https://www.rtve.es/play/videos/this-is-philosophy/programa-8-marx/6399323/
Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Pero la esencia del actuar es el llevar a cabo. Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere. Por eso, en realidad sólo se puede llevar a cabo lo que ya es. Ahora bien, lo que ante todo «es» es el ser. El pensar lleva a cabo la relación del ser con la esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a ofrecérsela al ser como aquello que a él mismo le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el ser llega al lenguaje. El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian. El pensar no se convierte en acción porque salga de él un efecto o porque pueda ser utilizado. El pensar sólo actúa en la medida en que piensa. Este actuar es, seguramente, el más simple, pero también el más elevado, porque atañe a la relación del ser con el hombre. Pero todo obrar reside en el ser y se orienta a lo ente.
Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid, Alianza 200, p. 259
Hace unos años, cuando los móviles irrumpieron en nuestras vidas, nos sorprendía saber que los consultábamos, como media, 150 veces al día. Conceptos como nomofobia (proveniente de no mobile phone phobia) destacaban entre las nuevas patologías sociales de este siglo.
El estudio State of Mobile 2022 analiza cómo los usuarios y usuarias de los diez mayores mercados del mundo pasaron su tiempo con los smartphones en el 2021. El informe destaca que estamos casi cinco horas de media usándolos. Una realidad que tiene efectos físicos y psicológicos y que nos hace recuperar la idea del yo extendido de los años 50 y cuya teoría fue planteada por Russell W. Belk a fines de los 80. Un yo extendido basado en considerar como parte de nuestro cuerpo y nuestra realidad como individuos elementos, objetos, que podemos usar y controlar constantemente, que forman parte de nosotros de una manera tan propia (en nuestro uso y proyección) que pueden llegar a definirnos, extendiendo así nuestra identidad, nuestro modo de hacer y pensar.
Otro estudio aplica esta teoría del yo extendido al comportamiento de los usuarios y usuarias, en este caso de iPhone, midiendo los efectos físicos de separarlos de sus móviles mientras hacían una actividad que requería concentración. Los datos mostraron que la imposibilidad de poder atender al teléfono, mientras sonaba, aumentaba el ritmo cardiaco, el malestar y conducía a una disminución del rendimiento cognitivo. Además, los niveles fisiológicos de ansiedad (presión arterial) subían como respuesta a la separación de los individuos de sus dispositivos.
Actualmente, además de tecnología e identidad extendidas, podríamos hablar de otra realidad de la que estamos muy cerca: el yo ampliado, potenciado, como consecuencia de la aplicación de la inteligencia artificial y la incorporación de tecnología en nuestro cuerpo (chips, memorias digitales…), en una especie de concepción de capa tecnológica en nuestros sentidos (visores de realidad aumentada o nuestro modo de estar en el metaverso, por ejemplo).
El debate sobre dónde empieza —o termina— nuestro yo, cuáles son los perímetros y contornos de la identidad, en este tránsito de la sociedad digital a la sociedad artificial, será un gran debate ético, tecnológico y político.
Antoni Gutiérrez-Rubí, El 'yo extendido', gutierrez-rubi.es 25/02/2022
Cíborgs: son seres híbridos entre hombre y máquina. El concepto se desarrolló en la ciencia ficción de los años sesenta, y aunque se ha asentado en la sociedad en las últimas décadas, es ya un concepto 'antiguo'. Los avances en genética, robótica, nanotecnología, inteligencia artificial... hacen que la integración de los humanos con la tecnología no solo den como resultado 'Terminators'.
Transhumanos: El transhumanismo es el concepto que se ha impuesto en los últimos años para todos aquellos que proponen el uso de herramientas tecnológicas con el fin de modificar el organismo y mejorar sus niveles de inteligencia y bienestar. Pero no implica necesariamente que quienes defienden esto se lo 'apliquen' a sí mismos, insertando tecnología en su cuerpo. Los límites de las modificaciones corporales no están claramente definidos. Hay dos grandes corrientes en el transhumanismo que coexisten y, con frecuencia, se enfrentan: biohackers y grinders.
Biohackers: Son hackers ‘éticos’ que se dedican a hacer ‘biología de garaje’, poniendo sus conocimientos al servicio de la colectividad. Hacen ciencia ciudadana. Son unos manitas que publican tutoriales, se adhieren a códigos de buenas prácticas (aunque son diferentes en Europa y en Estados Unidos) y hace poco le marcaron un gol a las tres grandes farmacéuticas que controlan el mercado de la insulina compartiendo un método para fabricarla que abarata su coste en un 98 por ciento, lo que puede cambiarle la vida a millones de diabéticos.
Grinders: Son como los ‘machacas’ del transhumanismo: los que trabajan a destajo, aunque no se reconozca su labor. Influenciados por el movimiento punk, van por libre. Se implantan todo tipo de dispositivos y gadgets... Se someten a pequeñas cirugías sin supervisión médica, sin importarle los riesgos. Su objetivo es acelerar la evolución hacia una nueva especie 'posthumana' hiperlongeva y dotada de ‘superpoderes’. Todo vale. Por ejemplo, en las competiciones deportivas del futuro se podrá participar con cualquier prótesis para ganar fuerza o velocidad, no habrá control antidóping y ni siquiera habrá separación por sexos. El último objetivo de su hoja de ruta es que la muerte solo sea opcional o accidental.
Carlos Manuel Sánchez, Las tribus del nuevo 'homo sapiens', abc.es 20/02/2022
La naturaleza no habla el lenguaje de las matemáticas, la naturaleza es “matematizable”. Habla en el lenguaje que le propongamos y los resultados dependerán de qué y cómo preguntemos. Lo de Galileo no fue un “error” (como sugiere Philip Goff), fue una decisión, una elección que ha marcado el destino de nuestra época. Podemos hacer que la naturaleza hable el lenguaje de las matemáticas, como cualquier otro. Por eso hay tantas objetividades como ciencias (Skolimowski). Cada ciencia crea su lenguaje y su objeto de estudio, como cada religión crea a su dios. Es el dios creado en las creencias, del que hablaron tanto Ibn Arabí como Ortega y Gasset. El laboratorio puede confundirse con el altar y el pensamiento no debe someterse a ciertas lógicas explosivas o altamente contagiosas. Lo que sabemos de la realidad tiene mucho que ver con lo que pongamos en ella. Esa línea, escéptica e irónica, está la esencia de la filosofía planetaria.
Para la ciencia oficial, la desanimación del mundo es lo más importante y racional. “Pero la verdad es lo contrario: la animación es el fenómeno esencial y la desanimación un fenómeno superficial, auxiliar, polémico y apologético”. Una de las grandes incógnitas de hoy no es que todavía haya gente lo bastante ingenua para creer en el animismo, sino “la creencia, más bien ingenua, que mucha gente tiene en un mundo material pretendidamente desanimado” (David Abram). Newton estuvo obsesionado por las formas de acción a distancia. Dios actuando sobre la materia (la gravedad) o el estado sobre los ciudadanos (la ley). La angeología guía a Newton hasta el concepto de “fuerza”. De nada le hubiera servido distinguir estrictamente el mundo de los espíritus del mundo de la materia. Si lo hubiera hecho, no hubiera sido el genio que fue. Esa escisión se produciría con los antagonistas de Leibniz: Locke y Descartes. Ambos desanimaron una sección del mundo (declarada objetiva e inerte) y sobreanimaron otra (declarada libre y consciente).
Ahora que el planeta se ha convertido en un gigantesco laboratorio, donde la humanidad entera se ofrece como cobaya, animada por las grandes farmacéuticas (que controlan las publicaciones científicas), los Estados y el cuarto poder (siempre necesitado de financiadores), parece oportuno rescatar algunas de las viejas ideas de la sociología de la ciencia. No se puede concebir la política como algo exterior al ámbito científico. Latour lleva ya unas décadas haciendo la antropología del mundo moderno y su visión de las ciencias puede ayudarnos con algunos problemas urgentes. La tesis de Latour es sencilla. Lo moderno designa dos tipos de prácticas que, para ser eficaces, deben distinguirse. La primera es la “traducción”, la mezcla entre géneros totalmente nuevos, híbridos de naturaleza y cultura, el mestizaje. La segunda, la “purificación”, la creación de dos ontologías diferenciadas, la de los humanos y la de los no humanos. Sin la traducción la purificación sería ociosa, sin la purificación la traducción desaparecería. Si consideramos por separado estas dos prácticas, somos auténticamente modernos (asumimos de buena gana la purificación, aunque ésta no se desarrolle sino a través de la proliferación de híbridos y mestizos).Volviendo de Madrid, Nuria Azancot me pidió un texto de 524 palabras sobre los derechos de los animales para el Cultural del Mundo. Hoy se lo he enviado, con el orgullo de haber escrito exactamente 524 palabras. Mañana tengo que envíar mi colaboración para The Objective y tengo pendientes un artículo largo sobre la amistad para un diario de Barcelona y dos prólogos, uno para el último libro de Alain Minc, que publicará Herder, en el que reivindica la ambición teórica de Marx y otro para la editorial Siltolá, de mi amigo Javier Sánchez Menéndez, que ha decidido publicar un libro memorable de nuestro siglo XVIII, del que en su momento daré más detalles.
Hoy, comiendo, le contaba a mi familia que Carlos Fernández Liria se sorprendió, en Madrid, de que yo leyese a autores con los que no coincido ideológicamente. Le contesté que eso, exactamente, era para mí ser conservador. Acabo de releer El sentido humanista del socialismo, de Fernando de los Ríos y he dejado los márgenes repletos de notas, en muchos casos laudatorias.
