|
El Roto |
En la campaña electoral, como en la vida, influyen más los mensajes ocultos que los visibles. De hecho, los visibles son un puñado de lugares comunes a los que no prestamos atención. ¿Qué ocurriría, en cambio, si los candidatos dieran sus mítines bajo una pancarta en la que se leyera: “Votadme, soy un corrupto”? Ese eslogan no está a la vista, claro, pero sí en nuestras cabezas, colocado allí por una diabólica propaganda subliminar y reforzado por quienes aplauden a los gánsteres a la salida de los juzgados o quienes abrazan por la calle a los líderes y a las lideresas que, además de haberse llevado el dinero, nos han comido la moral.
Otro eslogan invisible de mucho éxito es aquel que dice “Votadme, soy idiota”, que no excluye al anterior porque se puede ser idiota y corrupto al mismo tiempo. Al de “Soy idiota” se le añade sutilmente a veces un “como vosotros”. “Soy idiota como vosotros”. El discurso de los candidatos o candidatas (no queremos invisibilizar a nadie) partidarios del “Soy idiota” suele consistir en negar lo evidente (nunca hablé con ese señor, siempre digo lo que pienso, no había oído hablar de esa empresa…). Y quizá, por lo que a mí respecta al menos, el mensaje sea cierto, soy un idiota, pero aspiro a ser sabio, como miles de compatriotas. ¿Por qué no hay anuncios electorales que promocionen el talento?
¿Más eslóganes enmascarados? Los que rezan, sin ir más lejos, “Soy un extremista de centro, o un antisistema sistemático, o un ultra del sentido común o un Republicano monárquico”. Desconcertante, ¿no? Frente a una campaña de semejantes características, las encuestas deberían incluir categorías nuevas entre los encuestados. Sabemos que hay un 35% de indecisos, bien, pero cuántos perplejos.
Juan José Millás,
Perplejos, El País, 15/05/2015