Ha llegado la hora fatal de los sociólogos de baratillo. Tras los hechos periféricos de la manifestación del jueves, la escandalera informativa y, ahora, los sociólogos.
Vamos por partes.
Me temo que voy a decepcionar a alguno de los clientes de este café, pero mi agente provocador y yo asistimos a la manifestación del pasado jueves. Les ahorraré los argumentos que me animaron a ir, pero se los puedo resumir con la expresión latina "in dubio, pro reo". Hicimos el recorrido siguiendo a pocos metros a los líderes de los sindicatos convocantes. Dicho sea de paso: yo creo que este país tiene un chollo con los sindicatos que tiene y que el juego tan de moda del tiro dialéctico al sindicalista le hace un flaquísimo favor a la democracia, pero este es otro tema. La manifestación, ¿qué quieren que les diga?, me pareció bastante sosa, por no decir aburrida. Eché en falta un poco de inspiración en las consignas (que por cierto, los manifestantes seguían con una tibieza evidente). Ya no se grita con gracia y eso desmoviliza mucho, lo cual es letal para cualquier manifa. Además los líderes sindicales, al menos los catalanes, no están para competir por un premio de retórica. ¿Es mucho pedir que digan tres frases sin colar un anacoluto? Fíjense ustedes cuál sería mi estado que hasta recordé con melancolía aquella manifestación contracultural del primero de mayo del 79 en que asistí pasmado, recién llegado de Pamplona, al espectáculo de unos manifestantes muy serios gritando por la calle Aragón "Juan Carlos, escucha, Sofía está en la ducha" y cosas de tono más procaz en las que se le advertía a "Juan Carlos, macho", de lo que Sofía, supuestamente, hacía con Camacho.
Y estando la marcha aburrida a uno se le va mirada del horizonte y se le pierde por cuestiones colaterales. Por eso podíamos ver arder algún contenedor en los cruces de las calles próximas. Era bastante fácil deducir quiénes eran los responsables y qué se proponían. Cuando la manifestación acabó, con la Internacional (yo ya no estoy en condiciones de cantar lo de "famélica legión") y El cant dels Segadors, intentamos alcanzar la Plaza de Cataluña para tomar el tren, pero nos lo impidió una nube de gas lacrimógeno, así que tuvimos que ir dando un rodeo hasta Arco de Triunfo, donde nos enteramos que el último tren ya había salido, así que la manifestación nos costó una pasta de taxi.
Uno que ha visto manifestaciones fuertes por Navarra, ve esto de Barcelona desde una cierta distancia. Y la verdad es que, sin minusvalorar su gravedad, no me parece que merezcan tanto aspaviento. Por supuesto, es condenable el gamberrismo ideológico, pero más que rasgarse las vestiduras delante de las cámaras, lo que hay que hacer es actuar con diligencia, inteligencia y discreción. Que para eso está la policía. La publicidad que se les está regalando a los vándalos es impagable. ¡Mira que se han dicho cosas terribles estos días! Incluso un periodista que personalmente tiene todo mi aprecio llegó a comparar los hechos del jueves con la Semana Trágica. Hombre... entre quemar containers y quemar conventos hay una diferencia notable. Los revolucionarios de hace un siglo querían, de verdad, hacer la revolución, estos muchachos sólo se hacen autopropaganda, a la cual contribuye mucho el escándalo de algunos políticos cuya ineficiencia ya no se puede ocultar más tiempo.
Pero lo más insufrible es que, como las desgracias nunca vienen solas, ahora parece haber llegado la hora de los sociólogos y como, por lo que se ve, la mayoría son muy buena gente, la mar de objetivos y con el corazón "más bien a la izquierda" (expresión que es una de las manifestaciones más cursis de la beatería moderna), después de decir que está muy mal quemar containers y asaltar tiendas, advierten de que no nos hemos de olvidar de "la violencia estructural", que es lo realmente preocupante y la raíz de todo el asunto.
Esto de la violencia estructural a mi me recuerda al "pecado estructural" de los teólogos de la liberación, que es un pecado con un pecador sin rostro. La cosa es paradójica, pero a los teólogos de la liberación la paradoja les resultaba útil para explicar que ellos estaban a favor de las víctimas del pecado estructural. Esto es lo mismo que nos vienen a decir los de la muchachada antisistema barcelonesa, con la diferencia que ahora son ellos los que se presentan como víctimas y, por lo tanto, de acuerdo con la lógica de la razón victimológica, como los cargados de razón. Los sociólogos que aparecen estos días por los medios de comunicación se presentan como los encargados de dar certificados de inocencia a las víctimas. Sí, nos vienen a decir, está mal lo que hacen, pero es que están desesperados. No miréis lo que hacen, mirad lo que padecenpor culpa de la violencia estructural.
Yo no tengo manera de saber lo que padecen, pero sospecho que la condición de víctima es una condición más desgraciada que honorable. Yo, al menos, no la quiero ni para mí ni para los míos. Lo noble, más bien, me parece que es no dejarse atrapar por la razón victimológica. Insisto: No sé cuánto padecen y no tengo por qué dudar de que muchos lo estén pasando muy mal, pero sí sé, con completa seguridad, que el acto de quemar un container o de asaltar un comercio no es fruto de la violencia estructural, sino de una decisión libre (prefiero no considerar la alternativa de la enajenación mental). Lo hicieron porque quisieron.