El sentido común, ese gran invento para decidir qué hacer rápidamente o justificar lo hecho, que parece apelar a un comportamiento democrático de la realidad. Si todos o una mayoría piensan que algo es así, debe ser así. ¿Quién le va a quitar la razón a un (ex)presidente del Gobierno que dice que lo que hace es de sentido común? Pero las matemáticas no son democráticas, la física tampoco, y la realidad, por extensión, está muy lejos de comportarse como nosotros pensamos que debería hacerlo basado en nuestra muy limitada y sesgada experiencia. La intuición falla a veces. Contamos aquí una propiedad del universo que va en contra del sentido común. Hay más, pero esta ya es bastante alucinante, un buen comienzo para tratar estos temas.
Empezamos el ataque a nuestro sentido común con conceptos muy básicos y un viaje. Me encuentro en frente de la Sagrada Familia de Barcelona, al pie de esta imponente y hermosa obra de arte arquitectónica. Me da tortícolis solo de pensar en intentar verla por completo mirando hacia arriba desde la puerta principal. Ocupa casi todo mi campo de visión, únicamente con un objetivo gran angular podría hacerle una foto; ni siquiera con un ojo de pez. Quiero verla mejor, me alejo un poco para tener mejor perspectiva. Para poder hacer una foto con mi móvil, me alejo un poquito más. Cuanto más lejos estoy, más pequeña parece la gran basílica. Sentido común: las cosas parecen más pequeñas cuanto más lejos están. Presentado de una manera un poco más matemática, el ángulo que forman o, mejor dicho, subtienden dos segmentos que parten de los extremos de un objeto y se juntan en un punto, mi ojo, es cada vez más pequeño cuanto más largos son los segmentos. Es lo que se llama tamaño angular, y el de la catedral o el de cualquier otra cosa disminuye cuando me alejo. ¿Es esto siempre verdad? Me quedo sin artículo si la respuesta es sí, así que, obviamente, es mentira: no siempre las cosas más lejanas parecen más pequeñas. De hecho, a partir de una distancia (de dimensiones astronómicas), cuanto más te alejas, más grandes parecen, el ángulo que subtienden crece con la distancia. ¡Imposible! Pues no ...
Pablo G. Pérez González, La realidad en contra del sentido común, El País 22/02/2022
A poco que uno ande con los ojos abiertos, podemos ver cómo se confrontan en la conversación pública estos dos modos de relacionarse con, digamos, la realidad. Los sujetos que encuentran en todas partes pruebas de una certeza que los concierne, y los que apelan constantemente a un Otro que sea garante de la verdad. Y en estos tiempos, este Otro, más que Dios, es (pongámoslo, irónicamente, con mayúsculas) la Ciencia. Pero, ¿cuál es el problema de hacer de la ciencia un Otro que ha de ejercer de garante de la verdad? Pues que la ciencia, la ciencia auténtica (esta sí, en minúsculas), no funciona así. La verdad científica no es una enunciación homogénea, sino un trabajo colectivo que se desliza a lo largo de los siglos en forma de progresos y refutaciones, revoluciones y cambios de paradigma. Estos son los ciclos que definió Thomas Kuhn en su libro esencial La estructura de las revoluciones científicas. El principal objetivo de la ciencia, según Kuhn, es crear un marco teórico coherente que permita explicar el máximo número de fenómenos observables. Una teoría científica es, por tanto, la mejor explicación posible de un fenómeno en un momento histórico dado. El clásico ejemplo que usa Kuhn es el paso de la teoría ptolomeica (que explicaba el movimiento de los planetas partiendo de la idea de que estos giran alrededor de una Tierra inmóvil) a la teoría heliocéntrica, atribuida originalmente (esto también es discutible) a Copérnico. Que Copérnico formulara esa posibilidad, que a la larga resultó demostrada, no basta para que la ciencia cambie el modelo imperante o paradigma. Hicieron falta muchos años para que Galileo Galilei se apoyara en esta afirmación para enunciar su teoría, que permitió a su vez que Johannes Kepler aportara nuevos cálculos para explicar el movimiento de los planetas, y esto a su vez permitió a Newton desarrollar su ley de la gravedad, que sirvió para dar consistencia matemática al movimiento de los planetas alrededor del sol. Una mera idea afortunada, por mucho que después se demuestre cierta, no basta para constituir un nuevo paradigma científico.
¿Significa entonces que la ciencia no es útil en la búsqueda de la verdad? Por supuesto que lo es. La ciencia establece un método que, aplicado de forma rigurosa, permite llegar a conclusiones acertadas y operativas, al menos durante un tiempo. Lo que no excluye, como hemos podido comprobar de forma acuciante en los últimos tiempos, que los científicos se vean obligados a corregir sus conclusiones a la luz de nuevos hallazgos. Por mucho que la gente se haya desesperado con que los científicos “hoy digan una cosa y mañana otra”, esto forma parte de la normalidad científica. También lo es que existan debates dentro de una determinada disciplina, e incluso que algunas posturas sean antitéticas e irreconciliables, sin que sea posible dirimir en el momento presente cuál de ellos tiene razón (si es que uno de ellos la tiene). Si esto es así para las ciencias naturales (la física, la química, la biología), más aún lo es para las ciencias humanas (la psicología, la sociología), que incluyen un mayor número de variables imprevisibles o idiosincráticas. La medicina, en cierto modo, está a medio camino entre unas y otras, al estar influida por factores biológicos pero también sociales. Como hemos comprobado en estos dos largos años de pandemia, la medicina a veces se ve obligada a tomar decisiones en base a hallazgos heurísticos o intuitivos (por ejemplo, usar tratamientos que parecían tener una utilidad clínica que luego han resultado no ser útiles, hacer previsiones que no se han cumplido, etc.). No conviene denostar las ideas basadas en la intuición o la casualidad como acientíficas, puesto que estas también han sido el origen de posteriores investigaciones, que han supuesto algunos de los mayores avances de la ciencia médica.
Yendo al inicio, entonces: ¿Está en lo cierto este tuitero negacionista que cree haber demostrado la falsedad de un test de antígenos abriéndolo como una nuez y encontrando un vacío? Podríamos decir que es su propio vacío el que paradójicamente ha venido a encontrar, y lo ha llenado rápidamente de certeza para taponar ese vacío. Lo que no arreglará nunca el método científico es nuestra particular relación con la certeza y la incertidumbre. Por supuesto, ni todos los negacionistas son paranoicos ni todos lo neuróticos se apoyan en el razonamiento científico, pero de forma esquemática podríamos decir que es esperable que una parte de la población prefiera funcionar de forma, digamos, paranoica, y quiera mostrar, con feroz ánimo litigante, las pruebas de un engaño masivo, reservándose siempre el papel de testigos de una verdad revelada. De la misma forma, otra parte de la población funcionará de un modo neurótico, tratando de encontrar asidero a sus miedos y dudas invocando a un Otro que determine, de una vez por todas, la verdad. Pero, aunque estemos convencidos de nuestro buen razonar, no podemos andar por ahí diciendo alegremente que la ciencia ampara nuestras opiniones. Cuando oyes a alguien decir: “Los científicos dicen esto o aquello”, parece concebir a la comunidad científica como un discurso único, que presenta ya cristalizadas una serie de certezas inamovibles y plenamente consensuadas, cuando es más bien un conjunto heterogéneo de voces que intentan dar la mejor explicación posible a una serie de fenómenos complejos. Creo que hay que evitar la tentación de decir que la Ciencia dice tal o cual cosa, porque la ciencia realmente no dice nada. La ciencia no enuncia ninguna verdad, como en el duelo de Jacques Le Gris y Jean de Carrouges, que hoy se celebra en las arenas de Twitter. El fundamento de la ciencia, por contra, es la duda, y los científicos saben que la verdad que enuncian puede ser perecedera.
La plena certeza, la certeza frente a la que no cabe duda, parece casi una experiencia exclusiva de la psicosis. Frente a ello, la neurosis se presenta siempre como un sujeto dividido, buscando en el Otro una respuesta sobre sí mismo. La pandemia ha sido una experiencia de forzamiento tal que ha obligado a todos los sujetos a tomar decisiones, en un sentido u otro. Cada cual ha cargado con sus decisiones lo mejor que ha podido, no ha quedado más remedio. Pueden estar tranquilos, no podía ser de otra manera. Porque, en última instancia, y aunque sea duro admitirlo, no hay certeza para todos ni ciencia que obture para siempre nuestro vacío de saber.
Manuel González Molinier, Una relación particular con la certeza, ctxt 20/02/2022
Manuel González Molinier, Una relación particular con la certeza, ctxt 20/02/2022
Manuel González Molinier, Una relación particular con la certeza, ctxt 20/02/2022
La idea para este texto arranca con un tuit de estos que ve uno de refilón, que genera un debate fugaz y encendido, seguido de unos cuantos memes ingeniosos para que, poco después, todo el mundo pase a otra cosa. Sin embargo, algo esta vez me dejó capturado y no he dejado de pensar en ello. El resumen del tuit es este: una cuenta, que podríamos catalogar de negacionista, abre un test de antígenos (lo rompe y lo abre para observar su interior, como si hiciera una disección del aparatito). En su interior no encuentra, por lo visto, nada. Nada que le certifique que el aparatito en cuestión hace lo que tiene que hacer. Lo que ve confirma su creencia: los test son un fraude, otro engaño más de la industria farmacológica en connivencia con los gobiernos de occidente. Y enseña una foto como prueba. El tuit reza: “Tecnología de plástico para indigentes mentales”.
