I
Es obvio que soy viejo. ¿Y qué pasa?
II
Suele ocurrir que en momento mismo en que me reconozco como tal, mi interlocutor derrama sobre mí un balde de retórica buenista, que detesto, del tipo "Pues yo lo veo a usted joven" o "Viejos son los trastos". Cuando les replico que me dejen ser viejo en paz me suelen mirar con una cara de perplejidad... como diciendo... "Si yo solo pretendía ser amable con usted".
III
Agradezco la amabilidad siempre que no sea condescendiente. La amabilidad condescendiente es una forma de humillación.
I
Los plátanos de la plaza de Ocata están comenzando a lucir sus hojas nuevas, pero el anciano que está convencido de que están secos, sentado a mi lado, no deja de lamentarse: "Esos árboles no tendrán hojas nunca. Han estropeado la plaza para siempre, para toda la vida. No tienen una hoja. Han hecho una fechoría. Está mal. Jamás se podrán ver hojas en esta plaza. Ya no tiene remedio. No hay ningún árbol que tenga hojas. ¡Madre mía! ¿Cómo puede ser? Me voy, por no verlos. Asesinados." Y se va a expandir su desconsuelo por las mesas de la terraza, que están bajo los plátanos coronados por sus hojas emergentes.
II
¿Cómo serán los ángeles de la guarda de los viejos desmemoriados? Sin duda son profetas que nos anuncian nuestro propio futuro para que tengamos caridad con ellos.
I
Me expulsa de lo que estoy haciendo una voz femenina escandalizada: "¡Que ya tiene diecinueve, la niña, que ya sabe lo que se hace!" Me giro automáticamente. Dos mesas más allá dos parejas comentan escandalizadas la conducta de una joven. Y lo hacen con entusiasmo, con voracidad de depredadores morales, con hambre atrasada.
II
Decido seguir con lo mío, pero no puedo dejar de pensar en la satisfacción moral que les produce a muchos su capacidad para el escándalo. ¿Por qué? ¡A qué se debe esto?
III
Cuando me enfrento a estas cuestiones suelo preguntarme a qué necesidad da respuesta la conducta que me llama la atención.
IV
¿A qué necesidad responde este aspaviento moral? Quizás a la necesidad de sentirse bueno, que es una necesidad tan imperiosa y perentoria que, en cuanto puede, coge el camino más corto para mostrarse en público
V
Al ir a correos me he encontrado con una anciana casi ciega que hoy se ha escapado del asilo para comer pescado en un restaurante. La conozco desde hace mucho tiempo y siempre que nos vemos nos paramos a saludarnos y decirnos cualquier cosa. Hoy la he visto muy envejecida, con dificultades para expresarse y para comprender lo que yo le decía. Pero su determinación estaba clara. ¡Quería comer pescado! Y se ha escapado del asilo.
Según Anil Seth en su obra La creación del yo, el yo es también una alucinación controlada. Lo equipara a la idea de lo rojo, ya que supone que la sensación de ser una identidad única no significa que exista un yo real. Cree que hay varios egos: el de la sensación de estar vivos, el yo en perspectiva, el yo volitivo, el yo narrativo y el yo social. El problema que no percibe es que si dividimos la identidad dejamos de entender el problema del yo y de la conciencia. El problema que es necesario resolver es el de la unidad del yo. Seth cree que el cerebro es una máquina predictiva de tipo bayesiano (que hace inferencias estadísticas) que genera las mejores conjeturas posibles sobre, por ejemplo, los estados mentales de los otros. Así se construyen, según él, las relaciones sociales. Me parece que Seth hace una reducción escalofriante de lo social a una máquina biológica predictiva de los estados mentales de los otros humanos que nos rodean. Como todo esto ocurre por medio y a causa de nuestros cuerpos, es decir, de nuestra constitución animal, concluye que la conciencia humana es un “animal-máquina”. Pareciera que es una máquina que no está sintiendo sino calculando, y que genera una alucinación controlada. Pero no se sabe quién o qué la controla. Por supuesto, considera que el libre albedrío es también una percepción, una ilusión controlada o controladora.
Roger Bartra, La conciencia ahogada en la biología, Letras Libres 01/04/2024
L’art és una activitat que realitzen els humans per poder-se expressar. Aquesta paraula és molt complexa perquè d’ençà que la humanitat li va posar nom a totes aquelles obres que transmetien idees i sentiments als altres, és a dir, des que es va prendre consciència i es van començar a anomenar com a tals les obres que abans ningú hauria pensat que tinguessin un valor especial i diferent de qualsevol altra activitat, el concepte d’art ha evolucionat fins a com el coneixem avui en dia.
Aquesta manifestació que ha estat present des dels inicis, no és només fruit de la inspiració d’algú, és la suma del context en el qual s’ha portat a terme i la cultura amb la qual han crescut els espectadors i l’artista, la tècnica usada i apresa i altres factors.
La valoració i la percepció de l’art es basa majoritàriament en el coneixement. Per poder valorar una obra d’art s’ha de tenir coneixement dels mètodes usats, de la tècnica, s’ha de saber un mínim d’història de l’art per conèixer el context i les possibles influències o referències… Òbviament, tenir un coneixement més profund i extens afavoreix la comprensió de les obres. Els crítics d’art ho són perquè tenen un domini de l’àmbit. Que el coneixement faci més fàcil la comprensió no vol dir que sense aquest no puguem percebre l’obra i gaudir-la o que ens desagradi, només l’enriqueix.
A part de transmetre unes idees o un missatge, l’art té la capacitat d’impactar
emocionalment i de connectar amb el públic de manera intuïtiva. Independentment del seu nivell de coneixement, els elements estètics i els temes tractats d’una obra poden provocar una opinió o reacció. L’art pot ser valorat i apreciat sense la necessitat d’un coneixement extens, però sense aquest és més difícil entendre-la, i per tant valorar-la i apreciar-la. Algú que valori l’art sense cap coneixement sobre aquest no tindrà la mateixa opinió que aquell que sí que el té. Tot i això, l’art és molt subjectiu i això fa que la seva valoració sigui tan difícil. Dues persones amb el mateix coneixement també poden tenir diferents opinions, ja que en una valoració també intervé la part més intuïtiva. Poden tenir el mateix nivell de saber, però la impressió serà diferent. No tothom ha tingut les mateixes vivències i, per tant, cadascú rep els elements de l’obra de diferent manera. La subjectivitat fa el procés de valoració delicat.
