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Escrito por Luis Roca Jusmet
La primavera pasa
lloran los pájaros
son lágrimas los ojos de los peces.
Haikú japonés
Edmund Hursell tenía razón cuando planteaba que la filosofía se debía reformular a partir del problema central de la percepción. Si la fenomenología quería describir la experiencia humana, su esencia a partir de la existencia concreta debía hacerlo a partir de lo que era su base. Quién mejor entendió y trabajó la cuestión fue un fenomenólogo francés, Maurice Merleau-Ponty. Merleau-Ponty fue uno
de los grandes filósofos franceses de la postguerra pero fue algo eclipsado por los dos popes del pensamiento francés de la época, Jean -Paul Sartre y Jacques Lacan. Tuvo relación con uno y con otro pero su libertad de pensamiento le llevó a desmarcarse de la influencia de uno y de otro. Con Sartre participó en la revista "les Temps moderns"y polemizaron sobre diversos temas, igual que con Jacques Lacan,que le dedicó un elogio póstumo.
Maurice Merleau-Ponty aborda esta problemática en lo que hoy es ya un clásico sobre el tema : "La fenomenología de la percepción". Pero son especialmente sugerentes otros dos escritos mucho menos sistemáticos. El primero es un breve e intenso ensayo dedicado a la pintura de Paul Cezanne, que tituló "El ojo y el espíritu". El segundo es un libro póstumo, que editó su mejor discípulo, Claude Lefort, a partir de unos manuscritos que preparaban una próxima publicación que llamaría "lo visible y lo invisible". Su muerte prematura e inesperada abortó el proyecto que con paciencia y rigor retomaría Lefort.
Merleau-Ponty recoge de entrada la aportación de la psicología de la forma, que le va muy bien para atacar a la vez el asociacionismo empirista y el apriorismo racionalista.
La percepción es una estructura, en un acto global que va más allá de la suma de sensaciones o de apriorismo conceptuales. Pero más allá de ello Merlau-Ponty mantiene, en sus manuscritos, lo que él llama la fe perceptiva. Se trata de la afirmación de que hay en el ser humano, como estructura viva y dinámica, la certeza instintiva de que somos un cuerpo en el mundo, en interacción con otros cuerpos y que nosotros y el mundo del que formamos parte estamos hechos de la misma pasta. Somos un ser-en-el mundo, lo cual no quiere decir un ser que está en el mundo sino un ser que es mundo.Esta fe es primaria, primordial, anterior incluso a la propia percepción. O mejor dicho es una percepción básica anterior al propio sujeto de la percepción. Porque el sujeto supone el desdoblamiento en el que nos separamos del mundo y de nosotros mismos en cuanto cuerpo para constituirlo en objeto. En el momento en que nos constituimos como sujeto vidente vemos el mundo y nuestro propio cuerpo. Este acto en el que nos constituimos como sujeto es secundario y aquí podemos discutir si el sujeto de la percepción derivado es el cuerpo o no. Para Kant es el sujeto trascendental, es decir las formas "a apriori" del espacio y del tiempo. Para Lacan será el sujeto de la enunciación, es decir el orden simbólico el que nos constituye como sujetos, aunque sea de la percepción y esta es la crítica que le hace a Merleau-Ponty. El cuerpo se mueve en el campo del imaginario y la subjetividad se constituye en lo simbólico. Francisco J. Varela, por el contrario, neurocientífico y budista, elogiará a Merleau-Ponty como el primer filósofo que hará del cuerpo el sujeto del conocimiento. Son niveles diferentes que se confunden en la discusión.
Pero lo más interesante de Merleau-Ponty es la manera como presenta lo invisible de lo visible. Porque se trata de entender como captamos lo invisible desde lo posible. Merleau-Ponty lo analiza a partir de la pintura de Paul Cezanne, Es, dice Merleau-Ponty, pensar con la pintura. ¿ es capaz entonces Cezanne de volver a esta percepción primordial pero viendo no ya lo visible sino lo invisible de lo visible ? ¿ Somos capaces de salir de nuestra propia subjetividad a través del arte ?
Contra todo dualismo Merleau-Ponty plantea la unidad entre el ojo y el espíritu, entre el cuerpo y el alma, entre el yo y el mundo. Somos cuerpos vivos, animados, capaces de ir más allá de lo visible, de espiritualizarnos.
Pero también los haikus japoneses parecen captar lo invisible de lo visible.