La masa tuitera (una parte de ella, porque siempre es una parte, nunca es todo Twitter) no tarda en contestar, burlándose del tuit: ¿qué esperaba encontrar? ¿Un pequeño laboratorio en miniatura? ¿Un minúsculo científico haciendo experimentos con minúsculos tubos de ensayo? Más allá de la broma, algo se puede articular respecto a esta pequeña viñeta contemporánea. Mi opinión es que este sujeto encontró justo lo que buscaba, encontró una certeza. La certeza del engaño, la prueba irrefutable de que el mundo está siendo sometido a un fraude masivo, del que él es un testigo privilegiado. Él no es otro borrego más, él no es un indigente mental, él tiene acceso a la verdad. Algo me hace pensar, sin embargo, que esta certeza estaba ya antes de la apertura del objeto. El tiempo lógico es entonces otro: la certeza es previa. Abrir el test de antígenos y encontrar un vacío es solo un hallazgo confirmatorio.
No sería yo tan imprudente de hacer un diagnóstico clínico a partir de un tuit, pero sí me veo capaz de argumentar que este es el modo clásico, el resorte cognitivo, que constituye la base de la paranoia. La paranoia es un tipo de psicosis que cristaliza a partir de una revelación elemental, mínima. Una idea se impone, se revela, y establece una certeza irrefutable a partir de la cual solo se encuentran indicios que la confirman. A partir de ahí, ninguna prueba en contra, ningún dato por firme que sea, convencerá al sujeto de que esa conclusión a la que ha llegado no es real. Es lo que, clásicamente, ha supuesto la definición operativa del delirio: una idea falsa, con un alto nivel de convicción en su certeza e irreductible a la argumentación lógica.
Manuel González Molinier, Una relación particular con la certeza, ctxt 20/02/2022
En los países occidentales los niños menores de dos años pasan diariamente casi tres horas delante de una pantalla, entre los ocho y los 12 años están casi cinco horas al día, de los 13 a los 18 años su consumo roza las siete horas diarias... Si sumamos todo el tiempo que un chaval pasa entre los dos y los 18 años delante de una pantalla equivale a 30 años escolares, a más de 15 años de empleo a jornada laboral completa, a casi 40.000 episodios de Doctor House. Y eso sólo si medimos el uso de pantallas por motivos recreativos y dejamos fuera el tiempo que las utilizan en el colegio o para hacer deberes.
Hay quien minimiza el uso de las pantallas, pero la realidad es que tienen un efecto devastador. La inteligencia se basa en la capacidad de poder memorizar, y todo eso se ve gravemente afectado por el uso de dispositivos digitales. Las pantallas afectan a todo lo que nos hace humanos: al lenguaje, a la capacidad de pensar, de razonar, de memorizar... Numerosos estudios así lo corroboran. Además, yo estoy en contacto con muchos profesores, logopedas y psicólogos infantiles que no leen la literatura científica, pero que están en contacto con los niños. Y lo impresionante es que lo que ven coincide plenamente con lo que dicen los estudios.
Mark Bauerlein, profesor de la Universidad Emory en Atlanta (Georgia), que sostiene que esta es la generación más estúpida que haya habido nunca. Los científicos están de acuerdo en que el lenguaje, la capacidad de atención y la de memorización se han reducido en esta generación. Hoy existe la idea de que no hay que memorizar nada porque todo está en internet. Y sí, para hacer por ejemplo un algoritmo puedes ir a Google y buscar cómo se hace, el problema es que en tu cabeza tienes que tener todos los conocimientos anteriores. ¿Conoce los libros de Los Cinco?
Cuando yo era un chaval me encantaban Los Cinco. Hace poco compré un ejemplar nuevo y cuando lo leí me quedé muy decepcionado, me pareció que la escritura era muy mala, muy pobre. Pero encontré por mi casa una versión antigua de ese mismo libro, de hace 40 años, y al compararla con la nueva me quedé de piedra: habían suprimido todos los pretéritos perfectos e indefinidos, habían suprimido todas las descripciones (supongo que las considerarían aburridas) y habían suprimido muchísimo vocabulario. Me puse a analizar un capítulo y se habían cargado el 40% del vocabulario, la longitud de las frases se había reducido en más de un 15%... Hemos llegado al punto de que hay que reescribir los libros infantiles para que los niños de hoy los entiendan. Los profesores que llevan 15, 20 años enseñando también observan que ahora es más difícil hacerles entender a sus alumnos muchos conceptos. Vemos los efectos de las pantallas ya y en todos los campos: en los resultados académicos, en la literatura para niños...
... nadie es capaz de decir qué es exactamente lo que saben los niños. Algunos sostienen que son buenos con los ordenadores y buscando información, pero los estudios lo desmienten: un reciente informe de la Comisión Europea destaca que uno de los principales obstáculos para la digitalización de los colegios es la "escasa competencia digital de los estudiantes". Y un amplio estudio de la Universidad de Stanford concluye que la capacidad por parte de los miembros de la generación digital de extraer información disponible en internet es terriblemente baja, tan baja que consideran que representa "un peligro para la democracia". Los datos muestran que el uso de las pantallas tiene un enorme efecto negativo en la inteligencia y el desarrollo. Sólo por cómo las pantallas afectan al sueño estaría justificado que se tomaran acciones públicas, porque el sueño es la piedra angular de nuestra capacidad de aprendizaje y desarrollo.
... esta es una de las industrias más lucrativas que hay, una industria que genera al año billones de euros. No es nuevo que se dé la espalda a un problema de salud pública por motivos económicos: ha ocurrido exactamente lo mismo con el tabaco, con el cambio climático... Siempre es igual: al principio se niegan las evidencias y luego, cuando los datos son incontestables, se trata de minimizarlas. Ahora hay supuestos expertos que hablan de las bondades digitales, como antes algunos hablaban de las del tabaco. En Francia tenemos un psicólogo que lo hace, y se descubrió que era asesor de una compañía de videojuegos.
No es sólo que muchos lleven a sus hijos a colegios en los que no hay ordenadores, es que tampoco en casa les permiten usar el iPad u otros dispositivos digitales. A Steve Jobs le preguntó un día un periodista del New York Times que qué pensaban sus hijos del iPad, y le contestó que en su casa no había iPads ni ordenadores. El periodista se puso a investigar y descubrió que lo mismo ocurría con otros altos cargos de Silicon Valley. Un alto ejecutivo de Google también reconoció que sus hijos no usaban pantallas. Y el ex director editorial de la revista Wired, la biblia de las nuevas tecnologías, admitió que a sus cinco hijos les restringía el uso de dispositivos digitales porque sabía de primera mano los efectos que provocan. En Francia hay un libro de sociología que analiza por qué los hijos de las familias con más medios económicos obtienen mejores resultados académicos. Y la investigación realizada reveló que lo que tenían en común todas esas familias es que realmente protegían a sus hijos de las pantallas. La gente que sabe los efectos que causan las pantallas protege a sus hijos.
Andreas Schleicher, el coordinador del famoso informe Pisa, admitía recientemente sobre el uso de aparatos digitales en las escuelas y decía que "en realidad, empeoran las cosas". De hecho, todos los estudios realizados por el informe Pisa muestran que cuanto más gasta un país en educación digital, peores son sus resultados. Suecia, que hace años era un ejemplo por los resultados académicos de sus estudiantes, se ha convertido en el país que más rápido ha descendido en el informe Pisa. Hay quien dice que es por los inmigrantes. Pero otros opinan que probablemente sea por haber introducido ordenadores en los colegios.
¿Sabe qué es Baby Einstein? Son unos vídeos de Disney para bebés que se publicitaban como educativos. Pero se demostró que los críos que los veían tenían problemas de lenguaje, que su vocabulario era muy reducido. Un grupo de padres amenazó con ir a juicio y, antes de que eso ocurriera, Disney decidió pagar un montón de dinero y retirar la palabra educativo de esos productos. Las pantallas estoy seguro de que van a ser el próximo gran problema de salud pública. Pero hay mucho dinero por medio.
Cuando la Organización Mundial de la Salud empezó a hablar de que fumar creaba adicción, la industria del tabaco reaccionó diciendo que no era verdad. Luego terminaron admitiendo que a lo mejor un poquito sí que lo era. Creo que la adicción a las pantallas es un problema real, hay varios estudios que sugieren con fuerza que con las pantallas se puede desencadenar el mismo mecanismo cerebral que con otras adicciones. La mayoría de las investigaciones en ese sentido señalan que entre el 3% y el 5% de los usuarios son adictos. Parece una proporción pequeña, pero sólo un 1% en Francia supone medio millón de personas. Pero incluso si no es una adicción, sigue siendo un problema.Hay quienes dicen que hay que vivir con los tiempos modernos. El problema es que el cerebro de los niños es un cerebro viejo, fruto de muchos años de evolución, y no ha sido diseñado para esa porquería. Un cerebro tiene necesidades, necesita interacción humana, necesita dormir, necesita actividad física (ahora sabemos que la actividad física es importante para que un cerebro madure), necesita estimulación y muchas otras cosas. Y nada de eso se lo proporcionan las pantallas. Por supuesto que el cerebro se puede adaptar. Pero que se adapte a una situación no quiere decir que funcione mejor que en otra. Si usted sube a lo alto de una montaña de 6.000 metros, se adapta. Pero no funcionará tan bien como al nivel del mar. Y con el cerebro es lo mismo: no funciona igual de bien en el ambiente para el que ha sido construido que en otro ambiente.