Quan la valoració és per gust propi i no perjudica a ningú no hi ha cap problema, però en una societat capitalista on l’art és recompensat amb diners és important tenir unes pautes valoratives universalitzades per a poder fer un judici just. Per exemple, valorar quines obres haurien d’anar a un museu i quines no. També s’ha de tenir en compte que l’art és un concepte molt extens que engloba moltes pràctiques diferents. En l’exemple de l’art exposat en una galeria o museu, s’ha de tenir en compte tota una sèrie d’elements racionals que analitzen persones especialitzades i formades en tot el coneixement necessari per poder-lo jutjar. Tot i així, segueix estant present la part intuïtiva que és molt subjectiva i és una part que no podem evitar percebre i que, per tant, influeixi en la nostra valoració.
En conclusió, el coneixement és una de les parts més importants a l’hora de valorar l’art. De fet, la majoria d’art avui en dia està valorat per gent amb un bagatge cultural i acadèmic extens. El coneixement pot fer que arribis a gaudir més una obra gràcies a la comprensió d’aquesta. No obstant això, es pot percebre una obra com a molt valuosa sense coneixement, ja que la part intuïtiva pot fer que ens agradi o no, independentment del nostre saber.
Si me pidieran que diseñara una prueba definitiva para certificar la competencia de un profesor o profesora, creo que sería esta: le pondría delante de un grupo de alumnos de la ESO, todos con el móvil en la mano, y le pediría que les contara una historia. Nada más que eso: una historia cualquiera relacionada con su área de conocimientos. Si lograra que los alumnos se olvidaran del móvil y se metieran en la narración, escuchando y participando de ella, estaría contratado. No haría falta más. La competencia científica se le supondría (nadie puede contar una buena historia sin saber de lo que habla), y todo lo demás, si hiciera falta, se aprendería después
¿Les parece una prueba imposible? Pues no lo es en absoluto. No hay público más dispuesto a dejarse seducir por una buena historia que un niño o adolescente. Es lo que buscan también en las demonizadas pantallas: historias; historias cortas como las de Tik-Tok y largas, como en los juegos de rol, o como las de esos videos en los que un youtuber cuenta su vida o narra durante horas lo que sucede en un juego tal como si un poeta épico narrara una batalla. Como todo el mundo, los chicos saben casi sin saberlo que el más insignificante concepto vale más que mil imágenes, y solo acuden a estas (¡y bien mezcladas con palabras!) cuando no otean nada digno de narrar o de ser oído en el horizonte...
Viene todo esto a cuento de algún estudio reciente que confirma que contar cuentos, historias o teorías de manera ordenada y bajo una lógica o estructura narrativa es una forma de enseñar y aprender tan eficaz o más que las metodologías más manipulativas o «prácticas» (iba a decir más «activas», pero dudo que haya nada más activo que recrear o interpretar mundos e ideas en la mente). Sé que esto es como descubrir América y la pólvora juntas, pero no está mal insistir: los cuentos e historias despiertan la atención y el interés, ayudan a comprender asuntos complejos, fijan contenidos en la memoria (los trucos nemotécnicos suelen ser de naturaleza narrativa) e integran la comprensión de ideas o prácticas con el aprendizaje de actitudes, valores y aptitudes estéticas.
Al fin, el ser humano es el animal que cuenta cuentos. En eso consiste toda nuestra cultura, y también nuestra manera específica de ser. Tenemos un yo narrativo: somos la historia que nos contamos acerca de quienes somos; la primera persona del relato con que damos cuenta de nuestra vida, hilvanando memoria y proyectos de la forma más coherente posible. Por ello, la falta de dominio del lenguaje, el no saber expresarse ordena y coherentemente, o la dificultad para comprender y narrar historias, no solo son incapacitantes para un aspirante a maestro, sino para cualquier ser humano. Sin ese dominio del lenguaje, de la narración y el diálogo interno, no hay dominio de sí, ni vida interior que valga para certificar que somos seres humanos, y no loros o aplicaciones de IA.
Otro asunto bien conocido es el del poder motivador de los cuentos e historias. Y no me refiero única ni fundamentalmente al ámbito educativo. Los cuentos han servido siempre para cohesionar sociedades y existencias. La gente hace lo que hace, vive, muere o vota en función de la suma de «cuentos» (míticos, religiosos, políticos, científicos, filosóficos…) que pululan y combaten en su cabeza; por eso hay que cuidarse de promover el espíritu crítico en relación con ellos (cosa muy distinta de censurarlos, como hacen esa suerte de antimaestros que son el inquisidor o el comisario político). Y para promover ese espíritu está el complemento perfecto de la historia narrada: el diálogo vivo con el que exprimimos, deconstruimos y nos apropiamos críticamente de su contenido ideológico…
Por cierto, las requetemal entendidas «situaciones de aprendizaje», una herramienta didáctica especialmente destacada por la nueva ley educativa, tratan justamente de esto: de generar estructuras narrativas y dramatúrgicas (con sus retos, escenarios, roles, actividades enlazadas, desenlaces y ejercicios de reflexión) en las que introducir al alumnado para que aprenda de un modo más natural, pleno, profundo y crítico lo que se le quiere enseñar. Tampoco esto es nuevo, claro. Todo buen docente ha sabido siempre que la mejor manera de enseñar algo es echándole cuento y teatro, planteando problemas, inventando situaciones hipotéticas, envolviendo a los alumnos en la metáfora, juego, historia y diálogo que mejor y más conscientemente los comprometa con lo que han de aprender. Es probable que solo así, entramándolo como un capítulo más de la historia y la obra dramática que somos, pueda ser el aprendizaje un verdadero acontecimiento con sentido y una aventura realmente transformadora.
I
Llegué a Madrid cuando ya eran casi las 15:00, pero los dioses protectores quisieron poner en mi camino un restaurante popular que anunciaba en su pizarra de la entrada alubias rojas de Tolosa con oreja de cerdo. Y gozosamente me entregué a la gula.
II
A las 16:00 tenía una entrevista con los directivos de una empresa que está elaborando material didáctico para trabajar en pantalla muy, muy interesante. Aprendí mucho, creo que ellos algo aprendieron de mí y volví a constatar que, al menos en mi caso, es imposible venir a Madrid y que no te asalten nuevos proyectos.
III
A las 19:00, lo de la Tatiana, esta vez con mi dilecto Armando Pego, de profesión átopos. Y, después, cena, con lo cual reconciliar el sueño en la habitación del hotel era una utopía. Hoy a las 5:00 ya estaba en pie.
IV
El ciclo "Después de la orgía" está resultando espectacular, por el nivel académico, por la cordialidad, la intensidad de cada sesión, el nivel de las preguntas, los comentarios posteriores, etc. Unos días antes de la sesión pido a los ponentes algún material que pueda orientarnos sobre el contenido de su sesión, para entrar en calor. Después de cada sesión les hago llegar a los asistentes lo que he dado en llamar "Apostillas a la ... sesión", que quieren ser alguna puntualización entre lo anecdótico y lo conceptual, de algunos aspectos tratados por el ponente y que sirvan para dar continuidad narrativa al seminario. Hay algo no previsto y que está resultando de gran ayuda para crear el clima adecuado: la importancia que ha ido adquiriendo la música. En cada sesión escuchamos algo que entone con nuestras expectativas. Para la próxima semana he animado a los asistentes a interpretar el Epitafio de Seikilos, que es la canción más antigua que hemos conservado de Grecia.
