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Es bien sabido en el gremio de los enseñantes del pensar: con la nueva reforma no sólo habrá menos horas de lo que llamamos filosofía, sino que además se nos abrirán nuevos terrenos por explorar. Si quitamos literatura (y aventura) al asunto: aparece al final del temario un engendro de difícil tratamiento, un auténtico transgénico educativo y cultural que han venido a llamar “La filosofía y la empresa como proyecto racional”. No para ahí la cosa, pues luego el ministerio nos ha regalado sandeces como estas:
El currículum sería cómico si no fuera trágico. Y lo peor de todo: la cosa se pone más sombría cuando se comprueba, materiales en mano, cómo han intentado salvar el obstáculo las editoriales. No sabe uno si reír o llorar. O las dos cosas al mismo tiempo.
En estas semanas acuden masivamente a los centros los comerciales de las editoriales, para presentar sus materiales adaptados a la nueva ley. Debido a la falta de plazos, todas tiran por el camino del medio: sin esperar a las adaptaciones de cada comunidad, sacan un texto lo más amplio posible, susceptible por tanto de ser utilizado en todas las comunidades. Auténticos ladrillos filosóficos, por tanto, pero que vienen obligados por las premuras y la previsión de un ministerio y de unas comunidades que son incapaces de tratar la educación con el respeto que se merece. Así que en estos días ve uno de todo: textos que apenas tratan el asunto, y otros que lo ventilan con alguna alusión al marxismo y con una unidad didáctica suplementaria por si se desea profundizar. Desde esto, a quienes te adjuntan algo así como un plan de empresa, para que los profesores, filósofos de formación, les expliquen a los futuros bachilleres cómo crear empresas. Algo que siempre caracterizó a la filosofía: si por algo ha destacado históricamente ha sido por la gran cantidad de empresas que ha fundado. Algún tonto elaborador de curriculums habrá leído alguna vez por ahí la expresión “Filosofía de la empresa” y no se le habrá ocurrido otra cosa que esto: asignar a la filosofía una formación empresarial (y de esa palabra que está tornándose cada vez más sombría y oscura, “emprendimiento”) que se considera indispensable en nuestros días.
Hay que decirlo bien claro: pretender que la filosofía se abra a la empresa es tan adoctrinador como lo pudiera ser la ya agonizante educación para la ciudadanía. Parece que la ideología sólo se filtrara cuando tocamos temas morales, como el aborto, la eutanasia, la familia o la sexualidad. Pues bien: también la intención de contagiar todas las materias con el virus de la empresa es una forma de ideología, que debe ser criticada si de verdad queremos explicar filosofía. Y no es que la empresa no tenga nada que ver con la filosofía: al contrario, existe toda una rama de la ética aplicada que lleva tiempo estudiando el asunto. Pero las formulaciones del currículum son tan estúpidas que parecen no admitir este enfoque. Filosofía y empresa: esto debería pasar por tomar conciencia de que la empresa es creadora de valores, no únicamente económicos. Y que una obsesión desmedida por la ganancia económica está muy lejos de lo que cualquier filósofo consideraría una buena empresa. Hay, claramente, consideraciones morales que no se deben obviar, pero que no tienen nada que ver con los planes de empresa y los materiales “new age” y casi de autoayuda que están enviando muchas editoriales. Podrías haber formas serias de abordar filosóficamente un tema tan actual y polémico como la empresa, pero esto no parece interesarle demasiado al ministerio. Y al final ocurrirán dos cosas: será este uno de esos temas que, por encontrarse al final del temario, nunca logran explicarse por falta de tempo. O se explicarán, por un misterioso interés del profesor de turno, que dará el enfoque que considere más adecuado: cómo no van a hablar de la excelencia de la empresa esos colegios elitistas, convertidos ellos mismos en empresa y orientados a hijos de grandes empresarios. Y desde el lado opuesto del ring, ahora que está de moda el boxeo: tendrán que dar toda la leña que puedan los que no tiene complejo alguno en señalar al capitalismo como el origen de todos los males del mundo, y al empresario como la encarnación terrenal del diablo. Enfoques ambos muy reales (y esperemos que minoritarios), pero nada filosóficos.