Por más que en EEUU las fracturas sean más profundas y las contradicciones sociales particularmente grandes, por más que los ánimos caldeados representen un peligro no insignificante, visto que muchos ciudadanos estadounidenses tienen armas, América no es un caso aislado. No es inverosímil, por desgracia, que en el futuro se puedan replicar aquí las imágenes que hoy provienen de EEUU, como reflejos de un espejo cóncavo… a menos que no tengamos el coraje de tomar un nuevo camino lo antes posible. También Alemania, de hecho, está profundamente fracturada. También en nuestro país la cohesión social se está disolviendo. También en nuestro país, las que antes eran comunidades unidas se ven a menudo afectadas por divisiones y hostilidad. Bien común y sentido cívico son términos prácticamente desaparecidos del vocabulario cotidiano. Lo que definen ya no parece hecho para nuestro mundo.
Adiós argumentos, aquí están las emociones.
Con la pandemia, la situación ha empeorado ulteriormente. Mientras millones de personas con trabajos a menudo mal pagados seguían haciendo todo lo posible por mantener en pie nuestra vida social, en muchos medios, en Internet, en Facebook y Twiter reinaba una atmósfera de guerra civil. Una fractura capaz de dividir familias y de terminar con amistades. ¿Estás a favor o en contra del confinamiento?, ¿Usas la app de trazado?, Pero de verdad, dice, ¿de verdad usted no quiere vacunarse? Quien puso en duda, aunque sólo fuera parcialmente, el sentido y la utilidad de cerrar guarderías y escuelas, restaurantes, comercios y muchas otras actividades, se ha visto acusar y definir como indiferente ante la muerte de tantas personas. Quien, al mismo tiempo, reconocía la peligrosidad del nuevo coronavirus, era agredido de la misma manera por quienes veían en cada medida adoptada un medio para sembrar el pánico. ¿Y el respeto por aquel que piensa diferente?, ¿y la reflexión ponderada sobre los argumentos? Olvidémoslos. En lugar de discutir entre nosotros, hemos estado a ver quién gritaba más.
Sin embargo, nuestra sociedad no ha perdido la cultura de la discusión con la llegada de la pandemia. En el pasado ya había habido debates controvertidos que se condujeron de forma similar. Es decir, moralizando en lugar de argumentar. Un concentrado de emociones ha sustituído a los contenidos y a los motivos. El primer debate en el que salió esto a la luz fue sobre la inmigración y sobre la política a adoptar con respecto a los inmigrantes, tema que, luego de la apertura de las fronteras alemanas en otoño de 2015, ha ensombrecido al resto durante casi tres años. Entonces la narración del gobierno no hablaba de confinamiento, sino de la cultura de acogida, y las objeciones eran tan desagradables como las expresadas durante la pandemia. Mientras el pensamiento político dominante, a su vez, tachaba de racista a quien manifestaba preocupación o señalaba a los problemas derivandos de una inmigración incontrolada, en el frente opuesto del alineamiento político se formaba un movimiento que temía el ocaso de Occidente. El tenor y los tonos de la discusión tenían más o menos la misma acritud que ha caracterizado el debate sobre cuál era la política adecuada para hacer frente a la difusión del coronavirus.
No mucho más objetivo ha sido el debate sobre el clima que dominó el 2019. Entonces no se temía el ocaso de Occidente, sino el de la entera humanidad. Los ecologistas que consideraban oportuno reaccionar con pánico, combatían contra verdaderos y presuntos negacionistas de la crisis climática. Una lucha que no se ha ahorrado a quien seguía andando con su diesel, quien compraba la carne en las grandes superficies o a quien podía permitirse pagar más la energía y los carburantes. Mientras, en el Bundestag, el que se había convertido en el mayor partido de la oposición, Alternative für Deutschland (AfD, Alternativa por Alemania), respondía a ritmo de cañonazos contra la “sucia dictadura de la opinión de los verdes-izquierdosos”.
Ciertamente, parece que nuestra sociedad haya desaprendido a discutir de sus problemas sin agredir y con un mínimo de educación y respeto. Hoy, quien sustituye la disputa democrática entre ideas, son los rituales emotivos de la indignación, de la difamación moral y del odio evidente. Todo esto da miedo. De hecho, el paso de la agresión verbal a la violencia, es corto, como también nos demuestran los asuntos estadounidenses. Surge entonces una pregunta: ¿de dónde viene la hostilidad que ya parte nuestra sociedad en casi todos los temas de mayor importancia?
¿Quién envenena a la opinión pública?
La clásica respuesta a esta pregunta, recita: la culpa es de la derecha en ascenso. Es culpa de políticos como Donald Trump, que con sus agresiones verbales y sus tweet malévolos ha enfrentado entre sí a la gente sembrando resentimiento y discordia. Es culpa de partidos como AfD, que fomentan el odio y difunden campañas denigrantes. Es culpa, por último, de las redes sociales, que funcionan como gigantesca caja de resonancia de falsedades y comentarios de odio, y que consienten a los usuarios moverse sólo en su propia burbuja.
Ésto es cierto. Sin duda, los políticos de extrema derecha contribuyen a envenenar el clima político. Después de Donald Trump, los EEUU son un país todavía más fracturado que los EEUU antes de Donald Trump. Si el político de AfD Björn Höcke querría, sin mucha ceremonia, “ausschwitzen” (verbo que, literalmente significa “expulsar sudando”, pero aparece fonéticamente como la transformación en verbo del nombre “Auschwitz”, NdT) a quien piensa de forma diferente, a nosotros se nos pone la piel de gallina. También es cierto que las redes sociales favorecen la agresividad y los comportamientos más bajos porque están hechos precisamente para ésto. Todo ello no ha mejorado nuestra cultura de la discusión. Sin embargo, ésta es sólo parte de la explicación. La verdad, de hecho, es que la opinión pública no es envenenada sólo desde la derecha. Una derecha más fuerte no es la causa, sino sólo el producto de una sociedad profundamente desgarrada. No habría habido ningún Donald Trump y ningún AfD si los adversarios de ambos no hubiesen preparado el terreno para su advenimiento.
Han preparado el ascenso de la derecha desde el punto de vista económico, destruyendo las garantías sociales, liberando a los mercados de cualquier restricción y ampliando hasta el extremo las disparidades sociales y la incertidumbre económica de los ciudadanos. Sin embargo, muchos partidos socialdemócratas y de izquierda, han apoyado el ascenso de la derecha desde el punto de vista político y cultural, alineándose con los vencedores mientras que muchos de sus portavoces invitaban a despreciar los valores y la forma de vivir del que antes era su electorado, con sus problemas, sus protestas y su rabia.
El liberalismo de izquierda, un nombre engañoso.
En la visión del mundo de estas nuevas izquierdas, que han cambiado su alineamiento, hace tiempo que se ha consolidado la expresión liberalismo de izquierda. El liberalismo de izquierda, en el sentido actual del término, es objeto de la primera parte de este volumen. Se trata de una corriente político-intelectual relativamente joven que sólo en las últimas décadas ha empezado a arraigar en la sociedad. Sin embargo, la expresión liberalismo de izquierda, y todavía más el término alemán Linksliberalismus, son términos engañosos porque recuerdan o contienen la palabra “liberalismo” y la palabra “izquierda”. Bien mirado, de hecho, la corriente que designa no es ni de izquierdas ni liberal, sino que contradice la orientación de fondo de ambos alineamientos.
Una reivindicación importante del liberalismo, por ejemplo, es la tolerancia frente a opiniones diferentes. Sin embargo, el típico liberal de izquierdas es justo lo opuesto: extrema intolerancia hacia quien no comparte su visión de las cosas. Y si, tradicionalmente, el liberalismo combate por la igualdad jurídica, el liberalismo de izquierda lucha por las cuotas y la diversidad. Por lo tanto, por un trato desigual de los diferentes grupos.
De la ideología de izquierda siempre ha formado parte el compromiso sobre todo a favor de quien está en dificultades y se ve negar por la sociedad un nivel más alto de instrucción, de bienestar y mejores perspectivas de crecimiento. Sin embargo, el liberalismo de izquierda tiene su base social en la clase media acomodada y licenciada de las grandes ciudades. Ésto no significa que cualquier licenciado con una buena renta, residente en una gran ciudad, sea un liberal de izquierda. Pero en este ambiente el liberalismo de izquierda es familiar y de esta clase relativamente privilegiada vienen sus líderes de opinión. Los partidos liberales de izquierdas, a su vez, se dirigen sobre todo a los ciudadanos más instruídos y acomodados, que representan su base electoral.
Los liberales de izquierda, por tanto, no son dos cosas: no son liberales socialistas, y por lo tanto liberales interesados no sólo en la libertad, sino también en la responsabilidad social. Liberales como muchos de los que, durante mucho tiempo, encontraron su casa en el Freie Demokratische Partei (FDP, Partido Liberal Democrático), y probablemente hay incluso más de ellos fuera del propio partido. No tienen nada que ver con el liberalismo de izquierda actual. Además, los liberales de izquierda tampoco son liberales progresistas y, en consecuencia, hombres de izquierda que rechazan las tradiciones totalitarias e iliberales. Este libro representa expresamente la defensa de una izquierda liberal y tolerante en lugar de esa corriente de pensamiento iliberal que hoy muchos definen como izquierda. Por lo tanto, no se hablará de izquierda liberal en el sentido estricto del término: en este libro se habla sólo de liberalismo de izquierda.
Iliberalismo e intolerancia
El liberalismo de izquierda ha contribuído mucho al declive de nuestra cultura del debate. La intolerancia de los liberales de izquierda y de los discursos cargados de odio de la derecha son vasos comunicantes: la una necesita a los otros y viceversa, la una refuerza a los otros y viceversa, la una vive gracias a los otros y viceversa. Da igual si se habla de política migratoria, de cambio climático oo de coronavirus, el modelo siempre es el mismo: la superioridad de los liberales de izquierda hace ganar terreno a la derecha.Y cuanto más gritan las campañas denigrantes de esta última, más reforzado en su posición se siente el liberal de izquierdas. ¿Los nazis están contra la inmigración? entonces, en el fondo, en el fondo, ¡cualquier crítico de la inmigración es un nazi!, ¿Los negacionistas de la crisis climática rechazan la carbon tax?, ¡entonces están a la altura de los que critican el aumento de precios de los carburantes y de los combustibles!; ¿Los complotistas defienden fake news sobre la pandemia?, ¡quien considera que el confinamiento es una respuesta equivocada seguramente también esté influenciado por las teorías conspiracionistas! En breve, quien no esté con nosotros es de derechas, es un negacionista del cambio climático, es un conspiracionista…. Ahí está cómo funciona el mundo de los liberales de izquierda.
Hoy, a causa de estas actitudes en el debate, a los ojos de muchos, la izquierda ya no lucha por la justicia, pero sobre todo se trata de su presunción, un estilo de confrontación ante el que muchos se sienten ofendidos, moralmente humillados y rechazados.
En el verano de 2020, 153 intelectuales de varios países, entre los que figuran Noam Chomsky, Mark Lilla, J.K. Rowling y Salman Rushdie, atacaron, en una carta abierta, la intolerancia y el iliberalismo de los liberales de izquierda. Aquí está su acusación: “El libre intercambio de información e ideas (…) se reduce día tras día. De la derecha radical nos lo esperaríamos, pero también en nuestra cultura se difunde cada vez más una atmósfera de censura” Los firmantes de la carta constataban con preocupación “la intolerancia hacia quien piensa diferente, la condena pública y la discriminación, además de la tendencia a transformar cuestiones políticas complejas en certezas morales”. Luego indicaban las consecuencias: “pagamos un precio alto por todo esto: escritores, artistas y periodistas, de hecho, ya no arriesgan nada, obligados a temer por su propio sustento apenas se alejan del consenso común y dejan de seguir al rebaño”1
La derecha y los liberales de izquierda, sin embargo, no se parecen sólo por la intolerancia. También desde el punto de vista de los contenidos, derecha y liberales de izquierda no están en neta oposición. La derecha, en su concepción original, es apoyo a la guerra, al desmantelamiento del Estado Social y a la desigualdad. Son posiciones compartidas por muchos Verdes y por muchos socialdemócratas liberales de izquierda. No es de derechas, sin embargo, decir que se explota a los inmigrantes por el dumping salarial y que no es posible enseñar en una clase en la que más de la mitad de los alumnos no habla alemán, o que también nosotros, en Alemania, tenemos un problema con los extremistas islámicos. Consciente o inconscientemente, una izquierda que rechaza la confrontación realista con los problemas como algo de derechas, es precisamente a la derecha a la que ofrece una excepcional ayuda.
