Philippa Foot, nieta del presidente Groover Cleveland, tiene en su haber el célebre dilema del tranvía, síntesis perfecta de su ética de las virtudes: «Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará el tranvía por una vía diferente. Por desgracia, hay dos personas atadas a ésta. ¿Debería pulsarse el botón?»
Jordi Corominas, 'Animales metafísicos2, cuatro pioneras de filosofía, theobjective.com 28/02/2024
Se pretende devaluar hoy la capacidad memorística porque ese es un rasgo que, supuestamente, ha perdido toda utilidad. En ese argumento está implícita la idea de que antes hacía falta buena memoria para poder recordar muchas cosas, ya que no había dispositivos que permitieran acceder con facilidad al conocimiento acumulado. Pero ahora, con las enormes facilidades de almacenamiento de información y de acceso a ella –volúmenes gigantes al alcance de uno o dos clics–, se supone que ya no es preciso que utilicemos el cerebro propio como almacén.
Hoy se valora la creatividad. En nuestro mundo y, sobre todo, en el mundo hacia el que parecemos dirigirnos –se nos dice– la creatividad es fundamental, pues solo personas creativas son capaces de idear las nuevas soluciones, los nuevos productos, las nuevas obras artísticas o culturales, o de generar el nuevo conocimiento que servirá para alimentar la actividad económica que permita crear riqueza y bienestar.
En ciencia muchas ideas nuevas surgen cuando, dando vueltas a elementos aparentemente inconexos, encontramos o establecemos de repente una relación inesperada donde nadie antes lo había hecho. Es posible que eso ocurra mientras leemos un artículo o un libro, pero entonces el conocimiento codificado en forma impresa no suele ser suficiente, ha de cruzarse en su camino algún pasaje que habíamos leído en otra ocasión, o un fragmento de conversación que tuvimos hace un mes con un colega. O, incluso, puede surgir al contemplar una obra de arte o leer una novela. Es del todo azaroso el modo en que surge la idea nueva. En ocasiones lo hace durante el sueño o en estado de duermevela. Pero rara vez surge de confrontar dos o más elementos a los que accedemos directamente en el soporte en que se encuentran almacenados. Sospecho que en campos del saber otros que las ciencias naturales ocurre algo parecido.
Para que esa chispa, ese momento “eureka”, ese “¡ahá!”, ese “¡qué curioso!” o “¡qué raro!” se produzca, hemos debido confrontar alguna observación o idea con elementos almacenados en la memoria. Por eso, estoy convencido de que es necesario cultivar la memoria para promover la creatividad. Es una de sus mejores amigas.
Juan Ignacio Pérez, Memoria y creatividad, Cuaderno de Cultura Científica 10/03/2024
En The Myth of Evil (El mito del mal), el filósofo político Phillip Cole ofrece cuatro conceptos seculares del mal. Cole distingue entre la concepción monstruosa, el concepto del mal puro, la concepción filosófica y la psicológica. La primera entiende que “algunos humanos pueden elegir libre y racionalmente hacer sufrir a otros por el simple deseo de hacerlo y sin ningún otro fin”, pero al hacerlo “traspasan la frontera de la humanidad”, en otras palabras, son monstruos. La segunda establece que “la capacidad para el mal puro existe en todos los humanos sin distinción”. La tercera “rechaza el mal absoluto como una característica humana”: los humanos somos capaces solamente de un mal impuro, es decir, causamos sufrimiento a otros para obtener algún otro fin como el poder, la riqueza, la seguridad o un bien colectivo. La cuarta entiende que los actos que consideramos malvados tienen una explicación empírica asociada a nuestro contexto social, estado mental y/o unas circunstancias extremas.
Olivia Muñoz-Rojas, Oriente-Occidente, el enemigo en el espejo, El País 14/03/2024
Con el tema de la causa final, el pobre griego no hizo más que codificar uno de los mayores automatismos con los que nacemos lastrados. Todos llevamos la teleología grabada a fuego en nuestro cráneo. Dotar de propósito a los seres vivos y a las demás personas es seguramente una forma útil de transitar por el mundo, sobre todo cuando te acechan los leones, las serpientes, los amantes y el ejército enemigo. Pero eso no quiere decir en absoluto que la teleología, la causa final de Aristóteles, sea una idea correcta.
El psicólogo Pascal Wagner-Egger y sus colegas de las universidades de Friburgo, Rennes y París examinaron empíricamente la cuestión hace unos años. Estudiando a más de 2.000 voluntarios, mostraron que el pensamiento teleológico —explicar las cosas por su propósito— no solo subyace alcreacionismo, como cabía esperar tras dos milenios de teología cristiana, sino también a la conspiranoia, la tendencia a explicar los acontecimientos sociales, políticos, económicos e históricos mediante una conspiración secreta y perversa.
Las teorías conspirativas también tienen algo que ver con la religión, la adscripción política, la edad, la educación y la carencia de un pensamiento analítico, pero su correlación con la teleología es la más significativa y robusta. Wagner-Egger sostiene que la teleología es una forma primitiva de pensamiento, una que llevamos puesta en la cabeza “por defecto”. Atribuir cualquier cosa a que Dios la ha creado, y cualquier fenómeno social o político a una mano negra que rige nuestros destinos desde su lujoso escondrijo oscuro son dos manifestaciones del mismo estilo de pensamiento teleológico, el que pretende reducir un mundo complejo a una causa simple como un Creador, un banquero o un laboratorio farmacéutico. Para pensar esa ramplonería, más vale no pensar nada.
¿Tiene nuestra vida un propósito? Puesto que somos un producto de la evolución, y dado que la evolución no tiene ninguno, cabe dudarlo. Hay quien pretende alcanzar la inmortalidad a través de su obra, pero como dijo Woody Allen: “Yo no quiero ser inmortal a través de mi obra, sino a través de no morirme”. Malos tiempos para Aristóteles.
Javier Sampedro, Una vida sin propósito, El País 16/03/2014
A John Gray hay que leerlo en un día soleado. Por ejemplo, al final de su último libro, The New Leviathans. Thoughts after Liberalism, escribe: “El verdadero Leviatán es el animal humano. Hobbes creía que estaba impulsado por la autoconservación: los seres humanos siguen adelante hasta que el mundo los detiene. No vio que la pulsión de muerte está dentro de ellos. Nada es más real que la nada en el interior de los seres humanos. Solos entre los seres vivos, saben que su vida está limitada por la muerte. La conciencia de su mortalidad les impulsa a buscar la inmortalidad en las ideas. Matar por las palabras da sentido a sus vidas. En esto ejercen el privilegio del absurdo, al que no pueden renunciar”. Es una visión tremendamente deprimente (y posiblemente cierta): parece sacada de Los demonios de Dostoievski.
Ricardo Dudda, Algunas reflexiones sobre el futuro del capitalismo, Letras Libres 11/03/2024
I
A eso de las cuatro de la tarde ha sonado el teléfono. Era una de esas llamadas que esperas que nunca lleguen y que cuando llegan, siempre sin avisar, te encogen el corazón y te estrechan el mundo.
II
He ido al traumatólogo. En resumen: me ha recetado dos inyecciones anuales de ácido hialurónico, una en cada rodilla. En total: 600€. Ya sabía yo que esto era grave. Sin embargo con la dieta se ha mostrado escéptico: "Es buena, siempre que no reduzca la masa muscular...".
III
De lo terrible a la rodilla con esa singular solución de continuidad que se llama vida. Estaba yo pensando en el guionista tan poco versado en arte dramático que escribe nuestras vidas y me ha interrumpido otra llamada, esta vez desde Sevilla. Me invitan a que conferencie por tierras sevillanas y malagueñas.
I
Hay momentos en misa en que se produce un silencio profundo y es fácil dejarse llevar por él hacia un remanso de paz. Normalmente suele haber algún niño que lo rompe con un lloro o un quejido o una palabra incomprensible. Hoy el silencio ha sido compacto. Tan compacto que uno podía sentirse flotando en él. Cuando se producen silencios así, tan hondos, tan intensos, tan vivos, uno sabe que está, exactamente, donde debe estar.
II
El día ha sido tranquilo. Sin hijos, sin nietos, y con una sopa haciéndose a fuego lento a lo largo de la mañana, porque dice mi mujer que lo mejor para mi rodilla es la sopa de huesos. En algún sitio ha leído que ha de estar hirviendo un mínimo de tres horas.
III
Hemos vuelto de misa dando un rodeo, para aprovechar las calles desiertas. Este pueblo tiene sus momentos y si se saben descubrir, te ayudan a enraizar en él.
IV
Me escribe M.C. desde Santiago: "...No me resigno a que el viento se lleve sus Bienaventuranzas da despedida, buenas para venteañeros y para octogenarios como yo. No dudo de que podrá agavillar fragmentos de libros suyos y de conferencias en que aparezca ese tratadito para educación de príncipes; incluso aunque se pierdan sus finezas galaicas de resucitar a Amor Ruibal y Pastor Díaz y aquellas sabrosas anécdotas y fábulas (mejor inclúyalas). Á. R. me ha proporcionado su dirección electrónica: la deseaba desde agosto pasado en que caminé desde Premiá a San Adrián del Besós orillando la costa; a la altura del Masnou le mandé un saludo imperceptible."
I
Día de hacer poco y dormir mucho. Me he levantado tarde y me he regalado una siesta larga en mi sofá, con mi manta del alma, mis zapatillas, el sonido de mi tele, la luz tan familiar que entra por las ventanas y mi Agente Provocador al lado. Hay que alejarse de las cosas entrañables para poder disfrutar del triunfo de la reconquista.
II
He intentado escribir un rato, pero lo he hecho de manera forzada y se ha resentido la naturalidad de la escritura. Cuando las cosas no salen derechas, hay que dejarlas para otro día. Si intentas enderezarlas, acabas malhumorado y, finalmente, rendido.
