Por Ana López-Navajas
Se dice que avanzamos a hombros de gigantes. Avances -descubrimientos científicos, logros sociales, creaciones artísticas o literarias…- que son el resultado de esfuerzos, trabajo e inteligencia de una o varias personas que han llegado a ello porque se han apoyado en otros anteriores y de ellos han aprendido. Sobre sus hombros han sido capaces de ver más lejos y comprender mejor. Y esta referencia a un pasado del que heredamos saber y que nos permite avanzar más rápido es la clave de los progresos. Establece genealogías, ya que nos apoyamos en el saber de figuras anteriores y es el reconocimiento a quienes nos alzan sobre sus hombros para ver. Pero cuando miramos de cerca, esos gigantes sobre los que avanzamos solo tienen nombre de varones.
Así, en arte encontramos a Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Velázquez, Goya o Picasso, entre otros. En ciencia conocemos a Pitágoras, Euclides, Galileo, Newton, Darwin o Einstein. En literatura reconocemos a Homero, Petrarca, Cervantes, Sakespeare, Marcel Proust, James Joyce o Gabriel García Márquez entre otros muchos. En Música nos suena Vivaldi, Bach, Mozart, Beethoven, Chopin o Stravinsky. Por citar a unos cuantos referentes de algunas áreas más definidas, entre otros muchos que no puedo nombrar aquí.
Cuando reparas en ello, da la impresión que la cultura se articule en torno a esas figuras masculinas y por tanto, que solo ellos hayan sido capaces de crear, de construir, de descubrir. Que ellos sean los referentes universales. De hecho, son prácticamente los que conocemos. O si no, pensemos un momento en ello. Y sin darnos cuenta, nuestro legado cultural y científico lo entendemos como un constructo puramente masculino, pues en él no encontramos figuras femeninas de referencia. Y a ese mundo cultural tan masculino le adjudicamos la catalogación de “universal”, cuando lo que hacemos en realidad es fijar la mirada solo en las producciones y las vivencias de los hombres y excluimos de él las producciones y vivencias de las mujeres.
Pero, ¿qué pasa con las mujeres? ¿dónde están? ¿es que no han hecho nada? Es lo que parece a tenor de esa sostenida ausencia. La idea de que se han dedicado solo al ámbito de lo doméstico, la falta de importancia que se le concede a ese ámbito (jamás se pone en relación con el desarrollo histórico, cuando resulta esencial) y la idea de “que no han podido hacer nada más”, que no han contribuido a la cultura o al desarrollo, ha calado profundamente en la mente de la mayoría de personas.
Sin embargo, eso resulta un completo despropósito, fruto de un pensamiento que prima lo masculino frente a lo femenino y del que nos cuesta mucho desprendernos, de tal manera estamos educados en él. Mujeres y hombres estamos juntos desde el principio de la humanidad y, obviamente, unas y otros han contribuido tanto al desarrollo social e histórico como al cultural, a pesar de sus distintas (más fáciles para unos y más difíciles para otras) situaciones sociales y las dificultades específicas que ellas han tenido para acceder a la educación y la cultura y para ocupar los espacios públicos: puestos de profesoras, de músicas o compositoras en iglesias o ambientes cortesanos, de pintoras oficiales de corte o de su admisión en asociaciones científicas o universidades, entre otros.
Por eso, conviene ser conscientes de que las mujeres no solo han contribuido como sujetos activos en ámbitos tan importantes como el hogar, los cuidados, la alimentación, la crianza y la educación, sino que han destacado a pesar de las dificultades, en todos los ámbitos del hacer y del saber y de forma ininterrumpida.
