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Pierre Bourdieu |
El sociólogo francés Pierre Bourdieu (Denguin, 1930 – París, 2002) pronunció en octubre de 1996 en Friburgo una conferencia en la que respondía a las declaraciones realizadas por Hans Tietmeyer (Westfalia,1931– Fráncfort, 2016), en aquel entonces presidente de la Banca Federal de Alemania, en una entrevista en Le Monde el 17 de octubre de 1996 acerca de las reformas y sacrificios necesarios para lograr un crecimiento económico estable en la futura eurozona, de la que por aquella época se estaban colocando los cimientos.
Tietmeyer, que dirigió entre 1993 y 1999 el Bundesbank, coincidiendo con la primera fase de la implantación del euro, falleció el pasado 27 de diciembre. Durante su época al frente de la entidad se le conoció como el “señor del Marco”, al identificársele con la estabilidad monetaria representada por la moneda alemana.
En su papel como último presidente de un Bundesbank todavía soberano en política monetaria, le correspondió poner en marcha las medidas necesarias para la convergencia hacia la moneda única.
Considerado uno de los arquitectos del euro y defensor a ultranza del rigor presupuestario, Tietmeyer se mostró siempre muy crítico con la presencia en la eurozona de países muy endeudados y exigió siempre mayores reformas del mercado laboral, recortes del gasto social, etc.
Algo más de 20 años después, las reflexiones y críticas de Bourdieu sobre el discurso neoliberal de Tietmeyer mantienen su vigencia en un contexto de políticas de ‘austeridad’ y ascenso de la ultraderecha en Europa.----------
Habiendo leído en el avión una entrevista con el presidente de la Banca Federal de Alemania, Hans Tietmeyer, en la que se le presentaba como el “gran sacerdote del deutschemark” —ni más ni menos—, querría librarme a esta suerte de análisis hermenéutico que conviene a los textos sagrados: “El desafío hoy en día es crear las condiciones favorables a un crecimiento duradero y a —la palabra clave— la confianza de los inversores. Es necesario, por tanto, controlar los presupuestos públicos”.
Es decir —será más explícito en las siguientes frases—, enterrar lo más rápido posible el Estado social y, entre otras cosas, sus políticas sociales y culturales costosas, para asegurar a los inversores que preferirían encargarse ellos mismos de sus inversiones culturales. Estoy seguro de que todos aman la música romántica y la pintura impresionista y estoy convencido, sin saber nada del presidente de la Banca Federal de Alemania, de que en sus horas muertas, como el director de la Banca de Francia, Jean-Claude Trichet, lee poesía y practica el mecenazgo.
“Hace falta por tanto, dice, controlar los presupuestos públicos, bajar el nivel de las tasas y los impuestos hasta darles un nivel soportable a largo plazo”.
Entiéndase: bajar el nivel de las tasas e impuestos de los inversores hasta hacerlos soportables a largo plazo para estos mismos inversores, evitando de esta manera animarles a llevar sus inversiones a otros lugares. Continuemos con la lectura: “Hay que reformar el sistema de protección social”. Es decir,
bis repetita, enterrar el Estado providencia y sus políticas de protección social, hechas para arruinar la confianza de los inversores, suscitar su desconfianza legítima, seguros como están de que sus conquistas económicas —hablamos de conquistas sociales, podemos entonces hablar de conquistas económicas—, es decir, sus capitales, no son compatibles con las conquistas sociales de los trabajadores, y que las suyas deben evidentemente ser salvaguardadas a cualquier precio, aunque sea arruinando los escasos logros económicos y sociales de la gran mayoría de ciudadanos de Europa que está por llegar, aquellos a los que han descrito mucho en diciembre de 1995 como “pudientes”, “privilegiados” [1].
