Apuntábamos hace muy poco la influencia de la locura en la filosofía de Nietzsche, proponiendo además una pequeña reflexión sobre cómo ésta afecta a cada una de las disciplinas en las que se desarrolla. El caso es que estamos estos días con las correspondientes introducciones a la historia de la filosofía, y en los albores de la misma nos encontramos con Pitágoras, del que se dice que fue el primero en utilizar la palabra filosofía. La referencia que me llegó en su día está tomada de un texto de Cicerón, en el que se aludía al pseudomatemático griego y a su visión de la filosofía como una contemplación externa y desinteresada. El mismo Pitágoras que, según se dice, reprendió a uno de sus paisanos que estaba golpeando un perro, pues en el ladrido del mismo había podido reconocer la voz de un viejo amigo, fallecido hacía algún tiempo. Locura o racionalidad: el matemístico estaba convencido de que el alma es como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda.
A veces la historia tiene estas casualidades: si el primero que empleó la palabra filosofía anda un poco tocado, no lo estaba menos el que la pronunció por última vez: Nietzsche. Puede sonar a exageración, pero después de los martillazos del germánico, se ha de pronunciar la dichosa palabra con cierto temblor en la voz, conscientes de que quizás estemos hablando de un fantasma del pasado, de un producto cultural que está criando malvas. Como es bien sabido, tras unos días de altibajos Nietzsche sale del hostal en el que se hospedaba en Turín y se abraza a un caballo con el que entabla una larga conversación. Después de esto, jamás volvería a recobrar la cordura hasta morir once años después. Sin llegar a atisbar nunca cuál sería su verdadera influencia en las décadas siguientes. Se podrá decir que es un tanto arbitrario el conectar a Pitágoras con Nietzsche, pero quizás pueda tener más significado de lo que pensamos, especialmente en la discusión clásica alrededor del qué es la filosofía.
La filosofía es el chispazo de la razón en la oscuridad de la locura. La caracterización tiene ecos románticos y un poco tremebundos, pero eso es lo que ha habido, en cierta manera, entre Pitágoras y Nietzsche. Las anécdotas deberían servirnos a todos los que disfrutamos con este extraño artefacto: por mucho que nos guste enarbolar su racionalidad y su función en la formación de ciudadanos, la filosofía es también un animal salvaje que puede servir para todo lo contrario: para mostrarnos que la razón sienta sus cuadradas posaderas sobre la locura y que en lugar de “ciudadanos” puede fomentar la creación de auténticos destructores de la vida social, política y cultural. Y habrás otras formas de interpretar la filosofía y su historia: puede que todo nazca con Sócrates y que estén ganando la batalla los pocos críticos de Nietzsche que aún defienden la vigencia del proyecto ilustrado. Quizás sea ahora Habermas el portador del espíritu filosófico. Y esta batalla de ideas no sea otra cosa que una especie de Harry Potter, Guerra de las Galaxias o Señor de los anillos. Buenos y malos, locos y cuerdos, discutiendo a lo largo del tiempo.