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Gustosos de la exageración como es habitual en el mundillo filosófico, suele decirse que en la Ética a Nicómaco se encuentran algunos de los fragmentos más hermosos sobre la amistad que se han escrito en occidente. Entre otras ideas, aparece la del otro yo: el amigo es “otro yo”, alguien en quien mirarse y reconocerse. Cuando compartimos tiempo, experiencias e intereses llegamos a ser uno con el otro, hasta el punto de que la separación no puede ser nunca para siempre. Siempre algo de mi queda en ti, y siempre algo de ti queda en mi, si es que hemos llegado a ser auténticos amigos. O eso, al menos diría Aristóteles. Reflexiones que quedan algo lejanas, y no sé si desdibujadas en estos inicios del siglo XXI, en los que hemos decidido canalizar nuestras relaciones sociales a través de los más diversos cacharros conectados por un cable o por las misteriosas ondas interneteras. Al abordar este asunto entre adolescentes, lo tienen muy claro: lo que calificamos de “virtual” es para ellos real, profundamente real. Hablan, aunque esto no sea posible sin voz, a través del twitter, el facebook o la famosa aplicación de los miles de millones de dólares. Tendencia curiosa, por cierto: hemos perdido el rostro y la voz, pero estamos más conectados que en ningún otro momento de la historia.
La digitalización de las relaciones sociales no implica solo que seamos más superficiales. La crítica más dura debe dirigirse al reduccionismo que implica. Amigos o no. Me gusta o lo ignoro. No hay espacio para el matiz, para la diferencia. Con estas reglas del juego las estrategias más extendidas son dos: la ocultación o el exhibicionismo. En el primer caso, tratamos de mantener nuestra vida personal protegida frente a posibles intrusos o frente a terceros que simplemente quieran saber de nosotros más de lo que queremos compartir. En el segundo caso, compartimos alegre y jovialmente detalles de nuestra vida con aquellos que nos resultan más cercanos y querido, pero sin darnos cuenta de que ese mismo material, por cauces bien diversos, puede terminar en manos de desconocidos. Publicar una fotografía en cualquier red social puede ser una imprudencia si no somos capaces de seleccionar previamente quién puede acceder a la misma. Porque luego, queramos o no, pasa lo que pasa. Las relaciones sociales de carne y hueso son múltiples y plurales. Estamos integrados en diferentes grupos de pertenencia y nos relacionamos de forma distinta en cada uno de ellos. Esto nos dota de una personalidad compleja, con intensidades y colores que se acentúan en cada contexto, en función de los roles que desempeñemos. Esta diversidad social se ve reducida en cuanto nos relacionamos a través de la red.
La sociedad de unos y ceros no es sensible a los infinitos números reales que existen entre ambas cifras. Habrá quien replique que ciertas redes sociales sí nos permiten diferenciar. El proceso es tan tedioso que solo una minoría de usuarios lo hacen. Otra posible solución: tener varias cuentas o “perfiles” en las que vamos añadiendo a personas en función del grupo a la que pertenezcan. Alternativa que tampoco puede interpretarse como definitiva pues resulta problemática en varios casos reales: personas que pertenecen a varios grupos, que pueden terminar, incluso sin pretender hacer daño alguno, compartiendo información que nosotros no queríamos poner en oídos de terceros. Basta un chivato “me gusta” o un +1 para que esa publicación esté disponible para a saber cuántas personas. La conclusión es sencilla: las relaciones sociales anteriores o ajenas a las llamadas redes sociales son mucho más ricas que las digitales, y no es posible que estas sustituyan a aquéllas. Un lector crítico pensará que nadie ha hablado nunca de sustituir, sino más bien de complementar, prolongar o apoyar. De acuerdo. Miremos en ese caso la intrigante paradoja a la que estamos asistiendo en nuestro tiempo: vemos adolescentes y adultos que pasan tanto tiempo enganchados a la red social que terminan siendo asociales. Y si las redes sociales nos hacen asociales, o estamos jugando con el lenguaje o algo huele a podrido en Facebook, Twitter o Google plus.