Decía el pasado miércoles, 23 de abril, que la vida es una intuición narrativa. Ahora añado que es una intuición trascendental. Lo que quiero decir es que no podríamos vivir en un medio formado exclusivamente con datos atomísticos, aislados. Nuestro ecosistema vital es narrativo. Vivimos gracias a que unimos datos entre sí en busca de sentido. La vida, en definitiva, es lo que nos empuja de un dato a otro transformando este empuje en una narración. Hagamos lo que hagamos, tramamos narraciones y, en consecuencia, vivimos entre tramas narrativas. La literatura, en este sentido, no es sino el arte de tirar de la intuición narrativa para tramar con ella algo en lo que nuestras vidas pueda encontrar consuelo. Necesitamos consuelo porque nuestras vidas suelen tener un narrador bastante mediocre.
Las categorías vitales serían, entonces, categorías narrativas.