Crónica de un banqueteMarcos Santos Gómez
Últimamente no escribo demasiadas notas de lecturas publicables por este medio, por la razón de que mi forma de leer en estos días está siendo muy dispersa, picando de uno y otro libro, pasando de la prosa a la poesía, del ensayo y el libro científico a un puñado de relatos… y desde luego sin más ley que la del puro placer y disfrute. Un banquete sazonado con alguna buena entrevista o reportaje a un escritor, de los que por fortuna abundan ya por youtube. Más pereza da el escribir, que aunque se disfrute escribiendo, después de todo no deja de ser un trabajo que no siempre sale a mi gusto. Así que me limito a dar fe de mi intensa relectura de poemas de Borges, en particular, los libros “El otro y el mismo”, “Elogio de la sombra” y “El oro de los tigres”. Borges es, junto con Quevedo, el poeta que más he releído porque el placer que me procura desde hace muchos años (un par de décadas ya) es inconmensurable. Su texto equilibrado, elegante, lleno de armonía y estoica serenidad, transmite, contra las apariencias, una intensa sensación vital y fuertes emociones que laten, aun mitigadas por el símbolo y por los temas elevados. Cabe recordar que no puede haber buena escritura sin una implicación en cierto modo autobiográfica del autor, por mucho que nos pese. Borges confesaba que en él, como en todos los escritores, se daba este fenómeno incluso en los relatos de tipo fantástico.
Además, voy picando de manuales de literatura. He vuelto con el de Carlos Alvar et al., en Alianza, cuya sección medieval me he metido entre pecho y espalda. El resultado ha sido que ahora tengo unas ganas insufribles de releer el Libro de buen amor y alguna otra obra de la exótica Edad Media. Una mina va a ser la colección de ediciones críticas magníficas que la RAE está lanzando al mercado, de todos los grandes clásicos de la lengua castellana. Una lengua y una literatura incipientes y titubeantes en el Medievo hasta llegar a la consumación en el Siglo de Oro, que tuvo que inventarse; tarea de la cual los autores eran conscientes, siempre bajo la sombra del latín e incluso de lenguas romances consideradas más nobles, como la galaicoportuguesa o la provenzal. A no dudar, debe sentirse una amplitud extraordinaria, un regocijante sentimiento de vacío ante sí cuando se tiene toda una literatura por hacer.
La sección dedicada al Siglo de Oro ha consolidado mi ya larga decisión de leer y releer a Cervantes, Fray Luis, San Juan de la Cruz y, siempre, Quevedo. Voy a acudir a la mencionada edición de la RAE. En especial, recordando mi gratísima lectura del Quijote hace un par de años, mi ánimo me impulsa hacia las Novelas ejemplares que han de disfrutarse, sin duda, como el Quijote. Todo el genio de Cervantes abunda en ellas, contemporáneas del gran libro, y las leí hace ya muchos, pero muchos años. Así que ya va tocando. Hay siempre tanta belleza esperando… pero los manuales, como este de literatura española y otro de retórica que he picoteado han de ceder su tiempo y lugar a las obras directas, las de los grandes, las que tanto nos hacen disfrutar. Alguien con o sin malicia, al hilo de estos apuntes, podría sentir que tanta literatura se aleja del campo en que uno se mueve a nivel laboral, o sea, el de la pedagogía y la educación. Pero yo siempre siento como un diablito que me dice: ¡Todo! ¡Tiene que ver todo con la educación! Un diablito que no resulta muy visible para muchos, entiendo, y que a ratos resulta insoportable e injustificable, pero que va dirigiendo a golpe de hedonismo mi transitar por lo más bello. Solo deslumbrados por la belleza podemos transmitir algo valioso en las clases, en la medida que la función de profesor sea transmitir algo (que yo creo que sí).
Tenía ganas también de inaugurar la librería de segunda mano que acaban de abrir en Granada y de releer a Cela. Pues bien, acabo de cumplir ambos objetivos y ya me he puesto con “El gallego y su cuadrilla” que acabo de comprar y que incluye parte de los conocidos “apuntes carpetovetónicos” del escritor que, sobre todo, me parece un fiel discípulo de Quevedo, o casi el propio Quevedo que hubiera resucitado en el siglo XX. La prosa de Cela es muy elegante, clásica e inteligente en el uso de la palabra, en la expresión bella y certera de lo que quiere decir, con un cierto impulso conceptista en el lenguaje, un gusto por la pura lengua, por el estilo, por el modo de decir. La broma de Cela, así como su seriedad, son la seriedad y la broma de Quevedo. Son tal para cual.
Y en esta crónica de lecturas añado que voy lentamente caminando por Los miserables de Victor Hugo, que se acerca a su final. Creo que merecerá un extenso comentario en su momento.