Irene Hernández Velasco, entrevista a Michel Desmurget: "A los 18 años un chaval ha pasado ante una pantalla el equivalente a 30 cursos escolares", elmundo.es 19/09/2020
Hoy nos encontramos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas. Es la información, no las cosas, la que determina el mundo en que vivimos. Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral. Nada es sólido ni tangible.
Byung Chul-Han, De la cosa a la 'no-cosa', ethic.es 18/02/2022 [https:]]“La esperanza de que, tras varias revoluciones de reestructuración, al final acabará por constituirse un Estado cosmopolita en cuyo seno se desplieguen alguna vez todas las disposiciones originarias de la especie humana”.
Immanuel Kant, Idea para una historia universal en clave cosmopolita
Tanto nuestras estructuras mentales, a la hora de conocer, como nuestra voluntad al querer son de índole teleológica, es decir, existen con un determinado fin. Tendemos a explicarnos las cosas como si fueran fruto de algún designio, tal como nuestra voluntad no deja de plantearse un propósito tras otro. Por eso la esperanza le parece a Kant un componente decisivo del ser humano en cuanto especie.
Albergar una u otra expectativa puede orientar de modo decisivo nuestro destino personal y socio-político. Si bien hay que poner bridas a nuestro afán por transcender las fronteras de nuestro conocimiento y aventurarnos en arenas pantanosas, nuestra imaginación ética no debe retroceder ante ningún obstáculo. A pesar del espectáculo que nos brinda la historia de los asuntos humanos siempre nos cabe confiar en que tenemos margen para cambiar las cosas.
Por eso aplaude Kant con entusiasmo la Revolución francesa, pese a que le impresionen sus horrores, al entender que se trata de un signo histórico en la buena dirección. Cuando no se acometen a tiempo las reformas oportunas, las extremas desigualdades que impiden la libertad política dan pie a una traumática revolución, orientando el timón hacia un republicanismo de corte cosmopolita. Esa es cuando menos la expectativa con que Kant sugiere acercarnos al devenir histórico.
Roberto R. Aramayo, ¿Por qué Kant sigue estando de actualidad?, theconversation.com 17/02/2022
En estado de descompresión.
Mi hábitat es el sofá, mi querido sofá, tan hecho a mi cuerpo, y mi estado vital, el de la modorra y el sueño.
Vegeto felizmente en el duermevela de mis cosas, sin hacer otra cosa que pasar la vista por ellas, disfrutando de la levedad de nuestra copresencia.
Me han pedido de El Mundo 525 palabras, pero no me apetece escribir nada. Hoy 525 palabras se me antojan más extensas que la Iliada. Mañana tendré que despertar de este dulce limbo de calma y pereza y ponerme a recuperar el pulso de los días.
Putin sigue haciendo de las suyas. Mi amigo K. me informa diaramente de la situación en Moscú. Y ese es mi único contacto con la deprimente realidad exterior.
Dejo a mis espaldas un Madrid lluvioso y gris, un Madrid para verlo desde la ventanilla del tren que me lleva a Ocata. Para despedirme como el día requería, me he levantado temprano y he ido a desayunar a la Chocolatería San Ginés, chocolate y churros, naturalmente. A las 9:00 está a rebosar. Hay una mezcla un tanto pintoresca de obreros de la construcción, un grupo de sindicalistas rollizos (me ha parecido entender que eran camioneros), turistas de mediana edad que cumplen religiosamente con los rituales de la guía, como hemos hecho todos algua vez, y jóvenes parejas enternecidas por su copresencia.
Voy a Atocha bordeando -cuando puedo- los charcos de las aceras.
Cuando eres joven, si vas a la cama cansado te levantas con sueño (si eres joven siempre te apetece dormir un poco más) y descansado. Cuando tienes mi edad, para las 6 de la mañana ya tienes los ojos como platos buscando entre las rendijas de luz que se cuela por la ventana una excusa para levantarte. Ya no tienes sueño, pero estás cansado, porque el cansancio cotidiano es acumulativo.
Volveré pronto.
Dubtava si tallar-me els cabells, que duc bastant llargs. Però he llegit una anècdota que recull Rebecca Solnit a Records de la meva inexistència. Catherine Harris, una amiga a qui visita, li explica que les dones pueblo duen els cabells llargs fins els genolls. Una nena pueblo s'havia tallat les llargues trenes: "després li feia vergonya anar a casa seva, i quan per fi hi va arribar, el seu avi la va renyar amablement i li va dir que els seus cabells contenien tots els seus pensaments i records". (p 122)
Mientras Putin humilla a Europa, yo madrileo.
Comencé el día desayunando en muy buena compañía y firmando libros en una terraza de la Plaza Ramales. El sol iba aposentándose de la ciudad con su cosquilleo cálido. A eso de las 11:00 me dirigí a Museo Arqueológico (2,4 km), con la intención de visitar la exposición titulada "Tesoros arqueológicos de Rumanía". En buena parte ya conocía las piezas, porque las anteriores a lo que fue la Dacia son inequívocamente tracias. Las tribus tracias posiblemente nunca tuvieron conciencia de pertencer a una misma etnia y se referían a sí mismas con diferentes nombres, pero su arte inmediatamente se reconoce por una mezcla singular de lo escita, lo persa y, posteriormente, lo griego. Mi rencuentro con el rey tracio Kotys fue especialmente emocionante .
Al terminar me llevaron en coche hasta la Puerta de Toledo y de allí, en compaía de una profesora del IES, Teresa, me fui andando hasta la Puerta de Alcalá (3 km), porque en el Patio de los Leons había quedado con Ricardo y dos amigos más.
A las 12, agotado, dejé a los jóvenes con su cordialidad y sus risas y me fui, caminando, claro, hasta el hotel. 2,4 km más.
Mientras tanto, Putin, a lo suyo.
Día soleado en Madrid, primaveral, risueño. He dejado las cosas en el hotel (en la Plaza de Oriente) y he ido caminando mansamente hasta la Complutense. Mi destino era la Escuela de Agricultura, pero me he perdido por el campus y he llegado a la cita un poco tarde. Me esperaba un debate con Carlos Fernández Liria que me ha sabido a poco. He tenido la sensación de que hemos estado surfeando sobre lo importante. Después una cena magnífica en el Alcaravea Gaztambide con los jóvenes de la Fundación Tatiana y regreso caminando al hotel en una noche templada con poca gente en la calle.
Sigo intentando poner en práctica mi lema: "Cuando vayas al mercado, no olvides de volver con un amigo".
Estoy escribiendo un artículo largo sobre la amistad, por cierto.
L'aparició de Metavers i altres aplicacions virtuals amb continguts immersius ens situen davant el repte definitiu de protegir la nostra privacitat i, associada a ella, el conjunt de l'activitat cognitiva i els ressorts psíquics que fan possible aquesta última.
(...) la urgència d'una legislació sobre neurodrets té més transcendència després de l'anunci de la nova aplicació que l'imperi de Mark Zuckerberg ofereix. Amb metavers s'estableixen les bases per a una hibridació cognitiva de la psique humana i la màquina que exigeix un control democràtic inexcusable. (...)
Parlem d'un salt evolutiu en el dissenya de la infosfera. Un canvi de paradigma que queda en mans exclusivament privades al tractar-se d'un model de negoci basat en la prestació d'un servei que es desenvolupa dins d'una dinàmica extractiva de dades que retraten la nostra psique a nivells profunds. (...)
Per comprendre la profunditat del desafiament (...) que suposa Metavers abans l'hem de relacionar amb els avenços més recents en el camp de la neurotecnologia. (...) Aquests avenços permeten no només reparar i millorar les funcions cerebrals amb finalitats mèdiques i científiques, sinó, també, controlar-les i manipular-les si no es fixen límits a les tecnologies que les duen a terme. Una cosa té a veure amb l'ús d'implants d'interfície cervell.màquina (BCI) que estan revolucionant la neurociència. Els èxits assolits han aconseguit trataments encomiables contra l'alzheimer i altres malalties nerurològiques, però al preu d'exposar-nos, també, a llindars d'interacció entre el cervell humà i la màquina que desborden allò imaginable. (...)
Aquesta circumstància ens situa davant el desafiament de fixar límits regulatoris sense más dilació a causa del risc potencial de desenvolupaments empresarials o governamentals que manquin de la cobertura ètica que es presenta en els casos que coneixem d'investigació biomèdica. Una cosa necessària si volem prevenir-nos davant dispositius que sondegen l'activitat neuronal de manera invasiva, o a través d'aparells que, sense tocar de manera directa el cervell, registren les seves funcions i hi influeixenmitjançant cascos, ulleres o diademes.
En tots ells la provisió i l'agregació de dades desborda els contorns de la privacitat per entrar de ple en ls protecció de la dignitat humana. (...)
