarga María Jiménez Ramos.
Todo ello precedido por un denso y profundamente prólogo de Luisa Etxenike ( “Demasiada realidad” para soportar…). Y una introducción muy oportuna de los coordinadores, Gaizka Fernández Soldevilla (Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo) y María Jiménez Ramos (Universidad de Navarra). Un buen trabajo para un libro altamente recomendable, imprescindible casi diría, para entender uno de los aspectos más importantes y más terribles de la Transición política española.
Imposible no volver a ver El hombre tranquilo. ¿Por qué resistirse a su atracción? Además, no importa cuántas veces la hayas visto ya. Siempre sorprende, siempre emociona, siempre hace reir, siempre toca la fibra sensible, siempre descubres matices nuevos en esta historia tan conocida. Innesfree es el lugar en el que sabemos que no podremos vivir y, sin embargo, es una utopía sencilla, que casi está al alcance de la mano... y por eso su imposibilidad es más dolorosa.
Una frase: "Ah, yes... I knew your people, Sean. Your grandfather; he died in Australia, in a penal colony. And your father, he was a good man too".
Otra cosa. Hoy Irene Vallejo me ha dejado el ego satisfecho para varios días. "Sus libros -me ha escrito- suelen estar a mi lado mientras escribo. En el «Manifiesto por la lectura» cito algunas reflexiones suyas (hubiera querido reproducir párrafos enteros)".
Hay que sembrar. Uno nunca dónde puede germinar una semilla que ha lanzado al aire.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
España se ha convertido en estos días en la sexta nación del mundo en legalizar la eutanasia. Me enorgullezco de que este país – al que algunos lunáticos y revolucionarios de salón aún tachan de franquista o poco democrático – vuelva a colocarse a la vanguardia en el reconocimiento de los derechos individuales. Y me alegro, no menos, de que la ley española vaya a ser, como es frecuente, de las más garantistas del orbe. Ojalá todas las decisiones socialmente relevantes – votar, presentarse a unas elecciones, ser funcionario, tener hijos… – se sometieran al mismo grado de control y rigor que esta de ayudar a un ciudadano a morir con dignidad y sin sufrimientos innecesarios.
El “garantismo” de las leyes (y la burocracia que inevitablemente lo acompaña) es, junto a la educación ética y ciudadana, la mejor barrera de contención de los excesos democráticos, sean en su versión liberal o en su versión más populista o “asamblearia”. En el caso de la eutanasia (y otros parecidos) nos protege, entre otras cosas, de los efectos que puedan derivarse de prejuicios y creencias irracionales. Valga, por ejemplo, la idea (compartida por liberales y parte de la izquierda) de que tenemos una suerte de irrestricto derecho “natural” sobre nuestros cuerpos.
¿Es mía y solo mía mi vida orgánica o cuerpo, de manera que pueda hacer con él lo que quiera (transformarlo, mutilarlo, sacrificarlo…) y exigir o adquirir la ayuda de los demás para hacerlo? ¿Debería poder solicitar asistencia para, por ejemplo, quedarme sordo o parapléjico (se han dado casos) o para suicidarme, sin más pretexto que la expresión de mi soberana voluntad? Creo que en esto, como en otras cosas (los cambios de identidad de género, la oposición a las vacunas…), se están adoptando, sin la suficiente reflexión, los presupuestos teóricos del liberalismo más irracional.
Analicemos, por ejemplo, la extensión del principio liberal de propiedad a la idea de que nuestra vida es nuestra no más que por “tenerla”, o por haberla usado un número reglamentario de años. De un lado, está claro que mi cuerpo o vida orgánica forman parte de esa esfera de lo “propio” que identifico primariamente con mi persona. Mas, de otro lado, y aquí nos apartamos de la tendencia de opinión vigente, ni mi cuerpo ni mi personalidad son posibles, ni tienen sentido, fuera del contexto social al que pertenecen: los seres humanos somos seres netamente sociales, y son los demás los que, además de darnos la vida, nos hacen ser como somos, prestándonos un lenguaje y un sistema de referencias simbólicas que, interiorizados, representan el germen de nuestra propia conciencia y dignidad; por ello, el uso de la propiedad de uno mismo se debe, también, a los otros, y ha de ser validada (justamente) por ellos, hasta el punto de que, en ciertas circunstancias (inmadurez, incapacidad, locura, delito), es y debe ser limitada y sometida a control.
