Según leo en La tentation nihiliste, de Roland Jaccard, a finales del siglo XIX aparecieron los clubes de suicidas. Estos clubes, muy selectos, se pusieron de moda en las grandes capitales europeas. Para entrar a la eternidad sin escándalo, había que suicidarse debida y libremente. Y ambas cosas eran proporcionadas por asociaciones, que se asemejan a las sociedades secretas. Para participar en el club había que ofrecer pruebas de una resolución decidida a morir. Una vez admitido, el novato se enteraba de que el día de su suicidio se determinaba de la siguiente manera: se organizaba una partida de cartas en la que el ganador perdía la vida. Por supuesto, el afortunado recibía de los otros miembros del club muestras de la más sentida enhorabuena. Se daba una gran fiesta y cuando el elegido abandonaba el club sufría un accidente organizado por sus amigos...