III
He acompañado a mi mujer a ver la segunda parte de Dune. A ella le gustan estas coas. Yo, sin embargo, no acabo de entender que tienen que ver estos espectáculos con el cine.
IV
Me entero por Rob Henderson de algo que, por lo visto, decía Sarasate: "Durante 37 años he practicado 14 horas diarias, y ahora me dicen que soy un genio,"
Si con Descartes se dice se abre paso la filosofía moderna, con Pascal se abre paso también una nueva dirección del espíritu: aquella que apunta al hombre y al mundo, conjugados ambos en el terreno ineludible de la existencia. Con Descartes, es la filosofía en cuanto tal; la filosofía pura, esa filosofía abiertamente rechazada por Pascal, la filosofía del método, que soporta en sus bases mismas una compleja estructura que lentamente trata de acercarse, de modo sistemático, al conocimiento del hombre y del mundo. Pero es este un conocimiento que quiere ser objetivo, distante, no comprometido. Corresponde lo que Pascal llama esprit geométrique. Pero junto al esprit geométrique, Pascal coloca el esprit de finesse, la intuición viva que penetra, de una sola mirada, en la esencia de las cosas (10).
Mientras que Descartes describe la existencia desde el pensar -lo que expresa a través del célebre aforismo: "cogito ergo sum", Pascal hace justamente lo contrario, y por ello podría decir, con Hamman, "Soy, luego pienso", anteponiendo la naturaleza del hombre,-su existencia, mediante la cual puede pensar- al pensamiento abstracto. (15-16)
J. Llansó, introducción a Blaise Pascal, Pensamientos, Madrid, Alianza Editorial 1981
I
Regreso de Santiago de Compostela. Pero no se vuelve nunca del todo de los lugares en los que te has sentido como en casa.
II
"Sí, Galicia está muy bien", me decía ayer una persona, "¡Pero está tan lejos de todo!" Lo entiendo, pero eso permite que esté muy cerca de sí misma y eso es lo que la hace más atractiva.
III
He pasado la mañana trabajando en la habitación del hotel. De vez en cuando echaba una mirada al obrero que estaba reparando el tejado. Después me ha llevado al aeropuerto todo un señor lutier. Siento una admiración profunda por las personas que hacen cosas realmente relevantes: los panaderos, los albañiles, los carpinteros, los lutiers... El artesano es la figura mayor del humanismo.
IV
Viaje muy incómodo en avión. No me caben las piernas en estos aviones de la señorita Pepis. Si el viajero de al lado se apropia del reposabrazos, estás perdido. Almas estabuladas que como pájaros enjaulados no dejamos de mirar el cielo, ta próximo, por las ventanillas.
V
En el aeropuerto del Prat he ayudado lo que he podido a un matrimonio de ancianos que andaban completamente desorientados. Venían de Andalucía e iban para Badalona, pero esta era la primera vez que hacían el viaje en avión. ¡Qué laberíntico puede ser un aeropuerto moderno para muchas personas mayores que arrastran dos pesadas maletas!
VI
Al llegar a Barcelona, con tanto sol, he añorado la finísima lluvia gallega, cuyo destino parece ser mantener las plantas en flor y las piedras radiantes. No hay piedras más presumidas que las de Santiago.
VII
Ley moral del viajero conferenciante: haz las cosas de tal manera que te apetezca volver.
I
Santiago santiaguea y así encaja con mi memoria de la ciudad. Tras la sorpresa del día de ayer, hoy no hay ni rastro del azul del cielo. Orvalla, que es lo que toca. Las losas de las calles brillan como acabadas de bruñir y el musgo de las iglesias cumple a la perfección su misión de santificar la piedra. En días así hay que comer pan gallego, el más rico del mundo, a dos carrillos. Y eso es lo que estoy haciendo en el Casino.
II
Yo sabía que tenía que estar a las ocho allí. Así que quedé con que pasarían a recogerme al hotel a las siete cuarenta. Me he despertado, me he duchado, me he arreglado, he desayunado deprisa y corriendo y he salido a la puerta del hotel a esperar a que vinieran a recogerme. Como lo que pasaba era el tiempo, le he dicho al recepcionista que si alguien preguntaba por mí, le dijera que ya me había ido. Bajo el calabobos (¡qué diferencia, a favor del gallego, entre orvallo y calabobos!) he ido hasta donde tenía que ir. He llamado a la puerta y me ha abierto la mujer de la limpieza. Me ha mirado extrañada, pero como yo iba justo de tiempo, he seguido para adelante. En el salón de actos no había nadie. Entonces he caído que tampoco había nadie en la entrada. He mirado la invitación. El acto era justo doce horas después.
Y luego, in continente,
calé el chapeo, requerí la espada,
miré al soslayo, fuime, y no hubo nada.
III
Gracias Dios, que siempre protege a los débiles, acabo de conocer a alguien tan inútil como yo: incapaz de cambiar una bombilla, de arreglar un grifo que gotea, de clavar un clavo en la pared, de aprender a bailar un pasodoble, de... organizarse por el mundo sin la brújula de su mujer. Esto de encontrar un gemelo competencialmente fallido es un bálsamo para el ego herido.
IV
No sé hacer nada práctico. En una ferretería soy tan inútil como una momia, pero sé quién fue Onesícrito de Astipalea, Lastenia de Mantinea, Zósimo de Panópolis... y me he leído las 11.000 páginas de la obra completa de Balmes y las mil y pico de La mística ciudad de Dios de Sor María Jesús de Ágreda. ¿A dónde puedo ir con este bagaje?
V
Eso sí, he dado con la librería Couceiro. He subido al tercer piso, donde tienen los libros de viejo y me he comprado La política de capa y espada de Eugenipo Sellés (1876), más que nada por su rabiosa actualidad.
I
Ya está a punto:
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
La trágica historia del mito de Narciso no consistió – como se cree – en que se enamorara de sí mismo, sino en que se encandilara con una imagen (sin saber que era la suya) en lugar de con algo real; esto es: que se dejara llevar por el engaño y la apariencia. Podemos decir en este sentido que todas las culturas – y no solamente la nuestra – son profundamente narcisistas, o lo que es lo mismo, fatalmente subyugables a través de imágenes.
Decimos que lo son «fatalmente» porque ese engaño narcisista es parte consustancial de toda realidad social. Desde la época de las cavernas a la de nuestra caverna mediática, el orden político se ha instituido y mantenido mediante la gestión de un extenso imaginario de apariencias (mitos, símbolos, ritos, ceremonias, obras de arte) dirigido a conformarnos irracionalmente con él.
El motivo está claro. Dado que para mantener dicho orden social no suele bastar con la coacción (faltarían vigilantes y quien los vigilara), ni tampoco con la convicción (faltarían razones y justicia en que sustentarlas), el poder ha tenido que recurrir siempre a la seducción, es decir, al juego teatral con las imágenes, ya fuera mezclándolas con la religión, cultivándolas artísticamente por sí mismas, o constituyendo con ellas el universo mediático que confundimos hoy con lo real.
Además, y como sabemos, el poder opera en esto de dos maneras distintas y complementarias: directamente, a través de imágenes que magnifican y celebran el orden (piensen en una procesión religiosa, un palacio barroco o una película propagandística), o inversamente, a través de representaciones que critican y subvierten dicho orden de forma estética y ritual (piensen ahora en un carnaval, en una obra bufa o en el arte «comprometido»). Esta segunda manera es enormemente efectiva, pues genera la ilusión de un contrapoder que no existe, pero cuyo solo reflejo o apariencia nos basta, como a todo buen narcisista, para creer que nos prendemos de «lo otro» sin dejar, en el fondo, de conformarnos con «lo mismo»…
Vayamos ahora del arte a los museos de arte. Los museos, igual que los Ministerios de Cultura, las Academias y otras instituciones similares, brotan en la modernidad como soporte de un Estado que, divorciado ya de la Iglesia y sus imaginarios sacros, ha convertido al arte en la nueva religión al servicio del poder. Los museos en concreto, surgidos en muchos casos de las galerías reales (el rey ya no es investido de realeza solo por Dios, sino también por el buen gusto), son los encargados de custodiar y celebrar, a través de ciertos rituales laicos, el segmento más culto o elitista del imaginario común, tanto de manera directa, exhibiendo el patrimonio patrio, como de forma inversa, cediendo espacio ritual a la más rabiosa vanguardia, al grafitero más salvaje, a la instalación más provocadora… o a esa suerte de exquisita «meta-performance» que es la «descolonización» del propio museo por parte del Estado (tendencia europea a la que se ha sumado recientemente nuestro ministro Urtasun).
Esto último es interesante de analizar. Que la representación de la contrición «descolonizante» ocurra propiamente en ese territorio explícitamente consagrado a la ficción instrumentalizada por el poder que es el museo tiene su miga, y es difícil no interpretarlo como una manera barroca y estetizante de confesar que esa descolonización solo puede ser imaginaria y que, en el fondo, nadie querría (ni siquiera desde la izquierda) pagar la inmensa deuda que supondría adoptar una política real de descolonización.
Porque descolonizar de verdad, y no en el museo, supondría desmantelar hasta casi los cimientos nuestras naciones y nuestro bienestar, devolver toda la riqueza expoliada (esa con la que se han levantado ciudades, palacios, teatros, iglesias o… museos), integrar y resarcir a millones de migrantes, compensar todo el trabajo no pagado, todos los crímenes no juzgados, todas las humillaciones recibidas… Algo, en suma, impensable. Y justo para no pensarlo es que se nos ocurre devolver generosamente unos cuentos frisos, momias y objetos artísticos a gente que, por otra parte, los entiende como tales objetos «artísticos» gracias a que fueron instruidos en ello por los mismos colonizadores… ¿No es… soberbio?