La otra pata ideológica del presunto derecho irrestricto a “hacer lo que quiera con mi cuerpo” es cierta idea (igualmente liberal) de libertad como simple ausencia de obstáculos a una voluntad deseante que no necesita justificarse, ni siquiera ante sí misma. Una concepción de libertad esta, tan tiránica como autocontradictoria, pues del hecho de que se exhiba una gran voluntad de poder (y se haga lo que se quiera) no se infiere que se tenga poder sobre la voluntad (y se sepa y decida lo qué se quiere hacer). Solo es realmente libre aquel que sabe y domina las ideas que le mueven a querer. El que solo hace lo que quiere no es más que un esclavo caprichoso.
Así que sí, usted puede hacer con su vida o cuerpo lo que quiera (faltaría más), pero, en la medida en que es un ser social y afecta, con su conducta, a sus congéneres, conciudadanos, deudos y afectos, la ley debe asegurarse de que, en sus decisiones más trascendentales, disponga de la plenitud de conciencia y la capacidad crítica suficiente para comprender y explicar los motivos de lo que hace, así como de la madurez y la virtud suficiente como para actuar con la suficiente responsabilidad, tanto para consigo mismo como para con todos los seres que configuran esa extensa y compleja red social de la que participamos y por la que nos co-pertenecemosunos a otros.
Si la libertad es, en fin, para quién sabe, la propiedad, incluyendo la de la propia vida, debería ser para el que la merece. Y, tal vez, no todos merecen o pueden poseer y decidir en el mismo grado, ni siquiera sobre sí mismos.
Trabajo intenso y ameno pero, sin embargo, poco productivo. No lo lamento.
Cada vez me gusta más perderme por los caminos que se me insinúan por los márgenes de la investigación que estoy llevando a cabo. De repente descubro un autor hoy olvidado, un poema escrito en el exilio, una reflexión que está pidiendo a gritos un desarrollo actual... y me pongo a seguir esos caminos que sé que me alejan de mi ruta, pero que me proporcionan horas de descubrimientos gozosos. Así que trabajo mucho y avanzo poco, porque no paro de dar vueltas. Pero, por otra parte, pienso que el camino que atraviesa en línea recta un territorio no nos muestra bien las singularidades de ese territorio y que es mejor andar dando vueltas para perderse y encontrarse así con lo inesperado, con todo cuanto la línea recta oculta.
Emblema de Las Españas
Esta mañana, por ejemplo, la he dedicado por completo a una magnífica revista, Las Españas, editada en el exilio mexicano por un grupo de intelectuales poco dispuestos a odiar a ninguno de sus compatriotas. Entre otras cosas me he encontrado con un magnífico artículo de Eduardo Nicol sobre Suárez, el filósofo de Salamanca.
No tengo prisa. Lo importante, para mí, no es correr mucho sino cumplir con aquel propósito atribuido a Plinio el Viejo: Nulla dies sine linea.
No hay nada más productivo que la constancia.
@font-face {font-family:"Cambria Math"; panose-1:2 4 5 3 5 4 6 3 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:roman; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-536870145 1107305727 0 0 415 0;}p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-unhide:no; mso-style-qformat:yes; mso-style-parent:""; margin:0cm; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family:"Times New Roman";}.MsoChpDefault {mso-style-type:export-only; mso-default-props:yes; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-fareast-font-family:Calibri; mso-fareast-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-theme-font:minor-bidi; mso-fareast-language:EN-US;}div.WordSection1 {page:WordSection1;}
Conocimiento: la suma total de la información que uno tiene acerca de un tema o temas.
Conocimiento declarativo: el conocimiento que puede ser expresado mediante oraciones declarativas (la bicicleta tiene dos ruedas).
Conocimiento procesal: el conocimiento acerca de una rutina que se queda sedimentada en la propia rutina (cómo andar en bicicleta).
Creencia: una proposición que uno sostiene con un vigor que puede ser muy débil, muy fuerte o cualquier cosa comprendida entre ambos extremos.
Descarte de causas: disminuir la creencia en una causa debido a una creencia reforzada en una causa alternativa.
Experto: alguien que está particularmente informado acerca de cierta materia o materias. Alguien que ha estudiado la cuestión en detalle.
Explicación: un conjunto de proposiciones del cual surge otra proposición o bien ésta se convierte en altamente probable
Falacia del apostador: la idea de que las probabilidades de futuros eventos independientes estén influidas por los resultados de los eventos pasados.