I
Acabo de ver un vídeo que es un tratado neorralista de antropología para mentes fuertes. En las primeras imágenes se ve una mujer aparentemente joven que sale por la ventana de un cuarto piso dispuesta a tirarse al vacío. Está muy alterada. En un balcón próximo un hombre intenta disuadirla de que no lo haga. La mujer salta. El hombre estira los brazos y está a punto de sujetarla por una mano, pero el peso arrastra a la mujer hasta el asfalto. Se estrella contra el suelo. Es evidente que está muy grave, pero con sus últimas fuerzas mueve el brazo izquierdo para ponerse pudorosamente la falda. Por los comentarios parece que la mujer había llegado a su casa a deshora y se encontró a su marido con otra. Ese marido es el que intenta atraparla y no puede.
II
Me quedo con el gesto pudoroso. El deseo de no sentir vergüenza, como si la vergüenza fuese el único sentimiento que nos pudiera acompañar a la ultratumba.
I
Hace unos días en una librería de viejo de Vic vi una maleta vieja repleta de cartas, postales, guías de viaje antiguas y libros de geografía. Le hice un comentario al librero sobre ella. Algo así como que aquella maleta tenía pintas de haber recorrido todos los mares y todos los continentes. El librero me la dio. No me hacía falta, pero ante su insistencia, no tuve más remedio que aceparla.
- ¿Pero le gusta o no? -me acorralaba,
- Sí, pero...
- ¡Ni pero ni nada, si le gusta es suya! ¡Se la doy!
Y me la dio.
Aquella tarde participaba en una mesa redonda en la Universidad de Vic y aparecí con mi nueva maleta vieja, que mereció elogios unánimes. Después la metí en el maletero del coche.
II
Hoy he decidido presentarla en familia. Estaban presentes mi mujer, mis hijos y mis nietos. Se la he enseñado como si fuera la maleta de Howard Carter. Pues bien, la reacción ha sido unánime: "¡Horrorosa!" A nadie le ha gustado. Hasta mis nietos, que suelen ser siempre mis cómplices, me han abandonado.
III
Con gran dolor de corazón he sacado la maleta de casa para echarla al contenedor de la basura.
IV
Me dirán que esto no es nada, pero con nadas así uno acaba tocado por el ala del ángel de la melancolía.
[https:]] , Pablo Malo, 25/03/2024
“Evolutivament, una de les raons per les quals existeixen els mascles és que tenim una variació reproductiva més gran (més mascles que femelles no es reprodueixen i moren); la idea és que aquests mascles porten més mutacions. Els mascles són bàsicament els recol·lectors d'escombraries de les mutacions negatives a l'espècie”.
Pablo Malo, 10/03/2024
El 16 de noviembre de 1623 falleció el filósofo y médico Francisco Sánchez de Sousa, conocido por «el escéptico» o «el tudense» por haber nacido, en torno a 1550, en la ciudad fronteriza de Tui, en el seno de una familia judeoconversa. Con pocos años se trasladó a vivir a Burdeos, estudió filosofía y medicina en Roma y, posteriormente, en Montpellier. Fue catedrático en la Facultad de Medicina de Toulouse y ejerció asistencialmente en el Hospital Saint Jacques, un centro que proporcionaba atención a los peregrinos del Camino de Santiago más meridional, la denominada ruta Tolosana o vía Arletanensis, ya que comenzaba en Arlés.
Su principal obra, publicada en 1581, por la que adquirió fama mundial, fue el ensayo filosófico Quod Nihil Scitur —Que nada se sabe—. Fue tal su repercusión que algunos autores como Leibniz, Wildeband o Gerkrath consideraron que nuestro egregio paisano hizo suficientes méritos como para formar parte de los grandes protagonistas de la historia de la filosofía. En ella relata cómo toda su vida se había esforzado en desentrañar el secreto de la naturaleza en una incesante búsqueda de la verdad. Al no encontrar respuesta a sus angustiosas preguntas decidió encerrarse dentro de sí mismo, poner en duda todas las cosas y empezar a examinarlas en sí mismas, como la única manera de saber algo: «Revolvía los libros de los antiguos, interrogaba a los autores presentes». Algunos años después, las primeras páginas del Discurso del Método de René Descartesrecuerdan en gran medida al prólogo de Sánchez e incluso hay párrafos sospechosos por su gran parecido: «Revolvía todos los libros que caían en mis manos». No solo ha sido considerado precursor de este gran filósofo francés, sino también de otros como Francis Bacon, David Hume e incluso de Immanuel Kant.
Desde el punto de vista médico, el doctor Sánchez ataca de forma contundente el charlatanismo y las pseudociencias, es un precursor del método científico. Propugna un examen directo de las cosas que someta los datos de la experiencia al análisis y al juicio crítico. Se dirige, por tanto, a aquellos que no están sesgados por los argumentos de autoridad, es decir, por lo que «mandan los expertos»; así, rechaza el aprendizaje «por ósmosis» y el dogmatismo, insistiendo en que la guía debe venir a través de los sentidos y la razón, teniendo un criterio propio.
Sus escritos médicos se condensan en la obra titulada genéricamente Opera Medica; la publicaron sus hijos de forma póstuma y se trata de un conglomerado de tratados y monografías con una temática diversa que incluye medidas terapéuticas, toxicología, enfermedades internas e incluso una summa de anatomía y casos clínicos que formaban parte de su experiencia asistencial. Procuraba realizar la autopsia de los pacientes que fallecían para así generar conocimiento. También estudió la biología del envejecimiento y dentro de sus consejos, para mantener una vida sana y longeva, incluía evitar el agotamiento, el dormir de día, los rayos del sol y de la luna, el viento, la lluvia y todas las violentas pasiones del alma.
Siempre finalizaba sus obras con el enigmático «Quid», ¿por qué?
Rosendo Bugarín, El filósofo gallego al que Descartes "le copió la duda", lavozdegalicia.es 17/11/2023
I
La noticia del día es que, al fin, llueve en Cataluña y hay como un sentimiento generalizado de agradecimiento al cielo, que, por fin, se ha apiadado de nosotros. Debe haber al menos un par de homres justos en Cataluña que han conmovido al Altísimo con sus oraciones.
