Filosofar es más fácil de lo que uno cree. Consiste en pararnos a pensar en lo que pensamos. Esto es: en hacernos una idea cabal de las ideas que nos bullen en la cabeza. Estas ideas no son cosa de poca monta. De manera más o menos vaga o consciente, son ellas quienes nos informan de lo que somos, de cuál es nuestro papel en el mundo, de qué sea el mundo mismo, o de qué debamos creer, hacer o esperar de él.
No obstante, mucha gente tiene la peregrina idea de que las ideas importan poco, y de que su vida se rige, antes que nada, por la experiencia sensible. ¿Será verdad? Miren, por ejemplo, en aquello que miran. ¿Podrían ver en ello algo de lo que no tuvieran ni idea? En absoluto. Si carecieran, no sé, de la idea de cerrojo, o de la idea de neurona, jamás verían cerrojos o neuronas. Y si, por el contrario, fueran cerrajeros o neurólogos, verían cerrojos y neuronas por doquier. Vemos según las ideas que tenemos. Por eso hay tanto conspiranoico: si se te mete en la cabeza la idea de que todo es un complot de Bill Gates, veras “pruebas” de ese complot (y a Bill Gates) allí donde pongas el ojo.
Lo mismo cabe decir de las emociones y los sentimientos. Sentimos tal como pensamos. Si usted, por ejemplo, mantiene las casposas ideas de su abuelo con respecto a lo que es la “hombría”, es muy probable que sienta indignación y furia ante las demandas feministas. Y si cree que los desharrapados que vienen en patera a ganarse el pan son “invasores que vienen a acabar con nuestra cultura – y nuestros privilegios –”, sentirá, seguramente, miedo y odio hacia ellos. Y así con todo. Lo siento por los románticos, pero la cabeza es la que manda. Y cuando manda que nos dejemos llevar por el corazón, no hace más que dar patente de corso a las ideas más inconscientes y prejuiciosas. De ahí que a fanáticos y manipuladores de todo tipo (populistas, nacionalistas, publicistas, predicadores…) les mole tanto apelar a nuestras emociones.
También los anhelos, intenciones, propósitos y todo lo que rige nuestra voluntad dependen de las ideas que albergamos. Incluso los deseos más primarios. Así, aunque tengamos muchas “ganas” de comernos un buen filete, si nos convencemos de que, para lograr nuestros ideales, es preciso hacer una huelga de hambre, o cambiar de dieta, acabaremos por no tener las mismas ganas. Todos tenemos amigos vegetarianos, antaño incisivos carnívoros, que, en virtud de sus nuevas ideas, han acabado por coger asco a los chuletones…
Todo es, pues, cosa de ideas. También su cuerpo, su cerebro o la ciencia lo son. Pruebe, si no, a pensar algo que no sea una idea, o a refutar esta misma tesis sin usarlas. Es imposible. Por eso, porque estamos hechos de ideas, es tan necesario descubrirlas, detenernos a dialogar con ellas, enfrentarlas unas a otras, y especular hasta… romper y – como la Alicia de L. Carroll – atravesar los espejos, esto es: las apariencias.
Ir más allá de los espejos o apariencias, de los efectos, buscando las causas o ideas últimas, es la misión (tan imposible como necesaria) del filósofo. También, más modestamente, del científico (aunque este pocas veces repara en la naturaleza ideal de sus teorías y sus fórmulas). Conociendo las ideas que nos mueven y mueven la sociedad y el mundo, podremos cambiar o, al menos, prever sus consecuencias, y, así, adueñarnos de los hilos que, como a marionetas, nos animan y manejan. En la medida de lo posible, claro, pues las ideas son muy suyas (sobre todo las que parecen ciertas) y, a veces, nos poseen a conciencia.
Pero, incluso para esto último tiene la filosofía solución: el diálogo con los otros, es decir, con las ideas que no tenemos (nada que ver con el monólogo polifónico de los adeptos o los “camaradas”). Cuando el diálogo es honesto (¿para qué, si no?), y tenemos la fortuna de topar con un alma grande y generosa, estaremos en situación de lograr ese catártico y salvífico estado en que se funda toda esperanza de libertad y crecimiento: el de no estar de acuerdo con nosotros mismos. O, como dirían los antiguos griegos, el de empezar a dejar de ser un pobre idiota.
Este artículo fue originalmente publicado en El Periódico Extremadura
Luis Roca Jusmet ( artículo publicado en la revista Grand Place )
La gran pregunta, por tanto, es por qué de la existencia de unos rasgos culturales diferenciados debemos deducir que al grupo humano portador de tales rasgos ha de corresponder la gobernación del territorio en el que habita.
José Álvarez Junco (2016)
Pienso que el verdadero problema es que cuando a la gente le preocupa ante todo su nacionalidad o identidad étnica particular, empieza a examinar cada pronunciamiento político y cada acontecimiento local en busca de las implicaciones para dicha identidad. Con ese estado de ánimo, todos los debates sobre impuestos, o sobre líneas de trenes de alta velocidad, o sobre adjudicaciones del agua, o sobre derechos de gestión de costas, o sobre subvenciones a los museos de arte o las salas de conciertos, etcétera, se convierten automáticamente en debates que implican a "nuestra cultura" y a "nuestra identidad"[…] No tengo ni idea del porcentaje de personas que, como yo, piensan que su identidad consiste en sus creencias políticas y morales, en sus preferencias estéticas, en sus gustos y aptitudes acumulados y en las muchas imágenes de sus primeros años de vida que han establecido esos principios y esos gustos, la mayoría de los cuales no tienen nada que ver ni con la raza ni con la nacionalidad. Probablemente el porcentaje será muy pequeño. De otro modo, los nacionalismos no tendrían ni remotamente la fuerza que tienen. Pero, a menos que exista algún elemento de nacionalismo oculto entre los componentes de mi identidad personal, tengo que insistir contundentemente en que no todos somos nacionalistas de algún tipo.
Gabriel Jackson (2000)
Mi hipótesis es que tanto el nacionalismo y el populismo son movimientos modernos de carácter reaccionario. Lo son porque van en contra de lo más progresista de la modernidad, que es la potenciación de un sujeto emancipado en una sociedad democrática. Es decir, contra el presupuesto de que cada ciudadano tiene la capacidad de gestionar su vida en relación con los otros. Es la doble dimensión de la autonomía personal y de la exigencia de la convivencia social, que supone el respeto al otro como un igual. Ello nos lleva al reconocimiento de la conquista histórica de los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que hoy se concretan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo cual se concreta políticamente, a mi modo de ver, en la puesta en marcha del Estado democrático y social de derecho. Es decir, a la creencia de que somos ciudadanos en un territorio en el que el Estado garantiza el cumplimiento de los derechos civiles, políticos y sociales, a cambio del cumplimiento de las leyes y obligaciones sociales. Justamente la función de la política es hacerlo posible. Estos son, para mí, los presupuestos de la izquierda democrática. Cornelius Castoriaidis señalaba además que la gran aportación de Grecia y de la Europa moderna es la idea de que cada sociedad tienen autonomía para transformar sus leyes y sus instituciones.
Esto se contrapone a la sacralización de la tradición y a las concepciones esencialistas de la sociedad. Cada sociedad puede cambiar lo que decide en cada momento, siempre y cuando respete los principios de igualdad de derechos. La idea de la Constitución es que se recojan estos principios, que deberían ser universales, y que este ha de ser el único límite para los cambios.
Tanto en el caso del nacionalismo como en el del populismo, podemos decir que son reacciones contra esta defensa complementaria de la autonomía individual y del Estado de derecho. Son reaccionarios porque se basan en lo identitario, en lo tribal. Este aferrarse a lo propio del grupo (en el sentido que compete solo a una parte de los humanos), se opone tanto a la autonomía singular como a los principios universales de igualdad de derechos. Por una parte, quiere mantener la homogeneidad, la uniformidad interna, lo cual le lleva a oponerse a la crítica y, menos aún, la disidencia de un sujeto que forme parte del grupo. Por otra opone también al universalismo de lo humano, porque, al igual que incluye a unos (el “nosotros”) también excluye y separa a los otros (el “ellos”). En sus peores manifestaciones, segrega y, en el límite, quiere eliminar al otro, al que ve como un adversario a destruir. Fácilmente el nacionalismo se convierte en una cultura del odio. Amartya Sen ha escrito un magnífico ensayo denunciando todos los discursos basados en la identidad única. Hay una tendencia tribal en los humanos que hace que esta doble conquista, la de las dimensiones singular y universal, de la emancipación sea tan difícil. Por una parte, tenemos el miedo a la libertad, que nos hace buscar un líder, un guía, que nos dirija, un grupo que nos proteja. Es lo que se ha llamado la servidumbre voluntaria. Su otra cara es la del rechazo del diferente, la del racismo o la xenofobia. La mejor definición de nación la dio, a mi modo de ver, Benedict Anderson, al definirla como “una comunidad imaginada”. Es decir, que se basa en la identificación con una serie de elementos simbólicos y culturales que conforman un grupo supuestamente homogéneo, No es el que el Estado moderno se construya sobre la base de una nación preexistente. Es que Estado se inventa la nación. Esto no quiere decir que sea imaginario, en el sentido de irreal. Simplemente lo que se hace es potenciar la identificación particular, de grupo, sobre la base con una serie de elementos que pueden ser más o menos comunes, más o menos importantes. Anne-Marie Thiesse lo precisa: “El verdadero nacimiento de una nación es el momento en que un puñado de individuos declara que existe y se empeña en probarlo. Esta voluntad política se logra cuando se tiene el plebiscito del “Pueblo”. El culto a los antepasados (la tradición), desde el Mito fundacional de la nación, es el que debe mantenerse a través de un relato histórico que continua hasta el presente y le da sentido. Hay que crear un patrimonio cultural y difundir el culto. Es un trabajo de bricolaje: reconstruir de manera más o menos fiel el pasado, distorsionarlo si hace falta, inventarlo incluso si es necesario. Fabricar una identidad colectiva, una ficción a la que hay que adherirse. ¿Para qué? Para convertirse en un “dios útil” al servicio del poder. O para los que ya lo tienen o para los que lo quieren tener. Los ciudadanos se identifican con la nación en términos emocionales. Slavoj Zizek ya planteó que el nacionalismo es la patología de la democracia liberal. Porque la democracia formal es un sistema formal en que los ciudadanos son sujetos sin atributos. Cualquiera que vive en un Estado y es reconocido como formando parte de él es un ciudadano al que se le reconocen unos derechos y que debe cumplir unas leyes. Es la invención de la sociedad civil, la de los ciudadanos que, en un marco de igualdad, deben decidir sobre sus vidas. Pero, como nos enseñó Spinoza, los humanos nos movemos, sobre todo, por pasiones más que por sus razones. El ciudadano ideal que definió Kant, el del “sapere aude”, capaz de tener un criterio y pensar por sí mismo, capaz de construir un proyecto propio de vida, compartido por los otros, es difícil.
