CARTESIANISMO
Antoni Defez i Martín
(Universitat de Girona)
El término "cartesianismo" hace referencia a las características
generales de filosofía de Descartes ("Cartesius" en
la versión latina de sus obras), aunque no se reduce exclusivamente
al conjunto de sus tesis y argumentaciones. Por este motivo, aquí
no nos ocuparemos del pensamiento de Descartes, sino de los rasgos generales
que definen su filosofía y que, no obstante, pueden ser desarrollados
más allá de la misma. Así, teniendo en cuenta estas
salvedades, podemos entender por cartesianismo el siguiente conjunto
de tesis epistemológicas y ontológicas:
(I) La tesis del fundamentismo epistemológico que afirma la
necesidad y la legitimidad de elaborar una reconstrucción del
conocimiento a partir de fundamentos infalibles o absolutamente ciertos:
el conocimiento es concebido por Descartes como un edificio, una estructura
jerarquizada -o, metafóricamente, como un árbol- que exige
fundamentos indubitables. Estos fundamentos serían proposiciones
cuya verdad y absoluta certeza son independientes del resto de proposiciones
que con su apoyo pudieran ser verdaderas o ciertas. En consecuencia,
la fundamentación del conocimiento es concebida como una relación
atomista y asimétrica o de única dirección: las
proposiciones se justifican desde los fundamentos de una en una o aisladamente,
siendo además siempre el caso que las proposiciones que hacen
de fundamentos no estarán justificadas por ninguna otra proposición.
Ahora bien, los fundamentos del conocimiento, en la medida que no están
justificados por ningún otro conocimiento, podría decirse
que se fundamentan a sí mismos o, si se quiere, que son autoevidentes
o autopresentes, como ha dicho recientemente R. Chisholm.
Descartes estableció como criterio de conocimiento de los fundamentos
la claridad y la distinción, entendiendo estas características
como la irresistibilidad con que la verdad de ciertas ideas (la ideas
innatas y, entre ellas, la idea de dios, los principios de la lógica
y las ideas matemáticas) y ciertas proposiciones existenciales
("pienso, luego existo", "Dios existe") se presentan
a la mente humana. Asimismo, el empirismo clásico, que en esto
siguió de cerca a Descartes, hizo del conocimiento de las informaciones
sensoriales -ideas de sensación o impresiones- el conocimiento
indubitable (claro y distinto) desde el que reconstruir y fundamentar
todo el conocimiento. A su vez, sería mediante la deducción
o a través de relaciones inferenciales la manera como los conocimientos
que no juegan el papel de fundamentos estarán justificados por
aquellos otros que sí lo tienen. En suma: la certeza de lo evidente
-certeza metafísica no inferencial que excluye la posibilidad
lógica del error y cancela toda duda concebibles transferida
deductivo o inferencialmente a lo no evidente.
(II) Las dudas que plantea el escepticismo no sólo han de ser
consideradas como significativas, sino que además han de ser
la motivación inmediata del filósofo. Si la filosofía
tiene como objetivo último y primordial la fundamentación
y la reconstrucción del conocimiento desde lo absolutamente cierto
o indubitable, su motivación más perentoria consistirá
en contestar los retos del escéptico, es decir, en ofrecer argumentos
que demuestren la falsedad de sus conclusiones y la irrazonabilidad
de sus dudas. En este sentido, el ejemplo de Descartes de la duda hiperbólica
y metódica mostraría el papel central que el escepticismo
debería jugar en la reflexión epistemológica: las
dudas del escéptico serían el punto de arranque de la
filosofía y aquello que permitiría a la filosofía
alcanzar una posición cero de análisis, supuestamente
sin presupuestos, desde la que obtener el criterio del conocimiento.
(III) La tesis ontológica del dualismo que afirma que en el
universo existen dos tipos de sustancias radicalmente diferentes e irreductibles
respecto de sus atributos esenciales: la mente (res cogitans) y la materia
(res extensa). Así, los seres humanos serían el resultado
de la combinación contingente y accidental de mente y cuerpo.
El dualismo cartesiano en cierto sentido supone una vuelta a la concepción
platónica del hombre, apartándose de la tradición
aristotélica que veía al hombre como animal racional y
para la cual el alma era el principio de vida y de organización
del cuerpo y, por tanto, una entidad no separable de este último.