Perder la cohesión.
Quien quisiera entender los motivos del nacimiento del liberalismo de izquierda o del declive de nuestra cultura de la confrontación, debe considerar las causas más profundas de la creciente fragmentación de nuestra sociedad. Debe ajustar cuentas con la pérdida de seguridad y de cohesión vinculada al desmantelamiento de los Estados sociales, con la globalización y con las reformas del liberalismo económico.
En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, se asistió en todos los países occidentales a una larga fase de recuperación económica. Entonces, la mayoría de la población miraba con optimismo al propio futuro y al de sus hijos. Hoy, hablando de futuro, domina el miedo y muchos temen que a sus hijos les vaya todavía peor. Los motivos de preocupación no faltan. Estamos atrasados en el escenario internacional desde el punto de vista económico. Las tecnologías del futuro nacen cada vez más a menudo en otras naciones. La economía europea y la economía alemana se arriesgan a terminar destrozadas en el choque entre China y EEUU. Paralelamente, en los países occidentales han crecido enormemente las desigualdades mientras que las garantías sociales, en caso de enfermedad, desempleo o vejez se han reducido.
Las reglas del juego para los vencedores
Quien se lleva lo peor debido a un capitalismo globalizado y carente de reglas, es sobre todo la llamada gente común. La renta de muchos ya hace años que no aumenta, lo que obliga a estas personas a una lucha sin tregua para mantener su nivel de vida. Si hace unas décadas los hijos de familias desfavorecidas tenían todavía posibilidades concretas de ascenso social, hoy el nivel de vida individual está determinado sobre todo por la familia de procedencia.
Actualmente ganan sobre todo los propietarios de grandes patrimonios financieros y empresariales. Su riqueza y su poder económico y social han crecido muchísimo en las últimas décadas. Entre los ganadores, sin embargo, está también la nueva clase media de licenciados de las grandes ciudades, el ambiente en el que el liberalismo de izquierda se encuentra en casa.
El ascenso social y cultural de esta burguesía es reconducible a los mismos cambios políticos y económicos que han hecho la vida difícil a los operarios industriales y a los empleados del sector servicios, pero también a muchos artesanos y pequeños empresarios. Sin embargo, quien está en el carro de los ganadores tiene otra visión de las reglas del juego, obviamente, diferente de la de aquellos que cogieron la carta perdedora.
Mientras que las diferencias de renta, de perspectiva y de mentalidad aumentaban cada vez más, crecía al mismo tiempo la distancia física. Si hace medio siglo los ciudadanos acomodados y los menos privilegiados compartían a menudo barrio y sus hijos eran compañeros de pupitre en la escuela, la explosión de los precios de los inmuebles y el aumento del precio de los alquileres hizo que hoy los acomodados y los menos privilegiados vivan en barrios diferentes. En consecuencia, han disminuído los contactos, las amistades, la convivencia o los matrimonios que van más allá del propio ambiente social.
En la burbuja de su propia clase.
Es en este aspecto en el que hay que identificar las causas más importantes de la destrucción de la cohesión social y de la hostilidad creciente. Dos personas que vienen de ambientes sociales diferentes tienen cada vez menos cosas que decirse, precisamente porque viven de formas diferentes. Si los burgueses licenciados y acomodados de las grandes ciudades todavía pueden cruzarse en la vida real con alguien menos afortunado, lo hacen sólo gracias al precioso trabajo de mediación del sector servicios, que les puede ofrecer quien les haga la limpieza de casa, quien le lleva los paquetes y quien les sirve el sushi en el restaurante.
Las burbujas no existen sólo en las redes sociales. Cuarenta años de liberalismo económico, de desmantelamiento del Estado social y de globalización, han fragmentado las sociedades occidentales hasta tal punto, que la vida real de muchos ya sólo se mueve en la burbuja en la que se sitúa su propia clase. Nuestra sociedad, aparentemente abierta, está en realidad llena de muros. Muros sociales que, respecto al siglo pasado, hacen mucho más difícil para los hijos de las familias más desfavorecidas, acceder a la instrucción, el ascenso social y la consecución del bienestar. Y también muros de indiferencia, que protegen a quien no conoce otra cosa que una vida de abundancia de quien sería feliz sólo con poder vivir sin miedo al mañana.
Fuera las fracturas, fuera los miedos.
Ahora que la vida se ha hecho mucho más incierta y el futuro más imprevisible, la confrontación política pone en juego una cantidad mucho mayor de miedos. Y que el miedo sea capaz de endurecer el clima de las discusiones nos lo demostró el enfrentamiento sobre la política a adoptar para contrarrestar la pandemia, cuya particular agresividad estaba, naturalmente, vinculada al hecho de que el coronavirus es una enfermedad que puede llevar a la muerte a muchos ancianos y, en determinados casos, también a sujetos más jóvenes. Por el contrario, los largos confinamientos han hecho que muchos temiesen por su propia supervivencia social, por su propio puesto de trabajo o por el futuro de la empresa que gestionaron toda su vida. Quien tiene miedo se hace intolerante. Quien se siente amenazado no quiere discutir, sólo quiere resistir. Es comprensible. La situación se hace mucho más peligrosa cuando los políticos descubren que se puede hacer política, precisamente, alimentando estos miedos. Y no sólo la derecha hizo esta reflexión, con certeza.
Una política responsable debería hacer justo lo contrario, debería ocuparse de eliminar las divisiones y el miedo al futuro y de garantizar más seguridad y protección. Debería introducir cambios que detengan la disminución de la cohesión social y que obstaculicen el inminente declive económico. Un ordenamiento económico en el que la mayoría de los ciudadanos piensa que el futuro será peor que el presente no es un ordenamiento capaz de garantizar el futuro. Una democracia en la que una notable parte de la población no tiene voz ni representación, no puede llamarse tal.
Podemos producir de forma diferente, de forma más innovadora, más ligada al territorio y de forma más sostenible para el medio.Y podemos distribuir lo producido de mejor manera y más meritocrática. Podemos hacer democrática nuestra colectividad, en lugar de dejar que un grupo de intereses para el que sólo cuenta su beneficio decida sobre nuestra vida y sobre nuestro desarrollo económico. Podemos volver a una convivencia positiva y solidaria que, en definitiva, beneficie a todos: a quien en los últimos años han perdido y que hoy tienen miedo al futuro, pero también a quien le va bien, pero que no quieren vivir en un país fracturado que se arriesga a acabar como los EEUU de hoy. En la segunda parte de este libro presentaremos algunas propuestas y la perspectiva de un nuevo camino hacia un futuro común.
Hablar a la mayoría.
Con este libro, naturalmente, he ilustrado también las líneas de separación que en 2019 contribuyeron a mi dimisión como presidenta del grupo parlamentario. No habría escrito ningún libro si está discusión no hubiese ido mucho más lejos de Die Linke, el partido de la izquierda alemán. Para mí es una tragedia constatar cómo la mayoría de los partidos socialdemócratas y de izquierda ha tomado la demente vía del liberalismo de izquierda, que vacía teóricamente a la izquierda de cualquier significado y aleja a grandes porciones de su electorado. Una vía demente que cimienta la centralidad del neoliberalismo pese a que desde hace tiempo, entre la gente, la mayoría está por una reglamentación racional de los mercados financieros y de la economía digital, por mayores derechos para los trabajadores y por una política industrial inteligente, orientada al mantenimiento y a la potenciación de una clase media fuerte.
En lugar de dirigirse a estas mayorías con un programa atractivo a sus ojos, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD, Partido Socialdemócrata de Alemania) y Die Linke han ayudado a AfD a ganar, transformándolo en el “mayor partido obrero”. Aceptaron incluso los Verdes, hasta con sumisión, como vanguardia intelectual y política. Se alejaron así de la posibilidad de formar una mayoría ellos solos.
En este libro se hablará también de todo lo que significa ser de izquierdas en el S.XXI. Un ser de izquierdas más allá de los clichés y de los slogan de moda, lo que para mí también significa preguntarse: ¿qué debe aprender la izquierda de un conservadurismo ilustrado? Creo que las líneas programáticas que se esbozan en la segunda parte son las de un verdadero partido popular y social. Un partido que contribuya no a una ulterior polarización de la sociedad, sino a la revitalización de valores comunes.
Este libro sale en un clima político en el que la cancel culture ha sustituído a la confrontación leal. Lo hago sabiendo que podría terminar también yo cancelada. Sin embargo, en el fondo, Dante, en la Divina Commedia, a los que en tiempos de profundos cambios se “abstienen”, a los “ignorantes”, precisamente les reservó el nivel más bajo del Infierno…
1Die Zeit, 9 julio 2020.
La historiadora belga Anne Morelli publicó en 2001 Principes élémentaires de propagande de guerre (utilisables en cas de guerre froide, chaude ou tiède),[1] inspirado en un clásico de 1928, Falsehood in Wartime de Arthur Ponsonby.[2] Se pueden sintetizar así, a partir de estos dos autores, los principios básicos de toda propaganda de guerra:
Jorge Riechmann, Decálogo de toda propaganda de guerra ..., tratar de comprender, tratar de ayudar 07/04/2025
[1] Principios elementales de la propaganda de guerra: utilizables en caso de guerra fría, caliente o tibia (traducido por Eva Sastre Forest), Hiru, 2001.
[2] Falsedad en tiempos de guerra. Mentiras propagandísticas de la Primera Guerra Mundial (traducido por Yolanda Morató), Athenaica, 2023.
En el seu treball fonamental de 1944, La gran transformació , Karl Polanyi va presentar un argument radical: l'intent utòpic de crear una societat basada en "mercats lliures" autorregulats no només era antinatural sinó inherentment destructiu, i finalment va obrir el camí als règims molt autoritaris —feixisme i comunisme— que semblaven la seva antítesi.
Polanyi va desafiar el supòsit bàsic de l'economia clàssica: que l'economia de mercat és una etapa natural, gairebé inevitable, del desenvolupament humà. Va argumentar el contrari. Durant la major part de la història humana, les economies van estar integrades dins de les relacions socials. Els mercats existien, però estaven subordinats a les necessitats socials, els costums religiosos i les estructures polítiques. El segle XIX va veure una sortida radical: un esforç conscient per separar l'economia de la societat, creant un sistema on la mateixa societat esdevingués un adjunt al mecanisme del mercat. Això requeria una intervenció de l'estat deliberada, sovint contundent; paradoxalment, el poder estatal era necessari per crear el mercat "lliure".
La part central de la crítica de Polanyi és el concepte de "mercaderies fictícias". Els arquitectes del sistema de mercat havien de tractar tres elements fonamentals de l'existència humana: el treball , la terra i els diners , com si fossin béns produïts per a la venda al mercat, com qualsevol altra mercaderia. Polanyi va argumentar que es tractava d'una ficció perillosa:
El treball és simplement activitat humana; tractar-la com una mercaderia subjecta únicament a l'oferta i la demanda ignora els éssers humans les vides dels quals en depenen, provocant la dislocació social, la pobresa i l'explotació.
La terra és natura; sotmetre-lo a la lògica del mercat amenaça el medi ambient, l'estabilitat de la comunitat i les formes de vida tradicionals.
Els diners (concretament, el valor de la moneda) són una creació social i política; tractar-lo únicament com una mercaderia de mercat crea una inestabilitat inherent, amb el risc d'espirals deflacionistes o un caos inflacionista que pot paralitzar les economies i les societats.
Permetre que només el mecanisme del mercat dicti el destí del treball de les persones, el seu entorn natural i el mateix mitjà d'intercanvi va ser, per a Polanyi, una invitació a l'autodestrucció de la societat.Com que la mercantilització del treball, la terra i els diners és inherentment perjudicial per al teixit de la societat i la natura, Polanyi va observar una reacció previsible: un "doble moviment". A mesura que el mercat va ampliar el seu abast (el primer moviment), la societat va generar espontàniament moviments contraris que reclamaven protecció (el segon moviment). Aquestes van prendre diverses formes: lleis de fàbriques, assegurances socials, sindicats, aranzels agrícoles, bancs centrals, tots intents de protegir les persones i la natura dels estralls del mercat no regulat.