El término populismo se ha puesto de moda y lo hace de una manera muy ambigua, englobando movimientos que son heterogéneos. Hay, por tanto, que intentar precisar al máximo el término sino queremos perdernos en la confusión. Algunos de estos movimientos proceden del fascismo (Frente Nacional) y otros del marxismo (las conceptualizaciones de Ernesto Laclau), junto a los que revindican la “antipolítica” (Movimiento cinco estrellas) o la irrupción de los no políticos en la política (Trump). ¿Qué es lo que hay en común en este populismo del siglo XXI?. En primer lugar, la oposición "pueblo"/antipueblo”. El “antipueblo” se presenta como la oligarquía, que se identifica básicamente con la élite política. Hay a veces un chivo expiatorio (diferente del “antipueblo”) que es el que se ve como causa de todos los males: en el populismo de derechas son los inmigrantes. Se busca un líder carismático que moviliza a partir de un mensaje demagógico basado la configuración de una contradicción “pueblo/antipueblo”. Busca la movilización en la calle y defiende las propuestas plebiscitarias, en contra del pluralismo democrático y del valor y de la autoridad de las instituciones y las leyes. Su demagogia está en que reduce y simplifica la complejidad de intereses y conflictos sociales a la de un grupo que llama "pueblo" que se opone a una casta política, culpable de todos los males sociales que sufre este pueblo. Se distorsiona por tanto la descripción de lo real para adecuarlo a la coherencia de una narración que tiene un objetivo político. Se dice también lo que la gente quiere hoy, a nivel de propuestas, sabiendo que no es posible. Los populismos comparten una lógica narrativa que se basa en una idealización de una comunidad imaginada, a la que se llama pueblo, Se da aquí lo que Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. que no coincide nunca con el colectivo heterogéneo al que se refiere. Por otra parte, la oligarquía, el “antipueblo”, es otra simplificación, basada en este caso en una idealización negativa. Y no digamos cuando buscan un chivo expiatorio. El análisis político es totalmente reduccionista y, por tanto, falso. Nos movemos en la postverdad, en la negación de una exigencia de veracidad. Cuando hablamos de sus propuestas nos encontramos con su imposibilidad. No hay nunca en el populismo un conjunto de propuestas concretas y realizables sino unas vaguedades que nunca se llevan a la práctica pero que recogen las aspiraciones de aquellos a los que se dirigen. Se crea un imaginario muy cerrado basado en lo emocional, en imágenes primarias que crean identificaciones y rechazos.
El nacionalismo catalán ha sido política y culturalmente hegemónico en Cataluña desde la instauración de un régimen democrático en España. Jordi Pujol tenía, desde el principio, un proyecto de “catalanización” de la sociedad. Esto quería decir una voluntad política construir una nación, dentro de España, sobre bases étnicas, es decir, culturales. En primer lugar, y como tema básico, el de la lengua como marca de identidad cultural. Bajo la retórica de “normalizar el catalán” (con la justificación de que era una lengua minoritaria oprimida). En realidad, lo que quería hacer era sustituir el español por el catalán. En segundo lugar, la creación de unos medios de comunicación al servicio de la causa nacionalista. En tercer lugar, la de construir una escuela catalana en la que se hablara únicamente catalán (el castellano se daría con el inglés, como lenguas extranjeras), en la que se refiriera siempre a Cataluña como un país, en la que se montara una historia de Cataluña separada de España y en la que se tratara a esta como un Estado opresor. En cuarto lugar, el proyecto de potenciar a base de subvenciones públicas todo lo que se pudiera considerar como diferencial de la cultura catalana: sardana, castellers, fiestas tradicionales. Hacer del 11 de septiembre la fiesta nacional y el símbolo de la libertad catalana frente al dominio español. En definitiva, ir transmitiendo de manera subliminal el mensaje clave: Cataluña es una nación soberana oprimida políticamente, colonizada culturalmente y explotada económicamente por el Estado español. Generaciones de catalanes se han formado con este mensaje. Crear un sentimiento identitario en el que ser catalán quiere decir hablar catalán e interiorizar este relato nacionalista. Para conseguir este objetivo utilizó todos los recursos y fondos públicos directa o para conseguirlo. Consiguió concesiones de los gobiernos del PSOE y del PP a cambio de su apoyo. Lo único que le faltaba era el reconocimiento de la soberanía de Cataluña y de que una nación tiene derecho a un Estado. Pujol era un corredor de fondo y sabía que no podía precipitarse. Cuando se dice que Pujol no era independentista se incurre en una confusión. Pujol era nacionalista, y por tanto soberanista, y como tal aspiraba a un Estado propio. Un largo camino que debía seguirse sin prisas, pero sin pausas.
El tema de la soberanía es aquí central. Porque soberanía quiere decir que se considera que Cataluña es una nación. Esto supone implícitamente reconocer que si Cataluña es una nación tiene derecho a un Estado propio. Pero esta nación únicamente puede formularse en términos identitarios: una lengua, una cultura, una historia. La nación se convierte entonces en el significante-uno del que derivan todos los demás. Este significante se basa en una identificación imaginaria (“yo soy catalán”) que está por encima de cualquier elemento singular (me diluyo en el grupo) o universal (nosotros contra ellos. Pujol se convierte en el líder carismático del proceso. Los hijos políticos de Pujol (Mas, Oriol Pujol) aceleran la propuesta hacia el soberanismo y se alían con ERC, mientras sus nietos (CUP) mezclan este ideal con consignas antisistema. Las torpezas del PP solo son pretextos para ir avanzando en el proyecto. Martín Alonso, en los tres volúmenes de su preciso y riguroso libro “Catalanismo: del éxito al éxtasis” lo explica muy bien. Se consagra “el derecho a decidir”. Y por un mecanismo de mimetismo poco a poco una gran parte de la sociedad catalana interioriza esta propuesta. Se va instaurando lo que Alexis de Tocqueville consideraba el peligro de la democracia: “La tiranía de la mayoría”.
Poco a poco el movimiento va adquiriendo cada vez un carácter más populista y antidemocrático. Aparecerán otros líderes que se pretenden carismáticos ( como Puigdemont y Torrà) ) como representantes únicos, directos, del “pueblo catalán”, sin mediación ni de las instituciones ni de la legalidad. Con una idea de la “democracia” totalmente identitaria y plebsicitaria. Se pasa a hacer política en la calle y se crean organizaciones de masas (ANC Omnium Cultural) y para enfrentarse al dominio del Estado español.”De esta manera el ciudadano ya no es un sujeto universal, un sujeto vacío de derechos, sino el que se identifica con un relato. El que no lo hace, es un “botifler”, un traidor a su pueblo. Hay un cierto supremacismo, en el sentido de lo que Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”.
Lo básico del populismo se cumple. Por una parte, la reducción simplificadora pueblo/antipueblo se cumple. El pueblo es entonces "el poble catalá," que es una idealización de una entidad que realmente no existe, por lo que acaba identificándose con los que se identifican con ella. El “antipueblo” es entonces "España" que viene a ser una idealización negativa absolutamente confusa: El Estado español, el gobierno del PP, Madrid, los andaluces. Hay cada vez más más una movilización en la calle que se considera más representativa que los votos, aunque también se utilicen cuando interesa. La propuesta es igualmente ilusoria. Primero por plantear una independencia que no es posible y segundo por la imagen que se da de una Cataluña independiente. El relato es cada vez más distorsionado y el discurso más demagógico. Esta es, precisamente, la fuerza hipnótica del nacionalismo como populismo. Todo ello llevó al delirio que estaba en la base del movimiento, dirigidos por políticos irresponsables ( primero Mas, después Puigdemont y Oriol Junqueras) que condujo al desastre de la declaración unilateral que todos conocemos. Y hoy Torra, aunque en un proceso en el que se quiere convertir cada vez más a Puigdemont en este líder carismático tan necesario para el populismo. En la figura que encarna la idea con la que se identifican las masas, como bien nos explicó Freud.
Resulta especialmente penoso la manera como este movimiento ha fagocitado a la izquierda en Cataluña. Esto teniendo en cuenta que los valores de la izquierda democrática son claramente incompatibles con los planteamientos del nacionalismo y del populismo. Pero en el caso de España se ha dado una perversa alianza ente los partidos que se reclaman de la izquierda
Debemos referirnos a la lucha antifranquista para entender las dinámicas con respecto “al problema catalán” de los que fueron inicialmente los grupos más importantes de la Cataluña postfranquista: el PSUC y el PSC. Empezaré por el PSUC, claramente hegemónico en la lucha antifranquista. Fue un partido creado el año 1936 a partir d la fusión de cuatro partidos de ámbito catalán: la federación catalana del PSOE, el Partit Comunista de Catalunya, la Unió Socialista de Catalunya y el Partit Català Proletari. Ya tenía, de entrada, un carácter catalanista, aunque no nacionalista. Jugó, en el franquismo, un papel integrador de los obreros procedentes de otras partes de España y los integró en la exigencia de reivindicaciones catalanistas, como la exigencia del estatuto de Autonomía o la normalización del catalán. En las tres primeras elecciones los resultados fueron buenos (sobre el 18%) pero dese 1982 hasta su disolución bajó en picado. Del PSUC surgieron ICV y EUiA (antes se había escindido el PCC). La postura, frente al nacionalismo hegemónico del pujolismo, fue de un cierto seguidismo. Aunque criticaban la política derechista de Pujol y sus acólitos fueron cediendo a sus continuas reivindicaciones nacionalistas y presentándose como partidos “nacionales” catalanes, aceptando que el catalán era la lengua propia de los catalanes, que Cataluña era una nación y reduciendo a España a un Estado ajeno. Todo ello propìciado, básicamente, por dirigentes procedentes de familias catalanas y con unos cuadros y unas bases obreras que, poco a poco, iban asumiendo esta dinámica como natural para ser plenamente integrados en Cataluña. Al disolverse ICV e integrarse en els Comuns este discurso nacionalista se fue acentuando, sobre todo al ir identificando cada vez a España con el gobierno del PP y la defensa del Estado de derecho con un rancio nacionalismo español. Al aparecer el famoso “derecho a decidir” impulsado por los nacionalistas catalanes lo que se pretendía consolidar era la soberanía de Cataluña. Tanto ICV como EUiA y luego los Comuns defendieron este soberanismo sin entender lo que estaba en juego, que era establecer la soberanía de un pueblo definido en términos étnicos. El Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) , por su parte, se había formado a partir de la fusión del PSC-Congrés con la Federación Catalana del PSOE. El primer grupo era el claramente mayoritario y había surgido de la fusión de diversos grupos socialistas catalanistas. El PSC-PSOE cada vez se presentaba más como el PSC, tenía Congresos propios y se definía como un partido catalanista. Cuando se forma el gobierno Tripartito del PSC-ICV y ERC como alternativa al pujolismo lo que se plantea es un cambio del eje izquierda-derecha, no un cuestionamiento de su línea nacionalista. No podía ser de otra manera, si ERC estaba en el gobierno y los dirigentes del PSC y de ICV había interiorizado tanto el discurso nacionalista que sentían pavor por ser tildados de “españolistas” o “anticatalanistas”. La propuesta de nuevo Estatut fue un tremendo error, ya que hablaba de Cataluña en términos claramente soberanistas. El PSC se apuntó así al soberanismo, en la medida que aceptaba la necesidad de un referéndum vinculante, es decir la soberanía catalana. De hecho, siempre se había hablado de las “dos almas” del PSC con respecto al problema catalán, aunque la hegemonía la tenían los catalanistas. A medida que la situación se polarizaba el PSC tuvo dos escisiones. Una primera en que algunos cuadros y dirigentes fueron a Ciudadanos. Y una segunda en la que dirigentes, cuadros y militantes acabaron en la órbita abiertamente nacionalista. Pero el PSC, finalmente optó por una posición soberanista y defensora de una España Federal. Otra cosa es que el discurso dominante del PSC no haya roto totalmente de las influencias del nacionalismo catalán a partir de su definición como catalanista. Pero está claro que dentro del espacio institucional catalán es la única referencia, si se quiere imperfecta, de una alternativa socialista democrática al nacionalismo que ya ha presentado su verdadera cara, la secesionista. Respecto a lo que podríamos llamar extrema izquierda hay que decir que se mueve en el espacio soberanista. La influencia de Jaime Pastor, histórico dirigente troskista y férreo defensor del derecho de autodeterminación de las naciones periféricas del “Estado español”.