Com assenyalava The NeuroRights Foundation en un document publicat a Horizons l'hivern del 2021, en els últims anys, s'han invertit a nivell mundial més de 19.000 milions de dòlars en 200 projectes d'aquestes característiques. Els avenços en aquest camp són inquietants en vista d'iniciatives com les que promou Neuralink, l'empresa d'innovació neurocientífica d'Elon Musk, que fan servir indiscriminadament BCI amb xips sense fil que connecten el cervell amb ordinadors. L'objectiu no és cap altre que afavorir l'augment de capacitats d'intel·ligència artificial a partir d'hibridacions cognitives de la ment humana amb l'activitat computacional.
Aquí és on l'aparició de Metavers i aplicacions semblants ens col·loquen davant la necessitat regulatòria que les nostres democràcies hi intervinguin una vegada per sempre. No només perquè es posen en circulació dispositius que alliberen una potencialitat extractiva de dades que radiografien l'inconscient de ls nostra psique, sinó perquè creen les condicions perquè, mitjançant interfície d'entreteniment, es desenvolupin models d'intel·ligència artificial que facin aterrar situacions distòpiques que la ciència ficció va imaginar fa dècades.
Ens endinsem, per tant, en un àmbit que posa en perill el que amaguem sota l'escorça cerebral. Un desafiament que compromet no només la nostra privacitat més recòndit, sinó també la dignitat de l'éser humà i els ressorts psíquics i morals que, com defensava Hans Jonas, funden l'autenticitat de la nostra espècie.
José María Lassalle, Metavers i neurodrets, La Vanguardia 19/02/2022
Llevo meses sin que me duela nada. Los acúfenos parecen sosegados y los mareos, controlables. Hace buen tiempo, tengo muchas cosas para leer y bastantes más para escribir y voy entregando todo a su tiempo.
Disfrutar de las pausas de calma es una maravilla. La salud es un don, amigos. Y el sol de estas mañanas tan cordiales... Echarse para atrás en la silla del Petit Café, estirar las piernas, dejar caer los brazos y la cabeza y sentir el calor vivificante de este sol invernal. Que tu única preocupación sea si pedir un vermut blanco con patatas o una Alhambra. Los vecinos tienen, todos, su conducta predecible y tranquilizante -¡benditas rutinas!-, como las nubes y los plátanos, que ya empiezan a dejar sentir su rumor germinal. Y el mar, allá lejos, que reclama mi imaginación desde el horizonte. Todo está en orden. Todo encaja.
Pero ningún sufrimiento le espera a quien abandona la justicia y la verdad. En cambio, el sistema de partidos comporta las penalizaciones más dolorosas por insubordinación. Penalizaciones que alcanzan a casi todo —la carrera, los sentimientos, la amistad, la reputación, la parte exterior del honor, incluso a veces la vida familiar—. El partido comunista ha llevado el sistema hasta la perfección.
La atención verdadera es un estado tan difícil para el hombre, tan violento, que cualquier turbación personal de la sensibilidad basta para obstaculizarla. Y de ahí la obligación imperiosa de proteger, tanto como sea posible, la facultad de discernimiento que se tiene en sí mismo, contra el tumulto de las esperanzas y de los temores personales.
Los partidos son un maravilloso mecanismo en virtud del cual, a lo largo de todo un país, ni un solo espíritu presta su atención al esfuerzo de discernir, en los asuntos públicos, el bien, la justicia, la verdad. El resultado es que —a excepción de un pequeño número de circunstancias fortuitas— solo se deciden y se ejecutan medidas contrarias al bien público, a la justicia, a la verdad. Si se le confiara al diablo la organización de la vida pública, no podría imaginar nada más ingenioso.
… la luz interior de la evidencia, esa facultad de discernimiento concedida desde arriba al alma humana como respuesta al deseo de verdad, es desechada, condenada a tareas serviles, como hacer sumas, excluida de todas las investigaciones relativas al destino espiritual del hombre. El móvil del pensamiento ya no es el deseo incondicionado, no definido, de la verdad, sino el deseo de conformidad con una enseñanza establecida de antemano.
… de hecho, salvo raras excepciones, un hombre que entra en un partido adopta dócilmente la actitud de espíritu que expresará más tarde con estas palabras: «Como monárquico, como socialista, pienso que…». ¡Es tan cómodo! Porque no es pensar. No hay nada más cómodo que no pensar.
La pasión colectiva es la única energía de la que disponen los partidos para la propaganda exterior y para la presión ejercida sobre el alma de cada miembro.
Se admite que el espíritu de partido ciega, vuelve sordo a la justicia, empuja incluso a gente honesta al encarnizamiento más cruel contra inocentes. Se admite, pero no se piensa en suprimir los organismos que fabrican tal espíritu.
… el espíritu de partido ha llegado a contaminarlo todo. Las instituciones que determinan el juego de la vida pública influyen siempre en un país sobre la totalidad del pensamiento a causa del prestigio del poder. Se ha llegado a no pensar casi en absoluto en ningún asunto si no es tomando posición «a favor» o «en contra» de una opinión. Después se buscan argumentos, según el caso, sea a favor, sea en contra. Es exactamente la transposición de la adhesión a un partido.
Incluso en las escuelas, ya no se sabe estimular de otra manera el pensamiento de los niños si no es invitándoles a tomar partido a favor o en contra. Se les cita una frase de un gran autor y se les dice: «¿Estáis de acuerdo o no? Desarrollad vuestros argumentos». En el examen, los desgraciados, puesto que tienen que haber terminado la disertación al cabo de tres horas, no pueden pasar más de cinco minutos preguntándose si están de acuerdo. Y sería tan sencillo decirles: «Meditad este texto y expresad las reflexiones que se os ocurran».
Casi en todas partes —e incluso, a menudo, debido a problemas puramente técnicos— la operación de tomar partido, de tomar posición a favor o en contra, ha substituido a la obligación de pensar. Se trata de una lepra que se ha originado a partir de los medios políticos y se ha extendido, a través de todo el país, a la casi totalidad del pensamiento.
Es dudoso que se pueda remediar esta lepra que nos mata sin antes suprimir los partidos políticos.
Simone Weil, “Notas sobre la supresión general de los partidos políticos”. Texto incluido en los Ècrits de Londres et demières lettres (Escritos de Londres y otras cartas), Èditions Gallimard, 1957. Fechado entre diciembre de 1942 y abril de 1943.
Para valorar a los partidos políticos según el criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene comenzar discerniendo sus características esenciales.
Se pueden enumerar tres:
1- Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva.
2- Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros.
3- La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite.
Debido a este triple carácter, todo partido político es totalitario en germen y en aspiración. Si de hecho no lo es, es solo porque los que lo rodean no lo son menos que él.
Estas tres características son verdades de hecho, evidentes para cualquiera que se haya aproximado a la vida de los partidos.
La tercera es un caso particular de un fenómeno que se produce allí donde el colectivo domina a los seres pensantes. Es la inversión de la relación entre fin y medio. En todas partes, sin excepción, todas las cosas generalmente consideradas como fines son, por naturaleza, por definición, por esencia, y de la manera más evidente, únicamente medios. Se podría citar tantos ejemplos como se quisiera en todos los campos. Dinero, poder, Estado, grandeza nacional, producción económica, diplomas universitarios; y muchos más.
Solo el bien es un fin. Todo lo que pertenece al dominio de los hechos es del orden de los medios. Pero el pensamiento colectivo es incapaz de elevarse por encima del dominio de los hechos. Es un pensamiento animal. Posee la noción de bien solo lo suficiente como para cometer el error de tomar tal o cual medio por el bien absoluto. Y eso es lo que sucede con los partidos: un partido es, en principio, un instrumento para servir a una cierta concepción del bien público.
La finalidad de un partido político es algo vago e irreal. Si fuera real, exigiría un esfuerzo muy grande de atención, pues una concepción del bien público no es algo fácil de pensar. La existencia del partido es palpable, evidente, y no exige ningún esfuerzo para ser reconocida. Así, es inevitable que de hecho sea el partido para sí mismo su propia finalidad.
En consecuencia hay idolatría, pues solo Dios es legítimamente una finalidad para sí mismo.
Se pone como axioma que la condición necesaria y suficiente para que el partido sirva eficazmente a la concepción del bien público con vistas a la cual existe es que posea una gran cantidad de poder.
Pero ninguna cantidad finita de poder puede jamás, de hecho, ser mirada como suficiente, sobre todo una vez obtenida. El partido se encuentra, de hecho, debido a la ausencia de pensamiento, en un estado continuo de impotencia que atribuye siempre a la insuficiencia del poder de que dispone. Aun cuando fuera el dueño absoluto del país, las necesidades internacionales serían las que impondrían límites estrechos.
De este modo, la tendencia esencial de los partidos es totalitaria, no solo en lo que respecta a una nación, sino en lo que respecta al globo terrestre. Precisamente porque la concepción del bien público propia -de tal o cual partido es una ficción, algo vacío, sin realidad, es- por lo que impone la búsqueda del poder total. Toda realidad implica por sí misma un límite. Lo que no existe en absoluto no es jamás limitable.
Por eso es por lo que hay afinidad, alianza entre el totalitarismo y la mentira.
Desde el momento en que el crecimiento del partido constituye un criterio del bien, se sigue inevitablemente la existencia de una presión colectiva del partido sobre el pensamiento de los hombres. Esa presión se ejerce de hecho. Se muestra públicamente. Se confiesa, se proclama. Nos horrorizaría, de no ser porque la costumbre nos ha endurecido.
Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia.