Falsabilidad: la posibilidad de que los experimentos futuros que pongan a prueba una teoría puedan en gran medida disminuir su creencia en ella
Frontera de la ciencia: teoría que por ser altamente especulativa o haber sido recientemente propuesta no ha obtenido aceptación universal entre los expertos
Hecho: una proposición en la que se cree muy, muy firmemente (es un hecho que vivo en Barcelona).
Instrumentalismo: la visión filosófica de que el conocimiento debería ser juzgado por su utilidad, como su habilidad para hacer predicciones acertadas.
Intuición: el proceso de llegar a una conclusión con base en sentimientos internos.
Método científico: un proceso informal de búsqueda, debate y validación empleado por los científicos para desarrollar y poner a prueba teorías acerca del mundo natural.
Modelo: una descripción simbólica que puede ser usada para predecir y entender los fenómenos.
Objetividad: la cualidad de ser independiente de un sesgo personal y subjetivo.
Objeto: los objetos son palabras que significan conceptos que inventamos para ayudarnos a describir la realidad no son la realidad misma (fallas, placas, fronteras son ejemplos de objetos inventados que empleamos en un modelo de realidad, con ellos podemos hablar sobre la realidad, aunque no podemos decir que sean la realidad misma).
Parsimonia (navaja de Ockham): un sesgo que favorece la explicación más simple.
Pensamiento crítico: el proceso de examinación al detalle de una proposición, tomando en cuenta las influencias de tantas proposiciones relacionadas como sea posible.
Pensamiento rápido versus pensamiento lento: los procesos de llegar a conclusiones con base en respuestas habituales y automáticas versusaquellos basados en una deliberación exhaustiva y analítica.
Poder explicativo: la habilidad de una teoría para explicar una amplia gama de otras teorías.
Probabilidad: la medida de la ocurrencia de un evento o proposición. Los valores de probabilidad siempre son números entre 0 y 1 (si no estamos seguros de alguna proposición, su valor de probabilidad podría hallarse entre 0 y 1).
Realidad: el mundo en el que nos hallamos incorporados y cuyos aspectos podemos percibir, y en el que podemos tener incidencia.
Realidad virtual: un modelo de realidad.
Realismo: punto de vista filosófico que sostiene que los objetos que el mundo contiene existen independientemente de nuestros pensamientos o nuestras percepciones de ellos.
Relativismo: la visión filosófica de que la validez de las creencias es relativa a la persona o las personas que las sostienen.
Saber: una palabra empleada para una creencia que es sostenida muy, muy fuertemente
Sesgo de confirmación: la tendencia a brindar peso añadido a la evidencia que da fundamento a una creencia previamente sostenida.
Sesgo de disconformidad: la tendencia a conceder menos peso a la evidencia que menoscaba una creencia ya sostenida
Teoría científica: una teoría acerca del mundo natural que es consistente con los resultados de los experimentos diseñados para verificarla, la cual hace predicciones acerca de los resultados de otros experimentos y es falsable.
Verdad: una creencia que posee una fuerza muy, muy alta.
Verdad como coherencia: cada miembro de un conjunto de creencias (teoría) puede ser considerado verdadero si, tomados en conjunto, no presentan contradicciones entre sí, es decir, si son internamente consistentes.
Verdad como correspondencia: teoría que afirma que una afirmación es verdadera porque “corresponde” con la realidad, es decir, con la manera como las cosas “realmente son”.
Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-theme-font:minor-bidi; mso-fareast-language:EN-US;}
Nils J. Nilsson, Para una comprensión de las creencias, México, Fondo de Cultura Económica 2019 (segunda edición)
(págs. 121-126)
¡Para qué les voy a engañar! Me ha gustado esto de El Confidencial Digital:
¿Por qué da la casualidad de que hemos tenido una conjunción de Júpiter y Saturno? Hay múltiples aspectos que se entrelazan para que tal evento se produzca. Para ver Júpiter y Saturno muy cerca en el cielo, la Tierra y esos 2 planetas deben estar alineados, debe poder trazarse una recta que pase muy cerca de los 3 astros. Esto acontece periódicamente, lo que implica que el movimiento relativo de los 3 astros es cíclico, se repite con cierta frecuencia. Hoy en el colegio adquirimos conocimientos básicos de física y sabemos que la Tierra, Júpiter y Saturno giran alrededor del Sol, cada uno con un periodo diferente, por el efecto de la fuerza gravitatoria. “Hasta un niño lo sabe”, se podría decir, pero ese conocimiento nos costó milenios adquirirlo. Nuestro modelo físico del Sistema Solar no llegó hasta este punto hasta pasada la Edad Media, con modelos heliocéntricos como los de Copérnico y descripciones matemáticas como las de Kepler o teorías físicas como las de Newton. Sin embargo, el movimiento de los astros en el Sistema Solar hoy sabemos que dista bastante de esa visión sencilla de planetas girando alrededor del Sol. Por ejemplo, no giramos alrededor del Sol, sino del centro de masas del Sistema Solar (que está cerca del Sol). Además, ese centro de masas, el llamado baricentro, no está fijo en el espacio porque todos los astros del Sistema Solar se mueven e influyen en su posición. Consecuentemente, los planetas no giran en órbitas sencillas, casi circulares o ligeramente elípticas como las que describió Kepler, sino que van variando su recorrido continuamente y nunca cierran una curva perfecta. Los estudios de dinámica planetaria son hoy bastante precisos, incluyendo hasta efectos relativistas como los de la órbita de Mercurio.
