Lectura de Cántico, de Jorge Guillén
Marcos Santos Gómez
He finalizado la lectura de Cántico, de Jorge Guillén, en la versión de 1936, edición de José María Blecua, publicada en 2000 por Biblioteca Nueva. Queda tras ella la sensación de haber leído un libro perfecto, muy pensado, que de hecho su autor estuvo toda su vida revisando. Se trata de un tipo de poesía no al estilo que el público general suele esperar, porque desarrolla una estética de la abstracción, con abundancia de conceptos y de metáforas que se alejan en tono y contenido de lo más efectista o sensible; es decir, estamos ante una poesía de tono ideal y racional que, como hace toda arte abstracta, reduce para elevar. Sin embargo transmite una emoción muy original, muy peculiar, muy bella, que pocas veces he leído en la poesía que he curioseado hasta la fecha.
Transmite el gusto por hacer del poema una especie de objeto propio, de entenderlo como algo diferenciado del mundo que pinta, sin más concesiones que las que lo tornan arte, si más pretensión que su gozosa artificialidad en el afán de pulir y pulir el lenguaje como algo precioso y diamantino. Hay que aclarar, no obstante, que mi admiración por Cántico viene de lejos, desde que me sedujo la idea de su poesía en los manuales de bachillerato de Lázaro Carreter. Así, un autor cuyos temas bordean una zona metafísica, que trata de expansiones y remansos, de gotas exaltadas y anuladas en el océano al que se suman, debía de ser, me dije, una espléndida lectura. Siempre he tenido muy presentes sus más famosas décimas, estrofa que reinventó con este poemario para algo más que la burla traqueteante a que parecía tender hoy el conjunto de diez versos. Es Guillén poeta en que abundan los versos de arte menor y un tamaño razonable en los poemas, todo lo cual ha aumentado el placer de mi lectura, aunque no olvido el uso magistral del versículo larguísimo en poemas de dimensión extensa por Dámaso Alonso, que hace días me dejó sin aliento.
Gil de Biedma, cuyas prosas completas en el volumen El pie de la letra, editado en Lumen, leí el pasado invierno, dedica varios artículos a Guillén, al que estudió con devoción. De lo que logro ahora recuperar de mi memoria, puedo referir el valor que da a esta poesía por su cualidad de mundo poético diferenciado, de universo estético artificial y autoconsciente, de algo que no pretende hacerse pasar por la vida y que es antes un ámbito específico que se diferencia de las cosas que nombra. Un estatuto propio para el arte, contra la falacia realista que confunde los nombres (ámbito propio del poema) con lo nombrado (que nunca es el poema).
El libro de Guillén me ha parecido, en suma, una “poesía de la plenitud” que se labra mediante dos caminos: el primero, consiste en prolongar líneas rectas hacia un exultante horizonte. Dinámicas hileras de farolas, por ejemplo. El segundo, destaca la redondez, la curva, la plenitud del mar y de la bóveda del cielo. Dos maneras, lo recto y lo curvo, que constituyen una singular técnica poética en que los objetos concretos son desbordados desde sí hacia su paraíso. A veces, gana la concreción, como en la famosa décima Beato sillón o el bellísimo Cima de la delicia. Pero voy a citar para este breve comentario dos poemas que extreman la operación poética que he dado en llamar “geometrización” para la elevación, una especie de alegre tensión matemática en las cosas. Para ello, el plano como espacio newtoniano, inicia un despliegue de formas desde su forma básica que apuntan, abstractamente, al paraíso. Se diría que estos poemas hablan de ese nervio sito en todo, un nervio que llama a todas las cosas a ser más, a formar parte de una alegría universal, y que en la noche de avenidas de solitarias farolas, en el mediodía o en el ocaso invernal, vibra alocadamente.
Veamos esto ejemplificado en los siguientes poemas que he destacado de mi lectura:
TRASLACIÓN
La luz quiere más luz,Más cristal, más nivel,Formas de prontitud.
Abandonar las dichasA los suelos velocesDe las calles tan lisas,
(Ahínco de las piedrasCorrectas entre nerviosQue las mantienen tensas)
Y resbalar por pistasIndefinidamentePortadoras y guías.
¡Ciudad en traslaciónHacia una claridadDe estrella sin error!
O este otro:
NOCHE CÉNTRICA
Sobre suelos de estrella,Con ardor fabulosas,Noche y ciudad rielan.
En el asfalto fondosDe joyería cándidasSe aparecerán a todos.
Letras de luz pronuncian,Silabario del vértigo,Palabrerías bruscas.
Las calles resplandecen.Son óperas de incógnito.Quisieran ser terrestres.
¡Óperas, sí, divinas,Que se abren por las nochesEn las estrellas vivas!