Diderot cuenta en una carta a Damilaville de principios de noviembre de 1760, la siguiente anécdota: “He visto a un amante soportando la lluvia, el viento el tiempo terrible que hacía, ignorando su reposo, su casa, todos las necesidades de la vida, para venir a gemir, suspirar, acostarse y pasar las noches bajo la ventana de su ser querido. Creerás, quizás, que este galán es un español. En absoluto. Es un perro”.
Recupera la anécdota en Jacques le Fataliste modificando un poco la descripción y añadiendo una pregunta decisiva: “Viene desde el punto de la mañana, se planta delante de esta ventana y comienza a suspirar y suspirar, de manera que mueve a la piedad. Haga el tiempo que haga, allí se queda, la lluvia le cae sobre el cuerpo, su cuerpo se hunde en la arena (…) ¿Harías lo mismo por la mujer que más amas?" Me imagino que Diderot estaba convencido que un español contestaría inmediatamente que sí.