Tenemos finalmente el caso de las CUP, grupos asamblearios que adoptan una retórica izquierdista radical pero que en realidad solo funcionan como una opción nacionalista radical, por lo tanto extremadamente dogmática y sectaria.
Ciudadanos apareció en el 2006 como una posible alternativa. Yo mismo escribí en la revista el Viejo Topo un artículo titulado “¿Una nueva alternativa de izquierdas en Cataluña?”. Se trataba de saber si este movimiento cívico, transversal que criticaba al nacionalismo catalán podía tener una orientación progresista, ya que se definía en un espectro que iba del liberalismo igualitario a la socialdemocracia. La historia desmintió esta posibilidad y Ciudadanos ha tenido una deriva cada vez más clara hacia la derecha liberal e incluso el nacionalismo españolista.
Hay que señalar que se han dado en los últimos años algunos intentos de crear una izquierda no nacionalista, más allá del PSC y els Comuns. Se formó un pequeño grupo que quiso coordinar estos esfuerzos, llamado ASEC/ASIC (Asamblea social de la izquierda en Cataluña), se intentó montar un partido( Izquierda en positivo) pero que no cuajó en una alternativa consistente desde el punto de vista electoral. Me parece más razonable y realista buscar en la unión del PSC, en los Federalistas que están en Común y en alguna plataforma que pueda reunir todos estos pequeños grupos, una alternativa de izquierda no soberanista en Cataluña. Que ha de ser federal pero cuestionando conceptos que no tienen nada que ver con el discurso de la izquierda como “derechos históricos”. Un federalismo que ceda competencias pero que se base en una idea clara de lealtad. No en una profundización de la lógica de los reinos de taifas ni en un planteamiento nacionalista-populista que, para mí, es la negación del federalismo democrático de izquierdas. Ni tampoco en la interesada confusión entre federalismo y confederalismo. Por muy compartidas que sean hoy las soberanías la referencia siempre es el Estado de derecho, que decide ceder competencias a nivel interno y llegar a acuerdos a nivel externo. Y este Estado de derecho es al que le corresponde, en sentido cívico, el nombre de nación.Nación cívica que es culturalmente plural, por supuesto. Pero por una diversidad heterogénea, no porque esté formado por supuestas comunidades culturales homogéneas que solo existen en la ideología de los nacionalistas. Estado democrático y social de derecho que sea capaz de garantizar los derechos cívicos, políticos y económicos a la ciudadanía.
BIbilografía:
ALONSO, Martín (2014) El catalanismo, del éxito al éxtasis: I: La génesis del problema social Barcelona: El Viejo topo.
ALONSO, Martín (2015) El catalanismo, del éxito al éxtasis. II: La intelectualidad del “proceso: Barcelona: El Viejo Topo.
ALONSO, Martín (2016) El catalanismo, del éxito al éxtasis. III: Impostura, impunidad y desestimiento Barcelona: El Viejo Topo.
ÁLVAREZ JUNCO, José Álvarez Dioses útiles. Naciones y nacionalismos
Barcelona : Galaxia Gutenberg.
ANDERSON, Benedict (2007) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo México: FCE.
BLANCO VALDÉS, Roberto L. (2012) Los rostros del federalismo Madrid: Alianza editorial.
CANDEL, Miguel y LÓPEZ, Salvador (2017) Derechos torcidos. Conversaciones sobre “el derecho a decidir”, la soberanía, la libre determinación y la España federal Barcelona: El Viejo Topo.
JIMENEZ VILLAREJO, Carlos Catalunya. Mitos y resistencias Barcelona: El Viejo Topo.
Recibí recientementente dos traducciones de un mismo texto de los 5, de Enid Blyton. La primera era de una edición de los años 80 y la segunda, actual. Era tan escandalosamente evidente el empobrecimiento lingüístico del segundo texto que, inmediatamente, me puse a escribir un artículo cargado de furia e indignación contra la miseria lingüística de nuestros alumnos. Se titulaba "Si su hijo no es tonto, no permita que lo traten como tal". Estaba realmente muy enfadado y el artículo me iba saliendo fiero, pero redondo, y de ambas cosas me sentía orgulloso.
Pero esta mañana mi daimon se ha empeñado en que comparase las dos traducciones con el original inglés, para comprobar exactamente en qué consistían las variaciones. Al hacerlo me he dado cuenta de que la traducción que yo consideraba empobrecida era la más fiel al original y la que consideraba más rica era el resultado del afán del primer traductor por enriquecer con sutilezas y barroquismos el lenguaje de Blyton.
Como la verdad obliga, he roto el artículo.
¡Con lo majo que me estaba quedando!
¡Qué difícil es poner en cuestión los datos que parecen corroborar nuestras hipótesis!
Otra cosa. Hoy se pone en venta este volumen de la nueva edición de las obras esenciales de la Bernat Metge.
Les aseguro que pocas cosas me han hecho más ilusión (intelectualmente hablando, claro) que escribir el prólogo.
Juan Arnau Navarro, Leibniz: la mente se crea un cuerpo, El País 15/09/2020
Resulta que hoy es el Día Internacional de la Democracia y a varios colaboradores de El Subjetivo nos pidieron que le dedicáramos un artículo. El mío se titula Una promesa imposible de cumplir.
Esta mañana me ha traído un mensajero "Mi familia es bestial", libro escrito a 4 manos con mi nieto Bruno (10 años). Sin duda, uno de los acontecimientos de mi vida de abuelo y -siendo humilde- el acontecimiento editorial de la década:
Se lo confieso: apenas uso el término "equidad", tan de moda en el vocabulario político actual. Más aún, su uso indiscriminado me molesta. No entiendo lo que se quiere decir con equidad si no me especifican cuál es el criterio que nos sirve para medirla. Durante años hemos sido uno de los países educativamente más equitativos de la OCDE por la sencilla razón de que los resultados de nuestros alumnos eran equitativamente mediocres. Para mí, hacer bandera de una equitativa mediocridad es estúpido.
Si todos tenemos que sacar un 4 para garantizar la equidad, prefiero que no haya equidad y que todas las notas estén diversamente repartidas por encima del 4.
Por otra parte, ¿hasta qué punto los poderes públicos están en condiciones de garantizar la equidad?
Imagínense ustedes un país en el que la mayoría de habitantes presenta problemas de diverso tipo en los ojos, desde miopía hasta las enfermedades que quieran. El gobierno puede poner un oftalmólogo en cada esquina de manera que todos puedan mejorar su salud visual. Puede, incluso, regalar gafas a todos los que lo necesiten. Pero una vez garantizado que todos están en condiciones de ver bien e, incluso, que todos tienen la misma agudeza visual, lo que ningún gobierno podrá garantizar es el interés sobre el que se centrará la mirada de cada ciudadano. La igualdad de las condiciones de partida no puede garantizar una igualdad de intereses finales.
Un gobierno justo deberá, ciertamente, hacer lo posible para proporcionar los medios adecuados para garantizar la salud visual de toda la población, pero debería también estimular las aspiraciones de todos aquellos a los que les gusta mirar lejos.
Hemos dicho que la filosofía corpuscular está de moda en el Trinity College de Dublín, donde ingresa nuestro filósofo con 15 años. Su planteamiento es sencillo. Todo, cualquier sensación o intuición, debe explicarse en función del tamaño, la masa y el movimiento de unos corpúsculos (que nadie ha visto) y que se mueven en un vacío ilimitado. Cualquier otra explicación queda fuera del ámbito de la ciencia. El mundo es una compleja mesa de billar con bolas de diferentes tamaños. Conforme se desarrolla la partida surge diversos efectos y apariencias: olores, sabores e impresiones visuales cuya explicación debe buscarse en dichas colisiones. La coreografía mecánica de los átomos produce las sensaciones. Incluso la gravedad o el magnetismo, que parecen actuar a distancia, deben explicarse mecánicamente. Así lo aseguran los más ilustres hombres de ciencia de Inglaterra. Así lo cree Voltaire, que cree pocas cosas. La explicación es legítima si es mecánica. Y Berkeley se pregunta: ¿qué tipo de colisiones explicarían el sabor de una manzana?, o ¿cómo dividir un olor?, o ¿cuánto pesa la impresión de una melodía? Colores y sabores pasan a ser apariencias producidas por seres imperceptibles (aunque sólidos y compactos) que constituyen lo único real. ¿Cómo se ha obrado esa inversión del sentido común? ¿No hay aquí una usurpación de la experiencia? Los nuevos científicos prefieren experimentar con ratones a hacerlo consigo mismos, viven como extranjeros en su propio país. Las cualidades inalienables (que llaman primarias) no pueden ser la solidez, la impenetrabilidad o el movimiento, lo inalienable (que llaman secundario) son los colores, las melodías, el frío y el calor, las alegrías y las penas y, en fin, todo aquello que experimentamos en nuestra propia carne. ¿Qué sabemos de la impenetrabilidad de esas criaturas que nadie ha visto? ¿Por qué llamar primario a lo que no es sino una conjetura inaprensible? La filosofía corpuscular invierte el sentido común y es todo menos empírica: cae en la contradicción de empezar con lo imperceptible: el átomo insensible y compacto.
Juan Arnau Navarro, Las puertas de la percepción, El País 10/09/2020
El liberalismo es una cultura política que, sin renunciar a la verdad y el bien como aspiraciones humanas, diseña la vida pública de manera que nadie pueda representarlos absolutamente. La verdad y el bien son entendidos más como aspiraciones que como propiedades.
La verdad en política es una aspiración compartida, no una propiedad privada o un arma arrojadiza. La democracia es un régimen de opinión, que no se puede desarrollar sin respeto a las evidencias, por supuesto, pero en la que nadie ostenta el privilegio de representar a los hechos verdaderos. Hay hechos palmarios sin cuya aceptación el diálogo sería imposible; uno de los más básicos es, por cierto, nuestra tendencia a calificar como hechos evidentes lo que no son más que opiniones personales. John Rawls recordaba que cierta concepción de la verdad (“toda la verdad”) es incompatible con la democracia porque en una democracia la verdad posible es parcial, limitada, compartida, provisional y discutible. No tenemos democracias para encontrar verdades absolutas, sino para decidir los asuntos comunes sobre la base de que nadie —mayoría triunfante, élite privilegiada o pueblo incontaminado— tiene un acceso privilegiado a la objetividad que nos ahorrara el largo camino de la pública discusión. Si incluso en la ciencia, que cuenta con instrumentos de verificación, protocolos rigurosos, datos contrastados y evidencias, la verdad es algo construido cooperativamente, qué decir de la dimensión de verdad de la política, que es un arte práctico basado en el contraste, el equilibrio de las fuerzas contrapuestas y la negociación continua.
