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Precisamente, de las últimas ciento y pico páginas de la edición de Trotta, traducción de Eduardo Rivera, resultan conmovedoras unas pocas páginas (hacia 300-345) dedicadas al silencio que desbarata la existencia cosificada, frente a la palabrería, frente a lo que nos ocupa y llena. Silencio opuesto a esa niebla blanca y uniforme, demasiado grata, en la que nos gusta dejarnos mecer. Silencio que opone Heidegger a todo ello, un silencio que hunde esa tramoya, callando. Toda sustancia, toda realidad que Heidegger entiende en términos de sustancia (frente a Zubiri), da paso a un existir como vetas de un tiempo que es verbo que fluye, dynamis, futuro que se actualiza pero que gravita en la facticidad. Esa frágil tensión, Dasein, esa levedad, es lo que el demoledor silencio muestra, esa menudencia, esa mísera corriente estremecedora.
Finalmente, será la gran corriente del tiempo a lo que Heidegger dedica un pormenorizado estudio fenomenológico en su obra capital, diferenciando la temporalidad específica del Uno, la de la cotidianidad, de la cadente existencia, de la mundanidad, con la temporeidad del ser, cuando el Dasein se abre al ser tras la lección de la angustia (que diferencia del miedo, esclavo de ahoras concretos) que lo confronta con la muerte y su finitud, que le muestra su contingencia. Es verdad el excesivo énfasis de Heidegger en la muerte y la angustia frente a otros sabios “estados” del Dasein como la natalidad y el amor, por ejemplo, pero es así como mejor podía y puede quedar esclarecida la importancia de la asunción de la finitud, de lo contingente y finito del Dasein y del existir, de su temporeidad, de la constante presencia de la muerte, no solo al final, sino anticipada en cada instante. El modo en que Ser y tiempo logra esto es soberbio, rotundo. Para el papel, crucial y necesario, de la otredad, del amor, y otras dimensiones, ya hay que leer a Arendt o a Lévinas, como matizaciones a Heidegger, a veces contundentes y que le obligarían ciertamente a rehacer su obra capital en algunos momentos.
Y hablando de alternativas yo, he dicho varias veces en este blog, hallo una alternativa sólida a Heidegger en Zubiri y Ellacuría, en su apuesta por una realidad entendida de un modo no substancialista sino "sustantivista" como estructura de notas, que "materializa" el discurso heideggeriano de las posibilidades y de la historicidad. Superan así la diferencia ontológica, pues la realidad posee la actualidad del ser en sí, el Ser reside en ella, ligado a ella, (la luz tiene su luminaria en Zubiri). Aunque verdaderamente debo confesar que me he emocionado leyendo ciertas páginas de Ser y tiempo sobre la historicidad del Dasein: "El análisis de la historicidad del Dasein intenta mostrar que este ente no es 'tempóreo' porque 'esté dentro de la historia', sino que, por el contrario, sólo existe y puede existir históricamente porque es tempóreo en el fondo de su ser" (p. 390). Aquí las aguas de Zubiri y Heidegger confluyen, aunque después se alejan con suavidad y cada una se extiende en su delta. Tan afines como irreconciliables... Pero parecen emerger de una misma fuente, en ocasiones parecen ser lo mismo... La lectura de Ser y tiempo puede hacerse aquí con Zubiri a la vista, ambos autores, Heidegger y Zubiri, como dos Amazonas inmensos, desplegándose con suntuosa elegancia, abriéndose paso entre una vegetación oscura, bulliciosa y exuberante.