Escuchar la palabra “gratis” es irresistible. Estos gigantes de la Red se han convertido en los embajadores de la gratuidad. Pero nuestros datos personales significan dinero. Eli Pariser, activista de Internet, autor del superventas literario
The Filter Bubble (Viking) y anterior presidente del grupo Move On, calcula en 500 dólares lo que cada usuario regala a Google cada año. Lo afirma en el documental Terms and Condition May Apply, del director Cullen Hoback. “Google, Facebook o Twitter no comercian con datos personales”, explica Schneier por correo electrónico. “Cobran a otros por usar los datos, pero no los venden a otras compañías. Pero no estoy seguro de si esta diferencia es la que marca la diferencia”.
Los consumidores ordinarios hemos dejado de ser clientes para convertirnos en productos por la información que generamos. Cuanto más sepan de nosotros, más jugosos serán los beneficios en el mercado digital. ¿Quiénes se benefician y qué datos manejan exactamente?
En 2014, la
Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos (CFC) publicó un informe revelador sobre esta industria multimillonaria. Estudió nueve compañías: Acxiom, CoreLogic, Datalogix, eBureau, ID Analytics, Intelius, PeekYou, RapLeaf y Recorded Future. Su negocio consiste en analizarlo todo: transacciones bancarias y compras, campañas de marketing, detección de fraudes, verificación de identidades digitales, publicidad en hogares, obtención de perfiles de los usuarios; nombre, edad, sexo, estado civil de los dueños de correos electrónicos e incluso historiales para predecir qué compraremos en el futuro basándose en hábitos pasados. Los servidores de Acxiom contienen información sobre 700 millones de consumidores en todo el mundo. Cada cliente estadounidense está asociado a 3.000 fragmentos de información. ID Analytics cubre 1.400 millones de transacciones comerciales. Y Recorded Future exprime la información de los usuarios al tener acceso a más de 502.591 páginas web.
Estas compañías –
Data Brokers, en inglés, o agentes de datos– obtienen la información a partir de muchas fuentes: otras empresas, el Gobierno, incluyendo datos sobre quiebras bancarias, registros de garantías... pero no directamente de los propios consumidores, los cuales, en su inmensa mayoría “desconocen que están extrayendo y usando esa información”, reza el estudio de la CFC. La combinación de esta increíble cantidad de datos genera clasificaciones como “propietario de un perro”, “entusiasta de actividades de invierno”, si se es negro o latino con bajos ingresos, si se tiene más de 66 años, si se atesora poca educación o posesiones poco valiosas, si se vive más en el campo entre los treinta y cuarenta años con ingresos por debajo de la media, si estamos ante un “matrimonio sofisticado”, si se va a ser padre por primera vez, si alguien es diabético o tiene problemas con el colesterol...
Algunas de estas compañías ofrecen a otras empresas un sistema de pago de búsqueda de personas basado precisamente en los metadatos. A partir de una dirección, teléfono, correo electrónico o un simple nombre de usuario, las compañías permiten a sus clientes utilizar estos sistemas de búsqueda para averiguar los alias, edad y fecha de nacimiento, nombre, género, números de teléfono, educación, defunciones, información sobre sus familiares, historial de empleo, número de matrimonios y divorcios, juicios, bancarrotas y acreedores, propiedades e historial de préstamos, información sobre redes sociales y nombres de usuarios, y vecinos (incluyendo si alguno se ha involucrado en casos de abuso sexual).
En el programa de televisión 60 minutos, de la cadena CBS, la comisionada federal de comercio Julie Brill afirmó que estas compañías elaboran “expedientes sobre personas sin que la mayoría de los investigados lo supieran. El estudio de la CFC no oculta los beneficios que los consumidores pueden disfrutar por la actividad de estas entidades: una oferta competitiva de productos más adaptados a sus gustos, o minimizar los riesgos de las compañías financieras para prevenir fraudes a la hora de otorgar créditos. Pero hay contradicciones: alguien calificado como un entusiasta de la bicicleta podría beneficiarse de cupones de descuento de un vendedor de motocicletas, pero ser interpretado como un cliente de riesgo para la compañía de seguros y sufrir discriminación por ello. Bajo el epígrafe de “Interés por ser diabético”, puede conseguir ventajas en la oferta de alimentos sin azúcar y al mismo tiempo ser clasificado como una persona de alto riesgo para el seguro médico.