Se ejerce la presión colectiva sobre el gran público mediante la propaganda. La finalidad confesada de la propaganda es persuadir y no comunicar luz. Hitler vio perfectamente que la propaganda es siempre un intento de someter a los espíritus. Todos los partidos hacen propaganda. El que no la hiciera desaparecería por el hecho de que los demás sí la hacen. Todos confiesan que hacen propaganda. Nadie es tan audaz en la mentira como para afirmar que se propone la educación del público, que forma el juicio del pueblo.
Supongamos que un miembro de un partido —diputado, candidato a diputado, o simplemente militante— adquiera en público el siguiente compromiso: «Cada vez que examine cualquier problema político o social, me comprometo a olvidar absolutamente el hecho de que soy miembro de tal grupo y a preocuparme exclusivamente de discernir el bien público y la justicia.» Ese lenguaje sería muy mal acogido. Los suyos, e incluso muchos otros, lo acusarían de traición. Los menos hostiles dirían: «Entonces, ¿para qué se ha afiliado a un partido?», confesando de esta manera ingenua que, cuando se entra en un partido, se renuncia a buscar únicamente el bien público y la justicia. Ese hombre sería excluido de su partido, o por lo menos perdería la investidura; seguramente no sería elegido.
Por el contrario, se considera totalmente natural, razonable y honorable que alguien diga: «Como conservador… —o como socialista— pienso que…».
Unas jovencitas, que se proclamaban vinculadas al gaullismo como equivalente francés del hitlerismo, añadían: «La verdad es relativa, incluso en geometría».
Si no hay verdad, es legítimo pensar de tal o cual manera en tanto uno es tal o cual cosa. Del mismo modo que se tiene el cabello negro, castaño, rojizo o rubio porque se es así, también se emiten tales o cuales ideas. El pensamiento, como el cabello, es entonces el producto de un proceso físico de eliminación. Si se reconoce que hay una verdad, solo está permitido pensar lo que es verdadero. Entonces se piensa tal cosa no porque se da el caso de que de hecho uno es francés, o católico, o socialista, sino porque la luz irresistible de la evidencia obliga a pensar así y no de otra manera. Si no hay evidencia, si hay duda, entonces es evidente que, en el estado de conocimientos del que se dispone, la cuestión es dudosa. Si existe una débil probabilidad de un lado, es evidente que hay una débil probabilidad; y así con todo lo demás. En todos los casos, la luz interior concede siempre a cualquiera que la consulte una respuesta manifiesta. El contenido de la respuesta es más o menos afirmativo; importa poco. Siempre es susceptible de revisión; pero ninguna corrección puede llevarse a cabo a no ser mediante la luz interior.
Si un hombre, miembro de un partido, está absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan solo a la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Entonces se encuentra respecto del partido en estado de mentira. Es una situación que solo puede ser aceptada a causa de la necesidad, que obliga a estar en un partido para tomar parte eficazmente en los asuntos públicos. Pero entonces esa necesidad es un mal y hay que ponerle fin suprimiendo los partidos.
… si la pertenencia a un partido obliga siempre y en todos los casos a la mentira, la existencia de los partidos es absolutamente, incondicionalmente, un mal.
Era frecuente ver en los anuncios de reuniones: El señor X expondrá el punto de vista comunista (sobre el problema que era objeto de la reunión). El señor Y expondrá el punto de vista socialista. El señor Z expondrá el punto de vista radical.
¿Cómo lograban esos desgraciados conocer el punto de vista que debían exponer? ¿A quién podían consultar? ¿A qué oráculo? Una colectividad no tiene lengua ni pluma. Los órganos de expresión son todos individuales. La colectividad socialista no reside en ningún individuo. Tampoco la colectividad radical. La colectividad comunista reside en Stalin, pero está lejos; no se le puede telefonear antes de hablar en una reunión.
… hoy en día, la tensión hacia la justicia y la verdad es vista como algo que responde a un punto de vista personal.
La verdad son los pensamientos que surgen en el espíritu de una criatura pensante, únicamente, totalmente, exclusivamente deseosa de verdad.
La mentira, el error —palabras sinónimas— son los pensamientos de los que no desean la verdad y de los que desean la verdad y algo más.
Deseando la verdad en el vacío y sin intentar adivinar de entrada el contenido es como se recibe la luz. En eso consiste todo el mecanismo de la atención.
Simone Weil, “Notas sobre la supresión general de los partidos políticos”. Texto incluido en los Ècrits de Londres et demières lettres (Escritos de Londres y otras cartas), Èditions Gallimard, 1957. Fechado entre diciembre de 1942 y abril de 1943.
… primero hay que reconocer cuál es el criterio del bien.
Solo puede ser la verdad, la justicia, y, en segundo lugar, la utilidad pública.
La democracia, el poder de los más, no son bienes. Son medios con vistas al bien, estimados eficaces con razón o sin ella. Si la República de Weimar, en lugar de Hitler, hubiera decidido por vías rigurosamente parlamentarias y legales meter a los judíos en campos de concentración y torturarlos con refinamiento hasta la muerte, las torturas no habrían tenido ni un átomo de legitimidad más de la que ahora tienen. Ahora bien, algo parecido a esto no es totalmente inconcebible.
Solo lo que es justo es legítimo. El crimen y la mentira no lo son en ningún caso.
Nuestro ideal republicano procede enteramente de la voluntad general de Rousseau. Pero el sentido de esta noción se perdió casi de inmediato, porque es compleja y demanda un alto grado de atención. Dejando de lado algunos capítulos, pocos libros son tan hermosos, fuertes, lúcidos y claros como lo es El contrato social. Se dice que pocos son los libros que han tenido tanta influencia. Pero de hecho todo sucedió y sucede como si no hubiera sido leído nunca.
Rousseau partía de dos evidencias. Una, que la razón discierne y elige la justicia y la utilidad inocente, y que todo crimen tiene como móvil la pasión. Otra, que la razón es idéntica en todos los hombres, frente a las pasiones, que, casi siempre, difieren. En consecuencia si, sobre un problema general, cada uno reflexiona en soledad y expresa una opinión, y si después se comparan las opiniones entre sí, probablemente coincidirán por el lado justo y razonable de cada una y diferirán por las injusticias y los errores. Únicamente en virtud de un razonamiento de este tipo se admite que el consensus universal indica la verdad.
La verdad es una. La justicia es una. Los errores, las injusticias son indefinidamente variables. De esta manera, los hombres convergen en lo justo y lo verdadero, y en cambio la mentira y el crimen los hacen divergir indefinidamente. Puesto que la unión es una fuerza material, se puede esperar encontrar en ella un recurso para hacer que la verdad y la justicia sean aquí abajo materialmente más fuertes que el crimen y el error. Se precisa un mecanismo conveniente. Si la democracia constituye tal mecanismo, es buena. Si no, no.
Una voluntad injusta, común a toda la nación, no era en absoluto superior, a ojos de Rousseau —y tenía razón—, a la voluntad injusta de un hombre. Rousseau pensaba, tan solo, que casi siempre una voluntad común de todo un pueblo era, de hecho, conforme con la justicia, por neutralización mutua y compensación de pasiones particulares. Ese era para él el único motivo de preferir la voluntad del pueblo a una voluntad particular.
Asimismo una cierta masa de agua, aun cuando compuesta de partículas que se mueven y chocan sin cesar, se encuentra en equilibrio y reposo perfectos. Devuelve a los objetos sus imágenes con verdad irreprochable. Indica perfectamente el plano horizontal. Dice sin error la densidad de los objetos sumergidos.
Si individuos apasionados, empujados por la pasión al crimen y a la mentira, se componen del mismo modo formando un pueblo verídico y justo, entonces es bueno que el pueblo sea soberano. Una constitución democrática es buena si, primero, realiza en el pueblo ese estado de equilibrio, y si, solo después, hace que las voluntades del pueblo sean ejecutadas.
El verdadero espíritu de 1789 consiste en pensar no que algo es justo porque el pueblo lo quiere, sino que, bajo ciertas condiciones, la voluntad del pueblo tiene más posibilidades que ninguna otra voluntad de ser conforme a la justicia.
Hay varias condiciones indispensables para poder aplicar la noción de voluntad general. Dos deben retener particularmente la atención.
Una es que, en el momento en que el pueblo toma conciencia de una de sus voluntades y la expresa, no hay ninguna especie de pasión colectiva.
Es del todo evidente que el razonamiento de Rousseau se desmorona en cuanto hay pasión colectiva. Rousseau lo sabía perfectamente. La pasión colectiva es un impulso al crimen y a la mentira infinitamente más poderoso que cualquier pasión individual. Los malos impulsos, en este caso, lejos de neutralizarse, se elevan mutuamente a la milésima potencia. La presión es casi irresistible si no se es un auténtico santo.
Un agua a la que una corriente violenta, impetuosa, pone en movimiento ya no refleja los objetos, ya no tiene una superficie horizontal, ya no indica las densidades. E importa muy poco que sea movida por una única corriente o por cinco o seis que se entrechocan y forman remolinos. En ambos casos, se encuentra igualmente turbada.
Si una sola pasión colectiva se apodera de todo un país, el país entero es unánime en el crimen. Si dos, cuatro, cinco o diez pasiones colectivas lo dividen, está dividido en varias bandas de criminales. Las pasiones divergentes no se neutralizan, como sucede en el caso de un sinfín de pasiones individuales fundidas en una masa; el número es demasiado pequeño, la fuerza de cada una es demasiado grande para que pueda darse la neutralización. La lucha las exaspera. Se entrechocan con un ruido verdaderamente infernal que hace imposible que se oiga, ni por un segundo, la voz de la justicia y de la verdad, siempre casi imperceptible.