Aquest no era necessàriament un projecte socialista conscient; sovint va ser una resposta pragmàtica i ideològica creuada impulsada per la necessitat d'estabilitat social. La gent demanava protecció contra l'atur, la ruïna ambiental i la inestabilitat financera.La tensió entre aquests dos moviments va definir el final del segle XIX i principis del XX. L'empenta implacable per la liberalització del mercat, especialment després de la Primera Guerra Mundial amb els intents de restaurar el patró or (un mecanisme clau per a la mercantilització de diners a nivell internacional), va xocar violentament amb la necessitat de protecció de la societat. Això va crear un estrès social i econòmic immens: atur massiu, crisis agrícoles, pànics financers i un trencament de la cohesió social.
Polanyi va argumentar que el bloqueig i la paràlisi de la societat resultant van crear les condicions per a solucions extremes. Quan els mecanismes democràtics i de mercat no van poder proporcionar seguretat i estabilitat, les societats es van tornar vulnerables a ideologies que prometien ordre i protecció col·lectiva, fins i tot a costa de la llibertat.
La visió de Polanyi suggereix que el fracàs de la utopia del mercat per complir les seves promeses de pau i prosperitat va conduir en canvi a una recerca desesperada d'alternatives. La societat, amenaçada de desintegració pel mercat desencaixat, va buscar la reinserció per qualsevol mitjà necessari.
El feixisme va oferir una forma perversa de protecció subordinant l'economia a la política nacionalista i autoritària, sacrificant la democràcia i la llibertat individual. El comunisme, en la seva forma controlada per l'estat, va oferir una altra solució totalitzadora, abolint completament el mercat però també suprimint la llibertat. Ambdues, segons Polanyi, eren respostes tràgiques nascudes del fracàs catastròfic del projecte de mercat autorregulador per crear un ordre social viable.
Polanyi ens obliga a qüestionar la creença fonamentalista en els mercats autorregulats. Ens recorda que les economies han de servir les societats, no al revés. Ignorar la necessitat d'inserir els mercats en marcs socials i ètics, de protegir les persones i la natura de la seva lògica potencialment destructiva, corre el risc de repetir les crisis que van obrir el camí a les catàstrofes del segle XX.
Philosopheasy, Why 'Free Markets' Needed Fascia & Communism. Karl's Polanyi's Warning, philosopheasy.com 07/04/2025
Entre los muchos factores que alimentan la crisis de la democracia liberal está su propio descuido de la virtud. Frente al republicanismo, que se afana en la construcción de una excelencia civil reconocible, la tradición liberal propugnó una neutralidad social en la que las instituciones y las reglas nos protegieran de nuestros peores excesos. Se promocionaron las normas, pero se descuidaron los hábitos del corazón. Kant llegó a soñar con la posibilidad de legislar para un pueblo de demonios, y no pocos pensadores confiaron en construir una estructura legal lo suficientemente robusta como para protegernos de nosotros mismos.
El problema es que esa arquitectura institucional perfecta jamás podrá resistir la acción decidida de un fanático o un psicópata. El sueño de desmoralizar la política produce monstruos, y hemos olvidado el factor humano a la hora de construir comunidades. Es imposible garantizar una prosperidad política mínima de mano de representantes mentirosos, narcisistas y desleales que están personalmente destruidos. Hace demasiado tiempo que el proceso de selección de élites opera con una lógica perversa y, a menos que volvamos a exigirnos el cumplimiento de algunas virtudes cívicas mínimas, será imposible recuperar el rumbo. Kant se equivocó: ninguna constitución puede ser suficiente para gobernar a un pueblo de demonios. Y cuando el poder lo ocupa el peor ejemplo moral, el colapso deja de ser una posibilidad para convertirse en un destino.
Diego S. Garrocho, Un pueblo de demonios, El País 07/04/2025
La literatura clásica exploró la propensión al descalabro de los poderosos por creerse infalibles, por fallos estrepitosos, por desconexión con el mundo y por megalomanía. Según los antiguos, son precisamente los triunfadores quienes corren más riesgo de perderse, prisioneros de la envidia y la soberbia. En el éxito —creían— anida el germen del orgullo desmedido que conduce primero a la embriaguez de poder, luego a la ceguera y, por fin, a la caída. Una palabra griega describía ese proceso: hybris. Cuando individuos en la cumbre humillan y maltratan por prepotencia a un prójimo al que consideran inferior, los dioses se vengan derribándolos. Así explicaban el ocaso de grandes líderes y el naufragio de los imperios. El historiador griego Heródoto enfocaba la historia como una tragedia que reproducía esa lógica, un drama cuyo argumento era el apogeo y decadencia. Según su visión del mundo, la violencia desencadenada por las potencias arrogantes acaba arruinándolas y creando un nuevo orden, a su vez frágil y de nuevo en peligro.
En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt diagnosticó: “En la era del imperialismo, los hombres de negocios se convirtieron en políticos y fueron aclamados como hombres de Estado, mientras que a los hombres de Estado sólo se les tomaba en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios con éxito (…) La preocupación primaria de ganar dinero había desarrollado una serie de normas de conducta expresadas en diversos proverbios: ‘El poderoso tiene razón’ o ‘Lo justo es lo útil’, que proceden de la experiencia de una sociedad de competidores”.
Irene Vallejo, Craso error, El País 06/04/2025
A la posibilidad de que la IA aniquile a la humanidad, le doy un rango amplio, del 2% al 20%, porque depende de cómo definamos exactamente aniquilación. Una definición extrema sería que literalmente todos los humanos fueran exterminados. Pero una más suave sería que los humanos quedáramos despojados de poder, reducidos a simples piezas figurativas de un sistema. Esta última probabilidad es alta. Deberíamos tratar la IA como un potencial problema catastrófico similar al cambio climático o la guerra nuclear. En el equilibrio delicado entre ataque, defensa y poder estatal, la IA alterará significativamente el statu quo. Por ejemplo, podrían surgir estados totalitarios capaces de vigilar a sus ciudadanos con mucha mayor eficacia. Y quizás en respuesta algunos países europeos más escépticos decidan proclamarse zonas libres de IA.
Daniel Arjona y Joshua Ford, entrevista a Nate Silver: "Trump es conocido por ser notoriamente desleal ...", elmundo.es 03/04/2025
“Es divertida pero siento que alimenta mucho aislarse del mundo, porque no hablas con nadie real”, dice Sunny, de 18 años, usuaria de la app Status AI de Buenos Aires (Argentina). Status AI es un Twitter (hoy X) donde todos los participantes menos el usuario son bots de IA. La red anima al usuario a publicar mensajes y docenas de cuentas falsas contestan como fans o haters. Incluso cuentas que imitan a famosos o medios como BBE (por BBC), o GMZ (por TMZ, web del corazón en EE UU) comentan cada mensaje con un tono real. La experiencia es igual a escribir opiniones o sentimientos propios en X y que generen montones de comentarios, me gustas y seguidores nuevos. Pero todos falsos.
¿Cómo algo así puede interesarle a alguien? “Cuando entras a Status, te lanzan a una red social donde tú eres el protagonista, puedes crear la vida de tus sueños”, dice Fai Nur, fundadora de la compañía detrás de Status. Cada usuario escoge su pasión y empieza a escribir. Al contrario de lo que suele ocurrir en X, hay mucha gente interesada por lo que dice. “Vives una vida alternativa y puedes ser lo que tú quieras, cantante, detective, lo que sea”, dice Laura, de 23 años y de A Coruña. “Y aunque te pueden cancelar, sabes que no es en serio, y tienes interacciones con famosos que en la vida real nunca te prestarían atención”, añade.
Jordi Pérez Colomé, Por qué tiene tanto éxito una red social donde todos son bots ..., El País 05/04/2025
La suposada imatge de Jianwei Xun |
El concepto se desarrolla en el libro Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad, que estará disponible en español a partir del 30 de abril, en el sello Rosamerón, después de su edición original en italiano a principios de año por la editorial Tlon, que probablemente sea también la responsable de la versión en inglés que se puede comprar en Amazon.
Los periodistas argentinos Jorge Fontevecchia y Marcelo Longobardi lo calificaron hace unos días, en su sección en Perfil, como el equivalente de Vigilar y castigar, de Michel Foucault, en nuestra época y como el probable “libro del año”. También se publicaron entrevistas y reseñas positivas en medios italianos, franceses y suizos hasta que el pasado jueves la revista L’Espresso reveló en exclusiva en su portada que Jianwei Xun no existe.
Enseguida Le Grand Continent –un medio francés del Groupe d’études géopolitiques con edición también en italiano y español– publicó la primera entrevista al responsable del avatar o simulacro, revelando que su publicación el pasado 26 de enero de un capítulo del libro, el del análisis del discurso de investidura de Trump, formaba parte de la estrategia del proyecto. ¿Quién eres?, le preguntan. Y responde: “Jianwei Xun es un dispositivo. La creación colaborativa nacida del diálogo entre una inteligencia humana —que lleva el nombre de Andrea Colamedici (…)— y ciertas inteligencias artificiales generativas, en particular Claude de Anthropic y ChatGPT de OpenAI”.
Ha sido el primer gran fake de una nueva época. No hay estadísticas fiables sobre cuántos libros se han publicado que hayan sido escritos total o parcialmente con IA, pero si hace un año Amazon limitó a tres los que un autor puede subir diariamente a la plataforma (más de 1000 al año) podemos deducir que se trata de cientos de miles, sino de millones.Hipnocracia tal vez haya sido el primero en conseguir influencia, en gran parte gracias a su existencia en papel, en librerías, y a su repercusión en prensa. Ha sido una performance elocuente. Y una llamada de atención.
Como el propio título señala, el ensayo versa sobre cómo los gobiernos actuales operan a través de hipnosis colectivas. Su inesperado impacto nos ha recordado que el periodismo cultural, la academia, las bibliotecas, los lectores también participamos de esos trances. El nombre del autor nos sonaba a Byung-Chul Han o Yuk Hui. El título del libro era poderoso. Se podía acceder a algunos de sus pasajes a través de internet, sin necesidad de leer el ensayo completo. Todos esos elementos se inscribían en contextos de legitimación: página web personal, Academia.edu, una editorial, muchos medios de comunicación (sintomáticamente, no Wikipedia, porque sus editores la han blindado contra la posverdad). De modos parecidos se construye la arquitectura de los bulos.
En realidad, todas las cartas estaban sobre la mesa desde el principio. El 14 de diciembre, la prestigiosa revista digital Nazione Indiana publicó, a modo de adelanto, un texto del presunto traductor del libro, el propio y cervantino Andrea Colamedici, en el que decía que el libro “no se limita a retratar el presente, sino que consigue mostrar sus entresijos”. En otras palabras: la existencia del propio Hipnocracia hace la tesis del libro pura realidad. Además, el nuevo libro de Colamadeci, con Simone Arcagni, se titula precisamente L’algoritmo di Babele. Storie e miti dell’IA (Solferino). Y su proyecto editorial, Tlon, que incluye una librería teatro en Roma, rinde homenaje al cuento de Borges cuyas líneas finales dicen: “Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön”.
Jorge Carrión, El aclamado filósofo chino Jianwei Xun no existe, es en realidad una IA, La Vanguardia 06/04/2025
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II
Ayer por la noche, viendo en la tele Mississippi Burning, con un excelente Gene Hackman me vino de repente a la memoria una frase de Indiana Jones en La calavera de cristal: «Hemos llegado a un punto en el que la vida ha dejado de darnos cosas para empezar a quitárnoslas".
III
Hoy, en La Vanguardia:
Fueron millonarios a los veintipocos años, revolucionaron las comunicaciones, crearon redes mundiales de información, abrieron nuevos campos de investigación, exploraron el espacio y levantaron negocios innovadores donde nadie los había previsto. Los magnates de Silicon Valley, los Musk, Bezos, Altman, Larry Page o Seguéi Brin, determinaron en buena medida la cultura del siglo XXI. Y ahora, como dioses menores embriagados por sus sueños cumplidos, se han propuesto crear individuos genéticamente superiores destinados a dirigir la evolución humana, conquistar Marte y, si se presta, criar una nueva raza de inmortales capaces de burlar a la muerte.