Seguramente en el origen del tensionamiento actual de nuestra vida política hay una hipermoralización de los discursos; enseguida recurrimos a la condena moral cuando hubiera bastado el rechazo político. La democracia moderna se configuró en paralelo con los procesos modernos de secularización y de ahí ciertos parecidos formales: se privatiza la concepción del bien y se desmoraliza la vida pública, no en el sentido de que los asuntos comunes carezcan de reglas, sino de que las normas políticas no pueden ser remplazadas por normas morales. No hace falta que consideremos a nuestros adversarios políticos como unos malvados, ni es necesario calificar de ilegítimo al gobierno que detestamos cuando basta que los critiquemos por sus malas políticas. De quien echa mano con demasiada frecuencia a descalificaciones morales podemos sospechar que le faltan argumentos propiamente políticos.
La democracia es una realidad dinámica, que se revitaliza por el cambio y la transacción, ampliando los acuerdos e incorporando a nuevas generaciones, mientras que se anquilosa cuando evita cualquier transformación, para lo cual una de las más eficaces estrategias es suponer las peores intenciones en quienes proponen su actualización constituyente.
Daniel Innerarity, La democracia y la verdad, El País 10/09/2020
Una Noche de insomnio.
Entré por la puerta de acceso de urgencias. Encima un cartel enorme que señalaba : HOSPITAL PARA TRISTEZAS INCURABLES.
Aquí estoy -le dije a la coliflor de la entrada- que agazapada parecía desinteresarse por mi. Ella muy presuntuosa me señaló con sus evidentes protuberancias hacia el infinito irreal ...y moviendo su tamaño de hortaliza regordeta me dirigí hacia el fondo donde estaba la mar salada . En la mar donde habían camillas de todo tipo de colores perdidos , no se estaba mal pero como siempre lleno a rebosar . Sólo buscar un lugar que apearse fue una auténtica proeza.
Un caballito de mar lloraba desconsoladamente y la señora Rebeca andaba melancólica pensando en recuperarse del día que le abandonó el gazpacho. Mirándome me dijo: “Un día se fue en el tren del olvido ” Ahora ella lo recordaba desde entonces sin saber donde ir a llorar .
Más allá me fijé en unos pupitres que crujían entre madera y madera como si esperasen el turno para ser rescatados del lugar de donde provenían ; allí en el subsuelo con unos apuntes secuestrados. . Todo me sonaba a estar solitario y deprimido , ausente, desconcertado y por eso pensé : ¿Qué le ocurre a mi vida? .
En un único rincón encontré entre de los incontables lugares sin nombre que hay en el mundo hospitalario , un objeto que acababa de morir . Pregunté a la mopa de mi lado si sabía que había sido .Ella sin girar su pelusa dijo : “ seguramente lleva una eternidad y eso la desesperó” .
Así las lágrimas de tantos pacientes y rumiantes que se pasan los días en esas inmensas salas para curar , sea el cuerpo o el alma , acostumbran a regar las pocas plantas que habitan en el lugar . Todo suena a pena, una pena muy grande que se nota y se palpa en las miradas , los gestos , en las cabezas . Como si de sus ojos nacieran las sombras más oscuras de cierto dolor inmenso , o el baile más lento y repetido una y otra vez de forma automática o los pensamientos más lejanos de este mundo absurdo y sin sentido en esta vida de corazones rotos, desalmados que suspiran a ratos vacíos con agujeros negros.
Por el megáfono se escuchaba un tango: La cieguita.. Nada que pensar , nada que hacer, nada que esperar esperando , nada que hablar ...
La sala se llenaba cada vez más de caídos, de sostenidos, de derrumbados , de defraudados , de desahuciados .. Y llego la caída de la noche más larga . Ya no se aceptaban más calabazas, tomates o zanahorias ni tan siquiera un conejo simpático o una bruja pirula . Tomarse en serio la tristeza no podía acabar con este hospital de prestigio y solera porque uno o una casi siempre se acababa muriendo .
La música contagiaba en el público en espera la nostalgia eterna de un pasado que añoraban y puede que fuese ese principio de una gran amistad . Un cartel da consejos con un slogan luminoso que ahora si ahora no se iba encendiendo y apangando señalaba; NO RIA; NO HABLE EN VOZ ALTA, NO MIRE A LOS OJOS, NO HABLE CON DESCONOCIDOS, NO ESCUCHE A NADIE , NO SIENTA NADA, Y SI PUEDE NO SE ATREVA A RESPIRAR ,
Me dirigí al fin a una sala del fondo más fondo cuando escuché mi nombre : Piedad. La cortina que ligeramente tapaba la camilla de verde campanilla tenía grabado un nombre : pi . Esperé una y otra vez , más de más .
Descansando un largo rato en paz, apareció una buena enfermera que conocía mi nombre : ¿Cómo estas piedad ? ¿Qué te ocurre ? Le agarré la mano y no la quise soltar ni un momento . Entendí así que nada ni nadie sabía lo que me pasaba y nunca lo podría remediar . Me acarició para que se calmase mi estado. Luego llamó auxilio por el interfono. ¡¡Vengan , es un caso de extrema gravedad se nos está marchando ya !!!
Ha quedado congelado mi rostro, mis cejas caídas, mis ojos semi cerrados, mis labios mirando el suelo, y una mirada perdida. Se me deslizan las saladas lágrimas sin más por las comisuras de mis labios y resbalan por mi cuello .
Oigo la voz del doctor Patata :” Directamente en vena 100 miligramos de phenobarbital . Y yo callada, me alejé de este mundo . Acabé con todo . Y luego tapada por la sábana hacia los sótanos de la morgue a menos 2 grados bajo cero . Que final ¡!
En ese lugar seguramente ya no habían tristezas porque se comparten entre los muertos las heroicidades que la vida a una le dio y a otros les quitó , y se ríe bonito , se baila junto de las manos y no hay carteles publicitarios que anuncien nada . Por eso me puse a reír a carcajadas enormes que han despertaron a todo el depósito lleno de las almas tristes que se pusieron a cantar de madrugada. Oh sole mio
Che bella cosa e' na jurnata 'e sole,
n'aria serena doppo na tempesta!
Pe' ll'aria fresca pare già na festa.
Che bella cosa e' na jurnata 'e sole.
Ma n'atu sole, cchiù bello, oje ne'
'o sole mio sta 'nfronte a te!
'O sole, 'o sole mio,
sta 'nfronte a te, sta 'nfronte a te!
Quanno fa notte e 'o sole se ne scenne,
me vene quase 'na malincunia;
sotto 'a fenesta toia restarria
quanno fa notte e 'o sole se ne scenne.
Ma n'atu sole, cchiù bello, oje ne'
'o sole mio sta 'nfronte a te!
'O sole, 'o sole mio
sta 'nfronte a te, sta 'nfronte a te!
Luceno 'e llastre d'a fenesta toia;
'na lavannara canta e se ne vanta
e pe' tramente torce, spanne e canta
luceno'e llastre d'a fenesta toia.
Ma n'atu sole, cchiù bello, oje ne'
'o sole mio sta 'nfronte a te!
'O sole, 'o sole mio
sta 'nfronte a te, sta 'nfronte a te!
Según la última entrega del Education at a glance, de la OCDE, tenemos en educación primaria una ratio de 14 alumnos por profesor y en la primera etapa de secundaria, de 12.
Yo no dudo que esta es una verdad estadística. Pero la realidad fáctica y la verdad estadística se relacionan de tal forma que con frecuencia dejan fuera de juego a la experiencia individual del ciudadano normal y corriente.
Cuando vea estos datos un profesor de primaria o de secundaria inmediatamente nos dirá que su clase está muy lejos de esos números. Cosa que es verdad. ¿Pero entonces, de dónde surge esta disparidad entre la estadística y la experiencia?
Cuando se suma el total de profesores para dividirlo por el total de alumnos, hay que tener en cuenta que entre los primeros incluimos a todos aquellos que, en número creciente, se dedican a tareas burocráticas y a los sustitutos que cubren bajas de profesores.
Esta semana veremos cómo todo aquello que en los centros educativos tenía más que ver con la educación (expresarse y comunicarse libremente, experimentar, convivir, elegir por uno mismo, cultivar amistades y afectos…), y que solo sucedía en la periferia de las aulas – pasillos, recreos, excursiones… – o, excepcionalmente, en la clase de algún profesor “raro”, se acaba por esfumar del todo. Alumnos adolescentes, de entre doce y dieciocho años, no podrán, este curso (ya veremos hasta cuándo), salir al pasillo entre clases, levantarse, acercarse a sus compañeros o su profesor, saludarse o contactar físicamente, hacer actividades en grupo, compartir objetos, ir de visita a otras aulas, usar bibliotecas o laboratorios, tocar instrumentos, realizar actividades extraescolares, abandonar el centro durante el recreo, jugar al balón, salir del sector asignado en el patio, apoyarse en la pared, pararse a charlar en las entradas y salidas…
Como le leí el otro día a un amigo y experto docente, se ha prohibido todo aquello que enmascaraba y dulcificaba el proceso educativo, haciendo que este se muestre, de forma descarnada, como lo que realmente es: un enorme engranaje disciplinario destinado fundamentalmente a perpetuar las estructuras sociales, y un colorido (o grisáceo, según edad) almacén en el que depositar a los niños mientras trabajan sus padres.
Para este viaje no hacían falta alforjas. La educación presencial es preferible a la digital, sí, pero no a un coste educativo tan alto. Ni con un presupuesto tan bajo. Aunque desengáñense: solo con inversión económica no se soluciona nada. Autoridades, docentes y buena parte de la sociedad, ya venían contagiados (y embozados), desde antes de la pandemia, por una sustanciosa cantidad de virus ideológicos y prejuicios. De hecho, a no pocos profesores les va a parecer de perlas tener a sus alumnos (¡al fin! – dirán –) sentados y amordazados durante las seis horas diarias de clase.
En la insolación de este extraño y reconcentrado verano he soñado, a ratos, con que las administraciones, en un ejercicio insólito de cooperación, a la luz nimbada de un solemne pacto político, sistemáticamente asesorada por verdaderos expertos – no gurús de saldo – y miembros destacados – no mansos y enchufados – de la comunidad educativa, decidían aprovechar la crisis para dar un vuelvo definitivo a la situación. No solo para garantizar ese mínimo y mítico 5% del PIB, o los profes necesarios para que las ratios de alumnos fueran, valga la redundancia, razonables, sino para fijar una ley de educación estable, transformar el sistema de selección y formación de docentes, abrir y airear currículums, impulsar una necesaria renovación pedagógica, y dar un giro sustancial a lo que, por simple rutina, todavía creen muchos que es la educación.
Luego despertaba y empezaba a temer que, más que una oportunidad, la crisis pudiera ser el pretexto perfecto para recoser la misma ley educativa con cuatro o cinco modificaciones biensonantes, recortar o congelar fondos, mantener ratios (para subirlas conforme vaya pasando la pandemia) y dejar todo como estaba o, peor, como una versión simplificada y básica de lo mismo: más orden, más disciplina ciega, más adiestramiento para el mercado, más control, y más mascarillas para el pensamiento crítico, la autonomía personal y el genuino deseo de saber. Ojalá me equivoque, pero, más allá de coyunturas sanitarias, la mascarilla en la boca y la disciplina cuartelera siguen siendo un símbolo de cómo muchos siguen entendiendo la educación. Con bozal.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico ExtremaduraEl día 8 de septiembre se celebra el día que genéricamente se conoce como "de las vírgenes aparecidas". Pero en cada lugar, la suya es la virgen que les hizo el don de aparecerse allí y sólo allí. Por eso el 8 de septiembre son las fiestas en mi pueblo, Azagra, porque festejamos a nuestra Virgen del Olmo, que es nuestra y sólo nuestra. Sólo se nos apareció a nosotros y en un olmo de la ribera del Ebro.
