Ya sabíamos que la oxitocina no es literalmente la “molécula del amor” ni una “molécula afrodisíaca”. La administración controlada de esta hormona puede causar efectos muy variados que dependen de la disposición personal, de la cultura o de con quién interactuamos en un momento determinado. Y sus efectos generales sobre el comportamiento humano parecen ser tan “sociales” como “antisociales”. Sabíamos también que la oxitocina es una hormona especialmente relacionada con los comportamientos sociales relacionados con el propio grupo. Su administración controlada permite que aumente la confianza hacia los compatriotas, pero no hacia el resto (Science, Vol 328. Pág 1408). También es el “neurotransmisor del nacionalismo”. ¿Pero por qué nos empeñamos en hablar del “
lado oscuro” de la oxitocina?
Para comprender este rutinario titular es interesante reconstruir el relato sobre la neurobiología de la moral que hace
Patricia Churchland (
Braintrust. What neuroscience tells us about morality. 2011. Princeton University Press). Para la filósofa californiana lo que llamamos moralidad humana descansaría en la capacidad para extender los mecanismos neurobiológicos evolucionados que actúan en el apego, el autocuidado y el cuidado del pequeño grupo familiar más allá de este reducto de parientes genéticos directos. Semejante capacidad arraigaría en mecanismos neurales que “maternalizan” el cerebro de los mamíferos, lo cual implicaría el concurso de neuropéptidos moralmente providenciales, como la oxitocina y la vasopresina. La oxitocina, en particular, estaría implicada en actividades sociales desde el cuidado de las crías al “acicalado” mutuo del grupo o el emparejamiento. Nos permitiría a la vez socializar y sentirnos bien.
Lo que nos atrevemos a llamar moralidad surgiría de la neurobiología del apego y el compromiso mutuo evolucionado en el contexto de pequeños grupos. ¿Pero qué pasa cuando aplicamos estas lecciones biológicas a contextos más amplios?
Uno de los trabajos recientes que evidencian el “lado oscuro” de esta neurobiología, publicado en PNAS, muestra que
la oxitocina en realidad hace que la gente actué de forma más deshonesta cuando favorece los intereses del propio grupo. La hormona realmente nos hace menos egoístas y más “sociales”, pero también moralmente más favoritistas. Para Carsten de Dreu, uno de los autores, esto significa nada menos que la oxitocina “no hace a las personas más morales o inmorales. Cambia el punto de vista de las personas desde ellos mismos a su grupo o tribu”.
Claramente, los resultados de los estudios científicos defraudan las expectativas ideológicas (en absoluto científicas) de que la “moralidad” coincide con la extensión del cuidado y la disolución de las lealtades familiares y grupales. No son resultados “oscuros” desde una perspectiva darwiniana amplia. Según la teoría del “nepotismo étnico”, sugerida por el sociólogo
Pierre L. van den Berghe, pero ratificada lentamente por los sociobiólogos del siglo XX y XXI, los humanos de hecho exhibirían una tendencia innata a favorecer a los miembros del propio grupo, con los que se encuentran genéticamente más relacionados, con el objeto de propagar más copias de su propios genes. En un ensayo de 1975 (
Innate social aptitudes of man: an approach from evolutionary genetics), W.D. Hamilton escribió: “espero encontrar evidencias de que algunas cosas que a menudo se tratan como puramente culturales en los humanos, como la discriminación racial, poseen raíces profundas en nuestro pasado animal y por tanto es muy probable que descansen en fundamentos genéticos directos”.
En realidad no hay nada “oscuro”, irracional o extraño en las tendencias nepotistas o grupales, al menos desde el punto de vista de la evolución humana, por inquietante que estos descubrimientos resulten para la sensibilidad supuestamente moderna y liberal. Es molesto hablar de ello, pero
Steve Sailer lleva razón al recordar que “el propósito de la ciencia no es proclamar una moral mejor o alejarse de lo que resulta políticamente desagradable, sino ayudarnos a hacer mejores predicciones”. La neurobiología humana no tiene ninguna deuda contraída con el cosmopolitismo virtuoso.
Eduardo Zugasti,
La hormona nepotista. El así llamado "lado oscuro" de la oxitocina, cultura 3.0, 21/04/2014