Se cuenta que en 1787, Benjamin Franklin, visto que no parecía haber manera humana de desenredar una cuestión que estaban debatiendo acaloradamente en el Congreso, propuso hacer un pequeño descanso y dedicarlo a rezar, a ver si con la ayuda del cielo los congresistas encontraban la sagacidad que parecía faltar a sus recursos naturales. Alexander Hamilton protestó airadamente alegando que él no tenía ninguna necesidad de recibir ayuda extranjera (foreign aid).
Y así comenzó la historia de la democracia moderna.