Porque además, y ya que estamos en modo irónico, ¿no se han preguntado ustedes si toda esta mala conciencia anti-etnocéntrica que nos lleva heroicamente a la descolonización de museos o el derribo de estatuas de turbios conquistadores, arriesgándonos al acoso tuitero o a llegar tarde a cenar a casa, es también, no ya solo una pose estetizante con la que apaciguar nuestro indomable espíritu revolucionario, sino una exhibición no menos etnocéntrica y narcisista de paternalismo y superioridad moral ante pueblos y culturas que, si no han hecho aún lo mismo (expoliar a sus vecinos para gozar de sus riquezas) es porque no han podido? Piénsenlo al salir del museo. De uno previamente «descolonizado», por favor.
I
Ayer vino mi Agente Conspirador y se acabó estar de Rodríguez. Me di una paliza intentando ordenar la casa para que la encontrara habitable. Pero no he podido salvar todas las plantas. En cuanto se va ella, se me suicida alguna.
II
Y hoy me voy yo para Santiago de Compostela a hablar de Las bienaventuranzas de la despedida. Ya les contaré.
III
Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Es decir, tengo más cosas en mi cabeza que lo que da de sí mi capacidad para ordenarlas. Convivo con momentos caóticos un pelín surrealistas que, la verdad sea dicha, no me desagradan.
I
Día soleado, de mucho trajín y trabajo intermitente. Sigo cojo y hasta el lunes no tengo hora con el traumatólogo. Me parece a mí que esto de mi rodilla derecha es serio. El de la azotea de enfrente ha salido esta mañana temprano a fumar. Hoy ha tenido una conducta distinta. Se ha parado frente a la puerta que comunica la azotea con la casa y ha pasado un buen rato dándole cabezazos. ¿Un don Quijote en paro haciendo el sandío?
II
Por la mañana, tras llevar a mi nieto G. al colegio le he dedicado un rato a La vida de Plotino de Porfirio, que, en realidad, es una reflexión sobre la edición de las obras de Plotino. La primera reflexión escrita de un editor. Al darme cuenta de esto he tenido una idea...
III
Me ha llegado, cuando estaba camino de la plaza de Ocata, El comunismo en España. Mito, pueblo y revolución, de Andreu Navarra. Le haré de telonero de su presentación en la librería Alibri, el 17 de abril. Un honor.
IV
En la Plaza de Ocata he tenido visitas inesperadas que me han ayudado a olvidarme del ordenador y a hablar de mil cosas triviales, que son las ricas. Al quedarme solo he pedido una cerveza y unas patatas. Hay veces que si me ofrecieran un imperio pediría que, por favor, esperasen un rato.
V
A las 17:30 reunión cordialísima y muy instructiva por zoom con varios jesuitas de Hispanoaméricas. Próximamente participaré en un debate sobre el currículo que han puesto en marcha. Me gusta lo que están haciendo. Están sacando vino nuevo de los odres viejos de la Ratio Studiorum.
VI
Después charla telefónica con Ana Palacio sobre Chantal Delsol. Hablar con Ana es una de las cosas importantes que se pueden hacer hoy en día en todo el mundo mundial.
VII
Cena sencilla. Un poco de tele. Comienzo y acabo un artículo de 1.500 palabras para una revista. Hay que ver lo fácil que salen algunas veces los artículos largos y lo que cuesta escribir uno corto.
VIII
Toda la tarde viendo pasar nubes frente a mi ventana. Aparecían por la derecha e iban a paso de caracol algodonado hacia la izquierda. Una procesión curiosa, bella, gratuita y sin significado. He perdido (o ganado) mucho tiempo observándolas, con esa atracción irresistible de la pura belleza sin fin.
I
Demasiadas horas ante la pantalla del ordenador. Excesivas... y pico. Tengo la vista resentida, muy cansada. Así que aquí lo dejo, por hoy.
II
Pero antes una reflexión sobre el lenguaje emocional que no estoy seguro de lo que vale, pero que a mí me está costando lo suyo. Digamos que es una reflexión en tránsito... no sé si a la papelera o al libro.
Por razones que ahora no vienen a cuento, he llegado a la conclusión de que las pruebas PISA, especialmente las de matemáticas, evalúan el pensamiento formal de nuestros alumnos que, honestamente, es muy pobre. Son pruebas piagetianas. Esta mañana me preguntaba cuáles son los factores que mantienen a nuestros escolares tan pendientes de lo concreto y tan incapaces de elevarse hacia lo formal. He llegado a la conclusión (provisional) de que uno de esos factores es el lenguaje emocional, tan en boga en nuestras escuelas.
No negaré que los nombres que ponemos a las emociones tienen un componente conceptual/formal. Pero es pequeño y ambiguo, porque en lo formal no cabe el sujeto hablante y en las emociones todo es sujeto, experiencia propia, vivencia. Lo formal es aquello que nos aleja de lo concreto y biográfico y nos dirige hacia la idea (la definición). En el concepto puro de círculo no hay nada mío. Por eso las verdades del objeto supuesto que llamamos círculo se derivan necesariamente de la misma estructura formal de la suposición.
Las verdades geométricas son necesarias, eternas y comunicables en el lenguaje puramente denotativo de la geometría, Pero el dolor que siento ahora es mío y solo mío. Si lo puedo comunicar refiriéndome a un concepto, es porque supongo que la persona a la que me dirijo ha experimentado lo mismo que he experimentado yo y que nuestra común experiencia está recogida en el nombre. Esto quiere decir que lo que entre los conceptos puramente denotativos es transferencia, en los cargados de connotaciones es, como mucho, empatía.
Siento que "me duele tu pecho", le escribe Mme de Sévigné a su hija enferma. Entendemos lo que quiere decir, pero no podemos sentir su dolor. Nuestro pecho no puede sentir el "siento" que Mme de Sévigné siente en el suyo como reflejo del dolor de su hija.
Yo siento que el predominio del vocabulario emocional ancla a nuestros niños en lo concreto, en lo específicamente suyo, en la interpretación subjetiva de su sentir aquí y ahora, en la apología de lo vago concreto, si se me permite la expresión.I
Llevo un buen rato dándole vueltas a este gráfico: Indudablemente el gasto en educación importa... especialmente si está bien administrado:
IIDía de lluvia intermitente. Indudablemente los días así no están hechos para las buenas gentes que andamos de Rodríguez. Nos falta luz dentro de casa.
III
Mucho trabajo improductivo. Intento repasar alguna cosa de Amor Ruibal porque la semana que viene quiero hablar de él ni más ni menos que en Santiago de Compostela. De hecho mi intención es citar a Nicomedes Pastor Díez, a Amor Ruibal y a su biógrafo, Avelino Gómez Ledo y a Domingo Carvallo.
IV
Me han escrito los frailes capuchinos invitándome a darles una conferencia en enero del año que viene. Son, sin duda, seráficos previsores. Les he dicho que, puesto que son capuchinos, pueden contar conmigo incondicionalmente. No en vano (se lo confieso a ustedes) llevo una sencilla Tau de madera colgada del cuello. Cuando se lo conté a Armando Pego, me dijo que no era un amuleto. Pero yo creo que aunque no es solo eso, también es eso.
V
Hace unos años, catorce exactamente, mi mujer y yo atravesamos Bulgaria caminando en etapas de 30 km de promedio. Al salir del pueblo de Banya, un domingo temprano, me encontré una herradura en el camino y, por supuesto, me la colgué de la mochila. A partir de ese momento el azar amigo se nos fue presentando a cada paso a brindarnos su ayuda.
El físico Niels Bohr recibió un día una visita en una cabaña que tenía en la montaña. El visitante se sorprendió al ver una herradura clavada sobre la puerta de entrada. ¿Usted, que es científico cree en estas cosas?", le preguntó. "¡Por descontado que no!", le respondió Bohr. "Pero me han asegurado que las herraduras funcionan aunque no creas en ellas." No parece que sea un deshonor compartir esta opinión con el premio Nobel danés.
Ríos de tinta se han derramado sobre los sueños y seguimos sin saber qué significan, si es que significan algo. Tal vez sean reflejos distorsionados de la realidad, o una ventana a la actividad del subconsciente. Por supuesto, también hay y siempre ha habido quien los considera mensajes premonitorios, aunque eso ni tiene apoyo empírico ni la menor pinta de ser cierto. La charlatanería sobre el asunto ya era cargante incluso antes de Freud, y después inspiró a artistas visionarios como Salvador Dalí o Alfred Hitchcock por su inmenso poder de seducción plástica y narrativa. En ámbitos académicos nunca han faltado las hipótesis. Una sostiene que los sueños no reflejan la experiencia del día, sino justo lo que le ha faltado al día, como intentando compensar las carencias de la vida real. Los sueños cumplirían ahí el mismo papel que las novelas, solo que personalizadas para cada lector.
Los neurocientíficos Francis Crick y Christof Koch propusieron que el cerebro desaprende durante el sueño el atracón de datos que se ha metido durante el día, y que los sueños representan toda esa información irrelevante que se está yendo por el tubo abajo. Y desde luego tenemos la idea más perturbadora de todas, cuyo epítome acaso sea La vida es sueño de Calderón. Si los sueños son alucinaciones, ¿qué nos garantiza que nuestra experiencia consciente no sea otra alucinación? “Es obviamente posible”, escribió Bertrand Russell, “que lo que llamamos vigilia no sea más que una pesadilla inusual y persistente; no creo que yo esté soñando ahora mismo, pero no puedo probarlo”. Ya saben cómo son los filósofos. Me pregunto con qué soñaría Russell.
La idea más aguda que conozco es de los neurocientíficos Don Vaughn y David Eagleman. Nuestros sueños son sobre todo visuales, con poco contenido olfativo o auditivo. Y las áreas cerebrales visuales, auditivas, olfativas y demás compiten sin cesar entre sí por el territorio. El planeta lleva 4.500 millones de años alternando entre el día y la noche, luego todos los seres vivos hemos evolucionado en ese contexto. Y de noche sigue entrando información por todos los canales sensoriales excepto por el visual. Así que soñamos para que las áreas visuales estén ocupadas de noche y no se vean invadidas por las demás. Es solo una idea, pero bien buena.