El dualismo cartesiano tuvo como inmediata consecuencia el problema
de la interacción mente-cuerpo, problema que no sólo ocupó
a sus más inmediatos seguidores -por ejemplo, A. Geulincx y N.
Malebranche con el ocasionalismo, B. Spinoza con el monismo y G. W.
Leibniz con su monadismo armonicista-, sino que todavía hoy es
tema central de buena parte de las discusiones en filosofía de
la mente.
(IV) Una consecuencia epistemológica del dualismo cartesiano
es la idea de la transparencia de lo mental: la mente tendría
un acceso privilegiado a sus propios contenidos, acceso consistente
en ser un acceso directo, inmediato e incorregible. Por el contrario,
cuando se trata de las otras mentes el acceso sería corregible,
indirecto o mediato. En concreto, dado que los contenidos mentales de
las otras mentes no son accesibles directamente, su existencia sólo
puede ser inferida a partir de intermediarios -por ejemplo, la apariencia
física de los otros o sus conductas. En consecuencia, respecto
las otras mentes siempre será concebible el error. O dicho de
otra manera: para el cartesianismo la relación que existe entre
contenidos mentales y conducta pública es sólo contingente
-lo físico sólo es síntoma, pero no criterio, de
lo mental-, y ello provoca que no exista relación necesaria alguna
entre los contenidos de la mente, que son privados a la mente, y la
conducta pública.
Así las cosas, el dualismo cartesiano daría lugar al
solipsismo y al llamado problema de las otras mentes, problema que desemboca
en el reto escéptico que pone el tela de juicio que podamos saber
que los otros poseen mente o que, de poseerla, podamos saber qué
es lo que sucede en su interior, cuáles son sus contenidos mentales
o si tales contenidos mentales son cualitativamente semejantes o idénticos
a los nuestros. Desde una perspectiva cartesiana el problema de las
otras mentes sólo podría ser solucionado apelando a argumentos
basados en la analogía: la analogía que todos habríamos
constatado entre nuestros contenidos mentales y nuestra conducta pública,
y que proyectamos a la conducta de los otros. El problema, sin embargo,
es que los argumentos por analogía están condenados al
fracaso ya que, al basarse en la idea que sólo existe una relación
contingente entre contenidos mentales y conducta física, siempre
dejan abierta la posibilidad de la duda.
(V) Otra concreción del dualismo cartesianismo es la teoría
representacionalista de la mente, la cual es usada para explicar la
percepción y el conocimiento del mundo externo. Según
esta teoría, no poseemos un conocimiento directo e inmediato
del mundo externo, sino que éste siempre se realiza mediante
intermediarios mentales: los contenidos de la mente (ideas adventicias,
para Descartes, imágenes mentales o datos sensoriales para el
empirismo clásico y el positivismo contemporáneo). Estos
intermediarios serían representaciones mentales, más o
menos fidedignas, de los objetos exteriores a la mente, ya que serían
el resultado de las estimulaciones sensoriales que los objetos físicos
causan. Y el problema aquí de nuevo será el reto escéptico
ya que, de aceptar el carácter mediado de la percepción,
los objetos del mundo exterior a la mente, así como los procesos
causales que provocan la aparición de sus representaciones en
la mente, serían entidades inferidas y procesos inferidos y,
en consecuencia, siempre quedará abierta la posibilidad de que
nada corresponda a nuestros contenidos mentales. De hecho, el fenomenismo,
que ha sido un teoría recurrente entre los empiristas, sería
la concreción de esta posibilidad: para el fenomenismo los objetos
no serían otra cosa que combinaciones, colecciones o construcciones
hechas de datos sensoriales y, como afirmara J. S. Mill, posibilidades
permanentes de percepción.
(VI) Podemos considerar también como cartesiano la teoría
del ideacionismo semántico, aunque fue J. Locke quien abiertamente
sentó sus bases. De acuerdo con esta teoría, el significado
de las palabras hay que entenderlo, primariamente, como la entidad mental
(privada) que nombran o denotan, y sólo en segundo lugar los
objetos públicos. Dicho de otra forma: las palabras de forma
inmediata denotan contenidos mentales y mediatamente objetos físicos
a través de la intervención de esos contenidos. Es coherente
considerar el ideacionismo como parte del cartesianismo dado que la
teoría del contenido mental en que descansa la podemos encontrar
en las tesis (IV) y (V). Una consecuencia evidente del ideacionismo
semántico sería la defensa de la posibilidad de lenguajes
privados, tesis que ha sido objeto de crítica por parte del segundo
Wittgenstein, para quien los lenguajes privados serían conceptualmente
imposibles.
