Seguimos hoy con las ideas que protagonizaron la pasada olimpiada. La conferencia inaugural fue impartida por Alfredo Marcos, catedrático de Filosofía de la ciencia de la Universidad de Valladolid. Como punto de partida apuntó a la autonomía como uno de los valores vertebradores de la modernidad. Esta palabra, autonomía, se convirtió a partir del siglo XVI en un objetivo en áreas bien diversas: política, moral, en el conjunto de la cultura… y como no podía ser de otra manera, terminó impregnando también a la propia antropología. Se fragua por tanto un modelo de ser humano que viene definido por la capacidad de acción y decisión, y por no depender de los demás. A contraluz, se abandona u oscurece la dimensión afectiva, social o, por qué no decirlo, animal del ser humano. El yo, valga la expresión, se impone sobre el nosotros. Los excesos de autonomía nos han llevado a considerar menos valiosos a aquellos de nosotros que no logran alcanzar ese proyecto moderno. El ansia de autonomía nos habría cegado, y hemos olvidado que la humanidad no sólo se caracteriza por la autonomia, sino que tiene también una dimensión social, afectiva, animal y vulnerable. La situación postmoderna no consiste entonces en negar la modernidad o pretender volver a una situación premoderna, sino en resituar la autonomía, en respetarla pero integrando también otros valores. Todo ello con referencias a Aristóteles, Santo Tomás y McIntyre, un autor que ha incidido mucho en esta dimensión comunitaria de la vida humana.
Te pasas toda la vida aspirando a llegar a ser autónomo para que luego te digan que has de estar también cuidando a los que no lo logran. Autonomía sacrificada en favor de la dependencia, de la vulnerabilidad. Esta idea rondaba más de una cabeza, y así se podía leer también en twitter: “No entiendo que el trabajo de toda una vida para conseguir ser tú, autónomo, tenga que limitarse a regalarlo a los demás #ofcyl”. En cierta forma, el propio Alfredo Marcos dio la respuesta en un turno de intervenciones en el que los alumnos presentes no demostraron mucha curiosidad por plantear preguntas. No se trata, en su opinión de llegar a ser autónomos para luego disolver esa autonomía en dependencia. La idea central que quería transmitir Alfredo, si no me equivoco, es que todos somos dependientes. En mayor grado en unas etapas de la vida que en otras, pero incluso en los momentos en los que nos pensamos más autónomos e independientes, estamos en realidad sostenidos por una red (palabra que apareció en el coloquio posterior a la conferencia) que no por invisible deja de estar presente. La vida cultural, social y económica no se puede construir solo desde la autonomía, porque se trata en todo caso múltiples individuos, palabra que no encaja nada bien con la dependencia, interactuando.
Uno, que creció con Barrio Sésamo, recordaba para sus adentros aquella frase de la infancia y que en cierto modo resume todo esto: “solo no puedes con amigos sí”. Y es que por un lado, las ideas que fueron presentadas por Alfredo ante un público “joven, sano y hermoso que quizás no piense demasiado en la dependencia” son especialmente necesarias en nuestro tiempo. Todos aquellos que piensan en lo que “ellos” particularmente han logrado a lo largo de “su” vida, deberían recapacitar y tomar conciencia del tejido de relaciones sobre los que han podido alcanzarlos. A este respecto, la reivindicación de la dependencia no es sólo social, política o económica: tenemos que repensar las propias relaciones humanas para cambiar estereotipos. Ante una cierta pasividad o timidez de los asistentes, se me ocurrió preguntarles por las situaciones reales de dependencia con las que los alumnos conviven en los centros. La reacción de alguno de los presentes fue precisamente la de ridiculizar al compañero de al lado, señalándolo como dependiente. Actitud de la que no podemos culpar a los alumnos, pues seguramente sea una tendencia social. Con todo, el desafío sigue siendo grande. Algunos texto de McIntyre, por ejemplo, evocan las polis griegas como comunidades ideales. El problema que tenemos que afrontar no se puede resolver mirando hacia atrás: la autonomía es un logro, pero habrá que modularla. Algo que pasa quizás por medidas sociales, políticas y económicas, pero también, por qué no por una “educación sentimental” que cambie de forma radical nuestra forma percibirnos a nosotros mismos como dependientes, y a los dependientes como autónomos y dignos dentro de su humanidad. Por ahí iban, creo, las propuestas de Alfredo Marcos, cuya presentación de diapositivas incluyo a continuación.
Autonomía y dependencia. Hacia una antropología postmoderna.