Javier Sampedro, ¿Sueña tu gato con una lata de sardinas en lata?, El País 09/03/2024
Taparse los ojos para jugar es tan universal que hasta lo hacen otros primates. La primera en documentar esta conducta fue Alyse Cunningham en 1921. Era la cuidadora de John Daniell, un gorila de llanura que, cuando era tan solo un bebé, fue capturado por unos agentes franceses en Gabón. Cunningham describe cómo a menudo cerraba los ojos con fuerza y corría golpeándose contra los muebles de su casa para jugar.
Este tipo de acciones autolimitantes durante el juego social se dan en muchos animales. Los leones controlan su fuerza cuando juegan a pelearse con rivales más débiles, los monos capuchinos inician el juego desde una rama más baja que su oponente para darles ventaja y los gorilas animan a los más jóvenes dando giros que les vuelven más torpes.
Pero esta conducta tiene más funciones que la de igualar las interacciones sociales, porque los animales también se autolimitan jugando solos o con objetos. Distintas especies de ciervos hacen numerosos movimientos al jugar que les desestabilizan, como la postura bípeda o saltos repentinos. También se ponen en superficies poco estables que ponen a prueba su equilibrio.
Un estudio publicado en 2022 analizó el comportamiento de las belugas (Delphinapterus leucas) que viven en el SeaWorld de Texas. A estos cetáceos les gusta mucho jugar con objetos y en algunas ocasiones, se dificultan ellos mismos la tarea. Por ejemplo, colocan una pelota fuera de su alcance y se ven obligados a vararse para recuperarla o, mientras intentan empujar una boya, se ponen un cepillo en los ojos o en las aletas de la cola.
Otros casos nos resultan más familiares. Internet está lleno de vídeos de mascotas a las que les gusta ponérselo difícil cuando juegan, como gatos que ponen los ratones de juguete u otros objetos detrás de las patas de la mesa, mientras intentan atraparlos. Otros gatos se sitúan ellos mismos tras la puerta abierta del baño y pasan la garra por debajo para alcanzar el juguete que está en medio de la habitación. Hasta algunos perros se lanzan a sí mismos las pelotas colina abajo.
Además de la gallinita ciega, los seres humanos hemos inventado infinitud de juegos cuya base es la autolimitación. En la rayuela, saltamos a la pata coja para dificultarnos el movimiento, al igual que hacemos en las carreras de sacos. En balón prisionero o gavilán, nos restringimos mucho el espacio por el que nos podemos mover. En fútbol tenemos que meter el balón en la portería usando solo los pies y en voleibol los jugadores solo pueden dar tres toques antes de pasar el balón al otro campo.
Que la autolimitación en el juego de los animales sea tan frecuente, sugiere que tiene una función evolutiva importante. De hecho, las ratas jóvenes que no han tenido la oportunidad de jugar muestran una mayor respuesta de estrés y miedo ante una situación novedosa. Unos investigadores de la Universidad de Praga propusieron la hipótesis del “entrenamiento para lo inesperado”, según la cual, los animales creamos situaciones difíciles en un contexto seguro para adquirir poco a poco la capacidad de gestionar acontecimientos inesperados, tanto física como emocionalmente.
De esta forma, los juegos autolimitantes, al igual que el juego normal, va a mejorar las partes del sistema nervioso que controlan los músculos y la coordinación, como el cerebelo, pero también va a estimular los circuitos del córtex que controlan las emociones y las funciones cognitivas. Es posible que el juego de autolimitación a lo largo del periodo juvenil haga a los animales más capaces de afrontar las situaciones estresantes, al mejorar las áreas del cerebro responsables de las funciones ejecutivas y la regulación emocional a lo largo del desarrollo.
Laura Camón, De la gallinita ciega ..., El País 09/03/2024
Existe una estrecha relación entre la novela policíaca, pongamos de detectives, y el método científico. La búsqueda de la causa a partir de los efectos, así como cada una de las etapas de la investigación, son cosas que están presentes en toda novela de detectives que se precie.
Desde la definición del problema a la formulación de hipótesis para obtener resultados que nos lleven finalmente a la conclusión del caso, todos y cada uno de los pasos que se dan con el fin de avanzar en el campo científico, son idénticos a los que dan los detectives de las novelas policíacas para llegar al asesino. Y esto viene ocurriendo desde que Edgar Allan Poe inaugurara el género en 1841 con su relato The Murders in the Rue Morgue presentándonos a Auguste Dupin, un detective aficionado que, siguiendo el método científico y sin abandonar la técnica de la deducción, dará con la causa del misterio que presenta el relato.
En un apartamento de un barrio de París se produce el asesinato de dos mujeres, madre e hija. A partir de tal efecto, Auguste Dupin dará con la causa. Siguiendo este esquema, el joven autor franco-suizo Jöel Dicker ha escrito una novela titulada La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara), una historia detectivesca donde el misterio se presenta en forma de cadáver enterrado en el jardín de Harry Quebert, antiguo profesor universitario que vive en un pequeño pueblo costero. El encargado en resolver el misterio y demostrar la inocencia de Harry Quebert será su antiguo discípulo, el escritor Marcus Goldman que, sin abandonar el método científico, ira deduciendo y modificando hipótesis a partir de las pruebas existentes.
Hay en esta novela, si se permite emplear el término, un uso diestro de la Navaja de Ockham, es decir, del principio que se utiliza en ciencia para guiar los modelos teóricos y que viene a decir que la explicación más simple y suficiente siempre es la más probable, aunque no necesariamente sea la verdadera. Esta herramienta la afiló un monje franciscano llamado Guillermo de Ockham (1285-1347) —de ahí su nombre— y aplicar su corte es lo que lleva a Goldman a desvelar el misterio que envuelve el complejo caso de su profesor. Aunque todo indica que Harry Quebert es el responsable del crimen, para Goldman las explicaciones son demasiado complejas y chocan contra sus razonamientos. Es entonces cuando tira de navaja científica.
La tendencia a simplificar está presente en cada una de las acciones de esta absorbente historia que se ha convertido en todo un éxito internacional con miles de personas enganchadas a una trama donde Dicker nos invita a jugar a ser detectives, a emplear el método científico para esclarecer las causas de un crimen y con ello encontrar al culpable.
Montero Glez, Las novelas de detectives y la novela de detectives, una buena pareja, El País 07/03/2024
"El desconocimiento, dice Judith Butler, es inseparable de la sexualidad misma". ¡Y menos mal! De hecho, "¿quién tendría sexo i realmente pudiera conocer por adelantado exactamente cómo va a ser?". Quizás esa es justo la pregunta acertada para pensar esa inquietante tendencia que cada vez más estudios ponen sobre la mesa y que nos habla de una creciente pereza hacia la relación sexual entre los jóvenes. ¿Tiene sentido un declive del sexo en una sociedad neoliberal donde el ideal del sexo "libre" es un sexo autártico y masturbatorio y donde el "empoderamiento sexual" parece no depender de los demás? ¿Cómo pensar el sexo en una sociedad capitalista crecientemente securitaria en la que la relación social misma se convierte en un peligro del que protegernos? ¿Y qué aportación puede hacer el feminismo para defender otra noción de libertad fuera de las redes del neoliberalismo?
Cualquier abordaje de esta preguta debe comenzar diferenciando a violencia sexual de las incertidumbres del sexo. La violencia debemos tratar de abolirla; la opacidad del deseo, no. El peligro de la violencia nos amenaza (muy fundamentalmente) a nosotras las mujeres y no queremos exponernos él. El riesgo que implica el sexo lo corremos todos y todas, y me parece que el mudno es mejor mientras sigamos dispuestos a correrlo. Combatir lo primero nos lleva a un mundo menos violento, combatir lo segundo nos conduce a un mundo más securitario.
Clara Serra, Sí hay alternativa, El País 08/03/2024
Descartes estaba convencido de que la tarea principal de la filosofía es abordar racionalmente la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma, y para justificar que el alma no muere con el cuerpo qué mejor que defender que son ontológicamente diferentes (dualismo). Descartes se refería a su cuerpo en tercera persona: mi yo no es mi cuerpo sino solo mi conciencia, él es natural y está determinado por las mismas leyes físicas que gobiernan el mundo material; el alma soy yo, y yo soy un sujeto espiritual, consciente, libre y responsable. En definitiva, para Descartes la mente o la conciencia humana pertenecen al alma espiritual; ese es para Damásio el gran error de Descartes, ¿y qué es lo que nos propone a cambio el neurocientífico portugués? Que es el cerebro el que crea o desde el que emerge la mente y el yo.
Dice Damásio que el cerebro registra toda la información tanto externa como interna y crea paquetes de actividad neural, mapas, y los más estables quedan fijados en patrones. De las interrelaciones de distintos mapas, y en un juego de señalización recursiva enrevesado y aparentemente caótico, emerge la mente
«Mi posición, entonces, es que un organismo provisto de mente forma representaciones neurales que pueden transformarse en imágenes, manipularse en un proceso llamado pensamiento y finalmente influir en la conducta ayudando a predecir el futuro […] Aquí está el quid de la neurobiología, tal como yo la imagino: el proceso por el cual representaciones neurales —consistentes en modificaciones biológicas derivadas del aprendizaje en un circuito neuronal— se transforman en imágenes en nuestra mente; y de ordenarlas en un proceso llamado pensamiento» (1997: 110).
Damásio no se refiere con imágenes solo a las visuales, también a las «imágenes» auditivas, olfativas, táctiles, etc. Lo cierto es que todos los seres vivos procesan coherentemente la información necesaria para conservar la homeostasis, y según Damásio, los más simples como las bacterias requieren ya de unas capacidades de percepción y de respuesta que no son sino modestos precursores de la mente y la conciencia. Esta es otra de las ideas que quedan esbozadas en El error de Descartes, pero entra de lleno en ella en El extraño orden de las cosas.