Pablo G. Pérez González, Patricia Sánchez Blázquez, Las casualidades no existen, ¡son la física!, El País 23/12/2020
https://elpais.com/ciencia/2020-12-23/las-casualidades-no-existen-son-la-fisica.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR3nCu3GQBBB_fiXIC41UQfeRcrFYTHI-k_S8SDl66wSHq_gB_afDxvRWko
¿Qué significa vivir en la situación de emergencia en la que nos encontramos?
... hoy sabemos que los ordenadores no son un elemento complementario pues han logrado sustituir la percepción natural de los hechos por la percepción de los algoritmos, como saben bien los expertos en informática, los agentes de ventas o los directivos de marketing.
El desafío de los ordenadores acaba de empezar y ya preocupa por la falta de distancia emancipadora en los productos directamente relacionados con el desarrollo de los algoritmos. Internet, que ha dejado de ser una red de intercambio de experiencias para convertirse en un entramado de centros proveedores; los big data , convertidos ya en una herramienta del conocimiento con un software capaz de leer mecánicamente miles de documentos, de clasificarlos en escenarios temáticos y de extraer conclusiones de carácter estadístico sobre la conducta social; la inteligencia artificial que ha hecho irreversible la revolución digital al abrir la puerta a que el algoritmo aprenda por sí mismo en tiempo real con el uso de sus propias equivocaciones.
Esta encrucijada donde el algoritmo litiga con la cultura humanista –la realidad digital frente a la realidad humana– reclama un arbitraje vastamente crítico sobre el uso de los datos por parte de las empresas, lo que exige una voluntad política para considerar los datos como una de las riquezas de mayor potencialidad en el futuro y por supuesto también una conciencia del papel que deben ejercer las máquinas en el futuro de la humanidad. Para muchos de nosotros, el peligro inmediato lo hemos detectado en el hecho de que algunas empresas informáticas suministran servicios para un control de cada una de nuestras decisiones, sea la compra de un objeto, el destino de un viaje o la orientación del voto en unas elecciones.
El patrón creado por los algoritmos convierte al ser humano en un miembro más de un coro incapaz de razonar. El mundo según el imperio del algoritmo: un juego de múltiples posibilidades. La elección humana no como un fenómeno surgido del espíritu crítico, sino como fundamento de una manipulación informática. En esto estriba la semejanza (semejanza curiosa a la vez que inesperada) entre distopías tipoTerminator o populismos.
Al igual que las máquinas que limitan el papel de los sujetos de carbono, el algoritmo que incide sobre la conducta social no es más que una inmensa máquina informática, un ejército digital en el que las virtudes humanísticas (creatividad, espíritu crítico, disidencia) ya no sirven para nada. Las decisiones tomadas por el algoritmo son necias, a pesar de ser una fuente de inmensos beneficios para quienes las controlan, sean empresas de datos, sean políticos sin escrúpulos morales: la lógica binaria de sus argumentos, basada en patrones matemáticos, carece de la prudencia y el arte del ingenio que es capaz de transformar el mundo. En las programaciones actuales, veladas por el manto del misterio de un lenguaje esotérico, la necedad se convierte en la metáfora absoluta de un mundo a la deriva. Pero el algoritmo intimida tanto como satura la codicia de los servidores del capital.
Una era definida por el desarrollo de cursos tipo big think , esos en los que internet programa actividades transversales con gente de todo el mundo, puede ser un momento oportuno para hacerse la pregunta que determinará el curso de la historia de las próximas décadas: ¿Pueden pensar las máquinas? Y si lo hacen, ¿en qué lugar de su sistema de valores sitúan a los seres humanos de la especie Homo sapiens , la única de momento existente en la Tierra?
