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Herbert Marcuse fue discípulo de Heidegger en su juventud, de lo cual fueron fruto algunos artículos, una tesis sobre Hegel y ciertos elementos ya del Marcuse maduro en los que aparece lo que Richard Wolin califica de un cierto heideggerianismo de izquierdas, muy crítico con los elementos filosóficos que pudieron ser más propensos a la caída en el nazismo por parte de Heidegger y facilitarla. A pesar de esta crítica, sobre todo en los mencionados escritos de juventud resulta notorio un esfuerzo, en la línea de otros autores como posteriormente Sartre, por unificar la filosofía existencialista de lo concreto con el marxismo, corriente ésta que siempre atrajo también a Marcuse. Lo que frente al academicismo de las filosofías existentes en la universidad alemana de los años veinte del siglo pasado aportó Heidegger y fue, en efecto, valorado por Marcuse, era, cuenta Wolin en el libro que estamos comentando, esa vuelta a un pensar que mira lo concreto y la historicidad del Dasein, que va a lo más singular de la existencia del individuo frente a su absorción en los grandes sistemas filosóficos imperantes o idealismos de moda: la sensibilidad por el carácter histórico, temporal, dinámico, del transcurrir vital humano, difícilmente captable en conceptos rígidos, que hay que saber abordar en su específica dinamicidad como el método fenomenológico venía intentando y Heidegger había genialmente emprendido en Ser y tiempo.
De hecho, Heidegger había destacado en algunas consideraciones de Ser y tiempo el efecto de una cierta reificación que se asemejaba a lo descrito, desde una perspectiva hegeliano-marxista en la línea del joven Marx por parte de Lukács en el delicioso libro Historia y consciencia de clase que tuvimos el placer de comentar en este blog hace un tiempo, actualizando y de algún modo aplicando algunas de sus conclusiones, con cierto espíritu lúdico, a la actualidad de la universidad española. En este libro Lukács aborda fundamentalmente el problema de la escisión en el conocimiento entre un sujeto y el objeto no conciliados que se cierran en sí mismos, impermeabilizándose y haciéndose opacos, impenetrables y misteriosos (nouménicos). Esta escisión que deviene en una opaca reificación del mundo y del sujeto tiene, es la tesis hegeliano-marxista de Lukács, un origen social, ya que es propia del mundo burgués y del tipo de conciencia e ideología que genera a su medida. Será la filosofía marxista y un pensamiento obra de intelectuales marxistas el que obre la fluidificación y reconciliación dialéctica entre el sujeto solipsista y el mundo objetivado hecho cosa. El marxismo obra la mediación, así pues, entre idealismo y materialismo grosero.
Heidegger también destacará el carácter sólido, detenido y opaco del mundo de la cotidianeidad que ha perdido su carácter fluido, temporal, contingente, al haber, según su versión, cerrado los ojos a la posibilidad de morir. Aquí hay, en cualquier caso, una vocación por acudir a lo práctico de la existencia, como en el marxismo, a lo finito de nuestra condición, a lo que sucede.
Pero ya tempranamente Marcuse halla un punto cuestionable en el enfoque del maestro. Se trata de que éste se instala en una perspectiva ontológica en la que las categorías (existenciarios) que halla son, aunque referidas a un ámbito temporal, intemporales, ahistóricas. Heidegger es sensible con la temporalidad, pero filosofa desde categorías intemporales, cuestiona Marcuse, ya que ha eludido, por considerarlo dentro de la esfera de lo óntico, todo lo histórico. Es lo que en este blog hemos indicado varias veces acerca de la ceguera del propio Heidegger acerca de sus propias realidades de tipo histórico que le pudieron afectar, de la circunstancia histórica, de la concreta configuración de su tiempo, al que quizás no captó bien por emprender un vuelo a esferas demasiado desnudas de realidad donde habita un ser que por mucho que se dijera “mundano” y proyectado en la historicidad del Dasein era tan poco mundano como una super divinidad gnóstica.
Hay un desprecio de lo óntico histórico que sin embargo Marcuse considera que invade el terreno aparentemente aséptico de la ontología fundamental. Esta crítica es, en el fondo, me parece la que de un modo agresivo y contundente emprendería años después Adorno contra Heidegger en La jerga de la Autenticidad y fragmentos de otras obras (Dialéctica negativa, p. e.). Es decir, Heidegger se mueve en un nivel de pseudoconcreciónque no llega a tocar verdaderamente lo histórico, en palabras de Marcuse. Pero entonces está claro que de fondo lo que hay es una voluntad de situarse en estratos diferentes por parte de uno y otro. Marcuse está apuntando a su verdadero interés, al campo y estrato donde sucede lo que le preocupa y está asimismo eludiendo el ámbito de lo ontológico para la filosofía.
Finalmente Marcuse, en efecto, desarrollaría una teoría en la que la superación de la reificación se podría hacer mediante la superación de muchas de sus causas sociales, y entonces, lo que Heidegger planteaba a un nivel ontológico como origen de la inautenticidad y la reificación, quedaría resuelto. Marcuse se distanciaría definitivamente del maestro al que acabaría acusando de énfasis nihilizante (Ser para la muerte) y aristocratismo elitista, ambos elementos muy proclives a haber fomentado su acercamiento al nazismo en los años treinta. Marcuse, a pesar del cierto también elitismo frankfurtiano que a veces reluce en los intelectuales que “abren paso”, no dejaría de tener el horizonte de una liberación universal que en Heidegger apenas se plantea. En El hombre unidimensional critica, bien es cierto, a la sociedad de masas consumista y al imperio de la razón técnica instrumental, pero ya no lo hace desde presupuestos ontológicos, comenta Richard Wolin. Éste también señala que ambos, discípulo y maestro, ostentan la huella del romanticismo alemán, con la evocación de lo poético, el juego y la naturaleza en el caso de Marcuse.