Día uno. Más de lo mismo. Horario nuevo, alguna cara nueva y muchas otras ya conocidas. En algunos casos con deudas pendientes y en otros con la agradable sensación del rencuentro, de que vuelva a abrirse la posibilidad de ver crecer, en lo intelectual y lo personal, a un puñado de adolescentes. Las aulas, más o menos, en el mismo estado. Alguna persiana arreglada, otras todavía pendientes. La tecla de aquel ordenador sin reponer, y las bolas de los ratones en casa de algún alumno malintencionado. Malditos ratones de bolas, deberían haberse extinguido hace años, pero la crisis les han dado nuevos bríos. Buenos días a todos, me llamo fulanito y voy a ser vuestro tutor este año. Los pasillos que irradian nervios: los alumnos de 1º que no encuentran su aula, lo mismo que les ocurre a los compañeros nuevos. Con varios edificios no hay quien se aclare. La nomenclatura no ayuda nada. Rampas, pasillos y escaleras que resultan anónimos para los que se estrenan en el centro. Subidas y bajadas, idas y venidas y las preocupaciones de fondo: la letra del coche, el chaval que me repite curso. La enfermedad que no para o la vida de pareja que se derrumba. La alegría por los proyectos que se van a cumplir en el curso o por los logros de las personas queridas. Una forma clásica de empezar el curso para tantos y tantos miles de profesores.
Día uno. Prácticamente diez semanas sin madrugar ni un solo día. Verano de piscina, pueblo, playa o montaña. Tanto tiempo dedicado a disfrutar. De los amigos, de la naturaleza, de la música o de los libros. Todos los años igual: parece mentira que se haya pasado tan rápido. Parece que fue ayer cuando boletín en mano nos fuimos de aquí pensando que aquel iba a ser el verano de nuestra vida. Todo eso ya pasó. Ahora la cabeza apenas reúne las fuerzas para levantarse del tablero de la mesa. Nos cantan el horario y los profesores. Más o menos lo de siempre: el amargado que paga con nosotros sus movidas en casa, el revolucionario y alternativo con el que andamos medio perdidos, el quisquilloso que te busca las vueltas todo el curso, y el que va de simpático pero en el fondo es igual de pesado que los demás. Largas horas de aburrimiento por delante a excepción de la asignatura favorita. Sólo con el oasis del recreo en el largo desierto de la mañana. Qué sería de esto si no fuera por la gente de clase. La única pega: me han separado del compañero del alma. Una compensación: compartimos pasillo con los que van un año por delante. Así que hay diez meses por delante para hacer maniobras de aproximación. Quizás, dos meses después me vea con otros ojos. Una forma, como tantas otras, de empezar un curso nuevo. A ver si pasa rápido y acaba pronto. Menuda mierda.
Día uno. Me han levantado bastante más pronto de lo habitual. Seguramente será para llevarme a algún sitio chulo, como en las últimas semanas. Me lo he pasado en grande por ahí, con los horarios algo más relajados. Hay una cosa peculiar: hoy solo salimos dos de casa. No tres, como habitualmente. Algo que no me suele gustar mucho: ya estaba acostumbrado a ser siempre tres, y poder jugar con los dos. Entramos en un sitio que me resulta familiar, aunque no logro identificarlo. Raro. Me agarro más fuerte a los hombros. Como señal defensiva no me falla nunca. Me bajan al suelo y entro en una sala con otros cuatro niños. No tengo ni idea de lo que pinto allí, pero estos niños tampoco tienen buena cara. A nadie se le pasaría por la cabeza que se lo estén pasando bien. De repente, cuando me quiero dar cuenta, me han dejado allí completamente solo. No encuentro los rostros de las últimas semanas. Me entra un miedo insuperable. Abandono. Por qué me tienen que dejar aquí, con lo bien que estuvimos en todo este tiempo juntos. Ni siquiera estoy seguro de si volveré a verlos. Quizás nunca vuelvan a por mi, y me quede para siempre con estos niños tristes. Más llanto. Gritos. De repente aparece alguien que trata de calmarme con juguetes. Quién se confoma con juguetes cuando has tenido dos personas pendientes de ti todo este tiempo, compartiendo juegos y risas. Perplejidad: no hay quien entienda este mundo. ¿Qué habré hecho mal para que me dejen aquí? ¿Cuál es el sentido de todo esto? ¿Por qué me abandonan de esta manera? ¿Volveré a verlos? Nada más filosófico, angustioso y existencial, que el día uno. Y en una guardería, más.