Los multimillonarios al mando de los gigantes tecnológicos se dicen muy preocupados por la natalidad. Elon Musk, que tiene catorce vástagos de cuatro mujeres diferentes, sostiene que no hay mayor amenaza para el planeta: “El desplome de la natalidad es, con diferencia, el mayor peligro al que se enfrenta la civilización”, escribió en X tras el nacimiento de Strider Sejar Sirius y Azure Astra Alice, dos gemelos concebidos por fertilización in vitro. Su entusiasmo pronatalista es una de las claves de sus visionarios planes para el planeta: “Tener hijos es salvar el mundo”, tuiteó en septiembre de 2023. No es el único, la mayoría de los gurús de Silicon Valley comparte esa tesis. El fervor por la multiplicación de la especie predicado por estos tecnovisionarios, sin embargo, se desmarca del pronatalismo tradicional, basado en los valores de la familia, los principios morales cristianos y la conciencia de los límites del ser humano. El pronatalismo de Silicon Valley aspira a mucho más. Aspira no solo a que haya más humanos, sino a que estos sean superiores, mejorados en laboratorio por selección genética. Hay quienes tildan tales prácticas de eugenesia, pero ellos lo rechazan, prefieren llamarlo “poligénica”, término que les parece mucho más adecuado para sus objetivos.
Alberto Sotillo, Abolir la enfermedad y tal vez la muerte, fronterad 03/04/2025
Últimamente se habla con frecuencia en los medios de “batallas culturales”, a menudo referidas a las que libra la ultraderecha y el trumpismo. Se habla de echar abajo la “cultura progre”, el “wokismo”, la “hegemonía cultural de la izquierda”, o como Trump de crear un “nuevo sentido común”. Se diría que se han vuelto todos gramscianos, pues se emplean en ello conceptos del gran pensador sardo. Y ciertamente hace ya decenios que la derecha ultra francesa (Nouvelle Droite, A. Benoist) había hallado un recurso teórico en esa obra inestimable que son los Cuadernos de la cárcel. Las batallas culturales no son algo de ahora, no se han dejado de librar desde que el capitalismo es tal. Cuando emergía le fue necesaria toda una pléyade de intelectuales que libraran una verdadera guerra de ideas contra las estructuras culturales antiguas. No hay más que leer el primer capítulo del Manifiesto para ver como Marx y Engels enfatizan esa lucha en la que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. ¿No era la Ilustración, la filosofía, la literatura, la Enciclopedia, el anticipo de la Revolución? ¿No había entendido el mismo Robespierre que la revolución era la realización de la filosofía? ¿No había comprendido todo eso la Iglesia al incluir aquellos malditos libros en su Index librorum prohibitorum?
Para el pensador italiano las grandes crisis económicas no conllevaban una deslegitimación tal del sistema que abriese el camino de la revolución, y la razón de ello había que buscarla en la cimentación que proporcionaba un extenso y ramificado entramado ideológico que configuraba toda una cultura e incluso el propio sentido común. La ideología, pues, jugaba un papel muy relevante.
La ideología actúa continuadamente, pero no siempre adquiere la forma explícita de batalla cultural. Esto lo hace en determinados momentos o periodos, como el que venimos viviendo desde hace mucho tiempo, ahora más intensificado por la irrupción de la extrema derecha en numerosos países de distintos continentes. El acontecimiento de la inmigración masiva, llamada inevitablemente a acrecentarse, ha servido de motivo en la potenciación del par nacionalismo-xenofobia y sus divisiones (dentro/fuera, mismo/otro). Se desencadena el impulso de reafirmación de una identidad propia, en realidad idealmente reconstruida de forma excluyente, que ahora se siente amenazada y clama por el rechazo tanto de la diferencia que procede de fuera, como la nacida en su interior estimada esta como desviación traidora.
La derecha extrema quiere explotar el difuso resentimiento o malestar que tales cambios han generando en algunos sectores sociales: privilegiados del patriarcalismo, agricultores y ganaderos que creen excesivas las restricciones llamadas verdes (plaguicidas, talas, animales protegidos, uso de antibióticos, controles) cazadores, amantes del toreo, gentes de lugares de especial concentración de la inmigración, los incómodos y desorientados de todo tipo ante las nuevas diferencias. Su inquietud será dirigida, pues en contra de esa nueva cultura y de cualquier teoría científica que pudiera servirle de apoyo (relativa a cambio climático, extinción de especies, deterioro de ecosistemas, morbilidad, concepto de raza, etc). No se dejará de alimentar cierto antiintelectualismo en todo ese rechazo.
A ello habría que añadir los teóricos neoreaccionarios del aceleracionismo o de eso que confusamente se ha autodenominado Dark Enlightenment, Ilustración oscura (Land, Yarvin), auténtica antiilustración, por cuanto que consideran oscuro el legado moderno de Las luces y rechazan sin rebozo sus ideales de igualdad, universalismo, fraternidad. En esa tesitura, su propuesta sería la de una intensificación sin límite de la innovación tecnológica y en general de las fuerzas productivas que la revalorización del capital no dejaría de impulsar, la cual arrasaría las viejas ataduras, los sectores sociales e instituciones aferrados a ellas, ante lo que la democracia misma quedaría atrás como forma manifiestamente ineficaz y obsoleta, denunciada como opuesta a la libertad, y el mundo se convertiría en el reino de un modo nuevo de anarcocapitalismo, una sociedad que como complejo tecnoeconómico tendría un gobierno de monarquía absoluta, como el de un CEO director de la gran empresa. Eso es lo que pretenden oponer a lo que Yarvin llama The Cathedral, esto es al entramado institucional y de poder que promovería la cultura hegemónica actual que ellos combaten. No todas estas ideas son coherentes entre sí, hay mucho de cacofónico en ellas, pero en esas semiluces se mueven estos futuristas.
“Libertad… ¿De qué libertad habláis al quejaros porque os hayan encarcelado? Si no hay libertad fuera de la cárcel, no hay diferencia con el interior. Si os quejáis, significa que fuera sí hay libertad. Hay incluso la libertad de decir quiero dividir este país, la libertad y la autonomía no bastan, quiero rebelarme, o cualquier otra cosa. No podéis negarlo. Lo único que os negáis a vosotros mismos es la libertad de hablar sobre la libertad en la que vivís, porque vuestras cabezas, vuestros corazones, vuestros pensamientos, están hipotecados. Esto no sois libres de decirlo. No tenéis libertad para decir que las libertades de las que disfrutáis existen realmente. Al destruiros, tanto a vosotros como a quienes os hacen hablar de esa forma, pretendemos liberaros, salvaros de los separatistas y sus extensiones. Eso es lo que hacemos. Se trata de una tarea muy profunda y compleja” . Naim Sahin, ministro del interior turco (2011)
La locura ridícula de esta argumentación indica las presuposiciones “disparatadas” de lo que solo puede denominarse totalitarismo liberal. Su primera premisa es sencilla: si afirmáis que no hay libertad en nuestra sociedad, no protestéis cuando os priven de libertad, porque no podéis ser privados de algo que no tenéis. La segunda premisa es más interesante: puesto que el orden jurídico existente es el orden de la libertad, quienes se rebelan contra él están de hecho esclavizados, son incapaces de aceptar su libertad. Es decir, se privan a sí mismos de la libertad básica de aceptar el espacio social de la libertad. De modo que, al detenerlos y “destruirlos”, la Policía está básicamente haciéndolos libres, liberándolos de la esclavitud autoimpuesta. Detener y torturar a los sospechosos de rebeldía se convierte de ese modo en “una tarea muy profunda y compleja”, dotada de dignidad metafísica.
Aunque esta línea de razonamiento pueda parecer basada en un sofisma muy primitivo, contiene un cierto grado de verdad: no hay efectivamente libertad fuera del orden social que, al limitarla, le proporciona su espacio. Pero este grado de verdad es el mejor argumento contra el sofisma de Sahin: precisamente porque el límite institucional a nuestra libertad constituye la forma misma de nuestra libertad, es importante cómo se estructura este límite, cuál es la forma concreta de este límite. El truco de quienes ejercen el poder –ejemplificado en el discurso de Sahin– es el de presentar la forma que ellos dan a este límite como la forma de la libertad propiamente dicha, de modo que cualquier enfrentamiento contra ellos es un enfrentamiento contra la sociedad libre en sí misma.
¿No es esta exactamente la forma en la que funciona la libertad prescrita de Trump-Musk-Bezos? Presentan la forma de la libertad que ellos defienden como la forma de la libertad propiamente dicha, de tal manera que cualquier crítica puede presentarse como un ataque a la libertad en sí misma, y Estados Unidos tiene derecho a defenderse contra quienes atacan la libertad con todos los medios necesarios, inclusive haciéndoles perder su trabajo, apartándolos del espacio público y deteniéndolos. Estamos de nuevo en el discurso de Sahin: quienes afirman que no hay libertad en el Estados Unidos de Trump no deberían protestar cuando se les priva de libertad –cuando son despedidos, detenidos o expulsados del país– porque nadie puede ser privado de algo que no tiene.
Quienes atacan a Trump (y a Vance, y a Musk, y a…) están, desde este punto de vista, autoesclavizados de hecho por una falsa noción de libertad. En consecuencia, cuando el Gobierno de Trump reacciona contra ellos, lo que hace básicamente es liberarlos; los está liberando de la esclavitud autoimpuesta y de ese modo obligándolos a actuar como personas verdaderamente libres. Solo se les priva de la “libertad” de socavar los elementos fundamentales de la noción occidental de libertad: en la que incurren cuando exigen directamente, en su lucha contra el racismo y el sexismo, una mayor regulación estatal incluso en nuestras esferas más íntimas… A todo esto deberíamos reaccionar mencionando las diferentes nociones de libertad que abundan hoy; revelando lo que la libertad de Trump pasa por alto; y, como ya hemos visto, demostrando que la libertad trumpista se ve obligada a apoyarse en una regulación estatal más fuerte aún que la de los demócratas. Les extremes se touchent: ¿debería sorprendernos realmente que los trumpistas, los mayores oponentes a la cultura de la cancelación, se acerquen exactamente a hacer lo mismo, pero de una manera mucho más brutal? Exigiendo la inclusión de las libertades, acaban excluyendo despiadadamente aquellas formas de libertad que no encajan en su idea de libertad.
¿Pero cometen el mismo error quienes ahora sostienen que el rearme de Europa contra la amenaza rusa es la única forma de conservar la paz y la libertad? ¿No supone una paradoja similar su lógica de “si quieres la paz, reármate para que otros no se sientan tentados a atacarte”? Definitivamente, no. De igual manera que incluso la libertad de mercado solo puede sobrevivir con una fuerte regulación estatal que impida la aparición de monopolios, la triste verdad es que la paz hay que protegerla a menudo con las armas. Aquí no se impone la libertad por la fuerza. Muy al contrario, la fuerza es necesaria para proteger una libertad amenazada.
Asimismo, el llamamiento europeo al rearme no es solo (ni siquiera principalmente) una medida contra la amenaza rusa; es una medida contra Estados Unidos. Si Europa quiere convertirse en fuerza soberana y autónoma, y dejar de depender del paraguas nuclear estadounidense, tiene que convertirse también en una potencia militar fuerte. Es cierto, como afirma Yanis Varoufakis, que Europa está atrapada en una inercia complaciente: en contraste con Estados Unidos y China, no invierte (en digitalización, en IA… ), está atrapada en la complacencia. Pienso, sin embargo, que las nuevas inversiones militares no constituyen necesariamente un paso hacia la fascistización de Europa. Deberían ayudar también a sacarla de su inercia y activar su renacimiento económico. ¿No hizo exactamente lo mismo Estados Unidos bajo la presidencia de F. D. Roosevelt? El país solo supero verdaderamente la gran recesión después de 1940. Lo hizo mediante la movilización militar, que sirvió para que en 1945 hasta la producción no militar se encontrase en su nivel máximo. Es muy difícil afirmar que Roosevelt fuera un dictador fascista, sin embargo. Europa necesita hoy una movilización para la paz similar a la de Roosevelt. Y los pacifistas de hoy se acercan muy peligrosamente a los pacifistas estadounidenses inmediatamente antes de 1942, fuertemente financiados por la Alemania nazi. El agresor siempre está en contra de la militarización… de su víctima.
Slavoj Zizeck, Paradojas de la libertad prescrita, publico.es 30/03/2025
El idealismo, tal y como lo explica Juan Manuel Aragües (La escritura de los dioses), es la creencia de que primero va la conciencia, las ideas, el lenguaje y sólo después la vida. El “etéreo mundo de nombres” da sentido, orientación y dirección a la vida. El materialismo afirma algo muy distinto: la práctica, la experiencia, tiene un efecto determinante sobre la conciencia. Las prácticas y las experiencias de vida pueden generar nuevas miradas, nuevas ideas, nuevas maneras de pensar.
¿Por qué la derecha lleva la iniciativa en la disputa de las ideas? Podríamos pensar: no sólo porque tenga más dinero, más medios y más talento comunicativo, sino porque las prácticas y las experiencias de vida están de su lado. ¿A cuáles me refiero? A las más diarias y cotidianas: desde el supermercado a la tarjeta de crédito, pasando por el entretenimiento y el turismo, la vida hoy está enteramente organizada por el mercado.