«Si estoy en lo cierto, el inconsciente humano se remonta literalmente a las primeras formas de vida. Ni siquiera Freud o Jung imaginaron que sus raíces fueran tan alejadas y profundas». (2018: 40-41).
La mente surge a partir de la capacidad del cerebro de generar mapas, pero se trata de una mente inconsciente, para que sea consciente es preciso que los mapas se conviertan o se traduzcan a imágenes conscientes, es precisa la subjetividad y un sí-mismo o un yo «self».
«Aunque las capas sensoriales primarias y las representaciones topográficamente organizadas que construyen sean necesarias para que las imágenes acontezcan en la conciencia, parecen, no obstante, ser insuficientes. Dicho de otra manera: dudo mucho que fuéramos conscientes de imagen alguna si nuestro cerebro sólo generara finas representaciones topográficamente organizadas y no hiciera nada más con ellas. ¿Cómo sabríamos que son nuestras imágenes? La subjetividad, clave de la conciencia, faltaría en el diseño. Deben cumplirse otras condiciones». (1997: 120).
Damásio considera que para que aparezca la subjetividad es necesario que concomitantemente a las representaciones neurales el cerebro produzca también al yo, y lo hace a partir del aparato emocional y de los patrones neurales relativos a las configuraciones corporales más estables, pues «[…] suministrarían un núcleo para la representación neural del self, procurando así una referencia natural para lo que sucede en el organismo, dentro o fuera de su límite» (1997: 262).
La idea parece clara, el cerebro crea imágenes que nadie ve, ni oye, ni huele, pero igual que elabora mapas de las imágenes también lo hace de la propia corporalidad y entonces aparece un sí-mismo, un self o un yo en el que se desarrollará la subjetividad y la imagen se hará consciente. El sí-mismo se construye necesariamente en la mediación de las emociones, pero a la vez es indispensable para tener experiencias subjetivas y sensaciones sentidas. Sensaciones y sentimientos tienen una utilidad extraordinaria ya que los mapas neurales o las imágenes inconscientes son operativas sin necesidad de conciencia, pero… «[…] solo funcionan para problemas de un determinado grado de complejidad, y no más; cuando el problema se hace demasiado complicado y precisa respuestas automáticas y razonamiento sobre el conocimiento acumulado las sensaciones y los sentimientos resultan útiles» (2009: 171).
En definitiva, dice Damásio que donde Descartes ve un alma espiritual «visualizo yo un operativo biológico estructurado dentro del organismo y en nada menos complejo, admirable o sublime» (1997: 147). Si para Descartes es yo-consciente es sustantivo, Damásio considera que el yo no es más que «un estado referencial evanescente, tan consistente y continuamente re-construido, que el interesado siempre ignora que está siendo re-fabricado» (1997: 267).
Desde luego que el yo-consciente humano es admirable, pues después de algunas décadas y muchos esfuerzos los neurocientíficos no han conseguido siquiera poner la primera piedra de la teoría que sirva para justificar experimentalmente cómo es posible que de un órgano físico como el cerebro surja, se cree, o emerja la experiencia subjetiva. Hasta entonces no nos hemos dado cuenta de que la mente es algo tan admirable como misterioso, en cuanto a lo de sublime depende de lo que se entienda con ese término, pero no me parece que sea igual de sublime considerar que en lugar de ser un ser espiritual no es más que un apéndice inmaterial del cerebro, pues por esa senda se llega a una idea de ser humano en la que no salimos nada favorecidos, pues si el cerebro es la causa de la mente humana y de la conciencia entonces no habría un yo como Dios manda y perderíamos la sustantividad, la libertad, la responsabilidad y la dignidad de la que siempre hemos hecho gala. Pero no es un suicidio intelectual intencionado sino que cuando se lleva este discurso naturalista de Damásio a sus últimas consecuencias no hay más remedio que aceptar esa idea de ser humano tan devaluada, con lo cual nos jugamos demasiado como para aceptar sus propuestas sin un análisis crítico.
Salvador Anaya, Una revisión crítica de "El error de Descartes" de António Damasio, Nueva Revista 05/03/2024
«Sueño con un mundo donde la verdad conforma la política de las personas, en lugar de que la política dé forma a lo que la gente cree que es verdad», lamentó el astrofísico Neil deGrasse Tyson. Casi medio siglo antes, Hannah Arendt captó la esencia del problema en su incisiva reflexión sobre pensar vs saber, en la que escribió: «La necesidad de la razón no está inspirada por la búsqueda de la verdad, sino por la búsqueda del significado».
Esta distinción entre verdad y significado es vital, especialmente hoy en día, cuando la propaganda política y el establecimiento de «hechos alternativos» manipulan a un público que prefiere saber en lugar de pensar, aprovechando el deseo de certeza de significados prefabricados entre aquellos que no están dispuestos a participar en el trabajo de pensamiento crítico necesario para llegar a la verdad, una verdad medida por su correspondencia con la realidad y no por su correspondencia con las agendas personales, zonas de confort y creencias preexistentes de uno.
Esta disciplina esencial de diferenciar entre verdad y certidumbre es lo que el influyente filósofo austríaco-británico Karl Popper (28 de julio de 1902 – 17 de septiembre de 1994) examinó al final de su larga vida a lo largo de En busca de un mundo mejor.
Popper escribe:
Todos los seres vivos están en búsqueda de un mundo mejor. Los hombres, los animales, las plantas, incluso los organismos unicelulares están constantemente activos. Están tratando de mejorar su situación, o al menos evitar su deterioro… Cada organismo está constantemente preocupado por la tarea de resolver problemas. Estos problemas surgen de sus propias evaluaciones de su condición y de su entorno; condiciones que el organismo busca mejorar… Podemos ver que la vida, incluso a nivel de organismo unicelular, trae algo completamente nuevo al mundo, algo que no existía anteriormente: problemas e intentos activos de resolverlos; evaluaciones, valores; prueba y error.
Es útil aquí revisar la distinción de Arendt entre verdad y significado, porque donde la verdad es absoluta — una correspondencia binaria con la realidad: una premisa refleja la realidad o no — , el significado puede ser relativo; está formado por la interpretación subjetiva de uno, que depende de las creencias y puede ser manipulada. La certeza vive en el reino del significado, no de la verdad. La noción misma de un «hecho alternativo», que manipula la certeza a expensas de la verdad, es por tanto el tipo de relativismo criminal contra el que Popper advierte con tanto rigor, algo que, como él dice, «resulta de mezclar las nociones de verdad y certeza». Toda propaganda se dedica a manipular la certeza, pero nunca puede manipular la verdad. Arendt había articulado esto brillantemente una década antes en su oportuno tratado sobre la desfactualización en la política: «No importa cuán grande sea el tejido de falsedades que un mentiroso experimentado tenga que ofrecer, nunca será lo suficientemente grande… para cubrir la inmensidad de los hechos».
Popper argumenta que la capacidad de discernir la verdad al probar nuestras teorías contra la realidad usando el razonamiento crítico es una facultad distintivamente humana, ningún otro animal hace esto. Una generación antes que él, Bertrand Russell, quizás el mayor patrón santo de la razón del siglo XX, llamó a esta capacidad «la voluntad de dudar» y la elogió como nuestra mayor autodefensa contra la propaganda. La evolución cultural de nuestra especie, señala Popper, fue impulsada por la necesidad de perfeccionar esa capacidad: desarrollamos un lenguaje que contiene declaraciones verdaderas y falsas, lo que dio lugar a la crítica, que a su vez catalizó una nueva fase de selección.
María Popova, En busca de un mundo mejor: Karl Popper sobre la verdad vs la certeza y los peligros del relativismo, jot down 07/03/2024
En la recomendación del alma, Borges se aferró a la trascendencia con su reconciliación con la Iglesia católica. Tiempo atrás dijo que bastaba un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios. "Creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género", comentó a Sábato. Borges tenía 75 años; Ernesto Sábato, 63."¿Y qué opina de Dios, Borges?", le preguntó Orlando Barone, quien logró reunirlos para hablar de la realidad, los sueños, el amor o el tango. "¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso, es realmente fantástica". Sábato insistió: "Pero dígame, Borges, si no cree en Dios, ¿por qué escribe tantas historias teológicas?". "Creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del genéro ( ... ) La Summa Teológica es una fantasía superior a las de Wells".
Juan Jesús Aznárez, Teología y fantasía, El País 14/06/1996
I
Ayer me hicieron una pregunta que detesto: "¿Qué crees que puede enseñarnos hoy un clásico?" Esta es la pregunta que nunca haría un humanista. Un humanista es el que sabe hablar con los clásicos, aunque con cierta prudencia, para no decepcionarlos.
II
¿Por qué no partir del presupuesto, cuando abrimos un gran libro, de que tiene cosas muy relevantes que decirnos para entendernos a nosotros mismos, cosas que tal vez el orgullo historicista no deja ver?
III
Día tranquilo, aunque sigue sin tocarme la Primitiva, esa amante esquiva. He trabajado bastante en un tema que me interesa tratar en el nuevo libro: las dos sigmas de Bloom. Me imagino que esto no dirá nada a los legos en pedagogía... lo cual es irrelevante; pero muy probablemente tampoco dirá nada a la inmensa mayoría de nuestros pedagogos. Me ha salido un apunte muy cuñado, pero aquí se queda.
IV
Estos días, con estos cielos, este sol, esta brisa reconfortante, invitan a paseos largos... que no me puedo permitir por culpa de la rodilla derecha.