¿Qué son exactamente los metadatos? Si usted llama a un amigo o chatea con él, los metadatos hablan de la frecuencia con la que lo hace con esa persona, el tiempo empleado, la hora del día o el número de palabras, pero no su contenido. Los metadatos indican qué restaurantes frecuenta, lo que uno compra, las páginas web que visita, el número de correos electrónicos, la localización, los centros o tiendas a los que llamamos… Y pueden ser muy reveladores.
Un estudio de investigadores de la
Universidad de Stanford recogió todos los metadatos producidos por los smartphones de más de quinientos voluntarios durante varios meses. Los científicos habían diseñado una aplicación que se instalaba en sus teléfonos y que enviaba el flujo de información. Se quedaron estupefactos por lo que pudieron averiguar. Uno de los participantes se comunicaba con grupos de personas que sufrían lesiones neurológicas y con un número de teléfono de un laboratorio farmacéutico especializado en medicamentos para la esclerosis múltiple; otro realizaba frecuentes llamadas a un vendedor de armas semiautomáticas, y los metadatos de otro usuario descubrieron que telefoneaba y recibía llamadas de una farmacia, un laboratorio y una línea de un centro especializado en tratar arritmias cardiacas. (...)
Jorge Lozano, semiólogo, argumenta que la frontera entre lo público y lo privado ya empezó a difuminarse con la aparición de los medios de comunicación. “Nos queda nuestra esfera íntima”. Y señala la obsesión actual por la cantidad de datos y metadatos. Ahora es posible grabarlo todo. Un exabyte equivale a 500.000 millones de páginas de texto. Toda la información que circula en Internet en este 2015 podría ser de unos 76 exabytes. “Google dispone de servidores suficientes para almacenar 15 exabytes en todo el mundo”, según Schneier. Pero ¿qué se debe conservar? ¿Todo? ¿Y qué se debe descubrir o revelar?
Lozano cita el caso de
Wikileaks y los 250.000 documentos hechos públicos por las filtraciones de Julian Assange. “Se dijo en su momento que eran un paraíso para el historiador. Pero esto es falso. Ningún historiador trabaja con tanta cantidad de datos. Esos documentos privadísimos escondidos en las embajadas, los mismos documentos que Hillary Clinton hizo que considerara a Assange como un terrorista, no han descubierto ningún secreto. Decían lo que ya se sabía, como lo ha demostrado Umberto Eco”.
Este semiólogo español encabeza un grupo de investigación cuya conclusión sorprende: a más transparencia, más opacidad. “Estamos exagerando el valor de la transparencia como si fuera un valor utópico”. Por ello defiende el valor de la pertinencia, lo que debe descubrirse. Y no duda en afirmar, en estos tiempos en los que se clama por más transparencia, que “el secreto es la mayor conquista de la humanidad”, citando al filósofo
Georg Simmel.
La privacidad nunca volverá. Si hoy día proclamamos que somos partidarios del secreto, quizá se nos tilde de políticamente incorrectos. Lo cierto es que todas las sociedades han abrazado al secreto para funcionar.
Lozano nos recuerda finalmente lo que ya dijo
Agustín de Hipona, el gran pensador del cristianismo y uno de los padres de la Iglesia, en su obra sobre la mentira
De Mendacio. “Está prohibido mentir porque es un pecado contra Dios, pero no está dicho que estemos obligados a decir la verdad. De ahí la importancia del secreto”.
Luis Miguel Ariza,
Lo saben todo sobre usted, El País semanal 08/12/2015
[elpais.com]