Es decir, el mensaje de la derecha prende porque resuena y sintoniza con los miedos y las esperanzas de una vida inmersa en el líquido amniótico del mercado. La izquierda se ríe altanera de los disparates de Trump o de Ayuso, pero ellos conectan con deseos, formas de vida y lenguajes comunes. La derecha hoy es materialista, tiene las prácticas de vida mayoritarias de su lado. Es un materialismo cínico, un materialismo de lo dado, de lo que que hay, de lo establecido, pero arraigado en lo real.
Si pensamos en clave idealista, el emisor (que tiene la verdad de la teoría o el relato) se dirige a un receptor aislado y pasivo. La comunicación se convierte en un bombardeo de informaciones hacia un conjunto de individuos atomizados, cada cual encerrado en sí mismo y sin relación con los otros.
Es exactamente así cómo el mercado practica la comunicación. La debilidad de la batalla cultural hoy en día, tanto de la izquierda clásica (que quiere convencer) como de la izquierda populista (que quiere seducir), es hacer de la comunicación una práctica de mercado, que presupone un conjunto de consumidores aislados, sin percepción activa, sin conversación o lazos entre sí. Estaciones repetidoras de estereotipos, de memes, de contenidos virales.
Cuando se plantea la batalla cultural, la disputa en el terreno de las ideas, sobre la base del mercado, pensando exactamente igual que el mercado, es el mercado quien gana. La principal debilidad no es que el adversario tenga más dinero, más medios y más expertos influencers, sino que se está copiando su modelo, imitando su eficacia, pensando en espejo, en simetría con él.
Amador Fernández-Savater, ¿Hacia una batalla cultural en clave materialista?, ctxt 29/03/2025
En una sociedad cada vez más individualista y aislada, la IA va adquiriendo protagonismo en nuestro día a día por su rapidez y disposición sin rechistar.
En nuestras casas o en ese universo propio al que tenemos acceso a través de nuestro teléfono, encontramos un refugio vacío lleno de estímulos creados especialmente para cada individuo, accediendo a una visión del mundo sesgada, manipulada y ficticia, compuesta para hacernos pasar más horas haciendo sin hacer, saliendo del paso, intentando solventar la vida. Todo ello deja un regusto de control y poder a golpe de yema, a pesar de que tenemos que consentir una serie de normas que no podemos cuestionar.
Si le preguntamos a ChatGPT qué es ChatGPT, contesta con soltura: “ChatGPT soy yo”. No repara en que es también una suerte de aplicación esclava a la que tenemos acceso aparentemente de forma inocua. En una conversación telefónica, Aurora Gómez, psicóloga sanitaria experta en comportamientos digitales, explica que la IA generativa “cubre nuestra necesidad de que nos den la razón”, un tipo de sirviente por el que no sentimos empatía, que alimenta un “sesgo de confirmación” gracias al cual cada quien recibe lo que quiere oír. Por ello, si estos asistentes nos dan la razón siempre, acceden a nuestras órdenes y practican de forma activa la sumisión, ¿cómo nos relacionaremos con quienes tienes su propia visión de los asuntos? ¿Seremos capaces de soportar que alguien nos diga que no?
Con estos otros aparatos que hemos incluido en nuestro día a día y las aplicaciones que nos interrumpen, lo único que conseguimos es “hablar con nosotros mismos”. También añade durante la videollamada que hoy por hoy “resulta muy fácil utilizar la tecla delete, borrar a la gente y si te veo ni te conozco. La tecnología está teniendo un uso social y cultural para modificar la forma en la que nos relacionamos entre las personas”.
Jacinto G. Lorca, sociólogo y doctorando de la Universidad Complutense de Madrid, nos explica por teléfono que estos nuevos mecanismos “están diseñados para complacer siempre al usuario, ya que responden a la lógica de un capitalismo digital de plataformasque busca que la sociedad use cada vez más este tipo de aplicaciones y así conseguir un beneficio económico para las empresas”. Son tan adaptativos que también pueden tratarnos mal si eso es lo que queremos.
La vida en solitario es cada vez más común: el porcentaje de personas que no comparten casa se ha multiplicado por ocho en los últimos 50 años, según un estudio elaborado por el Observatorio Demográfico CEU-CEFAS. Al mismo tiempo, vemos cómo aumenta la presencia en las redes de memes en los que se elogia a ChatGPT como “el que resuelve todos mis problemas y siempre me trata bien”, a quien acudo cuando “no tengo a quien contarle mis problemas”. Si cruzamos estos dos hechos, puede que en un futuro próximo no necesitemos confrontarnos con nadie, algo que, aunque pueda parecer positivo, no nos traería nada bueno.
Evitar conflictos con quien tenemos cerca conlleva el empobrecimiento de nuestra vida en sociedad. Según Ángeles Gordillo, formadora certificada en Comunicación No Violenta, “si consideramos el conflicto como un síntoma de que tenemos necesidades no cubiertas que debemos atender para buscar estrategias que las tengan en cuenta, el conflicto se convierte en una oportunidad de desarrollo tanto grupal como personal. Gracias a él se crean y mejoran comunidades, porque siempre nos va a dar la oportunidad de escuchar a todas las partes y crear estrategias comunes”.
Para hacer perceptible lo reciente de la aparición del hombre y, eventualmente, lo efímero de su presencia, en ocasiones la divulgación científica recurre a una transposición de las etapas de la evolución del universo al transcurso de una película de tres horas. La vida aparecería treinta minutos antes del final; los animales, apenas cinco minutos antes. ¿Y los humanos? Sólo serían introducidos una porción de segundo, tan ínfima que el espectador no se apercibiría de ello. Supongamos en estas condiciones que una catástrofe acarreara la desaparición de nuestra especie, por ejemplo, en el año 3000. Desde el punto de vista de lo que la ciencia puede describir, el hombre habría sido tan sólo una fracción diminuta en el devenir del cosmos. ¿Fracción insignificante? Vayamos poco a poco. Piénsese que en ella habría tenido cabida el entero transcurrir de la técnica, la ciencia, el arte, la filosofía y... el cúmulo de interrogaciones y respuestas sobre lo que tiene significativo peso y lo que es in-significante.
En cualquier caso, para, digamos, bajarnos los humos, al argumento indiscutible de que en la historia del cosmos la especie humana es sólo un momento (es decir, algo con arranque e inevitable fin) y a la proliferación de noticias contrastadas que, un día y otro, enfatizan nuestro parentesco con otras especies (reforzando las asociaciones que claman por la implementación de nuestros deberes con los animales), se añaden hoy los avances en la llamada «inteligencia artificial»; avances que dejan literalmente atónito y posibilitan la relativización de lo humano por un polo contrapuesto al de la vida, ante el cual los posicionamientos humanistas encuentran a priori inesperadas dificultades.
Víctor Gómez Pin, El ser que cuenta, Barcelona, Acantilado 2025, págs. 9 y 11
“¿Has visto la serie Adolescencia?” Los grupos de familias y las conversaciones entre adultos no hablan de otra cosa estos días. Adolescencia narra la historia de Jamie Miller, un chico británico de 13 años acusado de matar a una compañera de instituto, y refleja de manera impactante la peligrosa relación de los jóvenes con la tecnología. Psicólogos y expertos en redes señalan que la serie ha causado conmoción -es una de las más vistas en muchos países y que Reino Unido se plantea emitirla en los institutos-porque muestra una realidad ante la que estamos cerrando los ojos como sociedad y que evidencia la soledad de los menores en el entorno digital además de la necesidad de diálogo y regulación.
¿Amplifican las redes el bullying y propagan y fomentan la manosfera? ¿Están haciendo algo los padres y los educadores? ¿Es la habitación de un adolescente un lugar seguro?“La serie pone de relieve que no estamos mirando lo suficiente ni en el lugar adecuado”, apunta la investigadora de la Universidad Complutense Elisa García-Mingo. Coautora de varios estudios sobre jóvenes y mundo digital entre los que se encuentra Jóvenes en la manosfera (FAD), García-Mingo cree que hay mirar en Instagram, en WhatsApp, en telegram, tiktok o en discord, que son las plataformas que usan los adolescentes. “Si ves que tu hijo no está bien y a priori todo está bien, hay que indagar en la parte digital”, avisa la investigadora, que advierte que gran parte de la sociabilidad de los jóvenes sucede ahí y que la serie muestra la “vida híbrida”: que lo offline y lo online no está separado, es un continuo en el que “lo uno moldea a lo otro”.
Adolescencia “plantea una consecuencia extrema, pero el substrato es muy habitual”, explica el psicólogo Roger Ballescà, coordinador del Área de Salud Mental Infantil y Juvenil de la Fundació Hospitalàries Martorell y miembro de la junta de gobierno del Col·legi Oficial de Psicología de Catalunya. Este experto, con casi 25 años de experiencia, ha “visto y disfrutado” una serie que define como“impactante” porque invita a pensar. Para Ballescà uno de los puntos fuertes es que hace un “cuestionamiento de dónde están los adultos” y deja en evidencia la falta de autoridad existente en casa y en la escuela. ”Los hemos dejado solos”, lamenta. La historia describe a una familia medianamente estructurada que podría ser “la de cualquiera de nosotros”.También Lluna Porta, portavoz del movimiento Adolescencia Lliure de Mòbils (ALM), ha visto la serie no solo una sino dos veces. “Demuestra que nadie es culpable por si solo, pero que todos somos responsables” del escenario en el que nos encontramos con los jóvenes, asegura Porta, que es también profesora de inglés. La experta tiene dos hijos de 15 y 19 años y el mayor le ha confirmado que se trata de una serie “muy realista”. El mismo input le han transmitido sus propios alumnos. Porta da charlas sobre pornografía y advierte: “Pensamos que los chicos están seguros online y en las redes y no sabemos el daño que les puede ocasionar”.Para la experta, las consecuencias de las redes sociales en chicos que están formando su identidad pueden generar daños importantes. “Los adolescentes se nutren del exterior” y eso también les influye, avisa. “Puedes educarlos con unos valores ideales y que luego se den cuenta de que cuando socializan lo que le han dicho sus padres no funciona”. “Hay una distancia demasiado grande entre lo que les enseñamos en casa y lo que ven que les funciona para ser populares o tener éxito”. “Y solo les falta la manosfera” (webs y foros contrarias al feminismo y que fomentan la misoginia), denuncia la educadora.El psicólogo Roger Ballescà explica que los jóvenes se relacionan en un espacio virtual en el que hay muy poca presencia de adultos y considera que “nos hemos confundido” al creer que un ordenador o un teléfono es un televisor cuando en realidad no tienen nada que ver porque la tele es una ventana y un ordenador es una puerta que te puede llevar a problemas “muy gordos”. Cree que la serie plantea la realidad de que es necesaria una regulación digital y se pregunta que si no dejamos que un niño entre en un sex shop “¿por qué lo puede hacer en Internet?
El adolescente ha tenido siempre un lenguaje y un mundo propio, el problema para el psicólogo es que ahora se da en un espacio “abierto e incontrolable”. Y ahí, avisa, es donde van calando discursos radicales, extremistas y tóxicos como los de la manosfera.
Uno de los puntos clave de la serie y que más ha llamado la atención son los emoticonos con los que se comunican y que inicialmente pasan desapercibidos para la investigación policial a pesar de ser claves en el caso. Esta parte es para García-Mingo relevante y además subraya una cuestión importante: “que hay jergas que los adultos no entendemos”. La representación de la manosfera es “fidedigna” para la investigadora desde el punto de vista que explican que “hay contenidos muy misóginos, deshumanizados y que están disponibles y circulan”. La experta considera que “la vida de barrio es medicina para esta generación” porque evita la sobreexposición a pantallas.
Lorena Ferro, Lecciones de 'Adolescencia', la serie que ha sacudido a los adultos ..., La Vanguardia 27/03/2025
En términos generales, la manosfera engloba foros contrarios al feminismo que promueven la misoginia. Pero esa es la lectura epidérmica. Un análisis más profundo revela que el fenómeno es mucho más amplio y complejo.
El concepto de manosfera ha evolucionado con el tiempo. Apareció por primera vez allá por los años 90 del siglo pasado. En sus inicios, según explica a La Vanguardia Lionel S. Delgado, doctor en sociología y técnico del proyecto Bróders, su contenido no estaba tan radicalizado. “Pero poco a poco, por el declive de los valores, la posmodernidad, la aparición de la identidad trol [comportamientos fomentados por el anonimato y la impunidad], los algoritmos y una vertiente lucrativa se fueron creando espacios que han ido creciendo y se han convertido en una cloaca ideológica cada vez más polarizada”.