II
Sigo pensando que el clima es un fenomenal antropógeno. Quiero decir que nuestros remotos antepasados comenzaron a ser hombres cuando en vez de aceptar el clima como una fatalidad trivial comenzaron a hablar entre ellos de lo obvio: Llovía y decían que llovía; hacía frío y decían que hacía frío, etc. Entras a un bar a tomar un café y automáticamente lanzas a los presentes un comentario obvio sobre el tiempo que es recogido con obviedades elementales. Y así nos creamos un clima humano. No pedimos más.
III
¿No es entrañable el hombre?
Al menos es entrañable cuando el clima se alborota.
I
¡La de cosas que nos decimos cuando no tenemos nada que decirnos!
II
El gratísimo recurso del tiempo nos permite hablar de lo más obvio como si fuera una novedad imprevista y trascendental: llueve, hace viento, frío, sol... y mientras hablamos de estas cosas sabemos que, de alguna manera banal, pero importante, le decimos al otro que lo que en realidad le decimos es que nos importa que esté ahí.
III
Nos importa un poco, pero nos importa. No somos mutuamente indiferentes a nuestra copresencia.
IV
Son conversaciones para olvidar porque en realidad no nos decimos nada. Hablamos para mostrarnos como hablantes interesados efímeramente en el otro.
V
Y de esta forma sacralizamos lo efímero y trivial.
VI
En la mayor parte de ocasiones la humanidad es enternecedora. Pero hay que echarse a temblar cuando deja de serlo.
I
San Nihilismo. El único santo al que no se le puede pedir un "ora pro nobis". Es de noche. La primera noche del mundo. Y nadie sabe si la oscuridad ha venido para quedarse. Ya no sabemos si las llaves de casa nos resguardan o nos encierran.
II
He puesto el punto final al libro. Me ha hecho sudar lo suyo y no estoy aun del todo satisfecho. Lo guardaré un par de semanas en un cajón, para que madure, y ya veremos. Pero de abril, no pasa.
III
El pasado no es una memoria. El pasado está tan vivo que frecuentemente lo encuentras esperándote en un recodo del camino.
IV
Los ojos brillan lo que les sugieren los labios.
I
Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste búsqueda de alegría que me envía la gloriosa editorial La isla de Siltolá, con la que siempre estaré en deuda.
En el Discurso del Método (arranque de la segunda parte) René Descartes nos dice que, hallándose en Alemania, tras asistir a la coronación del emperador, la inclemencia del invierno le hace renunciar a reintegrarse al ejército en el que se había enrolado, permaneciendo al refugio en una casa:
"(…) felizmente libre de pasiones que enturbiaran mi espíritu, permanecí todo el día encerrado en mi habitación que una estufa caldeaba, pudiendo así entregarme sin restricción a mis pensamientos".
Descartes nos habla al respecto de un estado de ensoñación, que se reveló fértil hasta el extremo de marcar su destino filosófico. No será el último sueño que cabrá asociar a la obra del pensador. Un segundo sueño (evocado en el "Discurso del Método" y con mayor amplitud en las "Meditaciones De Prima Filosofía" obra a la que pertenecen las referencias que siguen) es el centro neurálgico de la subversión que el cartesianismo supone en la historia del pensamiento. Sueño meramente hipotético, mera conjetura de que quizás está uno soñando (que transcurre esta vez en los Países Bajos) que sirve a alimentar la duda sistemática, uno de los pilares del método cartesiano. El punto de arranque, bien clásico, es esa sospecha sobre la veracidad de la percepción sensorial que ya tanto embargaba a los griegos:
Es indudable que en determinados momentos los sentidos nos confunden. A veces el asunto no es grave, pues los sentidos mismos corrigen su desviación: el paisaje parece moverse; la gran casa parece una pequeña cabaña. Basta detener el vehículo en el que viajamos, o descender al valle en el que se encuentra la casa para que la ilusión desaparezca. Los sentidos mismos parecen así encargarse de corregir las deformaciones aparentes de los objetos percibidos, pero es más: la ciencia, a la que cabe suponer origen sensorial (aunque vaya sin duda más allá del mismo), vendrá a demostrar que esa deformación está regida por una rigurosa ley, de tal forma que lo inquietante sería ver a un niño montado por vez primera vez en un tren no asegurar que la estación está moviéndose. El discurrir humano no sólo va más allá de las apariencias sino que muestra la necesidad de las mismas. Descartes tiene obviamente en mente tal corrección del error. Y sin embargo ello no es suficiente para detener el proceso de inmersión en la duda. Pongo en su contexto las líneas de las Meditaciones que encabezaban esta columna:
"Pero, aun dado que los sentidos nos engañan a veces tocante a cosas mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos muchas otras de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por su medio; como por ejemplo que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos, o cosas a por el estilo". Papel que vuelvo a depositar para coger el atizador que me permite avivar el fuego, cabría decir. Y entonces: "¿cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los vapores de la bilis que aseguran constantemente ser reyes, siendo muy pobres, investidos de oro y púrpura estando en realidad desnudos ,o que se imaginan ser cacharros o tener el cuerpo de vidrio. Mas los tales son locos y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo".
La hipótesis de la locura no será formalmente tomada en cuenta. ¿No hay pues razón para poner en duda mi percepción de que estoy ahora meditando ante el fuego?:
"Con todo debo considerar que soy hombre y, por consiguiente, que tengo costumbre de dormir y de representarme en sueños las mismas cosas y a veces cosas menos verosímiles que esos insensatos [los locos del párrafo anterior] cuando están despiertos. ¡Cuántas veces no me habrá ocurrido soñar por la noche que estaba aquí mismo, vestido, junto al fuego, estando en realidad desnudo y en la cama! (…) y fijándome en este pensamiento, veo de un modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que basten a distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal que casi nadie puede persuadirme de que no estoy durmiendo".
Si ahora estuviera soñando, mi percepción de las llamas sería falsa, aunque a ellas me acercara hasta quemarme; falsa sería asimismo esta quemadura y falso, por consiguiente, el dolor físico experimentado; en suma: si ahora estuviera soñando, la percepción que tengo de mi cuerpo y de mi entorno constituiría una ilusión. Ahora bien, aunque improbable, no puedo excluir totalmente la hipótesis de que estoy soñando, por consiguiente (según el método que Descartes se prescribe -no dar por sentado cosa alguna de la que haya la mínima razón para dudar) "pensemos que acaso ni nuestras manos, ni todo nuestro cuerpo, son tal como los vemos".
Llegados a este punto de la reflexión cartesiana, ha de quedar claro que lo perdido no es sólo el derecho a afirmar la verdad de tal percepción determinada, sino la verdad de toda percepción, de la percepción como tal. Sea cual sea la percepción que tengo del entorno y de mi mismo, siempre cabe aventurar la hipótesis de que es una circunstancia soñada, y por consiguiente excluirla del campo de la verdad, delimitada por el exigente criterio cartesiano, a saber, una verdad apodíctica, una verdad respecto a la cual es imposible dudar.