Una tarde de junio de hace muchos más años de los que quisiera, un muchacho del pueblo, con las luces de la inteligencia mermadas, vino a sentarse a mi lado en la puerta de casa. Me preguntó si era verdad que mi madre se moría. Le dije que sí. Me volvió a preguntar a dónde se iban los que se mueren. Le dije que la cielo, con Dios. Se levantó, muy enfadado, y me pidió que no consintiera yo semejante cosa. "¿Qué es Dios para nosotros? ¡A ver! ¡Dios no es nada para nosotros! ¡La nuestra es la Virgen del Olmo!". Tenía cierta razón.
Teológicamente, la Virgen de Montserrat y la del Rocío, son la misma. Pero si esta noche cometiéramos la fechoría de cambiarlas, mañana tendríamos un conflicto de primera magnitud, porque la Virgen será de todos, pero la del Rocío es andaluza y la de Montserrat, catalana.
Sacar en procesión a la patrona del pueblo, a la Virgen del Olmo, no es una cosa cualquiera. Es sentir una comunión colectiva en un amor y una esperanza que ninguna otra cosa puede provocar. Nada es más nuestro que nuestra virgen recorriendo al atardecer, entre flores y jotas, las calles del pueblo y por eso nada nos hermana más. Nada despierta en nosotros, individual y colectivamente, más intensas emociones, de esas que brillan a flor de piel. Ninguna otra cosa es capaz de superar por un rato todas las divisiones, enfrentamientos y mezquindades que podamos arrastrar en nuestras vidas cotidianas.
Cada año al anochecer del 7 de septiembre en mi pueblo se produce un milagro que es sólo para nosotros.
Largo paseo por las viñas y campos de cultivo abandonados de Alella. Como mi Agente Provocador y yo aún seguimos manteniendo vivo un cierto espíritu aventurero, nos atrevimos a hacer aquello contra lo que el refrán previene: dejar carretera por senda. Y no sólo eso: dejamos también la senda por una pista que se fue haciendo cada vez más difusa, hasta que nos encontramos sin salida, entre zarzales y cañaverales. Acabamos con las piernas castigadas, pero felices. Cuando encontramos el camino de regreso, el cielo amenazaba lluvia, pero esperó a que llegásemos a casa para descargar. La felicidad también es llegar a casa cansado y con las piernas marcadas, como un niño. A veces hemos llegado también empapados porque una tormenta nos alcanzó a medio camino. Pero eso ya no es la felicidad, eso es una orgía.
Comencem el nou curs amb un tema d’actualitat que no té gaire a veure amb els virus:
Els darrers dies s’ha produït una certa polèmica (ben amagada pels mitjans de comunicació, més preocupats per la continuitat laboral d’algun treballador argentí) sobre la implantació d’un pla pilot de religió islàmica per a centres públics. La idea és regular el dret dels alumnes d’aquesta religió a rebre formació islàmica, de la mateixa manera que els alumnes de religió catòlica. Pel que fa a la selecció del professorat, es seguirien uns criteris similars als que es segueixen per a la selecció del professorat de religió catòlica.
Òbviament la polèmica ha esclatat a partir d’unes poc hàbils declaracions del Conseller d’Educació que podrien ser interpretades com a islamòfobes. També s’han abonat els carronyaires de sempre que han acusat al Departament d’Educació d’intentar eliminar el cristianisme per cercar la implantació d’una República Islàmica…
Intentem treure soroll i posar ordre i reflexió per extreure alguna conclusió acceptable.
La veritat és que la nostra Constitució defineix Espanya com a un estat aconfessional; això vol dir que no es concedeix cap privilegi a una confessió religiosa per sobre de les altres o de la possibilitat de no tenir-ne confessió…
Sempre he estat partidari de l’humor com a forma de comunicació, però crec que ara ens hem passat de frenada: un estat que marca el seu calendari (més enllà de qualsevol opció racional) per la tradició catòlica, en el que fer la declaració del IRPF sense que cap cèntim vagi a l’església catòlica és un esport d’aventura, on els edificis de la dita organització no paguen l’IBI, on ens mengem els cassos de pederàstia sense que la fiscalia investigui d’ofici, que té un concordat amb la “Santa” Seu vigent des del 1953 on, entre d’altres privilegis, es manifesta que els valors transmesos pel sistema públic d’ensenyament han de ser acords amb l’ètica cristiana… Afirmar que vivim a un estat aconfessional és un insult a la intel·ligència o una mostra de cinisme descomunal.
Però el cas és que si algú té un fill i vol que, al sistema públic, rebi educació sobre aquesta religió, té dret a demanar-ho i que es triï un docent seguint els mateixos criteris que es segueixen per al cas de la Religió catòlica… I quins són aquests criteris?
Hem fet una mica de recerca i hem trobat alguna situació un pel qüestionable: per tal d’exercir com a professor de Religió catòlica es demana que s’hagi obtingut la “Declaració eclesiàstica de competència acadèmica”. Per tal d’obtenir aquesta declaració (concedida pel Bisbat, no per cap institució pública amb competències educatives), cal acreditar la graduació en Teologia o en Ciències Religioses o bé haver cursat tres cursos del Batxillerat en Ciències religioses…
Observem un petit problema: les dues primeres titulacions no es poden obtenir a cap universitat pública; la tercera ni tan sols és una titulació universitària.
És a dir, només poden exercir com a professors de religió catòlica aquells que han obtingut unes titulacions que atorga una entitat privada, que no passa per cap dels controls de qualitat que s’exigeixen a totes les Universitats (publiques o privades) que no són eclesiàstiques. Fins i tot, es reconeix la possibilitat d’exercir a partir només d’uns cursos de batxiller…
Aquí està la qüestió: si formes part de la meva organització podràs treballar encara que no tinguis una formació universitària reglada que garanteixi que els teus coneixements tenen uns mínims de rigor científic, tampoc és necessari que passis per un procés de selecció públic… com que es tracta de religió, el rigor científic és tan poc important com els criteris de selecció!! Així, si s’escau que hom interpreta que la Terra és plana o que les vacunes són inútils, com que el coneixement científic no és important, podem donar carta blanca a explicar qualsevol bajanada encara que mai hagi estudiat res en relació amb la medecina tot i que vaig treure molt bona nota en teologia…
Ara ens diuen que els professors de religió islàmica han de ser triats pels mateixos criteris que els de religió catòlica. Em sembla que no cal. No cal tenir professors sense formació universitària reglada. Ens calen professors que expliquin la religió des d’una dimensió crítica, cultural i antropològica i aquests només poden sortir de les Facultats d’Antropologia i Sociologia i no de les de Teologia. Cal que acreditin els seus coneixements amb titulacions reconegudes pels consells interuniversitaris i no per la signatura del mossèn de la parroquià, el bisbe de torn o l’imam de la mesquita.
Podem fer tants debats com vulguem, però si no basem l’educació en el coneixement científic, més val que anem plegant. A les aules s’ha d’entrar amb una preparació que permeti promoure el pensament crític i el rigor científic o estarem abonant el camp als fanàtics de tota mena.
Cap problema pel que fa a l’educació religiosa: la religió és un fenomen cultural importantíssim que cal estudiar, com l’art o la filosofia. Però cal estudiar-lo des d’una perspectiva crítica i científica: podem exigir a un professor de filosofia que només expliqui el pensament d’aquells autors amb els que està d’acord? Li exigim que expliqui totes les teories donant el marc teòric que permeti la seva comprensió: si per triar un professor li exigíssim la seva acceptació de la teoria d’un autor… com podem estar segurs que serà equànim en les seves explicacions?
Mireu, la cosa està molt malament i només la ciència ens arreglarà els nostres problemes: els terraplanistes, creacionistes, defensors de l’homeopatia, antivacunes o negacionistes de la pandèmia fan gràcia a la tele però no els necessitem a les aules dels centres d’educació pública.
De fet, en la meva humil opinió, més enllà de la magnífica feina que alguns d’aquests docents realitzen als centres públics, no necessitem professors de religió; necessitem bons professors de totes les matèries, però no de religió.
Que quedi clar: de cap religió, sense discriminació.
El Zarabullí era un baile muy popular en el Siglo de Oro que, tal como es recogido por Quevedo, tenía esta letra:
Zarabullí, ¡ay, bullí!, bullí de zarabullí.
Bullí cuz cuz
de la Vera Cruz.
Yo me bullo y me meneo,
me bailo, me zangoteo,
me refocilo y recreo
por medio maravedí.
¡Zarabullí!
¡Cómo me gustan estos juegos populares de palabras, que hasta hace muy poco se mantenían vivos en los cantares de los niños! Recuerdo bien el siguiente, que cantanan las niñas en un colegio en el que yo trabajaba a finales de los años 70 del siglo pasado:
La chata Merenguela
güi, güi, güi
como es tan fina,
trico trico trí
como es tan fina lairón
lairón, lairón lairón.
Se pinta los colores
güi, güi, güi
con brillantina
trico trico trí
con brillantina lairón
lairón, lairón lairón.
Y su madre le dice
güi, güi, güi
quítate eso
trico trico trí
quítate eso lairón
lairón, lairón lairón.
Que va a venir tu novio
güi, güi, güi
a darte un beso
trico trico trí
a darte un beso, lairón
lairón, lairón lairón.
Mi novio ya ha venido
güi, güi, güi
ya me lo ha dado
trico trico trí
ya me lo ha dado
lairón, lairón, lairón, lairón.
Y me ha puesto el carrillo
güi, güi, güi
muy colorado
trico trico trí
muy colorado
lairón, lairón, lairón, lairón.
Hay pocas sensaciones más satisfactorias que la de despertarte a tono con el día, es decir, sintiendo que has dormido bien, que has descansado y tienes la cabeza despejada y el cuerpo a punto para la carrera de las horas. Es una sensación que hace tiempo que no tengo. El sueño me da al levantarme menos de lo que prometía al acostarme y tengo la sospecha de que para descansar bien aún me faltan un par de horas de sueño profundo. Nada grave, ciertamente. Posiblemente es sólo otra de las marcas de la edad.
Ayer el Libro de la vida de Santa Teresa me llevó hasta la increíble biografía de San Pedro de Alcántara, que casi toda su vida la pasó durmiendo media hora diaria. Esta era para él, como le confesó a Santa Teresa, la penitencia más dura.
El biógrafo de Plotino, su discípulo Porfirio, comienza la relación de sus hazañas intelectuales diciendo que su maestro tenía vergüenza de tener cuerpo. Encuentro en nuestros místicos algo parecido. Yo no. Yo lamento no poder celebrarlo más, porque, al fin y al cabo, si es de barro, el suyo es barro del Paraíso. Quizás por eso San Pedro de Alcántara, poniendo en orden su vida poco antes de expirar, quiso pedirle perdón a su cuerpo por las fechorías a que lo había sometido.
Y dicho esto, me voy al mercado a hacer la compra.