En ese crecimiento, Delgado apunta a las plataformas digitales. “Hay que saber que internet ya no es el espacio libre que se creía que era en los 90 y principios del 2000. Hay una especie de oligopolio empresarial. Prácticamente todas las redes sociales pertenecen a Meta. Youtube [Google], por poner otro ejemplo, es un imperio multimillonario”.
Estas empresas –defiende- han detectado que existen contenidos que son muy rentables económicamente y los promueven. “Son los más radicalizados, políticamente conservadores, que apelan a las emociones más fuertes”.No comulga con la idea de que haya sido la irrupción del feminismo la que ha generado el boom de estos posicionamientos virulentos. “Hemos comprado muy rápido la tesis de que al feminismo siempre le sigue una oleada antifeminista. Pero en los años 2018 y 2019, donde el movimiento adquirió mucho músculo, no había un antifeminismo tan fuerte. Incluso hubo hombres que empezaron a cuestionarse gran parte de los rasgos que caracterizan a la masculinidad más normativa”.
En paralelo al feminismo –sostiene-, “se crearon movimientos negacionistas de la violencia de género que tuvieron un gran crecimiento por la intervención directa de las grandes plataformas”, al tiempo que –añade- entraron en acción movimientos geopolíticos provenientes de lo que se conoce como la internacional del odio. “Es decir, grupos fundamentalistas religiosos, de ultraderecha, que dedican mucho dinero para promover las agendas antiabortistas, antiderechos, etcétera”.Una investigación realizada en el 2021 por el Foro Parlamentario Europeo sobre Derechos Sexuales y Reproductivos cifraba en 707 millones de dólares el dinero invertido en los diez últimos años para combatir los derechos sexuales y reproductivos a nivel europeo. “Este dinero va a plataformas como Hazte Oír, el Foro Español de la Familia o directamente a creadores de contenido que han ido alimentando la manosfera”, razona Delgado.
Es verdad –arguye- que hay una especie de malestar masculino que engancha muy bien con el antifeminismo, “pero el megáfono que ha conseguido no se debe simplemente a los jóvenes radicalizados, o a que los hombres sean más machistas, sino a unos movimientos económicos y políticos muy importantes”.Hay jóvenes que acuden a este contenido buscando respuestas a ciertas preguntas porque no hay espacios alternativos para ellos, esgrime. “Y esto se da en un contexto de desaparición de espacios físicos donde compartir, el aumento de la soledad como problema social y la hiperdigitalización de la vida, que hace que, cada vez más, los vínculos pasen más por internet que por el cara a cara". Por eso es importante para muchas personas encontrar espacios de pertenencia e intercambio, sostiene.
En el concepto de la soledad pone el acento Ritxar Bacete, antropólogo, trabajador social y coordinador de Equimundo, centro de masculinidades y justicia social en España. “Si hacemos un análisis mínimamente riguroso, veremos que los jóvenes que están abrazando estos valores reactivos están muy solos, tienen miedo, una psicología muy frágil y una escasa red emocional”.Entiende que nuestra responsabilidad radica en mirar más allá para poder acompañarles: “Les hemos abandonado o no les hemos atendido bien”. Explica que, el pasado mes de noviembre, realizaron unos talleres en varios institutos catalanes donde crearon mapas conceptuales a través de la percepción que chicos y chicas tienen sobre aspectos como la igualdad o el feminismo. “Un joven me dijo que el feminismo era odio, venganza e injusticia. Sin embargo, para la mayoría de las chicas era movimiento, manifestación, vida… O sea, hay una brecha muy importante entre la percepción que tienen ellas y ellos de la realidad”.
Al segregar a los grupos por género, pudieron observar la magnitud de esa brecha. “Con los grupos de chicas puedes hablar, dialogar, hay diversidad de opiniones… Con los chicos, no obstante, no puedes ni siquiera conversar porque son incapaces de estar sentados en una silla escuchando e intercambiando ideas”.Y no solo eso. Afirma que en el 100% de los talleres fueron testigos de situaciones en que los chavales se maltrataban entre ellos. “Esto no va solo de una reacción frente a la igualdad, sino que hay una ruptura de los elementos básicos que conforman una buena convivencia. Usan la violencia como una forma de expresión de la autenticidad del hombre haciendo daño a otros compañeros, algo que es muy grave. No es solo contra las mujeres, sino contra ellos mismos, otros chicos y contra el mundo”.
Al preguntarle cuál es la puerta de entrada a este universo reaccionario, donde convergen varios movimientos, como los incels (contracción de la expresión inglesa involuntary celibate –celibato involuntario-, que hace referencia a personas que muestran dificultades para tener una relación sexo-afectiva con una mujer, lo que lleva al resentimiento y a la misoginia), no duda en la respuesta: la soledad. ¿Cuánto tiempo pasan los chicos jugando solos en sus habitaciones a videojuegos altamente violentos?, se cuestiona. Es en esa puerta de acceso, explica, donde les aparecen mensajes del tipo: ¿Quieres ligar? ¿Tener éxito? ¿Ser millonario?“Esos mensajes les llevan a determinadas webs relacionadas con las redes sociales y blogs de influencers que muestran una forma de vida de la que, estos últimos, sacan rendimiento económico”, arguye Bacete. “Cuando tú estás ganando mucho dinero en cubrir el hueco de la soledad y la insatisfacción que tienen muchos jóvenes, inviertes muchos euros para que este colectivo termine en tu blog o en una red determinada”.
Defiende que la evidencia empírica demuestra que esta situación no genera bienestar a estos chavales. “Una cultura del odio que te hace mirar hacia fuera, donde la salida es que te conviertas en un macho alfa, que machaques tu cuerpo para tener un determinado físico pensando que ahí está el atractivo, que tengas una ideología de confrontación en lugar de construir la propia… Podrían reivindicar el bienestar de los hombres, se puede hacer. Hay movimientos que lo hacen, pero no se basan en el odio”.Al final –continúa-, “les prometen la idea de que van a ver la realidad, una realidad distorsionada, donde piensan que hay una confabulación que va en contra de ellos”. Y como decía Rousseau, recuerda Bacete: el odio se apoya en el miedo, y el miedo es uno de los capitales políticos que genera mayor posibilidad de manipulación. “A los incels no los veo como víctimas de la manosfera, pero sí desde una mirada compasiva, pensando que muchos de ellos empiezan muy pronto y no dejan de ser jóvenes. Debemos tener una mirada responsable como sociedad adulta”, remata.
Para Lionel S. Delgado, hay dos clases de manosfera. Por un lado, la más dura, con un discurso antifeminista radicalizado y cuyos referentes serían, a nivel internacional, Andrew Tate (un polémico influencer británico-estadounidense de ultraderecha, exluchador de kick-boxing) y, en clave español, por ejemplo, Sergio Candanedo (Un Tío Blanco Hetero). Y, por otro, “una mucho más mainstream y que engloba a los creadores de contenido (coaches motivacionales, sin ir más lejos) con millones de seguidores y que van difundiendo de manera indirecta los valores antifeministas y ultraderechistas, pero que en primera instancia divulgan discursos más motivacionales: hablan de criptomonedas, rutinas de gimnasio o estilo de vida”. Esta especie de funcionalidad cotidiana “es fundamental para entender por qué es tan útil e identitario este mensaje”.En este tipo de manosfera, entendida como un espacio de hombres que reproducen una cultura masculinista, Delgado incluiría a Amadeo Lladós, coach motivacional conocido como Llados, con una legión de seguidores. Y Bacete a MrBeast: “Los chicos, por encima de superproducciones megamillonarias de Netflix, ven las aventuras de este youtuber, que tiene avión privado y representa una forma de vida que los jóvenes saben que, en el fondo, es inalcanzable”.
¿Cómo frenar la manosfera? Creando discursos alternativos. Y en eso están tanto Bacete como Delgado. “La tarea que nos queda es empezar a crear espacios de intercambio con contenido y una mirada más ética”, asevera este último, que lo intenta hacer desde el proyecto Bróders. “Si no lo hacemos, son estos influencers tóxicos los que acaban llenando ese vacío”, concluye Bacete, que hace lo propio desde Equimundo.
Josep Fita, Las caras de la 'manosfera', La Vanguardia 05/04/2025
Quan Heidegger parlava de tecnologia, no només parlava de màquines o aparells. Li interessava la seva essència, la manera subjacent de pensar i revelar que la tecnologia encarna. Per a Heidegger, la tecnologia no és neutral; és una manera específica de revelar la veritat sobre la realitat, una manera de presentar les coses a la presència. Aquesta forma tecnològica moderna, però, és fonamentalment diferent de les formes anteriors de fabricació i elaboració.
Al cor de la crítica de Heidegger hi ha el concepte de Gestell , sovint traduït com 'Enframing'. Enframing és la mentalitat generalitzada imposada per la tecnologia moderna que desafia la natura i la realitat per revelar-se únicament com a recursos que cal ordenar, optimitzar i controlar. És un marc que preconfigura com ens trobem amb tot, exigint que es presenti com a quantificable i explotable. El món, a través de la lent d'Enframing, es converteix en una reserva gegant que espera la manipulació humana.
Quan l'Enframing domina, tot el que està al seu abast es redueix al que Heidegger va anomenar Bestand , o "reserva permanent". La natura ja no es percep principalment com una font de meravella o de ritmes cíclics, sinó com una font d'energia (carbó a terra, un riu embassat per poder). El temps es converteix en un recurs que cal gestionar i optimitzar per a la productivitat. Els mateixos éssers humans corren el risc de ser vists com a "recursos humans" o punts de dades, valorats per les seves mètriques d'utilitat, eficiència o implicació en lloc del seu valor intrínsec. Tot està perpètuament disponible, llest per ser desplegat, mesurat i millorat.El perill suprem que Heidegger va identificar no són necessàriament els robots fugitius o la destrucció del medi ambient, tot i que aquestes poden ser conseqüències. El perill més gran és que l'enquadrament es converteixi en l' única manera de percebre la realitat, ocultant tots els altres modes de revelació. Amenaça de fer-nos oblidar l'Ésser mateix: el misteri, la donació, els aspectes inmanipulables de l'existència. La techne grega antiga , per exemple, abastava no només l'artesania sinó també l'art i la poesia; era una manera de "produir" ( poiesis ) que treballava *amb* la natura, permetent que les coses emergeixin segons la seva pròpia essència, en lloc de desafiar-les violentament com a mers recursos. L'enquadrament eclipsa aquesta manera més suau i receptiva de relacionar-se amb el món.
"L'essència de la tecnologia no és en cap cas res tecnològic".
- Martin Heidegger
Aquesta mentalitat tecnològica exigeix constantment càlcul i control, deixant poc espai per a la contemplació, la meravella o simplement deixar que les coses estiguin.
Les preocupacions de Heidegger ressonen poderosament avui dia. Penseu en les xarxes socials: les relacions sovint es redueixen a nombres de seguidors i mètriques de participació (m'agrada, comparticions). Les fonts algorítmiques cura la realitat, presentant una versió optimitzada per a la captura de l'atenció, bàsicament ordenant la nostra percepció. La cultura de la productivitat ens empeny a tractar el nostre temps i energia com a recursos que cal maximitzar, sovint conduint a l'esgotament. El moviment del "jo quantificat" fomenta el seguiment de tots els aspectes de la nostra vida: passos, son, estat d'ànim, convertint la nostra mateixa existència en dades per analitzar i millorar. Els nostres telèfons intel·ligents són potents conductes per a Enframing, exigeixen constantment la nostra atenció i emmarcan les nostres interaccions mitjançant aplicacions dissenyades per a l'eficiència i el consum.
Philosopheasy, Heideger's Warning: How Technology Secretly Reshapes Your Being, philosopheasy.com 04/04/2025
I
Días de ajetreo y amistad, de descubrimientos y reencuentros; de viejos y de nuevos amigos... incluso de algún amigo a punto de estrenar. Mientras tanto en España llueve. Fui a Alicante y llovía; llegué a Sevilla y estaba lloviendo; la dejé y seguía lloviendo. Pasé por Zaragoza, y no paraba de llover. ¡Pero qué espectáculo cruzar Sierra Morena en esta incipiente primavera. Se notaba la tierra empapada de agua, que dejaba la que le sobraba de reserva en la superficie, formando numerosos pequeños lagos. Esta primavera será espectacular.
