11.30 de la mañana. Estación de Sant Adrià de Besós. Llego corriendo al primer vagón y entro de un salto al interior, donde me acoge un griterío ensordecedor. Un guardia jurado en medio del pasillo no sabe muy bien qué hacer. Otro está intentando calmar a una señora mayor. No hay manera. Mi primera impresión es que los pasajeros de la parte delantera del vagón están peleando. Pronto me doy cuenta de que todos parecen estar de acuerdo, pero que compiten a ver quién manifiesta su acuerdo con más entusiasmo. Hay varios vivas a Franco. La señora que habla con el policía está realmente muy enfadada porque "Arturo Mas les paga las hipotecas a los moros". "¡Con lo que les costó a los Reyes Católicos echarlos de España!", grita otra. "¡Estamos en la decadencia de España! ¡No se puede ni ver la televisión! ¡Esto es una cueva de ladrones!". "Crideu en català, collons!", ordena una voz masculina. "Té tota la raó", dice la señora que habla con el policía, "Arturo Mas és el culpable!". "¿Y los chinesos? ¿Qué me decís de los chinesos?", pregunta otra mujer. Todo lo que ocurre es tan absurdo que me pregunto si es real. "¡Un Franco es lo que nos hace falta!" Finalmente el tren arranca y los pasajeros parecen calmarse un poco con el movimiento. Pero de pronto un joven de unos treinta años, que lleva un par de libros en la mano, grita que el trabajo tiene que ser para los españoles, y vuelve de nuevo el griterío. En Badalona han bajado algunos de los amotinados, otros en Montgat, y en Ocata, la mujer que hablaba con el policía. Y, tras ella, yo.
En definitiva: Hay otra realidad, y viaja en el tren de cercanías a media mañana.