La meditación pasa entonces por considerar como verdad sólo aquello que sería indiferente a la variable soñando-despierto, criterio al que la matemática parece responder. Mas en este momento se introduce la hipótesis radical, la de un dios engañador suficientemente poderoso como para hacer que (en un plano sin curvatura) los tres ángulos de un triángulo dejen de medir dos rectos, o simplemente que la suma de cuatro más tres deje de ser siete. El hecho de que tal hipótesis de una potencia engañadora, por improbable que sea, no pueda ser descartada a priori hace que ni siquiera a los contenidos de la matemática quepa atribuir certeza apodíctica.
No puedo hacer aquí otra cosa que remitir al lector a la lectura de las Meditaciones y a los primeros capítulos del Discurso del Método, obra admirable tanto desde el punto de vista filosófico como literario, que se lee de corrido y que sigue siendo la más fascinante manera de hacer inmersión en la filosofía. En cualquier caso lo que precede basta para entender que en esa duda, reflejo de una decepción, que embarga al joven Descartes, reside el soporte del pensamiento y proceder cartesianos, mas quizás de todo pensamiento y de todo proceder filosóficos dignos del calificativo:
"Que para examinar la verdad, es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas una vez en la vida". Se consuma así ese destino que parecía ya el de Descartes cuando era estudiante en el colegio de los jesuitas en Anjou: "Desde mis años infantiles he amado el estudio. Desde que me persuadieron de que estudiando se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de lo que es útil a la vida, el estudio fue mi ocupación favorita. Pero tan pronto como terminé de aprender lo necesario para ser considerado una persona docta, cambié enteramente de opinión porque eran tantos los errores y las dudas que a cada momento me asaltaban que me parecía que instruyéndome no habría conseguido más que descubrir mi profunda ignorancia".
La tentativa de Descartes por seguir hurgando en los aspectos del mundo y del pensamiento que son susceptibles de ser puestos en entredicho, constituye uno de los momentos cumbres de la historia de la filosofía…Pero aquí dejo el hilo argumental, el contenido de la meditación para considerar la situación misma de quien así medita.
Con serenidad de espíritu, ante el fuego, Descartes inicia una reflexión, que le conduce a dudar de que efectivamente su situación sea la que percibe: se encuentra en esa Holanda que designa como "pueblo laborioso y tranquilo", en una casa confortable, templado su cuerpo por la acción del fuego (no por esos sorprendentes cambios de temperatura que experimenta las personas que deliran), teniendo al alcance de su mano un atizador para remover las brasas y un papel en el que poder fijar su reflexión. "Me da más miedo el interior de mi cabeza que el exterior", oí decir a una muchacha amiga. ¿Y si efectivamente todo fuera un sueño? La sola hipótesis aterroriza, quizás efectivamente más que si se tuviera la certeza de un objetivo peligro, al que cabría eventualmente enfrentarse con eficacia asimismo objetiva, es decir, aplicando la voluntad, la inteligencia adaptativa y hasta la astucia, facultades inútiles cuando se trata del sueño. La voluntad, la conciencia, la capacidad de soslayar o huir, tan operativas en la vida ordinaria, son aquí variables sin peso.
Víctor Gómez Pin, Sentado junto al fuego, El Boomeran(g) 21/05/2019
Si eres el CEO de una empresa, o un emprendedor con una startup, vete pensando en buscarte otra cosa. El plot twist que nadie vio venir del impacto de la inteligencia artificial en el empleo es que, en breve, ambos trabajos serán irrelevantes (tiembla, LinkedIn). ¿Cuándo pasará? A finales de 2023 se decía que en dos años. La experiencia dice que invertir mucho dinero en poner a trabajar a personas muy inteligentes hará que ocurra antes. ¿Trabajar en qué? En incorporar a la IA lo que en inglés se llama agency, término que aúna la capacidad de elegir qué acción tomar, tomarla y, por tanto, asumir las consecuencias.
Esta es la premisa de Mustafa Suleyman cuando propone un nuevo Test de Turing. Originalmente, el Test de Turing habla de máquinas capaces de simular un comportamiento indistinguible del humano, en un juego que llamó Imitation Game. El jugador, haciendo preguntas, debía adivinar si hablaba con un hombre o una mujer; el reto era si la máquina podría engañar al jugador para que no fuese capaz de distinguirla como tal. El fundador de DeepMind va más lejos, plantea cambiar la pregunta «¿pueden pensar las máquinas?», por: «¿pueden las máquinas tener impacto relevante en el mundo?».
¿Qué considera «impacto relevante»? Que una IA sea capaz de hacer un estudio de mercado, identificar una necesidad compartida por un grupo de personas, encontrar una forma de satisfacerla, construirla, lanzarla y comercializarla, generando 1 millón de dólares con una inversión de 100.000 dólares. Vamos, el trabajo del CEO o el emprendedor. ¿Por qué alguien propondría que, de todo lo que puede hacer un ser humano (como educar a un niño, alimentar a un hambriento, atender a un enfermo, cobijar a un refugiado, descubrir una vacuna, etc.) lo relevante es mover millones de dólares? Porque él lo hizo. Y porque puede.
Carlos Guardiola, Atrapados en el mito de la IA, ethic.es 25/03/2024
“Vamos a hacer que las computadoras sean más inteligentes para que las personas no tengan que aprender ciencias de la computación para programar una computadora”, dice en su reciente entrevista para CNBC. Jensen Huang es un empresariobrillante y lo dice sin doblez. Pero, si aceptamos que el código es el latín de nuestra era y la IA es su nuevo dios, cómo podemos renunciar al derecho de entender sus leyes sin renunciar a entender el mundo. Precisamente ahora que cinco empresas quieren escribirlo y ejecutarlo a oscuras en las catedrales de datos que están levantando a nuestro alrededor.
Marta Peirano, El derecho a leer, El País 25/03/2024
El relato mítico fundacional de la tecnología ya lo explicaba Protágoras. El titán Prometeo robó las artes de Atenea (conocimiento) y Hefesto (tecnología), y con ellas el fuego (energía) sin el que no servirían para nada, y se las dio a los hombres para su progreso. No pudo robar la sabiduría política porque esa la custodiaba Zeus. La ciencia, como fuente de conocimiento. La tecnología como transformación de la realidad a través del conocimiento. La transformación de la realidad para progresar hacia una sociedad mejor en los sentidos de libertad, igualdad, solidaridad, justicia, transparencia, sostenibilidad, inclusión…
Carlos Guardiola, Atrapados en el mito de la IA, ethic.es 25/03/2024Aunque, por razón intrínseca a la cosa misma, ello no puede ser objeto de ciencia, es decir susceptible de verificación, conjeturo que esta distanciación respecto al orden natural (que nos hace menos aptos para la vida en armónica prolongación con el medio) algo tiene que ver precisamente con el tipo de exigencia que lleva al esfuerzo artístico.