Cuando hay pasión colectiva en un país, es probable que una voluntad particular cualquiera esté más cerca de la justicia y de la razón que la voluntad general, o más bien que lo que constituye su caricatura.
La segunda condición es que el pueblo tenga que expresar su voluntad respecto de los problemas de la vida pública y no solo elegir a las personas. Y aún menos una elección de colectividades irresponsables. Pues la voluntad general no tiene ninguna relación con una tal elección.
Si hubo en 1789 una cierta expresión de la voluntad general, aun cuando se adoptara el sistema representativo a falta de saber imaginar otro, es porque hubo algo bastante diferente de las elecciones. Todo lo que había de vivo a través de todo el país —y el país se desbordaba de vida— había intentado expresar un pensamiento mediante el órgano de los Cahiers de revendication [Cuadernos de reivindicación]. Los representantes se habían hecho conocer, en gran parte, en el curso de esa cooperación en el pensamiento; conservaban su calor; sentían que el país estaba atento a sus palabras, celoso de vigilar si traducían exactamente sus aspiraciones. Durante algún tiempo —poco tiempo— fueron verdaderamente simples órganos de expresión para el pensamiento público.
Semejante cosa no se volvió a producir nunca más. Enunciar estas dos condiciones muestra que nunca hemos conocido nada que se asemeje, ni de lejos, a una democracia. En lo que nombramos con ese nombre, el pueblo no ha tenido nunca la ocasión ni los medios de expresar un parecer sobre un problema cualquiera de la vida pública; y todo lo que escapa a los intereses particulares se deja para las pasiones colectivas, a las que se alimenta sistemática y oficialmente.
Simone Weil, “Notas sobre la supresión general de los partidos políticos”. Texto incluido en los Ècrits de Londres et demières lettres (Escritos de Londres y otras cartas), Èditions Gallimard, 1957. Fechado entre diciembre de 1942 y abril de 1943.
También en la anticiencia encontramos la impugnación de hipótesis científicas o de hechos bien establecidos por la ciencia, pero hay en ella una actitud con un carácter más general.
No se limita a negar un aspecto concreto o una explicación específica de ciertos mecanismos naturales, sino que rechaza una teoría completa o incluso avances científicos fundamentales.
Dos ejemplos muy claros serían el terraplanismo y el repudio de la teoría de la evolución por parte de los creacionistas radicales. Obviamente, en la medida en que los negacionismos comportan casi siempre, al menos de forma indirecta, una oposición a teorías o hechos bien asentados por la práctica científica, asumen una actitud anticientífica, aunque no siempre sea así.
Puede haber casos de personas que nieguen esos hechos o teorías y lo hagan convencidos de que la buena ciencia es la que lleva necesariamente a dicha negación.
Sería el caso, por ejemplo, de los negacionistas del cambio climático que se aferran a ese pequeño porcentaje de climatólogos que niegan solo que el cambio climático esté causado por la actividad del ser humano.
Del mismo modo, una persona antivacunas que rechace las vacunas de ARN porque cree que pueden producir cambios en el genoma del vacunado estaría manteniendo una actitud anticientífica, puesto que esa creencia choca con lo que nos dice la ciencia.
Una persona que desconfíe de las vacunas contra la covid-19 porque considera que todavía no se conocen posibles efectos secundarios a largo plazo no necesariamente estaría comprometida con actitudes anticientíficas, aunque cabría preguntarse si no estaría llevando sus recelos más allá de lo prudente.
Uno de los pioneros en el estudio de la anticiencia ha sido el historiador de la ciencia Gerald Holton. Ya a comienzos de los 90 del pasado siglo nos avisaba del peligro de que despertara “esa bestia que dormita en el subsuelo de nuestra civilización”. Parece que la bestia ha despertado, puesto que las actitudes anticientíficas empiezan a hacerse cada vez más notables incluso en países con un nivel educativo relativamente alto.
Se ha constatado mediante diversos estudios que los negacionismos y las actitudes anticiencia van ligados por lo habitual a la aceptación de teorías conspirativas y de los llamados “hechos alternativos”. Es este un eufemismo para referirse a hechos que en realidad nunca se han producido, pero son asumidos por conveniencia.
Si alguien se opone al consenso de la ciencia sin tener genuinos argumentos científicos o datos fiables, debe articular algún tipo de explicación conspiracionista para justificar por qué existe ese consenso.
El recurso más fácil es pensar que los científicos están comprados por las grandes empresas farmacéuticas, o por las industrias biotecnológicas, o por el poder político o militar.
Esas teorías conspirativas han sido llevadas al paroxismo por movimientos como QAnon, cuya creencia en que una élite satánica y pedófila quiere controlarnos a todos e impedir que Donald Trump triunfe, y para ello utilizan cualquier medio a su alcance, incluyendo las vacunas, hace replantearse la definición del ser humano como animal racional.
Antonio Diéguez Lucena, Negacionismo, anticiencia y pseudociencia; en qué se diferencian?, Cuaderno de Cultura Científica 14/02/2022 [https:]]Las pseudociencias son disciplinas o teorías que pretenden ser científicas sin serlo realmente. Eso les lleva inevitablemente a chocar con teorías científicas aceptadas.
Ejemplos populares hoy en día serían la astrología, la homeopatía, la parapsicología y la “medicina cuántica” (aunque esta recibe otros nombres y tiene diversas ramificaciones).
Conviene aclarar que, por mucho que a veces se confunda la homeopatía con la medicina naturista y con el herbarismo, no son la misma cosa. En estas últimas el paciente recibe al menos sustancias que tienen un efecto químico sobre su organismo. El problema aquí sería el control de las dosis.
La homeopatía, en cambio, se basa en la idea de que el poder curativo de una sustancia viene dado, entre otras cosas, por la dilución extrema con la que se administra. Pero las diluciones son tan extremas que es imposible que el paciente reciba una sola molécula del principio activo.
Para justificar esto, los defensores de la homeopatía recurren a una teoría carente por completo de base científica, por no decir simplemente contraria a la ciencia, como es la de la “memoria del agua”. Según esta teoría, el agua que ha estado en contacto con el principio activo guarda memoria de sus propiedades químicas y esa “información” es la que se mantiene en el preparado homeopático y cura al paciente.
Lo curioso es que, en la mayor parte de los casos, lo que el paciente recibe no es un tarrito con agua, sino una pastilla de azúcar.
Contra lo que algunos parecen creer, fiándose demasiado de Popper, las pseudociencias no son infalsables. Es decir, sus tesis pueden ser puestas a prueba mediante contrastación empírica. De hecho, muchas de las afirmaciones de las pseudociencias están falsadas, puesto que la ciencia ha mostrado que son falsas. Las pseudociencias pueden alegar, y de hecho lo hacen, que cuentan en su haber con muchas “confirmaciones” (en el sentido de predicciones cumplidas), lo cual puede ser cierto, pero obviamente eso no las hace científicas.
Ilustremos todo lo que acabamos de decir con el ejemplo de la pandemia:
El negacionismo no debe confundirse con el escepticismo organizado que, como señaló hace décadas el sociólogo Robert K. Merton, constituye un atributo característico de la ciencia.
A diferencia de este, no pretende poner en cuestión hipótesis científicas que no han sido suficientemente contrastadas, sino que promueve más bien un rechazo dogmático y poco razonando, frecuentemente por motivaciones emocionales e ideológicas, de tesis científicas bien establecidas acerca de determinados fenómenos.
Una de las mejores caracterizaciones que se han dado por ahora del negacionismo está en un breve artículo de 2009 de Pascal Diethelm, un economista especializado en salud, y Martin McKee, un médico que enseña sobre salud pública.
Según ellos, el negacionismo consistiría en un rechazo del consenso científico con argumentos ajenos a la propia ciencia, o sin argumento alguno. Esto genera la impresión de que hay debate donde realmente no lo hay. Está ligado a cinco rasgos:
(Las personas pueden tener dos sistemas de creencia la mismo tiempo: una mentalidad realista y una mentalidad mitológica). Es una distinción que ha existido en la psicología desde hace mucho tiempo. La primera es la que aplicas a tu vida tangible y física. Incluso los chiflados que apoyan las teorías de conspiración, que creen en fantasmas y espíritus, y en el poder de la curación a través de piedras, visten y alimentan a sus hijos y los llevan a la escuela. Esas personas no están alucinando ni están fuera de contacto con la realidad. Sin embargo, la cosa cambia cuando son cuestiones que no les afectan directamente, como «¿qué ocurre realmente en la Casa Blanca?», «¿cuál es el origen del universo?” o «¿por qué le pasan cosas malas a la gente buena?». Cuando se trata de asuntos cósmicos que están fuera del ámbito de la experiencia inmediata la gente suele conformarse con creencias estimulantes, que empoderan, que son entretenidas; que sean verdaderas o falsas se considera como algo pedante y quisquilloso. Así, si alguien dice que Hillary Clinton lidera una red de explotación sexual infantil, no significa que lo crea de la misma manera que cree, por ejemplo, que hay leche en su frigorífico. Más bien es una forma de abuchear a Hillary Clinton, de expresar una convicción moral, y esa es una mentalidad a la que todos podemos ser susceptibles. El motivo es que hasta hace poco no teníamos los medios necesarios para responder a esas grandes preguntas cósmicas. Sin embargo, ahora tenemos archivos históricos, bases de datos del gobierno y ciencia, y podemos establecer lo que es cierto y lo que no. Creo que todas nuestras creencias deben estar en el ámbito de la realidad y no en el de la mitología, pero no es una mentalidad universal.