Leemos estos días que algunos colegios de médicos expedientarán no solo a los colegiados que nieguen la existencia o gravedad de la pandemia, sino también a aquellos que cuestionen la validez de las pruebas o las medidas adoptadas por la autoridad sanitaria. El asunto es preocupante, ya que lo que parece castigarse no es la mala praxis de un médico, o la ilegalidad de sus acciones, sino, simplemente, que disienta de dictámenes científicos (y políticos) distintos al suyo. Ahora bien, ¿debemos impedir que un médico opine pública y libremente sobre aquello sobre lo que, además, es competente?
El filósofo Kant afirmaba que una de las condiciones del progreso social y político (no digamos del científico) consistía en permitir la máxima libertad de opinión en la esfera pública y académica, y restringirla en el ejercicio del cargo u oficio que cada uno desempeña. Así, y aunque, para garantizar el orden, cada funcionario, militar, profesor, médico o lo que sea, debería hacer su trabajo según lo convenido y sin chistar, una vez “libre de servicio” tendría – según el filósofo – el derecho (y hasta la obligación) de criticar públicamente, como experto, todo lo que considerase oportuno. Pues bien, este mínimo grado de libertad – el de poder opinar en público – es justo el que parecen negar estos colegios de médicos a sus miembros. Con el agravante de hacerlo en un campo (el de la ciencia) en el que, a diferencia de otros más dogmáticos (como la religión o el partidismo político), la crítica y la heterodoxia resultan imprescindibles para probar y perfeccionar lo que se cree saber.
Los colegios aludidos esgrimen, no obstante, dos razones para justificar su censura: la excepcionalidad de las circunstancias, y el carácter poco riguroso o científico de las disensiones. Veamos hasta qué punto son estas razones válidas.
La primera de ellas es una variante de la justificación más habitual del estado de excepción. Se viene a decir que, dado que estamos en una situación de emergencia y las opiniones críticas podrían generar alarma y confusión (¡amén de indisciplina!) en la ciudadanía, de debe impedir, por la seguridad de todos, la difusión de tales opiniones. Hay, sin embargo, dos contrarréplicas contundentes a este razonamiento: (1) la anteposición a toda costa de la seguridad a la libertad conduce a un estado de excepción crónico (solo hay que ir buscando o creando una amenaza tras otra) y, por tanto, a la pérdida total de control sobre el poder del Estado; (2) el trato paternalista a los ciudadanos, en este caso suponiéndolos incapaces de aceptar la natural controversia científica, es inconcebible en un régimen en el que esos mismos ciudadanos son los depositarios de la soberanía y, por tanto, aquellos a los que con más motivo se ha de informar y rendir cuentas.
En cuanto a la segunda razón – “los médicos negacionistas no se apoyan en evidencias científicas” – hay que empezar por deshacer la falacia (llamada del “hombre de paja”) consistente en meter en el mismo saco a los fanáticos y negacionistas más chiflados, y a aquellos que cuestionan, razonadamente, la forma en que se está entendiendo y afrontando el problema. De hecho, y a tenor del criterio de los colegios de médicos aludidos, habría que expedientar a todos los científicos del mundo que, sin negar la existencia de la pandemia, recomiendan otras medidas de control o critican severamente las establecidas en países como el nuestro. Más al fondo, la réplica fundamental al argumento es clara: no hay una única forma de construir “evidencias científicas” (los hechos son interpretables de más de una manera). Esto no supone aceptar cualquier cosa, ni defender que “todos tienen (la misma) razón”, sino asumir que, en medicina, como en toda ciencia, cualquier tesis es meramente hipotética – hasta que se descubra otra mejor –. La controversia científica (y, aneja, la política y social – la ciencia no es cosa de ángeles –) en torno al coronavirus y la forma de afrontarlo remite, pues, a un debate, tanto entre expertos como entre ciudadanos, y no, en ningún caso, a expedientar a nadie – y menos a un médico – por manifestar su parecer.
Artículo publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.
Me levanto temprano y subo la persiana. Me encuentro con un amanecer normal. No hay nubarrones en el horizonte. El cielo está despejado. Eso quiere decir que yo también lo estaré. Curioso estado el mío en que todo cambio de presión altera mis isobaras anímicas y somáticas, dejándome para el arrastre. El clima es un estado de mi alma.
Sigo dando entrevistas en centros educativos de hispanoamérica. La semana pasada tocó Argentina y esta ando por Perú, Chile y Colombia. Siempre me sorprende la normalidad con que los hispanoamericanos siguen usando la expresión "madre patria", que nosotros, por complejo, hace tiempo que dejamos de utilizar. Igualmente me sorprende muy gratamente la cordialidad con que me reciben y, desde luego, amor con amor se paga.
Ayer estuve hablando con los profesores y alumnos (17-18 años) de un centro educativo de Valparaíso. Al inciar la conexión, la directora lo presentó como un colegio cristiano y abrió el acto con una oración. Le agradecí que tuvieran la claridad moral suficiente como para no enmascarar sus convicciones tras la fórmula vacía de "centro basado en valores cristianos"
De la editorial Ariel me comunicaron el lunes que sacaban una segunda edición de ¿Matar a Sócrates? Les pedí incluir un pequeño epílogo de tres páginas que ya está enviado. Este es un libro que aprecio muy especialmente porque es uno de los más míos por eso mismo me alegra más su reedición..Cada vez que hay un cambio brusco de presión atmosférica quedo hecho un guiñapo: mareos, náuseas... tiene esta situación, sin embargo, algo favorable: me ayuda a perder peso. Este verano, que ha sido horrible, he perdido 13 kilos. A pesar de todo, estoy contento. Sigo haciendo cosas:
El Subjetivo: Hay más antimonárquicos que republicanos.
Searle (nacido en Denver en 1932) planteó este experimento mental en “Minds, Brains, and Programs”, un artículo publicado en 1980 (pdf). Como explica a Verne Ana Cuevas Badallo, profesora de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Salamanca, el estadounidense respondía así a los defensores de la llamada “inteligencia artificial fuerte”, que defiende que una inteligencia artificial podría igualar o superar la inteligencia humana en cualquier ámbito. Para el filósofo, poder procesar símbolos de modo puramente sintáctico no significa que haya capacidades mentales reales, ya que eso lo da la semántica, es decir, el contenido y la interpretación de ese contenido.
Es decir, un algoritmo no es equivalente al pensamiento consciente y el hecho de que un programa maneje símbolos no significa que comprenda lo que está haciendo.
Una de las ideas que ataca Searle con este experimento es el test de Turing, según el cual una máquina se podría considerar inteligente si una persona no supiera si está hablando con un ordenador o con otro interlocutor. Searle considera que su habitación podría pasar este test y hacer creer a los demás que sabe chino. Aunque no tenga ni idea.
Sin embargo, el matemático británico Alan Turing (1912-1954) escribió en el artículo donde habla de su test (pdf) que la pregunta “¿pueden pensar las máquinas?” no tiene sentido y no merece la pena discutirla. Lo importante para él es si nosotros podríamos darnos cuenta de la diferencia. Por ejemplo, ¿importa que la computadora Deep Blue y la IA Alpha Go tengan conciencia de lo que están haciendo, o solo importa que hayan ganado a los campeones humanos de ajedrez y de go?
Jaime Rubio Hancock, La habitación china: ¿puede pensar una máquina?, Verne. El País 16/08/2020
La democracia liberal establece límites al gobierno de la mayoría, normalmente con una Constitución que garantiza los derechos individuales y las libertades civiles, establece un sistema judicial independiente que hace que se respete esta garantía y abre el camino para una prensa libre que pueda defenderla. Las mayorías solo pueden actuar, o actuar legítimamente, dentro de unos límites constitucionales. Al igual que todo lo demás en la política democrática, los límites se debaten tanto en el plano legal como en el político. Pero estas controversias no se zanjan por la regla de la mayoría, sino mediante procedimientos mucho más complejos y dilatados en el tiempo, lo que dificulta que se anule cualquier conjunto de derechos y libertades existentes.
No pretendo negar la importancia de la intervención popular. El gran logro de la democracia es que incorpora a los hombres y mujeres corrientes, a ustedes y a mí, al proceso de toma de decisiones. De hecho, el adjetivo “liberal” garantiza que cada cual sea en efecto incorporado en dicho proceso de un modo que nunca se había dado en las democracias que han existido a lo largo de la historia, desde la de Atenas a la de EE UU. Los derechos y las libertades civiles son posesión legítima de cada uno de los miembros de la comunidad política, ya sean judíos, negros, mujeres, deudores, delincuentes o los más pobres entre los pobres. Todos nosotros intervenimos en los debates democráticos, en la organización de movimientos sociales y partidos políticos, y participamos en las campañas electorales. Pero, incluso cuando salimos victoriosos, existen límites que restringen el alcance de nuestras decisiones. Así pues, los demagogos populistas se equivocan al afirmar que, una vez que han ganado unas elecciones, representan o encarnan “la voluntad del pueblo” y pueden hacer lo que les venga en gana. La realidad es que hay muchas cosas que no pueden hacer.
Lo que quieren estos populistas, ante todo, es promulgar leyes que garanticen su victoria en las siguientes elecciones, que pueden llegar a ser los últimos comicios significativos. Atacan a los tribunales y a la prensa; menoscaban las garantías constitucionales; se apoderan del control de los medios de comunicación; reorganizan el electorado excluyendo a las minorías; acosan o reprimen de manera activa a los líderes de la oposición, todo ello en nombre del gobierno de la mayoría. Son, como ha dicho Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, “demócratas iliberales”.
Los límites liberales que se imponen a la democracia son una especie de prevención de desastres para todos los implicados. Reducen las expectativas que están en juego en el conflicto político. Perder unas elecciones no priva a nadie de sus derechos civiles —entre los que está el derecho a la oposición, que entraña la esperanza de una victoria la próxima vez—. La alternancia en el poder es una característica habitual de la democracia liberal. Evidentemente, nadie quiere rotar y tener que dejar su cargo público, pero todos los cargos públicos aceptan y conviven con los riesgos de la alternancia. Sin embargo, dichos riesgos no conllevan la represión ni el encarcelamiento. Uno pierde las elecciones, pierde el poder y se va a casa. Precisamente así entiende los límites impuestos por el adjetivo “liberal” el socialista italiano Carlo Rosselli, uno de los líderes de la resistencia antifascista en las décadas de 1920 y 1930, y autor del libro Socialismo liberal (...) “Liberal”, escribe Rosselli, describe “un conjunto de normas del juego que todas las partes rivales se comprometen a respetar, unas normas destinadas a garantizar la coexistencia pacífica de los ciudadanos (…); a restringir la competencia dentro de unos límites tolerables, a permitir que todas las partes se turnen en el poder”. Así que el socialismo liberal de Rosselli incorpora la democracia liberal. Para él, así como para los demócratas a los que él sigue, el adjetivo “liberal” supone una fuerza, además de limitadora, diversificadora: garantiza la existencia de “varios partidos” (es decir, más de uno) y posibilita que cada uno de ellos alcance el éxito (...)
Los nacionalistas son personas que ponen en primer lugar los intereses de su país. Los nacionalistas liberales hacen eso y, al mismo tiempo, reconocen el derecho de otras personas a hacer lo mismo (...) Reconocen la legitimidad y los legítimos intereses de las diferentes naciones. Del mismo modo que los demócratas liberales ponen límites al poder de las mayorías triunfalistas y los socialistas liberales ponen límites a la autoridad de las vanguardias obsesionadas con la teoría, los nacionalistas liberales ponen límites al narcisismo colectivo de las naciones.