El arte no es lo más primitivo, si por tal se entiende reflejo de lo más inmediato o natural, aunque sea primitivo en el sentido de que fue quizás una de los primeros signos explícitos de nuestra singularidad respecto a los demás animales. Algunos de los que ponen énfasis en la objetiva existencia, no ya de una cultura sino de un arte animal señalan un rasgo de la pintura trazada por animales que sería significativo en relación a la irresuelta pregunta sobre el origen de la obra de arte: el “arte” pictórico de los simios sería casi exclusivamente no figurativo. Y subrayo el “casi”, porque algunos creen haber barruntado la figura de un pájaro o de un perro en pinturas realizadas por la gorila Koko, aunque la mayoría de observadores se muestran escépticos al respecto, estimando que tales figuras son meras proyecciones imaginarias.
Se olvida en todo ello que la pintura humana “primitiva” no es exactamente abstracta. Se olvida asimismo que la abstracción contemporánea no significa ausencia de forma, sino ausencia de representación de aquello-las cosas en nuestro entorno- que no podrían darse sin obediencia a formas a la vez más elementales y más interesantes, a saber, esas formas de hecho presentes en la gran pintura figurativa, ya se trate de estructuras fractales o de singularidades topológicas, esos pliegues y frunces que tanto admiraba Eduardo Chillida en las pinturas de todas las épocas.
El llamado arte animal parece pecar a la vez por carencia de figuración y carencia de aquello que la mirada aprehende tras la figuración, que es precisamente lo que permite jerarquizar a un Zurbarán frente a aquellos que, en la época, reproducían la ordinaria representación de las cosas con no menor técnica que el maestro y hasta reproduciendo el estilo de este, como hace de hecho un ordenador en nuestros días, dando prueba de lo inexacto de la expresión “el estilo hace al hombre”.
Del “arte” pictórico animal tenemos apenas unos cuantos indicios, en la mayoría de los casos frutos de animales apartados de su entorno y sometidos a condicionantes que acercan efectivamente su comportamiento al de los humanos…al precio de impedirles quizás la plena realización de las facultades propias de su especie.
Al parecer, la pintura del primate expuesta ante Picasso reunía todos los caracteres formales que suelen exigirse en una obra pictórica, sea esta figurativa o abstracta: los contrastes de color parecían responder a una ley estructural, las variaciones tenían una suerte de ritmo, y el todo producía una impresión de simetría.
¿En razón de qué, pues, la seguridad en Picasso de que la disposición artística del ser humano nada tenía que ver con aquello? La única respuesta es que los evocados caracteres formales, siendo aquello a través de lo cual la obra de arte se despliega, no son ni la causa eficiente ni la causa formal de la misma. Para decirlo llanamente: el arte no respondería a la aspiración a alcanzar algo que la naturaleza es capaz de depararnos, sino a una aspiración que ninguna determinación natural podría colmar y ello precisamente porque expresa el hecho mismo de que un ser ha trascendido la condición natural en su inmediatez.
Victor Gómez Pin, La disputa sobre la singularidad humana: arte y distancia frente a la inmediatez natural, El Boomeran(g) 18/03/2024
En Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Agamben identifica en la Grecia clásica un cambio en la forma de entender la vida que ha sido determinante para la política occidental. En las primeras páginas de ese libro, Agamben traza la distinción entre zoé, que expresaba «el simple hecho de vivir», y bíos, que «indicaba la forma o manera de vivir propia de un individuo o grupo».
Lo determinante de esta diferenciación es que establece una jerarquía en la que la vida cualificada —bíos— se sitúa por encima de la vida biológica, del mero vivir —zoé—. Como nos recuerda Amonio Saccas, un filósofo del siglo III, «vivir [bioûn] y vivir [zên] se diferencian. Pues vivir [bioûn] se dice solo de los hombres; vivir [zên] de los hombres y de los animales que carecen de lógos y a veces también de las plantas».
Así, Agamben dedica el proyecto Homo sacer a examinar las consecuencias para la filosofía política occidental de este corte en el concepto de vida, un corte que permite que no se reconozca a algunos seres humanos una vida cualificada.
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
La aportación original del poder soberano es la producción de un cuerpo biopolítico: la nuda vida (la vida desnuda). La nuda vida no debe ser confundida con la vida biológica (zoé); la nuda vida es la vida biológica en tanto que sometida al poder soberano.
Para Agamben, la producción de la nuda vida es el elemento político original. A través de la exclusión de la vida natural —o del mero vivir— como medio para alcanzar el buen vivir —la vida cualificada—, se produce una nuda vida que queda presa del poder soberano.
La nuda vida no es la simple vida natural, «sino la vida expuesta a la muerte», la vida apresada por el poder soberano. El resultado de la sujeción de la vida como acontecimiento biológico, eso que Agamben nombra como zoé, produce cuerpos que, reducidos a mera existencia, pero mantenidos bajo el poder soberano, se convierten en vida desnuda.
El ejemplo paradigmático con el que Agamben ilustra esta figura es el esclavo, que, a pesar de estar excluido de la política, esta lo apresa y lo determina. Así, el esclavo, en tanto vida desnuda, se halla en el umbral que separa y une la vida biológica y la vida cualificada.
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
Forma-de-vida, en singular, es la vida que solo podrá emerger una vez que la separación entre bíos y zoé, entre vida cualificada y vida biológica, producida por el poder soberano, haya sido desactivada. Como sucedía con la figura del cualsea, esta forma-de-vida no puede definirse por sus atributos o cualidades.
Así, escribe Agamben, «una vida que no puede separarse de su forma es una vida que, en su modo de vivir, se juega el vivir mismo y a la que, en su vivir, le va sobre todo su modo de vivir». En consecuencia, no es posible aislar algo así como una nuda vida en la forma-de-vida, que coincide con su propia factidad, con su propia forma de ser.
La coincidencia entre la vida y su forma evita que esta última la constriña a través de la sanción del derecho. La ley queda desactivada y ya no puede exigir unos requisitos que la vida debe cumplir para ser considerada una vida política —y sin los cuales queda capturada como nuda vida—.
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
El uso es la forma que adopta la desactivación. Frente a la noción de posesión, Agamben defiende la posibilidad de pensar la vida con la idea de uso. Esto quiere decir que, una vez que se ha destituido el único uso que tenía un dispositivo en particular (pero también la vida en un sentido más amplio), es posible liberar las cosas y abrirlas a nuevos usos.
