Uno de los motivos fundamentales de que este blog lleva ya muchos días sin actualizar es el movimiento olímpico. Tuvimos la final de la Olimpiada Filosófica de Castilla y León el pasado fin de semana y en menos de tres estaremos ya metidos de lleno en la I Olimpiada Filosófica Española. Cuando pase toda la digitalización de contenidos, habrá tiempo para volver a la bitácora, aunque ya casi encarando el fin de curso. A partir del próximo estaré ya alejado de las tareas olímpicas y habrá más tiempo para poder comaprtir por aquí el discurrir de las clases y alguna que otra idea que me ronda la cabeza. En lo que eso llega, no me gustaría dejar de dedicar ciertas anotaciones a los “ecos” olímpicos. Empezamos hoy con el ejercicio de la final de ensayo. El tema de la olimpiada era razón-pasiones, y en este ejercicio se estiraban ambos conceptos a lo largo de la historia, con la dialéctica entre modernidad-postmodernidad.
¿Qué hubiera contestado yo si con 17 o 18 años me hacen semejante pregunta? A saber. Solo el llegar a que te la planteen ya es un mérito y un premio y demuestra la capacidad y el interés de algunos de nuestros alumnos por el mundo del pensamiento. Desde la perspectiva actual, con algunos años más que 18, me veo más que tentado a construir una propuesta a la contra: ni existió la modernidad ni existe ahora la postmodernidad. No sé si negar las categorías históricas para el mundo de las ideas puede considerarse o no una estrategia válida, pero lo cierto es que muchas veces nos movemos con clichés estereotipados. Construimos “muñequitos históricos” y jugamos a que peleen entre ellos. Vestimos cada época del color que nos viene en gana y generamos debate. Modernidad, luz y razón. Como si los en la modernidad no hubiera también, más que hoy, superstición, o como si no descansara, como apuntábamos hace ya algunas semanas, sobre pilares racionalmente dudosos.
Un esquema similar podríamos aplicar para negar la postmodernidad: no es verdad que se haya hundido la ciencia, ni que en estos tiempos neguemos la tecnología. Por mucho que nos queramos disfrazar de nietzscheanos somos hoy, si cabe, más científicos y racionalistas que en los tiempos del bigotudo alemán. Creemos aún más en el valor de la educación y, por mucho que se extienda el alarmismo moral, no parece que los derechos humanos profundicen en las tendencias nietzscheanas. En otras palabras: cada época es los suficientemente rica como para no hacer estereotipos. Hubo postmodernidad en la modernidad y hay modernidad en la postmodernidad. Otra cosa es que queramos fijarnos sólo en algunos aspectos de la realidad, quedarnos con una parte que puede interesarnos más por motivos filosóficos o discursivos, y así poder construir nuestro mensaje, crear problemas de la nada y debatir largamente sobre enfrentamientos históricos que quizás no sean tales. Un enfoque quizás provocador, y que rompe con cierta visión histórica, pero que también podría considerarse en el debate planteado. Aunque solo sea por abrir la participación, bien merece la pena plantearse esta perspectiva.