II
El miércoles 2 me publicaron este artículo en la "tercera" de ABC, y yo, obviamente, tan contento.
III
Pasé por Zaragoza a hablar de «El extraño caso de las rodillas impolutas de los niños» y me explayé defendiendo la necesidad que tienen los niños de juego libre y arriesgado.
IV
Esta mañana, médicos. Y estando en la sala de espera me ha llegado una invitación para participar como jurado en una especie de festival cinematográfico en torno a las emociones.
V
Esto le he escrito a la persona (por otra parte gran profesional y buen amigo) que me ha invitado:
«Estoy harto de los discursos sobre salud mental y emocional. Los considero el mal del que se creen cura. Estoy totalmente en contra de la psicologización emotivista de la infancia. El mundo se ha llenado de terapeutas, mistagogos, coaches, sanadores, vendedores de crecimiento personal, psicólogos positivos, abraza-árboles y afines. Hemos entrado de lleno en la cultura del sentimiento del propio sentimiento, es decir, del narcisismo herido. Nadie se evalúa por sus acciones, sino por las emociones que siente cuando actúa en el teatro de su autoestima. Freud resumía esta nueva situación con la historia de un joven que habiendo matado a su padre y a su madre, se dirigió al juez cuando éste se retiraba para dictar sentencia, con estas palabras: «Señor juez, no olvide que soy un pobre huérfano».
Estoy harto del uso y abuso del término «emocional» y del consiguiente estímulo de la incontinencia emocional. En nombre de la salud mental y emocional estamos huyendo constante de todo lo que nos resulta ingrato. Estamos sometiendo a la infancia a una “narrativa” de enfermedades y malestares que acaba haciendo atractivo el propio malestar. Si no estás frustrado por algo, no eres nadie. Ya no hay niños traviesos. Todo comportamiento infantil ha sido traducido al lenguaje terapéutico, corriendo los riesgos inherentes a las profecías autocumplidas. La expansión del diagnóstico clínico nos está invitando a sentirnos mal, hasta el punto de que sentirse mal se ha convertido en un ingrediente imprescindible de la identidad de muchas personas.
Volviendo a Freud, deberíamos recordar lo que consideraba prudente esperar del psicoanálisis: la transformación de un miserable neurótico en un infeliz banal.
Yo aspiro a que mis iguales, los infelices banales, nos reconciliemos con los malestares inherentes al hecho de estar vivos y a que amemos cada vez más nuestras heridas triviales. Nosotros, los mediocres, debemos amar nuestras mediocridad y no permitir que nadie nos la cure.
Un simulacre és essencialment una còpia, un signe o una representació. Baudrillard argumentava que en la societat postmoderna, aquests simulacres han experimentat una evolució preocupant, deslligant-se progressivament de qualsevol fonamentació en una realitat original. Va descriure quatre etapes de la imatge o signe:
1. Reflex d'una realitat bàsica: El signe és una còpia fidel, com un mapa que representa amb precisió un territori.
2. Enmascarar i pervertir una realitat bàsica: el signe comença a distorsionar la realitat, deixant entreveure alguna cosa real però tergiversant-la, com un mapa una mica inexacte.
3. Enmascarar l'absència d'una realitat bàsica: el signe pretén ser una còpia d'alguna cosa real, però l'original ja no existeix o no va existir mai. Penseu en el carrer principal de Disneyland, als Estats Units, que representa una petita ciutat idealitzada que potser mai no ho va ser.
4. No guarda cap relació amb cap realitat: el signe és el seu propi simulacre pur. No copia, distorsiona ni tan sols emmascara una absència; crea una realitat pròpia: una hiperrealitat.
La hiperrealitat és la condició que sorgeix d'aquesta etapa final. És un estat on implosiona la distinció entre el real i la simulació. Més que difuminar les línies, la simulació es converteix en la força dominant, sovint sembla més convincent, més atractiva i, finalment, preferida a l'original. Vivim en un món saturat de models, simulacions i signes que no només representen la realitat sinó que la constitueixen activament. L'hiperreal sovint és més net, més previsible i més estimulant que l'experiència autèntica.
De manera crucial, Baudrillard va introduir el concepte de precessió dels simulacres . Això vol dir que la simulació ja no ve després del real com una mera còpia; en canvi, la simulació precedeix i configura el real. El mapa passa ara per davant del territori. Penseu en com es dissenyen els productes de consum basant-se en simulacions d'investigació de mercat, com les campanyes polítiques elaboren imatges basades en dades d'enquestes i grups de discussió, o com la cobertura de les notícies es pot centrar a construir una narrativa convincent en lloc de simplement informar d'esdeveniments. Les tendències socials, els desitjos i fins i tot la nostra comprensió del món es generen cada cop més pels models i simulacions de mitjans en què estem immersos.
Estem, com podria suggerir Baudrillard, vivint al "desert de la realitat": un paisatge on la realitat autèntica ha estat substituïda per capes sobre capes de simulació? Considereu exemples moderns:
Mitjans de comunicació: La cobertura informativa les 24 hores del dia, els 7 dies de la setmana, presenta la realitat o construeix una narrativa hiperrealista impulsada per les valoracions, les agendes polítiques i la necessitat d'un estímul constant?
Plataformes socials: perfils seleccionats, cultura d'influencers, fonts algorítmiques: reflecteixen vides genuïnes o creen versions idealitzades i simulades amb les quals ens comparem?
Reality TV: els escenaris amb guió, els conflictes manipulats i les línies de temps editades presenten una versió augmentada, sovint dramàtica, de la vida que no s'assembla gaire a l'experiència sense mediació.
Sistemes econòmics: els mercats financers sovint operen amb especulacions, algorismes i models abstractes separats de la producció tangible de béns i serveis.
A mesura que aquestes simulacions proliferen, les línies es difuminen completament. Què passa amb el significat, l'autenticitat i la veritat quan la còpia esdevé indistinguible i fins i tot preferible a l'original?
Baudrillard no ofereix una via d'escapament fàcil de l'hiperreal. No necessàriament donava una solució, sinó un diagnòstic crític de la nostra condició. El seu treball no pretén guiar-nos de nou a una realitat pura i perduda (que, segons podria argumentar, mai va existir de veritat tal com l'imaginem). En canvi, serveix com a lent potent, que ens insta a analitzar críticament el món profundament mediatitzat que habitem.
Demana preguntes crucials: fins a quin punt les nostres pròpies vides, creences i desitjos estan modelats per simulacions? Com podem conrear l'autenticitat en un món saturat de còpies? Quin valor hem de donar al "real" sovint desordenat i imperfecte quan l'hiperreal ofereix alternatives tan seductores? Reconèixer la simulació, fins i tot si no podem escapar-ne completament, és potser el primer pas cap a un compromís més conscient amb la complexa realitat per la qual naveguem.
Philosopheasy, Hyperreality: Are We Living in a Media Simulation? Jean Baudrillard, philosopheasy.com 03/04/2025
Para los ideólogos chinos, minzhu (‘democracia') no significa convocar elecciones, sino gobernar en interés del pueblo. Sostienen nen que la buena gobernanza es una fuente de legitimidad mayor que las elecciones libres. El auténtico debate no está entre democracia y autoritarismo, sino entre buena y mala gobernan-za. El sistema chino no es una democracia liberal, pero tiene una buena gobernanza. Las democracias occidentales sufren en cambio una mala gobernanza, paralizadas por las frecuentes elecciones y por el enfrentamiento entre posiciones políticas contra-puestas. Antes de ser ministro de Asuntos Exteriores, Lin Gang fue embajador en Washington, donde en un discurso señaló que «si un sistema es o no democrático depende de si es capaz de representar los intereses generales del pueblo, y de si éste se muestra satisfecho. La democracia no es un objeto decorativo: debe funcionar bien». Joe Biden comentó después de una entrevista con Xi Jiping que éste le había dicho que las democracias no podrán sobrevivir en el siglo xxI, porque los cambios se mueven tan deprisa que no serán capaces de manejarlos. Añadió que las democracias requieren consenso, y lograrlo exige demasiado tiempo y esfuerzo. Según Biden, «Xi no tiene un solo hueso democrático en su cuerpo».
Rafael Dezcallar, El ascenso de china
Siempre he pensado en Europa como en un archipiélago
cultural, o como una capa más de la atmósfera, de la que respirara ideológicamente
todo el globo. No diría, en este último caso, que Europa haya proporcionado siempre
el aire más puro, ni que no haya sido en muchas ocasiones un huracán
destructor, pero no ha habido otra cultura en los últimos quinientos años que
haya esparcido su simiente – sus valores, su filosofía, su ciencia, su arte,
sus instituciones, sus bancos… — como lo ha hecho Europa.
Hoy, sin embargo, Europa empieza a parecer un islote perdido, un volcán extinto, una brisa que hubiera cruzado media docena de siglos para, al cabo, detenerse y cambiar de dirección. Europa comienza a ser algo pequeño y venerable, como ese clásico que se cita sin hacerle demasiado caso o incluso sin haberlo leído. Todavía un oasis de libertad y bienestar, Europa corre el riesgo de convertirse, de forma irreversible, en una pieza de museo.
Pero fíjense que incluso así, como pequeño oasis o pieza de museo, el ideal de mundanidad gozosa, riqueza, justicia y racionalidad crítica que, desde los antiguos griegos, inspira nuestra cultura, sigue siendo enormemente influyente y, por ello, peligroso. Y las pruebas son las amenazas de Putin o la hostilidad abierta del gobierno de Trump. Al fin: ¿Qué autócrata u oligarca no teme la existencia de un ecosistema político en el que la seguridad y la riqueza privada logran convivir con un estado de bienestar y unas cotas de libertad como jamás ha visto el mundo?
Es cierto que buena parte de esos logros se han conseguido saqueando otros países. ¿Pero qué otro imperio expoliador ha dado tan buena cuenta del botín? ¿O qué otro reino de ladrones – como lo son todos – se ha permitido el lujo de criar una estirpe de críticos – filósofos, literatos, activistas… – dispuestos a descubrir y denunciar las tropelías del poder? Yo no conozco ninguna otra cultura en la que – por ejemplo – se pague a tipos como yo – profesor de filosofía en la educación básica – para cuestionar críticamente, hasta su misma raíz, las ideas, valores y acciones de aquellos que le mantienen.
Pues bien, mientras el bárbaro de aquella maravillosa «Historia del guerrero y la cautiva» de Borges cambiaba de bando al quedar prendado de la belleza de la Rávena que pretendía arrasar, aquí, una cantidad no despreciable de europeos se ha sumado a la barbarie ciega de aquellos para los que los derechos laborales, las pensiones, las prestaciones sociales, la sanidad y la educación públicas, la libertad de expresión, la posibilidad de elegir y deponer a los gobernantes, la pluralidad moral, la tolerancia religiosa, o el pensamiento crítico, resultan una amenaza existencial intolerable.
Estos bárbaros quintacolumnistas son la ultraderecha europea, o casi toda ella, tontos útiles y serviles de Trump o Putin y negacionistas del proyecto europeo. A esos bárbaros y a sus jóvenes cachorros – sobre todo a estos –, les debemos un buen rearme educativo en valores y ciudadanía europea; una educación que abunde en todo lo que nos define: el diálogo crítico, la argumentación racional, la reflexión sobre nuestros propios valores, y los conocimientos científicamente objetivos. Dudo que nadie que pase de verdad (y no de manera retórica e impostada) por una educación así pueda no ver a Europa como a la Ravena que sedujo al bárbaro del cuento de Borges.
I
Hoy la lectura del evangelio ha sido la del hijo pródigo, uno de los textos más bellos del nuevo testamento... a pesar de que habla de «las malas mujeres».
II
Le acabo de escribir a B. que la oración -en concreto la que pide por la salud de una amiga- tiene dos posibilidades y las dos son hermosas. La primera es que haya Alguien que. nos ama recibiéndola. La segunda, que no haya nadie y entonces estamos enviando al infinito mensajes en una botella que desaparecerán al ser atraídos por la fuerza gravitatoria de una estrella.
III
Hemos tenido un día magnífico, pero ya se anuncian nuevas lluvias. La primavera está llegando esplendorosa. Los campos están verdes y con abundantes flores silvestres y los pinos estrenan sus verdes nuevos.
La alternativa, no sé por qué razón, era la siguiente: "¿Los piratas o la vida?"
Quien tenía la respuesta era mi suegro. Después de pensarlo mucho, me dijo: "¡Vas a morir!"