Agamben se interesa por la comunidad franciscana, que se relaciona con el mundo a través de la forma de «un uso sin derecho». Esta forma de relación no está codificada por el derecho —es decir, no requiere que el derecho sancione qué tipo de relación mantiene el sujeto con el objeto— y, de esta forma, consigue sustraerse a la ley.
Con esta noción de uso, Agamben piensa una singularidad cualsea que «hace uso» de sí misma, que está abierta a todas las potencialidades derivadas de su uso, y que se opone a una identidad sustantiva que se define por aquellas características o identidades que posee. El uso, entonces, es la forma que adoptan los dispositivos que se han liberado del uso sobredeterminado por las prácticas sociales o jurídicas
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
Inspirado por la noción de «violencia pura» que Benjamin desarrolla en Para una crítica de la violencia, Agamben propone una potencia destituyente orientada a deponer un derecho, no a instalarlo o conservarlo. Esta violencia pura, que depone o destituye un ordenamiento jurídico, no tiene como finalidad construir o instaurar un nuevo orden.
La violencia pura propuesta por Agamben nunca es un medio respecto a un fin: se constata únicamente como exposición y destitución de la relación entre violencia y derecho. Se trata, en última instancia, de hacer inoperativa o desactivar una violencia, no de destruirla para volver a construir.
El término central para pensar la destitución es el de katargesis, que Agamben toma de las epístolas de Pablo de Tarso. En estas cartas, Pablo de Tarso anuncia que, con la llegada del Mesías, la ley quedará inoperativa, desactivada. No es que cuando baje el Mesías se destruyan los parlamentos, es que simplemente serán inoperativos, no tendrán sentido.
Lo que le interesa a Agamben es precisamente esta noción de desactivar, porque muchas de las teorías políticas centran su interés en destruir o superar un determinado modelo, una determinada situación. Así, Agamben apuesta por la potencialidad no de destruir, sino de hacer inoperativo, de desactivar las prácticas determinadas o naturalizadas de un determinado dispositivo político.
Al desactivar las actividades naturalizadas de los dispositivos, y por lo tanto también las prácticas que estos asignan a los seres humanos, los hombres y las mujeres quedan abiertos a su propia praxis. En pocas palabras, el ejercicio de destituir permite al ser humano escapar de la determinación que, sobre todo el aparato jurídico, le otorga. Sobre esta práctica aplicada al derecho, escribe en Estado de excepción:
«Un día la humanidad jugará con el derecho, como los niños juegan con los objetos en desuso no para restituirles su uso canónico sino para liberarlos de él definitivamente. Lo que se encuentra después del derecho no es un valor de uso más propio y original, anterior, al derecho, sino un uso nuevo que nace solamente después de él».
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024En 1990, Giorgio Agamben publica La comunidad que viene, donde introdujo la figura del «cualsea» (qualunque). Agamben llega a este término discutiendo la formulación escolástica que dice: «quodlibet ens est unum, verum, bonum et perfetum» y que se puede traducir como «todo ente es uno, verdadero y bueno».
Lo que le interesa a Agamben de esta cita son las dos primeras palabras: quodlibet ens. Estas dos palabras se han traducido habitualmente por «todo ente» o, también, «el ser, no importa cuál». Pero Agamben señala que este no es el significado, sino este: el ser tal que, sea cual sea, importa. Aquí es donde nace su término «cualsea».
Con el término «cualsea» lo que Agamben señala es que este «cualsea» —esto que hace que valgamos unos u otros, un enteu otro— no puede derivarse de una propiedad común («ser rojo, francés o musulmán», dice Agamben en La comunidad que viene), sino, simplemente, por ser tal cual se es. El «cualsea» no puede derivarse de una propiedad común (ser rojo, etc…), sino, simplemente, por ser tal cual se es, por la forma en la que se da en el mundo en todas sus formas. Así, la singularidad del «cualsea» no viene dada por una propiedad compartida (una cualidad identitaria: ser rojo, francés o musulmán), sino por su propia expresión como forma-de-vida.La sociedad con la que soñamos, la que está por venir (siempre en ese tono mesiánico característico de la filosofía agambeniana), no está determinada por lo que cada uno compartimos con los demás. No esperamos una sociedad de la que se diga que «todos los ciudadanos de estas ciudades son así y asá» (esto es, basándose en propiedades comunes). Y no lo es porque, por definición, esto nos enfrenta a los otros que no poseen esas cualidades.
Lo que hay en común (y que de alguna forma anticipa la comunidad que está por venir) no es la diferencia, sino ser como somos, el «cualsea» y no ninguna propiedad común. Así, esta singularidad «cualsea» aparece liberada del molde que impone la identidad colectiva (otra vez, con Agamben, ser rojo, francés o musulmán).
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
La figura del musulmán, el Muselmann, Agamben la toma de Primo Levi, quien da cuenta en sus libros de los internos de los campos a los que el maltrato recibido los llevaba a un punto de indistinción entre la vida y la muerte: «Uno no se atreve a tenerlos por vivos; pero tampoco a llamar muerte a su muerte, ante la cual no tienen miedo por estar demasiado extenuados para comprender».
En su obra Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, el musulmán se convierte en el verdadero testigo de los campos, en el resultado último de la deshumanización que tuvo lugar en los campos de exterminio. El «testigo integral», paradójicamente, no puede dar testimonio porque, incluso antes de muerto, se le ha arrebatado la capacidad lingüística de comunicar.
La incapacidad de testimoniar de forma integral el horror de los campos en particular,pero, en un sentido más amplio, de cualquier espacio violento y productor de muerte, responde a la privación del lenguaje de las víctimas (que culmina con su muerte, pero que comienza mucho antes: cuando se le niega la palabra).
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
El campo —de concentración, de internamiento o de exterminio— es el paradigma biopolítico de la actualidad. En lugar de pensar el campo como un hecho histórico y una anomalía del pasado, Agamben ve en él «la matriz oculta», «el nómos [la lógica] del espacio político en el que todavía vivimos», como leemos en Medios sin fin.
Los campos, dice Agamben, no nacen del derecho ordinario, sino del estado de excepción y la ley marcial. Desde este punto de vista, el campo no es solo el espacio en el que se internó a una parte significativa de la humanidad bajo los regímenes totalitarios del siglo XX, sino «el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla».
El campo produce un tipo de subjetividad que permite que aquellos que los gestionan puedan llevar a cabo cualquier acción contra los internos sin que se considere un delito. La «producción en masa de cadáveres» de la que alertó Arendt responde a ese espacio biopolítico absoluto que es el campo, en el cual el poder, sigue Agamben en Medios sin fin, «no tiene frente a sí sino la más pura vida biológica, sin mediación alguna».
