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Jürgen Habermas |
Me da la impresión de que
Habermas ya no está tanto de moda. Y me parece extraño, porque si ahora la izquierda va a volver a mandar en España, debería tenerlo en cuenta. Después de la caída del muro de Berlín (y ya desde mucho antes) la izquierda política se estaba quedando sin referencias. En los años de la Guerra Fría, los intelectuales se debatían entre aquellos que condenaban los abusos del régimen comunista y los que se aferraban dogmáticamente a él, entre puristas y revisionistas. Pero cuando cayó el muro, parecía que ya nadie podía seguir siendo un marxista ortodoxo y los partidos de izquierda pura (ahora se utiliza el término peyorativo “radical”) fueron perdiendo influencia. Así, se hacía necesario replantear el pensamiento de izquierdas y
Habermas fue quien más brillantemente lo hizo. Por eso creo que partidos como Podemos y sus diversas variantes, además del PSOE, lo tendrían que seguir teniendo muy en cuenta, ya que su filosofía constituye una gran renovación de la izquierda que permitiría alejarse de las viejas y obsoletas categorías decimonónicas de
Marx, sin renunciar a lo mejor de ellas. Además,
Habermas es el filósofo del pacto por excelencia.
En su voluminosa (y aburridísima)
Teoría de la acción comunicativa,
Habermas se plantea al más puro estilo kantiano, las condiciones de posibilidad de cualquier acuerdo. En una sociedad globalizada donde una gran multiplicidad de grupos de interés entran en juego, necesariamente van a producirse conflictos. Ante el dilema,
Habermas distingue dos posturas tradicionales: el dogmatismo y el relativismo. La primera consiste en pensar que tu posición es la correcta, la inamovible verdad absoluta y, en consecuencia, puede imponerse a los demás. La segunda es pensar que todas las posturas son igualmente respetables. El relativismo es más tolerante que el dogmatismo, ya que permite al que piensa diferente, sin embargo, es débil y, necesariamente conservador, ya que imposibilita el juicio de las acciones del otro. Desde el relativismo no podríamos condenar, por ejemplo, la ablación del clítoris o la lapidación de mujeres en Nigeria ¿Quién soy yo para juzgar otra cultura desde la mía? Ambas posturas no son, evidentemente, válidas para resolver conflictos. Habitualmente el dogmatismo acabará por imponerse al relativismo. Son muchos los autores que han pronosticado la defunción de un Occidente demasiado relativista ante un Oriente (fundamentalmente un Islam) muy dogmático.
La alternativa de
Habermas es la razón procedimental. Si buscamos las condiciones de posibilidad de todo diálogo encontramos que, en primer lugar, hace falta compartir un mismo lenguaje. Los interlocutores deben ser miembros de una misma comunidad de significado. Pero además del significado, los interlocutores deben manejar una misma capacidad argumentativa, deben aceptar unos mínimos lógicos que permitan aceptar o desechar argumentos y razones.
Habermas piensa, al estilo ilustrado, que la razón o racionalidad es algo prácticamente universal, propio de todos los seres humanos. Entonces, si los interlocutores aceptan el uso de la razón lógica, es posible comenzar el diálogo.
El diálogo empieza con cada posición anclada en su inicio. Por ejemplo, si hablamos de un pacto entre partidos políticos, tendremos a cada partido posicionado en su ideología clásica.
Habermas entiende su razón procedimental como una razón que se origina en un contexto histórico, social o cultural concreto. Es una razón situada, “encarnada” o sensible al contexto. No estamos hablando de una razón abstracta, propia del mundo de las ideas de
Platón. Entonces se van dando argumentos a favor de cada idea en debate. Si el diálogo es realmente racional, cada bando debe reconocer su falibilidad, es decir, reconocer que las razones del otro pueden ser mejores que las suyas y aceptar cambiar de postura cuando esto ocurra. Sería totalmente irracional hacer lo contrario (sería dogmatismo). Así, la razón procedimental es autocrítica y se va modificando, avanzando hacia la postura del otro.
Habermas insiste mucho en la idea de que otra condición de posibilidad de cualquier diálogo racional es la ausencia de coacción (poco racional es un debate en el que te están apuntando con una pistola). La ausencia de cualquier forma de violencia es, del mismo modo, una de las grandes virtudes del debate racional: solo valen razones expuestas en total libertad. En este sentido, ambos interlocutores se encuentran en total simetría: iguales y libres.
La razón procedimental de
Habermas no se postula como una racionalidad dada en principio, una razón infalible y universal desde el comienzo. La entiende más como un ideal regulativo al que siempre se intenta llegar, quizá incluso un objetivo utópico pero no por ello absurdo. La razón procedimental empieza desde lo particular para intentar llegar a ser lo más universal posible, es un proyecto, no algo acabado. Se sigue así el viejo ideal ilustrado de generar normas morales universales pero reconociendo la crítica a esta posibilidad.
Habermas es más humilde que
Kant.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez,
Habermas en tiempos de pacto, La máquina de von Neumann. 27/05/2015
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