Michael Walzer, A lo mejor eres liberal y ni siquiera lo sabes, El País 30/08/2020
Imaginemos que un científico maligno ha extraído un cerebro del cuerpo y lo ha colocado en una cubeta de nutrientes que lo mantienen vivo. Las terminaciones nerviosas han sido conectadas a un ordenador que provoca en esa persona la ilusión de que todo es perfectamente normal. Se despierta cada día para ir al trabajo, se va a tomar unas cervezas con los amigos, queda con su pareja por la noche. Todo igual que siempre, él no sospecha que nada haya cambiado. “La víctima puede creer incluso que está sentada, leyendo estas mismas palabras acerca de la suposición, divertida, aunque bastante absurda, de que hay un diabólico científico que extrae cerebros de los cuerpos y los coloca en una cubeta”.
La cita es de Razón, verdad e historia, libro del filósofo estadounidense Hilary Putnam, publicado en 1981. El objetivo de este experimento mental es sugerir que todo puede ser una ilusión e inocularnos una buena dosis de escepticismo. Es una idea que lleva siglos rondando y que además ha servido de inspiración para libros y películas de ciencia ficción, como Matrix. Y que es tan extravagante como difícil de refutar.
La misma idea se puede encontrar en el mito de la caverna, de Platón; en La vida es sueño, de Calderón de la Barca; en el velo de Maya del hinduismo, y en el genio maligno de Descartes, tal y como nos recuerda por teléfono Jesús Zamora Bonilla, autor de En busca del yo: una filosofía del cerebro y catedrático de Filosofía de la Ciencia en la UNED. La idea es que si nuestras percepciones y nuestra actividad cerebral tienen lugar en el cerebro, “causadas por estímulos externos”, podrían “llegar de una fuente diferente al mundo real, ya sea un científico loco o un demonio maligno, y no podríamos distinguirlas”.
El argumento, explica, es imposible de rebatir al cien por cien, porque al final se trata de “un hecho empírico: o somos cerebros en una cubeta o no lo somos”. Otra dificultad para refutar estos planteamientos es que se le suele dar un poder casi absoluto a este científico maligno. Por ejemplo, podría haber creado todo el mundo, incluidos nuestros recuerdos, hace cinco minutos, como sugería, sin tomárselo muy en serio, Bertrand Russell. O cada medianoche podría volver a empezar todo de cero, como en la película Dark City.
El propio Putnam expone esta idea en su libro precisamente para intentar refutarla mediante un argumento lógico: si en nuestro universo todos fuéramos cerebros en una cubeta, no habría un mundo exterior al que nuestro lenguaje pudiera hacer referencia, por lo que la frase “somos cerebros en una cubeta” ni siquiera tendría sentido. Como el lector puede intuir, esta propuesta ha dejado insatisfechos a muchos filósofos, por más que prácticamente toda la humanidad esté de acuerdo con él en la conclusión.
Las versiones más modernas del experimento sugieren que podríamos estar viviendo en una simulación, en la línea de Matrix. El filósofo Nick Bostrom, autor del libro Superinteligencia, apuntaba a esta posibilidad en un artículo publicado en 2003. Su argumento se basa en dos premisas: la primera, que la conciencia podría llegar a simularse por ordenador. La segunda, que civilizaciones futuras podrían tener acceso a una cantidad ingente de poder computacional. En tal caso, estas civilizaciones podrían programar simulaciones de millones de mundos enteros. Si es así, habría muchos más universos simulados que reales, por lo que sería más probable que viviéramos en una simulación que en un mundo real. Como los Sims, pero con casas más feas.
... nuestros ojos no son cámaras de vídeo que captan la realidad tal cual, sino que interpretamos y reelaboramos toda la información que nos llega de nuestros sentidos. Siguiendo con el ejemplo de la vista y como escribe el neurocientífico Ignacio Morgado en La fábrica de las ilusiones, “la luz y los colores que vemos son solo la lectura que nuestro cerebro y nuestra mente consciente hacen de lo que verdaderamente hay fuera de nosotros, que no es otra cosa que materia y energía”. Todo apunta a que esta información es fiable, ya que llevamos decenas de miles de años usándola para sobrevivir, pero no hay una correspondencia total y absoluta entre ese mundo real y nuestra actividad mental.
Como escribe el filósofo Thomas Nagel en Una visión de ningún lugar, el escepticismo que destila la idea del cerebro en una cubeta (y películas como Dark City) nos ayudan a darnos cuenta de que “nuestras ideas acerca del mundo, por sofisticadas que sean, son el resultado de la interacción de una pieza del mundo con parte del resto, de formas que no entendemos muy bien”. Así, este escepticismo es en realidad una manera de reconocer nuestros límites, sin que por eso vayamos a pensar que nuestra vida no es más que un espejismo.
Es decir, puede parecer que el experimento pone en duda que haya otra cosa en el universo que no sea YO, que era el punto de partida de Descartes. Pero al final resulta que es al revés: el mundo existe y, en todo caso, lo que está en duda es lo que yo sé de él.
Jaime Rubio Hancock, El cerebro en una cubeta: ¿y si vivimos en una simulación?, Verne. El País 24/08/2020
La herencia de la Ilustración ha generado en nuestros días lo que Malesevic llama una “disonancia ontológica”, la que surge de la prevalencia de los derechos humanos -con el reconocimiento de que todas las personas tenemos el mismo valor intrínseco- y el uso sin embargo de violencia organizada contra ellas. “La comprensión universal de que todos tenemos el mismo valor moral crea una situación muy inusual por la que la única forma en la que se puede deslegitimar a algunas personas o grupos es deshumanizarlos, la única en la que puedes decir que el enemigo merece ser matado. ‘Míralos, no son seres humanos, son animales y deben ser tratados como tal’. Los políticos suelen usar ese lenguaje durante la guerra y mucha gente lo acepta. Muchos estadounidenses siguieron esa idea de que los japoneses debían ser bombardeados porque no son humanos”.
Antonio Pita, Sinisa Malesevic: "Cuando controlas a la población no necesitas matarla", El País 28/08/2020
Vuelvo a Las moradas, de Santa Teresa.
La primera vez que leí este radical viaje interior, esta aventura espiritual en busca del centro del alma, fue tras visitar el edificio que Gaudí les construyó a las Teresianas en la calle Ganduxer de Barcelona con los materiales que, supuestamente, eran los desechos de la Pedrera. Ese edificio intenta llevar a la arquitectura lo que la santa de Ávila intenta, con tanto esfuerzo y tan diligente dominio del idioma, llevar a las letras.
Ahora lo leo como otro viaje de exploración, de los muchos que realizaron los españoles a lo largo del Siglo de Oro tanto por la geografía física como por la espiritual.
Santa Teresa no es menos conquistadora que Cabeza de Vaca, ni su viaje es menos aventurero, ni menos apasionante.
Sería excesivo afirmar que el Siglo de Oro se reduce a una búsqueda incansable de respuestas a la pregunta "¿Quién soy yo?" pero es imposible comprender esta fulgurante época sin tener presente permanentemente esa pregunta.
Una pregunta para la que no tengo una respuesta clara: ¿Por qué me resulta tan próxima Santa Teresa y tan distante San Ignacio?
Sigo de espeleólogo por el Siglo de Oro, siglo de trantas gandezas y bajezas, de tanto misticismo y empirismo, de tanta corte y tanta aldea, de tanto adorno y tanta hambre, de tanto púlpito y tanta alcoba, de tanto hijodalgo y tanto pícaro, de tanta monja liviana, de tanto fraile gañán, de tanta monja sublime, de tanto fraile sutil, de tanta apariencia y tanta sinceridad, de tanta teología y tanta procacidad, de tanta nobleza y tanta hipocresía... que me parece evidente que no se puede poner un ejemplo de lo que fue tal siglo esplendoroso sin que inmediatamente nos impugne un contraejemplo. Lo realmente grande no tiene molde a su medida.
Curiosamente aparece el libro a la vez que este artículo de Política exterior: La vigencia del conservadurismo.
"Yo duermo y mi corazón vela".
Me temo que el navarro Pedro Malón de Echaide -nacido en Cascante en 1530 y fallecido en Barcelona en 1589- hoy es más conocido por las bodegas que llevan su nombre que por esa maravilla que es La conversión de la Magdalena.
Es difícil entender por qué esta maravilla no tiene la difusión y publicidad que se merece... al menos entre mis compatriotas navarros. Me imagino que porque no teniendo lectores es imposible que tenga defensores.
Lean ustedes esta defensa del castellano escrita por un místico navarro:
"No se puede sufrir que digan que en nuestro castellano no se deben escribir cosas graves. ¡Pues cómo! ¿Tan vil y grosera es nuestra habla? (...) No hay lengua ni la ha habido, que al nuestro haya hecho ventaja en abundancia de términos, en dulzura de estilo, y en ser blando, suave, regalado y tierno y muy acomodado para decir lo que queremos, ni en frases ni en rodeos galanos, ni que esté más asembrado de luces y ornatos floridos y colores retóricos, si los que tratan quieren mostrar un poco de curiosidad en ello."
La primera vez que leí este libro dejé una página completamente subrayada y repleta de anotaciones por los márgenes. Ahora, en la segunda lectura, he subrayado las anotaciones. Es esta:
"Las cosas que valen más que nosotros, mejor es amarlas que entenderlas, porque, amándolas, cobramos ser más perfecto, pues el amor nos une con lo amado, y entendiéndolas, parece que ellas pierden su ser y valor, pues las ajustamos y entallamos conforme a nuestro entendimento; pero si son de menos valor que nosotros, mejor es entenderlas que amarlas, porque con amarlas, nos hacemos de más bajo ser, pues cobramos el que tienen y perdemos el nuestro; y entendiéndolas, las mejoramos por la razón ya dicha."
He contado en numerosas ocasiones, y hasta lo he recogido en alguno de mis libros, una anécdota que transmite Soren Kierkegaard en uno de sus libros más interesantes, El instante, que dice así: "De un pastor sueco se cuenta que, turbado al ver el efecto que su discurso había provocado en la audiencia, deshecha en lágrimas, para calmarla dijo: ¡No lloréis, hijos, que todo podría ser mentira."
Aun conociendo el singular sentido del humor de Kierkegaard, siempre creí que la anécdota era cierta, porque ¡hay que ver cómo son los protestantes! Pero justo ayer por la noche, leyendo en la cama El libro de chistes de Luis de Pinelo (siglo XVI), me encontré con esta sorpresa: "Otro portugués predicaba la Pasión, y como los oyentes llorasen y lamentasen y se diesen de bofetones y hiciesen mucho sentimiento, dijo el portugués: -Señores, non lloredes ni toméis pasión, que quizá non será verdad".
Quedéme boquiabierto exclamando "¡Hay que ver cómo son los católicos!"
Dos textos curiosos:
Inicio del Origen y descendencia de los modorros, texto ha sido atribuido a diferentes autores, entre otros a Quevedo: "Dicen que el Tiempo Perdido se casó con la Ignorancia, y hubieron un hijo que se llamó Pensé que, el cual casó con la Juventud, y tuvieron los hijos siguientes: No sabía, No Pensaba, No Miré en Ello, Quién dijera".