Así, el campo para Agamben lo es tanto en el sentido literal —como los campos de los totalitarismos o los Centros de Internamiento de Extranjeros en el Estado español— como en un sentido teórico —como aquel espacio en el que el estado de excepción se manifiesta—. En última instancia, el campo produce vidas desnudas a las que se puede dar muerte sin cometer asesinato.
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
En Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Agamben presenta su teoría sobre la excepción, que años más tarde desarrollará en otro libro. Política y derecho están entrelazas a través de la figura de la excepción, puesto que la idea de la política se sustenta en la posibilidad de que el Estado de derecho pueda quedar suspendido.
De la mano de Carl Schmitt, Agamben se pregunta qué sentido puede tener un significado jurídico en una esfera de acción que es, por definición, extrajurídica (como señala Murray en The Agamben dictionary). El estado de excepción, entonces, parece que queda «incluido en la legalidad a través de su exclusión», dice en Estado de excepción. Sin embargo, el estado de excepción no es, en ninguna circunstancia, una situación excepcional, sino que tiende, cada vez más, «a presentarse como el paradigma de gobierno dominante en la política contemporánea», como dice en el mismo libro.
Según Agamben, las democracias occidentales han creado una zona de indistinción entre el ordenamiento jurídico y la excepción a través de la generalización del paradigma de la seguridad como forma de gobierno. Así, la normalización de la excepción, ahora convertida en regla, niega el carácter extraordinario de las políticas que se aplican en nombre de la excepción y se convierte en una forma de gobierno (una forma de gobierno que, sobre todo en situaciones de shock y en nombre de la seguridad, consigue aplicar medidas que difícilmente habrían sido aceptadas por la población).
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
Agamben encuentra en el derecho romano la figura del homo sacer. Sexto Pompeyo Festo define el homo sacer de la siguiente manera:
«Hombre sagrado es aquel a quien el pueblo ha juzgado por un delito; no es lícito sacrificarle, pero quien le mate no será condenado por homicidio. En efecto, en la primera ley tribunicia se advierte que ‘si alguien mata a aquel que es sagrado por plebiscito, no será considerado homicida’».
La vida sagrada, entonces, es aquella vida a la que se puede dar muerte impunemente:«La vida insacrificable [a los dioses] y a la que, sin embargo, puede darse muerte, es la vida sagrada».
El sacer es la vida de aquel hombre que está «expuesta a que se le dé muerte [y es] insacrificable a la vez». La especificidad del homo sacer podría verse desde la impunidad sobre su muerte y, al mismo tiempo, desde la prohibición de sacrificio, siendo esta vida excluida del ámbito del derecho del hombre y del derecho divino.
Lo que caracteriza la vida del homo sacer, entonces, es esta doble excepción de los dos ámbitos del derecho, lo que permite que se le dé muerte sin que esa acción constituya un delito. Agamben reivindica que, al contrario de lo que podría pensarse, la figura del homo sacer no es simplemente un acontecimiento pasado, sino un tipo de hombre que produce el poder soberano y que perdura en nuestro presente.
Esto quiere decir que el poder soberano tiene la capacidad de producir vidas a las que no se les reconoce su valor político como vida cualificada (bíos) y a las que se les puede dar muerte sin que esto constituya un asesinato
Irene Ortiz Gala, Agamben: la vida expuesta a la muerte, filco.es 02/02/2024
Bradbury decía que no era necesario quemar libros, que bastaba con conseguir que la gente no los leyera. Y en esas estamos. Por supuesto que la caída de los índices de lectura afecta a la democracia, en primer lugar porque los libros nos enseñan a pensar el mundo, y si no leemos careceremos del conocimiento mínimo para entenderlo. Y claramente leer menos nos hace también más permeables, más manipulables. (Michel Desmurget)
Irene Hernández Velasco, Este neurocientífico dice que somos más idotas que nunca y que se cura leyendo libros en papel, elconfidencial.com 21/03/2024
En el siglo XVIII los autómatas habían pasado de ser curiosos juguetes medievales a complicados ingenios mecánicos que asombraban por sus posibilidades para imitar la vida. De todos ellos, el Turco, presentado en la corte vienesa en 1770, parecía el más sofisticado. Con la apariencia de un maestro otomano que fumaba en pipa, aquella máquina no solo era capaz de jugar al ajedrez, sino de emprender una gira por Europa que lo llevó a enfrentarse a Napoleón o Benjamin Franklin. En aquel espectáculo su inventor, Wolfgang von Kempelen, mostraba al público el alambicado mecanismo de relojería que dotaba de inteligencia al ingenio. Sin embargo, el Turco escondía un secreto.
En su interior, oculto tras un sistema de espejos, existía un pequeño hueco donde cabía una persona, que era la que realmente libraba la partida. Hasta su destrucción en un incendio en 1854, se cree que 15 ajedrecistas dieron vida al Turco. Aquel autómata era, efectivamente, un prodigio de la técnica, pero requería al ser humano para su funcionamiento. En nuestro presente, la inteligencia artificial ha irrumpido prometiendo revolucionar nuestra sociedad. Conocemos a las compañías y los ejecutivos que la han puesto en marcha. Pero tras las sombras de los espejos digitales se encuentran miles de trabajadores depurando sus algoritmos para que el artificio tenga lugar.
Los sistemas productivos se transforman y avanzan, pero el trabajo humano sigue siendo tan imprescindible como siempre.
La precariedad rara vez es noticia, quizá en titulares aislados, solo cuando el accidente o aquellas prácticas delincuenciales que lindan con el esclavismo tienen lugar. En el ámbito del entretenimiento, que es donde se crean crónicas comunes capaces de afectar a nuestras emociones, pudimos ver El jefe infiltrado, pero nunca su hipotética respuesta, El inspector de trabajo infiltrado. Más allá de la precariedad, es la propia actividad laboral la que ha desaparecido de las ficciones. Si en las décadas de los años cincuenta a los setenta, el neorrealismo italiano o el nuevo cine americano pusieron sus cámaras al servicio de los trabajadores, hoy, por cada película que refleja el conflicto de clase hay miles de youtubers diseminando una pornográfica cháchara aspiracional de culto al éxito.
La derecha populista aprovecha este escenario favorable y ya se atreve a retar en lo laboral a la izquierda, que abandonó su baluarte para dedicarse a cotizar en el mercado de la diversidad, donde identidades cada vez más atomizadas anhelan el reconocimiento de sus diferencias. El resultado es que esta derecha rupturista ha tenido la oportunidad de construir una narrativa donde la desigualdad es parte de la aventura de vivir y la explotación una consecuencia deseable en el que crepita nuestro ocio. Así, este nuevo populismo es capaz de unir de manera promiscua los planteamientos conservadores más apolillados con el hedonismo canalla más procaz.
Daniel Bernabé, El relato evanescente del trabajo, El País 22/03/2024