(VII) Igualmente respecto de la identidad personal, el cartesianismo
constituye una posición paradigmática. Se trata de la
idea no formulada abiertamente por Descartes, pero sí implícitamente
aceptada, de que la identidad de la personas es una identidad básica
ontológica y epistemológicamente garantizada. Epistemológicamente
en la medida que cada sujeto tendría un acceso directo y privilegiado
a su propio yo; ontológicamente en tanto que cada yo sería
distinto a los otros yoes o, si quiere, porque los yoes son para Descartes,
pues así Dios los habría creado, numéricamente
distintos.
(VIII) Es también propia del cartesianismo la perspectiva de
primera persona o subjetivista en la reflexión filosófica.
Y no por el hecho de que Descartes presentase su filosofía en
el Discurso del método y las Meditaciones metafísicas
bajo un aspecto dramático o novelado y escrito en primera persona.
La subjetividad cartesiana no es la subjetividad psicológica
o existencial, que más tarde podemos encontrar en Rousseau o
el existencialismo, sino una filosofía hecha desde el sujeto
pensante considerado como polo cognoscitivo irreductible. Este subjetivismo
se ha constituido en el paradigma filosófico de la Modernidad,
y es posible descubrirlo tanto en el empirismo clásico, en el
idealismo alemán, en algunas formulaciones del positivismo lógico,
así como en el trascendentalismo de Kant y del primer Wittgenstein.
Como hemos visto en las tesis (I) - (VII), problemas como la significatividad
del escepticismo, el criterio del conocimiento, el dualismo, la transparencia
de lo mental, la teoría del acceso privilegiado, la teoría
tepresentacionalista de la mente, el problema de la existencia del mundo
externo, el solipsismo, el problema de las otras mentes, la privaticidad
lingüística, o la cuestión de la identidad personal
dependen de la perspectiva subjetiva o de primera persona que el cartesianismo
introduce en la filosofía.
El cartesianismo es, sin duda, una tendencia general de la filosofía
muy potente: seguramente debido al hecho de que el sentido común
es intuitiva e irreflexivamente cartesiano. Así, no tesulta extraño
comprobar que, a pesar que la filosofía del siglo xx ha sido
sistemáticamente anticartesiana, sobre todo gracias al segundo
Wittgenstein y otros representantes de la filosofía analítica
como G. Ryle, P. F. Strawson o R. Rorty, no obstante, en las últimas
décadas se ha producido un resurgir de posiciones más
o menos filo-cartesianas. El origen puede rastrearse en la semántica
referencialista y el realismo metafísico defendidos por Kripke
a principios de los aííos setenta. Con todo, ya en esta
misma época en los círculos anglosajones se había
ido experimentando un resurgimiento de lo que podríamos llamar
una "filosofía con sujeto" en contra de lo que el estructuralismo
proclamara y la filosofía analítica practicara: la muerte
del sujeto. Efectivamente, con el tiempo fue ganando terreno la idea
de que la descripción física (química, biológica,
conductual ... ) no agota todo el ámbito de la objetividad. Así,
el neocartesianismo ha venido a reclamar, de nuevo, un trozo de objetividad
para la supuesta naturaleza irreductible de lo mental y del yo. Por
ejemplo, Nagel, Mackie, McGinn y Chisholm vienen a afirmar que tanto
el yo como sus contenidos (mentales) son captados epistemológicamente
como autopresentes y se constituye ontológicamente como propiedades
y no como sustancias. Ello ha comportado una revitalización de
las que hemos presentado como tesis definitorias del cartesianismo y
que habían estado impugnadas en las décadas que siguieron
a la Segunda Guerra Mundial.
Bibliografía:
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Publicat en Muñoz, J.
& Velarde, J. (eds.), Compendio de Epistemología.
Edit. Trotta, Madrid, 2000, pàgs: 95-99.
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