Con algo de retraso sobre ese “deber” inexcusable que es el cumplir con el temario, empezamos esta semana a hablar de David Hume. Y en lo que se presenta un poco el autor y la obra que ha de comentarse en las P.A.U. ha salido esa idea, tan general como por otro lado aproximada a la realidad, que asocia al pensamiento británico con el empirismo y al continental con el racionalismo y el pensamiento especulativo. Se podrá decir que se escamotea algún nombre, pero la lista de empiristas británicos es bien larga: Ockham, Bacon, Hobbes, Berkeley, Locke, Hume, Russell… y no menos racionalistas, “especulativos” o “metafísicos” pueden encontrarse en Francia o Alemania. claro que hay honrosas excepciones: el positivismo de Comte o el Círculo de Viena estarían más cercanos al empirismo británico que a la tradición continental. Pero claro, son eso: honrosas excepciones. El análisis geográfico también nos sirve para Estados Unidos, que es el país del pragmatismo. Si hay algo que hermane a Inglaterra y a EEUU, mucho más todavía que la lengua compartida, es precisamente el concepto de “utilidad”, por lo que no es una locura pensar que William James es el “hijo” filosófico de Bentham o de Stuart Mill. Más interesantes que constatar esta correlación es preguntarse por las causas de las mismas.
No hace falta ser un experto en filosofía para apuntar una causa inmediata: la propia cultura y la tradición. Podemos dar por hecho que si alguien va a formarse en filosofía a las islas británicas, recibirá una sólida base de empirismo. De la misma forma que quien decida acudir a cualquier centro superior en Europa probablemente será encaminado hacia la especulación. En otras palabras: hay tendencias formadas históricamente que se encargar de prolongarse en el tiempo, tanto a través de las instituciones educativas como de publicaciones, premios, reconocimientos, etc. La “industria académica” se encarga de replicarse a sí misma en el tiempo, asentando precisamente las diferentes “escuelas” de pensamiento. Esta explicación sociológica, sin embargo, puede satisfacer nuestra curiosidad solo en parte. Podríamos aplicar aquella conocida parte de las vías tomistas: cultura y educación explicarían cómo se transmite una forma de pensamiento, pero no las circunstancias en que surgió. La pregunta entonces podría reformularse de esta manera: ¿Por qué el primer empirista británico se hizo empirista? ¿Qué llevó al racionalismo a instalarse en el continente?
La respuesta es difícil y nos lleva en cierta forma a la perplejidad: o admitimos que haya un gen “empirista” y otro “especulativo”, cosa difícil de aceptar, o quizás tengamos que dar ciertos visos de credibilidad a la tesis que, a modo de interrogación, preside la anotación: la tierra piensa. Algo de esto está ya en la filosofía de ese especulativo que fue Hegel. De alguna forma pensamos desde el paisaje, desde las necesidades y urgencias que la tierra nos impone. El clima, el camino, la montaña y el río nos invitarían a orientar nuestras ideas en una u otra dirección. La ciudad y la calle se terminan colando entre las ideas, de la misma forma que lo harían las vivencias políticas o las condiciones económicas. El pensamiento, como la ciencia o el arte no nacerían del vacío más absoluto, sino que vendrían empujados por todos estos detalles que rodean al ser humano y que en cierta forma terminan confiriéndole una identidad, un carácter. Quizás esa orientación práctica de la vida se impone en los pensadores británicos sobre cualquier consideración metafísica precisamente porque la hora de filosofar coincide con la del té, con las representaciones teatrales de Londres o la de ir a dar un paseo por la campiña. Y nunca sabremos si esa tendencia a la especulación es descendiente directa de la admiración ante un cielo estrellado, como dijo Kant, o de un tremendo paisaje montañoso que anonada al ser humano. A lo mejor piensa la tierra más de lo que creemos, o a lo mejor somos simplemente sus humildes voceros.