Y eso nos conduce a tener presente la posibilidad de que en algún momento un algoritmo consiga destruir el espacio que separa al ser humano del robot, y pueda pasar por humano lo que es una respuesta automática. Hay que establecer complejidades paradójicas antes de que sea demasiado tarde, vencer a las máquinas allí donde ellas muestran su auténtico talón de Aquiles, en lugar de luchar en ese territorio donde los troyanos siempre ganan porque tienen la doble información, la suya y la del oponente humano que se afana por evitar relatos fáciles de asimilar, convertidos en meros datos para dar sentido al algoritmo que determina su función y su importancia social.
El desafío del algoritmo a la cultura humanística es el gran acontecimiento de nuestro tiempo, se puede seguir evitándolo, sosteniendo ese tiempo retenido de la vida académica llena de individuos fáciles de ser sustituidos por ordenadores porque lo harían mejor. No hay que tener miedo a las máquinas, cuyos algoritmos piensan en una nueva era donde alcancen su plena hegemonía porque probablemente no estén nunca a la altura de la creatividad transformadora, es decir, a esa manera de ser tan humana de desarrollar ideas que cambian las reglas del juego. Pero, entonces, la pregunta de verdad de nuestra época, la época que nace con el coronavirus, es esta: ¿Quién teme a la creatividad transformadora? ¿Acaso los directivos y los políticos que han sido seleccionados ya por un algoritmo?
José Enrique Ruiz-Doménec, Algoritmo y cultura humanística, La Vanguardia 25/12/2020
