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James C. Scott |
Gilles Deleuze Félix Guattari: Rizoma. José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta (tr.) Valencia: Pre-textos, 2005. |
El libro que produce esa multitud heterogénea carece de un significado unitario. Es absurdo leerlo de principio a fin, perseguir una lógica deductiva en su argumentación o buscarle un significado “claro y distinto”. Al contrario, lo esencial es dejarse afectar por él para que pasen las intensidades, para que nos metamorfosee. Ocurre lo mismo con la Ética de Spinoza, que guía al lector a la iluminación, al amor Dei. El problema es que, si esta transformación no ha tenido lugar previamente, nada parece tener sentido.Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos. ¿Porqué hemos conservado nuestros nombres? Por rutina, únicamente por rutina. Ya no somos nosotros mismos.
En un rizoma no hay puntos o posiciones, como ocurre en una estructura, un árbol, una raíz. En un rizoma sólo hay líneas. Cuando Glenn Gould acelera la ejecución de un fragmento, no solo actúa como virtuoso, transforma los puntos musicales en líneas, hace proliferar el conjunto.
Escribir es hacer rizoma, multiplicarse por desterritorialización y reinventarse por reterritorialización. Escribir no es hacer una copia del mundo, calcarlo. Es, al contrario, dibujar un mapa donde lo esencial son los puntos de fuga, lo que cae fuera del mismo, las vías de escape, las múltiples dimensiones transformadoras por descubrir.Cómo no iban a ser relativos los movimientos de desterritorialización y los procesos de reterritorialización, a estar en constante conexión, incluidos unos en otros? La orquídea se desterritorializa al formar una imagen, un calco de avispa; pero la avispa se reterritorializa en esa imagen. No obstante, también la avispa se desterritorializa, deviene una pieza del aparato de reproducción de la orquídea; pero reterritorializa a la orquídea al transportar el polen.La avispa y la orquídea hacen rizoma, en tanto que heterogéneos. Diríase que la orquídea imita a la avispa, cuya imagen reproduce de forma significante (mimesis, mimetismo, señuelo, etc.) Pero eso sólo es válido al nivel de los estratos -paralelismo entre dos estratos de tal forma que la organización vegetal de uno imita a la organización animal del otro-.Igual ocurre con el libro y el mundo: el libro no es una imagen del mundo, según una creencia muy arraigada. Hace rizoma con el mundo, hay una evolución a-paralela del libro y el mundo, el libro asegura la desterritorialización del mundo, pero el mundo efectúa una reterritorialización del libro, que a su vez se desterritorializa en sí mismo en el mundo (si puede y es capaz).
Sé que el título es una tontería. Un intento, seguramente fallido, de provocación. Un sarcasmo inaceptable si nos paramos a pensar con cierto rigor en los derechos propios de la democracia y en lo que fue el nazismo, en todo lo que significó no sólo como movimiento político, sino también como actitud racista, xenófoba y, en último término, genocida. Pero sí hay una parte de la democracia que me recuerda inevitablmente al nazismo. Y es precisamente este que nos toca vivir: el abrasamiento personal que supone la campaña electoral. Ya no es sólo que la calle, inevitablemente común, se convierta en escaparate de las pancartas, carteles y eslóganes. Esas fotos traicioneras, y esos directores de campaña o de imagen que cuatrienalmente se ponen al servicio de una maquinaria del engaño. Sólo hay una cosa en la que no se mienta en política: todos dan por hecho que lo que hacen en estos días es propaganda. Y cualquiera bien informado sabe lo que esto significa. La propaganda pretende mostrarte las virtudes de un producto escondiendo sus debilidades. Palabra por cierto, que sí se asocia al nazismo, que llegó incluso a tener un ministro solo para esto.
Sería cosa de poco si nos limitáramos a los carteles. Los coches con equipos de megafonía incorporados son aún mucho peor. Porque es posible acostumbrarse a no mirar a ciertos lugares. Pero no es posible dejar de escuchar. Los unos mintiendo sobre lo mucho que hicieron, los otros descalificando lo que hicieron los primeros. Y los megáfonos más nuevos contándonos que ni unos ni otros merecen nuestro apoyo, pues sólo ellos, oh providencia, son los nuevos salvadores de la sociedad. Maquinaria democrática en estado puro. Poco de argumentación, de racionalidad o de sentido crítico. Votaría a ciegas a un partido en el gobierno que reconociera todo lo que se ha hecho mal durante sus años en el poder. Pero la autocrítica y la política no son buenas compañeras de viaje. Como tampoco se permitía la crítica interna, casualidades de la vida, en el tiempo de los nazis.
Campañas, propaganda y falta de sentido crítico. Son minucias en comparación con otro rasgo que inevitablemente me recuerda al nazismo: los llamados “mítines” electorales. Ceremonias de la masificación: decir algo ante 10.000 parece darte más razón que decirlo ante diez. Además, esta masa ha de estar bien agitada: el movimiento de banderas y las ovaciones son sin duda otro de los criterios que aportan valor a las propuestas políticas. Pero la guinda del pastel es la actitud de los candidatos: todos gritan. Y un pobre ciudadano como yo, no puede más que pensar una y otra vez: ¿Por qué me gritas? ¿Es necesario ese tono de prepotencia, ese ademán triunfalista? Hagamos una prueba: quitemos el sonido a la tele mientras habla el líder de tal o cual partido. ¿Por qué parece que estuviera enfadado? ¿Por qué rezuma agresividad y dogmatismo en sus gestos y ademanes? Votaría a ciegas al candidato que hable en bajo, que humildemente presente un programa avisando de que todo es revisable, que presente como aval su honestidad y su disposición a escuchar. El candidato falible. Pero éste no grita, no invade, no da bien en cámara, no tiene lo que necesita un líder político. Así que nos toca elegir, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, entre un conjunto de personas que, quieran o no, están obligadas a emular actitudes pseudofascistas.
Jaron Lanier |