A veces, como hemos visto con el muchacho del post anterior, la muerte, simplemente, se muestra inapetente. Veamos otro caso.
El 23 de febrero de 1885, el asesino convicto John Lee, de Devon, fue llevado al cadalso y colocado sobre la trampilla. Pusieron la soga alrededor de su cuello. El verdugo, James Berry, tiró de la palanca.
Pero no pasó nada.
Dos guardias empujaron la trampilla hacia abajo, para que se tragara a Lee, pero no hubo manera. Parecía soldada. Hicieron a un lado al condenado y probaron la trampilla. Funcionaba perfectamente. Pusieron a Lee otra vez en la que tenía que ser su posición postrera. James Berry volvió a tirar de la palanca.
Nada de nada.
Los guardias, perplejos, revisaron minuciosamente todo el mecanismo. Cuando estuvieron completamente satisfechos, repitieron el proceso. Berry tiró de la palanca por tercera vez.
Nada.
Así que el ministro del Interior, conmutó la pena de Lee por cadena perpetua.