El Periódico de Cataluña, Domingo, 30 de junio del 2013
Comenzaré por una obviedad: nadie por el mero hecho de ser pobre ha de tener garantizado un título universitario. Lo que hemos de garantizar a los pobres es que no tengan vetado ningún título por el hecho de serlo.Efectivamente, los pobres lo tienen más difícil que los ricos en esto de los estudios. Esta constatación llevaba recientemente a un famoso pedagogo a rasgarse las vestiduras porque «es injusto que los pobres tengan que esforzarse más». Pues así es. Ocultárselo es ofrecerles la vileza de la lástima. A mí me gusta recordar aquel cartel del PSUC de las primeras elecciones democráticas que mostraba a un obrero con las manos abiertas proclamando que sus manos eran su capital. Pero podría aducir también una carta que el Che Guevara escribe a sus hijos y que puede entenderse como su testamento moral. «Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no estoy entre ustedes», comienza diciendo, e inmediatamente pasa a lo importante: «Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho».En definitiva: las becas, por sí mismas, no sacan a nadie de la pobreza. Se necesita además ese elemento revolucionario que es «estudiar mucho».... y en eso llegó Wert.Básicamente, lo que está proponiendo el ministro -sin duda obligado por las restricciones presupuestarias- es la sustitución de una política de becas basada en la renta (que es la que se ha practicado estos últimos años) por otra basada en el mérito y la renta. Que la propuesta no es fácil de digerir lo demuestran las reticencias que encuentra incluso dentro de su partido. Sin embargo, la cuestión de fondo es seria y debería -ya perdonarán ustedes la impertinencia de negarme a ironizar sobre el ministro- considerarse con seriedad, entre otras cosas porque parece que en muchos lugares se vuelve a valorar el mérito a la hora de dar becas. El dinero de las becas, por cierto, no lo pone el ministro, sino la ciudadanía en un acto de solidaridad republicana que debería merecer su correspondiente gesto de gratitud responsable por parte de quien la recibe.El criterio de la renta parece preservar la igualdad de oportunidades, pero en la práctica resulta poco estimulante académicamente. Lo cual no deja de ser grave en un país como el nuestro, en el que los estudios internacionales han puesto de manifiesto que nuestro principal déficit educativo es la falta de motivación intrínseca de nuestros alumnos. Es decir, la falta de convicción de que lo que merece la pena hacer (estudiar, por ejemplo) merece la pena hacerlo lo mejor posible. Las compañías aseguradoras descubrieron hace años que las personas que se saben bien aseguradas tienden a cometer más imprudencias. Es el fenómeno del riesgo inducido, que en educación se pone de manifiesto en los alumnos que al sentirse sobreprotegidos minusvaloran el esfuerzo.Quizá haya llegado el momento de situar junto al derecho a la educación el deber moral de educarse.