El segundo texto se atribuye, no sin polémica, a la albaceteña Oliva Sabuco:
Me gusta la presentación: "Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida, ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos". Me gusta porque la prudencia no es una virtud filosófica, aunque sí lo sea del filósofo en tanto que ciudadano. Es decir: la prudencia no es una virtud intelectual, pero sí es una virtud política.
Entre los textos olvidados de la historia de la filosofía española merece un interés muy especial el Elogio de la nada dedicado a nadie, de don José del Campo-Raso, una defensa aparentemente irónica del nihilismo publicada en Madrid en 1756.
Valoren ustedes estas palabras: "Todas las cosas de este mundo pasan y se reducen a Nada. Todos se preocupan de Nada. Por Nada disputan los mortales, se hacen la guerra y se matan. Los hombres no sacan de sus inquietudes y trabajos en la tierra más que la vergüenza de haber sido engañados de Nada. Nada es el principio, el progreso y la conclusión de nuestras vanidades. Siempre Nada es constante, uniforme y siempre el mismo."
Nada, proclama el autor, "es el Dios de los espíritus fuertes". Ahí queda eso. ¿Se trata de una mera ironía? En cualquier caso, después de leer a José del Campo-Raso, a Anacarsis Clot, el creador del término "nihilismo", se lo ve con otros ojos.
Defendía Péguy con estas vehementes palabras el papel del maestro: "Es el único e inestimable representante de los poetas y de los artistas, de los filósofos y de todos los hombres que han hecho a la humanidad y que la mantienen". En definitiva, la función del magisterio consistiría en el noble compromiso de "garantizar la representación de la cultura."
Pero Péguy murió en 1914 cuando la escuela republicana francesa creía en sí misma. Hoy, nos hemos hecho no sé si más cínicos o más descreidos y nos preguntamos con Finkielkraut: "¿Cuántos son los que aún se creen en sus clases enviados de los poetas, de los artistas o los filósofos que han hecho a la humanidad?" Es decir: ¿Cuántos siguen creyendo que su misión es "garantizar la preservación de la cultura"?
Entre Péguy y Finkielkraut ha tenido lugar un cambio radical en la percepción que pedagogía tiene de sí misma. Con el primero creía firmemente en su misión republicana; con el segundo, ha reducido enormemente el horizonte de sus pretendiones para acabar reduciéndose a psicología.
Mientras tanto, en Londres, Katharine Birbalsingh alerta contra quienes defienden en estos tiempos de confusión generalizada, que "alentar a los niños a hablar correctamente y a escribir un inglés gramaticalmente correcto es imponerles la supremacía blanca." Katharine, que es una mujer valiente, anima a resistir a esta memez: "¡No te rindas! ¡Sigan luchando!"
Un nuevo artículo que he publicado en la revista homonosapiens que se titula: Sobre la transformación.
Me viene a la cabeza todas las veces que he escuchado a alguien hablar sobre la urgencia de un cambio en su vida. Es como un mantra que deambula, va y viene, incesantemente, en diferentes formatos: “necesito un cambio”, “necesito que cambies”, “es necesario que el mundo cambie”. El denominador común de estos tres tipos de demanda es que se sustentan en una creencia que predica que mi plenitud reside en última instancia en los demás o en el exterior. En la sociedad actual, para poder saciar esta necesidad de cambio, se vende mucha actividad y muchos productos que nos prometen paraísos terrenales y cambios para “mejorar” nuestra vida. Sin embargo, aunque exista mucha circulación de actividades hay muy poca experiencia. Viajamos, por ejemplo, buscando una experiencia que nos llene y, en muchas ocasiones, volvemos con las maletas repletas de cosas, comprobando, al mismo tiempo, que tan rápido como se llenan también se vacían. Si supiéramos que cuanto más buscamos menos hallamos lo que anhelamos, nuestra vida sería otro cantar: supondría la posibilidad de empezar a crear bellas melodías en sintonía con el latido del Universo. ¡Nos cuesta tanto descansar en la quietud! Tanto movimiento y actividad que no nos permite ver que es en la quietud desde donde podemos atisbar la transformación. A través palabras de Lao Tzu en el Tao Te King se muestra esta idea:
Sin salir más allá de tu puerta, puedes conocer los asuntos del mundo.
Sin asomarte a través de la ventana, puede ver al Tao Primordial.
No es necesario viajar más lejos para conocer más.
Así pues, el Sabio conoce sin viajar, ve sin mirar, y logra sin actuar.
No es lo mismo un cambio que una transformación y, no todos los cambios implican que haya una transformación. Resulta, pues, necesario distinguir entre cambio y transformación. La filosofía antigua arroja luz a esta distinción cuando concebía la filosofía como una forma de vida, que se alejaba de un conocimiento meramente intelectual, para dar lugar a una “sabiduría” que comprometía a la existencia entera y permitía vivir al hombre en unidad con el cosmos. A diferencia de los cambios que son temporales, la transformación, pues, abarca todo el ser. No se limita a alterar el orden de las cosas para conseguir un resultado, o en el que sustituimos una cosa por otra para adaptamos a una nueva situación. En la transformación el cambio emerge desde de nuestro interior, socava lo más profundo y va a la raíz de mi visión de la realidad: comprendiendo cómo y desde dónde vivo emerge una mirada nueva que impulsa la creación de un nuevo sentido. Por ejemplo, tenemos el caso de una persona que se encuentra insatisfecha, hastiada y desmotivada con su trabajo. Decide cambiar de lugar suponiendo que un cambio de compañeros y de lugar podría suponer una solución. Pero, por qué no se plantea, qué es lo que necesita de verdad, si ese trabajo está expresando lo mejor de sí mismo, si se están movilizando sus mejores cualidades, si se corresponde con lo que da sentido a su vida y, por tanto, va en sintonía con la alegría (en términos de Spinoza) y la plenitud. Los estoicos, sabían mucho de todo esto, y sabían cómo dotarnos de la mejor versión de nosotros mismos. Los cambios transformadores se producen cuando prestamos atención a lo que depende de nosotros y, además, vivimos en confluencia con la realidad, aceptando que no podemos tener control sobre lo que acontece. Una filosofía que orientaba sus prácticas hacia una mayor consecución de libertad interior.
El verdadero cambio que nos transforma es el que surge de lo más genuino y profundo de nosotros mismos. Esto supone una indagación introspectiva que favorece la consecución de una mejor comprensión de la realidad, a través de la búsqueda de la verdad, en la que se cuestionan las interpretaciones que distorsionan nuestra mirada y, que permite “vivirnos” desde quienes ya somos. Los cambios no se producen sin una entrega a la realidad tal como es. Se trata, pues de mirar lo que está pasando, sin negarlo o rechazarlo. Es estar presente sin establecer juicios que provengan de expectativas, exigencias o de ideales. La entrega se traduce en una confianza incondicional en la realidad y, por tanto, en una ausencia de conflicto entre el yo y la realidad. Y, a eso no se llega desde un empeño o un querer del intelecto. Estamos muy lejos, pues, de posiciones voluntaristas, de un esfuerzo para ser mejores o cambiar, sino ante una invitación para emprender la experiencia de la unidad. Como dice Jäger Willigis en su obra “Sobre el amor”:
En la senda espiritual, la ética surge en la persona no de buenos propósitos y de apelaciones a la voluntad, sino de la experiencia de la unidad. La persona se transformará hasta en lo más profundo de su ser. Esto trae consigo una transformación de la conciencia y de una visión del mundo que supera el estrecho círculo del yo. La persona abandona su egocentrismo e individualismo, y se experimenta como parte de un gran todo.
El cambio transformador se da, por tanto, cuando rompemos con esa inercia a vivir separadamente del mundo. Y, esto no puede darse si estamos atrapados en el tiempo psicológico-egótico o en el cronológico. La transformación se da en un presente atemporal. Krishnamurti en su obra “Vivir de instante en instante” lo expresa a través de estas palabras:
El hombre que confía en el tiempo como medio por el cual puede lograr la felicidad, comprender la verdad o Dios, sólo se engaña a sí mismo; vive en la ignorancia y, por lo tanto, en conflicto. Pero el que ve que el tiempo no es la salida de nuestras dificultades, y por lo tanto está libre de lo falso, un hombre así, naturalmente, tiene la intención de comprender; su mente, por consiguiente, está serena espontáneamente, sin compulsión, sin prácticas. Cuando la mente está serena, tranquila, sin buscar respuesta ni solución alguna, sin resistir ni esquivar, sólo entonces puede haber regeneración, porque entonces la mente es capaz de captar lo que es verdadero; y es la verdad lo que libera, no vuestro esfuerzo por ser libres.
Siguiendo esta idea, es evidente que ha sido bastante recurrente en Occidente la búsqueda de cambios como sinónimo de progreso, haciendo un uso -más que cuestionable y harto criticado- de la razón instrumental. La voluntad aquí se halla sometida a una creencia de que el cambio es sinónimo de progreso, entendido como un ideal que nos proporcionará la felicidad en el futuro. Un ideal que está fundamentado en una deficiente comprensión radical de la realidad, puesto que la felicidad se da cuando vivimos en confluencia con el sentido de la Vida, del Logos, el Tao, el brahman… Volviendo de nuevo a Jäger Willigis: afirma que el verdadero progreso es el origen y, por tanto, el regreso. Para explicar esta idea la relaciona con la parábola del hijo pródigo que, según sus palabras, “ilustra magistralmente la historia de nuestra transformación”. Al igual que el hijo pródigo, quien simboliza el ego que actúa de forma narcisista, hemos abandonado la casa del padre, quien simboliza la esencia de nuestro ser, nuestra patria. En consecuencia, hemos olvidado quiénes somos en realidad. Esto, evidentemente nos produce dolor que resulta de la consecuencia natural de la separación de nuestra verdadera esencia. Siguiendo las palabras del autor dice lo siguiente:
Parece que debemos atravesar primero por la separación, el dolor y la necesidad, antes de estar preparados para regresar a nuestra verdadera patria. Con frecuencia es el dolor, el fracaso, lo que nos hace recobrar la conciencia y lo que nos recuerda nuestra meta verdadera. En la historia se trata de la casa del padre, queriendo señalar con ello nuestra esencia verdadera, el regreso a la unidad con el fundamento primordial de la vida.
La transformación implica, pues, descubrimiento. Parafraseando las célebres palabras de Proust: «El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos«. Una mirada que es equivalente a estar atentos y, que no es otra cosa, que tener cuidado de nosotros mismos y, por tanto, del mundo. En esa mirada lúcida y penetrante está el germen de la transformación, que se sitúa en las antípodas de esos cambios que circulan en los mercados perecederos del Ser. A diferencia de lo que se enseña en las facultades de Filosofía, para llegar a la transformación no se requieren grandes dosis de erudición, pensamiento ni grandes dotes argumentativas, sino una mirada desnuda y limpia que despoja al mundo de filtros, retoques y capas de maquillaje. Desde allí, entregados en la quietud del silencio, paradójicamente, no nos encontramos solos sino reconciliados con la vida y con el mundo porque estamos de nuevo en casa. Por último, estas palabras de Nisagadartta en su obra Yo soy eso:
Siéntase perdido! Mientras se sienta competente y seguro, la realidad está más allá de su alcance.
A menos que acepte la aventura interior como modo de vida, el descubrimiento no llegará a usted.
Olvide sus experiencias pasadas y sus logros, quédese desnudo, expuesto a los vientos y lluvias de la vida y tendrá una oportunidad.
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