Hans Tietmeyer está convencido de que las conquistas sociales de los inversores, dicho de otra forma, sus logros económicos, no sobrevivirían a una perpetuación del sistema de protección social. Es este sistema el que hay que reformar urgentemente porque las conquistas económicas de los inversores no sabrían esperar. Y Hans Tietmeyer, pensador de altos vuelos, que se inscribe en la gran línea de la filosofía idealista alemana, prosigue:
“Hay por lo tanto que controlar los presupuestos públicos, bajar el nivel de las tasas y los impuestos hasta darle un nivel soportable a largo plazo, reformar el sistema de protección social, desmantelar las rigideces del mercado laboral, de tal forma que --este de “tal forma que” merecería un largo comentario— una nueva fase de crecimiento solo será alcanzada si hacemos el esfuerzo —el “hacemos” es magnífico-- de flexibilidad en el mercado de trabajo”.
Ya está. Ya se han soltado las grandes palabras. Hans Tietmeyer da un magnífico ejemplo de la retórica eufemística que corre por los mercados financieros. El eufemismo es indispensable para suscitar a lo largo del tiempo la confianza de los inversores —la cual se ha comprendido que es el alfa y el omega de todo el sistema económico, el fundamento y el fin último, el telos, de la Europa del futuro—, evitando siempre suscitar la desconfianza y la desesperación de los trabajadores, con quienes, a pesar de todo, hay que contar si se quiere tener esta nueva fase de crecimiento que se hace brillar delante de sus ojos para obtener de ellos el esfuerzo indispensable. Ya que es de ellos de quien se espera el esfuerzo, aunque Hans Tietmeyer, maestro consumado en eufemismos, diga:
“Desmantelar las rigideces del mercado laboral, de tal forma que una nueva fase de crecimiento solo será alcanzada si hacemos el esfuerzo de flexibilidad en el mercado de trabajo”. Espléndido trabajo retórico que puede traducirse: “¡Ánimo, trabajadores! ¡Todos juntos hagamos el esfuerzo de flexibilidad que se os exige!”.
En lugar de plantear, imperturbable, una pregunta sobre la paridad exterior del euro, el periodista podría haber preguntado a Hans Tietmeyer el sentido que da a las palabras clave de la lengua de los inversores: “rigidez en el mercado laboral” y “flexibilidad en el mercado laboral”. Los trabajadores entenderán inmediatamente: trabajo nocturno, durante los fines de semana, horarios irregulares, aumento de la presión, estrés, etc.
Vemos que “del mercado de trabajo” funciona como una suerte de epíteto homérico susceptible de ser colgado a un cierto número de palabras, y se podría estar tentado, para medir la flexibilidad del lenguaje de Hans Tietmeyer, de hablar por ejemplo de la flexibilidad o la rigidez de los mercados financieros. La extrañez de este uso en la jerga retórica de Hans Tietmeyer permite suponer que no sería cuestión, en su espíritu, de ‘desmantelar las rigideces de los mercados financieros’ o ‘de hacer un esfuerzo de flexibilidad en los mercados financieros’.
Lo que autoriza a pensar que, contrariamente a aquello que quiere hacer creer, el “nosotros” del “si hacemos un esfuerzo”, de Hans Tietmeyer, se refiere a los trabajadores y es a ellos solos a quienes va dirigida la demanda de hacer un esfuerzo, y que es también a ellos a quienes va destinada la amenaza, próxima al chantaje, contenida en la frase: “De tal forma que una nueva fase de crecimiento solo será alcanzada si hacemos el esfuerzo de flexibilidad en el mercado de trabajo”. Hablando claro: ceded hoy vuestras conquistas sociales, para evitar ahogar la confianza de los inversores, en nombre del crecimiento que esto nos aportará mañana. Una lógica bastante conocida por los trabajadores afectados, que, para caracterizar la política de participación que el gaullismo les ofrecía en otra época, decían: “Me das tu reloj y yo te doy la hora”.
Releamos una vez más las palabras de Hans Tietmeyer:
“El desafío hoy en día es crear las condiciones favorables a un crecimiento duradero y a la confianza de los inversores. Es necesario, por tanto --remarquen el por tanto--, controlar los presupuestos públicos, bajar el nivel de las tasas y los impuestos hasta darle un nivel soportable a largo plazo, reformar el sistema de protección social, desmantelar las rigideces del mercado laboral, de tal forma que una nueva fase de crecimiento solo será alcanzada si hacemos el esfuerzo de flexibilidad en el mercado de trabajo”.