Manuel Barrios
1. Filosofía y consuelo de la música, Ramón Andrés. Acantilado
2. Obra Completa, Manuel Chaves Nogales. Libros del Asteroide
3. Fake. La invasión de lo falso, Miguel Albero. Espasa
4. Filósofos de paseo, Ramón del Castillo. Turner
5. Los enemigos del traductor, Amelia Pérez de Villar. Fórcola
6. El concepto de amor en Arendt, Antonio Campillo. Abada
7. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
8. Madrid, Andrés Trapiello. Destino
9. Morir o no morir. Un dilema moderno, Jordi Ibáñez. Anagrama
10. Ese famoso abismo, Anna María Iglesia. WunderKammer
Miguel Cano
1. Filosofía y consuelo de la música, Ramón Andrés. Acantilado
2. Obra Completa, Manuel Chaves Nogales. Libros del Asteroide
3. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
4. El honor de los filósofos, Víctor Gómez Pin. Acantilado
5. Madrid, Andrés Trapiello. Destino
6. Una violencia indómita, Julián Casanova. Crítica
7. Galdós: una biografía, Yolanda Arencibia. Tusquets
8. W. G. Sebald en el corazón de Europa, Cristian Crusat. WunderKammer
9. Compañeros de viaje. Poetas en busca de su identidad, Virginia Moratiel. Fórcola
10. El país de los sueños perdidos, José Manuel Sánchez Ron. Taurus
Rafael Núñez Florencio
1. Filosofía y consuelo de la música, Ramón Andrés. Acantilado
2. Galdós. Una biografía, Yolanda Arencibia. Tusquets
3. Sobre lo que no se ve, Enrique Lynch. Abada
4. El sueño del tiempo, Carlos López Otín y Guido Kroemer. Paidós
5. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
6. El país de los sueños perdidos, José Manuel Sánchez Ron. Taurus
7. Desde las ruinas del futuro. Teoría política de la pandemia, Manuel Arias Maldonado. Taurus
8. Madrid, Andrés Trapiello. Destino
9. Una violencia indómita, Julián Casanova. Crítica
10. El honor de los filósofos, Víctor Gómez Pin. Acantilado
Bernabé Sarabia
1. El síndrome de Woody Allen, Edu Galán. Debate.
2. La nueva masculinidad de siempre, Antonio J. Rodríguez. Anagrama
3. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
4. Sobrevivir al naufragio, Félix Ovejero. Páginas Indómita
5. El dominio mental, Pedro Baños. Ariel
6. El infinito en un junco, Irene Vallejo. Siruela
7. El país de los sueños perdidos, José Manuel Sánchez Ron. Taurus
8. Dime qué comes…, Blanca García Orea. Grijalbo
9. La tela de araña, Juan Pablo Cardenal. Ariel
10. Más allá de los mares conocidos, Ignacio Ruiz Rodríguez. Dykinson
Sí, es cierto, tengo bastante abandonado este café, que tan buenos momentos me ha dado y que a tantas personas entrañables me ha permitido conocer. Reconozco -con un pelín de mala conciencia- que ando trasteando por Twitter, pero no quiero dejar pasar la Navidad sin desearles... ¿el qué? ¿qué deseo puedo tener hacia ustedes que sea sincero y no rutinario? En cuanto me hago esta pregunta me respondo que no hay nada malo en los deseos rutinarios porque ponen de manifiesto una voluntad de mantener una frecuencia en el trato. Pues les deseo eso, que no perdamos la frecuencia en el trato. A ver si me enmiendo.
Una vez acabado el libro sobre la interioridad en el Siglo de oro, me he puesto en otro sobre el que ya tenía abundantes materiales recogidos. Hay una paz en la rutina del trabajo que no puedo encontrar en el mero pasatiempo de la televisión, que cada vez me aburre más. Tampoco me atrae mucho la literatura contempoánea y, como estoy en condiciones de dedicarme a lo que me apetezca, no reprimo mis apetencias. Ando leyendo a autores conservadores: Vegas Latapie, Pemán, Vigón... sí, son muy, muy conservadores y están, además, muy olvidados, pero me ayudan a entender, y eso es lo que me importa.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
¿Cómo juzgar correctamente al prójimo? En la vida diaria no solemos preocuparnos de esto (al prójimo lo despellejamos sin más). Pero cuando se es juez de oficio, aunque sea de calificaciones escolares, la cosa se complica. Más aún si el que califica es profe de filosofía.
¡Jo, profesor! – me dicen los alumnos—. ¿No podrías contarnos cómo nos vas a evaluar y ya está? Pero a ver – les respondo –, ¿qué pensaríais de mi si, tras daros la vara con aquello de que el filósofo lo cuestiona todo, os impusiera ahora unos criterios de evaluación, así, porque sí? ¡No es porque sí, sino porque lo dice la ley! – saltan unos cuantos –. Bien. ¿Y qué pensáis? – les replico – ¿Hay que cumplir siempre la ley, o solo cuando nos parece razonable o justa?
¡Siempre hay que cumplir la ley! – afirma mi alumno más kantiano – ¡Si no, sería un desastre! Tal vez – le digo yo –. Pero cumplir con la ley no quita para que podamos discutir sobre ella. A ver – les pregunto –: ¿a quién sería justo poner mejor nota, al alumno que apenas trabaja, pero demuestra ser muy competente, o al que se esfuerza lo indecible pero solo obtiene resultados mediocres? ¿Qué debemos premiar más: el esfuerzo o el talento?
Una concepción de la justicia “liberal” (empieza el rollo, lo veo en sus caras) insistiría en que la calificación del alumno dependa, fundamentalmente, del reconocimiento de su competencia individual (el que vale, vale). Pero otra, más ligada a las virtudes públicas, querría valorar también ciertas propiedades morales (que el alumno trabaje, se porte “bien”, etc.). ¡Pero la moral es una cosa privada de cada uno! – dirían los “liberales”, para los que la misión de la escuela se reduce a hacer al alumno competente y competitivo –. Invectiva ante la que los “moralistas” contraatacarían afirmando que los mediosimportan tanto como los fines, y que virtudes como la honestidad o la constancia son fundamentales para que cualquier empresa o sociedad funcionen.
Analicemos ahora una segunda cuestión. Supongamos – les digo de nuevo a mis alumnos – que tuviera información objetiva de vuestras circunstancias familiares y personales (si contáis con tiempo y ayuda para estudiar en casa, si sois ricos o pobres, si sufrís de violencia o de alguna enfermedad o discapacidad grave…). ¿Debería todo esto condicionar mi calificación?
De nuevo asoman aquí dos concepciones distintas de lo que es “justo”. La más “liberal” abogaría, otra vez, por considerar de forma abstracta el rendimiento del alumno; al fin y al cabo – se dirá – gran parte de las desigualdades son inevitables (hay alumnos “más cortitos” que otros, se oye decir en las sesiones de evaluación). De otro lado, una concepción más social y equitativa de la justicia defendería que todas las desigualdades sean corregidas o compensadas, dando, por ejemplo, más facilidades para obtener buena nota a los alumnos con mayores dificultades para lograrla.
