Escribe Amiel en su diario el primero de julio de 1856:
"¡Qué terribles amos serían los rusos, si pudieran alguna vez espesar la noche de su dominación sobre los países del Mediodía! Sería el despotismo polar, una tiranía que el mundo no ha conocido aún, muda como las tinieblas, cortante como el hielo, insensible como el bronce, con apariencias amables y el frío resplandor de la nieve, la esclavitud sin compensación ni blandura: esto es lo que nos traerían. Pero seguramente llegarán a perder gradualmente las virtudes y defectos de su semi-barbarie.
"El sol y los siglos moderarán a esas sirenas septentrionales, y entrarán en el concierto de los pueblos de manera distinta a la de una amenaza o una disonancia.
"Si logran convertir su dureza en firmeza, su astucia en gracia, su moscovitismo en humanidad, cesarán de inspirar aversión o temor, y lograrán hacerse amar; porque, aparte de su natural hereditario, tienen los rusos poderosas y atrayentes cualidades".
Tengo que decir que mi trato con el Archivo de la Tercera Internacional me está mostrado la mejor cara de "esas sirenas septentrionales": amabilidad y eficiencia... y un dominio perfecto del castellano. Tanto es así que estoy comenzando a apreciar sus poderosas y atrayentes cualidades.