Recientemente apuraba las últimas páginas de una de las biografías ya clásicas de Nietzsche, la de Rüdiger Safranski. Una obra que viene a ser una brújula en medio del caos: la solvencia de su autor y su conocimiento del XIX alemán. Uno de los méritos de la obra es que logra explicar con pinceladas biográficas esenciales algunos de los rasgos de la filosofía nietzscheana. Y lo más importante de todo: no pretende salvar al autor que es uno de los peligros de toda biografía. Aparece en sus páginas el Nietzsche impetuoso y vitalista, de personalidad arrolladora, pero también el Nietzsche depresivo y enfermo. Un ser humano lleno de matices y colores que quizás esté alejado de los extremismos con los que algunos autores le presentan. Con sus miserias y sus triunfos, que se terminan colando inevitablemente en su filosofía. Genio y locura: un tópico que se ha abordado ya muchas veces y que se viene repitiendo en diferentes ámbitos de la cultura. Mientras leía la biografía, me rondaba la pregunta: ¿Es similar el impacto de la locura en la filosofía que en el resto de áreas?
Dejémonos llevar, por un momento, por los tópicos. Disciplinas de locos. Si aplicamos la etiqueta allá donde abundan los personajes que se han alejado de la cordura, podríamos calificar como tales a las matemáticas, la literatura y la pintura. Aunque pueda haber excepciones, no es frecuente, por ejemplo, encontrar grandes biólogos, físicos o químicos que hayan acabado sus días con problemas mentales. Juguemos a adivinos: quizás las ciencias empíricas, tan apegadas a la realidad, obligan a quienes se especializan en ellas a ser fieles a la tierra, a no entregarse a ensoñaciones ni fantasías. Algo que encaja a la perfección, sin embargo, con las artes plásticas o la literatura, que son perfectamente compatibles con la ficción, con un despegarse de ese principio de realidad que tanto nos abruma en ciertas ocasiones. Otro tanto se puede decir de las matemáticas o de la ĺógica: son ciencias de estructuras, de ficciones que terminan siendo fecundas y que hacen de un mínimo de coherencia su mejor virtud. Y cabría decir más: algunos de sus grandes genios que han terminado sufriendo enfermedades mentales no crearon sus grandes aportaciones en tiempos de locura, sino de cordura.
¿Qué ocurre con la filosofía? ¿Cómo se adapta la locura a esta disciplina? ¿Qué podemos extraer del caso de Nietzsche? A buen seguro la respuesta dependerá de lo que cada cual entienda por filosofía. Si vamos a lor orígenes de la misma, al tiempo de esos presocráticos a los que tanto citaba Nietzsche, nos encontramos con que la filosofía nace de un impulso racionalizador, encarnado en la forma majestuosa del interrogante. Incluso Heráclito y Schopenhauer, modelos para Nietzsche, tratan de ofrecer una respuesta racional a la realidad, llevados por su voluntad de saber. No cabe duda de que también Nietzsche va elaborando sus propias respuestas, y que muchas de ellas han influido en pensadores posteriores y en nuestra propia cultura. Sin embargo, ese toque de locura hace que sea imposible comprender, asimilar la respuesta nietzscheana. Podemos negar que la realidad sea racional, pero no decir arre y so, sí y no, blanco y negro. O si queremos afirmar eso, hemos de renunciar al lenguaje como medio de transmisión de ideas. Y entregarnos a otras formas de expresión. La locura, entonces, no afectaría igual a las artes plásticas o la literatura, donde pueden ser un motor para la creación, que en otras áreas, como la filosofía o las propias matemáticas, con las que sería difícilmente compatible. Precisamente por ser la filosofía una disciplina esencialmente lingüística, lleva consigo un enfoque racionalizador que no hace buenas migas con la locura o la negación de la razón.