Moisés Naím, entrevista a Steven Pinker: "Siempre hemos sido capaces de razonar; la pregunta es por qué no siempre lo aplicamos", ethic.es 16/02/2022
Somos casi vintage las generaciones que fuimos educados por magníficos profesores de Filosofía en BUP y COU y maestros que se tomaban en serio la ética de EGB. Yo aprendí a defender mis opiniones en aquellos debates acneicos, a alzar la voz sin miedo. Las clases de Filosofía también fueron un buen entrenamiento para la vida ciudadana: en ellas aprendimos a convivir discrepando, a confrontar ideas desde el respeto, a cuestionar nuestros propios posicionamientos, a cambiar de idea o a poner todo nuestro esfuerzo en convencer a nuestros compañeros. Por no hablar de lo que supone recibir el legado del pensamiento que ha acabado por dar forma a la sociedad en la que vivimos. Saber de dónde vienen los valores predominantes en nuestra cultura es entender nuestro lugar en la historia. Pero lo más apasionante tanto de las clases de Ética como de Filosofía fue para mí la poderosa sensación de emancipación que me provocaron: de repente, me daba cuenta de que podía tomar las riendas de mi existencia porque me estaban dando los instrumentos necesarios para pensarme a mí misma, pensar lo que me rodeaba y decidir lo que estaba bien y lo que mal no sobre la base de los mandamientos divinos sino a mi propia consciencia independiente. No era, para nada, un camino fácil, pero era el único camino a la libertad.
Najat el Hachmi, ¿Quién quiere pensar?, El País 18/02/2022
Antonio Machado hace decir a su Juan de Mairena que «si alguien intentase algún día, para continuar consecuentemente a Kant, una cuarta Crítica, que sería la de la Pura creencia, llegaría en su Dialéctica transcendental a descubrirnos acaso el carácter antinómico no ya de la razón, sino de la fe; a revelarnos el gran problema del sí y el no como objetos no de conocimiento, sino de creencia». En su primera Crítica, Kant dijo que debió suprimir el saber para hacer sitio al creer. Esto significa que hay cosas más allá de nuestro conocimiento. Creer en una u otra divinidad es una opción personal íntima, pero es muy bueno que no podamos conocer la existencia de un creador omnipotente y omnisciente, porque tal circunstancia nos haría obrar por premios o castigos. El héroe moral kantiano es el ateo Spinoza, que decide obrar moralmente pese a no sentirse respaldado por un ser divino, únicamente por tener consideración hacia los demás y al margen de lo que pueda deparar una fortuna totalmente adversa. Diderot comparte sin duda este parecer, afirmando que la posteridad era su «otro mundo» del hombre religioso. Kant entiende que debemos creernos libres y pensar que nuestras intenciones pueden modificar la cadena de causas eficientes introduciendo nuevos eslabones. El auténtico credo kantiano es confiar en que nuestras intenciones morales puedan prosperar gracias al concurso de todos.
Con frecuencia y de manera coloquial, Second Life ha sido considerado un metaverso. Pero eso no significa que deba confundirse con lo que tienen en mente los defensores contemporáneos de esta idea. En algunas interpretaciones, el metaverso representa el conjunto de hardware y software que hace posible la realidad virtual y aumentada. En otros, es un conjunto de experiencias virtuales que varían en alcance y escala, pero que existen en un conjunto compartido de puntos de acceso, algo no muy diferente a Second Life.
Sin embargo, el alcance de lo que ha propuesto el CEO de Meta, Mark Zuckerberg, va más allá de esas definiciones. Ya sea que Zuckerberg sea o no la mejor autoridad en la materia, su visión es la que ha acaparado los reflectores, y su nombre se ha convertido en sinónimo del término metaverso. Así que, ¿cuál es precisamente esa visión, y en qué se parece o se distingue de lo que hemos escuchado anteriormente de la vida virtual?
Para Zuckerberg y Meta, el metaverso es una propuesta de cambios políticos y técnicos en la manera en que pensamos el mismo internet. Para ello es necesario un sistema económico y normativo que favorezca la limitación de los espacios virtuales para crear “propiedad”. En este sentido, Zuckerberg y otros predicadores del metaverso han impulsado la idea de la Web3, una forma descentralizada de mercantilización basada en tecnologías de cadena de bloques (blockchain) que servirían para verificar la propiedad, como lo hacen hoy los tokens no fungibles, o NFT. En la actualidad, Meta está alentando a los usuarios a realizar y compartir libremente sus creaciones en Horizon Worlds, su aplicación de creación de mundos básicos gratuita. Sin embargo, sus limitaciones sugieren que el propósito es simplemente abrir el apetito para un mercado más sofisticado de mundos creados por los usuarios en la plataforma de Meta en el futuro. Todo lo que la empresa sea capaz de extraer de las ventas en este mercado se verá presumiblemente reforzado por los datos de comportamiento que pueda captar de la mirada, la voz y los gestos en entornos inmersivos. Facebook ya rastrea lo que los usuarios responden al desplazarse, hacer clic y compartir contenidos, pero en la realidad virtual interactiva esto podría significar cualquier cosa, desde medir cuánto tiempo miran algo hasta compartir datos sobre las preferencias de marcas, pasando por el rastreo de los movimientos de sus manos durante los momentos más íntimos. En una entrevista reciente con Wired, Rosedale describió el panorama que ofrece el material de marketing de Meta como un “resultado muy, muy malo” para los mundos virtuales.
Desde el punto de vista técnico, Meta ha abogado por un protocolo común o portal que vincule una multitud de objetos virtuales y reales. Meta ya está sentando las bases al adquirir una serie de empresas de realidad virtual y aumentada para complementar su adquisición, en 2014, de Oculus, un fabricante de cascos de realidad virtual, y al integrar más estrechamente los productos Oculus con Facebook, Instagram y WhatsApp. Esto permite que los usuarios que ya están familiarizados con los servicios de la empresa se asocien con el metaverso antes de ver su versión 3D. Sin embargo, tal como descubrieron Second Life y otros, persuadir a los usuarios y a las empresas para que accedan a un singular conjunto de relaciones económicas es un enorme desafío. Entre los usuarios tempranos de la realidad virtual ha habido una notable reacción contra el intento de Facebook de encerrar y estandarizar la vida virtual, que queda ejemplificada en el hashtag #notmymetaverse.
¿Y si Meta tiene éxito? Eso podría significar un nuevo internet, tal vez incluso una nueva mutación del capitalismo. El éxito de las experiencias de juegos virtuales, desde FarmVille hasta Fortnite, demuestra qué tanto están dispuestas las personas a trabajar y pagar por baratijas digitales todos los días. Fuera del mareo por movimiento, la experiencia de entrar en mundos virtuales inmersivos puede ser estimulante hasta el punto de volverse adictiva. El infujo de inversiones de personas que buscan obtener beneficios en este nuevo espacio y las condiciones que la pandemia de covid-19 ha impuesto al mundo entero garantizan al menos un mayor entusiasmo por una nueva integración entre la vida virtual y la real. Esto podría significar una mayor abdicación de los problemas del mundo “real”, conforme los usuarios distraídos permiten a las corporaciones asomarse aún más en sus vidas personales. Asimismo, podría dar lugar a nuevas formas de explotación, ya que los datos e incluso la imagen de las personas pueden ser objeto de apropiación para fines casi imposibles de comprender o controlar.
Una solución podría ser que el sector público invierta en mantener de un repositorio de activos virtuales de alta calidad, gratuitos y de libre acceso. Los usuarios podrían utilizarlos para construir y mantener sus propios mundos y experiencias virtuales. De este modo se aprovecharía el espíritu de las primeras generaciones de usuarios, que a menudo han compartido sus conocimientos y creaciones libremente, a través de licencias Creative Commons, en un intento de socavar a los especuladores que esperan hacer un metaverso más lucrativo. La preservación de bienes comunes sólidos y fáciles de usar es vital para que los usuarios puedan determinar sus propias formas de intercambio y propiedad. De la mano de estos objetos virtuales habría un aparato regulador que permitiría la conexión voluntaria entre experiencias, además de que podría defender la privacidad y otras normas sociales. La creación de un fideicomiso público para la construcción y supervisión de los mundos virtuales, tal como se ha debatido en las propuestas acerca de la creación de una opción pública para otros sistemas de medios, podría ofrecer una alternativa a los rasgos más distópicos del metaverso.
Aunque esto se escuche algo descabellado, ya está ocurriendo en algunos lugares. En Seúl, Corea del Sur, se ha empezado a trabajar en una “Seúl del Metaverso”. La isla de Barbados también ha comprado terrenos en un mundo virtual con el objetivo de construir una embajada virtual. Un conjunto de mundos virtuales de interés público con mecanismos de rendición de cuentas podría dar lugar a nuevas formas de configurar la vida social y económica. O simplemente, podría servir como un espacio para escapar de manera ocasional, como originalmente prometía Second Life. En la visión generalizada que venden los predicadores del metaverso, corremos el riesgo de caer en un mundo digitalizado del que no hay salida.
Diami Virgilio, Algo que las comparaciones entre Second Life y Metaverso pierden de vista, Letras Libres 18/02/2022