Ocurrió en los confusos días de la revolución, después de la Primera Guerra Mundial, cuando una tropa de la Guardia Roja, creada en Viena por aquel entonces, entró por la fuerza, capitaneada por Egon Erwin Kisch, en el edificio de la redacción del Nueva Prensa Libre (Neue Freie Presse); ahí, en la escalera, Paul Kisch, el redactor de la sección de economía del Prensa, opuso resistencia a su hermano, miembro de la Guardia Roja:- ¿Qué haces aquí, Egon?- Ya lo ves. estamos ocupando vuestra redacción.- ¿Quiénes… estamos?- La Guardia Roja.- Y ¿por qué queréis ocupar precisamente el Prensa?- Porque es un bastión del capitalismo.- No seas ridículo y mira a ver cómo sales de ésta.- Paul, no te das cuenta de lo grave de la situación. En nombre de la Revolución te ordeno que dejes libre la entrada. ¡De lo contrario…!- Está bien, Egon. Haré sitio a la fuerza bruta. Pero una cosa te digo: hoy mismo escribiré a mamá a Praga.
En esta anécdota, que aparece en la página 36 del libro de Friedrich Torberg La tía Jolesch, o la decadencia de Occidente en anécdotas (Alba, 2014), encuentro una de las mayores defensas que se pueden hacer de la familia y en tanto que tal la traigo aquí.
Mucho más adelante, en la página 298 del libro, vuelve a aparecer Egon Erwin Kisch, el hermano rojo. Ahora se ha firmado el pacto entre Stalin y Hitler y los amigos de Kisch intentan conocer su opinión sobre el mismo, pero él se niega tozudamente a contestar. Como máximo se limita a decir que ha tomado cuenta de los hechos. - Pero, por el amor de Dios… algo tendrás que haber pensado… -le insistió uno de sus amigos.- Stalin piensa por mí -fue su lacónica respuesta.
Esta segunda anécdota me ha hecho recordar lo que un ex-espía de la KGB me contestó cuanto yo le interrogaba sobre una operación determinada: "Mi memoria es propiedad del Estado". Aquí, en esta frase, que expresa una convicción sin fisuras, encuentro la definición más redonda del totalitarismo. El totalitarismo es el régimen que puede apoderarse de nuestra memoria. Y si fue posible, si fue posible que campesinos de remotos pueblos andaluces salieran de sus trincheras en la guerra civil lanzándose a pecho descubierto contra el enemigo al grito de "¡Viva Stalin!," era porque se aceptaba no sólo con naturalidad sino incluso con nobleza que Stalin piensa por nosotros.