V
Como el jaleo político sigue en alza, me he puesto a traducir La vida de Plotino, de Porfirio. Hoy he descubierto que hay pasajes en el texto de Porfirio que aparecen también en las apócrifas Actas de Juan. El tema me parece interesante porque también en las conocidas como Actas de Andrés aparecen párrafos enteros claramente plotinianos. Una de las ventajas de tener amigos mucho más listos que yo es que puedo mostrarles mi sorpresa y ellos me responden con la claridad de la explicación convincente.
VI
Plotino, ese filósofo que tenía vergüenza de tener un cuerpo, pero que cuando, ya al final, se le caía a trozos, sentía enormes deseos de abrazar a sus amigos.
I
Hay días cortos, días largos y días, como el de hoy, interminables. Pero gozosamente interminables.
II
He comenzado llevando a mi nieto G. al cole. Por el camino me ha contado que ha pedido tres libros a Amazon y que seguramente se los entregarán hoy. Hemos hablado de la lectura y nos hemos puesto superelitistas. Después me he acercado al Ayuntamiento a presentar la instancia que no tocaba en el lugar que no correspondía. Parece que tengo que hacer una instancia electrónica, pero por ahí no paso. Más de una conferencia he dejado sin cobrar por no hacer la dichosa factura electrónica. Ahora, cuando me invitan de una institución oficial, siempre digo que iré... excepto en el caso de que me pidan una factura electrónica.
III
He estado en casa un buen rato organizando papeles y a eso de las 11:00 he bajado a la plaza de Ocata. Escritura lenta, cerveza helada y un sol que era una delicia. Pura terapia existencial. Me han llamado del lugar donde me harán la resonancia en la rodilla derecha, porque tenían un hueco libre. ¿Podría presentarme a las 15:45?
IV
Mi otro nieto, B., venía hoy a comer a casa y le he preparado, claro está, lo que le gusta. Como estoy de Rodríguez, le permito que no coma postre.
V
Las personas amables y eficientes son un regalo del cielo. Ellas no lo saben, pero llevan sobre sus hombros toda la jovial serenidad de este mundo.
VI
A las 17:10 me he subido al tren en dirección a Barcelona. A las 18:00, encuentro con Francisco para hablar de los próximos libros de Rosamerón. Después, charla en el jardín del Ateneo y presentación de la biografía de Platón. Para mi sorpresa, se ha llenado el local. Había incluso gente de pie. Platón, mola.
VII
En el Ateneo me he encontrado con personas muy queridas a las que no veía hace tiempo. Pepa, por ejemplo, que estaba espléndida, luminosa, rejuvenecida. Fabricio Caivano, a quien tantísimo admiro, etc.
VIII
He llegado a casa cerca de las 21:00 y me he encontrado con que mi nieto B. se quedaba a cenar y a dormir. Así que he hecho una olímpica tortilla de patatas. Hemos cenado, hemos hablado de las partes del ojo y, a las 10:00 nos hemos metido en la cama, donde escribo esto.
IX
Tengo aquí, en la mesilla, un libro y medio que me ha traído hoy mi diligentísima cartera.
El libro es Casi, de Jorge Bustos. Con Jorge tengo una ya larga relación de cariño, más que de amistad. Me alegro de sus triunfos profesionales como si fueran míos y celebro lo que publica como si le lo hubiera editado yo.
El medio libro recoge la lección inaugural del curso 2023-2024 que pronuncié en el IREL (Institut de Recerca i Estudis Religiosos de Lleida), hace ya algunos meses.
Justo Gallego, constructor de la "Catedral de Justo" |
Vamos a ver. Si usted cree que el universo es todo cuanto hay, ha de creer también que todo está continuamente cambiando. Lo dice la física. Ahora bien, si todo estuviera continuamente cambiando nada sería lo mismo de un instante a otro: ni usted, ni yo, ni el gobierno, ni España, ni la diferencia de género, ni las leyes físicas, ni nada de nada. No es ya que nadie se pudiera bañar dos veces en el mismo río; es que no habría sustancia ni para una. Es lógico. A no ser que la lógica también cambie a cada instante, en cuyo caso no podríamos… ni pensarlo.
Ahora bien, si ya es difícil (o mejor: imposible) mantener que el mundo sea como dice la física, y que, a la vez, usted, yo, o las cosas seamos lo mismo que somos, imaginen que hablamos, no ya del ser, sino del deber ser; esto es: no de las cosas que creemos inexplicablemente que hay, sino de las que ni siquiera las hay, pero soñamos o afirmamos muy serios que debería haberlas. ¡Ya decía el gran Kant (el filósofo, no el emperador mogol) que nuestra capacidad metafísica para ir más allá de este mundo insustancial no tiene límites!
¿Y en qué basamos entonces nuestras extrañas ideas acerca de lo que son y deben ser las cosas? En la ciencia ya hemos visto que no: ni esencias ni valores son cosas que existan en el tiempo o en los laboratorios. Valdría la religión, que, como saben, postula realidades eternas y separadas para buenos y malos. El problema es que los modernos no somos ya (¡aparentemente!) muy amigos de los dogmas de fe.
Una dificultad añadida es que algunos no nos conformamos con una moral de andar por casa, fundada en consensos más o menos coyunturales, sino que aspiramos a una moral universal que nos comprometa a todos y que, por así decir, quepa «tallar en piedra»; o dicho de otro modo, una ética de valores universales que nos permita pensar a lo grande, poniendo en práctica lo que el filósofo Roman Krznaric llama el «pensamiento catedral».
El pensamiento-catedral es el modo de pensar y actuar «sub specie aeternitatis» que se tenía en otras épocas, como en el medievo, en las que la gente se embarcaba en proyectos (como la construcción de catedrales) cuyos hipotéticos frutos solo eran visibles a muy largo plazo. Este pensamiento-catedral es justo el que necesitaríamos ahora para afrontar problemas que, como el de la crisis climática, exigen sacrificios presentes para garantizar la vida y el bienestar futuro. Ahora bien: ¿está a nuestro alcance un pensamiento de esta talla? ¿Podríamos nosotros, tan apegados al «carpe diem» y a la visión materialista del mundo, sostener masivamente un compromiso moral así? ¿Por qué íbamos a asumir sacrificios para lograr algo que no íbamos a ver ni a disfrutar nunca?
La respuesta no es fácil. De entrada, aquí no funciona el recurso al miedo. ¿Qué más nos da lo catastrófico que pueda ser el futuro, si no vamos a estar en él? (algunos han propuesto creer en la reencarnación para que esto funcione, pero no cuela). El filósofo Hans Jonas propuso en su día acudir a una suerte de amor paternofilial (o maternofilial) universal como fundamento emotivo del compromiso moral con las generaciones futuras, pero esto también es discutible: el amor por los hijos ni es universal (¿qué hay de quienes no los tienen?), ni eterno, ni creo que dé para tanto.
Una opción recurrente es volver a la religión. De hecho, desde la órbita de la ecología profunda se promueve una suerte de religión pagana en torno a la Naturaleza y al supuesto deber de mantener su Esencia, sin cambiarla ni destruirla (¡como si la naturaleza no fuera un proceso indefinido de cambios y de continua creación y destrucción de sí!), pero, salvo por la fe, esta creencia es igualmente insostenible…
¿Entonces? ¿Qué nos obliga a subordinar nuestra vida (que es única, breve, etc.) a fines morales que la trasciendan? Es seguro que algo así daría sentido a la existencia, pero solo si antes lo tuviera en sí mismo. ¿Y lo tiene?... A los constructores de catedrales les sostenía la creencia en que, si no en este mundo, verían el fin y la recompensa de su obra en el otro. ¿Pero y los que no creen más que en lo que creen que ven? ¿En qué habrían de fundar su sentido moral? ¿En las emociones, en la cultura, en la racionalidad práctica…? ¿Pero qué extraña entidad habrían de tener estas cosas para no estar también sujetas al cambio y la disolución, como el resto de los seres que rebullen en este sindiós de partículas que parece la realidad?
Sin una profunda reflexión, en fin, sobre la trascendencia, toda nuestra cultura está moral y materialmente abocada a un callejón sin salida, amén de vendida a todo tipo de fundamentalismos. Solo asumiendo que las cosas mantienen una cierta esencia resistente al tiempo, y que la realidad entera responde a un orden y un fin por descubrir, tendría sentido lanzar mensajes como los que invitan al compromiso con esas «catedrales» que son las agendas mundiales, las revoluciones pendientes o los valores eternos.
... hay una epistemología compleja implícita en Pascal que muestra los límites de la lógica: practica lo que llamé dialógica (la asociación complementaria de términos lógicamente incompatibles).
Así entiende que lo contrario de una verdad no es necesariamente un error:
El error no es lo contrario a la verdad, sino el olvido de la razón contraria.
Pascal también reconoce los límites de la deducción: hay verdades que no se pueden probar, como para él la existencia de Dios.
Opone dos excesos: excluir la razón y admitir sólo la razón. Agrego que su racionalidad es tan poderoa que es capaz de reconocer sus límites.
La apuesta pascaliana implica una asombrosa combinación de fe, racionalidad y escepticismo.
Escepticismo: si hay que apostar es porque hay duda.
Racionalidad: "Si ganas, ganas todo. Si pierdes, no pierdes nada".
La apuesta es una proposición racional que implica el reconocimiento de los límites de la razón; asume que la fe no puede ser probada racionalmente, contrariamente a toda una tradición teológica que pretende vincular la razón y la fe. Por eso Pascal comprende la duda del incrédulo y le ofrece una apuesta, asegurándole que es más ventajoso "creer que no creer".
Hay finalmente en Pascal un método que va más allá y critica el de Descartes, el único capaz de afrontar los complejos desafíos que nos plantea el mundo en el que vivimos, incluidos las demás personas. Al mismo tiempo están las bases de una verdadera antropología que reconoce las complejidades humanas.
