Con ese afán de asir verdades con el que muchos alumnos acuden a sus centros, como si existiera algún tipo de certeza en torno a la difícil pregunta de la verdad, una de las críticas habituales en la asignatura de psicología es el para qué del estudio del psicoanálisis. Si hoy ya apenas tiene recononocimiento en el mundo científico, se suele preguntar, si ha caido paulatinamente por parte de la psicología clínica y en las universidades, para qué aprenderlo. La respuesta no es difícil de esbozar: el impacto de esta teoría sobre el resto de la cultura ha sido tan grande que se ha convertido en una pieza clave para entender muchas creaciones de nuestro tiempo. No sólo el cine o la literatura: su presencia tácita en la vida diaria es innegable. Y esto por no aludir a los psicoanalistas que aún hoy siguen ejerciendo su actividad con las ideas de Freud, convenientemente actualizadas, como trasfondo. Sin dejar de lado, las importantes contribuciones del mismo a la comprensión del ser humano. No es que Freud nos descubriera el inconsciente, sino que además nos dio una imagen nada complaciente de nuestra propia razón, de la cultura, la sociedad y la educación. En definitiva: de nosotros mismos. Asumiendo por tanto la relevancia cultural y psicológica del asunto, vamos a jugar por un momento a viajar en el tiempo. Tan sólo unas décadas atrás cuando los autores del Círculo de Viena, entre otros, se preguntaban cómo delimitar el concepto de ciencia de manera que el psicoanálisis y el marxismo no fueran considerados como tales.
La pregunta es por tanto si el psicoanálisis puede considerarse científico. Y hoy sabemos que la respuesta es no. Sin embargo, sus raíces están íntimamente entrelazadas con la ciencia: el propio Freud era médico, especializado en psiquiatría. De manera que se dio en este caso un proceso curioso: igual que en otros muchos casos la ciencia nace de la superstición (conviene no olvidar el parentesco de la química con la alquimia), en estos casos fue el conocimiento serio y riguroso el que dio lugar a la fabulación. En consecuencia con su origen, el psicoanálisis pretendió ser una descripción rigurosa del desarrollo de la personalidad humana, así como una forma de terapia para algunas de las enfermedades mentales de la época. Encontramos aquí una tensión respecto a las aspiraciones científicas del psicoanálisis: por un lado las descripciones no son contrastables en absoluto, al centrarse principalmente en un intangible e invisible como el inconsciente. Del mismo se puede decir tanto una cosa como su contrario, y podríamos encontrar una justificación oportunista que se ajuste a lo que nos convenga en cada caso. Una experiencia traumática, por ejemplo, puede ser la causa determinante de un rasgo de personalidad en la madurez, pero también de su opuesto si entendemos que dicha experiencia supuso en la persona un impulso contrario al vivido. Un ejemplo bien sencillo: la violencia vivida por un niño nos sirve tanto para explicar que sea un adulto violento como para dar razón de que, precisamente por las experiencias difíciles vividas, se convierta en un adulto pacífico.
No obstante, si del lado de las descripciones el psicoanálisis se debilita, podemos fijarnos también en las consecuencias de la terapia. Y el caso es que no pocos pacientes terminaban curándose de sus diversas patologías. Es decir, había un éxito terapéutico que, en opinión de los defensores, era razón más que suficiente para considerar al psicoanálisis como una más de las ciencias, dedicada en este caso a la salud mental. Estos motivos pragmáticos no son nada despreciables: en más de una ocasión unas teorías científicas han terminado imponiéndose sobre otras no por su capacidad explicativa o descriptiva de los hechos, sino principalmente por su capacidad perdictiva, o por que era más aplicable. A menudo, en lo que a la ciencia toca, nos conformamos con un “no sé cómo es la realidad, pero el caso es que esto funciona”. Y este argumento dio en su día mucho poder al psicoanálisis y sus pretensiones de situarse al nivel del mejor conocimiento de que disponemos. Pese a todo, quedarnos sólo con las curaciones sería ver el lado más amable del asunto, pues también hubo casos en los que no solo no se detectó mejoría, sino incluso un agravamiento, por no hablar de las cuestionables prácticas de más de un psicoanalista. En cierta manera, como en tantos otros ámbitos, el psicoanaĺisis murió de éxito: no fue capaz de controlar y digerir su propia expansión. Y aunque hoy a nadie se le ocurra reivindicar su carácter científico ha dejado una huella duradera en nuestra cultura, que sin duda hace necesario su estudio.