La convicción firme de que nuestra comunidad política se trasciende a sí misma es la condición imprescindible para la existencia de nuestra comunidad política. Por lo tanto, toda política es metafísica. O, si lo prefieren, toda política es teología política.
Ergo, todos los que critican el nacionalismo catalán desde una posición supuestamente científica, o, al menos, supuestamente supranacionalista, son unos pardillos.
En definitiva: que todo antinacionalismo que no se reconozca a sí mismo valientemente como un nacionalismo que rinde culto a otros dioses, o es hipócrita o vergonzante o, lo peor de todo, completamente ignorante.