Edgar Morin, Pascal desconocido, La maleta de Portbou enero-febrero 2024
El viento del origen (el big bang si se prefiere) sopla sobre la historia, la empuja, y ella, desguarnecida, avanza mirando hacia atrás. Esa fue la gran intuición de Benjamin, poco antes de morir en la fronterafrancoespañola, huyendo de la Gestapo.
No existe documento de cultura que no sea, al mismo tiempo, ejemplo de barbarie. La tradición de los oprimidos es la regla. Benjamin sugiere pasar por la historia el cepillo a contrapelo. Donde hasta ahora veíamos una cadena de hitos o acontecimientos, el ángel de la historia, con sus ojos desencajados y su boca quebrada, ve una catástrofe tras otra, una colección de ruinas. El viento que sopla desde el origen se arremolina en sus alas y le impide plegarlas. La historia no puede detenerse. Esa tempestad la arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve la espalda. En el siglo más sangriento de la historia conocida, pocos filósofos han sido tan certeros contra la fe ciega en el progreso. De ahí que los popes del materialismo dialéctico desconfiaran de Benjamin. Compartían con los capitalistas su devoción al progreso y la tecnología, aunque donde unos leían riqueza otros leían revolución. La concepción de la historia de Benjamin evita cualquier complicidad con esa fe.
Hoy se vislumbran otro tipo de totalitarismos. Vivimos en el umbral de una nueva tiranía, no ideológica, sino lúdica y superficial. Se parece más a las distopías de Huxley que a las de Orwell. No es una tiranía marcial o policial, no requiere ejércitos, sino máquinas, alta tecnología y una población distraída. (...) El mejor modo de entender el fascismo es verlo como consecuencia lógica de la Ilustración, del imperio de la razón coercitiva. Una razón que, ejerciendo violencia sobre lo real, acaba asfixiándolo, sometiéndolo a un vocabulario único. La mente occidental aspira al mundo perfecto y para ello debe sojuzgar la realidad. Benjamin intuye la monstruosidad de ese ideal. El sueño de la razón produce monstruos. Esa intuición certera, fabulosa, sólo es accesible a un genio artístico, capaz de combinar el enfoque marxista con la teología judía. Una alquimia retroprogresiva, que va hacia delante y hacia atrás, que produce cierto vértigo. (...) La progresión materialista y la redención de la tradición hebrea. El resultado, asombroso, ha inspirado a varias generaciones de antropólogos e historiadores.
Juan Arnau, El ángel de la historia o la naturaleza es una narración que no da explicaciones, La Maleta de Portbou enero-febrero 2024
I
El traumatólogo quiere que me haga una resonancia magnética para ver qué tiene que hacer con mi rodilla derecha. Al despedirse me ha dicho que "a su edad, no hace falta operarle". No sé cómo tomarme eso.
II
El fumador de la azotea de la casa de enfrente ha vuelto a salir a fumar. No deja de dar vueltas, como un tigre enjaulado. ¿Por qué me intriga tanto este hombre?
III
Me prometía una mañana feliz trabajando en la plaza de Ocata, pero no he dejado de atender llamadas telefónicas. Un periodista me ha hecho una entrevista surrealista. Ha comenzado así: En su obra Educación y escuela menciona la necesidad de reintegrar la educación moral en el currículo escolar..." Pero la sorpresa grande ha venido con esta otra pregunta: "En su libro El rastro del dinosaurio, analiza los cambios en la cultura y la sociedad contemporánea, ¿Cuál cree usted que es el mayor desafío moral al que se enfrenta nuestra cultura en la actualidad?"
Me imagino que habrá un montón de libros por ahí con títulos como Educación y escuela. ¿Pero qué habrá animado al periodista a asignarme la autoría de, ni más ni menos, El rastro del dinosaurio, de Arthur Koestler?
He decidido responder con la mayor amabilidad, "No recuerdo ahora mismo haber escrito ninguno de estos dos libros, pero...".
I també a  [https:]
I
De Rodríguez, de nuevo. Así que me he comido un bocadillo de sardinillas en aceite. Delicioso. Cuando estoy solo me alimento de bocadillos.
II
Lo he soñado esta noche. Mi mujer, enfadada conmigo me decía: "¡Ni se te ocurra cambiar ninguno de tus defectos sin mi permiso!".
III
Me duele la rodilla derecha y camino renqueante. Mañana tengo a las 10:00 visita con el traumatólogo.
IV
¿Qué quiere decir tener voluntad de estilo? En mi caso, la voluntad de estilo es una voluntad de ritmo.
V
De Lectura infinita, el Programa de fomento de la lectura 2021-2024, del Ministerio de cultura y deporte:
"Este tipo de lectura [la del libro] responde a la pervivencia de un imaginario muy tradicional, que la reduce a una actividad de carácter elitista y minoritario. Una percepción que no está exenta de riesgos, puesto que no solo da lugar a que una gran parte de la población minusvalore sus hábitos de lectura al no percibir como tal publicaciones periódicas, páginas de Internet, álbum ilustrado, libros profesionales o manuales técnicos sino que también puede provocar desafección hacia esta actividad, porque implica un alto capital cultural con el que gran parte de la población no se identifica".
“los hombres suponen comúnmente que todas las cosas naturales obran, como ellos mismos, por un fin y aun, sientan, por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un fin cierto, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas por el hombre, y al hombre para que lo adore a Él” (B. Spinoza (1991): E, apéndice Primera Parte, FCE, p.43)
Los hombres son ignorantes de las causas de las cosas, y no actúan por nada sino por una “utilidad que apetecen”, un beneficio que desean. Descubren que muchas aspectos de la naturaleza parecen estar para su beneficio: los animales que los alimentan, el sol que los ilumina, el mar que cría los peces también para su paladar. Todos los seres naturales parecían dispuestos o creados para su favor, pero como el humano no crea a los animales, al Astro Rey o los océanos, entonces, es inevitable que:
“debieron concluir que había algún o algunos rectores de la Naturaleza, dotados de libertad humana, que les han procurado todo y han hecho todo para uso de ellos”.
Los rectores son los Dioses que “dirigen todas las cosas para uso de los hombres”, y en una transformación monoteísta se convierten en un solo Dios al que se le debe adorar para que beneficie más a un pueblo que a los otros. Así el prejuicio de que la naturaleza responde al fin de servirle al humano “se convirtió en superstición”. La creencia de que la Naturaleza solo obra para provecho humano solo mostraría que “la Naturaleza y los dioses deliran lo mismo que los hombres”.
Pero cuando en la Naturaleza irrumpen terremotos, inundaciones, tempestades, enfermedades.
¿Esto es también solo para uso o beneficio de los hombres?
Los violentos fenómenos de la naturaleza solo son a causa de que los dioses están irritados por las ofensas humanas. Los cataclismos naturales tienen como fin castigar a los humanos. Todo esto solo puede ser creído por ignorancia. La creencia de que la naturaleza responde a fines relacionados con un «justo castigo» al sapiens se refuta por las matemáticas.
En las matemáticas se exterioriza un saber sin fines por que estudia esencias, las propiedades de las cosas, no sus hipotéticas causas finales. La naturaleza no tiene fines. Las supuestas causas finales son ficciones humanas. Y la realidad sustentada en un orden matemático-geométrico demuestra que la realidad carece de fines.
Y el holandés pulidor de cristales recuerda que algunos dicen que las cosas pasan porque Dios es la causa. El Dios del que aquí hablamos es Dios providente, por cuya suprema voluntad interviene, controla, dirige los asuntos humanos (por eso también se manifiesta por los milagros). Entonces, si alguien pasa y se le cae una piedra, esto solo puede ser porque Dios así lo quiso. No por azar.
¿Pero la caída o desprendimiento de la piedra no podría ser causada por el viento?
Para negar esto se dirá que el viento es movido por el querer divino. Es decir, todo es por la voluntad misteriosa de Dios. Una actitud que encubre la ignorancia sobre las causas naturales de los fenómenos. Y estas causas naturales son estudiadas por el sabio. Por esta actitud, el sabio será estigmatizado como hereje o impío, mientras los hombres, prisioneros de las supersticiones, creen que todo pasa por ellos.
Pero:
«… la causa que se llama final no es otra cosa que el apetito humano mismo en cuanto es considerado como principio o causa primaria de alguna cosa (E, IV, prefacio).
Así el humano imagina un orden de la naturaleza cuyo fin es responder a las necesidades humanas. No se recurre al entendimiento. Se imagina un orden porque es más fácil imaginar que entender la dinámica real de las cosas. Y así:
«…todas las nociones por las cuales suele el vulgo explicar la Naturaleza son solamente modos de imaginar y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino únicamente la contextura de la imaginación» (E, apéndice, p 49).
Los «entes de imaginación» son diferente de los «entes de razón», y el imaginar sostiene la creencia de que todo el orden de la naturaleza debe ser favorable o atinente a las necesidades humanas. Lo que es bueno para el humano, este cree, es bueno para Dios. Pero así solo «imagina» desde la mediación de deseos y preferencias y necesidades del sujeto ceñido a «la disposición de su cerebro». De esta manera solo se «imagina» y no «entiende». Y las supuestas imperfecciones de la naturaleza: «la corrupción de las cosas hasta la fetidez, la fealdad de las cosas que produce náusea, la confusión, el mal, el pecado», todo aquello signado como «imperfecciones» omite o no entiende que:
«la perfección de las cosas sólo ha de estimarse por su naturaleza y potencia; y, por tanto, las cosas no son ni más ni menos perfectas porque deleiten u ofendan los sentidos de los hombres o porque convengan a la naturaleza humana» (E, apéndice, p. 49)
Cuando se entiende a la realidad infinita desde «su naturaleza y potencia» esta ya no se la entiende desde fines, metas y necesidades humanas. La realidad entonces recupera su independencia de la manipulación subjetiva. Es la gran presencia respecto a la que el sujeto siempre accede desde el filtro de su ver, de su necesitar, de su madeja de condicionamientos e intereses en un entramado cultural dado; pero eso no impide, para quien sigue el ascenso de niveles del conocimientos en Spinoza, entender que la gran realidad, la de la sustancia infinita, siempre es la inmensidad del fuego que por ser expresión infinita no pude comprimirse a las categorías finitas de la mediación del sujeto.
