I
El sábado pasado mi mujer y yo fuimos en coche hasta Lérida. Esta es una época ideal para viajar en coche por las carreteras de la Cataluña interior. El otoño tiñe los paisajes con una dulce luz pastel y entre los verdes vivos de los pinos a los verdes amarillentos cansados de las hojas de los olmos y abedules, pasando por los brotes nuevos de los cereales, todo parece estrenarse. Además la luz, que ilumina en noviembre con discreción, alarga los paisajes hasta horizontes remotos y algo irreales. Hay como un toque de fantasía en la realidad.
II
Nos paramos a comer en Cervera, que nos recibió envuelta en una niebla espesa. Es un placer viajar sin prisas, pararte a tu antojo, detenerte en lo pequeño para admirar lo grande. Sentir a la camarera (que carecía de cualquier atisbo del sentido de la prisa) ofrecerte "lo pa, carinyos", y disfrutar de una "escudella" calentita mientras afuera la niebla sigue su curso. Al dejar Cervera volvió la luz de la tarde y con ella la alegría del viaje.
III
Lerida nos recibió con un frío soportable. En el Carrer Major, a rebosar de gente, una castañera colombiana -sí, colombiana- nos vendió un cucurucho de castañas (las primeras del año). Poco antes habíamos pasado por delante del restaurante Paisa, que sirven comidas típicas de Colombia. Muchos negros jóvenes y muchas familias de marroquíes.
IV
Hoy he pasado la mañana en Almenar, un pueblecito al norte de la ciudad de Lérida, entre gente amable y magníficos profesionales, hablando de la lectoescritura, defendiendo que hay que leer en defensa propia y desarrollando mi tesis de que leer es situar un texto en su preciso contexto. Sin información contextual (lo que no está en el texto, pero lo explica) no hay comprensión lectora:
V. Como ayer apareció en el diario ARA un artículo mío titulado Elogio del ladrón de peras, me esperaba alguna broma en esta tierra de hortelanos y frutales, pero no me que regalaran una caja de peras. Ha sido un detalle no carente de emoción.