¿Piensan los jóvenes? Los adultos y, en particular, los profesores tenemos respuestas dispares para esa pregunta. En un extremo tenemos a los negativos tajantes, “Nada!; ¡cada vez menos!” y en el extremo opuesto a los siempre optimistas, “¡Sí, piensan profundamente y nos sorprenden con su enorme creatividad!”.
En cualquier caso, la reflexión que nos toca hacer como profesionales cercanos a los niños y las niñas debe ser más profunda, en base a lo que sabemos sobre el desarrollo de las funciones del ser humano.
Es fácil de ver con nuestra parte corporal física. Todos lo hemos podido experimentar en situaciones de nuestra vida. Pongamos por ejemplo el día que nos apuntamos a un gimnasio. Cada ejercicio y cada máquina parece ideada por una mente extraña. El resultado, que lo que ese día es curioso por novedoso, al día siguiente se ha convertido en un descubrimiento; ¡Qué músculo es ese que estaba en esa parte del cuerpo sin tú saberlo y que ahora duele tanto!, ¡de dónde ha aparecido durante esa tarde-noche!
No importa la edad que tuvieras cuando tuviste esa experiencia; ése día había comenzado un nuevo proceso en tu cuerpo; Un proceso derivado de una actividad concreta sin la cual, tus músculos no se hubieran hecho notar. Una actividad física concreta acababa de despertar algunas zonas de tu cuerpo.
La constancia, en este ejemplo, yendo al gimnasio, hace que esas partes activadas del cuerpo se vayan desarrollando gradualmente, día a día. Estamos creando unas estructuras musculares cuya función es concreta; por ejemplo, levantar pesas, aguantar más flexiones, correr más tiempo, etc. Esto explica el título de este artículo: La función crea la estructura. Si no le pedimos al cuerpo que desarrolle una determinada función, este no activa el desarrollo de la estructura física corporal que la hace posible.
Con este ejemplo, que ocurre de forma visible y que podemos sentir, podemos explicar lo que ocurre en otra zona invisible,a simple vista, de nuestro cuerpo, el cerebro. En este caso, las funciones que podemos activar son diferentes.
Por mencionar una obvia, la capacidad de habla, apoyada en un gran número de funciones de recepción y decodificación de sonidos, búsqueda y correspondencia con significados o, posteriormente, el proceso de emisión o producción de nuestra propia respuesta. Todo basado en funciones cerebrales que descansan en unas redes neuronales sin las cuales nacemos y que hemos creado gracias a personas que nos las han activado.
Una madre y un padre, por ejemplo, que cada día desde que nacimos nos hablaron con constancia (aunque no respondiéramos durante mucho tiempo). Es decir, mucho tiempo de dedicación, con paciencia y confianza, logran desarrollar estructuras con las cuales comprendemos y hablamos.
Todas las estructuras de nuestro cerebro que tengan funciones tan sofisticadas como esas necesitan el mismo tiempo e intensidad en su desarrollo. La pregunta es: ¿se lo dedicamos de forma continua, con la misma paciencia y confianza?. Cuando los alumnos mayores imploran, “¡No pongas preguntas de pensar en el examen!, ¿no debemos entender el mensaje?, “una escasa dedicación en tiempo y actividades adecuadas han impedido que desarrollemos estructuras mentales que nos permitan pensar con eficacia en un nivel cognitivo elevado”.
¿Piensan nuestros alumnos? Debe cambiarse para nuestra reflexión por ¿a cuánto tiempo y retos para pensar les enfrentamos?
Así es, la función crea la estructura.
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