Por eso, cuando hablamos de arte, debemos tener presente que no pueden faltar las maestras italianas Sofonisba Anguissola o la gran Artemisia Gentileschi, las flamencas Clara Peeters o Judith Leyster, las francesas Elisabeth Vigée-Lebrun, Guillermine Benoist, las impresionistas Mary Cassat, Eva Gonzalès o las grandes del siglo XX, como la surrealista Remedios Varo o Maria Blanchard entre las españolas, Liubov Popova, Goncharova, Frida Khalo, Tamara de Lempicka o la creadora del arte abstracto, la sueca Hilma af Klimt entre otras cientos de artistas de todos los tiempos.
La filósofa Hipatia de Alejandría en “La escuela de Atenas”.
En ciencia tenemos grandes figuras femeninas desde antiguo, como Enheduanna, la pitagórica Teano de Crotona, pero sobre todo María de Alejandría o Hipatia de Alejandría, con el estudio de las cónicas que se retomó en la revolución científica del XVIII.
La matemática Emmy Noether.
Las científicas Marie Curie e Irene Juliot Curie.
Destacan la gran médica medieval Trótula de Salerno o las posteriores Mme. de Lavoisier, madre de la química junto a su esposo, Mme. de Châtelet, Sophie Germain, cuyos estudios sobre la Teoría de la Elasticidad fueron esenciales para la construcción de la torre Eiffel o la matemática Emmy Noether o Mileva Maric, que dio forma a al teoría de la relatividad especial, las astrofísicas Vera Rubin o Jocelyn Bell, o la maestra leonesa que inventó el libro electrónico Ángela Ruiz, entre otras muchas de las que producen avances en la ciencia.
Entre las escritoras y poetas encontramos clásicas de la envergadura de Enhedduanna (2.300 a.d.C.) la primera persona escritora -hombre o mujer- de la humanidad, Safo de Lesbos (VI a.d.C.), María de Francia (s. XII), Christine de Pisan (s. XV), que dio inicio a la Disputa de las mujeres donde se saca a la palestra el derecho a la educación y la cultura de las mujeres, Sor Isabel de Villena (s. XV), María de Zayas (s. XVII), Sor Juana Inés de la Cruz (s. XVII), Aphra Behn (s. XVII), novelista contemporánea de Shakespeare, Madame de Sevigné (s. XVIII), Emily Dickinson, las hermanas Bronte o Rosalía de Castro en el XIX. O las grandes del XX, Martin Gaite, Clarice Lispector, Djuna Barnes, Margarite Yourcenar… por citar una escueta nómina de ellas.
En música escuchamos a Magdalena Casulana, a las barrocas Barbara Strozzi o Francesca Caccini que comenzó a difundir la ópera en Europa, Elizabeth Jacquet de la Guerre, Clara Wieck-Schumann, Fanny Mendelssohn, Amy Beach o las grandes del XX como la rusa Sofía Gubaidulina, la escocesa Judith Weir o la finlandesa Kaija Saariaho. Ellas son solo una pequeña muestra de nuestros referentes musicales.
Escritoras y escritores que integraban la generación del 27.
Como podemos comprobar, no se puede entender la cultura y la ciencia si no tenemos en cuenta a las mujeres. Pero de ellas apenas sabemos nada: no las encontramos en los museos (solo desnudas como decían las Guerrilla girls); no las escuchamos en los conciertos, ni en los clásicos ni en los festivales actuales; sigue siendo difícil encontrar su obra escrita, sobre todo de las antiguas; sus logros científicos no se ven reconocidos (es larga la lista de Nobeles sin premios porque se adjudicaron a otros, por ejemplo, la física Lise Meitner o la astrofísica Jocelyn Bell). Y todo ello queda también reflejado en el material escolar, sean manuales o material propio. Las reflexiones y escritos de ellas no se tienen en cuenta, las figuras históricas importantes nos pasan desapercibidas, el desarrollo social lo entendemos sin ellas y nos parece “normal”. En definitiva, nos hemos acostumbrado a ver un mundo donde ellas no están. No aparecen. Hemos “naturalizado” esa ausencia y las implicaciones de minusvaloración de las mujeres que conlleva.
