Marisa del Bit había dedicado toda su vida a los ordenadores. Desde muy pequeña trasteaba ya con aquellas máquinas de cinta, que las nuevas generaciones no podían ni imaginar. No dudó en estudiar informática, completando los siempre obsoletos contenidos de la carrera con una formación autodidacta, construida gracias a horas y horas de trabajo delante de la pantalla, y buscando en Internet todos los tutoriales habidos y por haber. Para ella y para toda su familia fue una sorpresa tremenda cuando la seleccionaron en el ministerio de defensa. Desde aquel momento siempre había trabajado en proyectos secretos que representaban para ella un reto tecnológico muy motivador. Y además estaba convencida de que ayudaba a la seguridad de todos. El trabajo que tenía entre manos era muy ambicioso: extraer toda la información que hubiera en la red sobre un ciudadano particular para cruzar los datos y comprobar si había podido cometer un delito. En el ministerio no podía hablar de ello, pero en los pasillos se decía que iba a ser el trabajo que garantizara la seguridad de todo el país.
Después de meses de trabajo, un alto mando reunió a todos los implicados. Era el día de la puesta de largo del programa y querían poner a prueba su capacidad. Tomó la palabra un tipo encorbatado que en un tono bastante frío y distante dijo lo siguiente:
-El ministerio les está muy agradecido por el trabajo que han hecho hasta la fecha. Hoy ha llegado el momento de probarlo. Como saben, accederán ustedes a información muy sensible de todos los ciudadanos, combinando todas las bases de datos disponibles ahora mismo en la red: redes sociales convencionales, pero también archivos de la policía o hacienda. Por eso, necesitamos que sean ustedes ciudadanos ejemplares. No podemos permitirnos el lujo de que aquellos que van a perseguir el delito a través de la red estén dispuestos a encubrirlo. Para ello, el ministerio ha diseñado una prueba. Ustedes pueden decidir si someterse a ella o no. Si deciden abandonar, firmarán un finiquito que les reportará la cantidad de dinero correspondiente a este tiempo de trabajo, condicionado por supuesto a que guarden silencio sobre el trabajo desarrollado en este periodo. Si siguen adelante, no sólo continuarán cobrando el generoso sueldo que se les ingresa puntualmente, sino que tendrán la oportunidad de seguir trabajando y mejorando el programa, entregando sus vidas a aquello que más les apasiona: programar, trabajar con bases de datos y velar por la seguridad de su país.
Marisa ya se estaba poniendo nerviosa. No sabía bien por qué, pero aquel tipo no le gustaba un pelo. Lo que no se podía negar era lo último que había dicho. Si algo le gustaba en la vida era el trabajo que estaba haciendo ahora. El hombre de la corbata continuó hablando:
-La prueba se sencilla. Se sentarán ustedes delante de la pantalla, y ahí verán el nombre de las personas a las que más quieren: familiares, amigos, parejas todos aquellos con los que pensamos que tienen una relación de amistad y cercanía. Si presionan ustedes la barra espaciadora, el programa que han diseñado comenzará a extraer la información de todas estas personas. Si en su historial hay algo sancionable, se les notificará el castigo correspondiente, obligándoles a cumplir la pena o multa prevista en la ley. A ustedes les corresponde ahora mostrar si serán sinceros y honestos en el desempeño de su importante trabajo o si estarían dispuestos a encubrir a quienes más quieren. Siéntense en el ordenador. Disponen de cinco minutos para tomar la decisión.
Marisa se sentó delante del equipo en el que tantas horas había trabajado. Vió la lista completa de sus familiares, sus mejores amigos. Estaba también su novio y la gran mayoría de sus compañeros de colegio. Marisa sabía que muchos de ellos tenían asuntos pendientes. Multas sin pagar, declaraciones irregulares a hacienda, y en algún caso incluso algo de trapicheos, pequeños actos vandálicos e insignificanres robos. También sabía que su programa era muy bueno y detectaría todos estos delitos. ¿Qué debía hacer Marisa? ¿Apretar la barra espaciadora o levantarse de la silla e irse a casa? ¿Qué harías tú? Y alguna pregunta más: ¿Qué te parece la prueba diseñada por el ministerio? En caso de que existiera un programa así, ¿quién quisieras que lo gestione, alguien dispuesto a apretar la tecla o alguien que en ciertos casos haría como que no ve lo que tiene delante de la pantalla?
Comentario
Este tipo de dilemas tienen un largo recorrido en filosofía (y también en la vida diaria). En ellos se mezclan inteligencia y emociones, pero no siempre es fácil determinar hacia qué solución nos empuja cada una de ellas. Un caso muy conocido es el dilema que cita Sartre en una de sus obras: un joven estudiante se debate entre dos opciones irreconciliables. O bien quedarse con su madre, que requiere sus cuidados, o bien alistarse con el ejército de liberación francés que iba a luchar contra la ocupación nazi. Como decíamos antes, no es fácil decir si la inteligencia nos lleva a una u otra opción o si los sentimientos nos aclaran cuál de las dos es más querida. Otro caso relativamente conocido lo encontramos en la historia de la ciencia: Richard Feynman, uno de los físicos más importantes del siglo XX, supo antes de casarse que su entonces novia, Arline Greenbaum padecía tuberculosis, una enfermedad mortal todavía en los años cuarenta. En aquel momento Feynman ya contaba con cierto prestigio en el mundo científico, y hubo de enfrentarse a una decisión que, sin embargo, no representó para él dificultad alguna: casarse con Arline o abandonarla, siguiendo el consejo de algunas personas de su entorno. Con todo, Feynman decidió contraer matrimonio, compartiendo así con su esposa los últimos años de su enfermedad. Meses después de su muerte Feynman escribió una conocida carta de amor, que incluía una curiosa postdata: Por favor, disculpa que no eche esta carta al correo pero no conozco tu nueva dirección. Pero no es preciso hablar de grandes filósofos y científicos: tenemos que elegir muchas veces entre inteligencia y emociones en los amoríos y desamoríos de adolescencia y juventud, que de una forma a veces un poco trágica aparece en las canciones y películas que abordan el tema: seguir o no saliendo con la persona que no es la adecuada, aceptar los consejos que recibimos de los mayores y que con tanta frecuencia no coinciden con nuestros deseos, rodearnos de las personas adecuadas en nuestro grupo de amigos son ejemplos tan frecuentemente utilizados como reales.