Me llaman de una fundación privada. Me piden un artículo. Pagan bien. Les digo que me lo tengo que pensar. Se sorprenden. Quieren saber por qué. "Porque tengo que saber si tengo algo que decir". Su sorpresa aumenta. "¿No le parece bien pagado?". "Está muy bien pagado, pero no estoy nada seguro de tener una opinión formada sobre esa cuestión. Tengo que pensarlo." "Bueno, bueno...". Sé que no me entienden. Cuelgo. Escribo la pregunta en un folio. Intento buscar respuestas. No tengo. Busco información. Cuantas más cosas encuentro, más aumenta mi perplejidad. Hoy me han vuelto a llamar. Les he agradecido mucho su interés, pero les he dicho que no tenía respuesta a la pregunta que me hacían. Sorprendentemente la persona que me hablaba por teléfono ha intentado convencerme de que sí que la tenía. Así hemos estado un rato, yo que no y ella que qué interesante era la manera como le argumentaba mi no. Antes de colgar me ha dicho que me volverá a llamar el lunes. ¿Es que en este país nadie dice que no?
Que quede claro que mis nos no son una muestra franciscana de humildad, sino, al menos para mí, una afirmación de orgullo.