Wangari Muta Maathai, ecologista Nobel de la Paz 2004.
Por eso, una visión de mundo y un panorama cultural donde solo encontremos referencias masculinas es, necesariamente, parcial e incompleto. Aún más, empobrecedor y discriminatorio. No “universal” como ahora pensamos. Así, esta falta de referentes culturales femeninos constituye una negación explícita de la rica y extensa tradición cultural femenina y de su papel de sujetos protagonistas de la historia y la cultura.
Existen implicaciones importantes que se derivan de esa ausencia, de esa trampa que presenta un canon cultural parcial -solo referido a hombres- como si fuera universal. La primera, que afecta por igual a mujeres y hombres, es la pérdida tremenda de buena parte de nuestro bagaje cultural, el producido por mujeres. Este legado nos pertenece a todos, mujeres y hombres, y por tanto todos nos vemos afectados de esa pérdida. Perdemos referencias musicales, artísticas, científicas, literarias… en fin, referencias culturales e históricas que, desconocidas como nos son, nos hurtan cultura y merman nuestro saber y nuestros recursos.
Malala Yousafzai, activista Nobel de la Paz 2014.
Después, la ausencia marcada y el desconocimiento de sus aportaciones conllevan la falta de consideración de las mujeres como sujetos protagonistas de la historia y la cultura. Si no aparecen en la historia que nos cuentan, es que no han debido de hacer nada importante, es el pensamiento que se desprende de esa ausencia. Esto las sitúa en una clara desventaja social, aparecen como elementos secundarios. Y eso mediatiza el desarrollo individual de cada una de nuestras jóvenes. La falta de modelos de mujer para las chicas ahonda todavía más en esa vulnerabilidad en la que educamos a nuestras hijas. Esa falta de reconocimiento social que implica esa ausencia cultural, fundamenta su discriminación, que abarca desde el techo de cristal hasta la violencia de género.
Por último y no menos importante, esa ausencia toca seriamente el corazón del sistema educativo y el ámbito de la educación. El sistema educativo es uno de los más potentes instrumentos de transmisión cultural y de conformación de la memoria común. Toda la población en España pasa por él. A través de este sistema se transmite una cultura completamente sesgada que excluye -para todos, chicas y chicos- las producciones femeninas y el protagonismo de las mujeres en la historia. De esa manera, no solo socava la igualdad de oportunidades, sino la transmisión de referentes culturales esenciales. Ambos son fines de la educación. Y esto interpela a todas las personas y agentes relacionadas con la educación: familias, profesorado, editoriales y administraciones. Quienes debemos transmitir una cultura completa, compartida, más rica y real, para todos, mujeres y hombres fallamos estrepitosamente. Quienes debemos educar en la igualdad de oportunidades y en la diversidad, volvemos a fallar, amputando y empobreciendo de paso nuestro legado cultural, que transmitimos incompleto.
Conviene no olvidar que no existe una historia ni una cultura sin mujeres, donde solo hayan participado hombres. La cultura la conforman la suma de aportaciones que mujeres y hombres han hecho. Ellas son sujetos protagonistas de la historia común que formamos hombres y mujeres desde el principio de los tiempos. Y debemos nombrarlas para conocerlas y tejer la cultura colectiva. Ellas nos aportan un punto de vista distinto, un saber diferente e igual de imprescindible. Solo con él podemos hacer frente a los retos del futuro. Por eso, conviene recordar, que los avances no se dan solo a hombros de gigantes, también avanzamos a hombros de gigantas. Mientras no las conozcamos, las tengamos en cuenta y la integremos en nuestra memoria cultural, ningún avance será real.
Ana López Navajas es profesora de Lengua y Literatura, investigadora vinculada a la Universitat de València y asesora de Coeducación e Igualdad en la Formación del Profesorado en la Conselleria d’Educació, Investigació, Cultura i Esport de la Generalitat Valenciana.
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