Si un texto tan extraordinario, tan extraordinariamente extraordinario, estaba expuesto a pasar inadvertido y a conocer el destino de los escritos cotidianos de los diarios, que se van volando como hojas muertas, es que estaba perfectamente ajustado al horizonte de las expectativas de la gran mayoría de los lectores de periódicos que somos. Ahora bien, este horizonte es el producto de un trabajo social. Si las palabras del discurso de Hans Tietmeyer pasan tan fácilmente es que corren por todos lados. Están presentes en todos sitios, en todas las bocas. Circulan como moneda corriente, las aceptamos sin duda, como hacemos con una moneda, una moneda estable y fuerte, evidentemente tan estable y tan digna de confianza como el deutschemark: “crecimiento duradero”, “confianza de los inversores”, “presupuestos públicos” “sistema de protección social”, “rigidez”, “mercado de trabajo”, “flexibilidad”, a lo que habría que añadir “globalización”, “flexibilización”, “bajada de tasas” -- sin precisar cuáles-- “competitividad”, “productividad”, etc.
Esta creencia universal, que no avanza por sí sola, ¿cómo se ha extendido? Un cierto número de sociólogos británicos y franceses sobre todo, en una serie de libros y artículos, han construido la red mediante la que han sido producidos y transmitidos estos discursos neoliberales que se han convertido en una doxa, una evidencia indiscutible e indiscutida. Mediante una serie de análisis de textos, de lugares de publicación, de características de los autores de estos discursos, de los coloquios en los que se reunían para producirlos, etc., han mostrado cómo, en Reino Unido y Francia, se ha hecho un trabajo constante, asociando a él a intelectuales, periodistas, hombres de negocios, en revistas que poco a poco se han impuesto como legítimas, para establecer como si fuese natural una visión neoliberal que, en lo esencial, viste de racionalizaciones económicas los presupuestos más clásicos del pensamiento conservador de todos los tiempos y todos los países.
La satisfacción que procura el fatalismo
Este discurso de apariencia económica solo puede circular más allá del círculo de sus promotores con la colaboración de una masa de gente, políticos, periodistas, simples ciudadanos con una base de economía suficiente para poder participar en la circulación generalizada de palabras mal contrastadas de una vulgata económica. Un ejemplo de esta colaboración son las preguntas del periodista que va en cierta forma por delante de las expectativas de Hans Tietmeyer: está tan impregnado por adelantado de las respuestas que podría producirlas él mismo. Es mediante este tipo de complicidades pasivas como poco a poco se ha impuesto una visión llamada neoliberal, en realidad conservadora, que reposa en una fe, de otra época, en la inevitabilidad histórica fundada sobre el primado de las fuerzas productivas. Puede que no sea por casualidad que tanta gente de mi generación se haya pasado sin pena de un fatalismo marxista a un fatalismo neoliberal: en ambos casos, el economismo desresponzabiliza y desmoviliza al anular lo político e imponer toda una serie de fines indiscutidos, el crecimiento máximo, el imperativo de la competitividad, el imperativo de la productividad y de una misma tacada un ideal humano, que podría llamarse el ideal FMI. No se puede adoptar la visión neoliberal sin aceptar todo lo que lleva aparejada, el arte de vivir yuppi, el reinado del cálculo racional o del cinismo, la carrera por el dinero instituida como modelo universal. Tomar como maestro de pensamiento al presidente de la Banca Federal de Alemania es aceptar esta filosofía.
Lo que puede sorprender es que este mensaje fatalista se da aires de un mensaje de liberación mediante toda una serie de juegos léxicos alrededor de las ideas de libertad, de liberalización, de desregulación, etc., mediante toda una serie de eufemismos, o de juegos de palabras --reforma por ejemplo--, que busca presentar una restauración como una revolución, según una lógica que es la de todas las revoluciones conservadoras.
Si esta acción simbólica ha tenido éxito hasta el punto de convertirse en una fe universal es en parte mediante una manipulación sistemática y organizada de los medios de comunicación.