Si moría yo, no vendrían los piratas.
Pero vinieron los piratas y mi mujer me dijo: "Mi padre aseguró que morirías para prepararte para esto".
Entonces mi suegro me dio un florete para luchar contra los piratas. Yo no sabía manejarlo. No tenía ni idea. El primer pirata que me encarase acabaría con mi vida, de eso estaba seguro. Y ya estaban desembarcando.
Este ha sido el extraño sueño que he tenido esta noche. Tal cual.
Es raro, sí, pero para rarezas las de la vigilia. Esa ministra que parece tan orgullosa de decretar, entre aplausos de los suyos, el fin de la presunción de inocencia me da más miedo que los piratas.
La democracia no se erosiona tanto por el contenido, por las políticas que llevan a cabo los gobiernos, como por las formas, porque se maltratan los procedimientos, especialmente aquellos que permiten la configuración de alternativas. Este ataque puede ser físico o verbal, desde el asalto a las instituciones cuando se han perdido las elecciones hasta declarar ilegítimo al gobierno que simplemente no nos gusta. La democracia requiere una peculiar cultura política que se deteriora cuando una parte de la sociedad considera que quienes no comparten la propia visión pueden ser excluidos del campo de juego, cuando se arroga una representación que no le corresponde (la del pueblo entero y no de una parte), si trata a los adversarios como enemigos, si plantea sus opiniones políticas como no susceptibles de transacción y compromiso, cuando extiende demasiado el perímetro de sus convicciones no negociables o abusa de las disyuntivas y las incompatibilidades.
El respeto a los adversarios es necesario para que, ganen o pierdan, formen parte de nuestra comunidad política. Y la primera forma de respeto consiste en que las elecciones proporcionen iguales oportunidades a todos los que aspiran a gobernar. Esos procedimientos pueden estar viciados de manera que excluyan sistemáticamente a unos, pero también ocurre que, siendo justos los procedimientos, son impugnados por aquellos que han perdido y sin más razones que el desagrado de haber perdido. Una de las propiedades más importantes de la democracia es que, más allá de la mera existencia de la oposición, se asegure la lealtad de quienes deseaban otro Gobierno, de manera que sus decisiones —por muy contrarias e incluso equivocadas que les parezcan— sean consideradas vinculantes y legítimas también por parte de quienes no están a favor del Gobierno. Se trata del llamado “consentimiento de los perdedores”. Las decisiones mayoritarias tienen legitimidad, pero una democracia exige también que tales decisiones puedan ser consideradas vinculantes por quienes están en desacuerdo con su contenido.
Estamos hablando del clásico esquema gobierno/oposición. Ahora bien, con la irrupción de ciertos actores aparece una oposición que no se ajusta a la normalidad del proceso político; es una oposición interna y externa a la vez: ocupan escaños en nuestros parlamentos, pero revientan la conversación; están dentro de las instituciones de la Unión Europa, pero pretenden el retorno de los viejos Estados soberanos; se dicen parte del mundo libre (de eso que llamábamos “Occidente”), mientras ceden poder a los plutócratas interiores y pactan con los imperialistas exteriores. ¿Cómo activar la resistencia democrática ante una amenaza que se presenta en nombre de la democracia y en el seno de la democracia?
Si estamos de acuerdo en que la erosión de las democracias procede de que no hay una cultura política que reconoce legitimidad a los ganadores y a los perdedores, a los primeros para gobernar con limitaciones y a los segundos para oponerse aceptando la legitimidad de quienes gobiernan, entonces la cuestión acerca de qué hacer con la extrema derecha requiere una estrategia sofisticada: no puede consistir en su mera exclusión. Ciertas formas de confrontación hiperventilada con la extrema derecha pueden proporcionar alguna ganancia en el corto plazo, pero terminan dañando ese juego de limitaciones recíprocas sin el cual la democracia no puede sobrevivir. Plantear las cosas así es ofrecer un terreno muy favorable a las opciones políticas antidemocráticas. Una defensa democrática de la democracia no puede agotarse en el combate contra sus enemigos; su exclusión a la hora de configurar gobiernos bajo la forma de las “líneas rojas” no es más que un arreglo provisional. Una solución democrática y duradera (todo lo estable que una democracia permite) solo puede provenir, en última instancia, de la recuperación de quienes votan a esas opciones tan inquietantes; la defensa democrática de la democracia consiste en restar plausibilidad a quienes la erosionan con argumentos que apelan tramposamente a ella o abogan sin más por encontrar fuera de la democracia soluciones a los problemas de la gente. La torpeza de las soluciones que plantean no nos exime de abordar los problemas para los que las extremas derechas son una pésima solución.
Daniel Innerarity, Cómo defender la democracia de sus enemigos internos, El País 24/03/2025
He de decir que hablar de surrealismo hoy es una cuestión que me genera cierta inquietud, porque llamarse surrealista en 2025 es como llamarse cruzado, carlista o podemita: una cosa anacrónica. Me encuentro gente que insiste en hacer hoy lo que hacían los surrealistas, como si fuera algo revolucionario: criticar a la Iglesia, meterse con España o enseñar las tetas. Pero la realidad es que por defecto ya nadie cree a los curas, la crítica a España siempre es por motivos equivocados, y de nada sirve denunciar la doble moral con más doble moral. Ello no quita que detrás haya instituciones aún poderosas, y que mirarlas con mal ojo pueda significar que te lleven preso, sí, pero en nada de eso hay revolución, sino cansineo, sentimentalismo y autocomplacencia. Y ello ocurre porque el surrealismo tuvo éxito: sus propuestas han permeado en mayor o menor medida el pensamiento occidental. Por eso las cosas con las que tenía sentido escandalizar en 1924 eran distintas en 1955, y más aún lo son en 2025.
El éxito del surrealismo significó su muerte, porque el movimiento fue necesariamente minoritario en su concepción: su propósito era retar las convenciones sociales y traspasar la moralidad por medio de la imaginación. El escándalo, cuando ocurría, venía por añadidura, como un subproducto de esa actividad. El surrealismo llegaba al gran público solo a través de él, mediado y ampliado por los guardianes de la moralidad de turno. El mejor ejemplo de ello es L’Âge d’or, la película de Buñuel y Dalí de 1930, que ya se metió con la Iglesia y con Francia e hizo cosas mucho más arriesgadas que enseñar las tetas (mejor ver). Pasó la censura por un soborno para luego ser prohibida durante años porque los periódicos la retrataron como inmoral, pero ello permitió a la sociedad francesa conocer por fin a ese pequeño grupo de degenerados que quería que todo saltara por los aires.
Se sabe con exactitud la fecha y el lugar de la muerte del surrealismo. Fue el 5 de febrero de 1934 en casa de Breton. Murió asesinado. Allí se celebraba el juicio contra Dalí, como antes se había celebrado contra tantos otros surrealistas descarriados. A diferencia de los anteriores, en esta ocasión el pintor derribó al surrealismo con las propias fuerzas que éste había desatado. Regurgitó el producto descarnado de su inconsciente, que era muy rico y no conocía el pudor: habló de la carnosidad comestible de Hitler, sus cuatro huevos y seis prepucios, o el espectáculo único y grandioso de los campos de concentración nazis. Salvador encarnó el nombre que traumatizó su infancia: dejó tras de sí el cuerpo desahuciado del surrealismo para regalar su revolución espiritual a los filisteos. Poco a poco el escándalo surrealista dejó de ser posible para dar paso al glamour surrealista.
Treinta años después, cuando Breton pronunció esa frase (según Buñuel), los deudores directos del surrealismo eran los situacionistas. Lo primero que hicieron fue renegar del surrealismo de su época al mismo tiempo que exaltaron el de 1924. “El éxito del surrealismo reside para muchos en que la ideología de esta sociedad, en su faceta más moderna, se sirve abiertamente de lo irracional y de los residuos surrealistas”, escribe Guy Debord en 1957. En otro texto de 1958 pone un ejemplo: el descubrimiento subversivo de la escritura automática es usado por los empresarios con el nombre de “brainstorming”, de modo que los empleados se sienten escuchados, y así se convierte en “una vacuna contra el virus revolucionario”.
Efectivamente, los métodos de investigación del inconsciente que los surrealistas emplearon para crear, explorar y retar las percepciones comunes fueron rápidamente cooptados por la mecánica del sistema. La publicidad no tardó en canalizar la irracionalidad hacia el consumismo, y lo impactante, lo aparentemente transgresor y lo novedoso se han convertido en herramientas de marketing. La búsqueda en el interior se ha elevado a revelación divina, que se materializa en un identitarismo que abre nuevos mercados y optimiza su segmentación. La subjetividad, que en el arte sirve para reunir, en política se emplea para mantener una contienda constante por la supremacía del pequeño hecho diferencial. Pero el producto surrealista que más precia el poder es el escándalo: por medio de la prensa invoca incesantemente a fuerzas irracionales que se hacen con nuestro control y nos entregan a sucesivas e inagotables furias express. Pantallas y planas de periódico toman el relevo de los púlpitos y cruzan el muro moral, no para abrir posibilidades, sino para traer del otro lado incesantes ejemplos de fresca degeneración. En medio de la confusión total, pero henchidos de certeza, disparamos a ciegas contra los muñecos de paja fugaces que dibujan las noticias, con la lengua fuera para no dejarnos ninguno, y eso es a lo que llamamos “revolución”. “Todo lo que constituyó para el surrealismo un margen de libertad se ha visto recuperado y utilizado por el mundo represivo que los surrealistas habían combatido”, sintetiza Debord. El sentimentalismo y la autocomplacencia, subyacentes a todo lo que el surrealismo peleó, permanecen intocados.
Pero nada refleja mejor todo esto que esta proclama que Antonin Artaud escribió en 1925:
La revolución surrealista apunta a una desvalorización general de los valores, a la depreciación del espíritu, a la desmineralización de la evidencia, a una confusión absoluta y renovada de las lenguas, al desequilibrio del pensamiento. Apunta a la ruptura y la descalificación de la lógica, que será perseguida hasta la extirpación de sus últimos refugios.
Cuando leí este texto en el congreso rápidamente mucha gente (es decir, dos o tres personas) me vino a decir lo clarividente que les parecía Artaud con esas palabras, porque definían con precisión el estado de las cosas hoy. Y es verdad. Son palabras que sintetizan el espíritu revolucionario adecuado para la modernidad, pero no sirven de nada en la posmodernidad, que es, en definitiva, el gran éxito del surrealismo.
Anónimo García, El escándalo ya no existe, Letras Libres 28/03/2025
La "información" no es lo mismo que la "verdad". La mayor parte de la información no pretende ser una representación precisa de la realidad; su papel principal es conectar muchas cosas y personas. A veces, la verdad puede crear conexión, pero a menudo es más fácil usar la ficción o la fantasía.
Esto también es cierto en el mundo natural. La mayor parte de la información disponible en la naturaleza no está destinada a transmitir la verdad. Se dice que la información básica para la vida es el ADN, y esto no es necesariamente cierto; el ADN conecta muchas células entre sí para crear un cuerpo, pero no nos dice la "verdad" de nada. De manera similar, la Biblia, uno de los textos más importantes de la historia de la humanidad, ha conectado a millones de personas, pero no necesariamente diciéndoles la verdad.
En un mercado de información, la gran mayoría será ficción, ilusión o mentiras. Porque la verdad tiene tres dificultades principales: primero, decir la verdad tiene un costo. Por otro lado, la ficción es barata de producir. Si quieres escribir un relato veraz sobre historia, economía, física o cualquier otra cosa, necesitas invertir tiempo, esfuerzo y dinero en reunir evidencia y verificar los hechos. Pero con la ficción, puedes escribir lo que quieras.
En segundo lugar, la verdad en sí misma es complicada. Su contraparte, la ficción, puede hacerse tan simple como quieras que sea. Y finalmente, la verdad a menudo es dolorosa o incómoda. La ficción puede hacerse lo más cómoda y atractiva posible. Así, en el mercado actual de información, la verdad quedaría eclipsada y sepultada por una enorme cantidad de ficción y fantasía. Si queremos llegar a la verdad, necesitamos hacer un esfuerzo especial y tratar repetidamente de descubrir los hechos. Esto es exactamente lo que ha sucedido con el auge de internet: existía la expectativa de que se difundieran hechos y verdades, pero pronto resultó ingenua.
Michiaku Matsushima, entrevista a Yuval Noah Harari: "Por primera vez compartimos el planeta con entes que son mejores que nosotros", es.wires.com 26/03/2025