Estos enfoques, pueden, por cierto, cruzarse. Una teoría, por ejemplo, socio-liberal de la justicia, buscaría compensar las desigualdades entre alumnos, pero daría más valor, en la evaluación, al talento (y no a las virtudes morales). Y otra, de corte liberal-conservador, se despreocuparía de las desigualdades, pero sí que evaluaría ciertas virtudes en el alumno (que sea modosito, disciplinado, etc.). En regímenes totalitarios encontraríamos concepciones de la justicia (y de la evaluación del prójimo) en las que se mezclarían el enfoque social y el moral en su sentido más fuerte, de forma que, además de paliar las desigualdades (y, de paso, las diferencias, como cuando se viste a los niños – o a los ciudadanos – de uniforme), se evaluaría la fidelidad ciega de los alumnos a valores y virtudes (su amor a Dios o al líder, su patriotismo, su espíritu revolucionario…), o la estricta adecuación de su talento a los objetivos marcados por el Estado.
Vale – me cortan los chicos –. Todo eso está muy bien. ¿Pero cómo vas a evaluarnos tú? No lo sé – les confieso –. Por un lado, me debo, como decís, a los criterios que impone la ley. Pero, del otro, no dejo de darle vueltas. ¿Qué ignorante osadía es esta de juzgar a los demás? ¿No debería juzgarse, en todo caso, cada uno a sí mismo? El único examen importante es el examen de conciencia, decía el sabio Sócrates. Así que – acabo – preguntaos que queréis realmente ser y hacer, y si os habéis acercado más o menos a esa meta tratando de filosofía (o de matemáticas, historia o lo que sea) durante estos meses. En último término, ¿qué otra cosa puede ser lo justo o buenosino aquello que uno mismo reconoce como tal?
La categoria que més reivindica Braidotti al llibre és el vitalisme: contra “l’erudició de l’angoixa”, “l’ètica de l’afirmació”. Quin argument tenim per a l’optimisme si els robots ens deixen sense feina mentre els oceans s’acidifiquen i votem per abolir la democràcia? El més prometedor és el subjecte alternatiu a l’home que l’autora anomena: “nosaltres-estem-junts-en-això-però-no-som-tots-el-mateix”. L’“això” és el món que accelera cap a l’abisme, i el “nosaltres” de Braidotti, com a bona deleuziana, és un actor contingent format per aliances “transindividuals, transculturals, transespècies, transsexuals, transnacionals i transhumanes” forjades més des dels afectes que des de les raó, confiant que en les ruïnes de la modernitat encara segueixi vibrant “el desig d’esdevenir una altra cosa”. Contra la nostàlgia humanista del sòlid i la celebració postmoderna del líquid, el posthumanisme ens proposa acceptar que tot s’ha desfet en l’aire, que així havia de ser, però que depèn de nosaltres si l’aire és pur o irrespirable.
Joan Burdeus, Posthumà, massa posthumà, El País 19/12/2020
No falla. Siembras en una conversación el tema del idioma, y afloran, al instante, las idioteces (fíjense que idioma e idiotezcomparte raíz). Has estado, quizás antes, señalando la luna (mencionando temas infinitamente más importantes) y ni flores; pero basta con que muevas un poco el dedo con el que señalas, para que comience la batalla dialéctica.
¿Por qué, a veces, genera más entusiasmo el asunto del “cómo” decimos las cosas que lo “que” propiamente decimos? ¿A qué esta adoración fetichista por el idioma en que uno habla y piensa? ¿Qué es esto de que las lenguas tengan derechos y hayan de ser conservadas o protegidas mediante la imposición, nolens volens, de políticas lingüísticas? Son varios los argumentos, y están anudados como en una red ideal para capturar incautos.
Uno de ellos es la tesis de que el idioma que uno habla configura su manera de pensar y ver el mundo. Esta teoría, por popular que sea, jamás ha sido demostrada. En la era moderna fue sostenida por los filólogos románticos alemanes del XIX, para los que el idioma era parte sustancial del “Volksgeist” o “espíritu del pueblo” (idea tan querida por nazis y fascistas de todo signo), y tuvo su correlato científico en la más que refutada hipótesis Sapir-Whorf, que ya solo sirve para inspirar películas de marcianos (La llegada, de D. Villeneuve; no se la pierdan).