Este trabajo colectivo tiende a producir toda una serie de mitologías, de ‘ideas fuerza’, que avanzan y hacen avanzar porque manipulan creencias. Es, por ejemplo, el mito de la “globalización” y de sus efectos inevitables sobre las economías nacionales o el mito de los “milagros” neoliberales americanos o ingleses. A la mitología según la que las desigualdades sociales y económicas se reducirían en Estados Unidos se puede oponer el trabajo de un sociólogo,
Loïc Wacquant, mostrando que, en EE.UU., el “Estado caritativo”, fundado sobre una concepción moralizante de la pobreza, tiende a desdoblarse en un Estado social que asegura las garantías mínimas de seguridad a las clases medias y un Estado cada vez más represivo para contrarrestar los efectos de la violencia ligada a la precarización de las condiciones de existencia de la gran masa de la población, sobre todo, negra. Así, el Estado de California, considerado durante un tiempo por ciertos sociólogos franceses el paraíso de todas las liberalizaciones, consagra desde hace tiempo un presupuesto muy superior a sus prisiones que a todas las instituciones de enseñanza superior, que se encuentran, sin embargo, entre las más prestigiosas del mundo.
Otro ejemplo, Reino Unido, del que nos dicen todos los días que ha resuelto el problema del paro, en realidad ha multiplicado los empleos precarios, y los trabajadores británicos descubren con envidia las conquistas sociales que aún sobreviven en Francia. Esto, paradójicamente, en el mismo momento en el que se les cuenta a los franceses hasta qué punto los trabajadores del otro lado del Canal de la Mancha son felices con su infelicidad.
Tal vez asistimos a un fenómeno de involución del Estado que se ha constituido históricamente por la concentración sucesiva de la fuerza física (la policía y el ejército), del capital cultural (el sistema métrico, etc.) y del capital simbólico. Uno de los efectos de la filosofía neoliberal, que no es más que la máscara de una vieja filosofía conservadora, es el de conducir a una regresión del Estado hacia el Estado mínimo completamente conforme con el ideal de los dominantes, es decir, reducido a las fuerzas represivas, tal y como testimonia el aumento de los gastos policiales.
Confianza de los mercados o confianza del pueblo
Volvamos para terminar a la palabra clave del discurso de Hans Tietmeyer, la “confianza de los mercados”. Tietmeyer tiene el mérito de colocar bajo los focos la elección histórica delante de la que se hallan todos los poderes: entre la confianza de los mercados y la confianza del pueblo, hay que elegir. La política que pretende conservar la confianza de los mercados pierde la del pueblo.
Según un sondeo reciente sobre la actitud con respecto a los políticos, dos tercios de las personas interrogadas los consideran incapaces de escuchar y de tener en cuenta lo que piensan los franceses, reproche particularmente frecuente entre los partisanos del Frente Nacional -- del que deploramos su ascensión sin soñar un solo momento en establecer la relación entre el FN y el FMI.
Hay que poner la confianza de los mercados financieros o de los inversores -- que se quiere salvar a cualquier precio-- en relación con la desconfianza de los ciudadanos. La economía es, salvo algunas excepciones, una ciencia abstracta, basada en la separación, absolutamente injustificable, entre lo económico y lo social que define el economismo. Esta ruptura está en la base del fracaso de toda política que no reconozca otro fin que la salvaguarda del “orden y la estabilidad económica”, es decir, del deutschemark, ese nuevo absoluto del que Hans Tietmeyer es su fiel pastor…
Pierre Bourdieu,
Una amenaza próxima al chantaje, CTX 04/01/2017
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Traducción de Amanda Andrades.
Pierre Bourdieu (Denguin, 1930 – París, 2002) fue director de la École Practique de Hauts Études y del Centro de Sociología Europea, y catedrático de Sociología en el College de France desde 1981.
[1] Desde finales de noviembre hasta mediados de diciembre de 1995 se produjeron en Francia
una serie de huelgas en el sector público contra la propuesta de reforma de la Seguridad Social del entonces primer ministro Alain Juppé.
La transcripción de la conferencia realizada en los encuentros culturales francos alemanes que tuvieron lugar en Friburgo en octubre de 1996
se publicó en Le Monde Diplomatique.