Esteban Lerardo, Spinoza y la realidad mayor, La mirada de Linceo 18/02/2024
El conocimiento en Spinoza es el ordenado y riguroso trepar la ladera de una montaña hasta la cumbre.
El ascenso empieza por una primera forma o género de conocimiento: la experiencia y la imaginación; continúa con el segundo género de conocimiento de «las nociones comunes» y las «ideas adecuadas de las propiedades de las cosas», propias de la razón; y un tercer género de conocimiento cuyo pivote es «el conocimiento mismo de Dios», desde la perspectiva de la eternidad (sub aeternitatis specie) que conduce a la feliz tranquilidad de la mente, al amor intelectual de Dios.
En cuanto al primer tramo del conocimiento, como buen racionalista, Spinoza acepta la experiencia que es válida para los asuntos de la vida práctica, pero que «no nos enseña las esencias de las cosas». Aquí, cuando habla de la experiencia se refiere a la experientia vaga, los datos de los sentidos que empujan hacia el error y la confusión y a un pretender conocer por oídas y signos, distinto de la experientia ordinata que al ajustarse a las leyes de la naturaleza, se ciñe a procesos regulares y repetibles, comprobables, lo estudiado por las ciencias naturales. En el centro del primer género de conocimiento también anida la función de la imaginación. Esta es «paciente», pasiva, diferente del entendimiento, que es el músculo racional activo del comprender. El imaginar expresa el modo como los cuerpos son afectados por las sensaciones, por el afuera, por circunstancias fortuitas y aleatorias. Un ser afectado del «cuerpo humano por causas externas » (E, III, pr. 32). Por eso, de la imaginación surgen «ideas inadecuadas», engañosas, erróneas, inexactas, para la comprensión de la esencia de las cosas.
Por el contrario, las «ideas adecuadas» surgen del deducir o inferir el conocimiento desde las propiedades de las cosas o nociones comunes universales. Esa deducción es buena parte de la disciplina intelectual de la Ética… Se impone siempre aquí recordar que Deleuze observa que hasta la proposición 2 de la V parte, la Ética… es dominada por el segundo género de conocimiento; un conocimiento demostrativo que prepara la mente para «conocer las cosas no como contingente, sino como necesarias» (E, II, pr. 44), y también para el tercer género de conocimiento, el conocimiento intuitivo que proyecta «el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas». El deducir de forma adecuada libera de la vaguedad confusa, gana en rigurosa comprensión. Por eso en su juego ascendente, la razón llega al tercer nivel del conocimiento que abre la mente al amor a Dios.
Esteban Lerardo, Spinoza y la realidad mayor, La mirada de Linceo 18/02/2024
La realidad única y total en los términos de Spinoza es la sustancia infinita. La noción filosófica de sustancia procede de la filosofía clásica griega. Aristóteles la tematiza como lo que subyace y da identidad a un ente o cosa particular. Pero para Spinoza sustancia es:
“aquello que es en sí y se concibe por sí: esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa para formarse” (Baruch Spinoza (1991): E, I., def. III).
La sustancia en estado más puro es aquello que no necesita de “otra cosa”; es decir: esa realidad es causa de sí, se da o hace a sí misma: Esa realidad es Dios, que es la totalidad, lo absoluto, la suprema sustancia, la sustancia infinita:
“Dios es un ente absolutamente infinito, esto es: una sustancia que consta de infinitos atributos, de los que cada uno expresa la esencia eterna e infinita” (Baruch Spinoza (1991): E,I, def.VI).
Dios y la infinitud de la sustancia son conceptos inseparables. Y la sustancia infinita como realidad máxima y absoluta “consta de infinitos atributos”. Por un lado esto introduce la potencialidad, la expresividad, la generación de los atributos infinitos. El poder o potencia de la sustancia no puede ser limitado en sus efectos o expresiones. Por eso, sus atributos deben ser también, por tanto, infinitos.
Pero el humano solo puede entender dos atributos: el pensamiento y la extensión.
El pensamiento involucra las ideas, las formas o géneros del conocimiento, el entramado de los conceptos, el entendimiento. La extensión alude a lo que se manifiesta en el espacio, lo que ocupa lugar en la exterioridad como los cuerpos. Cada cuerpo es un modo o variación de este atributo de la extensión; las ideas son modos del pensamiento. Las ideas, los cuerpos, los entes, las cosas, son y co-existen en la sustancia infinita o Dios. Por tanto:
“Todo lo que es, es en Dios; y nada puede ser ni concebirse sin Dios» (Baruch Spinoza (1991): E. I, pr. XV)
Así, nada existe fuera de la unidad de la sustancia infinita o Dios. Las cosas, los cuerpos de los humanos y los felinos, de los insectos o de las rocas, las cosas que cambian en el tiempo de los segundos o las edades geológicas, se extienden en el espacio. Todo aquello, y la naturaleza como ámbito de todas las cosas ordenadas en leyes inmutables son dentro de la sustancia infinita o Dios.
Pero Dios como la sustancia infinita nada tiene que ver con el Dios personal de las religiones, con una voluntad divina creadora, que actúa por el amor al humano o al mundo que crea. No. La sustancia infinita o Dios es un orden universal, eterno y necesario. A su altura se remonta la razón universal, no la fe dogmática que se pretende superior a la racionalidad que entiende la totalidad. Y ese orden necesario y divino se expresa en las leyes naturales; y ese orden es en las cosas, pero las cosas no exhalan la misma esencia o jerarquía que la totalidad:
“Las cosas singulares no pueden existir ni ser concebidas sin Dios y, sin embargo, Dios no pertenece a su esencia” (Baruch Spinoza (1991), E, II, pr.10)
«Dios no pertenece a su esencia». Es decir: no pueden identificarse Dios y la naturaleza, el ámbito de las cosas. Dios o la sustancia infinita es inmanente, late en la red de las cosas, pero a la vez las trasciende. Es algo más. Eso más supone que Dios se expresa en infinitos atributos, pero en nuestro mundo humano conocido solo actúan el atributo del pensamiento y la extensión. Esos otros atributos no conocidos trascienden nuestra realidad, se despliegan en la mismidad de la sustancia infinita. Con el atributo del Pensamiento y la Extensión, según Karl Jaspers, es suficiente para suscribir la inmanencia; pero, a la vez, la sustancia infinita no se agota en su expresarse en las cosas, las trasciende más allá, hacia su insondable intimidad.
Inmanencia y trascendencia, lo que se llama panenteísmo entonces, no panteísmo, la proposición habitual Deus sive Natura (Dios o la Naturaleza), que se atribuye a Spinoza. En contra de una primera apariencia, el pensador que pule los cristales conserva la diferencia escolástica entre natura naturans (Dios como el Ser y la vida irreductible a toda particularidad), y natura naturata, el entramado de los modos infinitos y finitos, universales y particulares. Así no se disuelve la diferencia entre lo real mayor de la sustancia infinita y la extensión y el pensamiento en la que el humano se mueve y piensa.
En esta dirección, en una carta a Henry Oldenburg, Spinoza afirma que: «en cuanto a la opinión de ciertas personas de que identifico a Dios con la naturaleza (tomada como una especie de masa o materia corpórea), están muy equivocadas» (3).
Sin embargo, sí podemos concebir o entender que las cosas en la naturaleza solo son en la sustancia infinita divina, por lo que lo divino absoluto y el mundo natural no son separables:
“La extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa extensa (E, I, proposición II).
Si Dios es una cosa extensa, y toda extensión se remite a la naturaleza, ésta así se diviniza, y participa de la realidad superior a la que solo se accede por la razón que entiende las cosas dentro de un orden eterno, bajo la perspectiva de la eternidad.
Para Spinoza, las cosas nunca pudieron ser provocadas por Dios de «ni ningún otro modo ni con ningún otro orden a como fueron producidos» (E, V, pr. 33). La naturaleza de Dios es perfecta e inmutable. Entonces, si es perfecta es lo que debe ser, y no de otra manera. La realidad considerada metafísicamente está remitida a esa perfectísima inmutabilidad.
La libertad, como cristal que duplica un reflejo, también refleja el orden fijo, inmutable y eterno. Para el pensador que contempla caer la nieve, es una libertad-necesidad. Nada escapa, ni las ideas, ni las imágenes, ni las cosas, escapan de ser efecto o determinación de una causa. Para el austero filósofo de Ámsterdam, todo es así determinado. Determinismo. La propia libertad es aceptación de ese determinismo. La libertad no es, así, la elección de esto y lo otro (eso solo tiene una realidad psicológica), sino la aceptación racional del orden necesario enfundado en las leyes de la naturaleza. Pero también las cosas están determinadas a existir de «un modo fijo», en su condición de ser corruptibles.
Así para el filósofo de la tierra de los canales y los tulipanes, la realidad es una, orden eterno, infinita energía espiritual de la totalidad que se expresa infinitamente. La mente libre entiende y acepta y puja por elevarse a ese orden que el sujeto racional puede pensar y entender pero no construir en su existir como causa sui. El sujeto racional es testigo de la vastedad como rosa encendida de la sustancia de lo infinito, y los infinitos atributos. El sujeto no es el «gran sujeto» constructor de la única realidad significativa; es el observador embelesado por la gran presencia de la sustancia infinita que late dentro y fuera de su mente. La gran realidad, la inmensidad que abriga y colma de espiritualidad. Como esa realidad es una, ninguna nota queda fuera de su música, ni siquiera las cacofonías de la ignorancia, la irracionalidad o las supersticiones.
Esteban Lerardo, Spinoza y la realidad mayor, La mirada de Linceo 18/02/2024