Más allá de los experimentos que la desdicen, la popular (e intuitiva) idea de que por hablar un idioma distinto piensas (y eres) distinto, es impugnada por el hecho recurrente de la traducción. ¿Son inconmensurables los idiomas? ¿Es imposible traducir un texto, por ejemplo, del mandarín al vasco? – se preguntan desde hace decenios los filósofos del lenguaje –. Pues según lo que se entienda (tanto en mandarín como en vasco) por traducir. Si “traducir” quiere decir trasvasar un concepto o significado de un significante a otro, la traducción es siempre razonablemente posible. Es obvio que nunca será exacta y que siempre supondrá un acto de “recreación” del traductor, pero es que esto también pasa en el seno mismo del idioma. Entender a alguien, incluso en tu misma lengua, supone un ejercicio de traducción por el que captas lo (que tu supones) esencial de un mensaje, obviando parte de las innumerables connotaciones con las que probablemente se emite. Este mismo proceso “selectivo” gobierna de igual modo la memoria o el pensamiento (escuchar, decir, memorizar o pensarlo todo, es, por definición, imposible; acuérdense del pobre Funes, el antológico personaje de Borges).
Si la inconmensurabilidad entre lenguas es impensable (el que cree que no se puede decir en chino lo mismo que en vasco ha de poder pensar la misma cosa en ambos idiomas, aunque sea para negarla en uno de ellos), ¿qué es lo que mantiene viva la tesis terraplanista de que por hablar distintos idiomas pertenecemos a mundos culturales distintos? Pues es claro: el fetichismo en torno al idioma es un “arma de construcción masiva” de esa “unidad de destino en lo particular” que es la nación.
A diferencia del habla, el idioma es una institución política, cuyo objetivo no es solo establecer estándares de comunicación en un determinado territorio, sino también asignar un marchamo de pertenencia al grupo enraizado en la creencia de que tu misma identidad personal (tu carácter, tus ideas) depende de que “cómo” digas las mismas cosas que dicen (de otro modo) los demás seres humanos.
Así, es obvio que las medidas de inmersión en lenguas autóctonas (como en catalán o euskera) no solo obedecen a criterios culturales – como la preservación de determinada lengua –, sino, sobre todo, al objetivo, no disimulado, de hacer “distintivo” lo distinto y marginar (o someter) al que no habla como “nosotros”, imponiendo la abstracción política del idioma sobre el concreto derecho de la gente a hablar, comunicarse o aprender en la lengua que quiera, más aún si esta es su lengua materna y forma parte de las lenguas cooficiales de un Estado.
Preservar por la fuerza un idioma o cualquier otra tradición es una idiotez supina. ¿Se imaginan que obligasen a los andaluces a escuchar flamenco o a los extremeños a comer migas para “preservar el patrimonio cultural”? Los idiomas viven y mueren (el catalán o el castellano viven, por ejemplo, gracias a la muerte del latín), y no son ellos los que deben imponerse a las personas, sino las personas las que deben imponerse a ellos, pensando y hablando (no importa a través de cuál) para una comunidad idealmente cosmopolita, diversa y formada en el espíritu de concordia y diálogo. El logos, decía el viejo filósofo Heráclito, es uno, ya se sueñe en finlandés o suajili. No seamos idiotas y despertemos.
Dar prioridad a la educación global ayudaría a hacer relevante lo que se aprende en la escuela, más actual y atractivo tanto para las alumnas y los alumnos como para sus educadores.
Este libro ofrece un modelo teórico multidimensional de la educación global que sitúa a docentes, directivos y otros integrantes de la comunidad educativa en el centro de la definición de lo que debería ser la educación de ciudadanas y ciudadanos globales y cómo debería desarrollarse. Su objetivo es dar orientaciones acerca de cómo educar al alumnado con una mentalidad global para que sea competente y responsable a la hora de actuar ante los desafíos mundiales de su tiempo.
Sobre el autor
Fernando Reimers es profesor de Práctica de Educación Internacional en la Escuela de Postgrado en Educación de la Universidad de Harvard, donde dirige el Programa Internacional de Políticas Educativas y la Iniciativa Global de Innovación Educativa, un consorcio de investigación y acción cuyo fin es promover el conocimiento sobre cómo transformar sistemas educativos para ofrecer a todos los estudiantes oportunidades de desarrollar las competencias esenciales para participar cívica y económicamente en el siglo XXI. Ha escrito o editado 35 libros académicos cuyo foco es impulsar la comprensión de cómo empoderar a los jóvenes para construir un mundo más incluyente y sostenible. Es también miembro de la Comisión sobre los Futuros de la Educación de la Unesco..
Primeras páginas de Educación global para mejorar el mundoDescargaLa entrada Educación global para mejorar el mundo se publicó primero en Aprender a pensar.